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#patrice franceschi
aurevoirmonty · 1 month
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Dans les sociétés occidentales, la mort est devenue un tabou. On la cache, on l'édulcore, on l'euphémise, elle ne nous est plus familière comme aux temps difficiles de jadis. Nous ne l'acceptons plus. C'est une autre des conséquences de nos sociétés de confort et d'individualisme. Ce tabou de la mort s'est mué en totem inattaquable puisque la mort gâche la pleine jouissance d'un consumérisme absolu se voulant modèle de vie. Jamais dans notre histoire bimillénaire nous n'avons eu aussi peur de la mort. C'est aussi l'une des raisons pour lesquelles nos armées ont pour premier principe de l'éviter à leurs soldats, quel qu'en soit le prix, c'est-à-dire au détriment de l'efficacité au combat s'il le faut, tant leurs concitoyens, comme leurs chefs politiques, leur reprochent le moindre sang versé. (…) La liberté, hélas, à un prix souvent élevé. Il faut à nouveau consentir à la mort pour ce qui est plus grand que nous, surtout dans une époque où les orages de l'histoire se rapprochent.
Patrice Franceschi
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equatorjournal · 2 years
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"Finally, I unearth a boat that will do the trick in the absence of a more racy boat. Here Hughes Tissandier." Lake Turkana. Who drank the water of the Nile is the story of an adventure journey along the Nile, from its source to the sea, made on foot or using indigenous means. From the equatorial forest to the sands of the Libyan desert, a "section" through East Africa never before realized and even less told - in landscapes and with truly unforgettable men..." From "Qui a bu l'eau du Nil: aventure d'Afrique" by Patrice Franceschi, 1987. https://www.instagram.com/p/CktmwTDNG7X/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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« Aussi loin que je remonte dans mes souvenirs d’enfance, je n’ai jamais rien voulu faire d’autres qu’écrire des livres et vivre des aventures. À l’adolescence, ce fut plus précis encore : écrire toutes sortes de livres et vivre toutes les aventures possibles et imaginables.
En vérité, je suis donc né le 21 janvier 1974, le jour où, encore mineur, j’ai sauté hors des rails et me suis enfui vers l’Amérique du Sud, afin de faire de ses rêves une réalité : marier pour toujours aventure et littérature - jusqu’à « épuiser le champ du possible ». C’était la vie que je voulais et c’est ainsi qu’elle a commencé. Par une délivrance. La suite est allée de soi, jusqu’à aujourd’hui, et le but n’a jamais varié : qu’il y ait surabondance d’aventures, de littérature, et de vies plurielles – au risque de se perdre.
Sinon, à quoi bon … »
Patrice Franceschi
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ozel-buro · 5 months
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PKK ÖRGÜTÜ DOSYASI : Skandal !!! Fransızlar PKK'ya üniversite yapıyor
Skandal !!! Fransızlar PKK’ya üniversite yapıyor Güncelleme Tarihi: Temmuz 23, 2018 Fransa’da kendini YPG’li olarak tanıtan yazar Patrice Franceschi ve arkadaşları Mardin’in karşısındaki Amude kentine üniversite ve kültür merkezi inşa ediyor. Üniversitenin anlaşması Abdullah Öcalan’ın posteri önünde imzalandı Fransız yazar ve maceracı Patrice Franceschi ve bir grup arkadaşı Kuzey Suriye’de…
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jgmail · 9 months
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«El hombre occidental ha olvidado que el riesgo forma parte íntegra de la vida»
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Guillaume Daudé
Lo explica Patrice Franceschi en su libro 'El gusto del riesgo'.
La aversión al riesgo se ha convertido en una de las enfermedades centrales de Occidente y esta aversión es una clave para explicar todo lo que se está "descomponiendo".
Desde el siglo XIX hasta la última centuria, el riesgo fue valorado y vinculado al desarrollo del progreso. Tras la primera gran catástrofe ferroviaria ocurrida en Francia en 1842, Lamartine exclamó en la Cámara de los Comunes: "La civilización también tiene sus campos de batalla: los hombres deben caer en ellos para ayudar a los demás a avanzar". Hoy, en cambio, hemos perdido el gusto por el riesgo. ¿Cómo se ha producido esta inversión? ¿Cómo se manifiesta hoy?
