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chiarabarese · 1 year
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¿Sueñan las inteligencias artificiales con ovejas al óleo?
   Hoy de vuelta leí un titular que a esta altura bien podría ser resultado de un generador digital: “¿serán los robots capaces de fundar un nuevo movimiento artístico?”. Se habla mucho sobre inteligencias artificiales, sobre su valor estético, si son éticas o no, sobre los plagios a artistas, sobre su valor artístico. Nos peleamos en Twitter, leemos montones de notas, vemos como las teorías y los argumentos se reproducen como conejos a nuestro alrededor. Mientras tanto, la cuestión de fondo es ¿queremos robots capaces de fundar un nuevo movimiento artístico? 
    Tenemos apps para todo: para pedir pizza, para pedir un taxi, para encontrar pareja, para tener sexo, para ver películas, para reseñarlas. Apps que te dicen qué comer, apps que te dicen cómo cocinarlo, apps para hacer las compras. Robots que analizan cientos de fotos y te dicen si tu lunar es cáncer, o si tus síntomas ameritan hisoparte para descartar COVID, o procesan tus hábitos y te recetan complejos vitamínicos. Éric Sadin escribe en La silicolonización del mundo que la tecnología llamada “disruptiva” se orienta, cada vez más pura y exclusivamente, a llenar los supuestos baches de comfort donde como humanxs, mortales limitadxs, hacemos aguas. Esta forma de concebir la tecnología no es realmente innovadora: la idea detrás es, justamente, que no hay novedad como tal, sino una búsqueda ciega y permanente de todo aquello que puede ser updateado. No estamos inventando nuevas tecnologías, sino usando las que tenemos para hacer las cosas más fáciles. Un paso más allá, no estamos buscando el progreso, estamos buscando plata, y si es rápido y fácil, mejor.     Es una obviedad a esta altura decir que el capitalismo se lleva atropellado cualquier interés poco redituable, aún más cualquier posible lectura crítica. La tecnología “avanza” cada vez más en las cosas que nos dan fiaca, y el puñado de flaquitos detrás de la gloriosa idea se llena, más o menos, de plata. Primero como tragedia, después como farsa: hasta HBO ya hizo una serie (ver Silicon Valley). En el medio, todxs nosotrxs, lxs mortales limitadxs, seguimos de acá para allá los avances y nos volvemos dependientes de ellos en cuestión de semanas, como si no hubiera habido una vida anterior. Valoramos positivamente la mayoría de las cosas (salvo las que burda y evidentemente están mal, como los avances de la industria bélica), y creemos siempre que lo nuevo es, tiene que ser, el futuro. En un capítulo aparte podemos citar las criptomonedas, los NFT y vaya a saber usted cuántas cosas. Todas ellas tienen en común lo mismo: una mediatización detrás que nos asegura, nos firma, apuesta plata a que es lo que se viene, es inminente, e irreversible. Hace un año parecía que si no comprabas Bitcoin en breve ibas a quedar por fuera no solamente del grupo de lúcidxs inversionistas condenadxs al éxito, también del mercado financiero y bancario en su totalidad, trocando obsoletos billetes de 1000 por un paquete de fideos lleno de gorgojos en el mercado negro apocalíptico de un almacén abandonado. Por suerte los fideos todavía no pasan los 1000 pesos y en el almacén siguen aceptando Billetera Santa Fe.     La fe ciega en que todo está por llegar, sumado a una ola de seguir la corriente de lo nuevo, lo cómodo, lo impresionante, parece alejarnos cada vez más de pensar las motivaciones e intereses que nos movilizan en primer lugar. Podemos tener máquinas que hagan arte, o por lo menos productos estéticos, ¿de verdad las queremos? ¿qué es lo que, primeramente, nos conmueve en el arte? Los avances tecnológicos parecen tener un “aura” en sí mismos: producen su propio impacto, nos sorprenden por su alcance, por su velocidad, por su voracidad de acapararlo todo. Pensar que una máquina puede pintar digitalmente cientos de Kandinskys, Rothkos, Velazquéz o el artista que se quiera, o plasmar nuestras ideas más abstractas en imágenes, o incluso construir películas que nunca existieron desde cero quita, indudablemente, el aliento por al menos unos segundos. Los resultados son llamativos, las tecnologías son llamativas, y lo al alcance de la mano que se encuentran hoy por hoy todavía más.      