La historia de Lilith ..
Yo soy Lilith, la innombrable, la Shejinah, la primera
mujer de Adán. Soy mujer y soy demonio; el demonio
del deseo, la mujer que se introduce en los sueños
lúbricos, la de pubis de fuego; el demonio de la rebeldía,
la mujer insumisa; el demonio de la libertad, la
mujer nocturna de barro de la tierra; mis Lilim se han
mezclado con las hijas de Eva. Los vástagos de Adán
me niegan por que incapaz de reflejar mi imagen, soy
espejo de sus miedos.
Su mirada se perdió en la búsqueda; hubiera querido
traspasar montañas, atravesar vertientes, posarse
sobre las alas de un pájaro, como colibrí robar una gota
de miel de sus ojos. Sin embargo, la encontraba en un
recuerdo lejano, y ahora, en sus sueños. Cada día deseaba
permanecer dormido durante más tiempo para
gozar de sus visitas. ¿Sería éste un nuevo castigo? Soñarse
en aquellos brazos y al abrir los ojos, toparse
con la imagen gastada de la mujer con quien debía
permanecer hasta el fin de sus días. Ver ese abdomen
hinchado, los senos caídos, las canas; respirar ese olor
agrio, olor viejo. Él la amó, ¿la amó?; no recordaba,
había pasado mucho tiempo...
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Dijo;
“Sea la luz”. Y la luz fue; la separó de las tinieblas, hizo
el día y la noche. Apartó las aguas; hizo que surgieran
cielos, tierra y mares. Hizo florecer el verde, crecieron
los árboles y dieron frutos. El sol y la luna aparecieron
por su voluntad, alumbraron el día y la noche. Las
aguas produjeron vida; los cielos se poblaron de aves;
animales de variadas especies caminaron por la tierra.
Durante el sexto día decidió crear al género humano.
Tomó polvo y la tierra, los amasó y dio forma a un
cuerpo masculino. Al mirarlo se vio reflejado; sin embargo,
era un Él incompleto. De nuevo recogió tierra
debajo de un olivo y polvo del desierto, los unió y modeló
a la primera mujer. Al verlos, supo que juntos reproducían
mejor su imagen. Sopló sobre ellos y les infundió
vida. Los llamó Adán, que quería decir tierra,
y Lilith, viento; esos elementos fusionados les habían
dado origen. Les dio el poder de la palabra para que
nombraran el universo. Les confió Su Gran Nombre y
los bendijo para que viento y tierra multiplicaran su
especie...
Hombre y mujer se miraron deslumbrados; no sabían
hacía dónde dirigir la vista, si al cielo brillante,
al verdor que los rodeaba, o a sus propios cuerpos, al
cuerpo del otro o a Él, quien con una sonrisa se alejaba;
debía descansar. Un mareo intenso de colores, olores
y sonidos contrastaba con la leve brisa que acariciándolos
les revolvía los cabellos. Lilith, piel verde olivo,
negra guedeja, iris dorados. Adán, color arena, ébano
en los ojos, rizos de madera de cedro. Frente a frente,
comenzaron a explorar ese mundo nuevo que se les
acababa de reglar y a cumplir con su única misión, poblarlo.
Aprendieron a escuchar la voz del otro, oler las
fragancias ajenas, tocar suavidades y asperezas, degustar
néctares de piel. Adán y Lilith se conocieron.
Durante los encuentros ambos experimentaron la
revelación de esa Presencia Creadora que llevaban
dentro. Juntos rodaron por los pastos del paraíso;
Adán siempre quedaba sobre ella, aplastándola. Lilith
intentaba invertir las posición pero él la inmovilizaba.
Se le fue agotando el asombro, el peso del hombre era
asfixiante. Levantó la vista, encontró una faz sonriente
y satisfecha; sin embargo, ella se sentía atrapada en
una rendija del Edén. Deseó tener alas, correr como
antílope, rasgar cual pantera. Miró de nuevo hacia
Adán y suspiró. Intuyó que debía haber otras maneras
de unir esos maravillosos cuerpos nuevos. Le propuso
al hombre un cambio; él se negó.
