Tumgik
#Kolyma
389 · 1 year
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The Mask of Sorrow is a 15- meter -tall monument dedicated to the memory of the victims of mass repressions in the Soviet Union, who were placed in the Gulag labor camps in Kolyma.
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mockva · 2 months
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Federal highway to Kolyma (Magadan city)
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synintheraven · 1 year
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Arnas Fedaravičius as Kolyma - Siberian Education 
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rubimoon45 · 3 months
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Un Mar de Flores (2/10)
Pairing: Kolyma x fem!reader
Sinopsis: Innessa atiende las heridas del niño tímido que recordaba como Kolyma, pero que resulta ser un hombre ahora y con la percepción de la realidad alterada a la suya.
Warning: contenido adulto, abuso, sangre, armas, amenazas, palizas, abuso de sustancias, abuso sexual, abandono.
You can traslate the story and read it!
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Los días siguientes pasaron rápido. No hubo mal tiempo, pero sí alguna que otra lluvia repentina que obligaba a todos a regresar a sus casas frente al buen tiempo. Cuando el cielo acababa de descargar su furia, el sol regresaba y alegraba a las mujeres que iban a lavar la ropa al río. A ellas no se les permitió salir de casa.
Su padre entraba y salía del dormitorio de invitados con algo nuevo entre las manos, pero en su mayoría bolsas de gasas sucias manchadas de sangre. Xenya se refugiaba entre los libros de arte y se frustraba cuando no podía leerlos, pero además de eso, era gracioso verla enfadarse consigo misma. Al menos aliviaba algo de tensión. A Inej le tocaba limpiar el sudor de su piel, que poco a poco iba recuperando el color, y cuidar que las vendas no se aflojaran. Mientras su padre no estaba, Xenya y ella se encargaban de vigilarlo. Como Xenya era incapaz de cuidarlo sin intentar despertarlo de su descanso, acababa echándola y pidiéndole que compusiera una canción nueva para que cuando él se despertara se lo agradeciera. Parecía funcionar porque llevaba dos días haciéndolo. A veces Inej se quedaba mirando el rostro bronceado de aquel joven, que sí resultaba ser el Kolyma que recordaba de su infancia. Pero no el niño, solo de forma nominal.
Su madre había ido a su casa a visitarlo cuanto podía. La primera vez le pareció una mujer más asustada por la vida de su hijo, que lloró al lado de su cama cuando vio las vendas ensangrentadas y la respiración lenta que Kolyma daba. A la segunda y él pudo abrir los ojos, aún medio dormido, la máscara de madre afligida cayó y dio renda a una enfadada que amenazaba con cortarle los dedos de los pies si volvía a pisar el territorio de los semillas negras. No preguntó acerca de lo último, pero sí que tuvo que hacerse cargo de separarlos cuando Kolyma volvió a desmayarse. De alguna forma, aquella mujer tan fuerte y sensible al mismo tiempo llevaba la razón al explicarle la situación, mientras le ofrecía un poco de té en la cocina.
-No puede morir. Él, no. No puede dejarme de la misma manera que su padre hizo hace años, no, me niego -sacudía la cabeza, llorando, con las mejillas hundidas y el rostro marcado por la edad. Tenía sombras debajo de los ojos, seguramente por no poder dormir-. Él lo es todo.
Puede que así fuera, pero porque al final era una madre preocupada por su hijo. Inej no pensaba en la herencia, ni en los clanes ni en quién era su familia. Solo veía al niño que fue una vez descansando de sus decisiones del presente. Y al mismo tiempo, a un heredero del clan más temido de toda la zona.
-Te recuerdo, niña -habló un día, mientras estaban en la habitación de su hijo y su padre había ido a buscar unas vendas al despacho-. Jugabas en el patio con los demás niños y le cogiste la mano a Vitali en el funeral de su padre, hace ya mucho. ¿Fue tu madre la que te convenció de abandonar el pueblo?
Inej no había dicho nada al respecto. Soportó ese comentario como pudo atendiendo a otras cosas, como cambiarle la almohada a Kolyma a sabiendas de que los ojos de la mujer le taladraban la nuca. Por supuesto que no iba a decirle nada sobre el divorcio y lo que había pasado, pero sí que se quedó con las ganas de hacerlo. De soltárselo solo por el tono que usó para referirse a su madre.
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Al quinto día fue su hermana la que la despertó. La noche de antes se había acostado con un libro de arte renacentista, uno de los muchos que había por la casa, y dormido con él pegado a la mejilla. Resultaba que para aprender tenías que leer, y para leer tener los ojos abiertos. Y estar consciente. Xenya la despertó gritando, desde la planta de abajo. Intentó volver a dormirse, pero el sol fuera de la ventana la molestaba y acabó por levantarse de la cama de mal humor.
Para cuando bajó, su padre se había marchado y dejado una nota. Los gritos alegres de Xenya venían del dormitorio de invitados, acompañado de una voz mucho más suave que decía algo inentendible. Inej se apresuró a ver con quién estaba hablando, y si necesitaba regañarla por abrirle la puerta a extraños tan a la ligera. Resultaba que Xenya gritaba por una buena razón. La puerta estaba abierta cuando llegó, y Xenya encima de la cama. Mejor dicho, encima de Kolyma, en las piernas estiradas y cubiertas por la manta. Inej se quedó inmóvil al verlo. Tanto los ojos de Kolyma como los de su hermana pequeña fueron como balas hacia ella, de diferentes maneras; los de su hermana bailaban de alegría, mientras que los de él reflejaban una emoción que dudaba haber visto en él en el poco tiempo que se conocieron de pequeños y en los momentos de consciencia.
-Se ha despertado -dijo, levantándose de la cama y yendo hacia ella. Le cogió las manos, calientes, y la miraba con los ojos brillantes de siempre-. ¿Podemos darle una galleta?
Inej, aún quieta, tardó el responderle. No le salían las palabras de la garganta. Solo podía ver a Kolyma, despierto, con los ojos inundados entre el miedo y la confusión. No conocía a Xenya ni cómo era, así que no le extrañaría que pensase cualquier cosa.
-No es un perro. ¿Y si práctica tu canción? Puedes enseñármela luego.
-¿Sí? -cuando asintió, Xenya saltó de alegría y marchó corriendo de la habitación. El piano no tardó en sonar.
Casi puso los ojos en blanco. A aquellas alturas odiaba esa canción y los porrazos de su hermana cuando se olvidaba una parte e improvisaba. Sus ojos, de todas formas, se posaron nuevamente sobre el enfermo. Se concentró en él. Lo observó. Cada pequeño movimiento. Desde el pequeño tic en su ceja como la forma de nuez cuando tragaba saliva. Inej agarró entonces el medidor de tensión que estaba sobre una cómoda y rodeó la cama hasta ponerse a su lado. Siguió las indicaciones de su padre para medirle el pulso.
-¿Ha pasado algo que deba saber? -inquirió, sin maldad, pero haciendo notable el tono de sorpresa y malestar por haberlos encontrado...de esa manera.
Kolyma levantó las finas cejas, y negó rápidamente. La piel ya no lucía enfermiza, sino que había recuperado su tono bronceado e irradiaba salud. Todavía sudaba, pero supuso que era por la calefacción de la casa y la situación de hacía unos minutos. Inej miró el número de la herramienta, y asintió al encontrarlo en una cifra que su padre tacharía como buena.
-Es una bendición de Dios -respondió, con sorpresa-. Hay que protegerlos por encima de todo. Nunca le haría nada.
-Sí, supongo. Pero es mi hermana así que... Tengo que protegerla.
Apuntó la presión en un papel al lado de la mesita, y comenzó a retirarle los adhesivos a la almohadilla con la que había medido su pulso. Inej tardó un rato en hacerlo, y en ese rato ninguno dijo nada. Absolutamente nada. Solo se escuchaba la respiración pensada de él y a ella trabajar. De fondo, por supuesto, estaba Xenya tocando el piano. Al acabar, encontró los ojos de Kolyma puestos sobre la pila de libros de arte en columnas al lado de la mesita contraria. También se sorprendió ver uno de esos libros a su lado, en la cama. ¿Xenya los habría tocado? Hace diez años, su madre murió de una enfermedad incurable y le quedaban pocos meses de vida cuando la descubrieron. Le dijeron que tardó en comprender que no volvería a verla, y cuando lo hizo estuvo semanas con la mente perdida. Luego, pareció olvidarse de ello y continuó haciendo lo de siempre. Su padre la había pillado cenando sola un día de esos y advertido de la mente de Xenya, como si no supiera que su hermana era especial y necesitaba ayuda algunas veces para entender y entenderse. Al final había acabado escuchándole solo para escuchar la historia de su hermana.
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-Son de la madre de Xenya -explicó, haciendo un gesto hacia los libros. Varias pilas adornaban la mesilla al lado de la cama, y otra descansaba en el suelo. Libros gruesos y finos, respectivamente-. Le hubiese gustado estudiarlo, pero no... No le dio tiempo.
A diferencia de su madre, que se había marchado por un divorcio y con una hija al otro lado del continente, la madre de Xenya no había tenido esa suerte. Murió al poco tiempo de ella cumplir los diez años, por una enfermedad repentina. Su madre siempre encendía una vela por ella cuando iban a la iglesia, pese a que nunca se conocieron. Ya se convirtió en una costumbre que acataban hasta sin ir.
-Lo lamento.
-¿Te duele? -cambió de tema rápido, acercándose a la cama con cuidado. Xenya volvía a aporrear el piano, pero no estaba furiosa. De estarlo, sonaría peor.
-Como el demonio -se rio de su comentario, e intentó recolocar. La almohada a sus espaldas se escurrió, pero pudo cumplir su objetivo de sentarse bien. Inej atendió a la flexión de sus abdominales, la forma en la que se tensaban y relajaban en el acto... Y al momento se sintió avergonzada-. Le estaba diciendo que yo también soy especial. Aguanté la paliza de mi padre durante treinta minutos sin desmayarme. Me gané el reconocimiento de todos los niños.