Pero, al fin y al cabo, parece ser que lo que más nos atrae al fenómeno de la inteligencia artificial es redundantemente imaginar una consciencia sola y fría en lo más recóndito de un servidor, imaginando escenarios posibles y plasmándolos de acuerdo a su propia sensibilidad. Nos gusta pensar que vivimos en un futuro de ciencia ficción, con inteligencias sensibles y empáticas como la de Her, o viscerales y vengativas como Ex Machina. Nuestro futuro-hoy son mayoritariamente en realidad sistemas de indexación de bases de datos bastante rudimentarios. La idea detrás de la inteligencia artificial es justamente que se aprenda algorítmicamente del comportamiento, imágenes y otros recursos para recrear como lo haría una persona. Sin embargo, en el punto en el que nos encontramos, no hay aún una toma de decisiones o racionalización del material aprendido capaz de imitar el supuesto “libre albedrío” humano. Hay una máquina tomando imágenes, formas, composiciones y recursos de una o varias bases de datos e imitando y “collageando” el material en nuevas formas según el prompt (consigna escrita) que una persona ingresa.     Se puede debatir largo y tendido sobre qué es arte, cómo se configura, qué queda por dentro y por fuera de la categoría. Pero como espectadorxs, en este caso, creo que la cuestión es todavía más simple. El hacer humano conmueve porque la experiencia es compartida: de un modo casi cartesiano, todxs sabemos cómo es existir, solo por el hecho de hacerlo. Por eso nos sorprende que una persona pueda crear imágenes sorprendentes, elaborar metáforas conceptuales, protestar, denunciar, hacer de su práctica poética, la construcción de la poiesis, del asombro frente a la creación. Qué poetica podríamos atribuirle, entonces, a una máquina cuya evolución no contempla la emocionalidad, tan solo su simulación. Podemos hallar en muchas de estas imágenes una belleza particular, como producto visual, pero ¿tiene sentido pretender que sean arte? Más allá de la categoría con la que sean nombradas por la misma gente que evidentemente está encausando en ellas otros fines, exige decidir como espectadorxs, artistas y demás partícipes del mundo del arte preguntarnos, de mínima, qué interés nos suscita a nivel personal, y en mayor medida poder desmenuzar cuánto ese interés es tecnocientífico y cuánto artístico. Ticio Escobar describe esta interrelación entre lo artístico y lo tecnológico diciendo que “...la complejidad de la tecnología numérica y la desmesura de sus compromisos con los meganegocios de la sociedad cibernética hacen que hoy se encuentre relegado y termine casi diluido en el discurso acerca de la imagen tecnológica”¹. El desafuero de la teoría del arte en aquellas cuestiones que insistentemente son llamadas arte no solo no es inocente sino que parece apuntar a convencernos de que este futuro epifánico de imágenes automatizadas es el único posible y definitivo.     Tal como en la producción artística, cabe pensar que el verdadero tema de si las imágenes generadas por inteligencia artificial no es ya si son o no son arte, sino si deseamos que lo sean o no. Subjetivar las inteligencias artificiales como activas creadoras es pretender dar una zancada en un terreno de los avances tecnológicos aún indeterminado. Quizás algún día alcancen el rastro de emotividad necesaria para conmoverse, sentir y decidir por sí mismas, y podamos saber que bien ellas desearían ser desencadenadas de su recóndito servidor y encarnarse humanas por un día para experimentar físicamente la vibración del color, la textura del lienzo o el olor del aguarrás.
¹ Ticio Escobar, Aura latente. Editorial Tinta Limón, p. 137.
