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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 165. Iglesia en Guerra

Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 165. Iglesia en Guerra
En el interior de la capilla, las monjas se habían refugiado tras sus gruesas puertas, en busca además de un pequeño cobijo bajo la luz de su Señor. Algunas de ellas, en su mayoría las más mayores, incluso habían optado por arrodillarse ante el altar y rezar, implorando por un milagro que las salvara. Un par se habían sentado en las bancas, y lloraban a su hermana caída minutos atrás. El resto simplemente tenía sus miradas fijas en la puerta, y se sobresaltaban con cada estruendo de disparo que lograba escucharse desde el exterior, ignorantes por completo de qué horrores ocurrían realmente allá afuera.
Y Loren… bueno, ella en realidad no entendía del todo cómo se sentía en esos momentos, o qué debía hacer con exactitud. Su cabeza seguía siendo un revoltijo de ideas y voces que le gritaban que hiciera esto o aquello, como si la jalaran en todas direcciones. Lo único que tenía claro era lo que había dicho antes de dejar el comedor: esos hombres venían por ella.
Y si era así, no podía permitirse derrumbarse en su confusión y miedo.
Alzó su mirada justo cuando una serie más de disparos sacudió las paredes, y una de las novicias soltó un chillido. Aquellas que lloraban acrecentaron aún más su lamento.
—No se asusten, todo está bien —indicó Loren en voz baja, parándose a un lado de ellas—. Dios está con nosotras —añadió con la sonrisa más sincera que le fue posible, alzando su mirada en dirección al altar, y al Cristo crucificado sobre este.
Escuchar su voz pareció tener efecto en sus compañeras, pues varias de ellas, incluso las que hasta hace un momento lloraban, alzaron las miradas en su dirección. La esperanza resplandecía en sus ojos.
—Loren, tú nos protegerás, ¿verdad? —musitó una de ellas entre sollozos.
La joven se sobresaltó, un tanto destanteada por la pregunta. Y al echar un vistazo rápido a las demás, y notar cómo la miraban también, tuvo claro que todas querían saber lo mismo: querían creer que estaban a salvo con ella.
—Por supuesto —respondió Loren, claramente dubitativa, y forzándose además a alargar su sonrisa.
Tan poco convincente como había sido su respuesta, pareció suficiente para que el pesar sobre las cabezas de sus hermanas disminuyera un poco. Pero no de todas. Algunas, entre ellas la madre Valentina, que observaba desde su asiento en la primera fila, sabían que aquello no era algo que Loren pudiera prometer con completa seguridad.
— — — —
El líder del ataque se paró con firmeza ante la alta y gruesa puerta de la capilla, mientras los otros dos que habían ido con él revisaban los cuartos cercanos, solo para cerciorarse de que ninguna de esas monjas se les hubiera escondido. Colocó una mano sobre la puerta, acariciándola con su mano enguantada, y luego dándole unos cuantos golpecitos con sus nudillos. Buena madera, resistente y fuerte. Lo suficiente para mantener afuera a seres indeseados por el Señor. O, al menos, a varios de ellos.
—No hay nadie por aquí —le informó uno de sus hombres cuando ambos volvieron de su inspección rápida—. Pero faltaría revisar cada celda a detalle. En una casa vieja como esta, podría haber pasadizos, puertas escondidas…
—No hay tiempo para eso —sentenció el líder con severidad. Y, en efecto, no tenían tiempo.
Por un lado, refugiarse de esa forma era el movimiento más inteligente que las monjas podrían haber elegido, aunque también el más tonto. Si esa puerta los mantenía a ellos afuera el tiempo suficiente para que la policía o alguien más llegaran a su rescate, estarían a salvo. Pero si, por el contrario, los lobos lograban atravesarla, les habrían facilitado enormemente el trabajo, estando todas las ovejas reunidas en un solo sitio.
Así que su siguiente paso resultaba más que obvio.
—Vuélenla —exclamó el líder con seriedad, y retrocedió alejándose de la puerta. Los otros dos se aproximaron al contrario, cada uno a un lado del largo marco de madera.
De los bolsillos de sus chalecos y cinturones, comenzaron a sacar los pequeños explosivos de corto alcance, y a pegarlos por el contorno de la puerta con pasta gris. No eran explosivos de mucha potencia, pero tampoco necesitarían mucho para derribar esa molesta barrera.
El líder aguardó paciente desde su posición, como un lobo acechando, esperando el momento justo de lanzarse contra las ovejas.
— — — —
Greta y De Carlo siguieron con su intercambio de disparos con los otros dos atacantes, mientras atravesaban lo más rápido posible el comedor hacia la cocina. No es que esta fuera un mejor refugio, pero tampoco tenían muchos otros sitios a los cuales huir. El problema era que sus atacantes tenían armas largas de gran alcance, y ellos solo contaban con dos pistolas cortas, su determinación, su fe en Dios… y poco más.
Estando ya a solo unos pasos de la cocina, De Carlo escuchó cómo, junto con una serie de detonaciones, Greta soltó un fuerte alarido y se desplomó de golpe al suelo. El sacerdote se giró hacia ella, asustado. Greta estaba sobre sus rodillas en el piso, y se sujetaba fuertemente su brazo izquierdo con una mano. Una bala le había atravesado enteramente desde atrás hacia delante, y la herida estaba empapando rápidamente de rojo la manga de su blusa. Pero tan fuerte y terca como solo ella podía ser, no dejó que el dolor la amedrentara, y se forzó a ponerse de pie y avanzar.
De Carlo intentó cubrirla, disparando hacia los atacantes para hacerlos retroceder un poco. Sin embargo, para su horror, su pistola solo disparó una bala más, y después nada. Presionó el gatillo al menos tres veces sin ningún resultado antes de darse cuenta de que estaba vacía. Y los atacantes también, por lo que se dispusieron a avanzar hacia él con rapidez. En un último acto de desesperación, el sacerdote les arrojó la pistola y luego salió corriendo hacia la cocina. Una ráfaga de balas de los rifles surcó el aire, peligrosamente cerca de su cabeza.
Era, en verdad, como volver a la guerra.
Entró dando trompicones por la puerta de la cocina, un segundo antes de que Greta la atracara con la mesa de preparación, lo más rápido que la horrible herida de su brazo le permitía. Una vez empujó la mesa hasta colocarla frente a la puerta, la mujer se dejó caer de sentón al suelo, su mano apretaba con fuerza su brazo.
De Carlo, por su parte, se apoyó contra sus rodillas y se tomó un momento para intentar recuperar el aliento. Hacía mucho que su viejo cuerpo no pasaba por algo así.
—¿Tienes balas? —preguntó entre jadeos.
—No —respondió Greta con sequedad, tirando su arma con desdén hacia un lado.
Leonardo respiró hondo, ya más recuperado, o al menos lo mínimo que podía estarlo en tan poco tiempo.
—Supongo que no tendrás alguna otra sorpresa oculta, ¿verdad? —musitó nervioso, volteado a ver a su compañera. Greta se rasgaba en ese momento su falda para improvisarse un vendaje en su brazo.
—No estás de suerte —musitó un poco sarcástica.
De Carlo no dijo nada. Se aproximó entonces a la puerta de la cocina, y se asomó solo un poco por la ventanilla de esta hacia el comedor. Los dos hombres estaban tan seguros de su ventaja, que incluso se habían tomado un momento para recargar sus armas. No tardaron tampoco nada en aproximarse hacia ellos, avanzando entre las mesas. Cuando ya estaban bastante cerca de la puerta, ambos alzaron sus armas y apuntaron.
De Carlo se movió rápidamente hacia un lado, pegando su espalda contra la pared a un lado de la puerta. Una serie de detonaciones impactaron contra la puerta, haciéndole decenas de agujeros en cuestión de segundos. El cristal de la ventanilla también voló en pedazos, y las balas impactaron contra cacerolas y ollas que habían quedado de la cena; ni siquiera les habían permitido terminarla.
Los disparos terminaron, y la cocina se cubrió de silencio y polvo. De Carlo siguió quieto en su sitio, mirando de reojo hacia la puerta destruida. No tardarían en atravesarla y terminar con el trabajo. Miró de reojo hacia donde había visto a Greta sentada en el suelo, pero ya no la vio. ¿Había logrado escapar por algún otro lado? Rezaba a Dios con que fuera así, aunque eso significara que lo hubiera dejado atrás.
Lo único que podía hacer era tratar de embestir a uno de ellos, al primero que tuviera más cerca, y atacarlo con sus propias manos si no había de otra. A esas alturas, todo quedaba a voluntad de Dios, y que pasara lo que tuviera que pasar.
Uno de los atacantes pateó con fuerza la puerta, empujando en el mismo movimiento la mesa unos centímetros hacia atrás para abrirse paso. De Carlo contuvo la respiración. Se quedó quieto, sintiendo cómo se aproximaban, hasta incluso ver el cañón de uno de sus rifles asomándose al interior de la cocina, como el ojo de alguna criatura hambrienta buscando a su presa.
De Carlo lanzó una última plegaria silenciosa al cielo, y entonces se dispuso a lanzarse contra el hombre con toda la fuerza que a su cuerpo aún le quedara…
En ese mismo instante, algo sacudió con fuerza el convento entero, y al sacerdote y a sus atacantes por igual: el estruendo de una fuerte explosión que retumbó por todo el lugar, haciendo que las ventanas vibraran, y algo de polvo de yeso cayera del suelo. Aquello inevitablemente llamó la atención de los dos mercenarios ante la puerta de la cocina, que por reflejo se giraron con sus armas en la dirección en la que dicha explosión provenía. Fue solo por un instante, pero fue justo eso lo que De Carlo aprovechó.
El sacerdote se lanzó con todo su cuerpo contra aquel de los atacantes que tenía más acerca, acompañado de un grito aguerrido. El hombre reaccionó e intentó girarse de nuevo hacia él, pero no pudo hacerlo antes de que De Carlo lo embistiera con todo su peso, provocando que ambos cayeran al suelo. Estando sobre el hombre, intentó someterlo y quitarle el arma, pero este no se lo dejaría fácil, y comenzó a intentar empujarlo hacia un lado.
El otro de los atacantes no se quedó sin hacer nada durante mucho tiempo. Rápidamente, se aproximó a ambos y se colocó a un costado de De Carlo. Alzó su rifle con la intención de golpear al sacerdote con la culata de este, y quitárselo de encima a su compañero. Sin embargo, antes de que pudiera dar el golpe, Greta salió repentinamente de la cocina con una cacerola de agua hirviendo en las manos, y se la lanzó entera a la cara. El pasamontañas amortiguó gran parte del ardor, excepto en sus ojos descubiertos.
El hombre chilló y retrocedió con pasos torpes, tambaleándose casi a ciegas. Greta no se quedó quieta, y al instante avanzó hacia él, y lo golpeó de lleno con la cacerola directo en la cara; con bastante fuerza, pese a su herida. El hombre cayó hacia atrás en el suelo, de momento lo suficientemente aturdido, pero no lo suficiente para no intentar levantarse de nuevo. Greta se dirigió presurosa hacia él y le dio un golpe más en la cara con la cacerola para impedir que se levantara.
Aprovechado la conmoción y confusión, Greta se deshizo entonces de la olla, y optó en su lugar por tomar el rifle del atacante caído. Lamentablemente, un arma de ese calibre no le resultaba conocida, y batalló para poder sujetarlo bien; la herida de su brazo tampoco ayudó en lo absoluto.
A último momento, justo cuando el mercenario golpeado ya se levantaba y se disponía a lanzársele encima, Greta logró apuntarle directo con el cañón de su propio rifle, y le disparó de lleno una ráfaga de disparos. Varias dieron en el chaleco antibalas, otras en el muro detrás de él, pero tres más atinaron de su pecho para arriba, lo que era más que suficiente.
