Tumgik
#taumaturgas
mutantes-sinmas · 2 years
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Esto me transporta también a las enseñanzas de mi maestro en cuanto a la diferencia del amanecer y del atardecer, ya que son energías quw mueven diferentes vibraciones y que no responden igual... otro día me extenderé más sobre estos conocimientos esotericos... TBC ..
Aceites, pócimas y brebajes, hechos con amor.
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valentina-lauricella · 9 months
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Topi e Leopardi
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Sanguinosi fuggían per ogni villa  I topi galoppando in su la sera,  Tal che veduto avresti anzi la squilla  Tutta farsi di lor la piaggia nera:  Quale spesso in parete, ove più brilla  Del sol d’autunno la dorata sfera,  Vedi un nugol di mosche atro, importuno,  Il bel raggio del ciel velare a bruno.
[…]
Passata era la notte, e il dì secondo  Già l’aria incominciava a farsi oscura,  Quando un guerrier chiamato il Miratondo,  A fuggir si trovò per un’altura;  Ed o fosse ardimento, ovver ch’al mondo  Vinta dalla stanchezza è la paura,  Fermossi; e di spiar vago per uso,  Primo del gener suo rivolse il muso.
E ritto in su due piè, con gli occhi intenti, Mirando quanto si potea lontano,  Di qua, di là, da tutti quattro i venti,  Cercò l’acqua e la terra, il monte e il piano,  Spiò le selve, i laghi e le correnti,  Le distese campagne e l’oceáno;  Nè vide altro stranier, se non farfalle  E molte vespe errar giù per la valle.
Granchi non vide già, nè granchiolini,  Nè d’armi ostili indizio in alcun lato.  Soli di verso il campo i vespertini  Fiati venian movendo i rami e il prato,  Soavemente susurrando, e i crini  Fra gli orecchi molcendo al buon soldato.  Era il ciel senza nubi, e rubiconda  La parte occidentale, e il mar senz’onda.
(Da Paralipomeni della Batracomiachia, canto Primo)
"Inquieto sempre: di ogni più piccola cosa ne faceva una croce; era sensibilissimo. Senta questa: una sera udii per la stanza un raschìo tra la roba: c’era un topo, io mi spaventai e mi feci a chiamare: Nisi, Nisi (Dionigi). Si chiamava così noi, ed era uno studente forestiero; non rispose, ma Giacomo che era a pranzo corse, prese la lucerna e voleva schiacciare il topo: non gli riuscì; si turbò tanto, e per quella sera non volle più saperne di mangiare."
(Dall'intervista a Teresa Lucignani, amica di Leopardi a Pisa)
"Già saprete della Badessa taumaturga che moltiplicava prodigiosamente l’olio di una lampada, con rifonderne di nascosto ogni notte: saprete delle lusinghe, delle minacce, degl’inganni, dei mali trattamenti che si usavano alle giovani educande per indurle a far voto di verginità prima che conoscessero il significato della parola, e poi a farsi monache in quel monastero: saprete delle apparizioni che si adoperavano a questo effetto; apparizioni di angeli, e apparizioni di demonii; i demonii erano certi topi grossi, ai quali mettevano certi ferraiuolini neri, e un paio di corna, (la coda l’aveano del loro), e così vestiti li facevano andare attorno, la notte, pel dormitorio."
(Da una lettera da Pisa a Giampietro Viesseux)
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Arte taumaturga.
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gojorgeworld · 4 years
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“Virgen Niña”
Estancia “EL MOLINO”
9 de septiembre
 Era el 9 de setiembre de 1884. La descolorida pero siempre atrayente imagen de la Virgencita estaba expuesta en la enfermería del Noviciado para consuelo y esperanza de las enfermas. La Madre General Sor Teodolinda Nazari, antes de guardarla, como era costumbre, quiso darla a besar a las enfermas. Entre éstas se encontraba la novicia Julia Macario, en estado de gravedad, en una inmovilidad absoluta, por graves contusiones a la cabeza; el médico temía una lesión cerebral. La Novicia al tener cerca la Venerada Imagen siente aumentar su fe y confianza en la Virgen, y le pide la curación. Con mucho esfuerzo consigue movilizar un brazo y al tocar la venerada imagen. Desaparecen los espasmos. En ese mismo instante los miembros adquieren sus movimientos, se libera de todas las ataduras y grita: "Estoy curada" "Estoy sana" y recorriendo la enfermería, y los corredores sin restos de dolor ni debilidad permanece en pie todo el día. Fue este el Primer Milagro el "9 de setiembre de 1884″. Pero la Virgencita quiso llenarnos de mayor estupor. La Efigie modelada por Sor Isabel C. Fornari contaba ya más de un siglo y medio; el tiempo había dejado sus huellas en ella, y se la veía descolorida y deslucida.  