-Dime lo que pasa por tu cabeza cuando te digo que te quiero.
-Nada...
-Nada ? - respondió con cierta indignación
-Entonces, por qué sigues a mi lado ? - Continuó
-No lo sé...
-Aún me amas?
-Me gustaría decir que sí...
Se acercó lentamente hacía sus labios, lo besó con nostalgía , con ese miedo indescriptible de que fuese el último, el ultimo recuerdo que tendría de él...
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La Casa del Tiempo
Abrí la puerta lentamente, un sonido cortante rasgaba el silencio de aquella vieja casona. Entré con miedo, cada paso que daba era un arrepentimiento, un pesado suspiro, una gota de sudor pegajosa y tristona en mi rostro. Había un aroma a polvo, era muy fuerte, se notaba que allí nadie había vivido en muchos años. Aun así quería embriagarme entre recuerdos. Llevaba un álbum de fotos y unos cuantos cerillos, tenía bien claro lo que iba a hacer aquel día, estaba dispuesto a borrar su imagen para siempre. Mi primer destino fue el vestíbulo, confidente de nuestras escapadas nocturnas, amante de nuestros besos sin aliento, espectador de enamorados sin control. Comencé a pasar mi mano por los pasamanos de la escalera, subiendo como si estuviese llegando al mismísimo infierno. ¿Cómo olvidar cuando entre sonrisas nos mirábamos a los ojos como bobos? Las copas nos atontaban, pero lo que más recuerdo, era ese instante en el que de repente nos quedábamos callados, cruzábamos sueños al darnos la mano, y olvidábamos todos los problemas que nos destruían cada día. Ni una sola palabra salía de nuestros labios, sólo existía ese momento donde nos necesitábamos el uno al otro, ese segundo que queríamos eternizar en el tiempo. La primera foto, el primer día que decidimos tomarnos una foto juntos en estas escaleras borrachos pero con ilusiones, fue en esta subida donde nos plasmamos en una imagen, una imagen que moriría en las llamas del primer cerillo.
Como si lo pudiese borrar con fuego, como si esas cosas se pudieran ir algún día. Llegué a la cocina, de un momento a otro, lo vi con ese ridículo delantal mientras me untaba de crema la nariz, robándome un beso con una fresa entre los dientes, o simplemente comiendo mientras moríamos a carcajadas porque no sabíamos ni cocinar. Esa sensación de tener los brazos en la cintura mientras decoraba el postre de aniversario, un leve apretón que te tatuaba el corazón a merced de las mariposas, ese que nunca se olvida…la segunda foto, nosotros disfrazados de chef tomando una espátula que nos cubría la cara mientras nos besábamos. Ahora estaría quemada con el segundo cerillo del consuelo.
Llegué al cuarto, nuestra primera pelea. Las peleas siempre empiezan por estupideces. Sin embargo, nunca tuvimos una pelea fuerte, sólo eran pucheros que terminaban en abrazos o en un te quiero. No terminaba de entender como algo así desaparecía con el amarillo de las cerrillas, como algo tan hermoso se desvanecería con el ardor de un objeto tan insignificante. Lo veía sonreír, siempre lo veía sonreír, tal vez era eso lo que más me gustaba de él, lo que más extrañaba de aquel diminuto ser. Puedo borrar una cara, olvidar una voz, desaparecer el olor de un perfume, pero una sonrisa, una sonrisa queda incrustada en alguna parte de mí donde los sueños rotos nunca mueren. Esa foto fue lo que usé ese día para contentarlo, una cuantas cosquillas, y un empujón en la cama que terminaron en deseos y placeres. Esta foto también sería arrasada en el calor del pasado.
Y llegué a mi destino favorito, el balcón de nuestras noches románticas. Solíamos llevar cajas y sentarnos encima de ellas para ver las estrellas mientras permanecíamos en silencio el uno recostado sobre el otro. Siempre me pareció una escena de película, imposible de replicar, pero no necesitábamos el súper balcón o subirnos al tejado indestructible, sólo necesitábamos dos cajas llenas de esperanza y de suaves caricias. Yo lo veía todo en él, era la vida que siempre quise, el Peter Pan que abandonaría la juventud eterna sólo por estar a mi lado, y yo también lo hubiera hecho por él. No me cansaré de repetir que hubiera dado esta y mil vidas más para que él siguiese aquí en mis brazos. Lamentablemente, él no pensaba lo mismo. Yo creía en sus palabras, en lo invisible, pero a veces creer en algo que no se ve puede destruir lo indestructible. Una foto bajo las estrellas ¿Quién lo diría? Un sueño hecho realidad. Esa noche lo besé con tanta dulzura que todavía siento el ardor en mis labios. Tomé la última foto, la quemé con tanta delicadeza, como si no quisiese dejar ir lo último que me quedaba de él. La brisa se llevó sus restos, la noche lo acogió, y alcanzó la luna, aquella que siempre anheló conquistar. Lo había dejado partir, pero nunca logré aniquilar la magia de su sonrisa, esa que me hizo creer que jamás me abandonaría en esta vieja casucha de papel…
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Si tan sólo esa posibilidad existiese...
