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Films watched in 2023.
Top 10 May.
1. My Own Private Idaho (Gus Van Sant, 1991) 2. Scorpio Rising (Kenneth Anger, 1963) 3. Suspicion (Alfred Hitchcock, 1941) 4. All I Desire (Douglas Sirk, 1953) 5. One Girl’s Confession (Hugo Haas, 1953) 6. Fumer fait tousser (Quentin Dupieux, 2022) 7. Les Signes (Eugène Green, 2006) 8. El asesino de Pedralbes (Gonzalo Herralde, 1978) 9. Always for Pleasure (Les Blank, 1978) 10. Sabishinbô (Nobuhiko Ôbayashi, 1985)
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Últimas tardes con Teresa (Gonzalo Herralde, 1984). 6/10
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Raza, el espíritu de Franco (Gonzalo Herralde, 1977)
Como tentativa de crítica cinematográfica filmada —que es, sin duda, como debiera hacerse: con imágenes y sonidos, y no con palabras—, no creo que Raza, el espíritu de Franco tenga ningún precedente, al menos dentro del cine español. Lástima que esta originalidad, que merece ser saludada por su audacia y por el camino que puede abrir a otros directores, no se haya empleado para llevar a cabo un análisis del estilo cinematográfico, de la estructura narrativa, de la caracterización de los personajes o de los medios de que se sirvió José Luis Sáenz de Heredia para tratar de lograr la adhesión del espectador al mensaje político del film que Gonzalo Herralde comenta y critica: Raza (1942), repuesto en 1950 con el título El espíritu de una raza. Hubiera sido fascinante —y más productivo— demostrar que Raza es una típica manifestación de la retórica fascista — lo mismo, por lo demás, que Z, y tantos otros films cuyo contenido explícito se pretende «progresista»— y un exponente tan «logrado» de la estética del franquismo como el mismísimo Valle de los Caídos; no sé si Herralde no ha querido o no ha podido hacerlo, pero el caso es que se ha limitado a la aristarquista misión de reivindicar como autor del film no a su director —que, como todos sabemos, es un muy mediocre artesano—, sino a su guionista, Francisco Franco Bahamonde, alias «Jaime de Andrade».
De todos es sabido, y desde hace ya bastante tiempo —aunque ahora Alfredo Mayo lo corrobore en el film de Herralde—, que Franco, celebrado —por el No-Do— cineasta «amateur» y cinéfilo de dudoso gusto, no se contentó con pergeñar semejante bodrio anticomunista-patriotero-moralizante, sino que vigiló de cerca la realización de la película, tomándose por un David O. Selznick de vía estrecha; hasta tal punto debió supervisarla, que cabría suponer que la dirigió por teléfono, o a través de las instrucciones que mandaba con un motorista. Por si tal grado de control fuese insuficiente para atribuir a Franco, sin reparo alguno, la paternidad de Raza, Román Gubern —que confeccionó con Herralde el cuestionario sometido a Pilar Franco y Alfredo Mayo— ha dedicado un librito a esclarecer minuciosamente el paralelismo que puede detectarse entre la alegórica y melodramática trama argumental del film, por un lado, y algunos hechos de la vida privada de Franco, por otro, presentados unas veces tal como fueron y otras, las más quizá, sublimadas (es decir, tal como el dictador le hubiera gustado que fuesen), y reservándose a sí mismo el papel protagonista, el de José Churruca, un buen hijo con más vidas que un gato —sobrevive, si no recuerdo mal, un par de fusilamientos y gravísimas heridas, esto último igual que Franco en Marruecos—, que no duda en enfrentarse, para salvar a la Patria, ni con su propio hermano, corrompido por el comunismo pero pintado más bien como un tahúr burgués y bon vivant.