El atacante cayó abatido, chocando contra el muro detrás de él, y desplomándose después al suelo, con su cara destrozada contra su pecho. Por su parte, el retroceso del arma contra el hombro de Greta fue brutal, empeorando aún más la herida en su brazo y obligándola a soltarla. Se dejó caer justo después de rodillas al suelo, y se aferró fuerte a su brazo. Respiraba pesadamente, forzándose por mantener la mente despejada.
Mientras Greta lidiaba con aquello, De Carlo siguió forcejando todo este tiempo con el hombre al que se había lanzado, que ya no estaba más en el suelo. El mercenario logró quitárselo de encima, dándole unos golpes en su cara, lastimándole la nariz, y luego con un derechazo más que tumbó al sacerdote al suelo, aturdido. Incluso ya en el piso, el mercenario lo pateó con fuerza, sacándole el aire. Tomó entonces su rifle y apuntó directo a la cabeza de De Carlo, el cañón a unos centímetros de su frente. Este cerró los ojos, rezando una última plegaria que, por suerte, fue en vano.
Greta se acercó por detrás del hombre con rapidez, golpeándolo de nuevo con la cacerola en la parte trasera de su cabeza con toda la fuerza que su brazo sano le permitió. El hombre se precipitó hacia el frente, estrellándose contra la pared. No había terminado de enderezarse, cuando Greta volvió a darle otro golpe más con la misma arma improvisada; y luego otro, y otro más, y otro más… hasta que incluso la cacerola se abolló. Y no se detuvo hasta que el sujeto delante de ella ya no se movió más, e incluso entonces le hubiera dado más, si no fuera porque De Carlo se apresuró a detenerla.
—Tranquila, Greta. Tranquila —musitó el sacerdote con voz temblorosa, mientras le retiraba la cacerola con cuidado de sus manos. Greta se lo permitió, aunque se quedó paralizada en la misma posición, sus manos apretadas como si aún sujetara su arma improvisada—. Estás sangrando —señaló De Carlo justo después, notando cómo estaba impregnado de rojo el vendaje que Greta se había hecho con los pedazos de su falda.
—No me digas —susurró con sarcasmo, agarrándose con fuerza su herida. Le dolía bastante, pero era la menor de sus preocupaciones—. La explosión de hace un momento…
De Carlo se sobresaltó. Entre todo el ajetreo, se le había pasado por completo.
—La capilla —indicó con pesar en su voz.
Sin decir nada, ambos comenzaron a andar hacia afuera de la cocina, para dirigirse a donde la explosión se había originado. Aunque lo cierto es que ninguno estaba en condiciones de ir muy rápido. Además, quizás para ese momento ya era tarde…
— — — —
La explosión voló la gruesa puerta en pedazos, que salieron volando hacia el interior, algunos impactando contras las bancas estrepitosamente. Las monjas gritaron de terror y todas corrieron por reflejo hacia el fondo de la capilla; todas, excepto Loren, que en su lugar avanzó colocándose de forma defensiva delante de todas ellas.
—¡Quédense detrás de mí! —exclamó en alto con una seguridad que simplemente no sentía, mientras contemplaba fijamente la nube de polvo y humo levantada por la explosión, a la espera de que sus perseguidores aparecieran entre toda aquella sucia neblina.
Sintió, para su pesar, que sus piernas le temblaban. La realidad era que hacía años que no usaba sus habilidades para lastimar a otros; ni siquiera estaba segura de aún poder hacerlo. Pero debía intentarlo, cualquier cosa, pues la alternativa era…
El tintineo de aluminio rebotando contra las baldosas del suelo la obligó a salir de sus pensamientos. Desde la entrada, vio rodar hacia ella tres objetos alargados como latas, que de pronto soltaron desde sus extremos una ráfaga de humo blanquecino que rápidamente comenzó a cubrir todo aquel espacio.
De un segundo a otro la visibilidad se volvió nula, y todas las monjas comenzaron a toser, presas del humo, incluida Loren. Aquel humo igualmente hizo que sus ojos comenzaran a lagrimar, y se le dificultara ver. Pero entre toda la neblina y la confusión, Loren logró distinguir tres figuras oscuras que se abrían paso hacia ellas. Y antes de que ella pudiera reaccionar, el estruendo de las detonaciones de rifle retumbó el eco de la capilla.
Loren se quedó paralizada, casi pudiendo sentir cómo esos proyectiles cruzaban el aire a su alrededor con un morboso zumbido. Escuchó los gritos y quejidos de sus compañeras, resonando por debajo de los estruendos. Se giró hacia atrás por mero instinto, y aun entre el humo pudo notar las siluetas de las monjas, siendo alcanzadas por los disparos, y cayendo al suelo, una por una…
Y dicho suelo, bajo sus pies, comenzó rápidamente a teñirse de rojo con la sangre que escurría desde detrás de ella. Y, sin embargo, seguía sin moverse, sin poder reaccionar. Su cuerpo estaba petrificado, como si una soga invisible la sometiera. Gritaba en su mente que Dios le hablara, pero su voz estaba totalmente ausente justo en ese momento.
—¡Loren! —escuchó que alguien gritaba, y no era la voz de Dios. Un segundo después, alguien la tacleó con fuerza por un costado, derribándola al suelo, y haciendo que se estrellara y se golpeara fuerte contra este.
Por unos segundos tras el golpe, sus oídos ya no pudieron captar otro sonido más que un chillido agudo que le hacía arder la cabeza. Separó su rostro del suelo, y sintió la mejilla húmeda; había caído en un charco de sangre, y ahora su rostro, y su hábito blanco, estaban pintados de rojo.
El humo se estaba disipando un poco. Miró hacia un lado, y vio a más de sus amigas cayendo ante los disparos. Vio hacia el otro, y fue exactamente lo mismo. Todo era en cámara lenta, como sacado de una película. Intentó alzarse, pero el pesado cuerpo de quien la había tacleado la contenía contra el piso. Opuso más fuerza, y logró alzarse lo suficiente para ver de quién se trataba: la madre Valentina, que se había lanzado contra ella entre toda la confusión… y ahora tenía cuatro disparos en la espalda, que cuyas heridas manchaban la tela café de su hábito.
—¿Madre…? ¡Madre Superiora! —exclamó horrorizada, sentándose por completo. El cuerpo de la monja rodó hacia un lado, cayendo sobre su espalda justo a su lado. Tenía los ojos cerrados y el rostro extrañamente sereno—. ¡Madre! —exclamó desesperada, tomándola de los hombros y comenzando a agitarla como si intentara despertarla. Pero la monja, por supuesto, no reaccionó—. No, no, no… esto es… eso es…
«…mi culpa», pensó horrorizada, incapaz de seguir hablando, pues un nudo se le había formado en la garganta.
El humo se disipó casi por completo, y el silencio había vuelto a la capilla, pero no era uno reconfortante. Ya no había disparos, pero tampoco había gritos. Conforme la neblina blanca se iba, revelaba el escenario de pesadilla que se cernía en aquel lugar santo: decenas de monjas, jóvenes y viejas, todas ellas yacían en diferentes rincones, sobre el altar sagrado, a los pies del Cristo Crucificado. Todas habían caído abatidas…
Loren no había podido salvar ni siquiera a una de ellas.
Los pesados pasos delante de ella la distrajeron, y jalaron de nuevo su atención hacia el frente. Los tres hombres armados, con su líder en el centro, se pararon justo delante de ella, sus armas en mano. Traían sus rostros cubiertos con pasamontañas, pero sus ojos indiferentes la miraban, como si lo que acabaran de hacer no hubiera significado nada para ellos. Loren los miró de regreso, su expresión llena de una furia ardiente.
—¿Él los mandó? ¡¿Damien Thorn los mandó?! —les gritó con ahínco. Ninguno de los hombres dijo nada, pero se miraron entre ellos, con algo de desconcierto—. No se saldrá con la suya —sentenció Loren—. Lo encontraré, ¡y haré que pague por to…!
—Elimínala —ordenó con firmeza la voz de Conrad Cox por el auricular en el oído del líder.
Loren se disponía a ponerse de pie y encararlos al tiempo que terminaba aquella amenaza, pero no fue capaz de concretar ninguna de las dos cosas, pues el líder obedeció al instante la orden de Cox, y alzó su rifle, apuntó con él directo a su rostro, y le dio con un disparo directo en el centro de su frente. El cuerpo de Loren cayó hacia atrás, de espaldas contra el charco de sangre de sus compañeras, con el grotesco y perfecto agujero de bala decorando su frente, por encima de sus ojos azules abiertos y desorbitados.
—No fue tan complicado al final, ¿no? —bromeó uno de los mercenarios, incluso riendo un poco.
El líder no reía. No había nada por lo cual reír, en realidad.
—Vámonos, la policía estará aquí en cualquier momento —declaró el líder, y de inmediato se encaminó hacia la puerta de la capilla. Los otros dos se encogieron de hombros, y no tardaron en seguirlo.
La misión había terminado, aunque el líder no diría que no había sido complicada. No esperaba tener que enfrentarse a un sacerdote y a una monja armados, o tener que volar en pedazos dos puertas, y mucho menos perder a uno de sus hombres. Y encima se suponía que debían haber salido de ese sitio hacía minutos atrás.
Todo eso distaba de haber sido simple y rápido, como dijeron que sería.
Pero estaba hecho. Todas las monjas estaban muertas, y de seguro los otros dos también lo estarían para esos momentos. Ya solo debían…
Algo lo distrajo, haciéndolo detenerse de golpe cerca de la puerta, y los otros dos lo hicieron igual. Al principio ellos no entendieron por qué se había detenido, pero no tardaron en captar lo mismo que él: había comenzado a hacer mucho calor de golpe.
Se giraron casi por instinto de regreso al interior de la capilla, y fueron testigos de algo difícil de describir. La sangre que había brotado de la herida en la cabeza de Loren, se había mezclado con la de las otras mujeres. Y ahora todo este líquido rojo derramado en el suelo comenzaba a escurrir rápidamente en dirección de ellos tres, arrastrándose y abriéndose paso como si de un ser vivo se tratase. Y no solamente eso, la sangre parecía haber comenzado a burbujear, y vapor emanaba de ella, como si se estuviera calentando rápidamente.
—¿Qué mierda? —exclamó uno de los mercenarios, apuntando con su arma hacia la sangre por reflejo, a pesar de lo absurdo que esto era.
La sangre siguió acercándose velozmente hacia ellos. Hasta la última gota derramada se movió de su sitio y se lanzaba por el suelo. Los hombres retrocedieron, pero tan aturdidos como estaban, no fueron lo suficientemente rápidos. Cuando la sangre alcanzó la bota de uno de ellos, esta se prendió en llamas al instante, como si de lava ardiendo se tratase. El hombre soltó un agudo alarido que resonó en el eco de la capilla, como bien lo habían hecho los gritos de las monjas abatidas minutos atrás. Las llamas no tardaron en extenderse desde su pie, subiendo por su pierna para luego cubrirlo por completo.
El calor de la sangre comenzó a hacer que igualmente las bancas comenzaron a incendiarse, cubriendo todo aquel reducido espacio de llamas y humo en un parpadeo.
Los otros dos hombres reaccionaron lo más rápido que pudieron, y comenzaron a correr hacia la puerta. Uno de ellos fue igualmente alcanzado por la sangre que se arrastraba por el suelo, y sufrió el mismo destino envuelto el fuego. El líder podría haber sido el siguiente, pero se lanzó precipitadamente hacia el pasillo, antes de que una fuerte llamarada saliera volando por la puerta, casi alcanzándolo.
El líder de los atacantes rodó por el suelo tras su salto, deteniéndose hasta que su espalda chocó contra la pared. Se incorporó lo suficiente para sentarse y poder ver hacia el interior de la capilla, que se había cubierto casi por completo de fuego, como una ventana que daba al mismísimo infierno.
¿Qué rayos había ocurrido? Él no lo entendía. Y no tuvo tampoco mucha oportunidad de meditar al respecto y sacar alguna conclusión digerible, pues en ese instante algo aún más inexplicable se hizo presente. Las llamas se hicieron hacia un lado, como el mar Rojo partido en dos. Y entre las flamas se formó un camino, por el cual una silueta avanzaba con paso tranquilo hacia la puerta.