Apretó los labios, pero no dijo nada al respecto sobre el método educativo de cada familia. Simplemente se recostó en la silla al lado de la cama, envolviéndose en la manta. Lo analizó nuevamente. Una persona de su edad, que recordaba como un niño tímido, había resultado herido por un arma blanca y acabado en su casa a raíz de eso. El niño tímido que alguna vez habría jugado con los mismos niños que ella mientras recibía el adiestramiento de su clan. Examinó su rostro, que recobraba la vida poco a poco. Ojos en forma de avellana de diferente color, con una nariz recta y unos labios finos y rellenos, en ese momento, un tanto paliduchos.
-Creo que todos somos especiales de alguna manera. Xenya es...una bendición, como dices tú. Pero créeme que te hartarías de ella cuando escuchases diez veces al día la misma canción y alguna pregunta tonta.
El pecho de Kolyma vibró cuando se rio, y le pareció la risa más tierna del mundo en el cuerpo de un hombre como él. Inej sonrió al ver la sombra de la tinta negra en su antebrazo.
-¿Te lo has hecho tú? -preguntó, señalando hacia el cuchillo envuelto en el tallo de una rosa con espinas y la flor en la zona de la empuñadura.
-No, Tinta -explicó. No lo conocía, y menos le sonaba-. Él me ayudó a elegirlo.
-¿Significa algo?
-Mi compromiso. A mi madre le gustan las rosas, así que decidí que fuera la que envolviese mi futuro, en su honor, y porque significan lealtad -mientras hablaba, acariciaba la zona del tatuaje, que ocupaba gran parte de la cara interna del antebrazo-. Solo eso.
Un silencio se extendió hacia los dos. Pensaba decirle que ella también estaba interesada en los tatuajes, pero a aquellas alturas del siglo pensarían que estaba en una banda. Ponerlo en una zona visible diría eso y nunca conseguiría trabajo, y a su madre le daría un infarto de saberlo. Por eso había pensado en una zona estratégica donde hacerlo, que nadie viera salvo en algunas ocasiones, y que estuviese cubierta todo el tiempo. La pena era que nadie aceptaría hacerlo, pese a ser pequeño.
-Tu...eres la segunda hija del médico. Lo escuché en el bar de la tía Katya, que vendríais en verano.
-Muy observador -apuntó, riéndose esta vez ella-. ¿La tía Katya sigue trabajando en el bar?
-Desde la muerte de su marido pescando -empezó a explicar, hasta que hizo un alto para mirarla por primera vez directamente a los ojos. Ninguno dijo nada en ese pequeño momento de silencio. Los ojos de Kolyma brillaron como dos estrellas cuando las palabras le salieron de la garganta-. Espera, ¿de qué la conoces?
Inej asintió lentamente.
-Ella me cuidaba a veces cuando era pequeña. Me marché a los seis años, así que no tengo muchos recuerdos de ello ni de este lugar -le respondió, e hizo un gesto para envolver la casa y el exterior. No supo si se entendió, porque él tampoco dijo nada para confirmarlo o negarlo, solo el brillo en esos dos ojos marrones iluminando el tenue dormitorio. Inej se rio de un recuerdo breve que apareció en su cabeza-. Era la única que me dejaba dibujar en su mesa.
Inej se continuó riendo. Cuando sus padres la dejaban en el bar al otro lado del pueblo, pero cerca del río, solía quedarse con la amable y dulce tía Katya que cuidaba de casi todos los niños del pueblo y los dejaba jugar tanto dentro como fuera del bar. A veces ella y sus pocas amigas de ahí la ayudaban a hacer dulces tradicionales en la cocina al mismo tiempo que los niños jugaban hockey improvisado con palos y pelotas desgastadas. Puede que alguna vez él mismo jugase con ellos y se comiera los dulces que sus manos inexpertas hicieron en esa época.
-Sí -respondió él, tan lento que pensaba que se volvería a desmayar-, ella es así.
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-¿Por qué no?
-Porque no.
-Pero...a mí me gusta estar con él.
Las mujeres del pueblo tenían razón con que haría buen tiempo. Días después del alta de Kolyma, su padre las dejó salir de casa por fin y aprovecharon para dar una vuelta por todo el pueblo. Hasta que se enteraron de las mujeres y los niños iban a bañarse al río y a las dos les entró curiosidad por saber qué hacían ahí tanto tiempo. Aparte de, obviamente, lanzarse al río y refrescarse. Por fin era verano, aunque fuese a durar poco, y pensaba enseñarle a Xenya el lugar a donde se iba a bañar de pequeña con sus antiguos amigos.
Xenya se negaba a ponerse un bañador, y casi que eso había alegrado a su padre en términos de su seguridad para un futuro. Así que no la obligó a ponérselo. Lo que sí hizo fue, mientras ella escogía qué bañador ponerse, probarse todos los vestidos habidos y por haber que tenía en su armario. Su habitación parecía que acababa de atravesar un tornado cuando salieron de casa y se marcharon con las bicicletas camino al río. Era una zona alejada, detrás de la colina que separaba el bosque del pueblo. Las montañas inundadas de verde y rocas bordeaban la zona de la curva del río, por lo que estaba bastante protegido y le daba ese aura misteriosa y mágica a un lugar tan escondido pero conocido al mismo tiempo.
Inej se tumbó en el césped con su hermana al lado, mientras la gente de alrededor jugaba y se lanzaban al agua que debía de estar estupenda. Agua cristalina. Xenya había empezado a preguntarle sobre Kolyma al poco, cuando empezó a aburrirse.
-¿Le has preguntado si a él le gusta?
-No, pero me sonríe cuando me acerco. ¿Crees que le gusta Xenya?
Solo suspiró. El sol golpeaba con fuerza, pero alguna que otra nube jugaba a ocultarlo y enfriaba un poco el tiempo. No hacía mucho viento, y el poco que se levantaba era templado. Los pelos se le ponían de vez en cuando de punta, pero era agradable. Miró hacia su hermana, sentada al lado sobre la hierba, abrazándose las piernas pálidas y con una mala expresión.
-¿Le has preguntado? -repitió la pregunta, un poco más bajo. La mente de su hermana era diferente a la que su cuerpo debería tener. Era tonta para algunos, loca para otros, y una bendición para la gente que se rodeaba con Kolyma.
Kolyma. Algo en esa estalló al recordar su mirada cuando le dieron en alta. Su padre se la dio al poco tiempo de tener esa charla, pero siguieron hablando esos días hasta que el doctor dijo que ya era el momento de abandonar la cama y hacer vida normal. Inej no dijo nada al respecto; ¿qué iba a decir? No era médico, y menos conocía la reparación del cuerpo. Lo único que dijo fue a modo de broma que lo echarían de menos que ya casi se había convertido en alguien de la familia. Xenya le dio inocentemente la razón, y su padre cabeceó riéndose. Kolyma no dijo ni hizo nada, sin embargo, y supo que había sido un comentario no tan inocente para él. Le había dado una mirada tan extraña cuando lo despidieron, tras ayudarlo a vestirse con la ropa que su madre le había llevado, en la puerta que Inej tuvo la sensación de que quería decir algo pero no le salían las palabras.
La obsesión de su hermana perduró hasta ese momento. Cuando salía, le contaba las aventuras que él tenía y no les quedaba remedio que escucharla y en algunas ocasiones por haber entrado en una zona donde no debía. La mayor parte de los regaños se los daba su padre, ella no decía nada hasta que mencionaba algo que una mujer no podía hacer a la ligera. Uno de ellos fue por llegar a casa empapada después de que intentase nadar a la barca donde un grupo de chicos paseaba por el río, en esos días de calor; fue Kolyma quien la llevó a casa, cubriéndola con su chaqueta. Podría decirse que era una obsesión enfermiza, pero era su hermana... Y nada en ella era con malas intenciones. Desde ese día la acompañaba al río para asegurarse de que no hiciera ninguna tontería.
Había descubierto que con ella al lado no se atrevía a intentar alguna de sus locuras. Si es que podía llamarlo así viniendo de una mente infantil en un cuerpo adulto. Ahora estaba enfadada porque la rueda de su bicicleta estaba pinchada y tuvieron que ir en la suya.
-A Xenya le gusta estar con él, y padre dice es un buen chico. ¿Podríamos invitarlo un día a comer?
-Pregúntale a papá -instigó.
-Creo que me dejará invitarlo -murmuró, y una sonrisa le floreció-. Podría hacerle prianik.
Un dulce ruso tradicional. Era pan de jengibre elaborado con miel, y estaba riquísimo. Lo comía de pequeña en la parte oriental de Alemania cuando se quedaba con sus vecinas. La madre de Xenya era rusa nativa, así que Xenya lo habría comido varias veces a lo largo de los años.
-Eso déjamelo a mí -respondió.
-¿Me ayudarías?
-Sí, claro. No soy muy buena cocinando, pero es fácil de hacer.
-Xenya no sabe...
-Podemos preguntarle a la tía Katya si tiene la receta -habló, y pensó en qué posibilidad había de que tuviera una receta.
-¡Mira, ahí! ¡Son ellos! -exclamó tan de repente que le dio un susto. Su corazón se aceleró y calmó. Xenya se estaba levantando de un salto, moviendo los brazos de lado a lado como si saludase a alguien a lo lejos. Inej lo vio al volver la cabeza. La barca que cruzaba por el río con cuatro chicos dentro-. ¡Hola, Kolyma! ¡Mira, Inej, salúdales!
