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#políticas más radicales del ecologismo
enalfersa · 1 year
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VOX despliega una lona de grandes dimensiones en el centro de Madrid donde identifica la Agenda del consenso progre
VOX ha desplegado en el centro de Madrid, concretamente en el cruce de la calle Alcalá con la calle O’donnell, una lona de gran longitud donde se denuncia la Agenda 2030, a la que se han adherido todos los partidos, salvo VOX, y sus sindicatos de clase, salvo Solidaridad. En la imagen se puede ver al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su vicepresidente Yolanda Díaz en un acto de…
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jgmail · 9 months
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Por una ecología de la clase obrera
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Por Suzanne Icarie
Fuentes: La izquierda diario
Para aclarar los malentendidos teóricos y los obstáculos a la necesaria alianza entre el movimiento ambientalista y la clase obrera, Paul Guillibert ensaya una ecología política del trabajo. Y hace un llamado a reactivar el ecologismo obrero.
Sobre Paul Guillibert, Exploiter les vivants. Une écologie politique du travail, París, Amsterdam, 2023.
Inicialmente estructurado en torno a la “huelga escolar” y la estrategia estudiantil inaugurada por Greta Thunberg en 2018, el movimiento ambiental internacional aún no ha convergido masivamente con el movimiento obrero, a pesar del continuo empeoramiento de la crisis ecológica y una notable intensificación de la lucha de clases, como se vio en Francia con la revuelta de los Gilets Jaunes y los movimientos contra las pensiones en 2019 y 2023. Mientras que algunos “huelguistas ambientales” se plantean ahora modos de acción más radicales, como la recuperación de tierras o el “desarme” de infraestructuras destructoras del medioambiente, siguen siendo pocos los interesados en llevar a cabo acciones localizadas en los lugares centrales de la producción capitalista y en colaboración con los trabajadores empleados en sectores estratégicos, como la energía o el transporte. Convencido de que los malentendidos teóricos son uno de los obstáculos que se oponen a esta necesaria alianza entre los activistas medioambientales y la clase obrera, el filósofo Paul Guillibert propone en su último libro, Exploiter les vivants. Une écologie politique du travail (Explotar a los vivos: una ecología política del trabajo), una aclaración conceptual centrada en dos cuestiones.
En primer lugar, sintetiza los trabajos de las ciencias humanas y sociales para convencer a quienes se preocupan por la crisis ecológica de que la catástrofe actual es en gran medida el resultado de las diversas formas capitalistas de explotación del trabajo. En segundo lugar, en el capítulo central de su libro, Guillibert propone reexaminar el concepto de “poner a trabajar la naturaleza” desarrollado por el geógrafo marxista Jason W. Moore. ¿Afirmar que el capitalismo contemporáneo “pone a trabajar a la naturaleza” a escala planetaria significa que los capitalistas someten a los agentes “no humanos” a una forma de explotación idéntica o comparable a la de los trabajadores humanos?
Para Guillibert, esta cuestión no es un simple juego de lenguaje. Tiene fuertes implicaciones políticas, que desarrolla en el tercer capítulo de su libro, de orientación más estratégica que los dos precedentes. En su opinión, solo una disminución radical de la producción, acompañada de la emergencia de un nuevo imaginario político, permitirá luchar contra el ecocidio planetario en curso. A diferencia de los defensores no marxistas del decrecimiento, que tienden a pensar en términos individuales, el planteamiento de Guillibert pretende vincular esta consigna con el cuestionamiento del capitalismo y la defensa del comunismo como única alternativa viable a este modo de producción ecocida.
Aunque afirma que asignar un papel estructurador a los trabajadores de la industria y la energía en las futuras luchas políticas “tiene mucho sentido en vista de la centralidad de la energía en la producción capitalista” [1], Guillibert no examina con precisión las formas en que esta clase obrera cuestionará la producción capitalista y destructiva y la sustituirá por una forma más democrática de organización económica que sea, sobre todo, compatible con la continuación de la vida en la Tierra. Pero el objetivo de Exploiter les vivants no es señalarle a los trabajadores qué forma adoptará el control obrero de la producción ecológica. Su meta principal es convencer a los simpatizantes del movimiento medioambiental y a los intelectuales ligados a él de que dejen de dar la espalda a la categoría de “trabajo” en sus teorías y prácticas.
Una perspectiva marxista del ecocidio en curso
En términos teóricos, los primeros interlocutores de Guillibert fueron los pensadores críticos de la ecología política que estudiaron el ecocidio situando el género, la colonialidad y el estudio de la tecnología en el centro de su pensamiento. Sin dejar de reconocer el gran valor de sus trabajos, Guillibert sostiene que convendría combinarlos con un enfoque marxista de la crisis ecológica actual.
Este enfoque marxista, que se afirma en la introducción, evita los dos principales escollos de la ecología tal y como la promueven las clases dominantes. Volviendo a la definición de Marx del capitalismo como modo de producción que combina tecnología, producción y consumo, muestra que la transición ecológica no se producirá como resultado de la innovación tecnológica o de cambios en el comportamiento individual. De la misma manera, pensar en la transición como un cambio necesario y drástico del modo de producción previene contra la tendencia al desprecio ecológico de clase, por el cual quienes no tienen los medios para afrontar la transformación de sus modos de consumo son acusados inmediatamente de “negacionismo climático” por aquellos entre las clases medias y altas que poseen “consciencia climática”. Sin embargo, la lección que saca Guillibert de la revuelta de los Chalecos Amarillos es que, lejos de estar reñidas con la ecología, las clases trabajadoras de los países imperialistas pueden producir una visión de futuro alternativa a la transición ecológica que las clases dominantes intentan imponerles.
Para persuadir a los partidarios de la ecología política radical del papel esencial que tienen los trabajadores en la lucha contra el desastre ecológico, Guillibert comienza destacando el hecho de que las relaciones de clase han sido fundamentales en la historia de la crisis ecológica desde la era moderna. Se remonta a varios siglos antes de la Revolución Industrial inglesa del siglo XVIII, que condujo a la generalización de la relación salarial y a la consiguiente utilización de combustibles fósiles. Basándose en particular en los trabajos de los historiadores del medio ambiente Jean-Baptiste Fressoz y Fabien Locher [2], Guillibert sostiene que fue el desarrollo de las primeras economías coloniales y esclavistas a partir del siglo XV lo que inauguró la catástrofe ecológica que sigue desarrollándose hoy en día.
Si bien el trabajo asalariado se convirtió en la principal forma de explotación laboral con la progresiva extensión del capitalismo industrial y de los combustibles fósiles por todo el mundo, el autor señala que dicha explotación del trabajo asalariado fue posible gracias a la apropiación de otras formas de trabajo, en particular el trabajo en régimen de servidumbre en las colonias y el trabajo reproductivo, realizado principalmente por las mujeres en el hogar. La explotación asalariada también se basa en la apropiación de la “naturaleza”, que Guillibert propone definir aquí como todas las realidades que los capitalistas consideran que no tienen valor de cambio y que, por tanto, pueden apropiarse gratuitamente.
Demostrar que el capital acuerda valor solo a una parte del trabajo explotado y de las fuerzas naturales apropiadas no tiene únicamente importancia teórica. Si ciertas feministas marxistas de los años 60 y 70 promovieron una definición del trabajo más inclusiva que la que figura en El Capital de Karl Marx, fue para dar armas a los movimientos de liberación de la mujer más radicales de su época. Del mismo modo, al denunciar la concepción reduccionista e inerte que tiene el capital respecto a la naturaleza, Guillibert pretende dotar a los pensadores ecologistas radicales con herramientas de lucha suplementarias.
El enfoque adoptado en Exploiter les vivants también se inspira en el Libro I de El Capital en la medida en que Guillibert opta por centrarse en las características específicas del modo de producción capitalista. En su opinión, el extractivismo puede definirse como el modo típicamente capitalista de apropiación de la naturaleza. A diferencia de la socialización de la naturaleza en las sociedades donde no domina el capitalismo, el extractivismo se practica sin ninguna contrapartida religiosa o simbólica. Por lo tanto, no tiene límites. El modo de producción capitalista es también el único que separa radicalmente las actividades de subsistencia de las demás actividades sociales. Así, para Guillibert, como para muchas feministas marxistas antes que él, el “trabajo doméstico” como actividad de producción y reproducción de la vida, separada de la esfera productiva, solo existe bajo el capitalismo. Del mismo modo, el filósofo coincide con la socióloga Jocelyne Porcher en que el trabajo animal alienado solo existe en el contexto de la producción capitalista y, en particular, en las granjas industriales. Para Guillibert, las formas de resistencia que los animales son capaces de desplegar en esas granjas son la prueba de que los humanos no son los únicos desposeídos de su “ser genérico” por el modo de producción capitalista.
Los trabajadores en el centro de la transición ecológica
Según Guillibert, los ecologistas tienen todas las de ganar si desarrollan nuevas estrategias a partir de los lugares donde desarrollan su actividad los trabajadores, a condición de que asuman la constatación de que el capital domina conjuntamente la naturaleza, el trabajo humano y el trabajo “no humano”. Mientras que las “huelgas ambientales” a menudo se han contentado con retomar métodos de movilización inventados por la clase obrera, el movimiento ambiental debe ahora ir más lejos y apoyar más sistemáticamente las movilizaciones obreras en favor de una auténtica reconversión ecológica, en la línea de las luchas llevadas a cabo por los trabajadores de la refinería Total de Grandpuits o por los antiguos trabajadores de la planta subcontratista de automóviles GNK de Florencia.
En función de alentar a que ese tipo de acciones se multipliquen, Guillibert recuerda a lo largo de su libro una serie de episodios emblemáticos del “ecologismo obrero”. Desde las primeras décadas de la industrialización, los miembros de esta clase se han movilizado políticamente con frecuencia contra los efectos nocivos del modo de producción capitalista sobre sus cuerpos y sobre los lugares donde viven. Desde principios del siglo XX, algunos sindicatos estadounidenses de trabajadores de la madera fueron aún más lejos al reivindicar una gestión racional de los bosques: consideraban que esas prácticas conservacionistas eran inseparables de la mejora de sus propias condiciones de vida y de trabajo. A la cabeza del Sindicato de Trabajadores del Petróleo, la Química y la Energía Atómica (OCAW) y en contacto con los trabajadores de Shell, el activista estadounidense Tony Mazzochi proclamó a principios de los años 70 la necesidad de preparar la reconversión de los trabajadores del sector petrolero hacia actividades menos destructoras de los cuerpos y de la naturaleza. Guillibert señala que el plan de reconversión ecológica propuesto por Mazzochi hace cincuenta años era mucho más radical en su contenido que la “transición justa” preconizada desde 2010 por las burocracias sindicales representadas a escala mundial por la CSI (Confederación Sindical Internacional).
Convencido de que la alianza entre el movimiento ambientalista y los trabajadores a favor de la transición ecológica vendrá desde abajo, Guillibert no subestima las dificultades que también existen en este plano. Si bien considera que la condena en 2012 contra el grupo siderúrgico ILVA, que empeoró la vida de todos los habitantes y trabajadores de la ciudad italiana de Taranto, es una victoria conjunta de los movimientos ecologistas y del mundo del trabajo, muestra que el vínculo entre el sindicalismo de base en la fábrica y el sindicalismo más comunitario dirigido por los movimientos de mujeres y de residentes locales no es algo que se haya dado de forma evidente ni automática.
Hacia una teoría ecológica del capitalismo
Al tiempo que defiende las aportaciones teóricas y prácticas del enfoque marxista a la crisis ecológica, Guillibert afirma que esta catástrofe es también una oportunidad para que la tradición filosófica de la que él proviene se actualice desarrollando “una teoría ecológica del capitalismo”. En particular, insta a sus colegas marxistas a no reducir el ecocidio a la crisis climática, porque tal reducción les lleva a propugnar soluciones que él considera que confían demasiado en el progreso tecnológico y que están demasiado centradas en los países del Norte global.
En este sentido, Guillibert critica el plan de batalla propuesto por Matt Huber en 2022 en su ensayo Climate Change as Class War: Building Socialism on a Warming Planet. A pesar del título de su libro, que hace referencia a una escala planetaria, Matt Huber plantea que la transición energética puede comenzar con la socialización del sector de producción de electricidad en Estados Unidos, en la medida en que se trata de un área especialmente estratégica y sindicalizada en el corazón de uno de los principales países emisores de gases de efecto invernadero. Sin negar la importancia del trabajo de Huber, Guillibert considera que uno de los límites de este “socialismo en un solo sector” y en un solo país es que no se enfrenta a la catástrofe ecológica a la escala a la que se está desarrollando: la del sistema-mundo capitalista.
Siguiendo el ejemplo del peruano José Carlos Mariátegui y del trinitense Eric Williams, los pensadores marxistas del Sur han demostrado desde hace más de un siglo que los hombres blancos asalariados y sindicalizados están lejos de ser los más explotados en el contexto de un capitalismo cada vez más globalizado. Desde la época de las primeras plantaciones, la división capitalista del trabajo también ha producido y reproducido relaciones de dominación racial, que los pensadores marxistas tienen el deber de considerar y combatir.
Para ello, es particularmente importante estudiar en detalle las diferentes formas que adopta el imperialismo en nuestro mundo poscolonial, que está sumido en formas particularmente agudas de crisis ecológica. Como demuestran los trabajos de los ecosocialistas estadounidenses John Bellamy Foster y Brett Clark, el imperialismo ecológico no es nada nuevo en el siglo XX [3]: es una de las realidades constitutivas del modo de producción capitalista. Sin embargo, con la descolonización del mundo a partir de 1945 y la multiplicación de las migraciones intercontinentales de mano de obra, ya no es posible proponer una geografía de la dominación mundial similar a la presentada por Rosa Luxemburg en La acumulación del capital. En el siglo XXI, la explotación asalariada existe mucho más allá de las fronteras de los países del centro, y los trabajadores que migran hacia allí pueden verse sometidos a formas de explotación desenfrenada que prolongan las prácticas que prevalecían en los Estados periféricos en la época de la colonización. Por lo tanto, incluso dentro de los Estados imperialistas, no toda la mano de obra está sujeta a la forma “regulada” de explotación que distinguía a los trabajadores asalariados en contraposición a los pueblos colonizados en la primera mitad del siglo XX.
