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#narciso y goldmundo
lascitasdelashoras · 7 months
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Herman Hesse - Narciso e Boccadoro
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notasfilosoficas · 1 year
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“Yo creo que se puede establecer una división entre la juventud y la madurez. La juventud acaba cuando termina el egoísmo; la madurez empieza cuando se vive para los demás”
Hermann Hesse
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Escritor poeta, novelista y pintor naturalizado suizo en 1924. Nació en Alemania en 1877.
Fue descendiente de misioneros cristianos en donde la familia tuvo una editorial de textos misioneros dirigida por el abuelo materno. El padre de Hermann trabajó como misionero en la India antes de que el naciera. Hesse tuvo cinco hermanos dos de los cuales murieron prematuramente. 
Tuvo múltiples y violentos conflictos con sus padres, en donde pasó por diferentes instituciones y escuelas. En su juventud, escapó de un seminario evangélico debido a que le impedían estudiar poesía. “Seré poeta o nada” decía. También en esa época pasó por episodios depresivos intentando suicidarse, por lo que fue ingresado en el manicomio y posteriormente en una institución para niños en Basilea Suiza.
Pasó la mayor parte de su vida consagrado a los libros y la poesía, publicando en 1898 algunas obras sin mucho éxito. Se casó en tres ocasiones, adquiriendo la nacionalidad suiza en esta última.
En 1904 Hesse logró su primer éxito literario con Peter Camenzind, se casó y vivió en una casa a orillas del lago Constanza, tuvo hijos pero se separó, viajo a Sri Lanka e Indonesia en donde la cultura de Asia influyó en su novela “Sidharta, un poema hindu”. 
En 1917, presa del acoso y la burla por oponerse a la ideología nazi, y sumados a la muerte de su padre y la enfermedad de su hijo menor, busca ayuda profesional y su encuentra con el psicoanálisis, el cual sublima en su novela “Demian”, bajo el pseudónimo de Emil Sinclair.
A pesar de ser un escritor muy popular en Alemania, era poco conocido en el resto del mundo, durante la Segunda Guerra Mundial poco se publicaba pues no era partidario del nazismo.
En 1946 se le otorga el premio Nobel de Literatura.
La obra de Hesse era poco conocida en América durante la década de los 50, y no fue hasta la época de los 60´s que se popularizó en Estados Unidos, debido a los movimientos de la contracultura hippie, en donde publicaciones como Siddhartha, Viaje al Oriente y Narciso y Goldmundo resonó como ideales de estos movimientos.
Actualmente las obras de Hesse tienen una tirada de 125 millones de ejemplares en todo el mundo y se han traducido a 60 idiomas.
Murió a los 85 años a consecuencia de una hemorragia cerebral mientras dormía en el año de 1962.
Fuentes Wikipedia y dw.com
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kustineitor · 2 years
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"Narciso y Goldmundo"
- HH.
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redconexo · 5 months
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Narciso y Goldmundo, Hermann Hesse
“Narciso y Goldmundo” es una obra cumbre de Hermann Hesse publicada en 1930. La novela narra la historia de dos amigos muy diferentes entre sí: Narciso, un monje erudito y reflexivo y Goldmundo, un joven apasionado y aventurero. A pesar de sus diferencias, los dos comparten muchas experiencias juntos. Los hitos principales de la obra pueden resumirse en los siguiente: Diferencias de…
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willygarciamunoz · 1 year
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Novelas publicadas por Herman Hesse:
"Peter Camenzind" (1904) - Peter Camenzind
"Bajo las ruedas" (1906) - Beneath the Wheel
"Gertrud" (1910) - Gertrude
"Rosshalde" (1914) - Rosshalde
"Demian" (1919) - Demian
"Siddhartha" (1922) - Siddhartha
"El lobo estepario" (1927) - Steppenwolf
"Narciso y Goldmundo" (1930) - Narcissus and Goldmund
"Viaje al Este" (1932) - Journey to the East
"El juego de los abalorios" (1943) - The Glass Bead Game
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lizzis-world · 3 years
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welele · 4 years
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¿Parece una peli pr0n? Parece.