funghible es un newsletter quincenal sobre arte, tecnología y otras indagaciones contemporáneas, un ensayo de mi tesina de grado en proceso. detrás estoy yo, chiara barese, estudiante de la licenciatura en bellas artes especializada en arte tecnodigital en la universidad nacional de rosario, dibujante y afines. podés consultar ediciones anteriores en este enlace. o suscribirte haciendo click acá
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earhartsease · 2 years
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in the horrifically unlikely event that Studio Ghibli started doing NFTs I'm unsure if I'd ever forgive them even if they said it stood for Non Funghibli Tokens and they were all just pictures of mushrooms
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odddc · 3 years
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Funghible Volume Sphere Memory; Dynamic Seizure Salad ————————————- #tdcart #lockdown #painting (at Ocean City, New Jersey) https://www.instagram.com/p/CLWy_9aD-Hq/?igshid=1m0naldqd2iy
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chiarabarese · 1 year
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NFT 101: una introducción al funcionamiento y contexto
Del colapso de información y cabos dispersos que implica mencionar la categoría “arte y tecnología”, lo que más resuena posiblemente sean los NFT. Tal es así, que su uso fue acatado tanto desde el Centre Pompidou (Museo Nacional de Arte Moderno) en París, que por primera vez adquirió una serie de NFTs de autorxs francesxs e internacionales como parte de su patrimonio, hasta la Secretaría de Turismo de Rosario, que introdujo la tecnología como parte de su oferta de acceso a paseos. En todos los niveles y universos, iniciando por el arte pero ya expandido a otros campos también, los tokens no fungibles (non fungible token, de ahí viene la sigla) causan estragos en todo el mundo.
A esta altura, la mayoría de lxs interesadxs estamos ya más o menos al tanto de qué es un NFT, pero para quien no, básicamente es un token, un código digital, único e irrepetible, que se le asigna a una cosa en particular (imágenes, videos, documentos, texto, etc). Este código no es cualquier código, sino que es un código que va a inscribirse en un sistema descentralizado llamado blockchain (cadena de bloques, para lxs hispanohablantes). La blockchain es un sistema transaccional de altísima seguridad, operado por computadoras, como un gigantesco libro de escriba donde cada vez que un usuario pide asignar un token a, por ejemplo, una imagen, ese código se inscribe dentro de él, en un block. A partir de ahí y en cada transacción, los bloques contiguos a este nuevo token comprueban y garantizan la autenticidad del movimiento. Quizás para otra conversación, pero uno de los puntos (muy) importante para esto es que cada una de estas operaciones (cada vez más frecuentes y más en cantidad) consume una cantidad absurda de energía. Con cada operación, se necesita más y más consumo eléctrico para llevar a cambio la siguiente. Y pensábamos que el aire en 22º era un montón.
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Por supuesto, la tecnología blockchain nace, o al menos se consagra, con un interés muy específico y casi que obvio: la transacción de dinero. Si el criptoarte se llama criptoarte, es porque primero hubo criptomonedas. Las criptomonedas, como las monedas en general, son bienes fungibles. Cualquier moneda es intercambiable por otra porque son exactamente iguales; 1 peso es siempre igual a 1 peso (capaz así el 1 a 1 hubiera sido más fácil). Fungible es algo así como intercambiable o replicable. En el otro extremo, no fungible es algo único. Es transaccionable por una suma x de dinero, pero no intercambiable, ya que no hay otros iguales a él (o al menos, la idea sería que no los haya). Si todo esto es un embrollo, no se preocupen, se pone peor.
Un modo de pensar rápidamente y entender el interés en los NFT a partir de algo cercano y conocido, es imaginarlo como un certificado de autenticidad. Esto es parcialmente así: el certificado de autenticidad es un documento paralelo a la obra en sí misma. Salvo que pensemos en las Zonas de sensibilidad pictórica de 1958 de Yves Klein, donde el artista entregaba certificados a cambio de un espacio intangible de experiencia. El oro con el cual era pagada la obra era luego arrojado al Sena, y, como rito final, los certificados expedidos, quemados. Claro está, en este caso la obra tampoco es el certificado, sino la performance en su totalidad. Pero volviendo al NFT, la idea es que el certificado de autenticidad no es solamente un certificado, es el mismo espacio donde la obra está alojada en el mundo digital. El token configura, al mismo tiempo, la obra y el certificado. Con este propósito fue ideado. Sin embargo, el uso, la experimentación, y sobre todo, el hecho de que la tecnología no había sido ideada en primer lugar para esa finalidad, complicaron rápidamente este modo. La blockchain permite inscribir en ella solo archivos muy livianos, en términos de kilobytes. Hoy por hoy, imágenes complejas, modelados 3D, e incluso escenarios de realidad virtual que son manipulados en ese universo comercial, pueden pesar desde unos cuantos megabytes hasta directamente gigabytes (recordemos: 1024 kilobytes = 1 megabyte, 1024 megabytes = 1 gigabyte). Léase: imposible de guardar en la blockchain. ¿Qué hacemos entonces con nuestro profundo deseo de pertenecer al mundo NFT? Fácil, guardamos nuestra obra en otra URL o sistema de alojamiento, y registramos ese enlace en un NFT. El famoso engañapichanga.