—Tú debes ir debajo —le dijo; mira a tu señor hacia
lo alto, a tu señor hacia lo alto, con respeto.
—Mi señor es Elohim, no tú —respondió Lilith—;
nosotros fuimos hechos del mismo material, bien podría
yo estar sobre ti.
—¿No ves acaso la diferencia? —dijo Adán.
—Somos distintos pero iguales; Yahveh nos dio
vida juntos—dijo Lilith con mirada de águila.
—Mirame —dijo él—, soy como la luz del medio
día, tú como la sombra de la tarde, fuiste creada después
de mí, tu color lo dice.
—Todos los colores de la creación se concentran en
Adonai, Él nos ama por igual a ambos—lo retó.
El hombre enronqueció, era más alto, más musculoso;
podría someterla.
—Me debes obediencia mujer—le dijo tomándola dela
muñeca con una mano de tronco.
—Mientes. Adonai, Elohim, Yahveh ¿dónde estás?
Quiero saber si este hombre habla con verdad —
suplicó.
—¿Quién eres tú para interrogar al Creador? Si Él
así lo hubiera querido te habría hecho más grande que
yo, pero mira, con una sola mano puedo hacer que te
postres ante mí —la increpó el hombre mientras tiraba
de su brazo.
—Solamente me postraré antes Yahveh —respondió
Lilith; las piernas le temblaban por el esfuerzo,
debía permanecer erguida.
A cada palabra pronunciada por Adán, sentía que
el jardín se encogía, los árboles la cercaban, cubrían la
luz; el vaho de los animales humedecía la piel, restringía
su más leve movimiento. Adán, violento, la tomó
por los hombros, quería tenderla una vez más. Ella
odió esas manos, espinos que le traspasaron la carne;
se resistió con la rigidez aprendida de las rocas, pero
un golpeteo que se le desbordaba en el pecho y una
lluvia de aguijones se clavó en su espalda; el espacio
se estrechó entre ambos.
—Adonai, Elohim, Yahveh ¿dónde estás? —gimió.
Sintió un tirón de cabellos, la proximidad de esa cara
sudorosa, de ese aliento que se mezclaba con el de
ella; quiso girarse para evadirlo pero él era más fuerte.
Miró llena de rabia los del hombre, respiró hondo
y pronunció el nombre secreto de Adonai: con sus
doce, treinta y dos y setenta y dos letras a la vez. Adán
retrocedió asustado. Ella había hecho uso del poder
del nombre secreto; había recitado las letras que ni
siquiera el detentador del Gran Nombre se atrevía a
formular.
Las palabras de Lilith liberaron los vientos, que se
reunieron azotando a su paso cuanto encontraban; llegaron
hasta posarse debajo de sus plantas y la levantaron
—La negra cabellera de la mujer se agitaban en
cien brazos; sus ojos dorados centelleaban sonrientes
ante la mirada pueril del hombre; por fin podía respirar
a sus anchas. El paraíso había resultado un sitio
demasiado angosto para dos iguales. Se podía quedar
Adán con sus animales y sus árboles; la creación era
vasta, ya encontraría ella dónde vivir. Remontó sobre
las praderas, se despidió de las cuatro vertientes del
río que fluía a través de Edén. Voló hacía oriente, la
luna menguante iluminó su camino. Sólo la intranquilizó
ese calor que subía desde la parte inferior de
su cuerpo; bajó la vista, su pubis se había convertido
en fuego ardiente. Así viento en brazos de los cientos
abandonó el paraíso.
Ella flotaba sobre las corrientes aéreas, con el halcón,
recibía las caricias heladas de los bóreas y alcanzaba
con una mirada los rincones de tierra y mar al
alejarse de aquella planicie llamada Edén.
Yo la había visto antes, en compañía de Adán.
Ambos fueron la creación última de Elohim, los había
hecho a su imagen. Sin embargo. El barro tiene
imperfecciones propias, y Yahveh quiso obligar a los
espíritus puros a rendirle homenaje al hombre recién
moldeado. Adán nos miraba desafiante, altivo, seguro
de que Adonai los amaba por encima de sus otras
creaturas. Muchos accedieron obedientes. Yo me negué.