Lo que es importante comprender ante todo es que la aversión al riesgo se ha convertido en una de las enfermedades centrales de Occidente y que esta aversión es una clave para explicar todo lo que está "descomponiendo" nuestra sociedad actual. Andréa Marcolongo, Loïc Finaz y yo escribimos Le goût du risque [El gusto del riesgo] precisamente desde este punto de vista. Y eso es lo que lo hace tan original.
En menos de un siglo, el hombre occidental ha caído en un gran olvido: el del vínculo consustancial entre riesgo y vida. Ya no sabemos —ni queremos saber— que el riesgo forma parte íntegra de la vida. De hecho, está tan íntimamente ligado a ella que el "contrato inicial" de nuestras vidas individuales no ha cambiado desde los albores de la humanidad: nacemos para morir, y ninguna protección contra el riesgo puede evitar este final programado.
Tenemos que aceptar las cosas como son, y decir lo que son. No se puede emprender nada sin asumir riesgos, y sobre todo ninguna acción o pensamiento que abra nuevos caminos. Visto desde este ángulo, el riesgo es el fundamento de toda novedad, de toda revolución. El giro hacia el rechazo del riesgo, tanto en nuestra vida cotidiana como en los grandes proyectos colectivos, se ha producido gradualmente. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las comodidades de la modernidad se han combinado con un individualismo desenfrenado y un narcisismo exacerbado que nos han llevado a una búsqueda frenética de la seguridad, en detrimento de toda libertad, si ése es el precio que tenemos que pagar. Como resultado, ahora somos un pueblo asustado dirigido por gente asustada.
Antes de este gran cambio, la libertad se consideraba el valor supremo que podía regar todos los demás y darles sentido. Y asumíamos todos los riesgos por ella. Hoy, la libertad es un extra opcional.
Si miramos las cosas de cerca, tendremos que convenir en que una de las grandes farsas intelectuales de nuestro tiempo consiste en hacer todo lo posible por inculcarnos la creencia casi milenaria de que el riesgo podría desterrarse para siempre de nuestras vidas mediante leyes adecuadas, normas estrictas y un cambio radical de nuestro comportamiento cotidiano, lo que equivale a obligarnos a aceptar un cambio profundo de nuestra visión de la vida y del mundo, y, más aún, de nuestra forma de vivir libremente. Este engaño ha conducido gradualmente a la creación de una nueva prisión. Nuestra sociedad la construyó ella misma, con espléndidos barrotes dorados... No ha actuado ningún enemigo externo. En cierto modo, hemos sido nuestro propio enemigo, provocando, por una especie de contravoluntad inconsistente y perversa, nuestra asfixia y progresiva sofocación. Los hombres libres luchan por respirar.
Podríamos añadir que, en la medida en que nunca se nos ha pedido que demos nuestro consentimiento colectivo a este estado de cosas, se trata de una especie de negación democrática que hay que cuestionar.
Nuestras vidas están enmarcadas por normas hasta el más mínimo detalle. ¿Por qué vemos esto como una "pesadilla civilizatoria"? ¿Se verá todo ello acelerado por el auge de la inteligencia artificial?
Vivimos asediados, como usted precisaba antes, por una prodigiosa cantidad de normas carcelarias, precauciones inútiles y formateos infantilizantes, nunca vistos en nuestra civilización. Siempre se promulgan "por nuestro propio bien", por supuesto. Todo ello forma una red entre cuyas mallas es cada vez más difícil deslizarse si queremos seguir siendo dueños y señores de nuestro propio destino.
Al final, vivimos con un reumatismo que recibe los nombres de burocratización desenfrenada, judicialización de nuestra vida cotidiana, vigilancia generalizada de nuestro comportamiento, robotización de nuestras vidas... La lista no es exhaustiva, ya que vivimos bajo algoritmos... Sin embargo, nadie ha decidido, en algún lugar, llegar a este punto. No hay ningún Gran Hermano escondido en alguna parte, moviendo los hilos del juego de máscaras de nuestras vidas. Si existiera tal tirano, sería fácil volverse contra él. Por desgracia, las cosas han sucedido lentamente, a través de las decisiones dispersas de un número indeterminado pero considerable de actores a todos los niveles. Perversión de las tiranías blandas.