De pronto, fue adquiriendo una belleza inusitada, a la vista de todos apareció la imagen hermosísima de una belleza casi sobrehumana, sin que nadie pusiera manos sobre ella. Desde ese día una fecha luminosa queda grabada en la historia del Instituto. Debido a tantos hechos extraordinarios, el pueblo llamó a las Hermanas de la Caridad: "Hermanas de la Virgen Niña" y será este su gran título de honor. Con otros nuevos milagros, quiso probar la Celestial Taumaturga su poder de intercesión. La Virgencita de la Capilla del Colegio de Villa del Parque (Capital Federal, Argentina), tiene también su pequeña historia. Una noche del mes de diciembre de 1923, cuando la Capilla daba sobre Cuenca, unos extraños entraron en la Capilla, bajaron la Imagen de la Virgen Niña del nicho que estaba sobre el Altar, para sacarle los exvotos que la piedad agradecida de los fieles había ofrecido a la Virgen. Al querer forzar el Sagrario para llevarse los copones, prendieron fuego. ¿Y la Virgencita? Toda quemada menos la carita - y esta era de cera - milagrosamente intacta. Llevada a Milán, en la Casa Madre, recompusieron la imagen, que es la misma que hoy desde su Cuna, nos sonríe y nos invita a confiar en su milagrosa intercesión. Después de esta síntesis de la Devoción milagrosa es mi deseo como Tucumano la de compartir esta historia que también se propaga intensamente en mi provincia en la Antigua Estancia Zárate, un lugar con tanta historia que sería más fácil visitar el lugar. Refundada en 1776 y hoy conocida como Estancia El Molino después del terremoto de 1826 que tiró abajo la Iglesia de la Vieja Villa de Trancas entre otros edificios. El General Alejandro Heredia - el gobernador más culto y progresista de cuantos hubo en Tucumán entre 1810 y 1853, y el que le otorgó durante su gobierno el rango más alto entre todas sus vecinas - hace reconstruir la Iglesia del Molino desde sus cimientos al igual que toda la Estancia. Leocadio Paz, celebre hombre público, la describió como “la parte más importante y la mejor para la agricultura y la ganadería por sus vertientes propias libre de toda servidumbre”. Estancia encomendada a Pedro de Ávila y Zárate para la reacomodación de los indios de Amaicha, Colalao y Tafí. Asolada y abandonada en una época por las invasiones Mocovíes. En esta Heredad “El Molino” sus propietarios mis queridos primos y mejores amigos Raúl Antonio Chebaia y María Aragón con la enorme generosidad que siempre los caracterizó y que jamás olvidare supieron hospedar con gran cariño a mi mujer y a mis hijos en épocas muy difíciles. Lugar de sentimientos eternos en donde mis hijos pasaron los tiempos más felices de su infancia y en donde fueron consagradas junto a mis nietas a la Virgen Bambina. El Molino sitio apacible y cuya capilla quedara grabada para siempre en la historia de mi familia nos convoca a reunirnos de manera permanente todos los años el 9 de septiembre. La gracia de la Divina Infantita hermanada con la historia de la propiedad comienza mucho antes de la creación del Virreinato. Esta Estancia con tanta tradición y tan personal a mis sentimientos está ubicada a poca distancia del Pozo de San francisco – pozo del pescado – en donde brota un manantial que el Fraile Franciscano San Francisco Solano hizo surgir de la tierra con sólo hundir su bastón. Esto ocurrió hace 400 años y, sin embargo, la fuente de grandes curaciones nunca se ha secado. Único lugar de Tucumán con la impronta de un santo que había venido de España para evangelizar a los indígenas de América en 1590. Como dudar de la intersección y bendición de la Virgen Niña.
 Oración: Oh, Santísima Virgen Niña, María Bambina, en virtud de los privilegios que sólo a Ti fueron concedidos y por los méritos que adquiriste, muéstrate también hoy propicia conmigo. Muestra que la fuente de los tesoros espirituales y de los bienes continuos que dispensas es inagotable porque ilimitado es tu poder sobre el corazón paternal de Dios. Por la inmensa profusión de gracias con las cuales te enriqueció el Altísimo desde el primer instante de tu Inmaculada Concepción escucha si súplica, oh divina Niña y alabaré eternamente la bondad de tu Corazón…Protege al Mundo, al país y a nuestra Provincia del flagelo de esta pandemia.
                                       Dr. Jorge Bernabé Lobo Aragón
#Argentina #Tucuman #España
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latinabiz · 3 years
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Il santo del 22 agosto: Beata Vergine Maria Regina
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Beata Maria Regina La festività odierna, parallela a quella di Cristo Re, venne istituita da Pio XII nel 1955. Si celebrava, fino alla recente riforma del calendario liturgico, il 31 maggio, a coronamento della singolare devozione mariana nel mese a lei dedicato. Il 22 agosto era riservato alla commemorazione del Cuore Immacolato di Maria, al cui posto subentra la festa di Maria Regina per avvicinare la regalità della Vergine alla sua glorificazione nell'assunzioneal cielo. Questo posto di singolarità e di preminenza, accanto a Cristo Re, le deriva dai molteplici titoli, illustrati da Pio XII nella lettera enciclica “AD COELI REGINA ” (11 ottobre 1954), di Madre del Capo e dei membri del Corpo mistico, di augusta sovrana e regina della Chiesa, che la rende partecipe non solo della dignità regale di Gesù, ma anche del suo influsso vitale e santificante sui membri del Corpo mistico. Il latino "REGINA ", come "REX ", deriva da "REGGERE ", cioè reggere, governare, dominare. Dal punto di vista umano è difficile attribuire a Maria il ruolo di dominatrice, lei che si è proclamata la serva del Signore e ha trascorso tutta la vita nel più umile nascondimento. Luca, negli Atti degli apostoli, colloca Maria in mezzo agli Undici, dopo l'Ascensione, raccolta con essi in preghiera; ma non è lei che impartisce ordini, bensì Pietro. E tuttavia proprio in quella circostanza ella costituisce l'anello di congiunzione che