¿Por qué habría de arrodillarme Samael ante este
ser de barro y aire?
Ella era y no, la que había visto en el Edén. Coronada
por los céfiros que revolvían sus cabellos nocturnos;
cintura, pubis y piernas de fuego, incandescente.
Volaba hacia el Mar Rojo. Su parecido al Señor me inspiró
temor. Sentí que está otra mitad de la creatura sí
merecía mi homenaje. Me miró lenta, trató de recordar
mi nombre en vano, yo era un ángel caído. Suspiré a
su oído la pregunta. Sus ojos amarillos respondieron.
Decidí ofrecerle mi guarida. Jamás volvieron a verse
sobre Zmargad semejantes ráfagas de luz. Conocía a la
mujer Lilith sobre los vientos del Este que nos mecieron
durante siete días y siete noches. Estallábamos en giros
y vuelos circulares, provocábamos lluvias de estrellas,
simulábamos cometas. Nuestras cópulas iluminaron
las praderas y sus cavernas. Fuimos lunas carmesíes.
Samael había abrazado a la mujer viento y fuego.
—Señor, Lilith salió de Edén volando y yo estoy
solo. He intentado acoplarme con cabras de tersa piel,
bec3erras gordas y burras dóciles pero no se tienden.
Sin mujer no puedo acatar tu orden. Elohim, quiero que
vuelvas a Lilith para servirte y hablarte como es debido.
Yahveh miró que Adán se hallaba compungido y solitario.
Sintió pena por él. Llamó a Senóy, Sansenoy y
Semangedolf para que buscaran a Lilith y la invitaran
a regresar a Edén que era su lugar. El señor estaba dispuesto
a olvidar su huida.
Los ángeles la encontraron en las cavernas. Repitieron
las palabras de Adonai y la conminaron a volver
con Adán. Ella se rehusó; no quería volver a ver al
hombre, no quería someterse a él.
—No puedo retornar, he roto el pacto, soy impura
para pisar los pastos del Edén, acaso no han mirado a
mis Lilim, ellas son mi descendencia, Zmargad es su
tierra, les pertenece, como les pertenezco yo ahora, no
quiero partir.
—No puedo negarte, Elohim te lo ordena—dijeron
los ángeles en trío.
—Adonai es dulce como las uvas pero Adán es una
raza que rasga y hace sangrar. Yo llamé a mi Señor y Él
no me escuchó. No quiero volver a Edén.
—Por tercera y última vez. ¡Lilith, regresa!
—¿Acaso no saben que Elohim me regaló también
la voluntad? Pues bien, hago uso de ella y me quedo
aquí—respondió Lilith airada.
—Si has decidió ser libre, deberás pagar las consecuencias
de tus actos; vivirás y conservarás en tu rostro
Su semejanza, por que Yahveh aún te ama, a pesar
de que abandonaste el paraíso— dijo Senoy.
—Pero no volverás a ver la faz de Dios por toda la
eternidad, no disfrutarás de la luz del día— condenó
Sansenoy.
—No tendrás siquiera el consuelo de mirarlo en tu propia
cara, no reflejarás tu imagen nunca más. Tu nombre
y tu faz se volverán en tu contra— declaró Semangelof.
Lilith sentía que millones de hormigas le caminaban
por el cuerpo, que la sangre la abandonaba. El fuego
hervía en sus entrañas.
—Adonai, Elohim, Yahveh, ¿dónde estás?— clamó
Lilith.
—Él nos envió para llevarte con Adán—contestaron
los tres.
—Adán es culpable de que Elohim me abandone,
él deberá pagar—rugió convertida en leona.
—No podrás tocarlo; ni a su descendencia una vez
que se haya celebrado el pacto con Jehová, ocho días
después del nacimiento; mientras tanto, nosotros lo
protegeremos—respondieron los ángeles.
—Ustedes podrán cuidarnos por siempre, en su
ausencia, en su descuido estaré yo —amenazó Lilith.
—Si lo intentas siquiera frente a nuestros nombres
morirán cientos de Lilim y te quedarás sola —sentenciaron
los tres.