Es en este sentido en el que Guillibert considera que quienes forman parte del ecologismo radical y de los movimientos de izquierda radical con base dentro de las fronteras de la Francia continental deberían apoyar más las luchas en curso en los territorios dominados por el imperialismo, ya sean países semicoloniales o de persistencia colonial, como los llamados territorios de ultramar de Francia, y, por ejemplo, no permanecer en silencio ante la operación Wuambushu en Mayotte. Con ello se hace eco de la exhortación [4] dirigida a los simpatizantes de Soulèvements de la Terre [5] por el filósofo Malcolm Ferdinand en la antología On ne dissout pas un soulèvement publicada la primavera pasada. Aunque la violencia en Sainte-Soline [6], Martinica y Mayotte no es idéntica, Ferdinand afirma no obstante que “sigue siendo algo común, dando testimonio de la misma política de destrucción de la tierra y de deshumanización de una parte de sus habitantes: una política capitalista y neoliberal impuesta por la fuerza” [7].
Guillibert comparte la observación de Ferdinand sobre la multiplicidad de relaciones de dominación que estructuran el mundo actual, y cree que no surgirá una clase ecológica en el sentido del término que le da Marx. Para luchar contra la crisis ecológica y desarrollar una “ecología de clase” en los viejos países industrializados como Francia, Guillibert sostiene que hay que apoyarse en la multiplicación de las alianzas entre grupos sociales explotados de diversas formas por el capitalismo contemporáneo. Para el filósofo, las alianzas que se forjen también deben contribuir a la emergencia de una forma de subjetividad política que vincule a los humanos y a los “no humanos”, de ahí el lugar importante que concede en su libro y en su pensamiento al trabajo animal y a la resistencia que probablemente muestren frente al modo de producción capitalista.
Contrariamente a las propuestas teóricas de Bruno Latour [8] y Andreas Malm, la amplia definición que hace Guillibert del sujeto político de la transición ecológica tiene la ventaja de demostrar que no puede tener lugar una transición “justa y eficaz” sin los trabajadores. No obstante, es una lástima que en la parte final y programática de su libro no aborde de forma más concreta las transformaciones sociales y económicas que hay que llevar a cabo en el interior de los centros de producción capitalistas para frenar la crisis ecológica.
Ecología de clases y comunismo de lo vivo
Para Guillibert, el principal reto de la “ecología de clase”, que también denomina “ecología obrera”, es luchar contra la mercantilización de todos los aspectos de la vida. En su opinión, así es como los trabajadores explotados se liberarán de su doble dependencia del trabajo asalariado y del mercado de bienes de consumo, por lo que los anima a participar de experimentos ecológicos que intenten desarrollar nuevas formas de subsistencia al margen del sistema capitalista, a escala de determinados territorios.
En el marco de los debates marxistas contemporáneos, Guillibert se sitúa así resueltamente del lado de Kohei Saito frente a la propuesta “ecomodernista” de Huber esbozada más arriba. Llegado al final de su razonamiento, considera que solo una versión mejorada del “comunismo del decrecimiento” teorizado por el filósofo japonés es capaz de alcanzar el principal objetivo de la ecología obrera: “arrancar la reproducción social a la producción capitalista”. Al igual que Saito, Guillibert vuelve a poner en el orden del día las consignas históricas del movimiento obrero marxista, como la abolición del trabajo asalariado, el fin de la división capitalista del trabajo que opone el trabajo manual al intelectual y la reducción de la jornada laboral. Saito y Guillibert añaden las del decrecimiento y el aumento de las tareas vinculadas a la reproducción ecosocial, encarnadas en particular por los trabajadores de las tareas de cuidado y del tratamiento de residuos que Guillibert destaca constantemente en su libro.
Para hacer deseable el programa de Saito, Guillibert considera que su tarea como filósofo consiste en contribuir a la emergencia del imaginario de un “comunismo de lo vivo”, atento a las causas sociales de la destrucción ecológica en curso y que tenga en cuenta las relaciones y simbiosis entre el mayor número posible de seres vivos explotados. Deja a otros la tarea de determinar la forma y la naturaleza exactas del poder que sería capaz de planificar el ambicioso programa político expuesto al final de Exploiter les vivants. Sin embargo, en la medida en que este programa prevé la reorientación de la producción hacia el trabajo de reproducción ecosocial, el racionamiento de los más ricos, la abolición de la propiedad privada y la lucha contra todas las formas de apartheid climático, es en realidad indisociable del desarrollo de una estrategia revolucionaria cuyo sujeto principal sigue siendo la clase obrera.
Notas:
[1] Paul Guillibert, Exploiter les vivants, París, Amsterdam, 2023, p. 171
[2] Jean-Baptiste Fressoz y Fabien Locher, Les Révoltes du ciel. Une histoire du changement climatique XVe-XXe siècle, París, Seuil, 2020.
[3] Brett Clark, et John Bellamy Foster. 2009. ‘Ecological Imperialism and the Global Metabolic Rift : Unequal Exchange and the Guano/Nitrates Trade’. International Journal of Comparative Sociology, 50(3-4), 311-334.
[4] Malcom Ferdinand, « Outre-mer, Pour des soulèvements décoloniaux de la Terre » en On ne dissout pas un soulèvement, París, Seuil, p. 109-112
[5] Colectivo ecologista francés radical y contestatario. Fundado en enero de 2021, se opone al acaparamiento de tierras y lucha contra determinados proyectos de desarrollo de infraestructura. (Nota del traductor)
[6] Comuna rural francesa del oeste del país donde en 2022 hubo represión contra el movimiento que se oponía a la construcción de una “mega-cuenca”. (N. del T.)
[7] Malcom Ferdinand, op. cit., p. 111
[8] Ver por ejemplo: Bruno Latour y Nikolaj Schulz, Mémo sur la nouvelle classe écologique. Comment faire émerger une classe écologique consciente et fière d’elle-même, París, La Découverte, 2022
Traducción: Guillermo Iturbide
Fuente: https://www.laizquierdadiario.com/Por-una-ecologia-de-la-clase-obrera
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reporteambiental · 1 year
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LA HISTORIA DEL MOVIMIENTO AMBIENTALISTA
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El movimiento ambientalista, también conocido como ecologismo o movimiento verde, es una organización social y política de carácter global cuyo objetivo es defender el medio ambiente, promoviendo para ello la educación ambiental y las políticas públicas conservacionistas.
En este artículo analizaremos cómo ha sido la historia del movimiento ambientalista y como ha logrado que la humanidad entera haya comenzado a tomar conciencia de la urgencia de proteger la tierra frente al  avance del cambio climático.
¿ De qué se trata el movimiento ambientalista?
El movimiento verde o ecologismo aspira a despertar el compromiso de todos los sectores de la población para marchar hacia una sociedad más sustentable, más consciente del cuidado de sus recursos y más sensible frente a los cambios drásticos de la crisis climática. Es decir, que conviva de manera armónica con el ecosistema y le garantice un futuro verde y más saludable a la humanidad.
Este objetivo se persigue a través de distintas organizaciones de alcance local e internacional cuyas acciones de promoción, de educación ambiental y de denuncia intentan resaltar la urgencia de tomar cartas en el asunto; así como la necesidad de establecer leyes que endurezcan las sanciones contra la producción de productos contaminantes, fomenten el uso responsable de los recursos y la tecnología y eduquen a las futuras generaciones en los valores de convivencia con el medioambiente. 
La gestación del movimiento ecologista
El surgimiento del ecologismo o movimiento verde está relacionado con el desarrollo de la democracia y las libertades civiles conseguidas por la población luego de la Revolución Industrial. 
Se considera que durante el siglo XX se dio inicio al movimiento ambientalista, sobre todo luego de la publicación de la “Primavera silenciosa”, libro de Rachel Carson en el que se representaba la muerte de la vida en el planeta debido a la actividad industrial por parte de los humanos.
Los números desastres y eventos de impacto ambiental que se sucedieron durante este siglo, junto con el miedo a la destrucción atómica de la vida en el planeta, fueron los responsables de sentar las bases para la creación de una organización que alertara sobre las catastróficas consecuencias que podría tener la acción humana en el medio ambiente si no se controlaba.
Desde entonces, estos movimientos han proliferado y existen en todos los hemisferios aliados a todas las formas de ideología conocida, desde posturas radicales a reformistas. Muchos de ellos han cobrado vital importancia de cara a los desastres naturales del siglo XXI que apuntan a la inminencia del cambio climático.  
¿Cuáles son los objetivos del movimiento verde?
Pueden resumirse en los siguientes:
Impulsar la conciencia medioambiental mediante la educación.
Abogar por legislaciones que promuevan la responsabilidad ecológica. 
Abstenerse del consumo de productos perjudiciales para el ecosistema.
 Alertar sobre los impactos ambientales a corto, mediano y largo plazo del modelo industrial de producción y consumo. 
Movilizar a la población en pro del reciclaje, conservación y recuperación del ecosistema. 
Promover un enfoque político ambientalmente responsable (ecología política) para lograr un cambio global. 
Defender un estilo de vida urbano más saludable, con acceso a agua, aire y tierra libres de contaminación.
Principales características
El movimiento ecologista es una amplia y diversa red de organizaciones y activistas que comparten una preocupación común por el medio ambiente y la sostenibilidad del planeta.
Una de las características principales de este movimiento es su falta de uniformidad y estructura centralizada. No existe una única entidad que lo represente, sino que está compuesto por una gran variedad de grupos, desde pequeñas organizaciones locales hasta grandes ONGs internacionales con presencia global.
Las organizaciones ecologistas varían en tamaño, enfoque y alcance de sus actividades. Algunas son pequeños grupos locales que se centran en temas específicos de su comunidad, mientras que otras son organizaciones internacionales que abordan cuestiones a nivel global. Entre las ONGs más conocidas a nivel mundial se encuentran Greenpeace, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y BirdLife International, que han logrado una amplia representación por sus esfuerzos en proteger el medio ambiente.
Otra característica distintiva del movimiento ecologista es su enfoque en la acción directa y la defensa activa de los recursos naturales y la vida silvestre. Algunos grupos, como el Frente de Liberación Animal (FLA), adoptan una postura más radical y buscan acciones inmediatas para proteger a los animales y el entorno. Estos grupos pueden llevar a cabo liberaciones de animales en cautiverio, sabotear instalaciones experimentales o llevar a cabo campañas de propaganda agresivas para llamar la atención sobre cuestiones ambientales urgentes.
Además de la acción directa, el movimiento ecologista también se dedica a la promoción de políticas y leyes ambientales que fomenten la conservación y protección del medio ambiente. Abogan por una mayor responsabilidad ecológica por parte de las empresas y los gobiernos, y trabajan para sensibilizar a la sociedad sobre los impactos negativos de ciertas prácticas y comportamientos humanos en el entorno natural.
Conclusiones
La historia del movimiento ambientalista es una mezcla de lucha, protección y concientización. Surgió ante la necesidad de educar a la población sobre el medio ambiente y promover leyes responsables para proteger el ecosistema para las futuras generaciones.
Originally published at https://reporteambiental.com/ July 28, 2023
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esha-riva · 4 years
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El Movimiento del Derecho al Aborto En El Salvador
En nuestra blog este semestre, nosotros queremos explorar el movimiento del derecho al aborto en varias países en América Latina. La tema de aborto es una cosa que está subiendo mucho en las noticias en los Estados Unidos ahora pero durante nuestras vidas la tema de aborto en América Latina no es algo que nos aprenderíamos sobre normalmente. Queríamos hablar y aprender más sobre cómo aborto en America Latina y especialmente queríamos investigar lo que las mujeres activistas tienen en común con este tema. Eso es interesante para nosotros porque en el semestre pasado hablamos de las activistas feministas que habían luchado por el derecho de votar. Será interesante ver las diferencias y similitudes entre las feministas en diferentes movimientos. En nuestro blog no solo habláramos sobre los movimientos del derecho al aborto en America Latina, pero también habláramos sobre las personas que los inspiraron. Nosotros miraremos las historias de las mujeres que son las caras de este movimiento y que lo representan. Además nos enfocaremos en el movimiento en países diferente y como el movimiento cambia. Nuestros blog anteriores hablaban de las mujeres cuando luchaban por los derechos políticos durante un tiempo diferente, ahora después de que las mujeres tienen ya derecho a votar, ahora están luchando por sus propios derechos sociales y médicos.
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Una foto de un manifestante.
En este blog, el país del que estaremos hablando sobre es El Salvador. Cuando se trata de derechos y leyes sobre el aborto, El Salvador tiene una de las leyes más restrictivas del mundo. Especialmente comparando las leyes con las de los Estados Unidos, son mucho más extremas porque en los Estados Unidos hay lugares donde se permite la absorción. En El Salvador, la ley más actual fue aprobada en 1998 y prohibe el aborto en todos circunstancias. Esto significa que si una embarazada representa un riesgo para la vida de las mujeres o una embarazada de un caso de violación, no le permitiría a las mujeres abortar. Además, en enero de 1999, le modificó al artículo uno de la constitución para reconstruir el derecho a la vida en el momento de la concepción. Estación criminaliza aun mas el aborto y proporciona base legal para que el país proseguía los delitos relacionados con el aborto como homicidio.
La prohibición contra el aborto en El Salvador, viola los derechos humanos de las mujeres. En febrero 2011, la relatora especial de las Naciones Unidas sobre la violencia contra la mujeres dijo que la prohibición del aborto en el país ponía en riesgo a las mujeres y adolescentes, porque muchas de ellas podían recurrir a ortos ilegales y clandestinos.
