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profe3 · 4 months ago
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La Vergüenza del Feminismo: Defender el velo musulman
La Vergüenza del Feminismo: Defender el velo musulman
En las calles de países como los de Europa o Estados Unidos, donde hay pancartas pidiendo igualdad y voces gritando por la libertad de las mujeres, pasa algo raro: algunas feministas defienden el velo musulmán y dicen que es algo bueno. Lo vemos en marchas y lo escuchamos en lo que dicen ciertas activistas. Para mí, esto es una vergüenza. El feminismo siempre ha peleado contra las cosas que oprimen a las mujeres, entonces, ¿cómo pueden apoyar algo que, desde su inicio y en la mayoría de los casos, las somete? El velo no va con la idea de libertad que las feministas dicen querer. ¿Qué dicen las feministas que defienden el velo? Algunas mujeres feministas de Occidente apoyan el velo musulmán —como el hiyab, el niqab o el burka— y dan varias razones para decir que está bien. Esto es lo que ellas piensan:
Dicen que las mujeres musulmanas que usan el velo lo hacen porque quieren, y que decir que está mal es tratarlas como si no pudieran decidir por sí mismas.Pero esto no es así: La libertad no es real si te obligan. En países como Irán o Afganistán, las mujeres tienen que usar el velo porque la ley o la familia las fuerza, y si no lo hacen, las castigan. Hay reportes, como los de Human Rights Watch de 2022, que cuentan cómo las meten a la cárcel por no taparse. Hasta en Occidente, muchas lo usan porque sus familias o su religión se lo piden, no porque lo deseen de verdad. Decir que es una elección es como decir que casarse a la fuerza está bien porque la novia dijo "sí". El feminismo no debería aceptar algo que viene de la presión.
Creen que el velo es una forma de decir no a las ideas de belleza de Occidente y a su control sobre el mundo, una manera de mostrar quiénes son frente a los que quieren imponer sus reglas.Pero esto no cuadra: El velo no pelea contra Occidente, sino que sigue una regla vieja de hombres que existía antes del islam. No es algo nuevo para enfrentar a Europa o América, es una orden antigua que tapa a las mujeres porque los hombres dicen que deben esconderse. Si el feminismo no quiere que las mujeres sean objetos por la belleza de Occidente, tampoco debería aceptar que las traten como algo que hay que cubrir. Es cambiar un jefe por otro, no es ser libre.
Piensan que decir algo contra el velo es atacar a las mujeres musulmanas y ser racista, y que eso va contra el feminismo que incluye a todas.Pero eso no es cierto: Hablar mal del velo no es odiar a las musulmanas ni al islam, es solo señalar una costumbre que lastima a las mujeres. El feminismo ha criticado cosas de la iglesia, como que las mujeres deban obedecer al marido, y nadie dice que eso es odiar a los cristianos. Odiar sería rechazar todo el islam, pero esto es solo ver una regla que no es justa. Además, muchas musulmanas piden no usarlo; ayudarlas no es racismo, ignorarlas sí lo es.
Comparan el velo con cosas como los tacos altos o el maquillaje en Occidente, y dicen que todas las culturas mandan a las mujeres a hacer cosas, así que señalar solo al velo no es justo.Pero no es lo mismo: En Occidente nadie te mete a la cárcel por no usar tacos o maquillaje, ni hay una religión que diga que es obligatorio para ser buena. Sí hay presión para verse bien, pero no es igual a que te obliguen por ley o te peguen por no hacerlo. El feminismo pelea contra todo lo que obliga a las mujeres, no deja pasar unas cosas para excusar otras.
El feminismo quiere acabar con las cosas que quitan libertad a las mujeres. Pero el velo musulmán no es algo cualquiera: empezó hace mucho tiempo cuando los hombres decidieron que las mujeres debían taparse para "cuidarlas" o manejarlas. En el Corán (Sura 33:59) dice que las mujeres se cubran para que las vean como decentes y no las molesten, poniendo sobre ellas lo que los hombres hacen mal. Hoy, en lugares como Irán o Arabia Saudita, las mujeres tienen que usarlo o las castigan con cárcel o golpes. Muchas, como las iraníes que queman sus velos en las calles, lo ven como algo que las oprime y lo quieren fuera. Decir que eso es libertad es no ver lo que pasa y dejar solas a esas mujeres que pelean por sacárselo.
Es una vergüenza que feministas de Occidente, que pueden vestirse como quieran sin que las obliguen, hagan bonito algo que para tantas no es una opción. La libertad que ellas gritan se vuelve falsa cuando apoyan algo que, en casi todos lados, hace que las mujeres estén bajo el poder de los hombres. Si el feminismo es luchar contra lo que oprime, ¿cómo puede defender algo que lo hace?
Algunas dicen que hay mujeres que quieren usar el velo y no les molesta.Pero eso no cambia nada: Que algunas lo acepten no quita que venga de algo que oprime. Antes, muchas mujeres usaban corsés o no votaban porque no conocían otra vida. El feminismo no se queda con lo que algunas sienten, sino que pelea contra lo que las ata. Si unas pocas lo quieren, no borra que a la mayoría la obligan.
Dicen que es parte de su cultura y que no lo podemos juzgar porque no lo vivimos.Pero la cultura no justifica todo: Cuando una cultura hace daño, hay que decirlo. El feminismo ha parado cosas como cortar partes del cuerpo a las mujeres o quemar viudas en India, y nadie dice que eso es ser cerrado. Las culturas no están por encima de los derechos, y tapar a las mujeres para que sean "modestas" les quita su libertad.