Pienso que Gonzalo Herralde ha reproducido, con medios más adecuados, la labor histórico-anecdótica de Gubern, y para ello ha montado en paralelo las ridículas escenas clave del film «franquista» por excelencia con breves —y un tanto insatisfactorios— fragmentos de entrevistas, que (no sé por qué, ¿tal vez se negó Sáenz de Heredia?) se limitan a dos «testigos»: uno, del rodaje del film (Alfredo Mayo, el actor que encarnó a José Churruca), y el otro, de la vida de Franco (su hermana Pilar, único superviviente de los Franco Bahamonde, y conocida por su afición a hablar). Aunque sin hacer de la vieja película una parte integrante del «texto» de la suya —sino el «pre-texto»—, la táctica de Herralde tiene algunos puntos de contacto con la elegida por Dušan Makavejev en Nevinost bez zaštite (Inocencia sin defensa, 1968), aunque el resultado tenga bastante menos gracias e intención que el conseguido por el cineasta yugoslavo. Herralde ha actuado con seriedad de erudito que redacta una nota al pie de página de un libro de historia, y con una «objetividad» que, en 1977, resulta insuficiente; no se trata de que el verdadero protagonista de Raza, el espíritu de Franco —es decir, Franco, más que Raza— esté enfocado con complejidad, ni de que su figura resulte «ambigua», sino de que la excesiva neutralidad de Herralde convierte su película en un producto que puede ser del agrado de los nostálgicos del franquismo.
Al contrario de lo que sucede en Caudillo, el interesantísimo film de montaje de Basilio Martín Patino (pese a estar realizado en 1974), no es posible encontrar en Raza, el espíritu de Franco ni una reflexión histórica, ni una tentativa —por parcial y tímida que fuese— de la función militar y política de Franco; ni siquiera se nos presenta, junto a la película que concibió y supervisó, el contexto histórico que la explicaría, y que no me parece lícito dar por supuesto. Todo queda reducido a la pura anécdota intrascendente; Franco se confunde con la imagen idealizada de él que da Alfredo Mayo interpretando a José Churruca, y se convierte así, o casi, en un personaje de ficción, cuando desgraciadamente —por lejano que ahora nos parezca— no lo fue. Además, debo decir que a mí Franco no me interesa lo más mínimo, y su vida privada no me inspira la menor curiosidad, y que por eso Raza, el espíritu de Franco, con toda su originalidad y a pesar de la indudable habilidad que demuestra Herralde, me parece un film carente de importancia, casi irrelevante. Si Franco tuvo —muy a nuestro pesar— una indudable trascendencia histórica, de cuyas secuelas aún hoy somos víctimas, me parece evidente que no se debió a sus frustraciones personales, ni a sus sueños de gloria, ni a su hermano Ramón —que es cuanto, poetizado con cursilería folletinesca, el film de Herralde nos revela de él— , sino a que participó en una rebelión contra el Gobierno legal de la Segunda República, logró hacerse con el mando de las tropas sublevadas, fue concentrando en su persona todo el poder mientras conseguía ganar la guerra civil —que es lo que, más o menos, nos muestra Caudillo—, y logró mantener el poder conquistado con las armas y la astucia durante casi 40 largos años. Y me temo que el prestar tanta atención, y tan respetuosa, a la persona —en el sentido teatral de «máscara»— de Franco y a su vida privada —o, más bien, soñada— haga que la película de Herralde resulte mucho más interesante para los franquistas —que hasta se emocionarán con las acartonadas imágenes de Raza, que estarán de acuerdo con cuanto dice Pilar Franco— que para los que no hemos sido nunca nada parecido, a quienes no logran sacarnos de la indiferencia y de un cierto tedio malhumorado ni siquiera los disparates que dicen los entrevistados —porque tampoco Alfredo Mayo se salva de parecer, como poco, un inconsciente: por lo visto, militó en las filas «nacionales» igual que pudiera haberlo hecho en las republicanas, y todavía no parece haberse dado cuenta de que llegó a convertirse en el prototipo del héroe fascista del cine español de los años 40 y 50—, ni las grotescas estampitas que, al dictado de Franco, filmó el cuñado de José Antonio Primo de Rivera, el mismo que, esta vez a instancias del Ministerio de Información y Turismo regentado por Fraga —y no del Consejo de la Hispanidad—, rodó Franco, ese hombre (1964), para celebrar los «25 años de paz» que tan irritantemente machacaron mis oídos dieciseisañeros.
Miguel Marías
Revista “Dirigido por…” nº 50, enero-1978
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Luisgé Martín, Premio Herralde de Novela 2020
El escritor español ha sido galardonado por su novela Cien noches. “Meditación hecha carne sobre el deseo y la imposible fidelidad, esta fábula moral con trazas detectivescas y científicas se abre paso, a través del recuento de una vida y sus placeres, hacia un final sorprendente, de innegable aliento poético”, ha declarado Gonzalo Pontón Gijón, uno de los miembros del jurado que estuvo integrado a su vez por Gonzalo Queipo, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y Silvia Sesé ganadora.