—Sea—dijo Lilith—. Pero él pagará.
—repetiremos ante Elohim tus palabras —conestaron
Semangelof, Senoy y Sansenoy.
—¿A qué repetirle algo que sabe ya?—gritó la mujer.
Fuera, fuera de mi casa, de mis tierras, vayan a
Edén a proteger al hombre.
Volaron los ángeles preocupados por ese don que
Dios había otorgado a estos seres corpóreos; al albedrío
podría convertir a esas nuevas creaturas en perpetuos
proscritos.
Lilith bajó la cabeza para contener las cascadas de
agua salada que brotaban de sus ojos. Esa noche, el
Mar Rojo se desbordó mientras ella murmuraba:
—Elohim, Adonai, Yahveh ¿dónde estás?
Adán dormía plácidamente confiado en Yahveh. Elohim
se le acercó sin hacer ruido, acarició sus rizos y lo
sumió en un sueño más profundo aún. Le extrajo la
quinta costilla, el barro no había fraguado del todo y
era maleable. Las hábiles manos de Dios modelaron a
una mujer más parecida al hombre que a Él mismo.
Le dio una alma inmortal y la libertad. La aderezó
con una tiara de flores y la llmó Eva, que quiere decir
en lenguaje humano fertilidad. Despertó al hombre y
le acercó la nueva mujer diciéndole:
—Esta es Eva, tu compañera
Juntos alimentábamos una hoguera en la que Adán
tendría que caer. El hombre era un ser habitado por la
soberbia y Yahveh no parecía notarlo.
Pensábamos que si demostrábamos al Señor que
Adán podía volverse en su contra, Elohim sabría que
Lilith y yo habíamos actuado con justicia, nos perdonaría
y podríamos volver a gozar de su presencia. Lilith
insistía en la sabiduría absoluta del Creador; de
día que con sólo una mirada, Adonai comprendería
que había diso Adán quien se había interpuesto. Pero
ella no podía acercarse al paraíso, ya que cada una de
las puertas estaba custodiada. Por los ángeles enviados.
No obstante, yo sí lograría introducirme en Edén.
Después de todo, Senoy, Sansenoy y Semangelof eran
viejos conocidos. Yo sabría burlarlos. La soberbia de
Adán quedaría al descubierto.
Fue así que me introduje en la piel de la serpiente,
trepé en el árbol que se hallaba justo en el corazón
del huerto y me dispuse a esperara al hombre.
Eva era más curiosa que Adán; sus ojos, más nuevos
que los de él, se maravillaban tan a menudo de
la grandeza de la creación que se negaba a cerrarlos
aún por las noches, abstraída en las formas estelares,
en el caminar de los animales nocturnos, en el
roció del amanece sobre los pétalos de las flores. Ella
se acercaba más al árbol, lo rondaba extasiada. No
fue difícil convencerla de que se aproximara más.
Al verme preguntó:
—¿Quién eres tú que vives entre las ramas del árbol
prohibido?
—Me llaman veneno de Dios—contesté.
—¿Eres tal vez el guardián del árbol?
—No lo soy—respondí.
—Entonces, ¿por qué no mueres, si el creados nos
ha dicho que con solo tocar las hojas del árbol caeríamos
fulminados por su rayo?
—Acércate, toca, verás que nada sucede—afirmé.
Eva apenas rozó las hojas y se escondió la mano, estupefacta
comprobó que seguía ilesa. Se le llenaron los
ojos de agua.
—¿Elohim... mintió?
—Para Yahveh no es necesario que Adán y tú tengan
la ciencia de reconocer el bien frente al mal, los
quiere en la inocencia—sentencié.
—¿Por qué?
—Porque podrían enfrentarlo. Él no desea que dudes.
Ustedes tienen el don de elegir, podrían optar por
el mal—le dije.
—¿Cómo podríamos buscar el mal si estamos hechos
a su imagen y Él es todo bien?
—Adán está moldeado en barro y tu de su costilla;
no son si no arcilla débil y maleable a Sus designios
y así seguirán, a menos que conozcan el sabor de la
sabiduría—me burlé.