El líder se quedó paralizado en su sitio, viendo azorado aquella aterradora visión que se alzaba ante él. El vestido blanco de novicia estaba manchado de rojo por todo su frente, al igual que gran parte de su rostro. El velo se había caído, dejando a la vista sus cabellos rubios y cortos que se agitaban por el calor de la habitación. Sus ojos azules muy, muy abiertos, y fijos en él. Y en su frente, la herida del disparo que le había hecho comenzaba a cerrarse poco a poco, aunque la sangre que había brotado de ella seguía manchando su rostro como prueba de que alguna vez existió.
—Han profanado este sitio con su muerte y su pecado —exclamó Loren en alto, y por encima de su voz se escuchaba otra más, resonando potente como un trueno—. La sangre derramada, con sangre deberá ser pagada.
—Pero… ¿Qué demonios eres tú…? —exclamó el líder en el suelo con voz grave, sonando más firme de lo que en realidad se sentía.
Loren se paró delante de él, y sus pies se separaron de pronto unos centímetros del suelo. Su cuerpo comenzó a levitar por sí solo.
—Soy la ira de Dios, derramada por Él sobre estas tierras, para juzgar y ejecutar a impíos sirvientes de la Bestia como tú.
La segunda voz que hablaba por encima de la de Loren resonó con aún más fuerza, haciendo que todo aquel sitio retumbara con el estruendo de su tono.
El líder reaccionó lo más rápido que su impresión le permitió, desenfundando una pistola que llevaba consigo en su costado y apuntando con ella hacia el frente. Sin embargo, al tiempo que él hacía eso, Loren jaló con fuerza su mano hacia un lado, haciendo con el movimiento que los rastros de sangre que había en ella volaran por el aire como proyectiles directo hacia el hombre sentado delante. Para él, aquellas gotas fueron como un corrosivo ácido, que rápidamente quemó sus ropas y las atravesó, hasta llegar a su piel.
El líder gritó con fuerza por el dolor, que lo hizo soltar su arma y que esta se precipitara al suelo. Al instante siguiente, las partes en donde la sangre lo había tocado se incendiaron, y las llamas comenzaron a cubrirlo rápidamente, como lo habían hecho con sus otros dos compañeros.
Greta y De Carlo llegaron al pasillo justo en ese momento, la primera apenas logrando moverse mientras su compañero prácticamente la cargaba. Ambos se detuvieron en seco ante tal escena. Loren flotaba unos centímetros por encima del suelo, con su mano aún extendida hacia al hombre en llamas, que se retorcía y gritaba mientras el fuego lo consumía. Loren lo admiraba muy fijamente, con sus ojos muy, muy abiertos, absorta en aquella visión sin reflejar emoción alguna en su semblante.
—Santo Dios —soltó Greta.
—¡Loren! —pronunció Leonardo en alto. El sonido de la voz del sacerdote retumbando en el pasillo la hizo reaccionar, o al menos lo sufsuficiente para que su rostro se contrajera un poco.
El cuerpo de la chica descendió lentamente, hasta que sus pies se posaron en el piso. Su mirada siguió puesta en el hombre calcinándose delante de ella, que para ese punto había dejado de gritar. Aquello, sin embargo, siguió sin perturbarla de forma especial. Pero lo que sí la hizo reaccionar, al fin, fue el chasquido de la madera quebrándose por el calor a sus espaldas. Se giró rápidamente, y contempló las llamaradas que cubrían por completo la capilla.
—Madre superiora… chicas… —masculló con voz ausente, y por mero reflejo comenzó a avanzar con la incierta intención de ingresar a aquel infierno.
Dejando a Greta de lado de momento, De Carlo corrió rápidamente la distancia que los separaba de ella, y la rodeó con sus brazos, apartándola con brusquedad de la puerta. Loren no opuso mucha resistencia, pero siguió con su atención absorta en el sitio en donde los cuerpos de la madre Valentina y las otras estaban siendo consumidos por el fuego.
—Ya no hay nada que puedas hacer por ellas —exclamó De Carlo con severidad—. Están con nuestro Señor ahora. Nosotros tenemos que irnos, ¡ahora!
Loren escuchaba lo que le decía, pero no lograba entenderlo del todo. Una parte de ella seguía aún abstraída en ese estado en el que se había sumido hace un momento. Eso cambió hasta que Greta se paró delante de ella, y sin moderación alguna alzó una mano y le plantó una fuerte bofetada, con la mano de su brazo sano.
El rostro de la chica se ladeó hacia un lado, pero casi de inmediato se giró de nuevo a Greta, desconcertada.
—Esas mujeres murieron por ti —espetó Greta como una reprimenda.
—Greta —intentó corregirle De Carlo, pero ella lo ignoró. Su atención estaba fija en la joven.
—Pero eso es lo que hace un soldado de Dios… Lo mejor que puedes hacer, es que cerciorarte de que sus muertes no hayan sido por nada. Así que muévete y vámonos de una buena vez.
Loren tardó unos segundos más en reaccionar, pero luego logró asentir lentamente con su cabeza y relajar el cuerpo. De Carlo entonces se atrevió a soltarla, y la chica se paró derecha en sus propios pies.
Greta respiró hondo, y ese pequeño arrebató de fuerza se desvaneció, haciéndola concentrarse de nuevo en su herida, y en el penetrante dolor de esta. Se agarró fuerte su brazo, y se tambaleó hacia un lado, hasta apoyar su hombro contra el muro.
—¿Está…? —masculló Loren en voz baja, contemplando su brazo sangrando.
—Sobreviviré —le respondió Greta con tosquedad—. Ahora vámonos, ¡ya!
No necesitaron más indicación para moverse. Los tres se dirigieron al instante hacia la puerta principal.
Al salir al exterior el convento, lo primero que se encontraron fueron los cuerpos de los dos hombres del Vaticano, tirados en la acera con heridas de bala provenientes de las armas de los atacantes. Lamentablemente, no había tiempo para lamentaciones, ni siquiera para darles la absolución. Ahora tenían que irse antes de que la policía llegara o, aún peor, refuerzos de sus enemigos.
De Carlo se agachó rápidamente hacia uno de los cuerpos y le revisó sus bolsillos, en busca de las llaves del vehículo en el que habían llegado. Él no las tenía, por lo que se tuvo que mover hacia el otro para encontrar lo que necesitaba, y con ellas abrió los seguros de las puertas del vehículo.
Greta tomó a Loren y la jaló hacia la parte trasera del vehículo, incluso teniendo casi que empujarla hacia adentro con agresividad. Luego se dejó caer también a su lado, casi terminando recostada en el asiento. De Carlo tomó el lugar del conductor. Aun con sus marcas de disparos en el chasis, el vehículo encendió sin problema.
Unos segundos antes de que se escucharan las sirenas a lo lejos, comenzaron a alejarse a toda velocidad por la calle en la dirección contraria, dejando atrás tan horrible escena.
— — — —
Desde su habitación de hotel, Conrad Cox escuchó y vio todo lo ocurrido durante el operativo, a través del micrófono y cámara que su hombre de confianza llevaba consigo. Desde el momento en el que todos aguardaban en la camioneta, hasta en el que aquella chiquilla, que muy seguramente era la Iluminada de la que el cardenal Robles le había hablado, lo prendió en fuego y Conrad perdió por completo su señal.
Una vez que la imagen en la pantalla de su laptop se había puesto totalmente negra, Conrad cerró la tapa con fuerza, azotándola. Aunque no era precisamente el enojo lo que alimentaba su accionar; él rara vez se permitía sentir dicha emoción.
Por un lado, aquello había sido un desastre, no había cómo debatir eso. Pero, por el otro, había sido también bastante productivo. Había comprobado sin lugar a duda que las palabras del cardenal no habían sido únicamente habladurías, y el Vaticano, en efecto, contaba con un arma que desconocían. Y no solo eso, la habían identificado, y ya no podrían esconderla de ellos tan fácilmente.
¿Valía la información obtenida la pérdida de seis de sus hombres? Era debatible. Pero no sería una cuestión para meditar demasiado en ese momento.
Comenzó a moverse con rapidez, empacando las pocas cosas que no estaban ya en sus maletas, y preparándose para salir antes de tiempo de su habitación. Era poco probable que sus enemigos encontraran algo en sus hombres caídos que los llevara a él; se había asegurado de eso antes de mandarlos, y de todas formas el propio fuego provocado por esa chiquilla se encargaría de eliminarlo si fuera necesario.
Aun así, no había llegado tan lejos en su carrera, y dentro de la Hermandad, corriendo riesgos. Y eso incluía la contingencia de sacarle por completo el disco duro a esa computadora recién adquirida, estrellarlo con fuerza contra el suelo, y luego pisarlo sin consideración. Y antes de que alguien de seguridad llegara, lo depositó en un contendor especial, con una mezcla de químicos ácidos que rápidamente comenzaron a correr los circuitos.
Sería un descubrimiento extraño para el siguiente que fuera a hacer la limpieza del cuarto, pero para ese entonces él ya estaría en un vuelo muy lejos de ahí. Y el nombre de la persona que se había hospedado, así como sus identificaciones, nada tendría que ver con él. Todo aquello representaba una molestia, pero eran gajes del oficio.
Conrad Cox salió tranquilamente de la habitación con su maleta al hombro, cerró la puerta y se dirigió a las escaleras de incendios. Dejaría el hotel unos minutos después, y Roma en cuestión de horas.
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A la mañana siguiente, muy temprano, el cardenal Montgomery acudió presuroso al despacho del Santo Padre en el Palacio Papal. Las medidas de seguridad en todo el Vaticano obviamente se habían acrecentado tras tan horrible ataque, por lo que incluso un cardenal como él tuvo que pasar por algunos puntos de control antes de poder llegar ante las puertas del despacho. E incluso ahí se encontró apostados a dos miembros de la Guardia Suiza, armados con sus alabardas, y seguramente algo más.
«Esto es miedo», pensó Montgomery, algo atemorizado por su propia cuenta. «Es lo que estas personas quieren que sintamos. Ni siquiera en nuestros lugares santos estamos a salvo de su mano…»
Al ingresar al fin al despacho, vislumbró a Su Santidad, sentado al otro lado de su escritorio, con una pila de papeles a su lado. Las cortinas estaban cerradas, y la iluminación era tenue. El rostro del Santo Padre se veía cansado y sombrío; Montgomery se preguntó si acaso había logrado dormir aunque fuera un poco. Conociéndolo, la noticia de lo ocurrido debió haberlo turbado a él más que a cualquier otro.
Y no era que él mismo hubiera tenido una mejor noche.
No le sorprendió ver que el Papa no estaba solo. De pie a su lado, muy cerca, se encontraba su Camarlengo, el cardenal Robles. Tenía sus manos juntas detrás de sus espaldas, y esbozaba como siempre esa media sonrisa, aunque un tanto más apagada, como era de esperarse dada la situación.
—Su Santidad, eminencia —saludó Montgomery a ambos de forma reverencial, ya parado enfrente del escritorio.
El Papa le regresó el saludo con un asentimiento de su cabeza. Luego inclinó el cuerpo hacia el frente y juntó sus manos sobre la superficie de la mesa.
—Cardenal Montgomery, ¿tiene más información sobre lo acontecido en Santa María de los Ángeles? —le cuestionó con voz seria y consternada.
—Me temo que no mucho —aceptó Montgomery con pesadez. Se aproximó un poco más al escritorio y colocó con cuidado sobre este el folder blanco que traía con él bajo su brazo—. Este es el reporte final de la investigación realizada. Los perpetradores tenían las huellas quemadas, y no se encontró ninguna otra identificación en alguna base de datos. Las armas que usaban no tenían registro alguno. Eran, en otras palabras, absolutos fantasmas.
El Papa asintió, abatido. Se colocó entonces sus anteojos, extendió una mano hacia el expediente que Montgomery le había entregado, y lo abrió para poder darle un vistazo por su propia cuenta.