Intentó levantarle el brazo para que hiciese lo que decía, pero Inej sacudió la cabeza comenzando a incorporarse. Xenya frunció el ceño, pero no dijo nada. Volvió a sacudir el brazo saludando. Un sabor amargo se instaló en su boca. El viento se levantó, suave, sacudiendo la ropa de las mujeres, obligando a los niños a estremecerse mientras salían del agua y se obligaban a volver a entrar empujándose entre ellos. Inej se incorporó, pero no levantó como su hermana, y se quedó observando el momento como si pudiera inmortalizarlo en una foto mental.
La barca cruzaba tranquila el río. Uno de ellos, el más delgado, se había puesto de pie a devolver el aludo, mientras que su amigo el más ancho le gritaba algo riéndose. Inej apoyó la cabeza en las rodillas, ahora pegadas a su pecho, y se abrazó a sí misma. El pelo se mecía a un lado como un manto. El viento sacudió el vestido de Xenya, pero a ella no le pareció importante. Se quedó un rato mirando al vacío. ¿Qué le importaba? ¿Qué la movía? La aspiraciones de su hermana eran un misterio, sobre todo por su incapacidad, pero en lo demás... Era una buena persona. Una bendición de Dios, alguien a quien proteger. Y su sonrisa, su gracia, todo en ella era amabilidad, inocencia y generosidad. Todo lo bueno encarnado en una persona, que podía romperse a la mínima sacudida. Amaba bailar, tocar el piano, reírse de absolutamente, ver los nidos de pájaros en los árboles.
Y fuera de ella, todo lo malo la rodeaba. Los abusos de poder, una política injusta, gente que se aprovechaba de esas buenas personas para sus propias ambiciones. A veces, sin ambiciones. Solo deseos, y eso era lo peor que podía pasarle. Inej volvió la vista hacia la barca, que se alejaba, pero a la que su hermana no dejaba de saludar ahora en despedida. Ni siquiera en ese lugar ese lugar se la podría proteger siempre. Quien pensara lo contrario era el verdadero idiota.
-Volvamos ya -dijo ella, empezando a recoger las pocas cosas que habían llevado-. Antes de que tía Katya cierre.
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-¿De verdad que estás bien? -su voz sonaba dudosa. Lo comprendía, en cierto modo.
-Sí, me estoy divirtiendo.
-Porque suenas entusiasmada -le respondió, sarcástica. Su madre solo usaba el sarcasmo para o burlarse de ella o darle a entender que ninguna de sus bromas hacían gracia. Así era ella-. Oye, sé que es difícil. Yo me crie ahí, sé lo que es estar ahí a tu edad... Pero dale una oportunidad. No es tan malo, realmente, y parece que ahora estáis comunicados, ¿no?
Inej pensó en los edificios de cristal, altos y poderosos, que se veían desde la entrada del pueblo. Un pueblo que se modernizaba a los tiempos abandonando el esquema tradicional del comunismo. Supuso que era algo bueno, aunque la policía rusa continuara patrullando la zona como si todavía le perteneciera. Todo para que Ucrania y Moldavia no se pegaran por el territorio.
-No sé cómo sobreviviste.
-Bueno, cariño, ya sabes -respondió, quitándole importancia, con un tono burlesco en el que casi podía ver su sonrisa tallada-. La educación siberiana nos hace fuertes.
Sí, claro. Casi se rio por escuchar eso. Lo único que sacaban de dar esa educación era continuar de forma ultraconservadora en el comunismo y en vivir como si hubiesen salido de la guerra. Puede que algunos sí, pero los otros en su mayoría o eran ladrones o el dinero que conseguían no era gracias a un oficio decente.
Como si su madre pudiera leerle los pensamientos a través de aquella herramienta moderna, que su padre solo usaba por urgencias del trabajo, supo qué decir.
-Puedes volver cuando quieras -le recordó, de nuevo.
-No han pasado ni dos semanas.
-Entendería que fuera demasiado para ti. ¿Seguro que no echas de menos la televisión?
Inej se lo pensó.
Lo cierto era que se lo estaba pasando medianamente bien con su hermana. No la había conocido hacía unos años, cuando fueron a verla al hospital de Moscú, y en ese entonces no parecía una mujer de su edad. Su padre intercambió alguna llamada con su madre en ese año, informándole sobre los progresos de Xenya y que al final del invierno la sacarían de ahí; al parecer, tardaron tiempo en darse cuenta de qué era lo mejor para ella, en vez de estar encerrada todo el día en un lugar con otros locos. Se apoyó contra la pared, teléfono en mano.
-Se me acabarán las pilas del walkman -se quejó-. Tendré que ir a la ciudad a comprar más. Puede que me exilien por traer algo de Estados Unidos.
Su madre rio al otro lado de la línea, pero sabía que no era del todo una broma. Como nacida allí, era consciente de las tradiciones siberianas que se habían instaurado en el pueblo desde el exilio en los años treinta. Los siberianos controlaban todo el pueblo, dejaban a extranjeros entrar siempre que no causaran problemas o no fuesen de algunas bandas enemigas que pudieran generar guerras. Su madre siempre le había dicho que odiaban a los Estados Unidos y todo lo que viniera de ese lugar capitalista, repulsivo y sin cultura propia. Puede que su madre también los odiara, pero aceptaba su influencia en la cultura del continente. Siempre le contaba la historia de cómo una vez su padre había obligado a su hermano pequeño, que murió a los veinte años por meterse con quien no debía, a romper todo lo que tuviera marca made in USA delante de él, con sus manos desnudas. Inej casi que se alegraba de no haber conocido a su abuelo.
-Siempre puede que algún vecino las tenga de ahí -señaló, y puede que tuviera razón. De contrabando, seguramente. Le costaría una pasta, pero puede que sirvieran-. ¿Te llevas bien con alguno?
-Antes he hablado con la tía Katya. Sigue viva y trabajando. Nos ha dado una receta porque Xenya quiere invitar a Kolyma a comer un día de estos.
Su madre guardó silencio unos segundos, antes de exclamar:
-¿Kolyma? ¿El nieto del abuelo Kazya? Una vez tu tío, que en paz descanse, jugó con su padre. ¿Qué tal está?
Así que así se llamaba. Lo extraño era no haberlo escuchado esa semana caminando por el pueblo.
-Vivo, que ya es algo, y grande. Xenya y él hablan mucho.
-¿Guapo?
-Sí. Al estilo siberiano, supongo.
-Era buen niño -razonó-. Mándale un saludo de mi parte si te lo vuelves a encontrar. Y a su madre.
No le dijo que puede que su madre no estuviera de buen humor para recibir saludos de ella, se mordió la lengua. Continuaron hablando un rato más hasta que escuchó la voz de su padrastro, un alemán con raíces en la parte occidental, llamándola de fondo. Su madre le mandó besos, abrazos y le prometió que hablarían la próxima semana si todo iba bien. Estaban enfrentándose a un problema con los sindicatos que no reconocía las titulaciones de la Alemania soviética.
Nada más colgar, Inej se dirigió de nuevo a la pila de platos del fregadero por limpiar. Abrió el grifo, con agua helada, pero no le importó tener que fregarlos así. Al cabo de un rato, alguien llamó a la puerta. Innessa cerró el agua, se limpió las manos en el delantal que llevaba para ordenar la casa y se acercó a la puerta. Cuando la abrió, las cejas se le dispararon de la sorpresa.
-Kolyma -dijo, cortándosele el aliento. Él asintió como un tonto al nombre, como si le afirmase que se llamaba así-. Xenya no está. Se ha ido a...
Inej se bloqueó. Se lo había dicho, realmente, pero no recordaba lo que iba a hacer porque se lo dijo demasiado rápido como para hacerle caso. Y tal vez ella no estaba atenta en ese momento, sino concentrada en otros asuntos. La tía Katya les había dado la receta de buena gana, en cuanto reconoció a Inej como la hija del doctor y su primera esposa. Parecía que la recordaba de buena gana, y no como la niña que le dio una paliza al amigo de su hijo; debía pensar en ella como la niña silenciosa que había agarrado la mano de su hijo lloroso en el funeral de su padre y llevado a jugar con el resto de niños al poco tiempo. Casi que lo agradeció.
-No, no estoy aquí por Xenya. Tía Katya dijo que estarías en casa -dijo él, con los ojos clavados en ella-. Era verdad.
-Tampoco hay mucho que hacer.
-Claro, eh, esto siempre está tranquilo -hizo un gesto a sus espaldas, en referencia al pueblo. Inej asintió dándole la razón, pero no supo hasta qué punto coincidían respecto a ello-. Debe de ser aburrido para ti.
Se encogió de hombros.
-Hablo con mi madre -señaló-. Estaba hablando con ella antes. Te manda abrazos.
Se hizo a un lado, ofreciéndole indirectamente entrar, cosa que hizo casi a regañadientes. En el buen sentido, quiso creer. Había algo en su forma de moverse que, de alguna manera, le recordaba a la timidez de un niño que dudaba en si meterse en una pelea por defender a su amigo de una niña que lo golpeaba o avisar a los adultos.
La casa no estaba muy ordenada, pero estaba decente para recibir visita. Su padre era un poco maniático del orden ya cuando era pequeña, y así continuaba. No había nada que escapase de su control. Pero como llevaba días llegando tarde y marchándose a primera hora de la mañana, no había tiempo para regaños o malas miradas. De hecho, era ella quien pasaba más tiempo de casa con su hermana y cuidándola que él que era su padre. Al menos era soportable y no le daban los ataques que su padre advertía que podían sucederle. Kolyma no dijo nada al ver la ropa limpia sobre el sofá, que tenía que planchar y colocar, ni siquiera de la pila de platos a los que estaba atendiendo antes de coger la llamada de su madre.
En vez de eso, se volvió hacia ella, como si le preguntase en silencio hacia dónde tenía que ir para continuar hablando. Ella le indicó que hacia la cocina.
-¿Tu...eres alemana, no?