Ni que decir tiene que las normas, en sí mismas, son algo bueno. ¿Quién querría volar en aviones mal diseñados o dar a sus hijos juguetes que les harían daño si no estuvieran bien hechos? El problema no es la existencia de normas, sino su inflación excesiva, más allá de toda medida. En un deseo patológico de protegernos a toda costa, hemos construido sistemas administrativos que sólo pueden justificar su existencia produciendo un flujo constante de normas, cuya suma total nos obliga a vivir constreñidos. La mayoría de estas normas son injustificadas o muy exageradas; todo el mundo es consciente de ello, pero no puede hacer nada para oponerse a ellas. En cierto modo, se nos dice que aceptemos una vida barata, que en el mejor de los casos nos conformemos con migajas de existencia. El canto de la vida está amordazado. Cualquier aventura que sea remotamente emocionante se corta de raíz. Y, sin embargo, necesitamos vivir sin demora porque el tiempo es muy fugaz. Hoy en día, a Cristóbal Colón se le prohibiría partir: destino desconocido, regreso improbable... Hemos llegado a un punto en el que las libertades individuales están amenazadas de extinción. Ése es el gran peligro existencial de este asunto.
La inteligencia artificial no va a mejorar las cosas, ya que podrá afinar este sistema tan suave como perverso. En la medida en que es indoloro, pocos ciudadanos están dispuestos a resistirse a él. Los demás, aunque compartan la constatación de que están desapareciendo ontológicamente, prefieren resignarse antes que luchar. El resultado final es una forma de servidumbre voluntaria cuya ambición se limita a la libertad de consumir.
En su opinión, incluso la forma en que hacemos la guerra se ha contaminado de nuestra aversión al riesgo. ¿Qué significa esto?
En lo que respecta al ejército, todo se ha acelerado con la extensión del "principio de precaución". Desde el momento en que cometimos la inconsecuencia de consagrar dicho principio en la Constitución, estaba destinado a ir más allá de su marco inicial y apoderarse de todos los sectores de la sociedad, incluido el ejército. Se trataba de una pendiente jurídicamente ineludible. El principio de precaución se refería a la protección de la naturaleza para las generaciones futuras. Era un principio excelente y sigue siéndolo para siempre. Simplemente no pertenecía a la Constitución, sino al trabajo cotidiano de los poderes públicos.
El principio de precaución se ha convertido así en un moloch. Ha dado lugar a una serie de aberraciones lógicas, la más fascinante intelectualmente de las cuales es el concepto de "guerra de muerte cero". Que la guerra ya no mate a nadie —y con ello nos referimos a nosotros mismos— es un objetivo tan loable como inalcanzable por definición. Dar a los soldados este objetivo, incluso inconscientemente, les lleva automáticamente a dar prioridad no al éxito de su misión militar, sino a volver a casa intactos. El resultado: todas nuestras guerras se libran "a medias", y las perdemos sin excepción, de un modo u otro.
En este ámbito, los responsables no son los propios soldados —la mayoría de ellos, sobre todo los jóvenes, no desean otra cosa que cumplir su vocación de defender lo que les es querido—, sino los dirigentes, en particular los políticos, ya que en nuestras democracias los militares siguen estando subordinados a los políticos.
Porque esta oposición siempre ha sido evidente. La imagen de un vaso comunicante entre seguridad y libertad es más pertinente que nunca: cuanta más seguridad pones en algún sitio, más libertad quitas, y viceversa. En El gusto del riesgo nunca afirmamos que para vivir libremente haya que acabar con el deseo de seguridad. Eso sería muy insensato. Lo que decimos es que lo que está en juego es el "justo medio" entre estos dos opuestos. El fiel de la balanza se ha desplazado hacia "toda seguridad" en detrimento del deseo de libertad. Necesitamos restablecer el equilibrio si queremos vivir con dignidad.
El miedo a la muerte es uno de los principales factores que inhiben a la gente de asumir riesgos. ¿Lo ilustra la forma en que se gestionó la crisis de Covid?