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Una foto de Imelda Cortez con manifestantes.
Muchas mujeres sufren como resultado de esta leyes, especialmente las mujeres que no decidieron quedar embarazadas. Una de las mujeres que sufrieron como resultado de esta ley es Imelda Cortez. Ella tiene 21 años y es de El Salvador y su historia se ha convertido en uno de los casos más conocidos del país. Cuando ella tenía 12 años fue violada por su padrastro muchas veces. Después de quedar embarazada dio a luz inesperadamente en el baño de su casa. Ella estaba arrestada debido a un informe médico que sospechaba de un intento de homicidio, pero cuando fue en realidad un parto accidental. Estuvo recluida en prisión durante 20 meses sin apoyo médico o psicológico.
Imelda no tuvo elección en el embarazo, fue violada y luego fue encarcelada por esa violación. Muchas otras mujeres comparten una historia similar. Evelyn Hernandes es otra mujer que no sabía que estaba embarazada y dio a luz en el baño. Ella fue acusada de homicidio y condenada a 40 años de prisión. Mujeres como Evelyn Hernandez e Imelda Cortez fueron acusadas de homicidio cuando en realidad ese no era el caso. Sabíamos de historias similares en los Estados Unidos pero no sabíamos cómo eran, debido a la falta de cobertura de la prensa de estos temas en otros países. Si viviéramos en estos países como El Salvador, habríamos oído sobre estas mujeres y sus historias.
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Una foto de un manifestante.
Pensamos que es muy importante que lectors comprendamos que el movimiento del derecho al aborto es un movimiento inspiraba por las historias y experiencias de mujeres en todo el mundo. Este movimiento en El Salvador comenzó debido a las personas que escuchan estas historias personales. Por ejemplo, la historia de Imelda Cortez, quien habíamos hablado sobre antes, provocó la atención de los medios en América Latina. Pero, en los países de Occidente y en Asia y Europa, no había mucha atención y cobertura del movimiento del derecho al aborto. Personalmente, nosotras nunca habíamos oído sobre las protestas contra el encarcelamiento de Imelda. Si estos casos tuvieran la atención de los medios en continentes diferentes, el movimiento sería más impactante y poderoso porque recibiría el apoyo de la gente internacional.
Cuando Imelda caminó fuera de la cárcel, personas habían rodeado el edificio. Ellos estuvieron gritando “Sí se pudo!” En nuestra opinión, la libertad de Imelda renació el movimiento. Nosotras pensamos que es muy interesante que cuando un movimiento tiene una cara conectado a su tema, puede tener más éxito en comparación a un movimiento sin las historias personales.
Leímos un artículo de VICE que estaba discutiendo las consecuencias del movimiento en el sistema político en El Salvador. El escritor dijo que un grupo de mujeres políticas estaban luchando contra la prohibición del aborto en El Salvador se habían inspirado en el ‘escuadrón’ de los Estados Unidos. El artículo conectaba un grupo de mujeres que habían formado un grupo de políticos que se presentaban para un puesto público en una plataforma para los derechos de mujeres como aborto y políticas progresivas.
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Una foto del grupo de mujeres que se están postulando para la oficina política: Bertha De León, Kayla Caceres, Wendy Delgado Fernández, Angélica Maria Rívas, y Amanda Quijano.
Como las mujeres políticas en el ‘escuadrón,’ (Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Talib, Cori Bush, y Ayanna Pressley), el grupo en El Salvador tiene cinco mujeres políticas: Bertha De León, Kayla Caceres, Wendy Delgado Fernández, Angélica Maria Rívas, y Amanda Quijano. Estas mujeres salvadoreñas, son de un nuevo grupo político se llamó Nuestro Tiempo Partido. En similitud al ‘escuadrón,’ las mujeres salvadoreñas son parte de una ola de jóvenes que se involucran en la política. Cualquiera en los Estados Unidos podría ver esta ola por las protestas en su país que han tenido a los jóvenes como sus líderes.
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Una foto de Bertha De León y Evelyn Hernandez Cruz.
Bertha De León era una abogado derechos humanos antes de hacer campaña por el cargo. Su fondo en derechos humanos guió a ella a convertirse en la tema de aborto. Ella había luchado por las liberaciones de las mujeres encarceladas por recibiendo un aborto o otras casos en relación al nacimiento, como las casos de Imelda Cortez y Evelyn Hernandez Cruz. Una otras mujer del grupo, Amanda Quijano, es la hija de Morena Herrera, una feminista famosa en El Salvador. Nosotras dudamos que sin sus fondos, estas mujeres no estén en las posiciones que tienen ahora, ni tengan la pasión por temas feministas.
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Una foto de manifestantes con bufandas verdes.
Para más personas el color verde simboliza los temas del ecologismo. Sin embargo, en El Salvador el color verde había convertido en un símbolo de la lucha por los derechos al aborto. Una manera que los manifestantes usarían era las bufandas verdes. Pensamos que este tipo de protesta es muy inteligente porque una bufanda es una cosa que alguien puede comprar. Por esta razón pensamos que este tipo de protesta es muy accesible para todos quien quiera protestar.
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Una foto de Bertha De León.
En un país donde ocho de cada diez personas se identifican como evangélicas o católicas, el aborto es una tema divisico. Debido a esto, está comprendido porque en El Salvador las cinco mujeres políticas son consideradas como radicales. Aunque las cinco mujeres habían dicho que si fueran elegidas a gobierno, presentarían las leyes que despenalizarían el aborto en casos limites. Por ejemplo en casos de violación, si la vida de una madre está en risego, o si el feto no puede sobrevivir fuera del útero. Pero estas leyes no son radicales para muchas personas en los Estados Unidos y en el Oeste. En la perspectiva de estas personas, las policías de las cinco mujeres políticas en El Salvador son moderadas. Sin embargo, este contraste muestra las culturas diferentes y normas de sociedad que países diferentes tienen. Por ejemplo, en nuestras blog de primer semestre, una tema que nosotras habíamos mencionado mucho era la cuestión de si o no si las activistas femeninas que lucharon por el derecho a votar para las mujeres habían empujado los límites de su activismo y si las mujeres podrían hacer más cambio sí serán más radicales en nuestra los ojos. Todavía tenemos las mismas cuestiones sobre las mujeres políticas de El Salvador.
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Fuentes:
https://www.telesurenglish.net/news/5-Significant-Women-Social-Movements-in-Latin-America--in-2018-20190308-0020.html
https://www.reproductiverights.org/sites/crr.civicactions.net/files/documents/GLP_FS_ElSalvador-Final.pdf
https://globalhumanrights.org/commentary/the-fight-for-reproductive-justice-in-el-salvador-imelda-cortez-freed/
https://www.bbc.com/news/world-latin-america-49368632
https://www.theguardian.com/world/2018/dec/17/el-salvador-rape-victim-freed-imelda-cortez-abortion
https://www.vice.com/en/article/n7vypg/female-politicians-fighting-el-salvadors-abortion-ban-draw-inspiration-from-the-us-squad
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zizek101 · 7 years
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Slavoj Zizek el izquierdista conservador
Por Eduard A. Ccoa Jordán
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Zizek es posiblemente uno de los filósofos más importantes que ha parido nuestra época. El gigante de Eslovenia como se le considera en su pequeño país es un provocador sin remedio y un escritor muy prolífico, ha publicado más de 40 libros. Hegel, Marx y lacan son los nombres más prominentes que dan vida  a su “loca filosofía”, y a partir de los cuales es capaz de explicar los problemas más acuciantes —desde el multiculturalismo hasta el ecologismo. No es uno de esos sofisticados y refinados filósofos de las exquisitas universidades anglosajonas y europeas sino un filósofo sencillo que mezcla de forma extraordinaria la más alta teoría filosófica con los ejemplos más prosaicos de la cultura popular. Sin embargo, no debemos perdernos en su intrincado y fascinante pensamiento porque estamos tratando con, S. Zizek, “el filósofo más peligroso de occidente” según National Review.
Zizek es un pensador radical porque no solo arremete violentamente contra los humanitarios y objetivos liberales, sino principalmente contra los académicos izquierdistas fascinados con los estudios culturales y las políticas identitarias. Los deprecia por igual sin la menor consideración ética o política ya que —de acuerdo a él—  no hacen más que jugar el juego multiculturalista mientras el capitalismo sigue su imperturbable marcha. Zizek es junto a Badiou, Ranciere y  Balibar un fiel creyente en la “política de la verdad” y  la emancipación revolucionaria. Su defensa de una política universal lo convierte en un paria entre los académicos liberales e izquierdista que han percibido en sus ideas radicales el retorno del terror revolucionario comunista.
En estos tiempos políticamente correctos, la crítica radical al capitalismo es teórica y prácticamente inexistente. La izquierda está más comprometida con los derechos humanos y los demandas identitarias. La cultura se ha convertido en el campo de batalla favorito para esta nueva izquierda antiesencialista y pospolitica; de ahí que sus unicos objetivos se inscriban en realizar cambios superficiales en las instituciones del estado-liberalcapitalista con el noble propósito de convertirlo en una figura más responsable en términos sociales, humanitarios y ecológicos.  Sin embargo, todo este despliegue de magnaminas ideas es, para Zizek, una operación ideológica par excellence porque convierte la lucha de clases y los antagonismos políticos en simples problemas culturales y tecnocráticos. En otros terminos estamos lidiando con una izquierda posmoderna que ha convertido la crítica radical marxista en un fatuo dialogo intersubjetivo entre diversos estilos de vida. Asimismo, Zizek no comulga con el populismo de esa otra izquierda que ve en la emergencia de las nuevas identidades étnicas el único ethos a parir del cual es posible resistir la fuerza homogeneizadora del capitalismo. El filosofo esloveno está completamente convencido que dicha proliferación de nueva identidades culturales y sexuales es el reverso cultural e ideológico del capitalismo globalizado.
Frente a estas dos izquierdas, S. Zizek se erige como un teórico crítico de la auténtica política revolucionaria. De ahí que su crítica y todo su pensamiento político es lo que él mismo denomina como la suspensión política de la ética. Podemos decir, por tanto, que Zizek es un izquierdista conservador porque no comulga con las nuevas luchas culturales sino con los movimientos revolucionarios auténticamente universales.
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The Gospel Coalition: Lo que tienes que saber
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The Gospel Coalition es una red de iglesias evangélicas fundada por DA Carson y Tim Keller, quien ha estado en una tendencia descendente desde sus inicios.
Si bien la intención original de la coalición parecía estar bien, la responsabilidad dentro de la organización ha sido menos que estelar. En otras palabras, los miembros del consejo del TGC se toman en consideración mutuamente, que cualquier crítica a sus miembros se considera malicia. Además de Tim Keller, que conocido como el evolucionista, que no se apega a la autoridad absoluta de las Escrituras.
TGC se ha alineado con muchos miembros liberales a lo largo de los años. Los miembros, como Mark Driscol y James MacDonald , cuya asociación con la organización ha fracasado, sin embargo, TGC ha logrado mantenerse vivo y bien. Más recientemente en su momento, apareció Justin Taylor, un colaborador del blog de The Gospel Coalition, publicó un artículo cuestionando la inspiración y la autoridad de la Biblia, al afirmar que hay razones bíblicas para dudar de la joven edad de la tierra.
Él dice: “Contrariamente a lo que a menudo implican o reclaman los creacionistas de la tierra joven, la Biblia en ningún lugar enseña directamente la edad de la tierra.” Y luego continúa argumentando que los relatos de la creación en Génesis no son confiables, y por lo tanto, no deben tomarse literalmente.
El Dr. Randy White, un conocido maestro de la Biblia conservador, y pastor de First Baptist Church, Katy TX, dijo lo siguiente sobre el artículo de Taylor:
“Otra razón por la que no soy fanático de coalición por el evangelio: vieja estupidez del corazón”
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Thabiti Anyabwile, otro miembro del Consejo en el personal de The Gospel Coalition, entre otros, es un ferviente partidario y promotor de los esfuerzos de Reconciliación Racial de ERLC, (una versión Bautista del sur de White Privelege). Russell Moore, el ERLC y Thabiti Anyabwile celebraron una cumbre de “Reconciliación Racial” en marzo, en la cual esta idea fue escrita como una “demanda del Evangelio”. Pero toda la agenda detrás de este esfuerzo es promover una ideología socialista a través de la Iglesia y usarla incidencias percibidas de la injusticia racial como una plataforma para promover esta ideología.
Autor de Coalición por el Evangelio dice que Jesús luchó con la sexualidad, y la identidad de género
El 15 de mayo del 2015, The Gospel Coalition anunció que Russell Moore se uniría a ellos como miembro del consejo. Tenían esto que decir sobre Moore:
Russell Moore: representa el tipo de trabajo que TGC apoya apasionadamente: un ministerio robustamente bíblico, teológicamente motivado y centrado en el evangelio en la tradición reformada para la gloria de Dios y el bien de su pueblo.
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Russell Moore, quien no ha hecho nada más que promover una agenda socialista, y utilizó su posición dentro de las filas conservadoras de la SBC tradicionalmente conservadora para arrastrarse en su ideología, ciertamente no ha sido impulsado teológicamente, al menos no en una teología bíblica tradicionalmente bautista. Russell Moore ha estado motivado política y culturalmente más allá de todas las cuentas. En el año 2015, él salió y declaró que los jueces de Alabama debían defender una ley de matrimonio gay, incluso si va en contra de su moral cristiana, o deberían renunciar. Hizo esta declaración, a pesar de que la ley era contraria a la constitución del estado. También ha abogado por asistir a recepciones de bodas gay.
Más ejemplos de sus motivaciones políticas es su ansiosa voluntad de tener comunión con los incrédulos, a fin de promover leyes e ideologías moralistas dentro del gobierno. Moore se ha asociado con católicos romanos en varias ocasiones, en las cuales lo ha hecho. Hace años atrás, se asoció con la iglesia católica para promover leyes anti aborto. No es que las leyes anti aborto no sean algo bueno, pero las Escrituras nos ordenan no unir nuestras manos con la oscuridad para lograr un objetivo. La razón es que debilita el Evangelio, haciendo que parezca que aprobamos el falso evangelio del romanismo, en el que aparentemente lo hace Russell Moore. 