-Eh, no -sacudió la cabeza, pero le sonrió-. Me mudé ahí con mi madre cuando...le pidió el divorcio a mi padre. Pero nací aquí.
-Tu padre dijo que vivías en Alemania -lucía algo confuso.
Inej se encogió de hombros.
-Vivíamos en la Alemania Oriental. Ahora es Alemania reunificada. Por la Caída del Muro y esas cosas.
Kolyma asintió lentamente. Se sacó las manos de los bolsillos, pasándoselas por los muslos tapados por el pantalón. La tensión de sus hombros no disminuyó. Ella estaba buscando en la vieja nevera para servirle algo para beber.
-Nunca he ido.
-Pues no te hagas una imagen de paraíso idílico -se rio, mirando en su dirección, viendo su expresión y lo tenso que estaba-. Tiene su encanto desde un punto de vista, pero dejaba mucho que desear. Supongo que a mi madre le gustaba porque la aceptarían ahí. Ella nació aquí y sabía que por ser rusa la tacharían de comunista en otro lugar. Fue una manera de no perder su cultura, en parte, y de que yo siguiera conectada con su cultura. Ahora que es Alemania en general las cosas han cambiado.
-¿Te gustaba este lugar?
-No tengo muchos recuerdos -reconoció, encogiéndose de nuevo de hombros. Agarró lo que buscaba de la nevera y se acercó a la pila de cubiertos limpios que acababa de fregar. Servía agua cuando Kolyma hizo un ruido raro-. A veces recuerdo cosas, pero no muchas. Son básicas y no tienen mucho contexto.
Inej le sirvió agua tras eso. Los dos se quedaron en un silencio, no incómodo, pero sí algo extraño para la conversación tranquila que habían tenido. Cosas que recordaba haberle dicho de los días que estuvo "hospitalizado" en la planta de abajo y atendido por ellas. Kolyma le había dejado hablar en todo momento, y a veces comentaba algunas cosas con lo que ella clasificaba como respuestas sinceras o "no sé qué decir respecto a eso". Le parecía gracioso cuando lo hacía. Le recordaba a ese niño tímido incapaz de hablar con las niñas y que se refugiaba cuando nevaba en los brazos de su madre.
A Inej se le escapó de los labios.
-Te recuerdo a ti -habló, en voz baja, pero sabiendo que él la escuchaba. Siempre estaba atento. Siempre la miraba con esos ojos tranquilos suyos, y otras le sonreía como Xenya cuando no comprendía a lo que se refería-. Eras muy tímido de pequeño. Creo que una vez me ayudaste cuando me caí, pero no lo recuerdo bien.
-Yo no te recuerdo, lo siento.
-Normal, no jugábamos juntos antes de irme. Llevo sin venir aquí trece años. Yo siempre estaba con las niñas cuando te ibas con tus amigos -Inej le entregó el vaso de agua. Puede que no fuera lo que esperaba, sabiendo que fuera podía hacer un clima diferente al de dentro. Pero en ese clima de verano se entendería que le diera un vaso de agua fría-. ¿Puede que os metierais en una pelea con unos niños de la ciudad porque siempre le daban una paliza a uno de tus amigos?
Kolyma lo pensó, y acabó asintiendo.
-Seguramente.
-Entonces sería muy gracioso.
-¿Por qué?
-Porque os comíais nuestros dulces después de mataros a golpes entre vosotros. Tía Katya nos enseñaba.
Kolyma no dijo nada. El único que tuvo fue un asentimiento y que se concentrase de repente en el vaso.
-¿Necesitas algo?
-No, eh, yo solo quería...
En ese momento, se escuchó el sonido de la puerta principal abriéndose. El corazón de Inej dio un vuelvo de sorpresa. Por la lentitud, debía de ser su padre. ¿Qué hacía en casa? Sus turnos duraban todo el día, a veces teniendo que quedarse en el hospital incluso. La puerta se abrió y su padre entró, con la figura de lo que fue un hombre alto y fuerte en su memoria. El chirrido señaló que la puerta se había cerrado, y los pasos acercándose indicando que se acercaba a la cocina abierta. Llevaba su bata blanca, como si no le hubiera dado tiempo a quitársela, y un maletín en mano. Sus ojos pasaron cuando los vio ahí solos de ella a Kolyma, y de Kolyma a ella.
-Papá -dijo ella-. Mira quién ha venido.
Su padre asintió lentamente, evaluando la situación en su cabeza. No debían de estar nerviosos, ¿no? No estaban haciendo nada malo. Solo conversar. Ellos solos. Ya estaba dejando su maletín sobre la mesa, quitándose la bata, para relevar una camisa planchada y unos pantalones algo desgastados.
-Ya lo veo -su tono era cortés, pero firme. Las arrugas de su rostro se movieron cuando gestualizó una expresión que no supo cómo interpretar; cejas alzadas, boca encogida, ojos muy abiertos-. ¿Qué te trae por aquí? ¿Se te ha abierto la herida?
-No. La herida está muy bien, gracias -negó él-. Tía Katya dijo que estaba sola y quería pasarme para ver si todo esta bien.
-¿Xenya?
-Dijo que estaría en casa de la tía Svetlana -se refería a la mujer que trabajaba como enfermera, pero que se había retirado cuando su hijo murió y ya no podía ejercer por su enfermedad mental. Era una buena mujer y le daba galletas a Xenya a cambio de que tocase un poco su piano, para mantenerlo activo-. ¿Está bien, no?
Su padre cabeceó una respuesta.
-Pero que muy bien.
Los ojos de su padre pasaron de Kolyma al vaso que aún tenía entre los dedos. Estaba por la mitad, y eso que se había esforzado en beberse el máximo de un sorbo. Una sonrisa asomó de sus labios.
-Tenía sed.
-Mucha -respondió ella.
Su padre asintió, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura. Estaba claro que no estaba acostumbrado a ese tipo de situaciones. De ninguna manera. Kolyma ya no era un niño y ambos eran adultos. Ya no era la niña que pensaba que era, era una adulta. Podía hacer lo que quisiera... Pero temía que su padre no lo viera de esa forma. O que fuera demasiado inocente para pensar alguna maldad.
Quedó claro en su respuesta.
-Es importante mantenerse hidratado.
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nicklloydnow · 4 months
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“Eddie-baby hadn't realized that his father transported convicts. Although he knew theoretically that the MVD to which his father's unit was attached was made up of both trashes and prisoner escorts, he somehow never connected that circumstance with his father. True, his father went on business trips to Siberia, but how and in what capacity, Eddie had no idea. Now he saw that his father was a real trash, even though he wore a different kind of uniform. And even worse than a trash, since he transported the punks to labor camps and prisons. "Maybe he even took Gorkun to Kolyma," Eddie-baby thought. At the time Eddie-baby didn't identify himself with the punks, but he already felt something like solidarity with them, inasmuch as the world of Saltovka basically consists of the punks and their opposite, the trashes. Eddie-baby doesn't pay any attention to the great sea of workers in between, since their role is a passive one.” - Edward Limonov, ‘Memoir of a Russian Punk’ (1990) [p. 148]
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philippequeau · 2 years
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Âmes chamanes
“Chaman Yukaghir, en 1902.” Le chamanisme n’est-il qu’« une technique archaïque de l’extase »i ou bien est-il plutôt ce qu’on a pu appeler « un art du voyage mental »ii ? Autre hypothèse encore, ne serait-il pas les deux à la fois, une technique et un art, auxquels viendrait s’ajouter surtout le fait brut d’une révélation spirituelle, octroyée après une longue et difficile initiation, ou bien…
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preponias · 9 months
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Kolyma River
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sheltiechicago · 8 months
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Mask of Sorrow: The Crying Monument of Magadan
Mask of Sorrow is a brutalist monument located in Magadan, Russia. The statue was designed to commemorate the people in the Gulag prison camps in the Kolyma region of the Soviet Union who lost their lives under harsh conditions. Ernest Neizvestny created the design; the monument’s constructor was Kamil Kazaev, and it was unveiled in 1996.
Photographer: buttonartorg
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lyubatours
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one_love_magadan
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oksana_lobanova
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kvetchinglyneurotic · 7 months
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🦋
🦋 ⇢ share something that has been on your heart and mind lately
My favourite story from my thesis research, which I think about all the time:
In February 1947, Evgeniia Ginzburg was released from Elgen, a camp in the Kolyma gulag system in Siberia. By this point she had served a 10-year sentence, split between several different camps and villages — this was a common experience for gulag inmates —, during which she worked for a time as a nurse under Anton Walter, a Crimean German doctor and her future husband, in the village of Taskan, 22km (13.6 miles) from Elgen.
So on the day of her release, she calls Walter — sentences were often unexpectedly extended at the last moment, so she needed to let him know it had actually happened so he could come pick her up with a horse and sleigh borrowed from his boss and take her back to Taskan — and he tells her there's a blizzard coming in, that he's arranged lodging for her for the next three days and he'll come get her as soon as it's over. And it's Siberia, and the middle of winter — but she's been in prison for ten years, and the sky still looks clear, and the distance isn't anything she hasn't walked before.
The blizzard sets in when she's maybe halfway there. "It conveys a feeling of man's primal defenselessness," is how she would describe it in her memoir, two decades later. "You are indeed naked on the naked earth." It's freezing, and dark, and she has no idea how far she's walked or how far she has left to go — and she's been alone on the path all this time but suddenly there's someone walking towards her. And it's Walter, because he'd only managed to speak with her for a handful of minutes through the terrible reception of the camp phone that cut off half their words but he knew she wouldn't stay in Elgen, not even for another three days, and he came to get her.
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rapid-apathy · 1 year
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Friendship never arises in a state of deprivation or misery. The “difficult” conditions of life, which writers of fairy tales tell us are a precondition for friendship, are simply not difficult enough. If deprivation or misery ever gave people solidarity and friendship, then the deprivation was not extreme and the misery was not very great. Grief is not acute or deep enough if you can share it with friends.