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Tal vez porque somos seres etéreos en un mundo repleto de eternas ilusiones sin sentido. En fin, la hipocresía humana.
Héctor Carranza A.
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Más que amigos
Compartíamos el calor de nuestras manos mientras caminábamos, la luna se había impuesto ante nuestros ojos. Tenía miedo de quebrantar las reglas que siempre había acatado. Nunca me había cuestionado las razones por las cuales continuaba siguiendo como un perro faldero aquellas normas sin sentido. Pero aquel día, seguía caminando junto a él sin que nada me importase. Me sentía a gusto, como si quisiese estar allí para siempre. La calle estaba desolada, ni una sola voz se paseaba por los alrededores. Sólo el sonido de nuestras miradas cautivaban el vacío del espacio, allá donde las estrellas morían de celos por no poder estar aquí a nuestro lado.
— ¿Qué tanto vez? —me preguntó repentinamente
Tenía la manía de ver el cielo, y más cuando era de noche, sentía como la soledad de la inmensidad llenaba un vacío que sólo ella podía apaciguar. Era como la libertad de la nada, y el consuelo del todo.
—Me gusta ver cómo brillan.
—Un gusto raro, yo prefiero verte a ti —me dijo en un tono coqueto.
—Tengo miedo de que se enteren.
—¿De qué? ¿De nuestra salida? Nunca se van a enterar, confía en mí, los padres son las personas más estúpidas que pueden existir.
— ¿Y si nos vieran así? Me echarían como a los perros, me odiarían para siempre, no quiero que me odien…
Se acercó lentamente hacia mi espalda, y me apretó de la cintura con una ternura envidiable. Puso su cabeza sobre mi hombro, y me besó el cuello.
—Yo estaré ahí para llevarte conmigo, si ellos te van a odiar, tendré que quererte también por ellos —dijo de repente.
Siempre me decía cosas tan cursis y baratas que me era difícil creerle una sola palabra de lo que decía. Sin embargo, siempre terminaba hechizado por sus encantos. El tiempo con él se pasaba en segundos, era como si vieses tu película favorita, sentirías muchas cosas, pero al final no sería suficiente y tendrías que volverla a ver una y otra vez hasta el hastío. El problema era que ya había repetido una infinidad de veces este filme sin demostrar una sola pizca de aburrimiento. Me estaba enamorando, y eso era peligroso.
— ¡EYYY! ¡VUELVE A LA TIERRA! —exclamó mientras me daba golpecitos en el estómago.
— ¡QUÉ TE PASA! ¡Casi me matas de un susto!
—Deja de pensar tanto en tus padres, ¿podrías concentrarte en lo que está aquí en frente tuyo?
—Para ti es fácil decirlo, cuando mis padres se enteren que en realidad mi mejor amigo me coge por las noches, nunca podré volverte a ver.
—Pero si nunca lo hemos hecho.
—Sabes a que me refiero.
De repente me abraza muy fuerte, me abriga entre sus brazos, y me dice:
— ¿De verdad crees que tus padres van a impedir que te pueda ver? Ni los Dioses podrían hacerlo, siempre haré hasta lo imposible por sacarte de ese infierno al que llamas hogar.
No les podría mentir, mi corazón se ablandaba de sólo escucharlo. Pero en ese entonces tenía tantos otros problemas en mi cabeza que creía que el mundo jamás pararía de estar en mi contra.
— ¿Qué más mentiras sabes decir? —le dije a regañadientes.
Fue ahí cuando se acercó bruscamente hacia mí, como si quisiese aprisionarme entre sus brazos. Me miró a los ojos y me apretó vigorosamente. Intenté liberarme sin éxito, era mucho más fuerte que yo. Al cabo de unos segundos, mi flácido cuerpo se rindió. Su mano derecha acariciaba mis mejillas, las rozaba con una delicadeza tan sutil y romántica que mariposas invadían los lugares más recónditos de mi ser. Su mano levantó finalmente mi mentón, y sus labios rozaron los papiros prohibidos del éxtasis. Estaba en un sueño que no podía creer, los escalofríos volaban por todas partes. Sentía un calorcito que me confortaba, que borraba todos mis problemas, y que me atrapaba en falsos instantes. Fue ahí donde quebrantamos nuestra amistad con un beso que me traería la destrucción, y al mismo tiempo aquel que jamás podría olvidar…
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¿Por qué escribimos? ¿Para quién lo hacemos? Preguntas que rondan por todas partes, como si eligiésemos eso que plasmamos en nuestras plumas. Es como un suspiro, una necesidad que te invade, que llena el blanco de tus hojas. Escribir es como enamorarse, no sabemos por qué lo hacemos, pero morimos en el encanto de sus nocturnos susurros cada vez que sentimos su cálido aroma. Una primera mirada que nunca se desvanecerá. Nunca pensé que la flecha de Cupido fuera tinta y noches enteras sin poder cerrar los ojos…
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