Moore dice: “No quiero ver menos rosarios en el March for Life”.“Esto no hace absolutamente nada para avanzar el Evangelio”, ya sabes, The Gospel Coalition afirma que lo trajeron para avanzar.
Grupos de Justicia Social, The Gospel Coalition y 9 Marks juntos
El Dr. Moore también hizo lo mismo en el año 2014 visitando el Vaticano, y tomando de la mano al rey de la idolatría, el Papa, y fotografiando con monjas, para promover el matrimonio tradicional. También es partidario de lo que él llama "cuidado de la creación”, una versión del ecologismo con temática cristiana, (adoración madre-tierra).
El Dr. Randy White dice acerca de este último movimiento de TGC, “The Gospel Coalition trata sobre cada tipo de iniciativa de justicia social que existe, pero parece bastante vacío del Evangelio.” Eso es verdad.
Coalición por el evangelio ha perdido por mucho tiempo el mantenimiento del Evangelio, ya que es el centro de atención, y se ha convertido en otra fuerza cultural y política dentro de la Iglesia visible. Ahora The Gospel Coalition tiene a Russell Moore porque representa lo que quieren. Así que ahora, Moore tiene una posición altamente influyente dentro de no una, sino dos organizaciones dentro de la iglesia evangélica para reforzar sus ideologías de “nuevo derecho religioso”, que no son más que un paquete socialista conservador, moralista y socialista, impuesto por el gobierno.
Cuanto más apoyo obtiene de los líderes de la iglesia no importa cuán radicales sean, cuanto más creíble se vea y más fuerte crezca, más fácil será transformar a la Iglesia en lo que él quiere que sea. Una plataforma para transformar a los Estados Unidos y que está avanzando en latino américa con un sistema socio económico comunitario, en el que él mismo estaría exento debido a su condición de élite.
Fuente P&P
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jgmail · 4 years
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Entrevista a Andrei Fursov: “Debemos dar una respuesta asimétrica a los amos del juego global”
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Marcelo Ramírez
Andrei Ilich Fursov es uno de los más destacados historiadores y sociólogos rusos contemporáneos. Es autor de más de 400 trabajos científicos, centrados en la metodología de los estudios histórico-sociales, teoría e historia de sistemas sociales complejos, particularidades del sujeto histórico, fenómeno del poder, la lucha mundial por el poder, la información y los recursos. Fursov es miembro de la Academia Internacional de Ciencias de Innsbruck (Austria), Director del centro de estudios rusos de la Universidad Humanitaria de Moscú, Director del Instituto de Análisis Sistémico-Estratégico y Jefe del Departamento de Asia y África INION RAN.
En la presente entrevista, la primera para un medio de habla hispana, Fursov respondió a las preguntas de Marcelo Ramírez, director de contenidos de AsiaTV*, quien cedió el material a Kontrainfo para su publicación por escrito.
MR: El mundo está abandonando los Estados como factores únicos de poder y surgen otros no territoriales, como son las megacorporaciones y los grupos financieros que las controlan. Mucho se ha especulado sobre que vamos hacia un gobierno mundial, controlado por corporaciones dependientes de un puñado de familias multibillonarias, donde las coronas, como la británica, siguen teniendo una importancia central. ¿Cómo está formada la verdadera arquitectura que controla el mundo, más allá de los organismos formales en forma críptica?
A.F.: Para contestar a esa pregunta de una manera detallada necesitaría dictar toda una conferencia, por eso voy a intentar de responder en breves palabras. Sí es verdad que los Estados nacionales se van al pasado, para ellos es muy difícil competir con las corporaciones transnacionales, inclusive los Estados grandes, tales como los EE.UU., China y Rusia, no disponen de soberanía completa, ya que hay una serie de limitaciones para su soberanía de carácter objetivo en la situación actual.
Sin embargo, cuando hablamos de los globalistas, no todos ellos son parejos. Podemos destacar por lo menos dos grupos. El primer grupo lo forman los globalistas moderados. Ellos consideran que el Estado debe quedarse como criado de estructuras como el Banco mundial, el Fondo Monetario Internacional y algunas otras, y que deben ocuparse de problemas de la población local que esas estructuras globalistas no pueden solucionar. El segundo grupo, que yo llamo globalistas radicales, considera que el estado no debe existir y que el mundo debe estar compuesto por unas cuantas megacorporaciones, tipo Gran Compañía Británica de las Indias Orientales o de una serie de Grandes Venecias, que se ponen de acuerdo entre sí y que no hay lugar para Estados. Claro está que un mundo tal, un mundo ultraglobalista, puede surgir solo si desaparecen los EE.UU., China y Rusia, y en ese sentido, el presidente Trump es una persona que se opone a esa perspectiva. Él representa la línea del globalismo moderado y se preocupa por el desarrollo industrial propio del Estado. Trump no es nada nuevo, simplemente trata de frenar la ruina del sistema capitalista debido a que el capitalismo financiarizado ya no es capitalismo como tal.
El dinero, como se sabe, tiene 5 funciones, pero si se puede imprimir cualquier cantidad de dinero… Imagínense lo que hicieron con la crisis de 2008, que fue inundada por una enorme masa de dinero, quiere decir que ya no es dinero es algo diferente. En ese sentido si no nos atrevemos a decir que el sistema capitalista vive sus últimos años, con toda seguridad vive sus últimas décadas y ya tiene otro aspecto cualitativo. Cuando hablamos del sistema capitalista no podemos simplificar su contenido. El capital como tal existió antes del capitalismo y va a existir después. Es un sistema social bien complicado que asegura la acumulación constante y la expansión del capital, pero también lo limita en sus intereses esenciales y a largo plazo. Esas limitaciones son: el estado, la sociedad civil, la política y la educación masiva. Y si nos fijamos en lo que está ocurriendo en el núcleo del sistema a partir de mediados de los anos 70 será exactamente el desarme del estado. Los anglosajones lo llaman “failing away of nation state”, o sea, la disolución del estado-nación. La política ya se convirtió en una combinación de negocio del espectáculo y el sistema administrativo, la sociedad civil se restringe y la educación se descompone por todos lados. O sea, se rompen precisamente las limitaciones del capital que forman el propio sistema capitalista. En otras palabras, el capital se deshace de las restricciones del sistema capitalista. ¿Que es lo que lo reemplaza? Jacques Attali dijo que viene la economía global de distribución de los bienes con el control sobre los recursos y sobre la conducta humana. A propósito, es curioso que el pionero aquí es China con su sistema de clasificaciones sociales, contra el que el Gran Hermano de Orwell no tiene chance.
MR: En EE.UU. se ha generado una ideología conocida como queer que con diferentes variantes está desembarcando en todo Occidente y enfrenta a los habitantes entre sí, despojando a la izquierda de su ambición de cambios estructurales para enfocarse en temas de género. ¿Por qué han introducido esta ideología, que papel cumple en clave geopolítica y que riesgo entraña?
A.F.: Si hablamos de la ideología queer, o de todo este movimiento, tenemos que recordar que en la primera mitad de los anos 60 surgieron cuatro movimientos que ideológicamente minaban el movimiento de izquierda. Es el movimiento de la subcultura juvenil – rock, sexo, drogas -, el movimiento feminista, el ecologista, y por último el movimiento de minorías sexuales. ¿Cual es el objetivo de todos esos movimientos? Primero consiste en desunir a la sociedad, desunir a los opositores del sistema, sustituir los problemas de clases sociales por los problemas de relaciones con la naturaleza, relaciones entre hombres y mujeres, entre mayores y menores, ocultando el conflicto principal entre los que poseen y los que no. Además están rompiendo la estructura social de valores que se formó en los últimos 200-250 anos.
Por ejemplo, ¿para qué necesitamos el ecologismo? Claro está que lo usaron para mover parte de la industria al tercer mundo porque de veras envenena la naturaleza y vamos a quitarla de los EE.UU. y Europa. ¿Por qué no trasladar la industria automotriz desde Detroit a Corea del Sur? Sería mucho más lucrativo porque en aquel entonces en Corea no había sindicatos fuertes. Pero había otra razón para realizar ese tipo de traslado industrial. Fue como dar un golpe fuerte contra la clase obrera cuya posición se fortaleció significativamente durante tres décadas después de la guerra. Entonces el ecologismo como ideología o cuasi ideología sirvió para justificar el traslado industrial al tercer mundo y resultó como en billar meter con un solo golpe dos bolas en un bolsillo – aumento de ganancias y debilitamiento de la clase obrera.
Todos esos movimientos, tenían por objetivo debilitar el movimiento obrero. La así llamada “nueva izquierda” fue una forma para acabar con el movimiento de izquierda tradicional, y como se sabe después del año 1991, el movimiento de izquierda declina bruscamente. Como leí recientemente en la revista “Le Monde Diplomatique”, el Partido Comunista Francés en 2020 cumple 100 anos y en el artículo se pregunta si el partido comunista francés va a sobrevivir esos 100 anos…
MR: Ud. habla de que cambiar las letras rusas por latinas es más que una cuestión cultural, sino que se trata de una acción psicohistórica, tomando los términos de Isaak Asimov. Que tiene como objeto implosionar la cultura y la matriz psicohistórica. En Argentina, al igual que en buena parte de Occidente, estamos viviendo algo similar cuando se modifica nuestro lenguaje. Se ridiculizan y profanan nuestros símbolos religiosos y patrios, ¿estamos bajo el mismo tipo de ataque cultural? ¿cómo podemos enfrentar a un enemigo invisible que seduce a nuestros jóvenes con estas técnicas?
A.F.: Claro está que se trata de una agresión cultural. Sin embargo, a nuestro enemigo apenas podemos llamarlo invisible dado que parece ser obvio quien estaría interesado en romper la tradición histórica y cultural. A mediados de los años 50 cuando Nelson Rockefeller patrocinaba activamente la pintura abstracta un conocido de él le pregunto: “Nelson, como puede ser que te guste esa porquería?”, Rockefeller le respondió: “Bueno pues, algo me gusta, pero no es esto lo que tiene la importancia. Con la pintura abstracta nosotros vamos a destruir, minar las tradiciones nacionales, lo que esencial para la creación de una cultura universal única”. O sea, se trata de sustituir las tradiciones o códigos nacionales que difieren cualitativamente de una cultura global promediada. Y no solo la cultura: observamos que aparecen seres “promediados” en el sentido de género, que no son hombres ni mujeres, o sea, se trata de crear algo… crear seres humanos que no tienen cualidades.
¿Qué es lo que podemos contraponer a esto? Naturalmente tenemos que defender la tradición nacional, tenemos que desarrollarla y mostrar a la generación joven que aquí no puede haber bagatelas. En ese sentido la situación para los países como Argentina y Rusia, por ejemplo, es más fácil y más complicada al mismo tiempo que para los países islámicos o China. Lo que pasa es que estos están protegidos por una tradición que difiere fundamentalmente de la tradición occidental. No pasa lo mismo con Argentina y Rusia. Estos son parte de la tradición europea. De ninguna manera quiero identificar Europa con el Occidente. Es que la versión occidental de la civilización europea no es la única. Hemos tenido una civilización europea antigua, una civilización occidental franca, como se decía, y una civilización nororiental rusa, que son diferentes versiones de la civilización europea o sub civilizaciones. Parecido puede ser el caso de la civilización latinoamericana, que es una mezcla de la cultura india con la romana católica. O sea, se trata de un solo código que se puede virar a su lado, pero por otra parte, hay cantidad de problemas. Repito que para los musulmanes y los chinos es más fácil hacer la guerra psicohistórica. También debo mencionar que esas guerras no se ganan con la defensiva sino solo con la ofensiva.
Y cuando me preguntan cómo hay que reaccionar cuando se ridiculizan y profanan nuestros símbolos religiosos y patrióticos, no solo tenemos que defender nuestros símbolos sino también mostrar la falta de contenido y las limitaciones socioculturales de lo que se nos promulga. Claro está que tenemos que mostrar el carácter de la lucha de clases que está en el fondo de la cultura global que se impone porque esa cultura, si la podemos llamar cultura, es una cultura de acaparadores y usureros globalistas. Es que ella no tiene contenido. Una vez Karel Čapek en su novela “La guerra de las salamandras” hablando de ellas que era el símbolo de falta de espiritualidad dijo que venían como miles de máscaras sin caras detrás. Esa cultura es débil, no tiene cara, solo mascara como en las películas sobre Fantômas. Mientras que la cultura nacional si tiene su cara y hay que protegerla.
MR: Ud. ha dicho que EE.UU. cometió el error de no aniquilar a Rusia y no lo hará de nuevo, que están entonces ante una guerra de supervivencia. ¿Esa guerra se dará en términos culturales, económicos, sociales, pero no militares, debido a la capacidad mutua de destrucción de ambas naciones?
A.F.: Si, la variante más probable. Es una guerra a nivel cultural, económico, financiero y organizativo. Simplemente porque una sociedad desorganizada no puede ofrecer resistencia. Eso lo observamos en el caso de la Unión Soviética. Era un sujeto dualista que destruía a la Unión Soviética. Por una parte, eran los grupos dentro del país con el interés de convertirse en propietarios y que no podían lograr ese objetivo sin ayuda del capital occidental. Al mismo tiempo había una parte del capital occidental que tenía interés de arruinar la URSS, pero había otra parte interesada solo en aflojarla. Ninguno de los dos podía lograr su objetivo por si solo y entonces los esfuerzos combinados de este doble sujeto llevaron a la destrucción del país. El principal instrumento con que se hizo la destrucción era la desorganización, o sea la utilización del arma organizativa.