Kolyma Stories - Varlam Shalamov 
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This is the forest European rhinoceros "Merka". He lived next to the forest elephant, the European hippopotamus and the water buffalo. Unlike most modern rhinos, it was covered in hair and looked like a Sumatran rhinoceros.
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queenlucythevaliant · 2 years
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Time to share another of my favorite Christian poems with you all. It’s a martyrdom poem by Varlam Shalamov, a victim of the Soviet gulags and also the writer of Kolyma Tales. A few favorite stanza are written out here; the entire poem is typed out below. It’s a little on the long end, but entirely worth it. 
“Avvakum in Pustozyorsk” by Varlam Shalamov
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The walls of my church
  are the ribs of my heart;
it seems life and I
  are soon bound to part
 .
My cross now rises,
  traced with two fingers.
In Pustozyorsk it blazes;
  its blaze will linger.
 .
I’m glorified everywhere,
  vilified, branded;
I have already become
  the stuff of legend.  
 .
I was, people say,
  full of anger and spite;
I suffered, I died
  for the ancient rite.
 .
But this popular verdict
  is ugly nonsense;
I hear and reject
  the implied censure.
 .
The rite is nothing—
  neither wrong nor right;
a rite is a trifle
  in God’s sight.
 .
But they attacked our faith
  in the ways of the past,
in all we’d learned as children
  and taken to heart.
 .
In their holy garments,
  in their grand hats,
with a cold crucifix
  in their cold hands,
 .
in thrall to a terror
  clutching their souls,
they drag us to jails
  and herd us to scaffolds.
 .
We don’t mind about the doctrine
  books and their age;
we don’t debate virtues
  of fetters and chains.
 .
Our dispute is of freedom,
  and the right to breathe—
about the Lord’s will
  to bind as he please.
 .
The healers of souls
  chastised our bodies;
while they schemed and plotted,
  we ran to the forests.
 .
Despite their decrees,
   we hurled our words
out of the lion’s mouth
  and into the world.
 .
We called for just vengeance
  against their sins;
along with the Lord,
   we sang poems and hymns.
 .
The words of the Lord
  were claps of thunder.
The Church endures;
   it will never go under.
 .
And I, unyielding,
  reading the Psalter,
was brought to the gates
  of the Andronikov Monastery.
 .
I was young;
  I endured every pain:
hunger, beatings,
  interrogations.
 .
A winged angel
  shut the eyes of the guard,
brought me cabbage soup,
  and a hunk of bread.
 .
I crossed the threshold—
  and I walked free.
Embracing my Exile,
  I walked to the east.
 .
I held services
   by the Amur River,
where I barely survived
  the winds and blizzards.
 .
They branded my cheeks
  with brands of frost;
by a mountain stream
  they tore out my nostrils.
 .
But the path to the Lord
  goes from jail to jail;
the path to the Lord
  never changes.
 .
And all too few,
  since Jesus’s days,
have proved able to bear
  God’s all-seeing gaze.
 .
Nastasia, Nastasia,
  do not despair;
true joy often wears
  a garment of tears.
 .
Whatever temptations
  may beat in your heart,
whatever torments
  may rip you apart,
 .
walk on in peace,
  through a thousand troubles
and fear not the serpent
  that bites at your ankles—
 .
though not from Eden
  has this snake crawled;
it is an envoy of evil
  from Satan’s hand.
 .
Here, birdsong
  is unknown;
here one learns the patience
  and the wisdom of stone.
 .
I have seen no color
  except lingonberry
in fourteen years
  spent as a prisoner.
 .
But this is not madness,
  nor a waking nightmare;
it is my soul’s fortress,
  its will and freedom.
 .
And now they are leading me
  far away in fetters;
my yoke is easy
  and my burden grows lighter.
 .
My track is swept clean
  and dusted with silver;
I’m climbing to heaven
  on wings of fire.
 .
Through cold and hunger,
  through grief and fear
towards God, like a dove,
  I will rise from the pyre.
 .
O far-away Russia—
  I give you my vow
to return to the sky
  forgiving my foe.
 .
May I be reviled,
  and burned at the stake;
may my ashes be cast
  on the mountain wind.
 .
There is no fate sweeter,
  no better end,
than to knock, as ash,
  at the door of the human heart.
#this poem absolutely destroys me#there are so many threads running through it but more than anything I see such beautiful submission to God's will in it#the road to the Lord goes from jail to jail; the road to the Lord never changes#and so there's this exhortation to relish martyrdom and long for glory#like so many of the martyrs#and yet it's so uniquely personal and Soviet#that opening line: if they blow up our cathedrals and outlaw our meetings we will still carry the church in our chests#behind our ribs in our hearts#and then to say 'we don't care about the specific books or rites or liturgies we care about /freedom/#but not freedom in the way that most people in this situation would mean it in the way that he would have every right to mean it#freedom for God to bind as he please#and somehow the part that makes my heart twist most with grief is 'i have seen no color but lingonberry in fourteen years'#YET still this is not a waking nightmare; it is my soul's fortress#my soul's barren colorless fortress#but God is there#and so my yoke is easy#ughhhh this poem#and that ending#the awareness that the greatest end a person can have is to have one's death be a tertimony#if you haven't read it read Kolyma Tales#it's some of the most beautiful prose I have ever read applied to one of the most awful subjects in history#and for goodness' sake read this poem#it will do your soul good#the unquenchable fire#literature makes us more human#leah learns calligraphy#i would cut off a toe for the chance to write about this poem in a formal context#but tumblr will have to do#martyr club this is for you#russia where are you flying to?
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bellmandi86 · 2 years
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The end of their arc is upon us
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After months of reworking and many o’ dice roll, the penultimate chapter of Siren Song is uploaded. Thanks to all that have been reading, and we hope you hang tight for the final chapter.
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synintheraven · 1 year
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So last night I attempted to watch Siberian Education because (baby) 💫Arnas💫 - wasn't my cup of tea and couldn't stand the fake russian accents (plus some of the actors lost it mid conversation, lol) but hey I tried and at least he looks so cute 🥺
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rubimoon45 · 3 months
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Un Mar de Flores (1/10)
Pairing: Kolyma x fem!reader
Sinopsis: Innessa regresa al pueblo de su infancia por deseos de su madre, que vive en otro país y su vida era más tranquila ahí.
Warnings: contenido adulto, sangre, armas, amenazas de muerte, abuso de poder, abuso de sustancias, abuso.
You can traslate the story and read it!
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Tan solo tendría que hacer un gesto para inmortalizar ese momento. La salida del sol, ya quedada atrás, podría haberle añadido un tema emotivo -podría llamarlo Despedida amarga o Recuerdo infantil- , o incluso de terror dependiendo del ángulo. Su melena pelirroja, mecida al viento, tal vez pudiera servirle como futuro modelo en el paisaje que comenzaba a formarse a medida que se introducían en la ciudad. Nostalgia moderna, Perdida en la inmensidad... Había tantos títulos, tantas ideas, que la cabeza se le saturaba y empezaba a ver con buenos ojos las ideas que su hermana soltaba al azar en un intento de ayudarla. Intento, porque ninguna era lo suficientemente buena como para conseguir sus objetivos. Aún así, agradecía que estuviera ahí.
No le gustaba viajar. La última vez que había hecho un viaje tan largo...no había sido porque le apeteciera. Fue porque su madre y su madre dejaron de quererse y marcharon por caminos distintos. Así se lo explicaron, pero entonces apenas sabía que lo iba a pasar más allá de lo que le contaron sobre un viaje largo y que ya no estarían los tres juntos. Abandonar su hogar, el que más recordaba, para visitar a su padre en una zona perdida dentro de Europa, que ni ellos mismos se consideraban Europa. El por qué su padre continuaba viviendo allí, tal vez algún lo comprendiera, pero lo más o, tal vez algún día lo comprendiera, pero lo más sensato era por los bajos recursos de una zona empobrecida por aquella. Por pena, tal vez, o porque en otros lugares nunca le habían dado la oportunidad que en Río Bajo se le ofrecía. Fuera lo que fuese, desde su primer divorcio y su segundo matrimonio las cosas parecían haber cambiado en su forma de ver las cosas, y ahora quería recuperar el tiempo perdido. Había pedido que Xenya y ella fueran a vivir con él un tiempo ahora que el Muro había caído y se tenía más libertad.
Innessa y Xenya. La hermana mayor y la hermana pequeña por excelencia. La primera nacida de su primer matrimonio, acabado en un turbulento divorcio que los separó a los tres, y la segunda de su segunda oportunidad para ser padre. Ni siquiera sus nombres se parecían. Tal vez sus padres sabían que no iban a parecer la una de la otra ya desde ese momento. Se atrevió a mirar una vez más a su hermana, en frente de ella. Sonreía como una boba a la ventana, y se sorprendía cuando su reflejo aparecía y la imitaba. Tal vez su padre pensaba que tenerla cerca la ayudaría a vivir una vida normal, sumándose a la tranquilidad de una aldea perdida al lado de un río.
Río Bajo. Así se llamaba el pueblo. Se llamaba así por el río Dniéster por el oeste, dentro de Moldavia y haciendo frontera con Ucrania. Ya antes de la caída de la URSS había problemas por el territorio, sobre todo por el tema de los exiliados de Siberia, y ahora se había convertido en una zona afectada por la crisis el antiguo gobierno. Pero su padre afirmaba que se vivía bien en las pocas llamadas que tuvieron.
Xenya se recolocó en el asiento de cuero duro, subiendo las piernas pese a que fuera la tercera vez que no lo hacía. Un rostro blanco con unos grandes ojos azules era lo que veía, por supuesto, heredado todo de su madre. Al igual que ella, no había sacado nada por parte de padre exceptuando alguna que otra peca similar. Y poco más. Volvió a mirar al exterior, al bosque que se transformaba en edificios de ladrillo gris y las vías del ferrocarril vibraban. No quedaría mucho, supuso. Y así fue.