tiene uniti al Risorto quegli uomini non ancora irrobustiti dai doni dello Spirito Santo. Maria è regina perché è madre di Cristo, il re. Ella è regina perché eccelle su tutte le creature, in santità: "In lei s'aduna quantunque in creatura è di bontade ", dice Dante nella Divina Commedia. Tutti i cristiani vedono e venerano in lei la sovrabbondante generosità dell'amore divino, che l'ha colmata di ogni bene. Ma ella distribuisce regalmente e maternamente quanto ha ricevuto dal Re; protegge con la sua potenza i figli acquisiti in virtù della sua corredenzione e li rallegra con i suoi doni, poichè il Re ha disposto che ogni grazia passi per le sue mani di munifica regina. Per questo la Chiesa invita i fedeli a invocarla non solo col dolce nome di madre, ma anche con quello reverente di regina, come in cielo la salutano con felicità e amore gli angeli, i patriarchi, i profeti, gli apostoli, i martiri, i confessori, le vergini.Maria è stata coronata col duplice diadema della verginità e della maternità divina: "Lo Spirito Santo verrà su di te, e la virtù dell'Altissimo ti adombrerà. Per questo il Santo che nascerà da te sarà chiamato Figlio di Dio". Ecco il testo della lettera enciclica (Editrice Vaticana): PIO XII LETTERA ENCICLICA AD CAELI REGINAM(1) DIGNITÀ REGALE DELLA SANTA VERGINE MARIA Fin dai primi secoli della chiesa cattolica il popolo cristiano ha elevato supplici preghiere e inni di lode e di devozione alla Regina del cielo, sia nelle circostanze liete, sia, e molto più, nei periodi di gravi angustie e pericoli; né vennero meno le speranze riposte nella Madre del Re divino, Gesù Cristo, mai s'illanguidì la fede, dalla quale abbiamo imparato che la vergine Maria, Madre di Dio, presiede all'universo con cuore materno, come è coronata di gloria nella beatitudine celeste. Ora, dopo le grandi rovine che, anche sotto i Nostri occhi, hanno distrutto fiorenti città, paesi e villaggi; davanti al doloroso spettacolo di tali e tanti mali morali, che si avanzano paurosamente in limacciose ondate, mentre vediamo scalzare le basi stesse della giustizia e trionfare la corruzione, in questo incerto e spaventoso stato di cose, Noi siamo presi da sommo dispiacere e perciò ricorriamo fiduciosi alla Nostra regina Maria, mettendo ai piedi di lei, insieme col Nostro, i sentimenti di devozione di tutti i fedeli, che si gloriano del nome di cristiani. È gradito e utile ricordare che Noi stessi, il 1° novembre dell'anno santo 1950, abbiamo decretato, dinanzi a una grande moltitudine di em.mi cardinali, di venerandi vescovi, di sacerdoti e di cristiani, venuti da ogni parte del mondo, il dogma dell'assunzione della beatissima vergine Maria in cielo,(2) dove, presente in anima e corpo, regna tra i cori degli angeli e dei santi, insieme al suo unigenito Figlio. Inoltre, ricorrendo il centenario della definizione dogmatica fatta dal Nostro predecessore, Pio IX, di imm. mem., sulla Madre di Dio concepita senza alcuna macchia di peccato originale, abbiamo indetto l'anno mariano,(3) nel quale con gran gioia vediamo che non solo in questa alma città - specialmente nella Basilica Liberiana, dove innumerevoli folle continuano a professare apertamente la loro fede e il loro ardente amore alla Madre celeste - ma anche in tutte le parti del mondo la devozione verso la Vergine, Madre di Dio, rifiorisce sempre più; mentre i principali santuari di Maria hanno accolto e accolgono ancora pellegrinaggi imponenti di fedeli devoti. Tutti poi sanno che Noi, ogni qualvolta Ce n'è stata offerta la possibilità, cioè quando abbiamo potuto rivolgere la parola ai Nostri figli, venuti a trovarci, e quando abbiamo indirizzato messaggi anche ai popoli lontani per mezzo delle onde radiofoniche, non abbiamo cessato di esortare tutti coloro, ai quali abbiamo potuto rivolgerCi, ad amare la nostra benignissima e potentissima Madre di un amore tenero e vivo, come conviene a figli. In proposito, ricordiamo particolarmente il radiomessaggio, che abbiamo indirizzato al popolo portoghese, nell'incoronazione della taumaturga Madonna di Fatima,(4) da Noi stessi chiamato radiomessaggio della «regalità» di Maria.(5) Pertanto, quasi a coronamento di tutte queste testimonianze della Nostra pietà mariana, cui il popolo cristiano ha risposto con tanta passione, per concludere utilmente e felicemente l'anno mariano che volge al termine e per venire incontro alle insistenti richieste, che Ci sono pervenute da ogni parte, abbiamo stabilito di istituire la festa liturgica della «beata Maria vergine regina». Non si tratta certo di una nuova verità proposta al popolo cristiano, perché il fondamento e le ragioni della dignità regale di Maria, abbondantemente espresse in ogni età, si trovano nei documenti antichi della chiesa e nei libri della sacra liturgia. Ora vogliamo richiamarle nella presente enciclica per rinnovare le lodi della nostra Madre celeste e per renderne più viva la devozione nelle anime, con vantaggio spirituale. I Il popolo cristiano ha sempre creduto a ragione, anche nei secoli passati, che colei, dalla quale nacque il Figlio dell'Altissimo, che «regnerà eternamente nella casa di Giacobbe» (Lc 1, 32), (sarà) «Principe della pace» (Is 9, 6), «Re dei re e Signore dei signori» (Ap 19, 16), al di sopra di tutte le altre creature di Dio ricevette singolarissimi privilegi di