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salida de imprevisto
en un 28 de septiembre de 2021 recibí una palmada cósmica por mi insolencia espiritual.
La miré por última vez de la misma forma en que la había visto los últimos meses: escuálida, llena de escaras, canosa y con respiración pesada. Contemplé su nariz, que también es la mía, y pensé en las veces en las que soñé con cambiar mis rasgos para alejarme de lo que soy. Luego miré sus manos, dobladas por la artritis que la había postrado en cama y condenado a una vida dolorosa. También pensé en su mente, que había dejado de existir hace algunos años atrás, que había dejado de reconocerme y que dejó de pensar en las cosas que alguna vez fueron parte de su día a día.
Pensé en la poca cercanía que tenía con ella y en las veces en las que me cansé de repetirle las cosas. Sí tía, ya apagó la caldera. No tía, todavía no almorzó. Tía, deje su cartera un ratito. Me cansaba de repetir las oraciones una y otra vez, y ahora, me gustaría repetirle que la quiero, una vez más.
Salió de imprevisto en el mismo día en que llegó a este mundo. De sorpresa, pero contemplando un mejor panorama para su alma.
Espero que me mire y que, algún día, pueda cantar como ella.
Gracias por enseñarme que: "Si en el mundo quieres triunfar: ver, oír y callar".
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there's no life without art and dramatism and eccentricity; there isn't
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tamos intentando dijo taylor
they told me all of my cages were mental
so i got wasted, like all my potential
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tinta upbina
sentada sobre algodón barato
existiendo por un rato
aparezco como un recuerdo vago
de lo que un día amé
exijo un buen trato
dieciocho años me miraron raro
dos décadas de sordera
vida y cara rastrera
la ropa siempre me apretaba
la fuerza abdominal me macurcaba
pensé en mirarme en otra pose
nada cambiaba
escribo con tinta upbina
preparándome para la vida
de adulta vespertina
que te asalta en la madrugada
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Ensaladera de madera
Estaba preparándome un té verde, vertiendo agua hirviendo en la taza verde que uso para tomar todas mis bebidas calientes, cuando noté un nuevo elemento posado sobre el mesón de la cocina: una ensaladera de madera.
La ensaladera tenía nueve huevos frescos encima, bien distribuidos por la mano de mi mamá, quien siempre ha tenido una mente inventiva para descubrir nuevos usos para los recipientes que se estaban llenando de polvo en las alacenas.
Mientras miraba la ensaladera, me descubrí recordando el departamento en el momento de la mudanza. Excesivamente blanco, grande y moderno. Recordé lo mucho que me gustaron las tiras de madera que adornaban las altísimas paredes blancas que se convertirían en mi hogar prestado. Después de todo, estas paredes provocaron una amnesia soñadora en mi mente desesperanzada.
Al salir de la casa antigua, la que se estaba desmoronando en todo sentido posible y, al haber logrado venderla por un ridículo precio de 128mil dólares, sentí que podía respirar de nuevo. Recuerdo haber llorado luego de enterarme de la venta de esa casa, porque esa venta representaba el inicio de un nuevo ciclo lleno de oportunidades, una hoja nueva en un cuaderno viejo y una clausura al que fue uno de los capítulos más dolorosos que viviría en estos 18 años de vida.
Cuando llegamos a este departamento y aún no habíamos comprado muebles para llenar la sala, las cajas repletas de cachivaches eran los únicos adornos que nos quedaban en la casa. Así que me abrí espacio entre el cartón y me acosté de espaldas en el suelo de la sala, mirando hacia el ventanal gigante que había captado mi atención desde el primer momento en el que puse mis pies en esta casa prestada. Me puse los audífonos truchos que me había comprado y reproduje todo Norman Fucking Rockwell que, en ese entonces, recién había salido.
Recuerdo sentir que no había nada más hermoso que contemplar ese cielo estrellado mientras Lana me cantaba. Era casi surreal, especialmente luego de haber pasado por el mismísimo apocalipsis. Luego de haber perdido todo, absolutamente todo, sentí que con mis audífonos y Lana, no me faltaba nada. Sentí que las cosas finalmente mejoraban, que el juego de living que nos íbamos a comprar se iba a llenar de amigas que me visitarían a la hora del té, que el mueble para la tele iba a estar sosteniendo la máquina que me entretendría cuando, finalmente, contratáramos un servicio de internet, que iba a poder invitar a mis amigas a nadar en la piscina del edificio y que la heladera moderna que compraríamos podría darnos cubitos de hielo y agua fría a través de la puerta. Y así fue, por mucho tiempo.
Cuando estamos bien y tenemos cortinas para la sala, un sofá en donde echarnos y un juego de comedor para cenar hamburguesas de 10 pesos, nos olvidamos de que hubieron días en los que unas papas fritas de 2 pesos y una gaseosa de 3, estaban fuera de nuestro presupuesto. Nos olvidamos que vimos nuestros muebles, nuestros cuadros, nuestros cubiertos y toda la vajilla marcharse por menos de 1000 pesos, dejándonos con una mesa de plástico, cuatro sillas de plástico y los cubiertos viejos de la abuela.
Una ensaladera de madera llena de huevos, posicionada sobre el mesón de la cocina de este hogar prestado, es un milagro y es signo de la supervivencia de la esperanza dentro de los tiempos apocalípticos que vivimos. Creo que todo cambia y, ahorita, estamos mejor que antes.
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fear of replacement and the unknown
I feel like you are scared by the idea of me stepping into his shoes. You have ignored the achiness of my soul for years. In your mind, there is no trace of who I really am, you know nothing about my aspirations or goals, because you are scared of them. Scared of being involved in an artsy musical triangle, filled with dreaming waters that contain a deep and ingrained desire for freedom and spontaneity, carried for decades, generation after generation.
I often think about the truth behind my dreams. The truth behind the truthful desires burned in the back of my mind. I am such a whirlwind; never staying in one place for more than a minute, never committing with my future, always dreaming of tomorrow.
I’d like to be a blank paper page, so I could be written by someone else’s hand, not by mine, or by yours. So I wouldn’t have to pick a path, so I could walk through the safest one without hesitation; one without an evil fairy waiting for me at the edge of the cliff, with a riddle at the tip of her tongue. I wish I were a house plant adopted by a nature witch, to be seen as a friend rather than decoration for an apartment on Elm Street. I could just exist and…be.
How can I be sure of my destiny when all I got is an immeasurable thirst of knowledge and peace? Tarot readings, astrology, numerology, meditation… I’ve tried all of them. They’re like drugs, you know? All of them receive devotion and give nothing in return. They sure give temporary peace and temporary love and temporary distraction, but which of them will hug me at 3am when I’m alone with the other me? Me, but without feathers; me, but without sage; me, but without lavender pills. The less magical version of a stellium-type fairy, one who can’t fly, can’t enchant, and can’t fight.
Hoping is what we still do, every day and all the time. Flying thoughts pass through this revolutionary mind, most of the times getting lost in the abysms of this aching, confusing, chaotic soul. Some don’t get lost, but float on these tsunami dreams, they cling onto a wood door that floats on the surface of the dead sea, obligated by the Himalayan salt that got spilled by that woman’s hand. As Lana said, I just ride, accompanied by motorcyclists that cheer and applaud for me, in my dream performances. I play guitar with Stevie, and she says she enjoys my sad tunes, so I keep playing and she dances, flying and whirling with that golden chal that Misty wore to her 7 wonders day. And I float on the air.
So, I don’t know, I guess I’ll see. Maybe my cards will tell me.
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