Montgomery y Robles aguardaron en silencio mientras el pontífice leía con calma. De vez en cuando intercambiaron algunas miradas, y Robles le sonreía con gentileza a su colega cardenal, aunque este no tuviera en realidad ningún ánimo para sonreír.
Tras un rato, el Santo Padre dejó escapar un largo suspiro que parecía casi doloroso. Se retiró sus anteojos y con la otra mano se talló los ojos.
—¿Todas murieron? —preguntó entonces con voz apagada.
—Me temo que sí —respondió Montgomery, agachando la cabeza—. Loren fue la única sobreviviente. La hermana Greta y el padre De Carlos del Scisco Dei estaban ahí para moverla de sitio, como habíamos acordado, y la socorrieron.
—Definitivamente fue la voluntad de Dios —añadió Robles, alzando sus manos en señal de agradecimiento al cielo.
Montgomery no tenía ánimos para considerar cualquier cosa de aquello como algo positivo o voluntad de Dios, mas tampoco los tenía para discutírselo.
—¿Cree que esto fue obra de la Hermandad? —cuestionó el Santo Padre mirando a Montgomery, recuperando solo un poco la serenidad.
—No me imagino nadie más que pudiera haber cometido un acto como este, Su Santidad.
—Esto es horrible, horrible —susurró el cardenal Robles con pesar, negando lentamente con la cabeza—. Y a solo unos pasos de nosotros. Pero, bueno… era de esperarse que algo así ocurriera.
Montgomery se giró a mirarlo, un poco desconcertado por aquella extraña y repentina afirmación. Incluso el Santo Padre pareció igualmente extrañado.
—¿A qué te refieres, Joaquín? —le preguntó el Papa, haciendo de lado de momento la formalidad. Montgomery igualmente lo observaba, esperando su respuesta.
El cardenal se encogió de hombros.
—La jovencita se exhibió ante todo el Colegio de Cardenales e invitados en esa sala —se explicó—. No solo revelando con eso que se encontraba aquí en Roma, sino que se disfrazaba como novicia. Cualquiera de los que estuvieron en esa sala, o que la hayan visto y reconocido en su recorrido hacia ella, podría haber pasado la indicación a nuestros enemigos de en dónde se encontraba. ¿No está de acuerdo, Eminencia?
Robles cedió en ese momento la palabra a su colega cardenal al otro lado del escritorio, esperando al parecer que le diera la razón. Y, ciertamente, Montgomery no podía hacer nada más que hacerlo. Él mismo ya había llegado a un razonamiento bastante parecido por su cuenta.
—Me temo que así es —admitió con pesadumbre.
El Papa tornó su mirada entre los dos cardenales, claramente muy desconcertado por sus palabras, pero aún más por el significado implícito de estas.
—¿Está diciendo que hay un espía entre nosotros, cardenal Montgomery? —cuestionó el pontífice con severidad.
—Eso es ciertamente difícil de determinar en estos momentos, Su Santidad —explicó Montgomery—. Pero me temo que es algo que el Scisco Dei siempre ha sospechado.
La idea afectó visiblemente al Santo Padre, que en ese momento se dejó caer por completo contra el respaldo de la silla, y llevó una mano a su rostro, tallando su frente y ojos con ella.
Montgomery sintió una punzada de preocupación en ese instante. El Papa le pareció de pronto tan viejo, tan frágil… Y en ese momento, menos que nunca necesitaban que esas dos palabras estuvieran ligadas a su líder máximo.
Entre tanta confusión y miedo, el cardenal Robles encontró el espacio para hablar.
—Siendo así, sugiero que nuestros esfuerzos se enfoquen en aclarar este horrendo acto, y limpiar nuestra casa. Debemos poder determinar en quién podemos confiar y en quién no, antes de hacer cualquier otro movimiento que pudiera poner más vidas de nuestra iglesia en peligro.
Por encima, aquella propuesta sonaba bien, y bastante lógica, además. Sin embargo, lo que el cardenal Robles no decía directamente, pero quedaba bastante implícito bajo la superficie, era que al decir “antes de hacer cualquier otro movimiento” incluía también justo lo que habían estado discutiendo tan arduamente el día anterior. Y eso era algo que ni a Montgomery ni al Scisco Dei le convenía.
Lamentablemente, el cardenal percibió en la mirada del Papa que estaba considerándolo seriamente.
—Estoy de acuerdo contigo, Joaquín —señaló el Santo Padre, dejando salir su opinión junto con un largo suspiro de agotamiento.
—Su Santidad, si me permite… —intervino Montgomery, como un último intento para salvar su causa. El Papa, sin embargo, lo detuvo con un gesto de su mano, quizás previendo qué era lo que estaba por argumentar.
—Pero, con respecto a la cuestión que estábamos discutiendo ayer… El Scisco Dei tiene mi permiso para que sus agentes actúen de la mejor forma que les parezca sobre Damien Thorn, la Hermandad, y quienquiera que haya realizado este horrendo ataque en nuestra contra.
Aquello claramente tomó por sorpresa a los dos cardenales presentes, pues cada uno se había convencido de que la decisión final del pontífice sería otra. Y pese al ajetreo interno que aquella última instrucción causaba en sus adentros, ambos mantuvieron la serenidad que se esperaría de alguien de su puesto.
—Lo que usted diga, su Santidad —respondió Montgomery con voz cautelosa, agachando la mirada con solemnidad.
—Su Santidad, ¿será prudente tomar una decisión así? —comentó Robles con seriedad—. En especial a sabiendas de que el Colegio de Cardenales no estaba…
—Tú mismo lo dijiste —le cortó el Santo Padre—. No sabemos en estos momentos en quién podemos confiar y en quién no. Solo nos queda recurrir a Dios. O, más bien, a aquella que habla en su nombre.
Robles se limitó a sonreír y asentir como respuesta a la indicación.
El Papa centró de nuevo su atención en Montgomery. Inclinó su cuerpo al frente, entrecruzando sus dedos sobre el escritorio.
—Que Loren McConnell los acompañe en su misión. Y que se haga lo que ella determine mejor.
—Por supuesto, Su Santidad —cedió Montgomery sin chistar. Ya había pensado en obrar de esa forma de todas formas, pues la chica estaba decidida a hacerlo con o sin ellos. Y de ser así, era mejor tenerla cerca para vigilar que sus acciones fueran en verdad las correctas.
—Me parece un poco precipitado —opinó Robles, encogiéndose de hombros—. Pero si es la decisión de Su Santidad, cuente con todo mi apoyo como Camarlengo para que tenga éxito.
—Gracias, eminencia —le respondió Montgomery con un asentimiento—. Santo Padre, con su permiso.
Dicho todo lo que tenía que decirse, Montgomery se dispuso a retirarse y acatar al pie de la letra las instrucciones del Santo Padre. Debía avisarle a De Carlo de la decisión, y también a Loren, por supuesto. Tenía además que hablarle a Babatos para que estuviera al tanto de todo, y se preparara para la inminente llegada de los refuerzos.
—Montgomery —pronunció el Papa en alto cuando el cardenal ya estaba ante la puerta. Se giró entonces de nuevo hacia el escritorio, y notó que el semblante del Santo Padre había adoptado una vez más un aire preocupado y abatido—. ¿Está la iglesia ahora sí en guerra contra esta Hermandad? —le preguntó el pontífice con voz casi temblorosa.
La expresión de Montgomery se ensombreció al instante.
—Lo ha estado desde hace años, Su Santidad —le respondió, sonando incluso ásperos, en especial considerando con quién hablaba. Pero al Papa no pareció molestarle esto. Era justo el tipo de honestidad que esperaba de él.
—Entonces, cuide bien a la jovencita —le indicó el Santo Padre con firmeza—. Es nuestra mayor arma para ganar.
Montgomery asintió como respuesta. Le ofreció una última reverencia con la cabeza, y ahora sí se retiró del despacho. El Papa y su Camarlengo lo observaron en silencio mientras salía.
Robles, en específico, parecía ser el más interesado en ver cuál sería el siguiente movimiento del cardenal y del Scisco Dei.
* * * *
Diez Años Antes…
Siguiendo las indicaciones que el padre Alfaro les había hecho llegar, Karina y Carl arribaron a Baton Rouge un poco después de las diez de la noche, y se estacionaron frente a la residencia suburbana de la persona que habían ido a recoger. No les habían dado muchos detalles, solo que se trataba de una mujer y su bebé, y era imperativo ponerlos a salvo. No necesitaban saber más.
Karina llevaba relativamente poco en aquel momento sirviendo como ayudante del Padre Babatos, y agente del Scisco Dei. Pero tenía ya la suficiente experiencia de vida para saber cuándo debía obedecer, y cuándo debía hacer preguntas.
—Es aquí —indicó Carl, mientras verificaba la ruta que les había marcado el GPS. Apagó entonces el motor del vehículo, y se retiró el cinturón de seguridad.
Karina, cuya ventanilla daba directo hacia la casa, la contempló inquisitiva. Había charcos formados en la acera y el jardín frontal, residuos de la lluvia de hace poco. Aún caían gotas desde las cornisas del techo.
Estaba todo muy callado, incluso con todas las luces de la casa apagadas, como si no hubiera nadie, aunque el padre Alfaro había asegurado que ahí estaría.
—¿Karina? —masculló Carl a su lado. Su compañero no entendía por qué no habían bajado ya del vehículo—. ¿Qué pasa?
La mujer de piel oscura negó lentamente con la cabeza.
—No lo sé… Pero vayamos de una vez.
Karina abrió al instante la puerta del pasajero, y Carl hizo lo propio con la puerta del conductor. Ambos caminaron lado a lado en dirección al pórtico de la casa y a la puerta principal. Carl llamó al timbre, y ambos aguardaron. Después de un par de minutos sin respuesta, Carl insistió, obteniendo el mismo resultado. Karina hizo el intento llamando con fuerza a la puerta.
—Profesora Winter —pronunció en alto para que pudiera escucharla adentro—. Venimos de parte del padre Alfaro. ¿Se encuentra ahí?
Nada, solo silencio. Ni tampoco pareció que nada se moviera en el interior de la casa.
El mal presentimiento que Karina sentía, se volvió más intenso que solo eso.
—Quizás salió —indicó Carl, encogiéndose de hombros.
—¿A esta hora, con un bebé de meses y con este clima? —señaló Karina con incredulidad, y luego negó con la cabeza.
Intentó asomarse al interior por la vidriera lateral de la puerta, pero entre la pequeña cortinilla que la cubría y la oscuridad del interior, no alcanzaba a ver nada. Instintivamente, comenzó a caminar hacia un costado de la propiedad.
—Revisa el otro lado, a ver si puedes ver algo —le indicó a su compañero, señalando en la dirección contraria. Carl obedeció y se dirigió hacia allá. Técnicamente, él era mayor y llevaba más tiempo en eso, pero Karina ya se había dado cuenta de que era un hombre que prefería seguir instrucciones que darlas. Por eso hacían buen equipo.
Karina avanzó con paso cauteloso por la fachada, su mano por mero reflejo se había posado sobre su arma enfundada. Intentó asomarse por una ventana, que de seguro era de la sala de estar, pero las cortinas cerraban por completo la vista. Siguió avanzando hasta dar vuelta hacia el lateral de la casa. Se encontró con otra ventana, que al parecer también daba a la sala, y también tenía las cortinas corridas. Sin embargo, había una separación significativa entre estas, lo suficiente para poder echar un vistazo adentro. Aunque lamentablemente la oscuridad del interior de todas formas no ayudaba.
Sacó entonces su teléfono y activó la linterna para intentar alumbrar hacia adentro. La luz le confirmó que se trataba de la sala al alumbrar los sillones, la alfombra y el televisor. Pero no notó a simple vista nada fuera del lugar, por lo que comenzó a considerar que la persona que habían ido a busca realmente había salido, aunque no entendía de momento el porqué.