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1-mas · 4 years
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“Qué incomprensible era todo, y que triste, en realidad, aunque fuese tan hermoso. No se sabía nada. Se vivía y se corría por la tierra y se cabalgaba atravesando los bosques, y ciertas cosas parecían muy estimulantes y prometedoras y nostálgicas: una estrella al anochecer, una campánula azul, el verdor de los juncos en el estanque, los ojos de una persona o una vaca. Y a veces se tenía la impresión de que algo nunca visto pero largamente deseado estaba a punto de suceder, que iba a caer un velo descubriéndolo todo; pero luego transcurría el momento sin que sucediera nada, la adivinanza seguía sin solución, el secreto encantamiento intacto y,al final, uno llegaba a viejo y tenía aspecto astuto…o sabio…y seguía quizá sin saber nada, pero todavía esperaba y escuchaba”.
- Hermann Hesse
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edwamontoya · 6 years
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"En algunos instantes aparecían revueltos de una manera eternamente extraña lo antiguo y lo nuevo; el dolor y el placer, el temor y la alegría. Tan pronto estaba yo en el cielo como en el infierno, la mayoría de las veces en los dos sitios a un tiempo."
El lobo estepario - Herman Hesse
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milibrodecitas · 6 years
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Uno vivía y corría por la tierra o cabalgaba por los bosques, y muchas cosas le miraban solicitándolo, haciéndole promesas y despertándole anhelos: una estrella en el atardecer, una campánula azul, un lago verde caña, los ojos de un hombre o de una vaca, y, a veces, era como si fuese a acontecer inmediatamente algo jamás visto y, sin embargo, largamente ansiado, como si de todo fuera a caer un velo, pero luego aquello pasaba, y no sucedía nada, y el enigma no se descubría y el secreto encantamiento no se deshacía y, al final, uno era viejo.
Hermann Hesse, Narciso y Goldmundo.
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cantinalaboheme · 7 years
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Era maravillosa la tristeza oscuramente bella de aquel amor, su locura y su desesperanza; eran hermosas aquellas noches sin sueño llenas de cavilaciones y de temores del corazón
Narciso y Goldmundo, Hermann Hesse
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philohausger · 7 years
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¿Tienes miedo, Narciso –le dijo–, te horripilas, has advertido algo? Sí, mi estimadísimo amigo, el mundo está lleno de muerte, lleno de muerte; sobre cada vallado aparece sentada la pálida dama, escondida detrás de cada árbol, y de nada vale que edifiquéis muros y dormitorios y capillas e iglesias, porque atisba por la ventana, y se ríe, y os conoce a todos, y en medio de la noche la oís reírse ante vuestras ventanas y pronuncia vuestros nombres. ¡Seguid cantando vuestros salmos y encendiendo hermosos cirios en los altares y rezando vuestras vísperas y maitines y coleccionando plantas en el laboratorio y libros en la biblioteca! ¿Ayunas, amigo? ¿Te privas del sueño? Ella ha de ayudarte, la amiga segadora, te despojará de todo, te dejará los huesos mondos. Corre, querido, corre veloz, que por el campo va la atolondrada, corre y cuida de mantener juntos los huesos porque quieren irse cada cual por su lado, no conseguiremos retenerlos. ¡Ah, nuestros pobres huesos, ah nuestro pobre gaznate, nuestro pobre estómago, ah nuestra pobre miaja de cerebro metido dentro del cráneo! Todo se irá, todo se irá al diablo, y en el árbol aguardan los cuervos, los negros frailucos.
Hermann Hesse
Narciso y Goldmundo
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cronicasdelholoceno · 7 years
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'Las olas’: al otro lado del calidoscopio
Virgina Woolf escribía como si desde su ‘habitación propia’ no viera el mundo a través de una ventana, sino de un calidoscopio.  Las olas es quizás una de las novelas que mejor refleja esa manera de narrar, de querer contar una historia por medio de diferentes impresiones que, sin embargo, arrancan de una misma realidad. En principio, parece un planteamiento sencillo. Pero su plasmación dista mucho de serlo.