A los diez minutos contados de reloj, la ciudad se transformó en la estación de tren que recordaba. Con algún otro cambio, los ladrillos blancos del suelo se habían convertido en naranjas, las viejas cadenas oxidadas que delimitaban una zona de otra en vallas desgastadas de madera pintadas de llamativos colores, con indicaciones hacia donde debía dirigirse uno para abandonar la estación a cielo abierto. Dulce Transnistría, no pudo evitar pensar. Cuando se bajó, con su maleta agarrada con fuerza y la chaqueta por encima de los hombros, el flashback de la última conversación con su madre le vino como el viento que se levantaba suave.
"-Cualquier cosa rara que te parezca y te incomode...puedes volver conmigo".
Xenya se rio de su propia broma cuando tardó en bajar del tren, parándose al final de los escalones y dando un salto que la dejó a pocos centímetros de la puerta. Innessa apretó el agarre de su maleta. No le gustaba aquello. El aire olía a los gases de los trenes, al combustible, y estaba segura de que a más se alejasen de la ciudad todo olería diferente. Le pareció ver por el rabillo del ojo que su hermana saludaba a alguien, pero lo rechazó al recordar que también era la primera vez que estaba ahí en mucho tiempo. Al menos no estaba nevando, aunque acostumbraba a hacerlo por la zona geográfica donde estaban. El pantalón fino y el jersey de lana que su abuela le había regalado especialmente para aquello la protegían en ese momento, pero de haber sido un temporal peor tendría que sacar rosa gruesa de la maleta. Su chaqueta no serviría de nada.
Su padre. Ahí estaba, al lado de las vías moviendo la cabeza entre la gente que pasaba por su lado bajándose de los vagones. Innessa se permitió el lujo de observarlo de lejos, antes de coger la mano de su hermana y arrastrarla con ella. Los años le habían pasado factura. El recuerdo de un hombre alto y sonriente continuaba ahí, pero envejecido y con arrugas de tanto sonreír. Ahora llevaba gafas, seguramente por propia imposición. Recordaba que era un buen médico, y si seguía trabajando de ello es porque no había cometido ningún error y continuaba con sus investigaciones.
-¿Qué tal el viaje?
-Largo -respondió, mirando alrededor, pero cayó en el tono que había usado rápido-, pero ha estado bien.
-¡Ha sido genial! -exclamó Xenya-. Los árboles son muy verdes, el suelo muy marrón... ¡Nunca había visto nada de eso!
Innessa no hizo caso a su comentario, pero su padre sí. Una sonrisa apareció en su rostro, al mismo tiempo que posaba una mano sobre su hombro cubierto por una mantilla bordada que ocultaba las mangas del fino vestido.
-Me alegro de que te guste.
No dijo nada más. Su padre recogió la maleta de Xenya, que parecía incómoda llevándola por sí sola, y avanzó hacia delante explicándoles dónde estaba el coche y algún dato que le pareció curioso de la ciudad a medida que abandonaban la estación. Innessa no dijo nada al respecto. ¿Qué podía decirle? Su hermana era una persona especial en todos los aspectos, con la mente de un niño en el cuerpo de un adulto. Incapaz de comprender muchas de las cosas que sent��a y hacía. Mantenerse al margen y casi invisible era mejor que llamar la atención para que le preguntasen cosas sobre su pasado.
Innessa apretó el agarre de su maleta. La gente caminaba apresurada por los lados, desde mujeres cubriéndose el pelo y de rostro moreno y fruncido hasta hombres con traje y maletín que le recordaron a las películas en blanco y negro que los estadounidenses vendían. Era casi asfixiante. Veía el pelo llamativo de su hermana y los hombros de su padre delante de ella, gracias a Dios. Asfixia en el mar, podría ser un buen título para esa foto.
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Río Bajo era una zona verde que a veces se inundaba cuando el caudal de río se desbordaba. Lo recordaba así del poco tiempo que vivió ahí, y así parecía mantenerse. También recordaba la amabilidad de las personas y el estilo de vida de muchos de ellos. La lealtad hacia un hombre por la forma en la que los ayudaba y le devolvían el favor de cualquier forma. A él no recordaba haberlo visto, pero siempre había escuchado que era un buen hombre, duro, pero sabio y consciente de la posición que el antiguo gobierno dejaba a gente como ellos.
En su escuela habían estudiado la parte buena y la mala de la URSS, y su madre se encargaba de recordarle que una parte de ella era medio rusa y que no debía decirlo a la ligera. Por las tensiones aún vivas entre occidente y oriente en Alemania; en teoría, la caída del Muro las habría resuelto... Pero todavía quedaban años. Estaban cerca del cambio de milenio. Tal vez con eso las tensiones se resolvieran, ahora que Estados Unidos estaba al mando.
Innessa miraba a través de la ventana del coche, escuchando de fondo en voz baja la radio y cómo Xenya hablaba sobre...cualquier cosa. Lo que fuese. La dejaban hacer eso por su condición y porque en la institución donde se había criado preferían el silencio. Xenya era lo contrario, al parecer. Prestó atención al susurro de las palabras en la radio. Hablaban en ruso pese a que el idioma del país ahora era otro y predominaba. Transnistría. Una antigua prisión para los exiliados. Los siberianos, le contaban de pequeña, eran fuertes y capaces de adaptarse a cualquier situación. Por eso habían tomado el control del pueblo y se mantenían al margen de la autoridad del gobierno. Una especie de clan enemistado con otros. Debía de ser una de las razones por las que su madre se hartó y pidió el divorcio con una niña de seis años al cargo.
No recordaba mucho de ese sitio. Solo recuerdos sin contexto, desde peleas de nieve con otros niños hasta mojarse los pies en el agua cálida del río en verano. Su padre odiaba que hiciera eso porque entonces tenía que examinarle los pies por si se había clavado algo. Decía que ya era una molestia hacerlo con otros niños como para que su hija lo hiciera también. Pero su madre le restaba importancia y la dejaba bañarse siempre que no se metiera en lo profundo.
La casa estaba igual. Grande y de madera como las demás, con un pequeño porche al nivel del suelo donde crecían plantas despreocupadas y un camino desgastado que llevaba a la puerta. Eran dos plantas, y encima de la entrada había un balcón con puertas de cristal en lo alto que conectaban con la zona del pasillo, si su padre no había remodelado el lugar; lo dudaba.
Su habitación estaba como recordaba. Xenya parecía tener su habitación al lado de la oficina de su padre, en la planta de abajo. Por lo que vio de refilón, era igual que las otras. Con algún cambio, pero en general parecía que no hubiera vivido otra persona en ella. Paredes blancas y suelo de madera, algo desgastado por el paso de los años, e incluso las flores de la ventana lucían como si las hubiesen cuidado todo ese tiempo. Tantos años... Innessa dejó las cosas sobre su cama, con un edredón colorido que necesitaba una reparación. Hogar dulce hogar, pensó con cierta amargura. Deshizo la maleta escuchando los pasos de su hermana y de su padre en la planta de abajo. No habían hablado más entre ellos a excepción de alguna indicación sobre dónde estaban las cosas. Ya hablaría con su madre sobre eso, si es que la conexión por cable iba bien. Dudaba que pudiera darle algún consejo a aquellas alturas.
Esperó sentada a que los golpes contra el suelo se detuvieran. Pero no parecían detenerse, así que decidió en deshacer la maleta. Lo primero fue sacar la ropa y colocarla ordenada en los estantes del armario empotrado. Todavía había ropa de cuando era pequeña ahí, de cuando abandonaron la casa y dejaron una parte de sus vidas en Río Bajo. Su padre no se había deshecho de esa ropa... ¿Habría hecho lo mismo con la de su madre? Lo dudaba. Sería raro hacerlo teniendo una segunda esposa y una nueva familia. Por alguna extraña razón, verla doblada, impoluta, le produjo una sensación de rabia que se extendió por todo su cuerpo. Lanzó lo que tenía en la mano dentro de las baldosas de madera, cerró las puertas y trabajó en otras cosas.
Cuando acabó con sus pocas tareas, decidió abrir la ventana para ventilar el dormitorio. El aire frío entró poniéndole los pelos de punta, meciendo las finas cortinas que la protegerían de un despertar abrupto... Innessa se sentó en el alfeizar, observando a las montañas nevadas de no tan lejos y el imponente río arropado desde su posición por los picos de los árboles que protegían el pueblo.
-Sueño de verano -dijo en voz alta para sí. La cámara al lado de su mesita la llamaba para tomar una imagen que perdurara en el tiempo. Una que pudiera enseñarle a todos sus amigos y demostrarles que Río Bajo no era un pueblo perdido en la nada, sino uno con su propio símbolo nacional.
Los dedos le temblaron cuando fue a por la cámara. El peso de ella como una amenaza, o recordatorio de que no todo era tan malo como parecía ni tan bueno como pensaba. Se lo dejaron claro en la escuela, en el instituto y a modo de lema a medida que continuaba estudiando. Innessa volvió a acercarse a la ventana, esta vez con la cámara entre las manos.
La luz era perfecta, reflejando en el agua visible desde su dormitorio, y los árboles creaban un manto verde y vivo. Alguien tocaba el piano de fondo romantizando la escena. Innessa levantó la cámara, se la puso delante y...dejó que la magia de esos aparatos hiciera de las suyas. Clic. Clic. Clic. Tres fotos que revelaría más tarde. Cambió uno de los planos a vertical, en caso de ampliar el espacio y revelar la lejanía de las montañas con la amplitud del cieno. Innessa golpeó con el codo el cristal, pero no le hizo mucho caso. A lo que sí atendió fue al golpecito que hizo una de las macetas al caer desde el alfeizar. Maldijo en voz baja.