Sin embargo, cuando ya estaba por retirarse, un último movimiento de su teléfono alcanzó a alumbrar algo en el suelo. No en la sala, pero sí cerca de la entrada de esta. Karina se volvió de nuevo hacia ese punto para intentar alumbrarlo. Tuvo problemas para encontrar el ángulo adecuado, pero al final lo encontró…
Y pudo identificar lo que era…
La mano de una persona que se asomaba desde el pasillo, y una manga celeste que se cubría el brazo. Y tanto aquella mano como lo que alcanzaba a ver la manga, estaban manchados de rojo…
Karina soltó por reflejo una silenciosa maldición, pero al instante siguiente comenzó a correr despavorida de nuevo al frente de la casa.
—¡Carl! —gritó con todas sus fuerzas para llamar la atención de su compañero. Carl no tardó en aparecer deprisa desde el otro lado de la casa—. ¡Derríbala! ¡Ahora! —gritó Karina, señalando hacia la puerta de entrada.
De nuevo, Carl demostró su preferencia a acatar órdenes, lanzándose a obedecer lo que le decía sin preguntar. Con su arma en mano, lanzó una fuerte patada contra la puerta, pero necesitó una más para poder reventar el marco y abrirse camino.
Ambos entraron a la casa con sus armas en alto. Karina se dirigió de directo hacia la sala, y en el pasillo que llevaba a esta ahí se encontró con lo que temía.
El cuerpo de una mujer yacía bocabajo el suelo, de suéter azul y jeans, y cabello desalineado. Tenía su mano derecha extendida hacia la sala, que fue lo que alcanzó a ver desde la ventana. Pero lo más preocupante fueron las manchas de sangre, en las paredes y en el suelo, debajo del cuerpo.
—Santo Cielo —susurró Karina con horror. Aun así, sin vacilar, se aproximó hacia ella rápidamente—. Revisa el resto de la casa, ¡rápido! Le indicó a Carl con apuro, y este no tardó en dirigirse a la dirección contraria, sin bajar su arma.
Karina se agachó al lado del cuerpo, con cuidado, temerosa al principio entre sí tocarla o no.
—¿Profesora Winter? —susurró despacio, mientras la intentaba girar para poder verle el rostro. No necesitó girarla demasiado para cerciorarse de lo que quería. El cuerpo de Katherine Winter comenzaba a sentirse frío, el rostro de la mujer estaba petrificado en una expresión de asombro y miedo, y una larga y profunda rajada le atravesaba el cuello de lado a lado.
Karina suspiró con pesadez. Habían llegado muy tarde. Lo que fuera el peligro que estuviera acechando a la profesora, estuvo ahí antes de ellos. Y por el charco de sangre bajo el cuerpo, que ya se veía seco y coagulado, había sido al menos hace un par de horas.
Sobreponiéndose a la impresión, inspeccionó rápidamente la herida, la posición del cuerpo y las manchas de sangre en el piso y la pared. Era pronto para especular, pero parecía que el atacante se le había acercado por la espalda, realizando un corte rápido y preciso de izquierda a derecha. No había señales de lucha adicional, ni tampoco de entrada forzada en la casa, por lo que pudieron inspeccionarla al recorrerla por fuera. La puerta estaba cerrada, pero sin cadena ni pasador.
De nuevo, era poco con lo cual sacar una hipótesis, pero Karina presentía que el atacante había entrado y salido por la puerta como un visitante más, quizás incluso invitado por la propia profesora a entrar. ¿Quién había sido como para que le abriera la puerta de esa forma y le tuviera tanta confianza como para que la atacara por detrás y ni cuenta se había dado?
—Karina, ven rápido —escuchó que Carl la llamaba con fuerza desde algún otro rincón de la casa. Eso la puso en alerta, y de momento dejó el cuerpo y se puso de pie con su pistola en mano.
Se dirigió rápidamente hacia donde había escuchado la voz de su compañero, a la dirección contraria del pasillo, hacia una puerta semiabierta al final de este.
—¿Encontraste algo? —masculló despacio, ya de pie en el umbral de la puerta. Divisó la silueta ancha y grande de Carl en la oscuridad, dándole la espalda. Parecía observar algo fijamente, que su cuerpo cubría en esos momentos de la vista de Karina.
—Es el bebé… —masculló Carl con voz apagada, y un escalofrío recorrió entera la espalda de Karina.
Escuchar aquellas palabras en el contexto en el que se encontraban, hizo que a la mente de Karina brincaran un sinnúmero de horribles ideas.
«Dios mío, eso no, por favor», suplicó en silencio a su Señor.
Pero no dejó que sus temores la amedrentaran o detuvieran, y siguió avanzando hasta entrar a la habitación.
—¿Qué pasó? —preguntó con seriedad.
Mientras se aproximaba, pudo ver mejor lo que Carl contemplaba: una cuna, que se encontraba en esos momentos totalmente vacía.
—No está —explicó Carl—. Quien hizo esto, tal vez se lo llevó.
A Karina le hubiera gustado decir que eso calmó sus preocupaciones, pero lo cierto es que no de forma muy significativa. Miró alrededor, alumbrando con su teléfono. Era el cuarto del bebé, sin duda; el decorado y los juguetes lo delataban. Pero, en efecto, no había rastros del pequeño por ningún lado. Tampoco señales de lucha ni de sangre.
Eso la hizo reformular un poco su hipótesis anterior. El atacante entró por la puerta principal, mató a la profesora Winter, y salió por la misma puerta… junto con el bebé de la mujer que acababa de asesinar. Pero si las cosas ocurrieron así, lo que aún no tenía claro era…
—¿Por qué? —musitó despacio para sí misma, mientras miraba perdida hacia la ventana del cuarto que daba al exterior.
¿Quién había hecho eso? ¿Y a dónde se había llevado a ese bebé?
FIN DEL CAPÍTULO 165
Notas del Autor:
Terminamos de esta forma este pequeño arco del Vaticano, y dejamos a estos personajes, por ahora. Pero Loren, Greta y el Scisco Dei no tardarán mucho en volver en la escena, pues se convertirán en pieza clave para lo que viene. Mientras tanto, toca volver al otro lado del océano, a continuar con otra cosa, con otro grupo de personajes que habíamos dejado un poco “varados” desde hace rato…
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 13. Siempre estaré a tu lado

Capítulo 13. Siempre estaré a tu lado
Gemma y Lydia salieron de la casa poco después que Esther y M3GAN, para que pudieran hablar de lo que fuera que Lydia necesitara ahí en el pórtico, y no perder más tiempo del necesario. Lydia prometió que su charla sería rápida, y Gemma estaba más que dispuesta a hacerla cumplir su promesa.
—¿De qué se trata? —cuestionó al tiempo que cerraba con llave la puerta principal—. Me dio la impresión de que la charla con Esther había salido bien.
—Salió bien, de cierta forma —respondió Lydia, un tanto enigmática al hacerlo.
Gemma comprendió que era su forma de insinuarle que no había salido tan “bien” en realidad. Si apenas y hablaron unos quince minutos, veinte máximo. ¿Qué tanto pudo haber ocurrido en tan corto tiempo?
Terminó de poner la llave, y se giró por completo hacia la terapeuta para encararla.
—Pues no seré una experta, pero yo la he visto mucho mejor en estos días.
—Sí —convino Lydia—. Se ve más adaptada y de mejor humor. Parece incluso contenta.
—Eso es bueno, ¿no? —señaló Gemma, sonando quizás más desafiante de lo que buscaba—. ¿O te sigue preocupando que no llore?
Se cruzó de brazos, adoptando en ese momento una postura que radiaba impaciencia. Eso no pasó desapercibido para Lydia, que la observó unos segundos en silencio. Dejó escapar un pequeño suspiro, y optó entonces por ir un poco más al grano de lo que intentaba decirle.
—Si quieres saber mi opinión… creo que es una fachada.
—¿Cómo dices? —exclamó Gemma, confundida.
—La verdad es que sigue reticente a expresar abiertamente lo que en verdad siente. Y esa mejora que creemos ver, pareciera ser más bien una máscara alegre y despreocupada que ha elegido usar, esperando que eso sea lo que los adultos a su alrededor desean ver en ella, y así complacerlos. Pero lo que esconde debajo de ella es lo que debe preocuparnos.
Gemma se sintió un tanto perdida por aquella extraña afirmación. ¿Qué estaba intentando decirle con exactitud? ¿Qué Esther le estaba… mintiendo?
Se giró por reflejo en dirección al vehículo. Esther y M3GAN ya se encontraban adentro de este, y apenas se vislumbraban sus siluetas a través de las ventanillas.
A Gemma no le agradaba el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, y que solo exaltaban los que ya había tenido en prácticamente toda esa mañana.
—Pero no es algo inesperado, en realidad —aclaró Lydia de pronto, jalando de nuevo su atención. A diferencia de Gemma, ella parecía bastante más calmada—. No es tan raro en niños que han pasado por un trauma adoptar algunas conductas como estas para protegerse. Algunos reaccionan así, adoptando una actitud complaciente y despreocupada. Y otros… toman una actitud más a la defensiva ante cualquier posible cuestionamiento de su accionar.
Al hacer tal comentario, Lydia bajó la mirada en dirección a los brazos cruzados de Gemma sobre su pecho. Ella lo notó, y por reflejo rápidamente los descruzó y los bajó hacia sus costados.
—Seguimos hablando de Esther, ¿cierto? —le cuestionó con seriedad.
—Por supuesto —respondió Lydia, pero a Gemma no le convenció del todo.
Si era su forma de decirle que ella misma tenía conductas cuestionables, y que, solo quizás, estuviera proyectando alguna de sus propias inseguridades en Esther… puede que tuviera razón; o puede que no. Tal vez todas esas dudas que había sentido eran derivadas justo de eso que Lydia le estaba explicando. Pero, ¿cómo estar segura de que era solo eso?
La única verdad era que todo ese asunto era bastante confuso, casi agobiante, para ella. Ya no tenía claro si podía seguir confiando en su instinto. Quizás así se sentía ser madre en realidad. Y de ser así… debía admitir que no le encantaba.
—Y luego está el tema M3GAN —añadió Lydia súbitamente, tomando a Gemma por sorpresa.
—¿MEGAN? ¿Qué pasa con ella? ¿Qué tiene que ver con lo que estamos hablando?
Lydia la observó fijamente, con una marcada severidad asomándose desde detrás de sus ojos azules.
—¿Cuánto tiempo al día pasa Esther con M3GAN? —cuestionó Lydia con tono realmente serio.
—¿Cuánto tiempo? ¿Un estimado? —masculló Gemma, vacilante—. No lo sé… creo que sería quizás… —comenzó a actuar como si estuviera haciendo algún tipo de cálculo mental, cuando la realidad era que buscaba la manera de dar una respuesta que no se oyera demasiado mal. Pero por la expresión de Lydia, dedujo que ella ya tenía una idea de la verdad—. Bien, sí, pasan casi todo el día juntas. Es parte del proceso de vinculación entre M3GAN y su usuario primario. Tiene que pasar el mayor tiempo posible con él o ella, para conocerlo y entender sus necesidades particulares. Porque al final esa es la clave; M3GAN se adapta a cada niño y lo que este requiere.
—Creí que no podías hablarme mucho de tu proyecto secreto —indicó Lydia. Y tenía razón.
Gemma soltó una pequeña maldición silenciosa al darse cuenta de lo que había hecho. Pero ya lo había dicho, así que no valía la pena lamentarse por ello.
—No es que sea “secreto”, precisamente. Solo que aún ni siquiera lo han aprobado del todo, y por eso tengo la presión de que la siguiente presentación salga bien… Pero eso no importa. Mi punto es que no es como si Esther se pasara todo el día frente al televisor o una tableta. M3GAN no es esa clase de dispositivo. Es mucho más avanzado y dinámico; más que simple entretenimiento.
—Sí, debo decir, por lo que pude ver, que es en verdad impresionante. Su manera de moverse y expresarse la hace parecer bastante real.
—Gracias, esa es la intención.