Por ejemplo, en el año 1986 se aprueba la ley sobre la actividad laboral individual. Parece excelente, a la gente se le da la oportunidad de ganar más, pero se establece el impuesto de 65%! Claro está que la gente no lo iba a pagar y que la economía iba a pasar a la sombra. Fue en esa sombra donde se encontraba con los criminales y donde comenzó la explotación criminal del negocio. Resulto que la ley sobre la actividad laboral individual se convirtió en el instrumento para el lavado de dinero criminal a la sombra. Otra ley que salió más dura todavía fue la ley sobre la empresa estatal. Esa entró a la fuerza el primero de enero de 1989 para unas 200-250 empresas. Otra vez, al parecer magnifica propuesta. Algunas de esas empresas obtuvieron la oportunidad de salir al mercado internacional y convertirse en agentes en ese mercado. ¿Y como salió en realidad? Los productos de esas empresas se vendían por dólares que se volvían a la URSS, se convertían en rublos aumentando la oferta de los mismos de una manera brusca. Antes el balance entre la masa en efectivo y la oferta de dinero no en efectivo estaba respetado igual que el balance entre la oferta del dinero y la mercancía. Que es lo que paso… apareció un montón de dinero y la gente saltó para comprar todo lo que había. Comenzó con cosas pequeñas, como detergentes, sal, azúcar. En un solo año los contadores estaban vacíos y el sistema financiero resultó en quiebra. Por eso podemos caracterizar el fin del 1988 como el punto de no retorno.
Hablando de la guerra cálida tenemos una serie de limitaciones. En general los EE.UU. hubieran podido arriesgarla, pero hay posibilidad de recibir un golpe inaceptable dado que Rusia es la única fuerza que puede causar daño inaceptable para los EE.UU. También existe el factor de China, que habría ganado si un choque como este se produjera. Por eso creo que el golpe principal del Occidente contra Rusia sería en la forma de guerra organizativa incluyendo ataques financieros, sociales, políticos, psicológicos y culturales.
MR: Ud. afirmó cuando llegó al papado Francisco, que EE.UU. estaba decidido a terminar con los líderes populares regionales y el argentino sería una herramienta para ello como Juan Pablo II con el comunismo. A poco menos de 5 años, Francisco se ha transformado en un crítico del liberalismo, de la cultura globalista impulsada por Occidente, y se ha transformado en un actor clave para un frente ecuménico con la Iglesia Ortodoxa Rusa y con el chiismo basado en Irán y busca acercarse a China. En la Argentina, hoy está tratando de unir la oposición frente al proyecto liberal del presidente Macri. ¿Cuáles son sus reflexiones sobre este tema luego de 5 años? ¿ha cambiado su visión sobre sus objetivos?
A.F.: Bueno pues, es posible que hace 5 años me haya equivocado, pero también es posible que haya pasado algo diferente. Cuando hablamos de la élite occidental hay que tener en cuenta que esta tiene muchas facetas. Podemos distinguir por lo menos dos grupos. Uno está compuesto por anglosajones y judíos –sin duda es un grupo, Israel también lo integra-, y el otro, por las aristocracias de Alemania del sur e Italia del norte que son las aristocracias de los güelfos. Les puedo recordar que durante los siglos medievales cuando los emperadores peleaban con los papas, los güelfos eran los que apoyaban al Papa mientras que los partidarios del emperador se llamaban gibelinos. Si observamos la historia de la integración europea, veremos que constantemente el proyecto gibelino de unificación se alternaba con el proyecto güelfo. Por ejemplo, la unión europea de Hitler era el proyecto gibelino mientras que el que surgió en los años 90 es sin duda el proyecto güelfo. Ahora bien, en las condiciones de agravamiento de la lucha por el futuro poscapitalista, las relaciones entre esos dos grupos, de una parte, el Vaticano, los españoles, las élites de Italia del norte, los alemanes del sur y hasta cierto punto los escoceses y, de la otra parte, los anglosajones y judíos, la situación se pone más aguda. Y es muy posible que el Papa juegue su rol, pero repito que también es posible que yo me haya equivocado hace 5 años.
MR: Los cambios tecnológicos y el avance de la Inteligencia Artificial harán que desaparezcan la enorme mayoría de trabajos de todo tipo, desde físicos hasta intelectuales. Un mundo sin trabajadores implicará un mundo sin consumidores, ¿cómo se resolverá esta ecuación que pone en duda la existencia del propio capitalismo? ¿a qué tipo de sociedad marchamos en un plazo de unas pocas décadas?
A.F.: Tengo que decir de una vez que, según la opinión de diferentes economistas, para las próximas décadas se quedaran las profesiones que requieren trabajo fuerte y sucio, tales como recolección de basura, atención a los enfermos en los hospitales, criadas, etc. Aunque está claro que los robots van a dominar en una serie de industrias. Antes ha habido casos cuando una capa social no trabajaba y vivía con subsidios. Me refiero a Roma antigua, donde una parte considerable de plebeyos no trabajaba sino tenía el suministro gratuito de alimentos y vivía según el lema “pan y circo”. Lo mismo puede ocurrir hoy en día. Lo de los circos se obtiene a través de Internet y lo del pan también está asegurado con los subsidios de desempleo. Sin embargo, aquí tenemos un problema serio. La gente que está conectada al Internet, y no solo en Europa, puede ser en África o en India, sabe que hay un mundo limpio y despejado y a donde tienen muchas ganas de ir. Y eso plantea un problema muy serio para los amos del mundo contemporáneo.
Es esta superpoblación la que crea un enorme problema para los “amos del juego global” o como decía Disraeli “los amos de la historia”. Uds. seguramente conocen que a finales de los anos 60 se creó una estructura llamada el Club de Roma que planteó una serie de objetivos. La tarea principal para el Occidente fue bien simple – estrangular a la Unión Soviética en un gran abrazo y en cuanto al desarrollo global se planteó la tarea del corte bastante grave de la población. Uno de los fundadores del Club de Roma, Aurelio Peccei, dijo una vez lo siguiente: “Tenemos que cortar la tasa de natalidad ante todo en África y en Asia o nos obligamos a elevar la tasa de mortalidad”. Y si observamos que es lo que se promueve en el Occidente por los así llamados movimientos ecológicos, que no podemos confundir con los que protegen la naturaleza, quedaría claro de que trabajan para disminuir la población hasta 2 mil millones de habitantes. ¿Como lo intentan lograr? Con medios muy variados, comenzando con el fomento de los matrimonios homosexuales y con la así llamada planificación familiar, pero ante todo con las guerras. Aunque en la actualidad se pueden provocar las guerras solo en África. En América Latina o en Asia, yo no me refiero al Oriente Próximo, es mucho más difícil, pero en África y el Cercano Oriente es más fácil disminuir la población de esa manera. Sin embargo, da la impresión que con eso no se resuelve el problema y tarde o temprano el Occidente se enfrentará con una gran masa de la población que no podrá digerir.
Disponemos de una obra muy interesante de Gunnar Heinsohn, “Los hijos y el dominio mundial”, escrita al principio del siglo XXI a la que nadie prestó atención. Pero cuando estalló la crisis migratoria en Europa en 2015, a Heinsohn lo comenzaron a invitar a distintas estructuras militares y su libro ganó popularidad enseguida. En él logró demostrar muy claramente que frente a la población europea que  disminuye, el mundo afroasiático tiene un enorme potencial migratorio, que puede llegar a 700-750 millones. Bueno pues, eso no significa que todos esos millones se trasladaran a donde todo está limpio y despejado, pero yo me imagino que para la Unión Europea para minarla, con unos 20-30 millones será suficiente. Hace tiempo, si mal no recuerdo en 1974, el líder de Argelia en aquel entonces, Houari Boumediene, intervino en una conferencia internacional y dirigió las siguientes palabras al Occidente: “nosotros”, refiriéndose a los pueblos del tercer mundo, “les vamos a dar una visita en el futuro, pero no vendremos como amigos”. Él seguramente se refería a esa ola migratoria, y el Occidente contemporáneo no tiene solución para este asunto.
Además, como lo ha demostrado la crisis migratoria reciente se trata de una situación muy explosiva: por una parte, tenemos la población europea bastante prospera, bien alimentada, bien envejecida, e incapaz de resistir tanto en el sentido físico como en el cultural, y por otra parte, los asiáticos y africanos jóvenes y agresivos que representan otras razas y otra religión muy distinta y muy belicosa. Tenemos el caso de Colonia, hace varios años, cuando durante las fiestas navideñas una buena cantidad de mujeres alemanas si no fueron agredidas sexualmente en una forma directa, sí sufrieron presión sexual bien activa, y cuando los hombres alemanes no sabían protegerlas y sabían dirigirse solo a la policía, es un buen ejemplo de cómo puede desarrollarse la situación. Yo no puedo imaginar que los hombres latinos o rusos se porten de la misma manera que los alemanes.
MR: Ud. menciona que hay una educación real para solo el 2% de la población y que se llegará a la cristalización de castas biológicas entre ciudadanos con capacidades físicas y mentales diferentes según la casta a la que pertenezcan. ¿Cuál es el modelo final de mundo al que aspiran estas élites, si no hay un Cisne Negro que altere sus planes?
A.F.: Bueno, parece que la agenda del día, los planes y los proyectos que están a disposición de diferentes grupos de la élite mundial, que de ninguna manera es sólida, como no existe un solo gobierno mundial: hay cantidad de clanes, estructuras, grupos que se encuentran en un equilibrio móvil diría yo, y que coinciden de igual manera como coinciden los círculos de Euler. Está bien, en realidad tenemos una organización de casta: en la cumbre de la cual tenemos un 2% que viven una vida larga y sana, tenemos otro 8% que sirven como una barrera que los separa del resto de la población, que no puede superar 2 mil millones y que son los que prestan servicios para los primeros. Ahora el problema de este sistema en general y de la educación para este grupo de 2% consiste en que cualquier grupo cerrado tiende a degenerarse, es como en el campo social se manifiesta la segunda ley de la termodinámica, según la cual en un sistema cerrado crece la entropía, la degradación y el caos. Y la historia de diferentes grupos cerrados, tales como los sacerdotes del Egipto Antiguo, por ejemplo, demuestran que aquellos grupos tarde o temprano comienzan a degradarse, si no acumulan la sangre nueva. O sea, la tarea de cualquiera de esos grupos es seleccionar a la gente joven de diferentes capas sociales. Pero esa selección, como tal, también crea problemas adicionales. Volviendo al modelo del mundo que a los amos del juego mundial les gustaría realizar ese sin duda tendría la forma de una organización rígida, con paredes casi impenetrables.
MR: Ud. ha dicho en una entrevista que publicó RT “aquellas personas que realmente mueven los hilos del mundo son, sin duda, la gente ideológica, personas con una percepción místico-mágica. Estas personas están más allá del bien y del mal”. En un Occidente consustanciado con ideas iluministas y positivistas suena extraño que se haga referencia al papel místico, pese a que sabemos que muchos líderes han acudido a estas prácticas. ¿Qué papel tiene hoy en el mundo el pensamiento mágico entre las élites?
A.F.: Debo comenzar con que el Occidente ya está alejado de las ideas de la Ilustración y del positivismo. El punto de no retorno aquí es el año 1968 y los 10-15 años que lo siguieron. «Enlightenment’s Wake» (Velorio de la Ilustración) es el nombre del libro de John Gray, filósofo y sociólogo inglés, y hay muchos más con nombres parecidos, en los que la geocultura de la Ilustración desaparece.
Inclusive la fe cristiana que es una religión de carácter racional sufre una crisis bien seria después del Segundo Concilio Vaticano. Hace poco que en Francia salió el libro de Olivier Roy, el especialista en Cercano Oriente, ¿“L’Europe est-elle chrétienne?” (¿Europa sigue siendo cristiana?) donde Roy demuestra que Europa en realidad no sigue siendo cristiana. Lo que vemos en la política del Vaticano nos llama mucho la atención. Porque casi no se notó la iniciativa de Juan Pablo II de incluir en calidad de confesión cristiana el culto Ifa-vudú donde vudú es la forma haitiana simplificada de la fe nigeriana que lleva el nombre de Ifa. O sea, resulta que en la actualidad es una confesión parecida al protestantismo. Y si nos referimos a las palabras del último Papa el año pasado, yo no sé cómo reaccionar. En una entrevista que el Papa ofreció el 28 de marzo del año pasado mencionó que el infierno no existe y que los pecadores simplemente desaparecen. ¿Y si no hay infierno que pasa con el Demonio? O sea, esas novedades que traen los Papas en los últimos años hacen los cambios significativos en la doctrina cristiana. También se nota como constantemente disminuye el número de creyentes. Si hasta mediados del siglo XX la secularización no tocaba los valores cristianos, lo que observamos en los últimos 50 años ya no es secularización sino la liquidación de la misma secularización. Todo se torna relativo. Además, la secularización del siglo XIX no impugnaba los valores de la fe cristiana y lo que vemos ahora es el rechazo de esos valores.
Resulta que el espacio desocupado por la religión se llena con la magia. Y no me asombra el hecho de que en muchas corporaciones occidentales el confucianismo se pone muy popular. Como se sabe, el confucianismo carece del problema del bien y del mal. Tiene lo correcto y no correcto. Resulta que esa doctrina, aunque a menudo nos confundimos en lo que exactamente significa transciende el bien y el mal y esa ideología o la tradición mágica permite el planteamiento de cosas como la reducción de la población y otras.
MR: Trump y diferentes movimientos antiglobalistas han alcanzado el poder o están en vías de hacerlo cabalgando sobre el desastre económico y social que han creado desde el globalismo liberal y oponiéndose frontalmente a la degradación de valores nacionales y religiosos. Steve Bannon ha sido señalado como el responsable de una internacional nueva que une a estos nuevos actores. ¿Qué piensa sobre ella, qué papel puede desempeñar y qué futuro le ve? ¿Cuál es la relación con Rusia?