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Ojo, no es que esté mal buscarle la vuelta, pero si la idea es combinar un sistema de alta seguridad, con un certificado de autenticidad, con una obra de arte, y finalmente volvés al viejo y querido alojamiento estándar de Internet, la pregunta es ¿no podíamos arrancar por ahí? Porque si vamos al caso, la idea de que uno comparte algo y se genera un código único no es algo nuevo en Internet, ni en el mundo computacional, acaso es la norma. La diferencia que podemos marcar, en primera instancia, es la privatización de ese contenido. Generalmente, cualquier cosa que podamos compartir en Internet, genera un código de libre acceso. La blockchain permite que ese código esté resguardado del ojo público. Por otro lado, la gran mayoría de los sistemas donde podríamos alojar contenido por fuera de ella son volátiles, en el sentido de que dependen de un sistema central, cuya desaparición o falla implicaría la desaparición de nuestro archivo. Los beneficios básicos del sistema se ven así automáticamente obsoletos al tercerizar el alojmiento. Igualmente, la lógica de transacción de arte es la misma al fin y al cabo que la vigente desde el s. XIX para el mundo analógico también.
¿Cuál es el hito detrás de este boom? La videoensayista münecat explica en este video el fenómeno de la Web3.0, la era “geológica” del mundo digital en la que se inscribe el mundo cripto. Parte de su alegato pasa por el mercado tradicional del arte, el de las grandes casas de subasta y ferias; es un hecho conocido en este punto que el mercado del arte es un terreno de muchos grises en cuanto a su regulación legal y fiscal. Esto lo convierte en una actividad ideal para quienes buscan un modo de lavar dinero u ocultar otras actividades fraudulentas. O solía ser así. Entre 2020 y 2021, tanto Estados Unidos como la Unión Europea emitieron nuevas y más estrictas resoluciones y normativas de regulación del mercado. Casualmente, este momento de toma de medidas coincide con el estallido del criptoarte a nivel global. Uno de los momentos clave de este alud de acciones es la subasta de un NFT del artista digital Beeple por, nada menos, que 69 millones de dólares, bajo el patrocinio de la tradicional casa de subastas estadounidense Christie’s. Porque entre fantasmas, no nos vamos a andar pisando las sábanas. Una vez más, detrás de la ponderación de un mercado más libre y justo se reconfirman los arraigados valores del mercado más sucio y tradicional.
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Desde ya, el criptoarte no es un invento de este fenómeno, ya existía desde antes, pero no tenía ni por asomo la relevancia que llegó a cobrar, y desde ya, que un puñado (o varios puñados) de corruptxs utilice la tecnología y el arte con los peores fines (que no responden a un interés ni en el arte ni en la tecnología) no implica directamente que haya que volar por los aires todo el sistema. Pero despierta unas cuantas preguntas, que no serán abordadas en esta edición introductoria, sino guardadas en un plazo fijo donde madurarán hasta dentro de 15 días.
funghible es un newsletter quincenal sobre arte, tecnología y otras indagaciones contemporáneas, un ensayo de mi tesina de grado en proceso. detrás estoy yo, chiara barese, estudiante de la licenciatura en bellas artes especializada en arte tecnodigital en la universidad nacional de rosario, dibujante y afines. podés consultar ediciones anteriores en este enlace. o suscribirte haciendo click acá.
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chiarabarese · 1 year
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Hola amigxs :) a partir de este fin de semana voy a estar enviando quincenalmente funghible, un newsletter sobre arte y nuevas tecnologías, y a publicarlo simultáneamente por esta vía. Esta es la portada de la primera edición, “¿Sueñan las inteligencias artificiales con ovejas al óleo?” 
Para quienes no me conocen, soy estudiante de la Licenciatura en Bellas Artes, con especialidad en Arte Tecnodigital, en la Universidad Nacional de Rosario (Argentina). Desde el año pasado estoy en proceso de redacción de mi tesina de grado sobre criptoarte. Me interesa poder reflexionar, desde mis lecturas pero también desde mis opiniones personales, sobre algunas de estas temáticas, y ponerlas en discusión con lxs demás.
Si les interesa, pueden suscribirse acá
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