En las sociedades occidentales, la muerte se ha convertido en un tabú. La ocultamos, la endulzamos, la eufemizamos: ya no nos resulta tan familiar como en los malos tiempos. Ya no la aceptamos. Ésta es otra de las consecuencias de nuestras sociedades confortables e individualistas. El tabú de la muerte se ha convertido en un tótem inexpugnable, ya que la muerte estropea el pleno disfrute de un consumismo absoluto que pretende ser un modelo de vida.
Nunca en nuestros dos mil años de historia hemos tenido tanto miedo a la muerte. Ésta es también una de las razones por las que el primer principio de nuestros ejércitos es evitarla para sus soldados, cueste lo que cueste, es decir, en detrimento de la eficacia en combate si es necesario, hasta el punto de que sus conciudadanos, al igual que sus dirigentes políticos, les reprochan el menor derramamiento de sangre. Si hubiéramos tenido esta mentalidad durante la Segunda Guerra Mundial, no habría habido De Gaulle, ni Francia Libre, ni Jean Moulin, ni redes de Resistencia. Por desgracia, la libertad suele tener un alto precio. Debemos consentir una vez más morir por lo que es más grande que nosotros mismos, especialmente en un momento en que las tormentas de la historia se ciernen sobre nosotros.
Hoy, el soldado que muere en combate defendiendo a los suyos se ha convertido en un problema político casi insoluble, el problema de una sociedad que ya no puede soportar la desaparición de nadie, por ningún motivo. Es el Zeitgeist, el espíritu del tiempo... Nuestra sociedad ha evacuado el hecho principal de la condición humana: la tragedia contenida en esa condición. Y sólo el sentido de la tragedia nos permite superar nuestras pruebas.
Como dijeron con tanta lucidez los filósofos griegos que moldearon nuestro pensamiento durante siglos,
el miedo a la muerte es el comienzo de la servidumbre. El mandato de estos pensadores al incitarnos a vivir sin tener en cuenta el miedo provocado por nuestra finitud es una lección que debemos reapropiarnos. Añadamos a esto el hecho de que de lo único que realmente debemos tener miedo es de malgastar el poco tiempo que nos da la vida antes de que el destino nos obligue a abandonar el escenario de la existencia. El tiempo de vida, en efecto, no debe medirse por la duración, sino por la intensidad.
La gestión de la crisis de Covid ilustró este punto. Fue el miedo a la muerte lo que dictó nuestro comportamiento en esta prueba, no el deseo de preservar la libertad y la voluntad de vivir. Y todos sabemos que ser gobernado por el miedo es la peor política a la que puede verse sometido un ciudadano en una democracia aceptable.
¿Cuáles son los antídotos contra la "enfermedad del riesgo"?
Ante todo, la sed de libertad. Poder decir: vive libre o muere. Y redescubrir así el ímpetu vital del principio de existencia más poderoso que jamás se haya pronunciado en este mundo. El segundo antídoto: el amor a la vida, poderoso e íntegro.
En última instancia, tenemos que ser capaces de decir no a todo lo que degrada nuestra humanidad, y estar dispuestos a pagar el precio, porque el mayor riesgo de todos es la libertad.
© Le Figaro
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ataturquie · 2 years
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jfpaga · 2 years
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Patrice Franceschi.
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stephanedugast · 4 years
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📌 [J50] journal confinement L'ŒIL DES EXPLORATEURS | Imaginons le monde de demain avec 7 explorateurs. Une série de 7 entretiens par Stéphane Dugast pour Le Figaro Voyages.
> https://cutt.ly/7tcTzNl
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theoppositeofadults · 5 years
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Nous les avons abandonnées il y a un an et demi à Afrin (ville du nord-ouest de la Syrie, ndlr), avec pour seul résultat le massacre d’un nombre important de ces combattantes. Maintenant, nous allons les abandonner sur la totalité du territoire du nord de la Syrie. Et ça, c’est à la fois une tragédie humaine, une lâcheté morale invraisemblable - c’est la honte de l’Occident - et une faute politique très grave ! Quand les combattantes et combattants kurdes de Syrie auront été éliminés par l’armée turque - c’est une aviation, une artillerie et une force blindée énormes, les Kurdes ne tiendront pas -, les djihadistes auront toute latitude pour se réinstaller dans ces territoires.