A.F.: Steve Bannon es un personaje sumamente curioso. Hace poco hizo un viaje por Europa, y Bannon, lo que parece ser extraño para quien es una persona asociada a la derecha, se encontraba ante todo con los representantes de izquierda. Para mí es un juego astuto entre las dos fracciones. Hace como diez años escribí el artículo titulado “Operación Progreso”. En el último párrafo decía que a principios del siglo XXI habría una serie de asuntos donde la derecha y la izquierda podrían cooperar exitosamente en su lucha contra los globalistas que ocupan el centro. Presten atención a los círculos gobernantes de la Unión Europea y a los partidos que crea, como el partido de Macron, un partido de ilusión. Es una estrategia de suprimir tanto los de derecha como los de izquierda tradicionalista.
Y no me va a sorprender la aparición de una fuerza política que destaque las peculiaridades nacionales y religiosas, basándose en los intereses de clases sociales, porque aquí las dos cosas coinciden. Y lo que hace Bannon, persiguiendo sus objetivos partidarios norteamericanos a largo plazo, puede contribuir a la solución de tareas completamente distintas. Porque como decían muchos, como Martin Luther King y Oliver Cromwell, entre otros, nunca se va tan lejos como cuando no se sabe adónde. Steve Bannon considera que está resolviendo tareas políticas bien precisas, pero en realidad puede ser que esté sentando las bases para la síntesis de la derecha con la izquierda. Algo parecido a lo que tuvimos en Rusia a principios del siglo XX. Lenin apenas tenía la idea de que creaba una organización política fundamentalmente nueva, pensaba que estaba creando un partido más. En realidad, creó un partido de revolucionarios profesionales que en su esencia representa la negación del partidismo como tal. Así fue el Partido Comunista de toda Rusia que a partir de 1952 se llamó el Partido Comunista de la Unión Soviética, que en realidad contradice a la idea del partidismo. Pero Lenin no pensaba en eso.
MR: Ud. afirmó en el 2015 que las guerras mundiales capitalistas se dan en períodos de 30 años (Habsburgos contra Holanda -1618-1648-, Napoleónicas y Primera/Segunda Guerra Mundial), y que estamos sumergidos en una Tercera Guerra Mundial con características diferentes. En ese momento, veía al Medio Oriente y Ucrania como dos escenarios a los que, si se sumaban Xinjiang y el Cáucaso, estaríamos de lleno en una guerra global. La intervención de Rusia y de Irán frenaron al Daesh y parece alejarse la posibilidad de extenderse al Asia Central. ¿Podemos decir que cambió definitivamente este modelo a raíz de una derrota atlantista?
A.F.: Claro está que ‘no’. Los atlantistas han perdido solo una batalla en Siria y no fueron derrotados. La perdieron no por knock-out sino por puntos y ahora intentarán tomar venganza en Afganistán y en Asia central. Lo que pasa es que ISIS, que está prohibida en Rusia, se traslada a Afganistán donde se fortalece y por donde se distribuye. La zona más importante es el “pasillo de Vajan”. Es una franja estrecha creada en Afganistán oriental inicialmente por los británicos, para que su colonia, la India británica, quedara separada del Imperio ruso. Y el “pasillo de Vajan” también sale a China. Los chinos entendieron la señal perfectamente bien, qué peligro les trae este desplazamiento, y ya están construyendo una línea de defensa parecida a la línea de Mannerheim en Finlandia de los anos 30. Y no lo hacen por gusto, porque se observa el proceso de uigurización de ISIS como antes observamos el proceso de uigurizacion del talibán.
Los uigures son la población autóctona del distrito de Xinjiang, es un pueblo antiguo de cultura bien destacada en Asia Central, es un enemigo de China por siempre. En su tiempo, la tropa especial y la inteligencia del talibán estaba compuesta en su mayoría por los uigures y ahora algo parecido pasa con ISIS en Afganistán. Además, en Afganistán, ISIS controla la producción de talco y algunas otras industrias sin hablar de la producción y tráfico de droga. Se trata de una nueva zona para el proyecto del Califato que representa mucho peligro para los países de Asia central. En su tiempo, el destacado orientalista soviético Bondarevski, quién murió bajo circunstancias inexplicables, decía hace 30-40 años atrás, que es muy probable que la formación de ese califato islamista tendría lugar en Afganistán y en la zona del valle de Fergana. Esa zona en particular es bastante explosiva, ya que tiene gran cantidad de población joven. De todas maneras, considero que los atlantistas van a presionar tanto a Rusia como a China en esta dirección.
Nosotros tenemos que estar preparados para dar una respuesta, respuesta asimétrica, que puede ser en Venezuela, por ejemplo. Vamos a ver cómo se desarrolla la situación, pero ya está claro que entramos en una zona de turbulencia, en una crisis sin precedentes en la historia.
Lo que pasa es que en los últimos 12-15 mil años tuvimos tres tipos de crisis: Crisis Feudal, de donde la élite feudal salió convirtiéndose en capitalista. En el año 1648, en Europa, estaban en el poder el 90% de las familias reales, de los duques y condes que también lo estaban en el año 1453. O sea, los señores se convirtieron en capitalistas. Más tarde, los liberales y marxistas inventaron la revolución burguesa que tenía que explicar este proceso. Fue una conversión exitosa de un grupo gobernante al otro. La Crisis de la Antigüedad fue en sentido contrario. Los bárbaros de la periferia acabaron con la civilización romana, se produjo el cambio de élite, cambio en los centros urbanos. Y por fin, la Crisis Paleolítica Superior, que es la crisis biosférica que duró 10-15 mil años y que resulto en la caída de la población del planeta en un 80%. La crisis en la que entramos, tiene características de las tres crisis anteriores, y queda claro que la élite actual no tendrá la suerte de la de los siglos XV-XVII. El mundo poscapitalista va a nacer en una lucha social aguda –si no sucede una catástrofe global– y va a tener varias salidas, igual que la crisis feudal con sus tres salidas fundamentalmente diferentes: francesa, alemana e inglesa.
Mucho depende de cómo la clase trabajadora pueda resistir contra los planes de los amos de juego global, es que esas élites no son todopoderosas, también viven en crisis. Y si no podemos ganarles en el ajedrez, podemos jugar de otra manera. Se puede derribar las piezas, agarrar el tablero y dar un golpe con este en la cabeza del oponente. Es esto lo que llamamos “respuesta asimétrica”.
*Esta entrevista fue realizada el 1 de abril de 2019 y formó parte del programa número 100 de “Humo & Espejos” de AsiaTV, conducido por Marcelo Ramírez, Ivone Alves García y Azul Ramírez.
Fuente: Kontrainfo
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La violencia contra el otro en un mundo en calentamiento ¡Que se ahoguen!
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Por Naomi Klein
London Review of Books
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Edward Said no era un ecologista radical; provenía de una familia de comerciantes, artesanos y profesionales. En una ocasión se describió a sí mismo como «un caso extremo de palestino urbanita cuya relación con la tierra es básicamente metafórica». En After the Last Sky, sus meditaciones sobre las fotografías de Jean Mohr exploraban los aspectos más íntimos de la vida palestina, desde la hospitalidad al deporte y a la decoración del hogar. El detalle más nimio -la colocación de un marco, la postura desafiante de un niño- provocaba en Said un torrente de percepciones. Pero cuando se enfrentaba a las imágenes de los campesinos palestinos -cuidando de sus rebaños, trabajando la tierra-, la especificidad se evaporaba súbitamente. ¿Qué tipo de cosecha estaban cultivando? ¿En qué estado se hallaba el suelo? ¿Disponían de agua? No era capaz de captarlo. «Sigo percibiendo una población de sufridos campesinos pobres, a veces peculiar, inmutable y colectiva», confesaba Said. Se trataba de una percepción «mítica» -reconocía- que, sin embargo, mantuvo.
Si bien la agricultura era otro mundo para Said, pensaba que quienes dedicaban sus vidas a cuestiones como la contaminación del aire y del agua habitaban otro planeta. En una ocasión, hablando con su colega Rob Nixon, describió el ecologismo como «la indulgencia de mimados ecologistas radicales que carecen de una causa adecuada». Pero los desafíos medioambientales del Oriente Medio son imposibles de ignorar para alguien inmerso, como Said, en su geopolítica. Se trata de una región intensamente vulnerable al calor y a la escasez de agua, al aumento del nivel del mar y a la desertificación. Un reciente informe sobre el cambio climático publicado en la revista Nature predice que, a menos que reduzcamos radical y rápidamente las emisiones, es probable que partes inmensas del Oriente Medio «experimenten niveles de temperatura intolerables para el ser humano» a finales de este siglo. Y esto es algo tan contundente como aseguran los científicos del clima. Sin embargo, en la región se tiende aún a tratar las cuestiones medioambientales como si fueran algo no prioritario o una causa superflua. La razón no es la ignorancia ni la indiferencia. Se trata tan sólo del ancho de banda. El cambio climático es una grave amenaza pero los aspectos más aterradores del mismo van a darse a medio plazo. Sin embargo, a corto plazo, hay siempre amenazas mucho más urgentes con las que lidiar: la ocupación militar, los ataques aéreos, la discriminación sistémica, el embargo. Nada puede competir con eso, ni debería intentarlo.
Hay otras razones por las que Said podría haber considerado el ecologismo como un patio de recreo burgués. El Estado israelí ha revestido desde hace mucho tiempo de un barniz verde su proyecto de construcción de la nación, algo que fue parte fundamental de los valores pioneros del «retorno a la tierra» sionista. Y, en este contexto, los árboles han estado, específicamente, entre las armas más potentes para el saqueo y la ocupación de la tierra. No se trata sólo de los innumerables olivos y árboles de pistachos arrancados para dejar espacio a los asentamientos y carreteras sólo para israelíes, también de los extensos bosques de pinos y eucaliptos que el Fondo Nacional Judío (JNF, por sus siglas en inglés), ha plantado de la forma más infame en esos huertos y en el espacio de los pueblos palestinos en función de su eslogan «convertir el desierto en vergel», alardeando de haber plantado 250 millones de árboles en Israel desde 1901, muchos de ellos no autóctonos de la región. En los folletos propagandísticos, el JNF se promociona como otra ONG verde, preocupada por la gestión de los bosques y del agua, de los parques y del ocio. Es también el mayor terrateniente privado en el Estado de Israel y, a pesar de la cantidad de complicados retos legales, todavía se niega a arrendar o vender tierras a los no judíos.
Crecí en una comunidad judía donde todas las conmemoraciones -nacimientos y muertes, día de la madre, bar mitzvah– estaban marcadas por la compra orgullosa de un árbol del JNF en honor a la persona. No fue sino hasta la edad adulta cuando empecé a entender que esas entrañables coníferas de remotos lugares, cuyos certificados empapelaban las paredes de mi escuela primaria en Montreal, no eran benignas, no eran sólo algo para plantar y después abrazar. En realidad, esos árboles están entre los símbolos más flagrantes del sistema israelí de discriminación oficial, algo que debe desmantelarse si queremos llegar a conseguir una coexistencia pacífica.
El JNF es un ejemplo reciente y extremo de lo que algunos llaman «colonialismo verde». Pero el fenómeno apenas es nuevo ni único en Israel. Hay una historia larga y penosa en las Américas respecto a hermosas extensiones de tierras salvajes convertidas en parques protegidos, y esa designación se utilizó después para impedir que los pueblos indígenas pudieran acceder a sus territorios ancestrales para cazar y pescar o, sencillamente, para vivir. Ha sucedido una vez y otra. Una versión contemporánea de este fenómeno es la compensación por emisiones de carbono. Los pueblos indígenas, de Brasil a Uganda, se han encontrado con que algunos de los saqueos de tierras más agresivos los están llevando a cabo organizaciones medioambientales. De repente, se decide otorgar a un bosque compensaciones por emisiones de carbono y se convierte en zona vedada para sus habitantes tradicionales. La consecuencia es que el mercado de compensaciones por emisiones de carbono ha creado una nueva clase de abusos «verdes» de los derechos humanos, siendo los campesinos y los pueblos indígenas atacados físicamente por guardabosques o mercenarios de la seguridad privada cuando intentan acceder a esas tierras. El comentario de Said acerca de los fanáticos medioambientales debe encuadrarse en tal contexto.
Y hay más. En el último año de la vida de Said, se estaba levantando ya la llamada «barrera de separación» a base de apropiarse de franjas inmensas de Cisjordania, aislando a los trabajadores palestinos de sus empleos, a los campesinos de sus campos, a los pacientes de los hospitales y dividiendo brutalmente a las familias. No había escasez de razones para oponerse al muro en virtud de los derechos humanos. Sin embargo, en aquel momento, algunas de las voces disidentes más potentes entre los judíos israelíes no se dedicaban a nada de eso. Yehudit Naot, entonces ministra de medio ambiente de Israel, estaba más preocupada por un documento en el que se informaba de que «La valla de separación… es perjudicial para el paisaje, la flora y la fauna, los corredores ecológicos y el drenaje de los arroyos». «En realidad no quiero detener ni retrasar la construcción de la valla», dijo, pero «me preocupa todo el daño medioambiental que va a provocar». Como el activista palestino Omar Barghuti observó más tarde, «el ministerio y la Autoridad para la Protección de los Parques Nacionales organizaron diligentes esfuerzos de rescate para salvar una reserva afectada de lirios trasladándola a una reserva alternativa. También crearon pasajes diminutos (a través del muro) para los animales».