El Herralde está dotado con 18.000 euros. Así lo anunció el autor de El amor del revés en su cuenta de Twiiter:
Pues ya es realidad: he ganado el Premio Herralde con mi última novela, "Cien noches", una historia de infidelidades y promiscuidad. Uno de los sueños de mi vida, cumplido. Ya puedo morirme, aunque espero que no sea pronto.
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Mariana Enríquez gana el Premio Herralde de Novela
Mariana Enríquez gana el Premio Herralde de Novela
Por Redacción. Foto de portada: Editorial Anagrama
Reproducimos a continuación el boletín de prensa de Anagrama:
El jurado compuesto por Lluís Morral (librería Laie, Barcelona), Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y la editora Silvia Sesé seleccionó las siguientes 6 novelas de las 680 presentadas a la trigésima séptima convocatoria del Premio Herralde de Novela,…
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El asesino de Pedralbes (1978) Gonzalo Herralde.
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El asesino de Pedralbes (Gonzalo Herralde, 1978)
Zig Zag
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Vértigo en Manhattan (Gonzalo Herralde, 1981). 2,5/10
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Raza, el espíritu de Franco (Gonzalo Herralde, 1977). 4/10
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Después de... (Cecilia Bartolomé & José Juan Bartolomé, 1981)
Uno de los hechos notables que se han producido en el cine español de los últimos años es un cierto florecimiento del documental, y no precisamente por obra de los «especialistas» o veteranos del género —hay que tener en cuenta que el No-Do era más bien «cine de montaje» y que no tenía mucho que ver con la realidad—, ni en el marco de producción y difusión que parecería más apropiado —la televisión—, sino que ha tenido lugar en el cine mismo y se ha debido al esfuerzo, por lo general esporádico, sin continuidad, de directores procedentes del cine de ficción o que tienden hacia él. Eso explica, quizá, la variedad de métodos, enfoques y temas que han merecido la atención de estos cineastas, entre los que cabe mencionar a Basilio Martin Patino (Canciones para después de una guerra, Caudillo, Queridísimos verdugos), Jaime Camino (La vieja memoria), Jaime Chávarri (El desencanto), José Luis García Sánchez (Dolores), Gonzalo Herralde (El asesino de Pedralbes), etc., hasta Saura ha coqueteado con el documento sobre una ficción (Bodas de sangre) y la ficción de aire documental (Deprisa, deprisa).
Los hermanos Cecilia y José Bartolomé se han pasado dos años rodando sobre la marcha —según se sucedían los acontecimientos— y montando un mosaico de los últimos años de la transición sociopolítica que parece haber sido detenida —¿en espera de hacerla recular?— o puesta entre paréntesis (si no entre rejas) a partir del grotesco «tercer aviso» del 23-F. Acabada en enero de 1981, su visión a primeros de junio de 1981 no deja de producir cierta tristeza: casi todo lo que se ve, que tiene —como mucho— dos años de antigüedad, y a veces menos de uno, resulta irremediablemente lejano, y para muchos de los que aparecen en el film, sobre todo si hablan —ya se sabe: por la boca muere el pez—, su estreno ha de resultar inoportuno, molesto o irónicamente inconveniente, por lo que no es de extrañar que se esté presionando para impedir la exhibición del film, sin que nadie parezca —tal vez por los vientos que corren— muy dispuesto a defender su derecho a proyectarse en las pantallas del país del que habla y al que, sin un mensaje concreto, se dirige. Creo que Después de... actuaría, más que nada, a modo de recordatorio; tal vez, con un poco de suerte, sirva de despertador y saque a muchos del letargo o la pasividad en que se han sumergido o dejado hundir desde hace poco más de tres meses: al ver que aquellas explosiones de júbilo, aquel ensanchamiento de horizontes, de pulmones, de posibilidades, no se produjo en 1976 o 1977, sino que seguía hace un año, dos a lo sumo, no ha de parecer tan perdido como se tiende a pensar ahora. Por eso creo que es importante que nos veamos reflejados, como en un espejo, en esta película de más de tres horas —dividida en dos partes por imperativos comerciales, pero en realidad una sola, sin cambios en la perspectiva o el método adoptado— que cumple las dos funciones que le atribuyeron al cine sus inventores —casualmente, otro par de hermanos—, los Lumière: por un lado, captar y conservar para el futuro la realidad próxima, vivida, cotidiana; por otro, traer imágenes remotas de pueblos y ambientes desconocidos, para que ampliemos los límites de nuestro entendimiento. Así, los Bartolomé nos recordarán que estuvimos en tal o cual lugar, acto o manifestación, que lo escuchamos en directo por la radio o lo vimos retransmitido —parcialmente y en diferido— por la televisión, o que leímos acerca de aquellos sucesos en la prensa; pero como casi nadie está en todas partes, y el que asiste a unos mítines no suele ir a los de sus oponentes políticos, también nos acercan a unas gentes, unas actitudes, unos gestos, unas opiniones que no conocemos —o tan mal que es peor: ni siquiera nos damos cuenta de nuestra ignorancia— y que, en ocasiones, vale la pena conocer o trae cuenta valorar en su justa medida.