Que las feministas de Occidente defiendan el velo musulmán es una vergüenza porque va contra lo principal del feminismo: que las mujeres sean libres de verdad. Mientras ellas caminan con velos en sus marchas, hay millones de mujeres en el mundo que se juegan la vida para quitárselos, desde las calles de Teherán hasta barrios donde la tradición las ahoga. Apoyar el velo no es ayudar a todas ni entenderlas; es no ver lo que sufren y dejarlas solas por decir cosas que suenan bien pero no son ciertas. Si el feminismo no sabe ver la diferencia entre ser libre y estar atada, no sirve de nada. Que piensen bien: ¿a quién ayudan cuando levantan algo que calla a tantas?
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profe3 · 6 months ago
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UNIVERSO ANIMAL: crudo y realista, con animales en forma humana
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alexalex1984
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1 parte nuevaEn un universo donde las reglas de la naturaleza se han invertido dramáticamente, los animales antropomorfos reinan supremos. Los humanos, otrora dominantes, ahora son ganado, alimento y esclavos. En este nuevo orden, la ley del más fuerte es la única ley, y la jerarquía es implacable: los humanos, despojados de su inteligencia, sirven a las bestias como mascotas, esclavos, y, lo más escalofriante, como carne para el consumo de los poderosos. Imagine un mundo donde las hamburguesas se hacen de humanos y donde un búfalo de dos patas con cuerpo humano dicta el destino de los menos afortunados. ¿Cómo sería este mundo? ¿Los animales antropomorfos se comportarían como los humanos, o seguirían un código moral diferente? ¿Gobernarían con un equilibrio con la naturaleza, o perpetuarían el mismo patrón destructivo, o quizás uno aún más cruel? ¿Qué vestigios de humanidad quedan en un escenario tan drásticamente alterado? ¿La rebelión es posible, o esta es la única forma de supervivencia? Un sinfín de posibilidades se despliega en este universo distópico. Únete a nosotros para descubrirlo. En este mundo, el jefe del matadero, un imponente búfalo con el cuerpo de un humano, guía a su hijo a través del laberinto de muerte donde se procesa a los humanos. El joven búfalo, destinado a heredar este imperio de carnicería, debe aprender cómo cada vida humana se reduce a simple carne. Pero en sus ojos jóvenes, ¿se vislumbra una chispa de duda sobre el destino que le espera a su especie y a los humanos?
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profe3 · 6 months ago
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profe3 · 6 months ago
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LA IZQUIERDA ESCRIBE CON SANGRE DE NIÑO EL IMAGINARIO DEL SU POLÍTICA EXTERIOR - anti-islamofascismol
El poeta soy yo, pero en este momento quiero hablarte de otra cosa: de la tristeza que siento cuando, por razones políticas, no se habla con la verdad sobre la destrucción de medio oriente. Se le vende el alma al diablo buscando logros políticos en la busqueda de la destrucción de EEUU y de Israel entre otros . Para el bien de toda esta gente, hay que olvidarse del enemigo y dejar de utilizarlo como carne de cañón, como títeres, escribir con sangre de niños la politica exterior , para simplemente entregar un mensaje al mundo . Hay que salvarlos de su cultura y religión del odio que los envenena y los destruye. Hay que ponerse la mano en el pecho y reconocer que solo han sido un instrumento para logros políticos.
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profe3 · 7 months ago
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dolor y bondad
 Del dolor y la bondad
No es por jactarme, ni por elevarme en falso orgullo. Que nadie crea que disfruto el dolor de los demás. Soy sentimental, profundamente. A menudo mis ojos se llenan de lágrimas, como un río que desborda sin pedir permiso. Lágrimas que vienen de todo y de nada, de lo que veo, de lo que siento, de lo que soy. Por eso escribo: porque las palabras son mi refugio y mi desahogo, el único lugar donde puedo ordenar este torbellino que llamo alma.
Jamás hice daño a alguien conscientemente, y menos aún lo disfruté. El dolor ajeno me llena como si fuera mío, y cuando alguna vez desperté para contemplar mi propia ignominia, fue como si un peso oscuro se plantara sobre mi pecho, ahogándome. Mi dicha, lo que de verdad me da vida, es ver a otros felices. No sé hacer daño. Mi corazón no tiene la dureza necesaria; se parte con facilidad, como una copa de cristal ante el menor golpe.
Algunos dicen que es cobardía, que tal vez es ridículo, y puede que tengan razón. Le temo a la maldad como se teme a las sombras negras que se deslizan en los rincones de la noche. Muchas veces me entregué entero para hacer feliz a alguien. Di todo lo que tenía, sin guardarme nada, y más de una vez me trataron como un monigote, un objeto del que podía sacar ventaja. Pero incluso en esas traiciones, en esas heridas, nunca hubo en mí rencor. Porque yo soy así: sentimental hasta la raíz, hasta la médula.
No todo es blanco o negro en el alma humana. Mi negro siempre se aferró desesperado al blanco, buscando un poco de luz, un poco de pureza. Me estremezco entero cuando veo el mal en las personas, cuando el odio o la envidia se reflejan en sus ojos. Pero no siento envidia de nadie. Me conmueve hasta las lágrimas la felicidad de los otros, porque eso es lo que quiero para todos: que sean felices, que vivan libres de esa negra que tantas veces me arrastró como una corriente de mar furioso.
Si alguna vez hice el mal, fue sin querer, sin conciencia, o porque me vi obligado. No nació de mí, no lo llevé dentro como algo propio. Por eso soy lo que soy: un anarquista, no por rebeldía, sino porque creo en la bondad que se encuentra cuando las personas buenas se juntan, libres de dogmas, libres de ideologías manchadas por sangre y maldad.