Tal vez esto ponga en contexto el cinismo respecto al movimiento verde. La gente tiende a volverse cínica cuando sus vidas son consideradas menos importantes que las flores y los reptiles. Y sin embargo, hay mucho en el legado intelectual de Said que ilumina y aclara mucho más las causas subyacentes de la crisis ecológica global señalando formas de respuesta que son más inclusivas que los actuales modelos de campañas: formas que no piden a la gente que sufre que aparque sus preocupaciones respecto a la guerra, la pobreza y el racismo sistémico y se dedique en primer lugar a «salvar el mundo», sino que demuestran que todas estas crisis están interrelacionadas y que las soluciones deberán también estarlo. En resumen, puede que Said no tuviera tiempo para los ecologistas fanáticos pero estos deben hacerle un hueco urgentemente a Said -y a otros muchos grandes pensadores poscoloniales antiimperialistas-, porque sin esos conocimientos no hay forma de entender cómo hemos acabado en este peligroso lugar, o para captar las transformaciones necesarias para poder sacarnos de él. Por tanto, a continuación expongo algunos pensamientos -en modo alguna completos- acerca de lo que podemos aprender al leer a Said en un mundo en calentamiento.
*
Era, y sigue siendo, uno de nuestros teóricos más desgarradoramente elocuentes del exilio y la nostalgia, pero la nostalgia de Said, siempre lo dejó claro, era de una patria que había sido alterada de forma tan radical que ya no existía realmente. Su posición era compleja: defendía ferozmente el derecho al retorno, pero nunca afirmó que su hogar fuera inamovible. Lo que importaba era el principio del respeto hacia todos los derechos humanos en condiciones de igualdad y la necesidad de que una justicia restaurativa informara nuestras acciones y políticas. Esta perspectiva es profundamente importante en esta época nuestra de costas erosionadas, de naciones que desaparecen bajo mares que aumentan de nivel, de arrecifes de coral en proceso de decoloración que sustentan culturas enteras, de un Ártico templado. Esto se debe a que el estado de anhelo de una patria radicalmente alterada -un hogar que puede incluso no existir ya- es algo que está siendo rápida y trágicamente globalizado. En marzo, dos importantes estudios, revisados por otros colegas científicos, advertían que el nivel del mar podría aumentar mucho más rápidamente de lo que se creía con anterioridad. Uno de los autores del primer estudio era James Hansen, quizá el climatólogo más respetado del mundo. Advertía que en la trayectoria actual de emisiones nos enfrentamos a la «pérdida de todas las ciudades costeras, de la mayoría de las grandes ciudades del mundo y de toda su historia», y no en miles de años a partir de ahora sino en este mismo siglo. Si no exigimos cambios radicales, vamos de cabeza hacia un mundo entero de pueblos en búsqueda de un hogar que ya no existe.
Said nos ayuda a imaginar a qué podría parecerse también eso. Ayudó a popularizar el término árabe sumud («quedarse quieto, resistir»): esa firme negativa a abandonar la tierra de uno a pesar de los intentos más desesperados de desalojo e incluso rodeados de continuos peligros. Es una palabra que se asocia más con lugares como Hebrón y Gaza, pero podría aplicarse igualmente hoy a los residentes en la costa de Luisiana que han levantado sus hogares sobre pilotes para no tener que evacuarlos, o los de las islas del Pacífico, cuyo eslogan es: «No estamos ahogándonos. Estamos luchando». En países como las islas Marshall y Fiyi y Tuvalu, saben que es inevitable que el nivel del mar suba mucho, lo que hace probable que sus países no tengan futuro. Pero se niegan a preocuparse simplemente por la logística de la reubicación y no lo harían aunque hubiera países más seguros dispuestos a abrir sus fronteras; tendría que ser uno muy grande, ya que los refugiados del clima no están aún reconocidos en el derecho internacional. En cambio, están resistiendo activamente: bloqueando con sus canoas hawaianas tradicionales los buques australianos que llevan carbón, interrumpiendo las negociaciones internacionales sobre el clima con su incómoda presencia, exigiendo acciones más agresivas en defensa del clima. Si hay algo que merezca la pena celebrar del Acuerdo de París firmado en abril -que por desgracia es insuficiente-, se debe a este tipo de actuaciones ejemplares: el sumud climático.
Pero esto sólo araña la superficie de lo que podemos aprender al leer a Said en un mundo en calentamiento. Desde luego que era un gigante en el estudio de la «otredad», que en su obra Orientalismo se describe como «ignorar, esencializar, despojar de humanidad a otra cultura, pueblo o región geográfica». Y una vez que se ha determinado firmemente a ese otro, se ha preparado el terreno para cualquier trasgresión: expulsión violenta, robo de la tierra, ocupación, invasión. Porque el objetivo de la otredad es que el otro no tenga los mismos derechos, la misma humanidad que los que hacen tal distinción. ¿Qué tiene todo esto que ver con el cambio climático? Quizá todo.
Hemos calentado peligrosamente ya nuestro mundo y nuestros gobiernos siguen negándose a emprender las acciones necesarias para detener la tendencia. Hubo una época en que muchos tuvieron derecho a proclamar ignorancia. Pero durante las últimas tres décadas, desde que se creó el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático y empezaron las negociaciones sobre el clima, la negativa a reducir las emisiones ha ido acompañada de un pleno conocimiento de los peligros. Y este tipo de reluctancia habría sido funcionalmente imposible sin el racismo institucional, aunque sólo esté latente. Habría sido imposible sin el Orientalismo, sin todas las herramientas potentes en oferta que permiten que los poderosos desechen las vidas de los más vulnerables. Estas herramientas -que clasifican el valor relativo de los seres humanos- son las que permiten que se destrocen naciones enteras y culturas antiguas. Y, para empezar, son las que permitieron que se liberara todo ese carbono.
*
Los combustibles fósiles no son los únicos causantes del cambio climático -tenemos también la agricultura industrial y la desforestación- pero son los que más inciden en él. Lo que sucede con los combustibles fósiles es que son tan inherentemente sucios y tóxicos que requieren personas y lugares expiatorios: gente cuyos pulmones y cuerpos pueden inmolarse para trabajar en las minas de carbón, gente cuyas tierras y agua pueden sacrificarse para la minería a cielo abierto y los derrames de petróleo. Tan recientemente como en la década de 1970, los científicos que asesoran al gobierno de EE.UU. se refirieron a ciertas zonas del país designándolas como «zonas nacionales sacrificiales». Piensen en las montañas de los Apalaches, dinamitadas para la minería de carbón, porque la minería de carbón denominada «de remoción de las cimas de las montañas» es más barata que cavar agujeros subterráneos. Tiene que haber teorías de la otredad que justifiquen el sacrificio de toda una geografía, teorías acerca de que las personas que allí viven son tan pobres y atrasadas que sus vidas y cultura no merecen protegerse. Después de todo, si eres un «palurdo», ¿a quién le preocupan tus colinas? Convertir todo ese carbón en electricidad necesita también de otra capa de otredad: esta vez respecto a las barriadas urbanas cercanas a las centrales eléctricas y refinerías. En Norteamérica, estas comunidades son mayoritariamente de color, negros y latinos, obligados a llevar la carga tóxica de nuestra adicción colectiva a los combustibles fósiles con tasas marcadamente altas de enfermedades respiratorias y cánceres. Fue en las luchas contra este tipo de «racismo medioambiental» donde nació el movimiento por la justicia climática.
Las zonas sacrificiales de los combustibles fósiles salpican todo el planeta. Ahí tienen el Delta de Níger, envenenado cada año con un vertido de petróleo digno del Exxon Valdez, un proceso que Ken Saro-Wiwa, antes de que fuera asesinado por su gobierno, llamó «genocidio ecológico». Las ejecuciones de los líderes comunitarios, dijo, fueron llevadas «todas a cabo por Shell». En mi país, Canadá, la decisión de desenterrar las arenas bituminosas de Alberta -una forma de petróleo especialmente densa- ha requerido que se hagan añicos los tratados con los aborígenes, tratados firmados con la Corona británica que garantizaban a los pueblos indígenas el derecho a continuar cazando, pescando y viviendo de forma tradicional en sus tierras ancestrales. Fue necesario porque estos derechos carecen de sentido cuando se profana la tierra, cuando los ríos se contaminan y los alces y los peces están plagados de tumores. Y aún es peor: Fort McMurray -la ciudad situada en el centro del boom de las arenas bituminosas, donde viven muchos de los trabajadores y donde se gasta gran parte del dinero- es como un incendio infernal. Tan calurosa y seca es. Y esto es algo que tiene mucho que ver con lo que allí se está extrayendo.
Incluso sin esos hechos dramáticos, esta clase de extracción de recursos es una forma de violencia porque hace tanto daño a la tierra y al agua que provoca el fin de un tipo de vida, la muerte de las culturas que son inseparables de la tierra. El proceso del que se sirvió la política estatal en Canadá fue romper la conexión de los pueblos indígenas con su cultura, impuesta mediante la separación forzosa de los niños indígenas de sus familias, trasladándolos a internados donde su lengua y prácticas culturales estaban prohibidas y donde los abusos sexuales y físicos eran práctica habitual. Un informe reciente por la verdad y la reconciliación lo denominaba «genocidio cultural». El trauma asociado con estos niveles de separación forzosa -de la tierra, de la cultura, de la familia- está directamente vinculado con la epidemia de desesperación que hace estragos entre tantas comunidades de aborígenes en la actualidad. En una sola noche de un sábado de abril, en la comunidad de Attawapiskat -con una población de 2.000 habitantes-, once personas intentaron suicidarse. Mientras tanto, DeBeers mantiene una mina de diamantes en el territorio tradicional de la comunidad; como todos los proyectos extractivos, se había prometido esperanza y oportunidad. «¿Por qué la gente no se fue?», preguntan políticos y expertos. Pero muchos se van. Y esa partida está unida, en parte, a los miles de mujeres indígenas en Canadá que han sido asesinadas o han desparecido, a menudo en las grandes ciudades. Los informes de prensa rara vez relacionan la violencia contra las mujeres con la violencia contra la tierra -a menudo para extraer combustibles fósiles-, pero existe. Cada nuevo gobierno llega al poder prometiendo una nueva era de respeto a los derechos de los indígenas. No cumplen nada, porque los derechos de los indígenas, según los define la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, incluye el derecho a rechazar proyectos extractivos aunque esos proyectos promuevan el crecimiento económico nacional. Y eso es un problema, porque el crecimiento es nuestra religión, nuestro modo de vida. Por ello, incluso el guapo y encantador primer ministro de Canadá está vinculado y determinado a construir nuevos oleoductos para las arenas bituminosas contra los deseos expresos de las comunidades indígenas, que no quieren poner en riesgo su agua ni participar en una mayor desestabilización del clima.
Los combustibles fósiles necesitan zonas sacrificiales: siempre las han reclamado. Y no puedes tener un sistema construido a partir de zonas y pueblos sacrificados a menos que existan y persistan determinadas teorías intelectuales que lo justifiquen: desde el destino manifiesto a Terra Nullius a Orientalismo, desde los palurdos atrasados a los indios atrasados. A menudo oímos que se culpa a la «naturaleza humana» del cambio climático, a la codicia y miopía inherentes a nuestras especies. O se nos dice que hemos alterado tanto la tierra y a una escala tan planetario que estamos ahora viviendo en el Antropoceno, la edad de los humanos. Estas formas de explicar nuestras circunstancias actuales tienen un significado muy específico que se da por sobreentendido: que los humanos pertenecen a un único tipo, que la naturaleza humana puede reducirse a los rasgos que crearon esta crisis. De esta forma, los sistemas que determinados humanos crearon, y a los que otros humanos se resistieron con todas sus fuerzas, están libres de cualquier responsabilidad. Capitalismo, colonialismo, patriarcado, este tipo de sistemas. Los diagnósticos como este borran la propia existencia de sistemas humanos que organizaron la vida de forma diferente: sistemas que insisten en que los seres humanos deben pensar en el futuro de siete generaciones; que no deben ser sólo buenos ciudadanos sino también buenos ancestros; que no deben coger más de lo que necesitan y que deben devolver el resto a la tierra para proteger y aumentar los ciclos de la regeneración. Estos sistemas existieron y aún existen, pero los eliminamos cada vez que decimos que la crisis del clima es una crisis de la «naturaleza humana» y que estamos viviendo en la «edad del hombre». Y pasan a estar bajo un ataque muy real cuando se construyen megaproyectos como las presas hidroeléctricas de Gualcarque en Honduras, un proyecto que, entre otras cosas, se llevó la vida de la defensora de la tierra Berta Cáceres, asesinada el pasado marzo.
*
Alguna gente insiste en que esto no tiene por qué ser malo. Podemos limpiar la extracción de recursos, no tenemos por qué hacerlo de la misma forma que se ha hecho en Honduras, en el Delta del Níger y en las arenas bituminosas de Alberta. Salvo que nos estamos quedando sin formas baratas y fáciles de conseguir combustibles fósiles, razón fundamental de que hayamos tenido que ver el aumento de la fractura hidráulica y la extracción de arenas bituminosas. Esto, a su vez, está empezando a cuestionar el pacto fáustico original de la era industrial: que hay que externalizar, descargar en el otro los riesgos más pesados, en la periferia exterior y dentro de nuestras propias naciones. Es algo que cada vez es menos posible. La fractura hidráulica está amenazando algunas de las zonas más pintorescas de Gran Bretaña según la zona de sacrificio va ampliándose, engullendo toda clase de lugares que se imaginaban estar a salvo. Por tanto, esto no va sólo de sofocar un grito ante lo feas que son las arenas bituminosas. Tiene que ver con reconocer que no hay una forma limpia, segura y no tóxica de dirigir una economía impulsada por combustibles fósiles. Y que nunca la hubo.