Con excelente fotografía y sonido, con una estructura flexible pero no caótica, sin recurrir jamás a la yuxtaposición de contraste ni al montaje significante, con una voz en off, a mi juicio innecesaria y equivocada de impostación, pero no excesivamente molesta ni invasora, Después de... es una obra esencialmente periodística, sin más pretensiones proclamadas o detectables a primera vista; incluso, si se quiere, puede decirse que carece de una postura ideológica precisa, lo cual, en el fondo, me parece una virtud: está claro que no es un film oficialista (de UCD) y que, por supuesto, no está a su derecha, pero hay en ella cosas que ni al PSOE ni al PCE les hará mucha gracia que se recuerden ahora; del mismo modo que nada está incluido para halagar a nada, ni nadie se libra de que sus propios actos o sus propias palabras resulten ahora chocantes e indiquen cómo han cambiado las posturas en tan poco tiempo, es muy probable que casi todo interese a la gran mayoría de los espectadores. A fin de cuentas, El País es hoy el diario de mayor tirada de España, y si algo realmente no me gusta de la película son los títulos de sus capítulos y apartados, que parecen titulares de dicho periódico y que tienden a sesgar la visión de los documentos que se ofrecen a continuación, mientras que el trabajo de filmación y montaje permite que se contemplen con absoluta imparcialidad y concentrando la atención en aquellos aspectos que más nos interesen o atraigan de lo que se nos muestra.
No es, a mi entender, Después de... un documental extraordinariamente bueno, sino simplemente bien hecho, cuidado, serio, amplio y variado, con sentido del ritmo y de la medida como para no aspirar a contar todo; le echo en falta, quizá, el que no cuente las cosas, el que se limite a enseñarlas sin orden excesivo y sin indicar en qué fecha sucedió cada cosa. Pero es, de todos modos, un documento que hay que calificar, desgraciadamente, de extraordinario, precisamente porque nadie se ocupa de ir registrando una crónica semanal de lo que ocurre en España, sobre todo ahora que ocurren tantas cosas y se nos informa de ellas tan profusa, confusa y contradictoriamente. Haría falta que surgiese un Dziga Vertov con sus activos kinoki y nos diese una especie de Kino-Glaz, si no fuese posible ya aspirar a un Kino-Pravda (recuerdo que «glaz» es «ojo» y ��pravda» significa «verdad»), ya que de quien tiene los medios y —en general, parados o subempleados— los hombres, los técnicos y los corresponsales en todo el país, las cámaras y el material, es decir, RTVE, nada cabe esperar en este sentido. Al principio del film salen dos cineastas del Colectivo de Cine de Madrid, hoy extinto, según creo, y uno dice que pretendían hacer lo que llamaban «contrainformación», aunque «eran los otros los que hacían contrainformación»; como los creadores de contrainformaciones, desinformaciones, deformaciones y cuentos chinos parecen estarse multiplicando, sugeriría a los antiguos miembros de colectivos de cine clandestinos que volviesen a empuñar las cámaras y los magnetófonos y se echasen a la calle. De lo contrario, si dentro de unos años todavía es posible hacer otro Después de..., no va a haber material con que cubrir los anteriores a su inicio.
Miguel Marías
Revista "Casablanca" nº 7-8, julio-agosto 1981
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