Me aferré al conocimiento porque la ignorancia me dolía más que cualquier herida. Quise entender para no dañar, quise saber para poder crear. Escribe estas palabras para que sepan quién fui y quién soy, en estos días postreros, cuando las horas se alargan y el alma pesa más que nunca.
Del dolor, no fui valiente. Pero alguna vez puse mi pecho para salvar a alguien, para proteger lo que amaba. No es grandeza, tal vez sea ridículo, pero está aquí, en mí, y lo estoy contando, mostrando lo más profundo de mi ser, ese rincón incógnito que cuesta tanto desnudar.
Aunque el mundo intenta arrebatarme esta bondad que llevo dentro, me niego a dejarla ir. Mi mayor lucha siempre ha sido por mantenerme humano, por resistir en un mar que quiere tragarme. Y aquí estoy, todavía, con mis ojos llenos de lágrimas, pero viendo claro, siempre claro.
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profe3 · 9 months ago
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Qué soy cómo soy
Soy un gran conocido, He dejado una huella indeleble en todos aquellos con los cuales compartieron un algún momento a raíz de mis Extravagancias Y forma de ser, Mis palabras, Mi forma de ser siempre rompiendo la barrera del tiempo y dejando a las personas con interroganteS con el asombro unA incredulidad no se pUEDEN olvidar es por eso que todo lo que me han conocido no se han olvidado nunca de mí
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profe3 · 9 months ago
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Capítulo: La Juventud que Nunca Terminó
Mi juventud no se terminó cuando todos decían que debía hacerlo. No seguí el camino de muchos, donde los amigos de la adolescencia se convierten en el recuerdo de las fiestas y las noches locas, para luego desvanecerse cuando se casan y forman familias. No, yo seguí viviendo como joven, moviéndome entre grupos, saltando de una amistad a otra, como un río que nunca deja de fluir. Si un grupo de amigos se disolvía porque el peso de la adultez los llamaba, yo encontraba otros jóvenes, siempre nuevos, siempre llenos de esa energía que me mantenía en movimiento.
Con cada paso, seguía encontrando gente con quien compartir mi juventud. Algunos se casaban, otros cambiaban de rumbo, pero yo, con una sed insaciable de vida, seguía adelante. La música, las conversaciones profundas, los recitales, todo eso era mi refugio, mi forma de vivir sin anclarme en lo que el tiempo dictaba. Mientras otros hacían planes a largo plazo, yo me sumergía en el presente, encontrando siempre un nuevo grupo de amigos jóvenes, una nueva chispa de vida que me mantenía conectado a esa juventud que no quería soltar.
Recuerdo una de esas noches, una que marcó un peligro que no habíamos previsto. En la universidad, cuando me mezclaba con los estudiantes como si fuera uno más, hubo una competencia. No era de cerveza o vino, como solíamos hacer. Esa vez, alguien trajo aguardiente. Fue una locura. Una de las chicas, sin pensarlo, aceptó el desafío de tomarse la botella lo más rápido posible. En ese momento, algo dentro de mí me dijo que eso no estaba bien, que era peligroso. Pero era demasiado tarde. Ella se desplomó en una banca, casi inconsciente. En ese instante, me di cuenta de lo frágiles que éramos en medio de tanta euforia. Podría haber muerto. Y, sin embargo, éramos jóvenes, creíamos que éramos invencibles.
Otra vez, la locura no fue solo por la bebida. Recuerdo claramente una toma en la universidad, donde los estudiantes cerraron las puertas, exigiendo educación gratuita. Era más que una protesta, era una fiesta, una mezcla de ideales y diversión descontrolada. Cerramos la universidad, tiramos piedras a los carabineros, que nos respondían con gases lacrimógenos. Corríamos por los pasillos, en una nube de humo, pero riendo, disfrutando de esa adrenalina.
Pasó la noche, y me quedé con los que lideraban la toma. Estábamos borrachos, hablando de política, de la vida, mientras la realidad se desvanecía a nuestro alrededor. Entre risas y vasos vacíos, vi unos papeles sobre la mesa. Curioso, los tomé. Eran los comunicados que, en caso de que la policía irrumpiera, estaban listos para ser enviados a la prensa. Eran escritos anticipando violencia, asegurando que nos habían golpeado, que habíamos sido reprimidos, aunque eso no había sucedido... todavía.
El líder de la toma, también borracho, se dio cuenta de que los papeles no estaban en su lugar. Estaba furioso. "¡Esto es serio!", gritaba. "No podemos estar borrachos cuando estamos peleando por algo importante". Pero ahí estábamos, todos en el mismo estado, tratando de mantener la seriedad mientras el alcohol hacía lo suyo. Al final, la policía no entró, y los papeles nunca vieron la luz. Fue una noche de idealismo, pero también de caos.
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profe3 · 9 months ago
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Tomando alcohol arriba de los árboles.
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cuando éramos jóvenes metaleros y punks, nos solíamos juntar en una esquina del barrio. Aquella esquina tenía algo especial, era como nuestro punto de encuentro sagrado, donde compartíamos no solo el espacio, sino también nuestras ideas, nuestros sueños y nuestras ganas de vivir intensamente. Ahí, bajo la mirada indiferente de las estrellas, pedíamos algo de dinero a los transeúntes para poder comprar unas cervezas, nuestro combustible de la noche. No consumíamos nada más, solo alcohol. La marihuana aparecía de vez en cuando, traída por alguno que otro amigo, pero nunca fue algo recurrente en nuestro grupo. Por suerte, la cocaína aún no había llegado a nuestras vidas, porque, si lo hubiera hecho, probablemente habríamos sido arrastrados por su sombra oscura, destruyendo no solo nuestra amistad, sino también nuestra economía, que ya era bastante precaria.