Hay una avalancha de pruebas de que tampoco hay forma pacífica de lograrlo. El problema es estructural. Los combustibles fósiles, a diferencia de las energías renovables como la eólica y solar, no están ampliamente distribuidos sino muy concentrados en lugares muy específicos, y esos lugares tienen la mala costumbre de estar en los países de otra gente. Sobre todo el más potente y preciado de esos combustibles: el petróleo. Es esta la razón de que el proyecto de Orientalismo, de la alterización del pueblo árabe y musulmán, haya sido desde el principio el socio silencioso de nuestra dependencia del petróleo; y, por lo tanto, inextricable a partir del efecto bumerán que representa el cambio climático. Si consideramos a los pueblos y naciones en su otredad -exóticos, primitivos, sedientos de sangre, como Said documentó en la década de 1970-, es mucho más fácil emprender guerras y dar golpes de Estado cuando se tiene la loca idea de que deberían controlar su propio petróleo en función de nuestros propios intereses. En 1953, Gran Bretaña y EE.UU. colaboraron para derrocar al gobierno democráticamente elegido de Muhammad Mossadegh después de que nacionalizara la Anglo-Iranian Oil Company (ahora BP). En 2003, exactamente cincuenta años después, se produjo otra coproducción angloestadounidense: la invasión ilegal y ocupación de Iraq. Las reverberaciones de cada intervención continúan sacudiendo nuestro mundo, al igual que las reverberaciones de la quema de todo ese petróleo. Por una parte, Oriente Medio está ahora desgarrado por las tenazas de la violencia causada por los combustibles fósiles y, por otra, por el impacto de su quema.
En su libro más reciente, The Conflict Shoreline, el arquitecto israelí Eyal Weizman tiene un punto de vista revolucionario sobre cómo se entrecruzan estas fuerzas. La forma primordial de entender el límite del desierto en Oriente Medio y África del Norte, explica, es la llamada «línea de aridez», las zonas donde hay un promedio de 200 milímetros de lluvia al año, que ha sido considerada como el mínimo para que pueda crecer una cosecha de cereal a gran escala sin regadío. Estos límites meteorológicos no son fijos: han fluctuado por diversas razones, ya fuera porque los intentos de Israel de «convertir el desierto en vergel» los empujaban en una dirección, o por las sequías cíclicas que expandía un desierto en el otro. Y ahora, con el cambio climático, la intensificación de la sequía puede tener todo tipo de impactos en tal sentido. Weizman señala que la ciudad fronteriza siria de Daraa cae directamente en la línea de la aridez. Daraa es el lugar donde se ha registrado la sequía más intensa, lo que provocó cifras inmensas de campesinos desplazados en los años anteriores al estallido de la guerra civil siria, y ahí fue, precisamente, donde estalló el levantamiento sirio en 2011. La sequía no fue el único factor a la hora de desatar la crisis. Pero jugó claramente un papel el hecho de que hubiera 1,5 millones de personas internamente desplazadas en Siria como consecuencia de la sequía. La conexión entre agua, estrés por el calor y conflicto es un patrón recurrente que se va intensificando a lo largo de la línea de la aridez: a todo lo largo de ella se pueden ver lugares marcados por sequía, escasez de agua, temperaturas abrasadoras y conflicto militar: de Libia a Palestina a algunos de los más sangrientos campos de batalla en Afganistán y Pakistán.
Pero Weizman descubrió también lo que él llama «coincidencia asombrosa». Cuando elaboras el mapa de los objetivos de los ataques occidentales con drones en la región, ves que «muchos de esos ataques -desde Waziristan del Sur a través del norte del Yemen, Somalia, Mali, Iraq, Gaza y Libia- se realizan directamente sobre, o cerca, de los 200 mm de la línea de la aridez». Los puntos rojos en el mapa expuesto a continuación representan algunas de las zonas donde se han concentrado los ataques. Para mí, este es el intento más llamativo de visualizar el brutal escenario de la crisis del clima. Todo esto se auguró ya hace una década en un informe del ejército estadounidense. «El Oriente Medio», observaba, «ha ido siempre asociado a dos recursos naturales: el petróleo (debido a su abundancia) y el agua (debido a su escasez)». Eso es bastante cierto. Y ahora hay ciertas pautas que lo han dejado muy claro: en primer lugar, los aviones de combate occidentales siguieron esa abundancia de petróleo; ahora, los aviones no tripulados occidentales están siguiendo la escasez de agua, mientras la sequía exacerba el conflicto.
*
Al igual que las bombas siguen al petróleo y los drones siguen a la sequía, las embarcaciones siguen a ambos: botes atestados de refugiados que huyen de sus casas en la línea de la aridez devastada por la guerra y la sequía. Y la misma capacidad para deshumanizar al otro que sirvió para justificar las bombas y los drones está ahora cerniéndose sobre esos migrantes, manipulando su necesidad de seguridad como una amenaza hacia nosotros, su huida desesperada como una especie de ejército invasor. Las tácticas refinadas en Cisjordania y otras zonas ocupadas están ahora abriéndose camino hacia Norteamérica y Europa. Cuando vende su muro en la frontera con México, a Donald Trump le gusta decir: «Pregunten a Israel, el muro funciona». Los campamentos de migrantes son arrasados con buldóceres en Calais, miles de personas se ahogan en el Mediterráneo y el gobierno australiano detiene a los supervivientes de guerras y regímenes despóticos en campos situados en las islas remotas de Nauru y Manus. Las condiciones son tan desesperadas que en Nauru, el pasado mes, un migrante iraní murió tras prenderse fuego para intentar llamar la atención del mundo. Otra migrante -una mujer de 21 años de Somalia- se prendió fuego pocos días después. Malcolm Turnbull, el primer ministro, advierte a los australianos que «no deben empañárseles los ojos por esto» y que «tenemos que mostrarnos muy claros y determinados en nuestro objetivo nacional». Merece la pena tener a Nauru en mente la próxima vez que un columnista declare en uno de los periódicos de Murdoch, como Katie Hopkins hizo el pasado año, que es hora ya de que Gran Bretaña «se vuelva australiana. Que lance ataques aéreos, obligue a los migrantes a regresar a sus costas y queme los barcos». Otro simbolismo es que Nauru es una de las islas del Pacífico muy vulnerable al aumento del nivel del mar. Sus habitantes, después de ver cómo sus hogares se convierten en prisiones para otros, tendrán posiblemente que emigrar también. Hoy han reclutado como guardias de prisión a los refugiados climáticos del mañana.
Tenemos que entender que lo que está sucediendo en Nauru y lo que les está sucediendo a ellos, son expresiones de la misma lógica. Una cultura que valora tan poco las vidas de color que está dispuesta a permitir que los seres humanos desaparezcan bajo las olas, o se prendan fuego en centros de detención, estará también deseando que se permita que los países donde viven estas personas desaparezcan bajo las olas o se deshidraten en el calor árido. Cuando eso suceda, se echará mano de las teorías de la jerarquía humana -debemos tener cuidado en ser de los primeros- para racionalizar estas decisiones monstruosas. Estamos haciendo ya tal racionalización, aunque sólo sea implícitamente. Si bien el cambio climático será finalmente una amenaza existencial para toda la humanidad, a corto plazo sabemos que discrimina y golpea primero y de la peor manera a los pobres, ya estén abandonados en lo alto de los tejados de Nueva Orleans durante el huracán Katrina o estén entre los 36 millones de seres que, según la ONU, se están enfrentando al hambre debido a la sequía que arrasa el sur y el este de África.
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Se trata de una emergencia, una emergencia del momento actual, no del futuro, pero no estamos actuando como si lo fuera. El Acuerdo de París se compromete a mantener el calentamiento por debajo de 2ºC. Ese objetivo es algo más que insensato. Cuando se dio a conocer en 2009, los delegados africanos lo llamaron «sentencia de muerte». La consigna de varias de las naciones-isla de baja altitud es «1,5º para seguir vivos». En el último minuto, se añadió una cláusula al Acuerdo de París que dice que los países se «esforzarán por limitar el aumento de la temperatura a 1,5ºC». No sólo no es vinculante sino que es una mentira: no estamos haciendo ese tipo de esfuerzos. Los gobiernos que hicieron esta promesa están presionando para llevar a cabo más fracturas hidráulicas y más desarrollos de las arenas bituminosas, lo cual es totalmente incompatible con los 2ºC, no digamos ya con 1,5º. Esto está sucediendo porque la gente más rica en los países más ricos del mundo piensa que ellos van a estar muy bien, que alguien se va a comer los riesgos mayores, incluso que cuando el cambio climático llame a su puerta, ya se ocuparán entonces de él.
Cuando las cosas se pongan aún más feas. Pudimos echar una vívida ojeada a ese futuro en la enorme crecida de las aguas que se produjo en Inglaterra en los pasados meses de diciembre y enero, inundando 16.000 hogares. Estas comunidades no sólo estaban enfrentando el mes de diciembre más húmedo desde que se tienen registros, también estaban lidiando con el hecho de que el gobierno ha emprendido un ataque implacable contra las agencias públicas y los ayuntamientos, que están en la primera línea de la defensa ante las inundaciones. Por tanto, es muy comprensible que hubiera muchos que quisieran cambiar a los autores de ese fracaso. ¿Por qué, se preguntaban, está Gran Bretaña gastando tanto dinero en refugiados y ayuda exterior cuando debería cuidarse a sí misma? «Que no se preocupen tanto de la ayuda exterior», leímos en el Daily Mail. «¿Qué pasa con la ayuda nacional». Y un editorial del Telegraph exigía: «¿Por qué deberían los contribuyentes británicos seguir pagando por defensas contra las inundaciones en el extranjero cuando necesitamos aquí el dinero?» No sé, ¿quizá porque Gran Bretaña inventó la máquina de vapor a carbón y ha estado quemando combustibles fósiles a una escala industrial mucho mayor que cualquier otra nación sobre la Tierra? Pero estoy divagando. La cuestión es que este podría haber sido el momento de entender que todos estamos afectados por el cambio climático y que debemos actuar juntos y ser solidarios los unos con los otros. Porque el cambio climático no sólo implica que todo es cada vez más caluroso y húmedo, sino que con nuestro actual modelo político y económico las cosas se están poniendo cada vez peor y más feas.
La lección más importante a sacar de todo esto es que no hay forma de enfrentar la crisis del clima de forma aislada, como si fuera un problema tecnocrático. Debe verse en el contexto de la austeridad y privatización, del colonialismo y militarismo y de los diversos sistemas de otredad necesarios para sustentar todo eso. Las conexiones e interrelaciones entre ellas saltan a la vista, sin embargo, muy a menudo la resistencia frente a ellas está muy compartimentada. La gente que está contra la austeridad casi nunca habla de cambio climático; la gente que se preocupa del cambio climático rara vez habla de guerra u ocupación. Apenas hacemos la conexión entre las pistolas que quitan la vida a los negros en las calles de las ciudades estadounidenses, y cuando están bajo custodia policial, y las fuerzas mucho mayores que aniquilan tantas vidas de color en las tierras áridas y en los precarias embarcaciones por todo el mundo.
Superar estas desconexiones -fortaleciendo los hilos que enlazan nuestros diversos movimientos y cuestiones- es, en mi opinión, la tarea más urgente para cualquier persona que se preocupe por la justicia social y económica. Es la única vía para construir un contrapoder lo suficientemente robusto como para poder ganar a las fuerzas que protegen un statu quo altamente rentable -para algunos- pero cada vez más insostenible. El cambio climático actúa como acelerador de muchas de nuestras enfermedades sociales -desigualdad, guerras, racismo- pero puede también ser acelerador de todo lo contrario: de las fuerzas que trabajan por la justicia social y económica contra el militarismo. En efecto, la crisis del clima -al poner a nuestras especies frente a una amenaza existencial y colocarnos ante un plazo firme e inflexible basado en la ciencia- podría ser el catalizador que necesitamos para tejer juntos un gran número de movimientos poderosos, vinculados por la creencia en el valor inherente de todos los pueblos y unidos por el rechazo de la mentalidad de la zona sacrificial, ya se se aplique a pueblos o lugares. Nos enfrentamos a tantas crisis superpuestas e interconectadas que no podemos permitirnos solucionar una cada vez. Necesitamos soluciones integradas, soluciones que rebajen radicalmente las emisiones, aunque creando un número enorme de puestos de trabajo de calidad sindicalizados y otorgando justicia a todos los que han sufrido abusos y han quedado excluidos bajo la actual economía extractiva.
Said murió el año en que Iraq fue invadido, pero vivió para ver cómo sus museos y bibliotecas eran saqueados, mientras su ministerio del petróleo era fielmente guardado. En medio de tantos atropellos, encontró esperanza en el movimiento antibelicista global, así como en las nuevas formas de comunicación de base abiertas por la tecnología; señaló «la existencia de comunidades alternativas por todo el planeta, de las que informan fuentes alternativas de noticias profundamente conscientes de los impulsos medioambientales, libertarios y a favor de los derechos humanos que nos vinculan en este diminuto planeta». Su visión le hizo un hueco incluso a los ecologistas fanáticos. Recientemente me recordaron estas palabras cuando leía sobre las inundaciones en Inglaterra. En medio de tanta inculpación y señalar con el dedo, me topé con un correo de un hombre llamado Liam Cox. Estaba enfadado por la forma en que algunos medios de comunicación estaban utilizando el desastre para fomentar los sentimientos de rechazo hacia los extranjeros y escribía así:
Vivo en Hebden Bridge, Yorkshire, una de las zonas más afectadas por las inundaciones. Es horrible, todo está realmente empapado. Sin embargo… estoy vivo. Me siento seguro. Mi familia está segura. No vivimos con miedo. Soy libre. No hay balas volando a mi alrededor. No están cayendo bombas. No me estoy viendo obligado a huir de mi hogar y no estoy siendo rechazado por el país más rico del mundo ni criticado por sus habitantes.
Todos vosotros, tarados, no hacéis más que vomitar vuestra xenofobia… sobre cómo el dinero sólo debe gastarse «en nosotros mismos», tenéis que miraros de cerca en un espejo. Y haceros una pregunta muy importante… ¿Soy un ser humano decente y honorable de verdad? Porque la patria no es sólo el Reino Unido, la patria es cualquier lugar de este planeta.
Creo que es una excelente última palabra.
Naomi Klein es una periodista e investigadora canadiense de gran influencia en el movimiento antiglobalización y el socialismo democrático. Entre sus libros publicados figuran No Logo, Vallas y Ventanas y La doctrina del shock.
Fuente: http://www.lrb.co.uk/v38/n11/naomi-klein/let-them-drown
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