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  Las olas es una obra complejísima, tanto desde el punto de vista lingüístico como conceptual. Teniendo en cuenta cuáles eran las ambiciones de Woolf al escribirla, esa complejidad no es en absoluto reprochable. Una versión más simplificada de la narración – es cuestionable que la calificación de ‘novela’ sea la más apropiada para Las olas – hubiera acabado con lo que la convierte en un imprescindible de la literatura contemporánea. Puede que Wolf no sea la más grande novelista del siglo XX, pero sin duda es una de sus mejores escritoras. A su innegable dominio del idioma se añade una capacidad innata para hacer de la percepción objeto de la narración, en lugar de medio. Lo relevante, pues, no es lo que ocurre. Es la forma en que los personajes viven lo que ocurre y cómo ello, a su vez, se transforma en historia.
La novela recoge la trayectoria vital de seis amigos a través de sus reflexiones e impresiones. Ellos son Louis, Bernard, Nevilla, Jinny, Rhoda y Susan. Sus voces se van sucediendo en la descripción de los recuerdos de infancia, juventud y madurez que, en conjunto, componen el paisaje de su vida. La figura del narrador omnisciente, en tercera persona, solo está presente en las descripciones que aparecen al principio de cada capítulo, antes de que los personajes tomen la voz cantante. Las olas suaves de la mañana preceden a las escenas de infancia; la serena imagen de la orilla cuando cae la noche, al amargo relato de la vejez. Así empieza el primer capítulo:
“El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin”.
Es tiempo de juegos, de correr por los bosques en busca de musgo y flores, de aprender los versos en latín escritos en una pizarra. Ahora, la muerte es todavía una mota diminuta en el horizonte de un mar virgen. Lejos de ser idílica, la visión de Woolf de la infancia es compleja e introspectiva. Los niños no son felices por la mera razón de ser niños. En Las olas, cada niño es una semilla en la que está el germen del adulto en que va a convertirse. Así de cruel (o de realista) es Woolf: ni siquiera cuando es niño el hombre puede dejar de ser víctima de sus deseos y de sus impulsos, esto es, de sí mismo.  Siguiendo un planteamiento un tanto determinista, Woolf atribuye a cada personaje unos rasgos que lo caracterizarán y explicarán su comportamiento a lo largo de toda la obra. La batería de imágenes a las que recurre para ilustrarlos permiten que, al cabo de varios capítulos, el lector pueda abrir el libro al azar y reconocer la voz del personaje que habla sin necesidad de retroceder en busca de su nombre. 
Woolf retrata a los personajes con sutileza y contundencia al mismo tiempo.  Bernard es el niño que soñaba con contar historias y que un día se dio cuenta de que la vida era eso que seguía ahí cuando estas se terminaban. Jinny es una mujer para quien lujo y placer son las dos únicas cosas que hacen que la vida merezca la pena. Neville, viva imagen de la timidez, es un hombre lúcido y brillante que, sin embargo, es incapaz de usar sus facultades para manejar sus emociones. Louis vive por y para el orden: la existencia del individuo se inserta, a su entender, en una corriente que arrancó con las primeras civilizaciones y que desemboca en el Londres del siglo XX. Susan, en cambio, es la mujer-hembra. Sabe y asume que su destino es ofrecer su cuerpo a la vida: al campo primero, a los hijos después, a la tierra cuando muera. Rhoda los envidia a todos: los quiere – porque sabe que en ellos encuentra la alteridad de la que necesita ser testigo para después reconocerse a sí misma como un ente distinto, acaso inferior – pero los envidia. 
“– Ahí está Rhoda sentada mirando a la pizarra fijamente —dijo Louis—, en el aula, mientras nosotros corremos por ahí, cogemos tomillo o arrancamos una hoja de ajenjo, mientras Bernard cuenta un cuento. Se le juntan los omóplatos en la espalda a la manera de las alas de una mariposilla. Y mira fijamente los números de tiza, su mente se aloja en los círculos blancos, cruza los lazos blancos hacia el vacío, sola. Nada significan para ella. No tiene respuesta que darles. Carece de un cuerpo semejante al de los demás. Y yo, con mi acento australiano, con mi padre que es banquero en Brisbane, no la temo como temo a los demás.