grazia. Considerando poi gli intimi legami che uniscono la madre al figlio, attribuì facilmente alla Madre di Dio una regale preminenza su tutte le cose. Si comprende quindi facilmente come già gli antichi scrittori della chiesa, avvalendosi delle parole dell'arcangelo san Gabriele, che predisse il regno eterno del Figlio di Maria (cf. Lc 1, 32-33), e di quelle di Elisabetta, che s'inchinò davanti a lei, chiamandola «madre del mio Signore» (Lc 1, 43), abbiano, denominando Maria «madre del Re» e «madre del Signore», voluto significare che dalla regalità del Figlio dovesse derivare alla Madre una certa elevatezza e preminenza. Pertanto sant'Efrem, con fervida ispirazione poetica, così fa parlare Maria: «Il cielo mi sorregga con il suo braccio, perché io sono più onorata di esso. Il cielo, infatti, fu soltanto tuo trono, non tua madre. Ora quanto è più da onorarsi e da venerarsi la madre del Re del suo trono!».(6) E altrove così egli prega Maria: «... vergine augusta e padrona, regina, signora, proteggimi sotto le tue ali, custodiscimi, affinché non esulti contro di me satana, che semina rovine, né trionfi contro di me l'iniquo avversario».(7) San Gregorio di Nazianzo chiama Maria madre del Re di tutto l'universo», «madre vergine, ha partorito il Re di tutto il mondo»,(8) mentre Prudenzio ci parla della Madre, che si meraviglia «di aver generato Dio come uomo sì, ma anche come sommo re».(9) La dignità regale di Maria è poi chiaramente asserita da coloro che la chiamano «signora», «dominatrice», «regina». Secondo un'omelia attribuita a Origene, Elisabetta apostrofa Maria «madre del mio Signore», e anche: «Tu sei la mia signora».(10) Lo stesso concetto si può dedurre da un testo di san Girolamo, nel quale espone il suo pensiero circa le varie interpretazioni del nome di Maria: «Si deve sapere che Maria, nella lingua siriaca, significa Signora».(11) Ugualmente si esprime, dopo di lui, san Pietro Crisologo: «Il nome ebraico Maria si traduce "Domina" in latino: l'angelo dunque la saluta "Signora" perché sia esente da timore servile la madre del Dominatore; che per volontà del Figlio nasce e si chiama Signora».(12) Sant'Epifanio, vescovo di Costantinopoli, scrive al sommo pontefice Ormisda, che si deve implorare l'unità della chiesa «per la grazia della santa e consostanziale Trinità e per l'intercessione della nostra santa signora, gloriosa vergine e Madre di Dio, Maria».(13) Un autore di questo stesso tempo si rivolge con solennità alla beata Vergine seduta alla destra di Dio, invocandone il patrocinio, con queste parole: «Signora dei mortali, santissima Madre di Dio».(14) Sant'Andrea di Creta attribuisce spesso la dignità regale alla Vergine; ne sono prova i seguenti passi: «(Gesù Cristo) portà in questo giorno come regina del genere umano dalla dimora terrena (ai cieli) la sua Madre sempre vergine, nel cui seno, pur rimanendo Dio, prese l'umana carne».(15) E altrove: «Regina di tutti gli uomini, perché fedele di fatto al significato del suo nome, eccettuato soltanto Dio, si trova al di sopra di tutte le cose».(16) San Germano poi così si rivolge all'umile Vergine: «Siedi, o signora: essendo tu regina e più eminente di tutti i re ti spetta sedere nel posto più alto»;(17) e la chiama. «Signora di tutti coloro che abitano la terra».(18) San Giovanni Damasceno la proclama «regina, padrona, signora»(19) e anche «signora di tutte le creature»;(20) e un antico scrittore della chiesa occidentale la chiama «regina felice», «regina eterna, presso il Figlio Re», della quale «il bianco capo è ornato di aurea corona».(21) Sant'Ildefonso di Toledo riassume tutti i titoli di onore in questo saluto: «O mia signora, o mia dominatrice: tu sei mia signora, o madre del mio Signore... Signora tra le ancelle, regina tra le sorelle».(22) I teologi della chiesa, raccogliendo l'insegnamento di queste e di molte altre testimonianze antiche, hanno chiamato la beatissima Vergine regina di tutte le cose create, regina del mondo; signora dell'universo. I sommi pastori della chiesa non mancarono di approvare e incoraggiare la devozione del popolo cristiano verso la celeste Madre e Regina con esortazioni e lodi. Lasciando da parte i documenti dei papi recenti, ricorderemo che già nel secolo settimo il Nostro predecessore san Martino I, chiamò Maria «Nostra Signora gloriosa, sempre vergine»;(23) sant'Agatone, nella lettera sinodale, inviata ai padri del sesto concilio ecumenico, la chiamò «Nostra Signora, veramente e propriamente Madre di Dio»;(24) e nel secolo VIII, Gregorio II, in una lettera inviata al patriarca san Germano, letta tra le acclamazioni dei padri del settimo concilio ecumenico, proclamava Maria «signora di tutti e vera Madre di Dio» e «signora di tutti i cristiani».(25) Ricorderemo parimenti che il Nostro predecessore di immortale memoria Sisto IV, nella lettera apostolica Cum praeexcelsa,(26) in cui accenna con favore alla dottrina dell'immacolata concezione della beata Vergine, comincia proprio con le parole che dicono Maria «regina, che sempre vigile intercede presso il Re, che ha generato». Parimenti Benedetto XIV, nella lettera apostolica Gloriosae Dominae, chiama Maria «regina del cielo e della terra», affermando che il sommo Re ha, in qualche modo, affidato a lei il suo proprio impero.