Résultat, nous risquons de repartir à zéro dans notre combat contre Daech. Tout le nord de la Syrie sera repeuplé par des groupes djihadistes. Le gouvernement turc les a aidés pendant sept ans et il va les réinstaller alors que nous avions réussi à nous en débarrasser grâce aux Kurdes. Comment Donald Trump ne peut-il pas voir que les Turcs ont été l’appui de Daech durant toutes ces années ? Heureusement, cette décision a provoqué, dans l’armée américaine et dans la société plus largement, un tollé pour dire : on ne peut pas faire un truc pareil, ce n’est pas digne. On a demandé aux Kurdes de Syrie de nous débarrasser de notre ennemi commun qui était Daech, et une fois qu’ils ont rempli le job, on les jette à la poubelle et on les laisse entre les mains du gouvernement turc qui a promis de les massacrer jusqu’au dernier. Car c’est ça, la réalité ! Si nous abandonnons les Kurdes de Syrie, nous assisterons à une tragédie équivalente à ce qu’ont connu les Arméniens avec les Turcs il y a exactement un siècle.
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mirrorontheworld · 5 years
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L’écrivain Patrice Franceschi, engagé auprès des Kurdes de Syrie depuis sept ans, revient sur la réalité du parcours des combattantes kurdes mis en scène dans le film de Caroline Fourest, "Sœurs d’armes". Il met en garde contre leur éventuel abandon par Donald Trump face au pouvoir turc.
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pangeanews · 4 years
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“In nome della sicurezza, ci tolgono la libertà. Dobbiamo rischiare”. Patrice Franceschi, elogio dell’avventuriero
Me l’aveva portato mio padre dalla biblioteca. Anche oggi il libro ha una consistenza importante – allora, mi sembrava vasto come un oceano. S’intitolava Le grandi scoperte, stampava Mondadori, era il 1982, il tomo era firmato & disegnato da Piero Ventura e Gian Paolo Ceserani. Prediligevo le escursioni di James Cook, e la sua fine. Ammazzato all’altro capo del mondo – coltelli simili a un vascello, verso peregrinazioni celesti – sviscerato, sezionato, bollito, le ossa esposte come le reliquie di un dio del Pacifico. Poggiavo il dito sulla rotta di Cook, lo ritraevo, dal libro, e l’unghia sapeva di sale, perché l’immaginazione è già fatto, l’intenzione una impresa. Più tardi, rubai dalla biblioteca di uno zio un’edizione ottocentesca dei diari di Cook: non so navigare, per cui m’imbarco nelle narrazioni altrui. Due giorni fa, ho confessato a un caro amico la remota idea di perdermi tra i meandri argentini, lasciando evaporare il nome, dimentico di tutto da tutti dimenticato. Nelle grandi escursioni il desiderio di El Dorado va di pari passo a quello dell’annichilimento.
*
Ammetto. Sulla carta d’identità – esisteranno ancora dal momento che lo Stato conosce la nostra identità più di noi stessi? –, alla voce professione, mi piacerebbe la scritta avventuriero. Non per caso ho adornato la mia rivista con quell’aggettivo, avventuriera. Patrice Franceschi, classe 1954, figlio di un generale d’armata, paracadutista, corso, è definito, nelle note Wikipedia che ho sotto mano – francese e inglese – con quell’aggettivo. Avventuriero. Dagli anni Settanta ha compiuto decine di esplorazioni: in Africa – da Rimbaud a Michel Leiris meta sempre fantomatica –, in Amazzonia, in Nuova Guinea, nel Pacifico, ovunque. Con una goletta del 1916, “La Boudeuse”, ha girato il mondo. Tra un viaggio e l’altro, Franceschi scrive. Esploratore e lottatore – è stato in diversi ‘teatro di guerra’, in Kurdistan, in Somalia, in Bosnia – l’anno scorso ha pubblicato con Grasset un “piccolo manuale di combattimento per tempi disorientati”, s’intitola Éthique du samouraï moderne. Mi irrita chi si erge a maestro – ho ancora da meditare la maestria di Giovanni Climaco, di Isacco di Ninive, di Ryokan – eppure Franceschi, spigliato e guascone, ha una sua verità. Nel 2015 ha vinto un Goncourt con Première personne du singulier; quest’anno Gallimard ha pubblicato un suo saggio – che traduco sotto – dal titolo accattivante, Bonjour Monsieur Orwell, ma poco esatto.