(...)
– Amo —dijo Susan— y odio. Sólo deseo una cosa. Mis ojos son duros. Los ojos de Jinny se deshacen en un millar de luces. Los de Rhoda son iguales a los de esas flores pálidas a las que se acercan las mariposas nocturnas al atardecer. Los tuyos son plenos, y rebosan, pero nunca se desbordan. Pero ya me he determinado a seguir con mi propósito. Distingo los insectos en la hierba. Aunque mi madre todavía me hace calcetines, y me pone dobladillos en los delantales, y soy una niña, amo y odio.
(...)
– Al principio —dijo Neville— me divierten las historias de Bernard. Pero cuando concluyen de forma absurda, y se queda con la boca abierta, enredando con trozos de cuerda, siento mi propia soledad. Ve a todo el mundo como con perfiles imprecisos. De aquí que no pueda hablarle de Percival. No puedo exponer mi pasión violenta y absurda a su grata comprensión. También eso se convertiría en una «historia». Necesito a alguien cuya mente caiga como el hacha sobre el tajo, alguien para quien el colmo de lo absurdo sea sublime, y para quien un cordón de zapato sea adorable. ¿A quién puedo mostrarle la urgencia de mi propia pasión? Louis es demasiado frío, demasiado impersonal. No hay nadie, aquí, entre estos arcos y estas palomas que zurean y entre estos juegos alegres y tradición y emulación; todo tan cuidadosamente organizado para evitar que te sientas solo".
Un diálogo entre realidad y sensibilidad
Con el paso del tiempo, las inclinaciones de la niñez se convierten en vicios, defectos y virtudes adultas. A la vez, la prosa de Woolf va volviéndose más introspectiva. El objeto de la narración deja de ser lo que está al otro lado del calidoscopio para convertirse en la marea de colores, formas y figuras que convergen en sus lentes. A cada movimiento de muñeca para girar la rueda, la realidad es otra. La escena cambia porque cambia el personaje que la describe, y este lo hace siempre según el patrón que Woolf ha elegido para él o ella. El manejo de la autora de sus personalidades es sencillamente perfecto. De repente, sensibilidad y realidad dialogan de igual a igual, sin que una sea filtro de la otra. En ese momento el lector sabe que el final está cerca, que el camino que lleva a lo más profundo del alma de los personajes está llegando a su fin.
—“Me deslizaré tras ellos —dijo Rhoda—, como si viera a alguien a quien no conozco. Pero no conozco a nadie. Moveré las cortinas para mirar a la luna. Sofocaré mi agitación con ráfagas de olvido. Se abre la puerta, salta el tigre. Se abre la puerta, entra aprisa el terror, terror y más terror, persiguiéndome. Visitaré furtivamente los tesoros que he guardado. Al otro lado del mundo hay estanques en los que se reflejan columnas de mármol. Moja el ala la golondrina en estanques oscuros. Pero aquí se abre la puerta, y entra la gente, vienen hacia mí. Traen débiles sonrisas para enmascarar la crueldad, la indiferencia; se apoderan de mí. La golondrina se moja las alas, la luna luce sola sobre mares azules. Debo coger su mano, debo responder. Pero, ¿qué respuesta daré? Regreso de un golpe para permanecer ardiendo en este cuerpo mal compuesto, torpe, para recibir sus venablos de indiferencia y sarcasmo, yo, que deseo columnas de mármol y estanques al otro lado del mundo en los que hunde las alas la golondrina"
Lo previsible del final de  Las olas no lo hace menos desolador. De todos modos, es difícil no mantener una brizna de esperanza hasta el final de la obra. Quizás por la lógica cíclica del relato, que empieza describiendo un amanecer y termina una vez la noche cae sobre las olas, la tendencia es a esperar un desenlace esperanzador, casi renacentista. Puesto que todo en la naturaleza muere para volver a nacer, la decadencia de los personajes es solamente una consecuencia lógica de su existencia como seres vivos. Pero esperar un elogio al renacimiento eso es olvidar quién es la autora de Las olas. Si hay un tema recurrente en la obra de Woolf, ese es el angustioso y absorbente vacío al que nos arroja la imposibilidad de encontrar a alguien que sufra exactamente igual que nosotros. Se trata de una cuestión de calidad y no de cantidad. Para los personajes de Las olas, hay algo que es más duro que ver cómo los demás son felices mientras ellos no lo son. Ese algo es verles sufrir, a sabiendas de que están condenados a hacerlo solos. 