(27) Onde sant'Alfonso, tenendo presente tutta la tradizione dei secoli che lo hanno preceduto, poté scrivere con somma devozione: «Poiché la vergine Maria fu esaltata ad essere la Madre del Re dei re, con giusta ragione la chiesa l'onora col titolo di Regina».(28) II  La sacra liturgia, che è lo specchio fedele dell'insegnamento tramandato dai Padri e affidato al popolo cristiano, ha cantato nel corso dei secoli e canta continuamente sia in Oriente che in Occidente le glorie della celeste Regina. Fervidi accenti risuonano dall'Oriente: «O Madre di Dio, oggi sei trasferita al cielo sui carri dei cherubini, i serafini si onorano di essere ai tuoi ordini, mentre le schiere dei celesti eserciti si prostrano dinanzi a te».(29) E ancora: «O giusto, beatissimo (Giuseppe), per la tua origine regale sei stato fra tutti prescelto a essere lo sposo della Regina immacolata, la quale darà alla luce in modo ineffabile il re Gesù».(30) E inoltre: «Scioglierò un inno alla Madre regina, alla quale mi rivolgo con gioia, per cantare lietamente le sue glorie. ... O Signora, la nostra lingua non ti può celebrare degnamente, perché tu, che hai dato alla luce Cristo, nostro Re, sei stata esaltata al di sopra dei serafini. ... Salve, o regina del mondo, salve, o Maria, signora di tutti noi».(31) Nel «Messale» etiopico si legge: « O Maria, centro di tutto il mondo ... tu sei più grande dei cherubini pluriveggenti e dei serafini dalle molte ali. ... Il cielo e la terra sono ricolmi della santità della tua gloria».(32) Fa eco la liturgia della chiesa latina con l'antica e dolcissima preghiera «Salve, regina», le gioconde antifone «Ave, o regina dei cieli», «Regina del cielo, rallégrati, alleluia» e altri testi, che si recitano in varie feste della beata vergine Maria: «Come regina stette alla tua destra con un abito dorato, rivestita di vari ornamenti»;(33) «La terra e il popolo cantano la tua potenza, o regina»;(34) «Oggi la vergine Maria sale al cielo: godete, perché regna con Cristo in eterno».(35) A tali canti si devono aggiungere le Litanie lauretane, che richiamano i devoti a invocare ripetutamente Maria regina; e nel quinto mistero glorioso del santo rosario, la mistica corona della celeste regina, i fedeli contemplano in pia meditazione già da molti secoli, il regno di Maria, che abbraccia il cielo e la terra. Infine l'arte ispirata ai principi della fede cristiana e perciò fedele interprete della spontanea e schietta devozione popolare, fin dal Concilio di Efeso, è solita rappresentare Maria come regina e imperatrice, seduta in trono e ornata delle insegne regali, cinta il capo di corona e circondata dalle schiere degli angeli e dei santi, come colei che domina non soltanto sulle forze della natura, ma anche sui malvagi assalti di satana. L'iconografia, anche per quel che riguarda la dignità regale della beata vergine Maria, si è arricchita in ogni secolo di opere di grandissimo valore artistico, arrivando fino a raffigurare il divin Redentore nell'atto di cingere il capo della Madre sua con fulgida corona. I pontefici romani non hanno mancato di favorire questa devozione del popolo, decorando spesso di diadema, con le proprie mani o per mezzo di legati pontifici, le immagini della vergine Madre di Dio, già distinte per singolare venerazione. III Come abbiamo sopra accennato, venerabili fratelli, l'argomento principale, su cui si fonda la dignità regale di Maria, già evidente nei testi della tradizione antica e nella sacra liturgia, è senza alcun dubbio la sua divina maternità. Nelle sacre Scritture infatti, del Figlio, che sarà partorito dalla Vergine, si afferma: «Sarà chiamato Figlio dell'Altissimo e il Signore Dio gli darà il trono di Davide, suo padre; e regnerà nella casa di Giacobbe eternamente e il suo regno non avrà fine» (Lc 1, 32-33); e inoltre Maria è proclamata «Madre del Signore» (Lc 1, 43). Ne segue logicamente che ella stessa è Regina, avendo dato la vita a un Figlio; che nel medesimo istante del concepimento, anche come uomo, era re e signore di tutte le cose, per l'unione ipostatica della natura umana col Verbo. San Giovanni Damasceno scrive dunque a buon diritto: «È veramente diventata la Signora di tutta la creazione, nel momento in cui divenne Madre del Creatore»(36) e lo stesso arcangelo Gabriele può dirsi il primo araldo della dignità regale di Maria. Tuttavia la beatissima Vergine si deve proclamare regina non soltanto per la maternità divina, ma anche per la parte singolare che, per volontà di Dio, ebbe nell'opera della nostra salvezza eterna. «Quale pensiero - scrive il Nostro predecessore di felice memoria Pio XI - potremmo avere più dolce e soave di questo, che Cristo è nostro re non solo per diritto nativo, ma anche per diritto acquisito e cioè per la redenzione? Ripensino tutti gli uomini dimentichi quanto costammo al nostro Salvatore: "Non siete stati redenti con oro o argento, beni corruttibili, ... ma col sangue prezioso di Cristo, agnello immacolato e incontaminato" (1 Pt 1;18-19). Non apparteniamo dunque a noi stessi, perché "Cristo a caro prezzo" (1 Cor 6, 20) ci ha comprati».(37) Ora nel compimento dell'opera di redenzione Maria santissima fu certo strettamente associata a Cristo, onde giustamente si canta nella sacra liturgia: «Santa Maria, regina del cielo e signora del mondo, affranta dal dolore, se ne stava in piedi presso la croce del Signore nostro Gesù Cristo».