Eran cuatro chicos. O jóvenes. Probablemente de su edad, pero no se arriesgaría. Uno era ancho y se estaba dejando barba, otro delgado como muchos chicos de su antiguo instituto y con gafas, uno rubio y desaliñado y un chico alto y de hombros anchos de pelo corto. De este último lo que más le sorprendió es que no se reía, que no desprendía la misma dicha que los tres celebraban a su manera gritando y riendo.
Innessa se apartó lentamente la cámara de la cara, pero no se separó de ella. Reían y uno de ellos, el más ancho, bromeaba en voz alta con el chico de las gafas rodeándole los hombros con el brazo. Este parecía algo perdido, pero se las arreglaba bien. El dedo sobre el botón bailó alegre a su alrededor, una caricia tentadora a inmortalizar ese momento. Y así lo hizo, sin siquiera enfocar apretó el botón y se arriesgó a que la imagen no saliera como deseaba. Su madre decía que el mejor recuerdo era el que se vivía y que se acercaban tiempos turbulentos con los avances tecnológicos, que los alejaría de la realidad... Puede que tuviera razón, pero a veces el momento podía inmortalizarse desde fuera, con una imagen. Miró hacia los chicos de nuevo. Alegres, festivos, extrovertidos...
Y uno de ellos que ahora miraba hacia su ventana. Los dedos de ella se detuvieron en la rueda del enfoque, enredándose con la uña que bailó y modificó los ajustes. Innessa no apartó los ojos por alguna razón que no supo explicar. No con palabras. Su estómago se retorció en sensaciones, mientras el aire helaba su rostro pálido y mecía su pelo rubio hacia atrás. Innessa se mordió el interior de la mejilla. Un rostro bonito el de él, algo sonrojado por el temporal y con ojeras bajos los ojos no tan notables. De cerca tendría que serlo más. Lo vio mover los labios, pero no emitir ningún sonido; no uno que ella escuchase. Aún así, sintió una caricia en la nuca. Una llamada. Un despertar.
La dulce música se convirtió en la melodía tétrica de una película estadounidense. Una que le puso los pelos de punta, seguido del frío que ahora se acumulaba en el dormitorio. A Innessa le costó apartar la mirada de esos chicos, pero todavía más de esos ojos que la observaban en silencio. El calor de sus mejillas regresó cuando la rabia la inundó, generando que golpease con fuerza las ventanas al cerrarlas.
-¡Xenya, deja de aporrear el piano!
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-Te gustaba patinar, ¿no?
-Sí -dijo ella. Lo cierto era que continuaba haciéndolo, delante de su casa con algunas amigas del barrio, pero allí era diferente. Ni siquiera sabía que su padre recordara una de sus aficiones de cuando era solo una niña.
La primera vez que patinó fue sobre el río helado, pero cuando se cayó de culo e hizo daño su madre se negó a que peligrase su vida de esa forma. Empezó a patinar -sobre tierra, esta vez- y se había caído más veces que buenos momentos en familia recordaba. Al final salir a la calle a hacerlo se convirtió en una escapatoria. Con el divorcio, siguió haciéndolo en el parque mientras su madre trabajaba y la madre de otra amiga la cuidaba.
Innessa dejó los cubiertos mojados sobre un paño en el que los platos limpios descansaban. Su padre los limpiaba y ella los secaba. Habían dejado a Xenya ir a dar una vuelta en su bicicleta convencidos de que nadie iba a hacerle nada. Todos sabían de su condición, respondió su padre, y estaban de acuerdo en que la jovencita necesitaba salir de casa de vez en cuando y relacionarse con más personas. Inej no estaba tan segura, pero no dijo nada al respecto.
-¿Sigues haciéndolo?
-Sí, eh, de vez en cuando. Ahora me estoy concentrando en otras cosas -pensó en decirle sobre su interés en la fotografía, y que aspiraba a viajar por el mundo ahora que no había guerra para inmortalizar todo. A cambio de nada, puesto que nadie confiaba en una mujer y menos en una jovencita trotamundos con orígenes rusos. Eso no iba a poder repararse-. Pero me sigue gustando.
-Ya veo -no mencionó nada más, pero le sonrió de forma amable antes de limpiarse las manos en otro paño limpio y seco. Dicho eso, se encerró en su despacho y la dejó sola en la inmensidad de una casa y un pueblo que desconocía.
Así que decidió ir a dar una vuelta por ese pueblo que llevaba años sin pisar. Se puso la chaqueta y la bufanda, las botas por si llovía y cogió el walkman con sus cascos. Ni siquiera se molestó en avisar que se marchaba, sino que lo dejó claro dando un portazo. Camino por las calles con las manos en los bolsillos, la cara oculta en la bufanda y una de las manos apretando el walkman.
A simple vista nada había cambiado, exceptuando los grandes edificios de cristal azul que se veían a lo lejos y conectaban con el final de la calle. Un pequeño riachuelo iba en la parte contraria, un afluente del enorme río vecino de Río Bajo. Se pasaba por él a través de un puente algo improvisado pero que seguía manteniéndose en pie pese a los años. Innessa se mojó las botas en el último trayecto para cruzarlo, pero no le dio más importancia que una maldición soltada al azar. El tiempo no parecía molestar a los nativos del pueblo, que trabajaban sin quejarse y algunos cruzaban las calles riendo camino al bar de, recordaba, la mujer de uno de los hombres que pescaban en invierno. Se había ahogado en un accidente cuando le hielo se rompió. Su único hijo, que debía tener su edad por ese entonces, había llorado durante semanas hasta el punto de molestar hasta a las niñas que le pedían que se callase. No sabría decir si ese chico hubo sobrevivido a criarse en aquel sitio por sí mismo.
Un grupo de mujeres se reunía alrededor de una mesa para hablar, con pañuelos coloridos sobre la cabeza tapándose el pelo. La tradición, supuso. Era más común parecer ahora en esas zonas a las religiones que se les había prohibido en Europa durante siglos que cuando era pequeña. Inej no les prestó mucha atención al pasar hasta que las escuchó hablar del temporal que se avecinaba. Lo pudo oír incluso a través de los auriculares reproduciendo música.
-Dicen que hará buen tiempo la próxima semana -decía una, con los ojos perdidos en lo que había en la mesa. Debían ser cartas.
-¿Y tú te lo crees? Aquí nunca nada es fijo.
-Solo lo he escuchado, mujer.
Inej estornudó unas calles más adelante. Debía de estar afectándole el temporal ya a esas alturas. O la alergia a lo que fuese. Investigando un poco la economía del pueblo ahora al parecer las industrias se beneficiaban de la compra de armas que los federales hacían. Supuso que el daño de la URSS sobre sus provincias persistía. Esos edificios y las patrullas de las que su padre la había advertido eran un peligro y a la vez una advertencia para la población, para recordarles quién mandaba realmente. Qué tipo de gobierno eran. Menos mal que su madre le había insistido en pasar tiempo con su padre, porque de haber tenido elección... No hubiese vuelto a ese lugar jamás.
Su padre se quedaba ahí porque había gente a la que cuidar. Porque en lugares como esos los recursos escaseaban, y cuando era pequeña la situación no era mejor. Todavía recordaba algunas cosas como la entrada de los oficiales en casas ajenas para inspeccionar que no llevasen armas, y cómo la gente escondía las verdaderas armas y el dinero en los patios o zonas que recordasen. O las inspecciones aleatorias que se detenían cuando los hombres cabeza de familia salían de sus hogares armados porque cometían abusos de poder; en ese pueblo, un abuso de poder era castigado a la manera tradicional del clan siberiano. Había un chico, recordaba en ese momento, que era el nieto del patriarca, cuyo nombre había olvidado así como el del niño. En teoría le tocaba sucederle, pero incluso en ese momento le parecía un niño tímido y fácil de asustar. Solía verlo con sus amigos más cercanos en el río capturando ranas, robando para repartir el botín con todos los del pueblo o dando paseos con su madre cuando ella se reunía con otras mujeres. ¿Qué habría pasado con él? Seguramente siguiera vivo, practicando lo que los hombres de esos clanes hacían y aprendiendo de la vida a aquellas alturas.
Lo último que recordaba de esos niños era que una vez le habían lanzado una bola de nieve tan dura que le había hecho un corte por encima de la ceja. Había aporreado como una salvaje al mayor de ellos, un niño rubio y fácil de enfadar, hasta que uno de los hombres que solían sentarse en el bar los separó riéndose. Luego había vuelto llorando a los brazos de su madre y dejado que su padre le limpiase la herida, y observado cómo hacía lo mismo con el otro niño.
Eran recuerdos que ahora aparecían pero que desaparecerían al final del día cuando se durmiera. El tiempo que pasase con su padre estaba definido por lo bien que lo pasase. Inej volvió la cabeza sobre su hombro, mirando por encima de él. Le había parecido escuchar a alguien llamándola, pero debía de ser su imaginación. Igualmente, se quitó los auriculares y detuvo la grabación del walkman. Inej se acarició la imperceptible cicatriz por encima de la ceja, oculta por el largo del flequillo. Una corriente eléctrica, no tan fuerte como sonaba, le recorrió la zona, como un latigazo para obligarla a recordar ese momento. Absurdo, pero una alarma para decirle que ya era el momento de regresar.
Inej se apresuró a volver a casa. Una parte de ella se alegraba de haber escuchado la conversación de las mujeres sobre el tiempo, y era casi una alegría. Podría al menos tumbarse a tomar el sol si el tiempo seguía siendo el mismo que recordaba en los meses de verano. En Alemania apenas podía porque el nuevo marido de su madre temía que le hicieran algo. Ahí, sin embargo, pensaba usar la justicia de la que tanto alardeaba su padre. Una justicia en la que todo acto de abuso de poder o abuso de sustancias podía ser castigado...al método de los clanes siberianos.