—Somos hombre y mujer, la creación última... casi
como Él.
—Casi... pero no del todo—respondí.
—Sí comemos de este árbol seremos además sabios
como Él. ¿cómo podríamos equivocarnos?
—Entonces prueba...—le tenté.
—¿Seríamos como dioses?
—Por así decirlo.
Alargó la mano, cortó un fruto y lo mordió. Sus
ojos adquirieron un brillo de hielo. Miraba a su alrededor
asustada. El velo de vello que la cubría
se desprendió. Había comprendido que la naturaleza
recién creada no era continuación de su piel.
Supo Eva que podría crear, modificar y destruir...
Apareció Adán que la buscaba. Antes de que ella pudiera
proferir palabra, él vio la fruta en su mano y la
increpó.
—¿Que hiciste Eva? ¿Cómo te atreviste a comer
del árbol? ¡Nada te ha sucedido!... Muéstrame
el fruto—Se lo arrancó de entre los dedos.
Eva se quedó muda, no podía explicarle con las
palabra para él conocidas. Solamente le dijo:
Sé cosas que ignoraba. Veo cosas que tú no ves...
—Mientras, tú provienes de mí. No puedes conocer
más que yo—respondió Adán.
—Aun así, sé. Adán, tengo miedo...
—¿Miedo? ¿Que es el miedo? Habla mujer. ¿Por
qué te mueves como las hojas del sauce al atardecer?
—Tiemblo porque tengo miedo y frío, estoy desnuda—respondió
Eva.
—¿Desnuda? ¿Qué dices?—preguntó mientras se
acercaba a ella con mirada de ocelote.
—El fruto del árbol otorga sabiduría, sé que estoy
desnuda. Yahveh lo sabrá también.
—¿Sabes tanto como Yahveh?
—Pregúntale a la víbora.
El hombre levantó la vista, me miró enredado en
el árbol. Mordió el fruto que tenía en la mano y dijo:
—Yo también quiero ser como Él...
Adán y Eva tejieron hojas de higuera para cubrir
su desnudez; desde que fueron creados nunca
había sentido necesidad de proteger sus cuerpos.
Al escuchar el murmullo de la presencia de Dios, corrieron
a ocultarse, habían desobedecido y dentían to-
das las piedras del paraíso sobre sus hombros. Yahveh
los llamó.
—Estamos desnudos—contestaron.
—Han comido del árbol prohibido. Adán ¿por qué
desobedecieron?—dijo Eliohino con vos de relámpago.
—Señor, la mujer que me diste por compañera
me dio del arbol y yo comí—respondió Adán
de inmediato. Elohim se dirigió entonces a Eva:
¿Qué has hecho?
—La serpiente me engañó—contestó asustada.
Entonces Yahveh miró a Samael y lo maldijo:
—Por cuanto esto hiciste, maldito serás entre
todas las bestias y entre todos los animales
del campo; sobre tu pecho andarás y polvo comerás
todos los días de tu vida. Samael, nadie puede
mostrarme el camino a seguir, Yo soy tu Señor.
Y volviéndose hacia el hombre y la mujer dijo:
—Deberán salir de Edén. No quiero que prueben
del árbol de la vida. Eva, tú sentirás que se te abre el
cuerpo al parir a tus hijos, obedecerás a tu hombre.
Adán, habrás de labrar la tierra, arrancarás espinas y
abrojos. Y volverán al polvo del que han sido formados
—musitpo con tristeza mientras se alejaba. Desde
hoy tendrán conciencia de su finitud, conocerán la
muerte, pretenderán evitarla en vano. Enterrarán a sus
muertos, inventarán rituales. De poco les servirá el conocimiento,
mientras más sabios, mas sufrirán por sus
perdidas, no podrán curar el dolor por que excederá
sus cuerpos. No encontrarán el sitio que punza. Ese
será su castigo.
Mandó que se les entregaran unas pieles de
animales para que se cubrieran y ordenó al ángel
de la llamada de las espadas remolineantes
que guardara la gran entrada del Edén.
Más allá de las tierras colindantes con el paraíso se
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