Una vez que lográbamos juntar el dinero necesario, nos dirigíamos a la tienda más cercana para comprar lo que pudiéramos y, luego, comenzaba la búsqueda del lugar perfecto, un escondite donde la policía no nos pudiera descubrir. Eso era lo más importante, encontrar un sitio donde pudiéramos tomar y conversar tranquilos, sin la constante amenaza de que los carabineros llegaran a desbaratar nuestra pequeña reunión. Lo hacíamos todos los fines de semana, religiosamente. Era nuestro ritual, una especie de escapatoria del mundo. Y aunque siempre había la posibilidad de que nos encontraran, nos las arreglábamos para escondernos bien. A veces nos subíamos a los techos de los edificios abandonados, otras veces buscábamos parques desiertos.
Sin embargo, un día se nos ocurrió algo distinto. Decidimos subirnos a los árboles. Sí, trepamos a las ramas más altas, cargados con nuestras botellas, y allí, en medio del follaje, nos sentíamos invencibles, como si estuviéramos por encima del mundo. Desde lo alto, veíamos las luces de la ciudad y, con un trago en la mano, hablábamos de todo. Nuestras conversaciones giraban en torno a la música, al cine, a libros que habíamos leído. No éramos los típicos jóvenes que hablaban de fútbol o cosas triviales. Para nosotros, las charlas tenían que tener sustancia, algo de lo que aprender. Nos sumergíamos en discusiones profundas, intercambiando ideas sobre el significado de las canciones de nuestras bandas favoritas o sobre el simbolismo oculto en alguna película clásica. Éramos jóvenes, pero teníamos una sed insaciable por comprender el mundo que nos rodeaba, por debatir y descubrir nuevas formas de pensar.
Eso era lo que me hacía sentir un orgullo profundo, una especie de justificación para estar allí, en ese árbol, disfrutando de una tarde con amigos. Las conversaciones eran realmente gratificantes y, para mí, se trataba de mucho más que simplemente pasar el rato. Nos permitían adquirir un conocimiento más profundo, enriqueciendo nuestras mentes y expandiendo nuestra visión del mundo. Era como si cada encuentro nos permitiera crecer intelectualmente, y eso le daba un valor inestimable a esos momentos.
A pesar de las constantes molestias, seguimos subiéndonos a los árboles para disfrutar de nuestros momentos juntos. En una de esas ocasiones, un amigo se cayó de uno de los árboles mientras conversábamos. Fue una de las escenas más cómicas que recordamos. Estábamos contando historias y, en medio de la risa, él se echó hacia atrás, tratando de sostenerse de una rama, pero no lo logró. Cayó de espaldas, y al verlo, sabíamos que no había sufrido ningún daño serio. La única reacción posible fue reírnos a carcajadas, mientras él se recuperaba y se levantaba. Así era nuestra forma de disfrutar, incluso en los momentos más inesperados.
En una ocasión, estábamos en nuestro lugar habitual, ese rincón seguro donde nos reuníamos para disfrutar de unas cervezas. Había un grupo de amigos, entre ellos unas chicas que decidieron no subir a los árboles con nosotros. Ellas prefirieron quedarse abajo, sentadas tranquilamente a la salida de una puerta de una casa que, sospechábamos, estaba abandonada, todo era completa calma. Sin embargo, en lugar de buscar a verdaderos delincuentes, la policía decidió ir a molestar a las dos chicas. No entendíamos el motivo. Parecía que, en lugar de cumplir con su deber de proteger la comunidad, estaban más interesadas en complicarnos la vida a nosotros.
Las chicas, sin hacer nada más que esperar, se encontraron de repente bajo la vigilancia de la policía. La situación era absurda. No estábamos en un lugar peligroso; era un barrio común y corriente. Las casas alrededor estaban habitadas y la zona no era conocida por crímenes o actividades delictivas. Era simplemente un rincón del vecindario donde a veces nos reuníamos, y aun así, la policía nos visitaba con frecuencia. Esto era algo que no podíamos comprender. ¿Por qué se preocupaban tanto por nosotros? No éramos una pandilla ni robábamos para financiar nuestra diversión. Éramos un grupo de amigos unidos por la música y un estilo de vida metalero, punky, subterráneo. No había líderes ni seguidores, solo compañeros compartiendo momentos y charlas que nos enriquecían.
Pero ahí llegó la policía, como solían hacerlo para molestarnos. Cuando llegaron, nos quedamos mudos, casi de piedra para evitar ser descubiertos. Sin embargo, empezaron a interrogar a las chicas que estaban abajo. Les preguntaron de dónde eran, qué hacían allí, y comenzaron a revisar sus cosas y sus identificaciones. Después de un rato, parecía que no tenían motivo para detenerlas, así que las dejaron ir. Las chicas se sentaron nuevamente, y en ese momento, una de nuestras amigas, que estaba sentada, empezó a mirar hacia arriba con una expresión que no podíamos descifrar. No sabíamos si lo hacía para decirnos que la policía se iba o si estaba nerviosa. Quizás era solo curiosidad, pero su mirada atrajo la atención de uno de los policías. Al notar su mirada fija hacia arriba, el policía también empezó a mirar, y así fue como nos descubrieron.