(38) E un piissimo discepolo di sant'Anselmo poteva scrivere nel medioevo: «Come ... Dio, creando tutte le cose nella sua potenza, è padre e signore di tutto, così Maria, riparando tutte le cose con i suoi meriti, è la madre e la signora di tutto: Dio è signore di tutte le cose, perché le ha costituite nella loro propria natura con il suo comando, e Maria è signora di tutte le cose, riportandole alla loro originale dignità con la grazia che ella meritò».(39) Infatti: «Come Cristo per il titolo particolare della redenzione è nostro signore e nostro re, così anche la Vergine beata (è nostra signora) per il singolare concorso prestato alla nostra redenzione, somministrando la sua sostanza e offrendola volontariamente per noi, desiderando, chiedendo e procurando in modo singolare la nostra salvezza».(40) Da queste premesse si può così argomentare: se Maria, nell'opera della salute spirituale, per volontà di Dio, fu associata a Cristo Gesù, principio di salvezza, e in maniera simile a quella con cui Eva fu associata ad Adamo, principio di morte, sicché si può affermare che la nostra redenzione si compì se­condo una certa «ricapitolazione»,(41) per cui il genere umano, assoggettato alla morte, per causa di una vergine, si salva anche per mezzo di una Vergine; se inoltre si può dire che questa gloriosissima Signora venne scelta a Madre di Cristo proprio «per essere a lui associata nella redenzione del genere umano»(42) e se realmente «fu lei, che esente da ogni colpa personale o ereditaria, strettissimamente sempre unita al suo Figlio, lo ha offerto sul Golgota all'eterno Padre sacrificando insieme l'amore e i diritti materni, quale nuova Eva, per tutta la posterità di Adamo, macchiata dalla sua caduta miseranda»;(43) se ne potrà legittimamente concludere che, come Cristo, il nuovo Adamo, è nostro re non solo perché Figlio di Dio, ma anche perché nostro redentore, così, secondo una certa analogia, si può affermare parimenti che la beatissima Vergine è regina, non solo perché Madre di Dio, ma anche perché quale nuova Eva è stata associata al nuovo Adamo. È certo che in senso pieno, proprio e assoluto, soltanto Gesù Cristo, Dio e uomo, è re; tuttavia, anche Maria, sia come madre di Cristo Dio, sia come socia nell'opera del divin Redentore, e nella lotta con i nemici e nel trionfo ottenuto su tutti, ne partecipa la dignità regale, sia pure in maniera limitata e analogica. Read the full article
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elconvoy · 4 years
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La maldición de las Arenas Negras
Aunque la mayoría de los vulperas de la caravana amanecían temprano, ella no. Fue hacia el mediodía cuando, tras emitir un prolongado bostezo, miró al otro lado de su lecho y lo encontró vacío. "¿Será la hora de comer?" barruntó para sus adentros, perezosa. Aguzó el olfato y oliscó alrededor, mas no captó ningún aroma suculento. Se sintió tentada de volver a cubrirse con sus vaporosas sábanas, pero hacía calor y además, no lograría conciliar el sueño. Una extraña apatía se había adueñado de ella en los últimos meses, ¿o quizá años? A menudo se sentía cansada, aburrida de todo. Dormía más de lo necesario o por el contrario, se pasaba las noches en vela, estudiando (según su marido) "lo que no debía". Se sentó en la cama y observó por la ventana. Rostam, su esposo, estaba entrenando con su hijo. Dastan ya tenía catorce años: era casi un adulto. Por desgracia, había heredado las inclinaciones y las habilidades marciales de su padre; mas Kaylin estaba convencida de que en el fondo se asemejaba a ella. Poseía un aire aventurero y curioso del que Rostam carecía, satisfecho con su vida de guardia de caravana. Y por otro lado, y al igual que su madre, la cocina se le daba fatal.
Aquel estúpido pensamiento le alegró la mañana a Kaylin. Se lavó con la palangana, bebió unos sorbos de agua para hidratarse, se aseó y se vistió con una toga oscura antes de salir afuera.
–¡Buenas tardes, mamá! –La saludó Dastan. Acto seguido, recibió un fortísimo golpe en el estómago, propinado por la espada de madera de su padre–. ¡Auch!
–No te distraigas –Le corrigió su padre–. Las piernas más flexionadas. El cuello más rígido. No tanto: pareces un Zandalari recién ahorcado…
Kaylin sonrió a su hijo. Rostam también la miró y asintió con sequedad en un escueto gesto de reconocimiento.
–No aprecia tu labor, ¿eh? –Preguntó una voz cascada a sus espaldas–. Si él supiera loh sacrificioh que hah realizado pa' ehconder vuehtra caravana de loh sethrak, lah fuerzah con lah que hah traficado, lah maldicioneh que hah desatao entre tuh enemigoh… Y lah que aún te quedan por desatar.
–Probablemente me abandonaría –replicó Kaylin, endureciendo su expresión. Ni siquiera se dignó a observar a su interlocutor a la cara: le dedicó una mirada de desprecio de refilón–. Y si supiera que tú estás aquí, muy probablemente te mataría.
–¿Vah a delatarme? –dijo el Zandalari. La vulpera guardó silencio–. Ya suponía que no. Ademáh, ¡no soy tan fácil de asesinar!
–¿A qué has venido, Viejo? –Inquirió Kaylin con un tono tajante.
–¿Sabeh? Hace muchoh añoh predije el alzamiento de loh vulperah. Lo vi en loh huesoh –explicó–. Vuehtra ehtrella mejorará y la de loh sethrak irá pa' abajo, Kaylin. ¿Sabeh qué máh profeticé…?