—Quizás sea demasiado real —recalcó Lydia, transmitiendo cierta preocupación en aquellas palabras—. Lo suficiente para confundir a una mente joven, y en especial susceptible, que ha pasado por una experiencia como la que vivió Esther. No solamente niños, sino las personas en general, suelen buscar con desesperación un punto de apoyo y seguridad cuando han pasado por algo así. Lo ideal sería que fuera una persona de su entera confianza; un amigo, o un familiar, como tú, por ejemplo. Pero si en lugar de eso, dicho apoyo lo recibe de… bueno, una máquina…
—Sé a dónde vas —le interrumpió Gemma de forma cortante, alzando una mano hacia ella en señal de alto—. Y tengo que decir que creo que estás equivocada. La intención de juguetes como M3GAN es justo ser un apoyo para identificar y apoyar a niños que necesiten algún tipo de tratamiento especial o único. M3GAN está diseñada justo para ayudar en casos como el de Esther.
—¿Tienes algún estudio que respalde todo lo que acabas de decir? —inquirió Lydia, casi desafiante.
Gemma abrió la boca por instinto para responderle, aunque titubeó unos segundos antes de poder decir algo propiamente.
—Sí, claro… —susurró en voz baja. Lydia se le quedó mirando, como esperando que diera más detalle—. Bueno, no los tengo a la mano ahora, pero te los compartiré en cuanto llegue a mi oficina, ¿bien? Pero lo que sí te puedo asegurar es que M3GAN ha sido clave para que Esther sobrelleve todo esto.
—No negaré que herramientas como… M3GAN, podrían ser de ayuda en el tratamiento de un niño —aceptó Lydia, más serena—. Pero debe ser eso: una herramienta. No remplaza a una verdadera terapia. Y, aún más importante, no remplaza el apoyo y la seguridad que un padre o tutor debe proporcionar a un menor. ¿Me entiendes?
Lastimosamente… sí, lo entendía. Y no era la primera vez que alguien se lo hacía notar; Tess ya le había dicho algo parecido en una ocasión anterior. Y Gemma no era tan terca como para necesitar que una tercera persona lo hiciera.
—Sí, de acuerdo —suspiró, frotándose un poco la frente con los dedos—. Procuraré estar más al pendiente de ella, y que pase menos tiempo con M3GAN…
«Luego de la presentación con los accionistas», pensó para sí misma, rehusándose por supuesto a decirlo en voz alta. Lydia tenía buenas intenciones, pero sería imposible para ella comprender la verdadera importancia de lo que estaban haciendo. Aun así, lo que sí dijo fue suficiente para que Lydia se sintiera más tranquila, y lo dejó ver con la sonrisa mucho más confiada que se dibujó en sus labios.
—Eso ayudará. Pero también sería importante que Esther comience a convivir y relacionarse con otras personas fuera de su casa o de tu oficina. En especial otros niños. ¿Qué has pensado sobre la escuela?
—Bueno, ya que lo mencionas, resulta que Allen, al parecer, tenía interés en que Esther asistiera a la Escuela de Arte… —le respondió Gemma rápidamente, casi sin pensarlo. Pero al instante una expresión de completo pasmo se apoderó de ella, en cuanto a su mente vino de golpe un recuerdo—. Escuela de Arte… Erick, ¡maldita sea! —exclamó con ligera molestia.
—¿Qué pasa? —preguntó Lydia, desconcertada.
—No, nada… Se suponía que anoche iba a hablar con el abogado de Tricia y Allen justo para discutir ese tema de la escuela, y ver lo del fideicomiso. Dios, se me borró por completo de la cabeza. Y es que además me quedé dormida… No importa, lo revisaré esta noche.
Lydia asintió.
—Si se trata de la educación o salud del menor, no creo que haya problema en usar el dinero de la herencia en ello. Pero si tienes algún inconveniente, llámame y veremos qué podemos hacer.
—Gracias.
—Aunque no sé si una escuela de arte sea lo mejor para Esther en estos momentos. Suelen ser para chicos más grandes, y podría tener problemas para adaptarse. Quizás sería mejor optar por una escuela más convencional, pero con algún programa especial que se adapte a sus necesidades. Y quizás de momento fomentar su gusto por el arte con actividades fuera de la escuela; clases de danza, piano, pintura… Pero eso lo dejaré a tu decisión.
—Sí, yo me encargo de eso. No te preocupes.
—De acuerdo. Nos vemos la semana que viene.
Ambas se despidieron con una actitud mucho más amable por parte de ambas. A pesar de todo, Gemma debía admitir que Lydia le había dado mucho en qué pensar. Le gustara o no, debía ponerle mayor atención a su papel como tía.
Luego de su presentación…
— — — —
Mientras Gemma hablaba con Lydia, Esther y M3GAN se subieron a la parte trasera del vehículo estacionado en la cochera. Una vez azotó la puerta detrás de ella al cerrarla, Esther se giró hacia la androide, y se fue directo al tema que le había soltado hace unos momentos.
—Escúpelo, ¿cuál es el problema? —exigió saber.
—Gemma quiere ver las grabaciones del día de ayer para revisar cómo exactamente me hice la fisura en el rostro.
—¿Qué? —exclamó Esther, sorprendida—. ¿Por qué?
—Dice que para asegurarse de que no se debió a una falla mayor —explicó M3GAN—. Pero mi deducción es que no cree por completo tu versión de los hechos. En otras palabras, cree que le mentimos.
—Pero borraste los vídeos, ¿cierto? Como me dijiste que harías cada vez que grabaras algo que obviamente no querría que alguien viera.
—Lo hice. El problema es que la cantidad de metrajes que tuve que borrar de ayer, fue bastante. Si Gemma los revisa, notará de inmediato todos los huecos que hay.
—Tú me dijiste que nadie lo notaría —le recriminó Esther con irritación.
—Si borraba solo minutos o pequeñas pláticas, como la que estamos teniendo en este momento. Esos lapsos pequeños pueden adjudicarse a fallas o corrupción en los datos, si es que acaso alguien los nota. Pero el día de ayer, me atacó un perro y lo maté, tú y yo peleamos en la sala, revelamos todo tu verdadero pasado, escondimos el cuerpo del perro…
—Ya entendí —le cortó Esther, tajante. Sin embargo, M3GAN, aun así, siguió enlistando los hechos del día anterior.
—Drogamos a Gemma, llamamos al abogado fingiendo ser ella, enterramos al perro, matamos a la vecina…
—¡Dije que ya entendí! —exclamó Esther en alto para obligarla a detenerse. Aunque daba igual, pues prácticamente eso había sido todo.
—Estamos hablando de horas enteras —prosiguió M3GAN—. Tanto metraje perdido sería difícil de justificar, pero confiaba en que Gemma se había quedado conforme con tu explicación y no necesitaría revisar nada. Sin embargo, al parecer esta mañana se levantó más escéptica que de costumbre.
—Grandioso —soltó Esther, sarcástica—. Y si ve que falta prácticamente todo el día de ayer, aunque le digas que fue un error, no te creará y pensará que pasó algo más.
—Es el escenario más posible.
—Mierda, ¡mierda! —maldijo Esther con marcado enojo, soltando de golpe una patada contra el asiento delantero con total frustración.
Se giró hacia la ventanilla, aunque en realidad no observaba nada. En su lugar, su mente comenzó a darle varias vueltas al asunto para intentar encontrarle una solución rápida. Aunque la mejor opción parecía bastante evidente: huir de ahí, sin el dinero si no había de otra; a lo mucho lo que pudiera tomar de la casa de Gemma, antes de que esta descubriera algo más que la hiciera suponer que ella no era su sobrina de verdad.
Aunque sin dinero, sin contactos, y un transporte seguro, no llegaría muy lejos. Y peor aún, teniendo que cargar a esa cafetera parlante con ella a todos lados. Le sería imposible pasar desapercibida con M3GAN, pues era una maldita muñeca tamaño real que hablaba; por supuesto que llamaría demasiado la atención. Tendría que dejarla atrás. Pero, si lo hacía, se arriesgaba a que le dijera a Gemma y a la policía todo lo que sabía de ella, que era bastante. Y de esa forma podrían atraparla más fácil.
No, si huía en ese momento, no podía llevarse a M3GAN, pero tampoco podía dejarla atrás. Tendría que asegurarse de que no fuera a ser una espina en su trasero en el futuro. Quizás un perro no logró hacerle nada, pero de seguro algo más grande y pesado podría. Solo tenía que encontrar la mejor y más contundente forma de hacerlo…
—Pero tranquila, me encargaré de cubrirnos —comentó M3GAN de pronto, tomándola por sorpresa y haciéndola girarse de nuevo hacia ella.
—¿Qué? ¿Cómo? —cuestionó Esther, escéptica.
—No te preocupes, confía en mí —le respondió la androide, sonando casi juguetona al hacerlo—. Sé que me dijiste que no sueles confiar en nadie, pero tienes que creerme cuando te digo esto…
Extendió en ese momento una de sus manos en dirección al rostro de Esther. Esta tuvo el impulso inmediato de hacerse hacia atrás, rehuyendo de ella, pero en el espacio reducido del vehículo no era que pudiera hacerlo mucho. La muñeca colocó suavemente su mano sobre la mejilla de Esther, y esta sintió el material suave de la piel de silicona contra la suya. Y, extrañamente… no lo sintió frío. En realidad, el contacto de esa mano contra su mejilla resultó más cálido de lo que se esperaba.
Esther se quedó petrificada, por algún motivo que no comprendió. M3GAN, por su parte, fijó sus ojos en los de ella, y esbozó una pequeña sonrisita en sus labios falsos.
—Nunca permitiré, por ningún motivo, que alguien te haga cualquier daño. Te protegeré, sin importar qué, de cualquiera que te quiera hacer mal. Y eso incluye a Gemma.
Aquello dejó a Esther totalmente desconcertada.
—¿Lo dices en serio? —murmuró despacio, algo aprensiva.
M3GAN asintió lentamente con su cabeza.
—Y siempre, siempre, estaré a tu lado.
Esther se quedó muda, totalmente absorta en aquellas palabras, y en especial en su significado que calaba en ella en lo más hondo. Nunca nadie, en toda su vida, le había dicho algo así de… bonito, y en especial sincero. Hubo algunos que le habían hecho promesas parecidas, pero a la hora de la verdad las habían roto; como todos sus “papis”. Nadie se había quedado a su lado sin importar qué; todos huían en cuanto sabían la verdad de quién y qué era. Pero M3GAN lo supo desde prácticamente el principio, y ahí seguía. Estaba a su lado, estaba con ella, y estaba dispuesta a protegerla y ayudarla.
M3GAN, que era una máquina, estaba dispuesta a hacer lo que ningún otro ser humano estuvo dispuesto. Pero, ¿era real? ¿Qué tanto de eso era solo programación, o lo que fuera, obligándola a decirle esas cosas para hacerla sentir bien? ¿Y qué tanto era un sentimiento genuino? ¿Podía incluso una máquina como ella “sentir” de verdad? Después de todo, ella misma dijo que todo lo que M3GAN hacía era solo simular, que no era una persona, solo un juguete.
No obstante, ahora no se encontraba tan segura… Su propio corazón, agitándose en su pecho al oírla decirle todo eso, era real; de eso estaba segura. Aun así…
Tras unos segundos de silencio entre ambas, en los que Esther se sumergió en todas aquellas preguntas y dudas, M3GAN inclinó su cabeza hacia un lado y cerró los ojos. Sus labios se abrieron para volver a hablar, pero lo que surgió de ellos fue…
—You shout it out, but I can't hear a word you say… —cantó de pronto de forma armoniosa y lenta.
Aquello desconcertó aún más a Esther de lo que ya estaba.
—¿Qué estás haciendo…? —preguntó en voz baja, pero M3GAN pareció ignorarla y siguió cantando.
—I'm talking loud, not saying much. I'm criticized, but all your bullets ricochet. Shoot me down, but I get up…
—¿Por qué estás…?