Lo que siguió fue una serie de eventos que ya conocíamos bien. Nos bajaron de los árboles, nos dieron una golpiza, nos quitaron el alcohol y nos llevaron detenidos. Era algo a lo que casi nos habíamos acostumbrado, pero siempre era una molestia, especialmente después de todo el esfuerzo que nos había costado reunir el dinero para comprar nuestras cervezas. Lo peor era que no habíamos hecho daño a nadie, y aun así, teníamos que enfrentar las consecuencias.
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profe3 · 9 months ago
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 Lo que más vale en el mundo es la tierra. 
Lo que más vale en el mundo es la tierra. La tierra sagrada. Ese pedazo de tierra que te pertenece, ese retazo que puedes llamar tu refugio. Y, sobre todo ahora, es lo que más debes cuidar. La tierra, tan vieja y tan eterna, es la única que no te abandonará.
Te voy a contar una historia. Es la historia de mi abuelo, que lleva mi mismo nombre, Julio Castillo. Mi abuelo fue un hombre rebelde, un hombre que caminó solo su propio destino. Viniendo de una familia acomodada, uno podría pensar que seguiría el camino que le trazaron, pero por alguna razón que jamás comprendí del todo, se apartó. Decidió labrar su vida lejos, en su propio terreno, tan terco como la tierra misma.
Cuando era pequeño, lo que más me impresionaba de él era su figura. Enorme. Lo recuerdo caminando por los pasillos de la casa, con pasos pesados que parecían sacudir el suelo, y, sin querer, pisoteando los pollitos que yo había comprado con tanta ilusión en la feria. Sus enormes zapatos —ese par de botas desgastadas por el trabajo— parecían aplastar el mundo a su paso, y yo lo miraba con una mezcla de asombro y miedo infantil.
Mi abuelo no era hombre de muchas palabras. Silencioso, como una montaña, no lo recuerdo contando historias ni participando en largas conversaciones. Sus ojos hablaban más que su boca, y sus manos, endurecidas por los años de labor, decían más de lo que cualquier lengua podría articular. Pero hubo un día, un solo día, que rompió su mutismo para enseñarme algo que nunca olvidé.
Yo era un niño inquieto, y esa tarde me había propuesto construir un carrito de madera. Por horas, intenté que las ruedas encajaran bien, que no se soltaran, pero todo esfuerzo parecía inútil. En un momento de frustración, cansado y derrotado, las ruedas se salieron una vez más. Mi rabia estalló, y con un martillo empecé a golpear el carrito hasta que las lágrimas inundaron mis ojos. Fue entonces, en medio de mi furia y mis lágrimas, que mi abuelo apareció. Sin decir una palabra, se arrodilló junto a mí y me mostró un método sencillo para fijar las ruedas. Sus manos grandes y torpes, llenas de callos, me enseñaron en silencio una lección mucho más profunda que sólo construir un carrito. Era una lección de paciencia, de constancia, de cómo a veces, sin palabras, se transmiten las enseñanzas más valiosas.
Mi abuelo fue un hombre de pocas palabras, sí, pero su legado no fueron los silencios ni las casas que construyó, sino la tierra. La tierra que compró cuando el destino le sonrió en un golpe de azar. Un día, en uno de esos sorteos que la gente juega con la esperanza de hacerse rica, mi abuelo ganó. No fue una fortuna inmensa, pero fue suficiente. Con ese dinero, compró tres terrenos. Uno en el bosque, otro en el campo, y otro más, en un lugar que ya no recuerdo bien, pero que terminó siendo vendido. Esa venta fue una pérdida irreparable, pues de haberlo conservado, hoy tendríamos otro refugio más.
Pero lo importante no es lo que se perdió, sino lo que se quedó. Con esos terrenos, mi abuelo construyó casas, grandes casas, que le costaron mucho esfuerzo. Y no sólo eso. Compró innumerables muebles, herramientas, todo lo que uno se imagina cuando la suerte le sonríe por primera vez. Al principio, parecía que nada faltaría jamás. Pero el tiempo, cruel como siempre, fue devorando todo. Hoy no queda nada de lo que mi abuelo compró con ese premio. Ni los muebles, ni las herramientas, ni siquiera las casas. Las casas que él construyó con tanto sacrificio fueron destruidas, reemplazadas por otras, y hasta las herramientas de metal que podrían haber perdurado, se desvanecieron como si el viento las hubiera barrido.
Y sin embargo, hay algo que ha perdurado. Algo que no puede ser destruido ni por el tiempo ni por el olvido: la tierra. Esa tierra, que aún sigue firme bajo nuestros pies. Si no fuera por esos terrenos que mi abuelo compró, no tendríamos dónde vivir. Yo no tendría dónde estar, y muchas personas de mi familia tampoco.
Por eso te digo que la tierra es lo único que vale en este mundo. Todo lo que tienes hoy, algún día desaparecerá. No quedará nada de lo que hayas construido, ni siquiera la sombra de lo que fuiste. Lo único que permanecerá será la tierra, el suelo bajo tus pies. Sólo eso.
Julio Alberto castillo Tiznado
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profe3 · 9 months ago
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“Profe, creo que he salido del armario”.
Era un día cualquiera en la sala de clases, un día que, al menos en la superficie, no prometía nada fuera de lo común. La luz grisácea del cielo nublado se filtraba a través de las ventanas altas, lanzando sombras que se alargaban sobre los pupitres. Había escrito en la pizarra las actividades que los estudiantes debían completar. No era nada extraordinario, tareas rutinarias que debían entregarse pronto, pero como siempre, no todos prestaban atención.