–Mentiras y patrañas. De eso no hay duda –Sancionó la hechicera, que comenzó a pasear hacia el extremo opuesto del campamento.
El Viejo la siguió con un trote alegre, luciendo una sonrisa desdentada. Los avatares de la edad, que habían hecho estragos en su apariencia física, no habían menguado un ápice ni sus energías ni su vitalidad.
–El poder –Continuó hablando–. Un poder con el que salvaréih a vuehtro pueblo. Un poder con el que tú y loh que te acompañen oh elevaréih sobre ehtah dunah como conquihtadoreh y reyeh.
–Ya he oído esa historia antes –contestó Kaylin, quien solo fingía ignorarlo–. Y yo no soy la única a la que se la cuentas, ¿verdad?
–Lo cierto eh que no… Pero ereh una de mih mejoreh apuehtah.
–Una de tus mejores apuestas… –Repitió la vulpera. Se paró y se volteó hacia el vetusto trol–. Y si ese poder nos transformará en reyes y conquistadores, ¿por qué no lo reclamas tú? ¿No es lo que siempre habías codiciado? ¿Acaso te conformas con esa guarida infame, oculta bajo la tierra como los nidos de las víboras?
El Viejo rechinó sus dientes. Kaylin había tocado un punto sensible. Pero no mordió el anzuelo: había vivido mucho, había visto demasiadas cosas y no echaría a perder sus planes por una vulpera lenguaraz y presuntuosa.
–¿Eso significa que no te interesa? –la interrogó–. ¿No quiereh verlo de primera mano? ¿Ehgrimir el poder de lah Arenah Negrah…?
–No he dicho eso –Se apresuró a responder la taumaturga–. Pero no me fío de ti ni de tus promesas de gloria.
–Y haceh bien… Porque no será un viaje fácil –adujo–. Muchoh morirán… Pero otroh oh encumbraréih bajo el ehtandarte de la Bruja de lah Arenah Negrah.
Kaylin lo miró con extrañeza. Dibujó una sonrisa altiva y se carcajeó.
–Soy una vulpera: nuestra gente recorre con libertad estas dunas. Comerciamos con lo que obtenemos y trabajamos duro. Nos protegemos mutuamente. Yo estudio la magia oscura y los maleficios para mantener a salvo a los míos de los sethrak –repuso–. Jamás serviré a nadie, Viejo: ni a ti, ni a ningún rey y menos a esa Bruja de las Arenas Negras. Yo solo me sirvo a mí misma.
Lejos de disuadirse, al anciano le entró un ataque de risa.
–¡Ereh ambiciosa! Por eso debeh formar parte de esa expedición –razonó–. ¡Por eso debéih dirigiroh a la ihla de la que oh hablé! Tu dehtino ehtá ahí, Kaylin.
–Mi destino –afirmó la vulpera, paseando la vista por el campamento; por su hijo y su marido, que practicaban esgrima con armas de madera–. ¿Y cuál es mi destino, según tú, Viejo?
–¿No eh obvio? Tú loh salvaráh a todoh –Le reveló. Sus ojos brillaban como las ascuas de una pira fúnebre.
Kaylin sonrió con sorna, incrédula, y se volvió hacia él. Pero de pronto, el Viejo había desaparecido. Confusa, levantó la vista: el sol estaba oculto tras unas nubes polvorientas. Asustada, se giró para contemplar el campamento, pero estaba destruido: la madera de los carros había devenido en un montón de escombros putrefactos y todo era pasto de los ranishu, que deglutían con voracidad a las alpacas y al resto de animales que descansaban inertes sobre el suelo negro.
–Las Arenas Negras –dijo, admirada.
Arenas oscuras como la obsidiana alfombraban la tierra a cientos de metros en torno a ella. Se habían tragado el campamento y habían matado a todos los que lo habitaban. Habían devorado su carro, su hogar…
–¡Dastan! ¡Rostam! –gritó.
Kaylin corrió hacia su morada. ¡Quizá todavía no era demasiado tarde! Frente a la misma, su hijo yacía moribundo mientras su padre, lloroso, lo sacudía, como si quisiera reanimarlo.
–¿Qué has hecho…? –Le preguntó Rostam, con una voz fría y cortante como un puñal.
–¡Intentaba salvaros!
–¡Mira a tu hijo, Kaylin! Estás maldita…
–¡No! –objetó ella–. ¡Las Arenas Negras nos ayudarán a derrotar a los sethrak!
–¿De qué nos sirven las Arenas Negras si nos arrebatan todo cuanto somos? –Expuso Rostam, abrazando fuertemente a su vástago–. Todo cuanto amamos… ¡Todo cuanto tenemos!
–No…
Kaylin retrocedió unos pasos, espantada por lo que había hecho. ¿Habían cometido un error al confiar en el Viejo? ¿Al liberar las Arenas Negras, una vez más, en Azeroth…? Contempló sus manos y vio que estaban calcinadas: carcomidas por la afección. Todo su ser estaba contaminado, corroído por el venenoso poder de las Arenas Negras.
–Márchate –ordenó Rostam–. ¡Márchate, Kaylin! Las Arenas Negras son una plaga. ¡Una plaga que lo destruirá todo! La Bruja debe irse de Vol'dun… Y tú también.
La hechicera hincó las rodillas en la arena. Sollozaba. Había perdido lo que más quería: su hijo, su pueblo, su vida. El poder con el que los resguardaría, con el que velaría por su futuro, se había vuelto en su contra. Era su sino: su cruz y su condena. Compungida y aterrada por la existencia de destierro que la aguardaba, rompió a llorar.