*
A partire da un dato comune – la società del controllo di massa, lo Stato di polizia permanente sotto egida del virus, il contagio della paura, la coercizione economica – Franceschi più che evocare fatidici mondi orwelliani, insiste su un dato totale. Una vita degna di essere vita è una vita in lotta. Una vita libera. Una vita dentro l’orca del rischio. L’uomo si adatta alle circostanze, in effetti, ma non si lascia addomesticare dalle mode; la sua natura è centrifuga, anche quando è concentrato su di sé, perennemente in viaggio.
*
Franceschi, piuttosto, compie un elogio dell’avventuriero nell’era moderna. Parola vetusta, bistrattata, bastonata, avventuriero. Ora stinta nel concetto di “chi va per il mondo in cerca di avventure e di fortuna”, o peggio, di “chi conduce una vita equivoca” (Treccani). Tra avventura e avventatezza non c’è distanza: l’avventuriero è colui che afferra il vento come fosse una corda. Idiozia. L’avventuriero, invece, è chi va a ventura, chi asseconda la sorte, chi accetta modellando l’assalto, chi si costruisce un destino – foss’anche malaugurato, ma proprio. L’avventuriero, ora, è chi prende il virus per un segno e lo sfida, non lascia ad altri il crisma del fato. Una probabile etimologia fa derivare rischio da scoglio: c’è chi si sfracella contro lo scoglio, chi ne fa il proprio regno, chi lo supera, perché del mare è più affascinante l’anomalia che la norma. (d.b.)
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Bonjour Monsieur Orwell
Il progetto di tracciamento digitale delle nostre vite, ai fini di limitare la diffusione del Covid, è difficile da attaccare fino in fondo perché è progettato per “il bene comune”. È quindi molto probabile che faccia parte del nostro futuro, che faccia presa su di noi. Esso gioca sull’erosione della nostra volontà collettiva di vivere liberi, si basa sulle infinite possibilità offerte dalle nuove tecnologie. Dobbiamo, tuttavia, contestarne l’idea profonda: il principio di una sorveglianza di massa, la cui natura totalitaria può sorprendere soltanto un idiota. Le voci che dicono il contrario e parlano di mere fantasie sono invalidate dal fatto che si basano su una nostra colpa presunta: non essere “abbastanza moderni” e non voler fare abbastanza per salvare la vita ai nostri simili. In ogni caso, abbiamo il diritto di considerare che un principio intellettuale e spirituale sovrasti tutto gli altri, dando loro un senso. Questo principio non appartiene al passato, al presente o al futuro. Esso afferma che non c’è nulla che possa essere messo al di sopra della libertà in generale e della libertà particolare, dell’individuo, nemmeno la sicurezza – per non parlare della schiavitù. Libertà, ovvero: capacità di agire e pensare per se stessi.
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Il problema sollevato dal Covid-19 non è dunque sanitario e economico. Prima di tutto, pone in modo brutale l’eterna domanda metafisica sul significato dell’esistenza – una domanda che abbiamo messo da parte. Perché vivere se non esiste la liberta?, questa è la prima domanda che dovrebbe porsi un governo. Le generazioni che ci hanno preceduto hanno dovuto lottare per sostenere il principio della libertà, accentando di mettere tra parentesi la propria sicurezza. Perché dovremmo rinunciare a questo spirito se ci è concessa una mezza libertà o perfino tre quarti di libertà? O si è liberi o non lo si è. Ed è solo quando si è liberi che si vive in un regime democratico. Ciò non impedisce che i cittadini accettino una limitazione temporanea della libertà, se è in gioco l’interesse pubblico, ma questo non significa in alcun modo consentire a mezzi intrusivi di gettarsi nel cuore della nostra vita, della nostra intimità. Nel caso in cui ciò accadesse, andremmo incontro a un pericoloso sconvolgimento dell’idea stessa di democrazia. Se modernità e progresso tecnologico implicano che persone di cui non sappiamo nulla sappiano tutto di noi, dobbiamo rifiutare questo contro-progresso, perché viola la dignità umana. E accettare di pagare il prezzo di questo rifiuto.