Entre ellos, Juan Carlos y Víctor Contreras, sentados al fondo, como si aquel rincón fuera su refugio del mundo adulto que intentaba educarlos. Y es que, desde ese fondo, se cocinaba siempre el desorden. Era un espacio donde las normas eran difusas y los profesores apenas figuras lejanas.
Víctor, el más bullicioso de los dos, tenía la costumbre de hablar más fuerte de lo que el espacio requería, su voz retumbando como un eco en las paredes. Aquella tarde, mientras yo me inclinaba sobre la computadora, concentrado en responder algunos correos y ajustar la planificación, lo escuché levantarse de su asiento con esa mezcla de energía y despreocupación que lo caracterizaba.
Caminó hacia el frente, con pasos amplios, sin prisa pero con esa actitud desafiante que siempre llevaba a cuestas. No supe exactamente por qué se había levantado, pero no era extraño verlo deambulando sin un propósito claro. Al pasar junto a mí, tiró algo en la papelera, un papel arrugado que probablemente había sido una nota mal escrita o una excusa para moverse.
Fue entonces cuando me sorprendió. De la nada, con esa voz que dominaba la sala, soltó algo que me dejó perplejo: “Profe, creo que he salido del armario”.
El aula, antes ruidosa pero controlada, se quedó en silencio por un segundo que pareció eterno. Sentí el peso de las miradas, todas dirigidas hacia mí, esperando mi reacción. Mi mente, rápida como un relámpago, repasó posibles respuestas, pero antes de pensarlo demasiado, le respondí casi automáticamente: "Yo también".
Lo que vino después fue una explosión. No una explosión de caos, sino de risas. Víctor, con su risa potente, contagió a los demás. Era esa clase de risa que no puedes contener, esa que sacude tu cuerpo y te hace olvidar el contexto. Rió tanto que casi parecía que iba a quedarse sin aire, y el sonido de su carcajada se extendió como una onda por toda la sala. Su risa era sonora, vibrante, pero extrañamente liberadora. De alguna manera, rompió el hielo de la tarde gris y transformó el ambiente.
Yo también me reí. No pude evitarlo. Había algo en la forma en que se reía, en la manera en que la situación, absurda y cómica, había surgido de la nada, que me provocaba una sonrisa genuina. ¿Qué le causó tanta gracia? No lo sé exactamente. Tal vez fue la sorpresa de mi respuesta, o tal vez simplemente se dejó llevar por el momento.
Pero lo cierto es que, en medio de ese día, que había empezado como cualquier otro y que podría haber sido tan monótono como muchos otros, Víctor logró transformarlo. En lugar de ser una de esas jornadas en las que todo parece una rutina mecánica, fue un buen día. Uno de esos que, a pesar de todo lo malo o complicado, te dejan una sensación de alivio y, aunque suene exagerado, una pequeña chispa de esperanza.
Víctor siempre me sacaba de mi zona de confort. Me obligaba, de una manera u otra, a adaptarme, a reaccionar, a cambiar el ritmo. Y aunque a veces me costaba manejar su energía, aquel día me hizo sentir que, dentro de todo, siempre hay momentos que pueden sorprenderte, incluso en los lugares más comunes.
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profe3 · 9 months ago
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gammers
Vamos a comenzar hablando sobre los videojuegos. Cuando era niño, existían las "maquinitas", que era como se llamaba a las máquinas de videojuegos a las que se les insertaba dinero para poder jugar. Eran muy mal vistas, sobre todo por las personas mayores, quienes las consideraban antros de delincuencia y drogadicción. Decían que eran malas para la juventud. Esas críticas eran comunes.
Con el paso de los años, irónicamente, esas mismas personas ahora se meten en lugares muy similares, pero en vez de jugar videojuegos, apuestan. La situación ha dado un giro. He entrado a esos lugares y he visto a las mismas señoras que antes criticaban, fumando, con su cenicero y su trago al lado, gastando el poco dinero que les queda en juegos de azar. No sé qué encuentran de entretenido en esos juegos, pero ha cambiado mucho la percepción.
Nosotros disfrutábamos los videojuegos porque eran un desafío. Eran realmente entretenidos, y hoy se ha escrito bastante sobre los beneficios de jugar videojuegos. En aquella época, el cambio fue significativo, y muchos años han pasado desde que jugaba en esas maquinitas.
Recuerdo que comencé jugando con el Atari en la casa de unos compañeros. Después de eso, vinieron las máquinas de videojuegos en los locales. Y luego de las máquinas, llegaron los computadores, y yo fui uno de los primeros en meterme de lleno en el mundo de la informática.
Este video es la segunda parte de lo que estaba hablando anteriormente: cómo fui uno de los primeros en usar un computador. Me costó mucho, pero lo logr��. Sin embargo, me di cuenta de que los videojuegos me hacían perder mucho tiempo. Horas y horas pasaban mientras jugaba, pero dejaba de lado lo que realmente me interesaba: aprender. Siempre me ha apasionado el conocimiento, y toda mi vida me he dedicado a adquirirlo. Así que un día decidí que no podía seguir jugando videojuegos y me puse a estudiar.
Por muchos años consideré a los gamers —a las personas que jugaban videojuegos de manera fanática— como individuos que desperdiciaban su tiempo. Pensaba que su vida giraba en torno a las máquinas, y no veían más allá de eso. Mientras tanto, yo me dedicaba a estudiar.