–Tú loh salvaráh a todoh –aseguró la voz del Viejo, quien vocalizó dos sílabas más que Kaylin no fue capaz de oír.
–¡No! –exclamó ella, rabiosa–. ¿Es que no lo ves? ¡Los he sentenciado a todos!
Unas carcajadas estremecedoras, incorpóreas, erizaron cada fibra de su pelaje gris. Cuando la vulpera abrió los párpados, ni Dastan ni Rostam estaban ya allí. Tampoco el Viejo. Estaba sola: rodeada y engullida por un mar de arenas negras.
Kaylin despertó. Sobresaltada, se sentó en el lecho e hizo a un lado las sábanas. Ninguna fragancia deliciosa acarició sus fosas nasales. Los berridos de los mercaderes regateando, de los guardias de caravana arrestando a los individuos sospechosos, ya no atestaban sus oídos. Lejos, los gruñidos de los ranishu saturaban el aire. Su jerga era incongruente y en cinco años no había podido aprender más que tres docenas de palabras, si es que su lenguaje estaba compuesto de palabras y no de sonidos guturales e ininteligibles. Se observó a sí misma en el espejo y constató con resignación el progreso de su enfermedad: un montón de venas oscuras trepaban por su cuello hacia su rostro. Sus zarpas también estaban corrompidas, así como el resto de su anatomía. Era un cadáver en vida: un ser de polvo y sombras, como el resto de esbirros del reino de la Bruja de las Arenas Negras. Y lo peor era que no le quedaba demasiado tiempo. El Viejo la había engañado, pero ya había recibido su escarmiento. No había salvado a nadie: ni siquiera había podido impedir el deceso de Dastan. Todos la habían repudiado u olvidado: la daban por muerta o por perdida. Se había convertido en un sirviente de la Bruja de las Arenas Negras. Sus suertes estaban vinculadas y también sus miserias.
Cuando salió al exterior de la inhóspita cámara de piedra en la que reposaba, ya no caminaba por el campamento donde un día residieron su familia y amigos. Ahn'Qadat, la antigua sede de los Dioses Antiguos en la Isla de las Arenas Negras, era ahora su morada y su prisión. Los ranishu se inclinaban ante ella al pasar en tanto que se consagraban a sus pueriles actividades de carroñeros. Los Mumlaks, guerreros esqueléticos Zandalari que habían emergido del desierto tras el retorno de las Arenas Negras, humillaban sus cabezas en señal de respeto. Ella estaba por encima de todos, salvo de la propia Bruja de las Arenas Negras: su mayor enemiga y su carcelera; y también su aliada y su única amiga en este mundo. Un día más, ambas languidecían atrapadas entre aquellas murallas de ónice: el último testimonio de la civilización en aquel páramo desprovisto de luz. Un día más, ambas cumplirían condena en un imperio en el que eran tanto conquistadoras como esclavas. Un día más…
–Señora –silbó una voz etérea a sus espaldas.
–¿Qué ocurre, sombra?
Una de las sombras de arena, vigilantes inmateriales y casi invisibles del reino de la Bruja, se materializó junto a ella.
–La tierra tiembla y no son los gusanos. El cielo se ensombrece y no son los buitres –Informó–. Algo se acerca.
–Sea lo que sea, no tardará mucho en morir –alegó la hechicera, suspirando tediosamente–. Como han hecho todos los que han visitado la Isla de las Arenas Negras. Ya hayan venido atraídos por los rumores de riquezas, por las historias de los exiliados Zandalari que un día tramaron aquí su Gran Rebelión, por las habladurías de las Arenas Negras o por los misterios insepultos de Ahn'Qadat; todos, absolutamente todos los que pisan esta tierra, mueren. Tarde o temprano, todos lo hacen…
Volvió a mirarse las manos, repletas de estrías que las teñían de negro y dorado. Hablaba por los invasores, pues no era la primera vez que alguna tripulación pirata recalaba junto a la isla y exploraba sus territorios, solo para hallar un final trágico. Hablaba por los invasores, sí, pero también por sí misma. Sus días estaban contados: el mal que habían desatado –la maldición de las Arenas Negras– iba a ser su perdición.
–Señora… ¡mirad arriba!
Kaylin alzó la vista y su estómago le dio un vuelco. Había visto cohetes, helicópteros, naves aéreas, imponentes pterrordáctilos y señores elementales en el pasado, pero nada se equiparaba a aquello. Cientos –tal vez miles– de zánganos aqir batían sus alas al unísono mientras volaban furiosos, como un enjambre de avispas soliviantadas, con dirección a Ahn'Qadat. Al mismo tiempo escarabajos gigantescos, goliats, surgían de las entrañas del Inframundo, dominados por un visceral deseo de venganza.
–El Imperio Negro regresa –ratificó Kaylin–. Vuelven a por lo que les fue negado. Puedo entenderlos…
–Tenemos que hacer algo, señora.
–Avisa al General: que reúna a los Mumlaks –decidió–. La Bruja de las Arenas Negras se encargará del resto.
–Sí, mi señora.
El lacayo se desvaneció. Por su parte, la vulpera puso rumbo al trono de la Bruja de las Arenas Negras. Quizás ella ya no podía salvar a nadie, pero podía cerciorarse de que Ahn'Qadat, la Bruja y el secreto de las Arenas Negras permanecían encerrados bajo siete llaves y de que sus horrores no asolaban Vol'dun –ni Azeroth–, ni ahora ni nunca.
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oldfrankcollect · 5 years
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emilycbride · 7 years
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