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Questa posizione di rifiuto non è nuova, non è un presunto radicalismo: appartiene alla nostra storia e potrebbe diventare di nuovo nostra. Le sue origini risalgono alle scuole stoiche dell’antichità dove la vita libera era il presupposto della vita buona – la paura della morte, in effetti, è l’inizio della schiavitù. Uno dei simboli più potenti di questa visione dell’esistenza è Catone. Quando la democrazia scompare, dopo la vittoria di Cesare su Pompeo, Catone si suicida, ritenendo che vivere in una dittatura significhi una non-vita. Oggi, ovviamente, non occorre essere tanto estremi, ma la lezione di Catone è utile. Insegna che se vogliamo continuare a porre la libertà sopra ogni altra cosa, dobbiamo mettere in discussione tre concetti che riguardano tutti: sicurezza, rischio, morte.
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La morte, prima di tutto. Non ci è più familiare. Il terrore che ispira ci spinge ad accettare senza difficoltà ciò che una volta avremmo recisamente rifiutato. Settant’anni di pace e di prosperità ci hanno allontanato dalla tragedia della vita e della sua finitudine, ancora riservata ad altri popoli, di cui ammiriamo, da lontano, le prove incessanti. Ciò non significa screditare gli inestimabili progressi portati dalla pace, sarebbe ridicolo, ma capire che quegli stessi progressi hanno reso la morte un tabù e questo comporta delle conseguenze sul prezzo che siamo disposti a pagare per la nostra libertà.
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Il rischio. Qualsiasi cosa pensiamo, esso è consustanziale alla vita. Appartiene alla nostra umile condizione mortale. Fino a poco tempo fa ammiravamo gli uomini in grado di raggiungere il loro obbiettivo varcando grandi rischi. Per inventare, scoprire, progredire, devi prenderti un rischio. Tutto questo è finito. Nella nostra era, post-eroica – dove la fine del coraggio è stata teorizzata per decenni – il rischio ha cambiato valuta. È diventato riprovevole e condannabile, è qualcosa da evitare in ogni circostanza. Il tempo presente ci impone di fare di tutto per vivere senza rischi. In ambito militare questo rifiuto ha portato al concetto di “guerra con zero morti”, che è manifestamente impossibile – a meno che non accettiamo di perdere tutte le guerre, cosa che in effetti sta accadendo.
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La sicurezza, infine. È stata sempre una delle ricerche dell’umanità, ma senza avere la precedenza sul resto. Una delle equazioni della vita ci insegna che esiste una relazione costante tra sicurezza e libertà: aumentare l’una significa ridurre proporzionalmente l’altra. Per molto tempo, abbiamo bilanciato in modo intelligente questo rapporto, garantendo una vita pressappoco sicura e pressappoco libera in un mondo imperfetto, fugace, instabile. Di recente, abbiamo infranto questo patto per fare della sicurezza il nuovo standard delle nostre società, relegando la libertà a un accessorio opzionale. Nella lotta contro il virus, le “personalità” che ci impongono di cedere una parte della nostra libertà in funzione della “tracciabilità digitale” sono la maggioranza. Le ascoltiamo anche se non possiamo non addormentarci di fronte alle parole rilassanti, mediatrici di nuove ipotetiche garanzie, come “dati anonimi”, “aggregati”, “consenso informato”, “eccezione digitale”. Una neolingua si va formando.
*
Chi parla di restrizione delle libertà pretendendo che questa restrizione sia temporanea, ignora il funzionamento della natura umana e la sagacia del potere. Si rifiuta di vedere o di capire che quando si tratta di controllo e di progresso tecnologico, non si torna più indietro. La sorveglianza digitale è così efficace che vi ricorreremo di continuo, perché ci sarà sempre un “virus” a minacciarci. Avrà altri nomi – “terrorismo”, ad esempio – che giustificheranno il controllo continuo, finché non diventerà norma. Accettare oggi una simile restrizione significa mettere in moto una marcia irreversibile, intraprendere una scalata fatale, accettare la rottura della diga.