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Cuando regresó a casa, la puerta estaba abierta de par en par y unos chicos salían corriendo con los rostros blancos como papeles. Inej aceleró el paso ignorando los gritos que se daban entre ellos...y los que llegaban desde dentro del hogar. También escuchaba a Xenya gritar, pero cosas sin sentido que no comprendió hasta que se quitó las cosas y las dejó para acercarse al lugar de donde venían.
El dormitorio de invitados. Planta Baja. Uno de los que estaban vacíos y cubiertos de sábanas blancas hasta que alguien pedía quedarse a dormir. Cuando era pequeña, algunas personas se quedaban a dormir en ella por la lejanía del hospital durante los temporales de nieve. A su madre nunca le había gustado dormir con desconocidos en casa, pero sabía en el fondo que la buena gente que se quedaba a dormir ahí nunca haría nada como robarles sin una razón o algo peor. Su padre los ayudaba hasta que les daba el alta.
-¡Es el chico de la estación! ¡Xenya lo vio!
-Ahora no, Xenya. ¡Ve a por paños de la cocina!
El tifón que tenía por hermana salió corriendo tan pronto como vino la orden. La falda del vestido bailaba con ella a cada paso. Inej aprovechó para entrar en el dormitorio, ocupado por su padre y dos chicos. Su padre atendía a uno de ellos, recostado en la cama y...con las sábanas manchadas de sangre. Al fijarse en el suelo se dio cuenta de que también estaba manchado... Y la ropa de los demás. El chico rubio era el que había visto hacía horas miraba con los ojos y la boca abiertos, pálido y con la ropa manchada de sangre. Balbuceaba algo, pero nada con sentido. O que ella entendiese.
-Inej, ayúdame a inclinarlo -dijo entonces su padre, haciendo un gesto para que se diera prisa, mientras que con la otra mano taponaba lo que supuso que era la herida sangrante en uno de sus costados-. Tengo que verle la herida.
Inej pestañeo despertando de su ensoñación. Tardó en darle sentido a las palabras, pero acabó saltando hacia delante obedeciendo sus indicaciones. El cuerpo del chico, el que la había mirado desde su ventana, estaba caliente al primer contacto. Ardiendo. Todo su rostro estaba empapado en sudor, y pálido como si se estuviera muriendo. Su pelo corto se le pegaba a la piel como una segunda capa. Su padre ya le estaba cortando la ropa del tronco superior. Inej hizo un esfuerzo para que sus ojos no se le fueran a otra zona. No era ni el momento ni el lugar.
Fue entonces cuando los ojos del chico se abrieron, uno de cada calor; el izquierdo marrón y el derecho verde. Su respiración se aceleró como si acabase de despertar de una pesadilla. Apretó su mano alrededor de su muñeca con una fuerza que incluso le sorprendió.
-Un ángel... Un ángel rojo, su cara...
Su padre la miró de reojo, con los labios tensos, pero no dijo nada. Continuó tomándole el pulso con los dedos en el cuello, y dándole órdenes a Xenya que correteaba por la habitación con todo lo que le pedía como si estuviera acostumbrada a eso. Innessa lo pensó bien. ¿Lo estaba? El chico de pelo largo y rubio había desaparecido.
-No -habló ella, con voz suave, retirándole la mano de la muñeca con el cuidado de una madre-, esa es mi hermana.
-Inej -llamó entonces su padre. Ella levantó la cabeza como un perro obediente. La miraba con una seriedad que dudaba haber visto en mucho tiempo; pero, claro, ¿cuánto tiempo llevaban sin verse a los ojos?-, ve y avisa a su madre. El teléfono está abajo y su número al lado. Corre. ¡Ya!
Hizo lo que su padre le ordenó. Salió corriendo del dormitorio, no sin antes darle una última mirada al chico tumbado en su cama mientras se desangraba... Juraba que sus ojos moribundos estaban clavados en ella, y que la sombra de una sonrisa amenazaba con decaer con los dedos de su padre recorriéndole el abdomen. Innessa tuvo que obligarse a salir y continuar las indicaciones de su padre. El corazón le martilleaba con fuerza en el pecho, las manos le temblaban y apenas sentía las piernas cuando llegó a la zona del teléfono. Si su padre tenía algo que ver con aquello, fuera lo que fuese, la última persona que necesitaba saberlo era su madre que vivía ignorante de lo que ocurría allí al otro lado del mundo.
Cuando llegó al teléfono, el sorprendió ver al chico rubio de pelo largo, que hace unas horas se reía con sus amigos, con el rostro pálido y sudando. Los dedos le temblaban. Inej pasó por su lado. Al hacerlo, el chico cuya apariencia le recordó a una rata, la agarró de la misma muñeca que antes el chico tumbado en la cama había sujetado. Desde donde estaban podía escucharse los jadeos del chicos.
-Mel y Vitalic -comenzó, en voz baja, con los ojos fijos en el suelo- han ido a avisarla... Yo... Yo me quedo con él. Tenía que haber protegido su izquierda pero estaba... Me distraje, joder.
Supuso que se refería a los chicos que se había encontrado saliendo de casa. Entonces eran los amigos de esos dos, los que se reían y abrazaban bajo su ventana. Inej evitó plasmar que lo sabía en su expresión.
-¿Cómo se llama? ¿Cómo os llamáis?
El chico pareció dudar, pero cedió. Inej ya estaba separándose del teléfono. ¿Le creía? Quería pensar que sí, porque nadie se arriesgaría en ese lugar a que la justicia actuara por sí misma sin antes buscar la venganza propia.
-Gagarin -acabó respondiendo, pero sonaba de mal humor. Pensó que las tensiones en ese lugar por la policía hacía que cualquiera estuviera enfadado a aquellas alturas-. Él es Kolyma.
Kolyma. Se repitió el nombre en la cabeza hasta creérselo. Kolyma era el nombre del nieto del jefe de los siberianos de Río Bajo. El chico tímido y asustadizo se había convertido en un hombre y continuaba vivo. Inej recordó su rostro enfermizo de hacía poco, el asomo de esa sombra... E intentó recordar la cara de aquel niño que había gritado hasta que el hombre la había quitado de encima de uno de sus amigos tirados en el suelo.
Así que el chico que se estaba desangrando era él, ¿eh?
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nicklloydnow · 2 years
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“The mountain had been laid bare and transformed into a gigantic stage for a camp mystery play.
A grave, a mass prisoner grave, a stone pit stuffed full with undecaying corpses of 1938 was sliding down the side of the hill, revealing the secret of Kolyma.
In Kolyma, bodies are not given over to earth, but to stone. Stone keeps secrets and reveals them. The permafrost keeps and reveals secrets. All of our loved ones who died in Kolyma, all those who were shot, beaten to death, sucked dry by starvation, can still be recognized even after tens of years. There were no gas furnaces in Kolyma. The corpses wait in stone, in the permafrost.
In 1938 entire work gangs dug such graves, constantly drilling, exploding, deepening the enormous gray, hard, cold stone pits. Digging graves in 1938 was easy work; there was no "assignment," no "norm" calculated to kill a man with a fourteen-hour working day. It was easier to dig graves than to stand in rubber galoshes over bare feet in the icy waters where they mined gold - the "basic unit of production," the "first of all metals."
These graves, enormous stone pits, were filled to the brim with corpses. The bodies had not decayed; they were just bare skeletons over which stretched dirty, scratched skin bitten all over by lice.
The north resisted with all its strength this work of man, not accepting the corpses into its bowels. Defeated, humbled, retreating, stone promised to forget nothing, to wait and preserve its secret. The severe winters, the hot summers, the winds, the six years of rain had not wrenched the dead men from the stone. The earth opened, baring its subterranean storerooms, for they contained not only gold and lead, tungsten and uranium, but also undecaying human bodies.
These human bodies slid down the slope, perhaps attempting to arise. From a distance, from the other side of the creek, I had previously seen these moving objects that caught up against branches and stones; I had seen them through the few trees still left standing and I thought that they were logs that had not yet been hauled away.
Now the mountain was laid bare, and its secret was revealed. The grave "opened," and the dead men slid down the stony slope. Near the tractor road an enormous new common grave was dug. Who had dug it? No one was taken from the barracks for this work. It was enormous, and I and my companions knew that if we were to freeze and die, place would be found for us in this new grave, this housewarming for dead men.
The bulldozer scraped up the frozen bodies, thousands of bodies of thousands of skeleton-like corpses. Nothing had decayed: the twisted fingers, the pus-filled toes which were reduced to mere stumps after frostbite, the dry skin scratched bloody and eyes burning with a hungry gleam.
With my exhausted, tormented mind I tried to understand: How did there come to be such an enormous grave in this area? I am an old resident of Kolyma, and there hadn't been any gold mine here as far as I knew. But then I realized that I knew only a fragment of that world surrounded by a barbed-wire zone and guard towers that reminded one of the pages of tent-like Moscow architecture. Moscow's taller buildings are guard towers keeping watch over the city's prisoners. That's what those buildings look like. And what served as models for Moscow architecture - the watchful towers of the Moscow Kremlin or the guard towers of the camps? The guard towers of the camp "zone" represent the main concept advanced by their time and brilliantly expressed in the symbolism of architecture.
I realized that I knew only a small bit of that world, a pitifully small part, that twenty kilometers away there might be a shack for geological explorers looking for uranium or a gold mine with thirty thousand prisoners. Much can be hidden in the folds of the mountain.
And then I remembered the greedy blaze of the fireweed, the furious blossoming of the taiga in summer when it tried to hide in the grass and foliage any deed of man - good or bad. And if I forget, the grass will forget. But the permafrost and stone will not forget.” (p. 178 - 180)
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