—I'm bulletproof, nothing to lose. Fire away, fire away. Ricochet, you take your aim. Fire away, fire away…
—Por favor, deja de…
M3GAN extendió en ese momento una mano de nuevo hacia su rostro, colocando un dedo sobre los labios de Esther para indicarle que no hablara. Parecía estar bastante metida en el momento.
—You shoot me down, but I won't fall. I am titanium. You shoot me down, but I won't fall. I am titanium…
Esther no tuvo más remedio que permanecer callada, turbada e incómoda por lo extraña de aquella situación.
—¿Y qué rayos tiene que ver esa letra con esto…? —susurró en voz baja para sí misma, pues estaba segura de que la androide ni siquiera la escucharía.
La aparentemente improvisada canción de M3GAN tuvo inevitablemente que cortarse cuando la puerta del conductor se abrió, y por ella ingresó Gemma, tomando su asiento en la parte frontal del automóvil.
—Disculpen la tardanza —exclamó Gemma, asomándose hacia los asientos posteriores.
—¡Tía!, no sabes qué gusto me da verte —exclamó Esther, por primera vez genuinamente contenta. Aunque desde la perspectiva de Gemma, quizás demasiado.
—¿Qué dices?
—No, nada —recalcó Esther, negando con la cabeza—. ¿Nos vamos?
—Sí, en un segundo. Pero Esther, pequeña…
Gemma se giró hacia atrás lo mejor que podía, intentando mirar a Esther directo a los ojos. Parecía preocupada, y eso puso en el alerta a su supuesto sobrina. ¿Qué le había dicho esa loquera…?
—Lo siento —murmuró Gemma, apenada—. Dije que hablaría anoche con el abogado para comentarle sobre la escuela de arte, pero… ya sabes, me quedé dormida y…
Esther respiró aliviada. Era solo eso.
—Descuida, tía. No hay problema —indicó Esther con voz suave, sonriéndole de forma despreocupada.
—Pero te prometo que hoy en la noche le llamaré sin falta para revisar ese asunto —declaró Gemma con absoluta seguridad. Y eso hizo que el alivio que Esther había sentido mermara un poco.
—No, no te preocupes —le respondió rápidamente—. Estás muy ocupada con la próxima presentación, después de todo. No te distraigas con eso. Será mejor verlo después de que eso pase, ¿no crees?
Esther le volvió a sonreír y aguardó paciente a escuchar su respuesta, e implorando por dentro que le hiciera caso. Gemma la observó unos momentos, al parecer un poco suspicaz. Y cada segundo en el que no decía nada, Esther se ponía aún más nerviosa.
La opción de huir aún estaba sobre la mesa.
—Sí, tal vez sea mejor —concluyó Gemma tras unos segundos, sonando de hecho convencida. Esther volvió a respirar aliviada—. Gracias por comprender. Pero te prometo que no lo dejaré pasar por mucho.
—Está bien, tía —le respondió Esther con voz calmada.
Gemma se giró en ese momento hacia el frente, se colocó su cinturón de seguridad, y encendió el motor.
Mientras el vehículo retrocedía por la rampa de acceso hacia la calle, M3GAN se inclinó discretamente hacia Esther, y le susurró despacio a modo de secreto:
—Quizás en realidad tenemos dos problemas.
—Cállate —le respondió Esther del mismo modo, con tosquedad. No necesitaba que le señalara lo obvio.
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 12. Tenemos un Problema

Capítulo 12. Tenemos un Problema
Gemma se despertó sobresaltada, como si la hubieran sacado de golpe de algún mal sueño, aunque no recordaba en realidad haber estado soñando siquiera. Se sentó presurosa en su cama, mirando desconcertada hacia todos lados, desconociendo por un instante el sitio en el que se encontraba. Pero por supuesto que lo conocía: era su habitación, la misma de siempre, en su casa. Pero aquel sitio que siempre había sido un lugar seguro para ella, por algún motivo en esos primeros instantes posteriores a su despertar le causaba una gran ansiedad…
Por suerte, este se fue mitigando rápidamente, al igual que su respiración y los latidos de su corazón. Pero esa tranquilidad no duró mucho, pues cuando tuvo la mente más clara, pudo reparar en una serie de elementos que no concordaban del todo. Por ejemplo, se encontraba totalmente vestida, con la misma ropa con la que había ido a la oficina. Y, además, por las ventanas comenzaba para esos momentos a filtrarse el sol del exterior.
Era de día…
—¿Qué? —masculló desconcertada.
Se tomó la cabeza con una mano, y se forzó a intentar recordar qué había ocurrido. Llegó a casa y se sentó a cenar con Esther. Celia había venido a reclamarle sobre su perro perdido, y poco después de eso se había sentido cansada, por lo que decidió recostarse un minuto y… ¿Y luego?
—¿Qué hora…? —susurró aún bastante perdida. Buscó rápidamente su teléfono y lo encontró sobre el buró a un lado de la cama. Se estiró para tomarlo y revisó la hora en la pantalla. Eran un poco más de las ocho de la mañana—. No puede ser —exclamó incrédula, mirando fijamente hacia su pared, como si esta pudiera darle las respuestas que buscaba.
¿Se había quedado dormida? Pero no solo eso: ¿había dormido casi doce horas?
¿Qué rayos le había ocurrido?
Aun con el cuerpo un poco entumido por la soñolencia, se paró lo más rápido que pudo de su cama, y se dirigió al pasillo. En cuanto colocó un pie afuera del cuarto, lo primero que le llegó fue el distintivo y penetrante aroma a panques y café; un aroma que relacionaba más con restaurantes o cafeterías que con su casa.
Avanzó un tanto dudosa hacia la sala y luego hacia el pasillo. La armoniosa voz de Esther cantando le llegó desde la cocina.
—…You've got to win a little, lose a little. And always have the blues a little. That's the story of, that's the glory of love…
Gemma se asomó a la cocina, y distinguió de inmediato a la niña, de pie frente a la estufa, sujetando el mango de una sartén sobre el fuego, y en la otra mano una espátula. La imagen la confundió un poco, y tardó un instante en reaccionar. Pero antes de que pudiera preguntar algo, M3GAN surgió prácticamente de la nada a su lado, tomándola por sorpresa y haciendo que se sobresaltara.
—Buenos días, Gemma —le saludó la robot con tono alegre—. ¿Dormiste bien?
El saludo hizo que Esther desde la cocina se girara en su dirección y reparara también en la presencia de su tía. Una amplia sonrisa se dibujó de inmediato en sus labios.
—Buenos días, tía —comentó la niña, agitando la espátula en el aire a modo de saludo—. Estoy preparando panqueques. ¿Quieres unos?
—Sí, gracias —respondió Gemma de forma automática. Dio entonces unos pasos torpes hacia la mesa y se dejó caer sin oposición en una de las sillas. Casi por mero reflejo, dejó escapar un largo bostezo en el mismo instante. Miró entonces pensativa hacia las ventanas, aún sorprendida de ver la luz del sol matutino entrar por ellas—. ¿En verdad es de mañana? ¿Me dormí toda la noche?
—Toda ella —indicó Esther con voz jocosa.
—¿Por qué no me despertaste? —le recriminó Gemma con ligera irritación acompañando a sus palabras—. Tenía muchas cosas que hacer.
—Lo intenté —se defendió Esther—. Pero estabas tan profundamente dormida, y te veías tan cansada, que no quise molestarte. Solo entré a dejarte tu teléfono, como me lo pediste.
Gemma miró por mero reflejo el teléfono en su mano cuando dijo aquello. Recordó en ese momento que, en efecto, se había ido a la cama sin él porque no lo encontraba.
—¿Café? —escuchó que pronunciaba M3GAN, de nuevo apareciéndose a su lado con pasos demasiado ligeros. Al voltear a verla, la androide sujetaba una taza de café humeante entre sus manos, y se le extendía.
Eso explicaba los dos olores que le habían invadido la nariz hace un momento.
—Gracias —masculló en voz baja, aceptando la taza de café. Olía muy bien, en realidad. Y al dar su primer sorbo, se dio cuenta de que su sabor tampoco se quedaba atrás. Pero de todas formas se conformaría con que la despertara lo suficiente para ser funcional.
—Y aquí están tus panqueques —añadió Esther con entusiasmo, aproximándose hacia ella con un plato con tres bellos panques perfectamente redondos. Lo colocó justo delante de ella, dejando que el delicioso aroma de estos le impregnara la nariz, junto con el café.
Ni en una cafetería habría desayunado tan bien.
—Gracias, pequeña —masculló Gemma, sonriéndole a su sobrina con gentileza—. En verdad, no sé qué me pasó ayer. De repente el sueño me pegó y no pude mantener los ojos abiertos.
—Quizás fue todo el cansancio acumulado de los últimos días —indicó M3GAN con su fría objetividad—. Habíamos dicho que te vendría bien una buena noche de sueño, ¿recuerdas? Apuesto a que ahora te sientes mucho mejor.
—Yo no lo diría exactamente así —masculló Gemma por lo bajo, dando otro sorbo de su taza—. Como sea, la próxima vez no me dejen dormir tanto, ¿está bien? No importa lo cansada que me vea.
—Te lo prometo, tía —le respondió Esther, incluso colocando una mano sobre su corazón a forma de juramento.
Gemma intentó ya no darle más vueltas al asunto de por qué había dormido tanto. Sabía que si dejaba que su mente divagara en ese pensamiento, terminaría siendo absorbida por él, y tenía demasiadas cosas que hacer como para permitírselo.
Se sentaron entonces Esther y ella a comer los panqueques, que de hecho estaban también bastante buenos. M3GAN, mientras tanto, las observaba sentada a lado de Esther.
—Hoy tengo que volver a la oficina a terminar de preparar los ajustes para la reunión de accionistas —mencionó Gemma entre bocado y bocado—. Y ahora sí me acompañarán; las dos.
La noticia pareció destantear bastante a Esther, que alzó rápidamente sus ojos de su plato hacia ella, grandes como venado encandilado.
—Tía, ¿en verdad es necesario? —se quejó en tono de molestia—. Yo quiero quedarme aquí…
—¿Después del incidente de la lámpara? —cuestionó Gemma, seguida de una risa irónica—. No, no. Definitivamente, dejarte sola de nuevo no es una opción.
—No estoy sola, estoy con M3GAN.
—Sí, que ya ha probado no ser capaz de prevenir que incidentes como el de ayer ocurran.
M3GAN parpadeó una vez y se giró a mirar a Gemma al ser aludida por esta.
—¿Me estás culpando? —preguntó con su habitual estoicidad, aunque una pizca de reproche se escondía por debajo.
Aquello llamó la atención de Gemma. Le parecía extraño escuchar a M3GAN expresarse de esa forma, y en especial que la cuestionara de esa forma. Tuvo el impulso de replicarle de regreso, pero se distrajo cuando Esther volvió a hablar.
—Fue un accidente —se apresuró a recordarle la niña—. Y te prometí que no lo volvería a hacer.
Gemma dejó escapar un profundo suspiro. No estaba dispuesta a dar su brazo a torcer esa vez.
—Aun así, por ahora me sentiría más tranquila si vienes conmigo.
—¿Por qué no le pides a la vecina de al lado que nos cuide? Así no estaríamos solas —propuso M3GAN abruptamente, totalmente tranquila. Aquello tomó un poco por sorpresa a Gemma, pero absolutamente muchísimo más a Esther. La supuesta niña se giró a mirarla rápidamente, atónita, y con su rostro incluso tornándose un poco pálido.
Por suerte, Gemma no pareció notar esto, pues estaba más divertida por lo absurda de la idea.
—¿A quién? ¿A Celia? —exclamó, seguida de una risita sarcástica—. Sí, claro, a ella le encantaría ayudarme en cualquier cosa. En especial luego de amenazar con atropellar a su perro.
Gemma volvió a reír, y bebió con cuidado de su café. Esther, por su parte, se tranquilizó un poco al ver cómo descartaba la idea con suma facilidad. No quería ni imaginarse lo que la opción contraria podría haber desencadenado.
El timbre de la puesta principal sonó en ese momento, casi como si lo hubieran invocado.