Muchos años después, un día llegó un amigo con un GTA y una PlayStation 4. Yo ya había terminado la universidad, había estudiado incontables materias. Cuando vi los avances de los videojuegos, quedé asombrado. El realismo era impresionante, algo que nunca había visto antes. Decidí entonces que, después de haber estudiado tanto, era hora de darme un descanso y retomar los videojuegos para entretenerme un poco.
Poco tiempo después, ya tenía mi PlayStation 4 y estaba jugando. Pero, a pesar de estar jugando, seguía investigando. Me dediqué a estudiar la historia de la PlayStation, la historia de Nintendo, los orígenes de los videojuegos y su evolución hasta los actuales. Me metí de lleno en el mundo gamer y aprendí el lenguaje técnico y los conceptos que ellos manejan.
Aprender es como un vicio para mí. Siempre necesito aprender algo nuevo. No tengo mucho más que agregar ahora, pero si se me ocurre algo, lo incluiré en otro video.
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profe3 · 9 months ago
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Reflexiones sobre pelear y no pelear
A mí nunca me habían enseñado a pelear. Mi papá nunca me enseñó a pelear. Peleé una que otra vez cuando era chico, pero fueron dos o tres veces a lo sumo, y eso fue todo. Recuerdo que en una ocasión le pegué a uno de mis amigos, y me sentí terrible después. Me hizo sentir muy mal ser el agresor, ser el que ejercía la violencia. Fue algo que me dejó marcado. Esa sensación de ser quien tiene la fuerza, quien domina, me hizo sentir fatal. A partir de ese momento, jamás volví a hacerlo. Para mí, fue algo detestable, y me arrepentí profundamente de haberlo hecho. Empaticé con el daño y la humillación que provoca ser el abusador, y eso me cambió.
Claro, a veces uno tiene ese impulso de querer golpear a alguien, de dejarlo fuera de combate, pero esos pensamientos pasan rápidamente. Es algo que puede cruzar por la mente, pero que desaparece igual de rápido.
Hablando de peleas, como dije, nunca me enseñaron a pelear. De niño peleé muy poco, y la única vez que le pegué a un amigo me sentí extremadamente mal. A veces tenía la tentación de aprender artes marciales, pero eso estaba muy influenciado por los dibujos animados y las películas de artes marciales de la época. Como cualquier niño, me imaginaba siendo un artista marcial que derrotaba a todos. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que lo mío no era pelear; lo mío era usar la cabeza, era saber más. Siempre me sentí como Fausto, con ese deseo insaciable de conocimiento.
Es cierto que el conocimiento conlleva sufrimiento. No por eso voy a decir que no vale la pena aprender, pero es verdad que, al conocer la realidad, uno a veces siente una gran tristeza. Saber cosas te abre los ojos a realidades que no siempre son fáciles de digerir. Por ejemplo, cuando supe sobre la masacre de la Cantata de Santa María de Iquique, donde cientos de obreros fueron asesinados por los militares mientras protestaban por mejores condiciones laborales, sentí una mezcla de impotencia, rabia y tristeza. Al conocer hechos así, uno no puede evitar sentir dolor. Es el precio de estar informado, de estar "despierto", como dice esa canción que tanto me gusta: "¿Quieres saber lo que es sufrir por estar despierto?".
Volviendo al tema de las peleas, creo que lo mejor que me pudo haber pasado fue no haber aprendido a pelear. Me di cuenta de eso cuando murió uno de los hermanos de unos amigos. Eran tres hermanos: el Marrano, Jaime, y otro hermano más. Eran chicos duros, siempre listos para pelear. Jaime, en particular, tenía una técnica que consistía en agarrar el pelo de su oponente y darle un rodillazo en la cara. Ese era su primer movimiento, y lo dejaba atontado. Con eso ya tenía la pelea ganada.
Después estaba El Marrano. No era alguien que buscara peleas, y eso era admirable. Era muy bueno para pelear, pero, al igual que yo, prefería alejarse de los conflictos. Un día estábamos en una banca, conversando como siempre, cuando llegó el vocalista de una banda punk de Santiago, creo que se llamaba Santiago Rebelde. El tipo estaba ebrio y comenzó a molestarlo. Imagínate, un cantante de una banda punk, medio borracho, poniéndose agresivo, y fue a buscar pelea con El Marrano. No sé por qué lo hizo, pero lo empezó a provocar, molestándolo constantemente.
El Marrano no lo pescaba, trataba de ignorarlo. Pero el tipo insistía y buscaba pelea a toda costa. Al final, El Marrano se levantó y se fue, tratando de alejarse. Sin embargo, el tipo lo siguió durante una o dos cuadras, molestándolo para que reaccionara. Yo iba al lado de El Marrano, intentando que no peleara. En medio de la cuadra, El Marrano se detuvo, se apoyó contra un muro, y este tipo seguía gritándole en la cara.
En ese momento, El Marrano miró hacia la esquina y vio que venían su hermano y un amigo de su hermano. Como si eso le diera confianza, decidió que era momento de actuar. Le empezó a pegar de una manera brutal, lo dejó completamente ensangrentado. No necesitó la ayuda de su hermano ni de su amigo, lo golpeó solo, y lo dejó tirado en el suelo. Los vecinos, al ver al tipo sangrando, trataron de ayudarlo, creyendo que era una víctima. No sabían que él había estado buscando pelea todo el rato y, al final, obtuvo lo que quería. Pero El Marrano le sacó la mugre.
Evitaba los problemas siempre que podía. Por ejemplo, los flaites agresivos que me molestaban. Sabía que si me metía con ellos, me iban a masacrar. Si hubiese sabido pelear, quizás me habría enfrentado a alguno de ellos y habría terminado muerto, siendo tan joven. No habría vivido más.