*
Il buon senso ci obbliga a non fare altri passi sulla scala del totalitarismo che minaccia le società moderne – un totalitarismo che non uccide ma tacita la vita. Senza negare la sofferenza e l’assoluta necessità di lottare insieme, non esiste un rischio di morte tanto alto da giustificare la scomparsa delle molte libertà comuni che abbiamo già perso e che rendono ognuno di noi un uomo autentico e non un animale domestico. Dobbiamo difenderci, ora, perché, al di là della crisi sanitaria che stiamo attraversando, i tempi non sono mai stati tanto orwelliani. Nel suo trattato Sui doveri, Cicerone scrisse, venti secoli fa: “Quando le circostanze e le necessità lo richiedono, dobbiamo entrare nella mischia e preferire la morte alla schiavitù”. Questo pensiero agisce nel profondo della nostra cultura, non è invecchiato, può applicarsi perfettamente all’attuale pandemia. Essere liberi o soggiogati: devi scegliere. Di modo che non esista un giorno la domanda: libertà?, perché?
Patrice Franceschi
*In copertina: Pietro Paolo Savorgnan di Brazzà (1852-1905), grande esploratore naturalizzato francese, fotografato da Nadar
L'articolo “In nome della sicurezza, ci tolgono la libertà. Dobbiamo rischiare”. Patrice Franceschi, elogio dell’avventuriero proviene da Pangea.
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aurevoirmonty · 9 months
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Comme le disaient avec lucidité les philosophes grecs dont la pensée nous a forgés des siècles durant, la crainte de la mort est le début de la servitude. L'injonction de ces penseurs à vivre sans tenir compte de l'effroi provoqué par notre finitude est une leçon que nous devons nous réapproprier. En y ajoutant que la seule chose dont, en vérité, nous devons avoir peur est de mal employer le peu de temps que la vie nous concède avant que le destin nous contraigne à quitter la scène de l'existence. Il faut mesurer la longueur de vie non à l'étalon de la durée, mais à celui de l'intensité. La gestion de la crise du Covid a été l'illustration de ce qui vient d'être dit. C'est la peur de la mort qui a dicté nos conduites dans cette épreuve, non la volonté de préserver la liberté et le goût de vivre. Et chacun sait qu'être gouverné par la peur est la pire des politiques que puisse subir un citoyen dans une démocratie acceptable.
Patrice Franceschi
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dijonbeaune · 6 years
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Louis de Broissia se débride
Louis de Broissia se débride
Ses récents voyages l’ont ramené aux racines asiatiques de sa philosophie pacifiste. Apaisé et en même temps « débridé » comme l’annonce le titre de son livre, l’ancien président du conseil général de Côte-d’Or fait le pont entre son Yunnan oublié et la Bourgogne-Franche-Comté retrouvée. « Avec nos pensées, nous créons le monde » a dit Bouddha.
Par Dominique Bruillot Photo  : Jean-Luc Petit
Cela…
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Il y a une dérive technique de l’aventure.  Les balises de détresse, les moyens de navigation par satellite, les véhicules 4x4, ont gommé la part humaine demandée à l’aventurier:  la prise de risques, le dépassement de soi, le courage individuel.
Patrice Franceschi
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En ce début de XXIe siècle, une seule question vaut pour les consciences éveillées : que va devenir l’homme ?
Dans ce livre, tout est vrai. Ou pourrait le devenir.
Science sans conscience n’est que ruine de l’âme. Rabelais
A quoi bon vivre longtemps si ce n’est pas pour vivre pleinement ?
Le refus du risque, pourtant consubstantiel à la vie, accompagne mécaniquement l’effondrement de toute éthique, ce pourquoi celle-ci n’existe plus, entrainant tout dans un vide sans fond.
La peur de la mort est le début de l’esclavage.
On ne peut séparer le risque du courage et de la liberté, raison pour laquelle cette dernière a disparu.
Dernières nouvelles du futur Patrice Franceschi
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rojinfo · 7 years
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Patrice Franceschi: Tribunal Permanent des Peuples sur la Turquie et les Kurdes
Patrice Franceschi: Tribunal Permanent des Peuples sur la Turquie et les Kurdes
Le 15 et le 16 mars 2018 se tiendra à Paris le “Tribunal Permanent des Peuples” sur la Turquie et les Kurdes.
Nous publions ici chaque jour des vidéo de soutient de différentes personnalités. 
Patrice Franceschi, écrivain : “Un Tribunal des Peuples, même s’il n’a pas une contrainte juridique est une sorte de pis aller, une sorte de “mais ça compense” de ce que la communauté internationale devrait…
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