En cierto modo, las últimas páginas de Las olas son parecidas a las de Narciso y Goldmundo, de Hermann Hesse. Con el fin de todo no llega el deseado canto a la vida. Como un último redoble de tambores, la muerte se acerca y convierte la soledad en un miedo con garras, con garras para agarrarse a cualquier cosa. 
“Y en mí también sube la ola. Crece, sube la cresta. Soy consciente una vez más de un nuevo deseo, algo que se levanta en mi interior como un caballo orgulloso a quien su jinete primero espolea y después frena. Tú, sobre quien cabalgo ahora mientras golpeas la acera con las pezuñas, ¿qué enemigo advertimos que viene hacia nosotros? Es la muerte. La muerte es el enemigo. Es la muerte contra lo que cabalgo lanza en ristre y cabello al viento, como un joven, como Percival, cuando galopaba por la India. Pico espuelas al caballo. ¡Contra ti me arrojaré, invencible y obstinado, oh, Muerte!” (Las olas)
“– Debo despedirme de ti y, por despedida, debo decírtelo todo. Escúchame un momento. Quería hablarte de la Madre y decirte que sus dedos me ciñen el corazón. Desde hace varios años, ha sido el más caro y misteriosos de mis sueños hacer una efigie de la Madre; era para mí la más santa de todas las imágenes, la llevaba constantemente en mis adentros, era una visión llena de amor y misterio (...) Pero ella no lo quiere, no quere que yo revele su misterio. Priefiere que muera. (...) ¿Cómo podrás morirte un día, Narciso, si no tienes Madre? Sin Madre no es posible amar. Sin Madre no es posible morir. 
Lo que luego susurró fue ya incomprensible. Los dos últimos días, Narciso no se apartó un momento de su cabecera, ni de día ni de noche. Observaba cómo se iba extinguiendo aquella vida. Las últimas palabras de Goldmundo le abrasaban como fuego en el corazón. (Narciso y Goldmundo)
Pocas veces es acertado sacar conclusiones sobre la vida de un autor solo basándose en sus textos.  Pese a eso,  es muy difícil ignorar que diez años después de escribir Las olas diez Woolf se quitó la vida arrojándose al río. “Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas”, declaró en las célebres líneas que dejó para Leonard Woolf. “Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme”. Es innegable que ciertos pasajes de Las olas son cantos al abismo. La cuestión radica en si atribuirlo a una sensibilidad extrema – que, en términos kantianos, eleva la frontera de lo narrable hasta el noúmeno, más allá del fenómeno –  o, quizás, a una incipiente locura. 
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conitance-blog · 7 years
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“Narcissus and Goldmund”, Hermann Hesse.
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solecito9081 · 3 years
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Dado que el mundo está tan lleno de muerte y horror, intento una y otra vez consolar mi corazón y recoger las flores que crecen en medio del infierno.
"Narciso y Goldmundo"
— Hermann Hesse .
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sinsentidono · 4 years
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Qué incomprensible era todo, y que triste, en realidad, aunque fuese tan hermoso. No se sabía nada. Se vivía y se corría por la tierra y se cabalgaba atravesando los bosques, y ciertas cosas parecían muy estimulantes y prometedoras y nostálgicas: una estrella al anochecer, una campánula azul, el verdor de los juncos en el estanque, los ojos de una persona o una vaca. Y a veces se tenía la impresión de que algo nunca visto pero largamente deseado estaba a punto de suceder, que iba a caer un velo descubriéndolo todo; pero luego transcurría el momento sin que sucediera nada, la adivinanza seguía sin solución, el secreto encantamiento intacto y, al final, uno llegaba a viejo y tenía aspecto astuto... o sabio... y seguía quizá sin saber nada, pero todavía esperaba y escuchaba.
Hermann Hesse Narciso y Goldmundo
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