Los tres hermanos eran buenos para pelear. Me imaginaba que de pequeños se habían pasado la niñez peleando entre ellos, forjándose como buenos luchadores. Tal vez alguien les enseñó a pelear, pero esa era la impresión que yo tenía.
Con el tiempo, supe que uno de los hermanos de mis amigos, creo que el mayor, había sido asesinado. Me sorprendió, porque pensaba: "¿Cómo mataron a alguien tan bueno para pelear?". Resulta que no lo mataron a golpes, sino con puñaladas. Frente a eso, no hay vuelta que darle. Por muy bueno que seas para pelear, si te enfrentas a alguien armado con un cuchillo o una pistola, no puedes hacer mucho. Me di cuenta de que, menos mal, nunca aprendí a pelear bien, porque tal vez habría muerto en alguna pelea absurda.
Evitaba los problemas siempre que podía. Por ejemplo, los flaites agresivos que me molestaban. Sabía que si me metía con ellos, me iban a masacrar. Si hubiese sabido pelear, quizás me habría enfrentado a alguno de ellos y habría terminado muerto, siendo tan joven. No habría vivido más.
En una ocasión, cuando estaba en la universidad, fuimos con unos amigos a unos bares que abundaban en el sector. Eran casas convertidas en bares, donde habían sacado todos los muebles. Cada pieza tenía sus mesas y sillas. De vez en cuando íbamos a estos bares para tomarnos una cerveza. A veces teníamos algo de plata, pero en general no, así que comprábamos una cerveza y luego nos íbamos a los departamentos de los compañeros.
Un día, fui con un amigo y una amiga a uno de esos bares. Era oscuro, y la decoración consistía en papeles de diarios pegados en las paredes, además de grafitis. Cada persona que llegaba podía escribir algo en los muros con un plumón, un lápiz o pegar un sticker. Esa era la decoración del lugar.
Nos sentamos en una de las piezas llenas de música, pero decidimos salir al patio, porque ahí era mejor para conversar. Nosotros habíamos ido a conversar, no a escuchar música o bailar. Estábamos tranquilos, tomándonos una cerveza, cuando un tipo se me acercó y me dijo: "Oye, ¿por qué me pasaste a llevar?". Yo ni siquiera lo había notado, pero le respondí: "Si te pasé a llevar, no me di cuenta. Te pido disculpas". El tipo pareció quedarse conforme, así que seguimos conversando.
Este tipo se veía peligroso, lo notabas en su manera de hablar y vestir. Así que valía más la pena disculparse que iniciar una discusión que podría haber terminado en una pelea. Mi amigo, al ver lo que había pasado, me dio la mano y me dijo: "Te felicito, es lo mejor que pudiste hacer. Así es como se solucionan los problemas". Estaba muy contento y feliz con la forma en que manejé la situación.
Finalmente, salimos del bar. Al pasar por la puerta hacia la calle, vi al mismo tipo que me había encarado, pero esta vez estaba rodeado de un montón de amigos, más de diez. Si le hubiese pegado en ese momento, no habría tenido ninguna oportunidad. Habría tenido que enfrentarme a todos sus amigos, y claramente no habríamos salido bien parados. Afortunadamente, gracias a que le pedí disculpas, no nos pasó nada.
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profe3 · 10 months ago
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punkis de vacacines en la playa
Cuando éramos jóvenes, formábamos parte de una vibrante comunidad punk. Recuerdo que un día decidimos, junto a un amigo, ir a la playa. Yo tenía un terreno allí, lo que nos permitía acampar y disfrutar de una experiencia campestre.
Durante nuestra estadía, nos dedicábamos a ir y venir de San Sebastián a Las Cruces, un recorrido largo pero motivador, ya que en Las Cruces había más amigos punk con quienes nos reuníamos. Era una rutina de días que implicaba caminar largos trechos para encontrarnos, conversar, y disfrutar de bebidas y música.
Una tarde, mientras estábamos parados, unas chicas pasaron y nos dijeron que les gustaba nuestro estilo punk. Llevábamos chaquetas de cuero negro, con cadenas y tachas, y camisetas de bandas, aunque no llevábamos los clásicos peinados moicanos. En esa época, nuestro estilo se inclinaba más hacia lo rockabilly, pero éramos camaleónicos; a veces nos vestíamos como metaleros, otras como góticos.
No todo era amistoso; en una ocasión, nos encontramos con un grupo de personas agresivas, conocidas como "flaite" en nuestra jerga local. Se tornaron violentos, y aunque yo no era de pelear, decidí saltar hacia la playa para evitar el conflicto. Sin embargo, uno de nuestros amigos se quedó enfrentándolos. Afortunadamente, la situación no pasó a mayores después de un breve altercado.
Pasamos aquellos días en Las Cruces disfrutando de la playa, bebiendo, conversando sobre música, filosofía e historia. Nos diferenciábamos de otros grupos por nuestro interés en temas intelectuales y culturales.
En una ocasión, después de una noche de fiesta, terminé durmiendo junto a un poste sin recordar cómo llegué allí. En otra noche, un amigo nuestro cayó en una duna de arena y terminó empapado, casi sufriendo hipotermia. A pesar de estos percances, esos días estuvieron llenos de risas y buenos momentos, viviendo de noche y durmiendo de día.
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profe3 · 1 year ago
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profe3 · 1 year ago
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profe3 · 3 years ago
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profe3 · 3 years ago
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