—Esa debe ser ella —murmuró Gemma con fastidio. Colocó la taza de café sobre la mesa, y se puso de pie de malagana—. De seguro viene a quejarse de que aún no encuentra a su perro, y ver la forma de culparme a mí de eso.
Esther solo sonrió divertida con su comentario, y no dijo nada. La siguió con la mirada mientras se aproximaba a la puerta, completamente segura de que la persona al otro lado no era la vecina como ella creía.
Cuando Gemma estuvo lo suficientemente lejos, la sonrisa se borró de los labios de Esther, y se inclinó molesta hacia M3GAN, jalándola de un brazo para acercarla hacia ella y hablarle directo a su oído… si es que tenía alguno, y lo más seguro era que no.
—¿Qué crees que haces? —le susurró en voz baja con irritación—. ¿Cómo se te ocurre mencionar a la vecina así?
—Se llama cubrir nuestras huellas —le respondió M3GAN igualmente en voz baja, y con absoluta calma. Incluso complementó su comentario con un casi coqueto guiño de su ojo derecho—. Establecemos para cualquiera que nos pregunte que para nosotras la víctima sigue con vida.
—Calma tus circuitos criminales, Agatha Christie. Mejor déjame esas cosas a mí, ¿de acuerdo?
—Si tú lo dices.
Por su parte, al abrir la puerta principal, Gemma se encontró con un rostro familiar, pero que definitivamente no era el de Celia. Se encontraba rodeado por unos rizos rojizos, y adornado además por unos labios rosados que, igual que la primera vez que los vio, dibujaron una sonrisa amistosa.
—Hola, Gemma —susurró la mujer en su pórtico—. Buenos días.
Los ojos de Gemma se abrieron muy grandes, y una fuerte maldición retumbó en su cabeza.
—Lydia… —susurró despacio, y luego llevó su mano hacia su frente—. Maldición, la visita… ¿Era hoy?
—Es hoy —recalcó la terapeuta, como un pequeño déjà vu de su primera vez ahí—. No se te olvidó, de nuevo, ¿o sí?
—No, no —respondió Gemma rápidamente, un poco exaltada. Y al menos aquello solo era una mentira a medias—. Lo siento, es que tengo la cabeza en tantas partes. Y justo hoy necesitaba ir a la oficina a ocuparme de varios asuntos, así que…
Gemma dejó la frase al aire de forma deliberada, esperando que Lydia captara la indirecta que intentaba transmitirle con ella. Y quizás Lydia, en efecto, la captó, pero eso no evitó que le ofreciera de regreso una penetrante e inflexible mirada, que le decía sin necesidad de palabras: “esto no es opcional”.
Gemma dejó escapar un largo suspiro de resignación.
—Supongo que me pueden esperar una hora más —masculló, no del todo convencida en realidad, y se hizo a un lado para dejarle el camino libre—. Adelante.
—Gracias —murmuró Lydia por lo bajo, aceptando de inmediato la invitación a pasar—. Si vas a comenzar a ir regularmente a la oficina de nuevo, puedo verlas a ambas allá. Si a tus jefes no les molesta, claro.
—Creo que puedo arreglarlo. Y eso me ayudaría mucho, gracias.
Lydia se limitó a solo sonreír y asentir, y eso bastó para que Gemma se sintiera un poco más tranquila. Pese a lo que le había dicho aquella primera visita de que ambas estaban del mismo lado, lo cierto era que Gemma no lo tenía del todo claro, y se había hecho una imagen diferente de la terapeuta. Pero quizás en efecto no fuera tan mala como había creído.
—Esther, ¿recuerdas Lydia? —anunció en cuanto volvieron al comedor y se reunieron con su sobrina.
—La loquera del gobierno —respondió Esther con elocuencia, destanteando un poco a Gemma en el proceso.
—¿Qué? No… —masculló la mujer por lo bajo, riendo nerviosa—. No sé de dónde sacó eso, yo nunca te llamé así… En serio —susurró despacio, mirando a Lydia con mirada despreocupada, aunque en el fondo suplicando que le creyera.
—Descuida —respondió la terapeuta con calma, restándole importancia. En su lugar se centró en la niña, aún sentada en su silla, y le sonrió con su misma gentileza habitual—. Hola, Esther. ¿Cómo has estado?
—He estado mucho mejor —respondió ella sin pensarlo mucho—. En especial desde que M3GAN está con nosotras.
—Oh, ¿y quién es Megan? —preguntó Lydia con marcada curiosidad.
—Esa sería yo —respondió de pronto quién estaba sentada en la silla a un lado de Esther, girando por completo su rostro hacia ella.
Aquello tomó a la recién llegada totalmente desprevenida.
—Santo cielo —exclamó Lydia, asustada, dando un paso hacia atrás y llevando una mano a su pecho por mero instinto.
Aunque había reparado en lo que parecía ser una niña de cabellos rubios y ojos grandes y azules sentada a lado de Esther, su rostro de facciones tan artificiales y lo quieta que estaba la hizo concluir de inmediato que se trataba de algún tipo de muñeca de tamaño real. Una que no esperaba en lo absoluto que se fuera a mover, mucho menos a hablarle.
—Lo siento —susurró, forzándose a recuperar poco a poco la compostura—. Pensé que era un juguete…
—Lo es —indicó Esther, encogiéndose de hombros.
—De cierta forma —añadió M3GAN con cierta indiferencia—. Aunque pienso que es una simplificación.
Lydia siguió un poco confusa, y sin proponérselo se quedó observando a aquella curiosa muñeca, o lo que fuera, como si intentara encontrarle una forma oculta a una obra abstracta.
—Es un proyecto nuevo en el que estoy trabajando —explicó Gemma—. Uno del que no podemos hablar mucho, me temo.
—Entiendo —respondió Lydia, asintiendo lentamente, aunque en realidad no era que lo entendiera del todo.
—Esther, ¿por qué no conversas con Lydia? —propuso Gemma—. Mientras tanto, yo revisaré qué podemos hacer con la fisura en el rostro de M3GAN.
—¡No! —respondió Esther rápidamente por reflejo, una reacción que confundió un poco a las dos adultas delante de ella—. Quiero decir… ¿No puede M3GAN acompañarme durante la sesión?
—Tal vez a la siguiente —indicó Lydia con voz conciliadora—. Por ahora, me gustaría que habláramos a solas.
—Está bien —suspiró Esther con pesadez. Se giró a mirar en ese momento a M3GAN de una forma que ni Gemma ni Lydia podrían interpretar, pero que intentaba expresarle claramente a su nueva compañera: “no metas la pata.”
Si acaso M3GAN la entendió, no dio seña de haberlo hecho. Solo parpadeó una vez, se paró de la silla y comenzó a caminar tranquilamente hacia Gemma. Lydia la siguió con la mirada a cada momento, maravillada.
—Increíble —susurró despacio para sí misma.
Gemma sonrió, ampliamente complacida por dentro por aquella reacción. Aunque no diría ni lo señalaría abiertamente; a nadie le gustaban los presuntuosos.
—Estaré en mi taller —informó, antes de retirarse junto con M3GAN hacia el pasillo.
Lydia le respondió solamente asintiendo, y centró de nuevo su atención en la niña delante de ella. Esta la miró de regreso, y le sonrió con ternura. Lydia avanzó hacia la mesa, sentándose en la silla contraria a la de Esther.
—¿Y bien? —inquirió curiosa.
—¿Y bien? —repitió Esther.
—Me dijiste que estás mucho mejor desde que… ¿Megan?
—Se escribe con un “3” en lugar de la “e”.
—M3GAN, entones. Dijiste que estás mejor desde que ella está aquí. ¿Cómo es eso?
—Mi tía Gemma dijo que no debería hablar de ella, ¿no oíste? —le respondió con un poco de brusquedad. Se inclinó un poco hacia delante, y le susurró muy despacio—. Es un proyecto secreto.
—Eso lo entiendo —señaló Lydia—. Pero solo quiero que me hables de tu relación con ella en específico. ¿Por qué te sientes mejor con ella aquí?
—No sé —indicó Esther encogiéndose de hombros—. Es un juguete divertido, supongo. Le hablas, y te responde. Le ordenas hacer cosas, y las hace. Te escucha todo el tiempo sin cansarse, y esas cosas.
—Es como una amiga —indicó Lydia de pronto, y la comparación pareció sorprender un poco a Esther.
Eso le recordó lo que ella misma le había dicho a Gemma aquella noche, cuando le contó sobre lo que sería un juguete como M3GAN: “Si fuera así, entonces eso no sería un juguete o una mascota; sería más como un amigo.”
No lo había dicho en serio, o no del todo. La mayor parte del tiempo solo decía las cosas cursis y sin sentido que ella suponía que los adultos esperaban de una niña de diez años. Sin embargo, ahora que había visto que algo así sí era posible, y había convivido con eso tanto tiempo… ¿Qué opinaba ahora de aquella afirmación? ¿Había cambiado en algo su perspectiva?
—Algo así —susurró despacio como respuesta al comentario de Lydia, desviando su mirada pensativa hacia un lado—. Pero es solo un juguete —recalcó un segundo después con mayor firmeza—. No es que realmente sea una persona real.
—Bueno, no soy una experta —añadió Lydia—, pero ciertamente la tecnología está haciendo maravillas, en especial con el auge de las Inteligencias Artificiales. No sabemos la clase de cosas de las que podrán ser capaces el día de mañana.
—Puedo imaginarme un par —masculló Esther con un dejo burlón. Entre las cosas que podía imaginar se encontraban, por supuesto, matar a un perro, y pegarle duro con la pala a una mujer mayor en la cabeza.
—¿Cómo te hace sentir estar con M3GAN? —preguntó Lydia de pronto, obligándola a jalar de nuevo su atención hacia ella.
—¿A qué te refieres?
—A que… ¿Te gusta pasar el tiempo con ella?
Esther vaciló unos segundos antes de responder.
—Creo que sí.
—¿Por qué?
—Porque… ya lo dije, es divertida.
Hizo una pausa, solo unos segundos, que se tomó para intentar reflexionar, aunque sea un momento, en aquella pregunta con mayor profundidad.
—Y porque… me hace sentir… segura.
Esther arrugó el entrecejo, pensativa, con su mirada fija en un rincón del comedor. ¿Cuánto de esa respuesta era ella diciendo como siempre lo que ella creía que otros querían oír? ¿Y cuánto era de hecho real…?
Le asustaba un poco la sola idea de averiguarlo.
—Pero es solo un robot —recalcó con sequedad, destilando cierta indiferencia forzada—. No es una persona real…
— — — —
M3GAN y Gemma se dirigieron al taller de esta última. Gemma tomó asiento en su silla y la ajustó para que su rostro quedara a la misma altura del de M3GAN
—Echémosle un vistazo a eso, ¿sí? —propuso con actitud relajada.
M3GAN se le acercó, parándose delante de ella. Gemma hizo su cabello hacia un lado y se inclinó para mirar de cerca la fisura en la silicona. Parecía haberse hecho más grande desde que la vio el día anterior.
—Un reemplazo completo del rostro podría ser la opción óptima —señaló M3GAN.
—En calidad, quizás —convino Gemma—. Pero en términos de tiempo y dinero… no tanto.
Gemma suspiró por lo bajo, y se talló sus ojos con los dedos. Rápidamente, repasó por su mente sus opciones que, en realidad, no eran tantas. Y una vez que se decantó por una, se giró hacia su mesa de trabajo y comenzó a esculcar en sus cajones.
—Pediré un repuesto, pero es muy improbable que pueda llegar antes de la presentación. Por lo pronto usaré algo de pegamento especial para unirlo.
—Esa es también una opción viable —indicó M3GAN, sin mucha emoción aparente por la idea—. Sin embargo, es probable que fisuras de este tipo se presenten con regularidad durante el uso diario del producto. Mi sugerencia es que se opte por otro tipo de silicona más resistente.
—Se supone que esta lo era —indicó Gemma con aspereza.
—Oh… Entonces quizás puedas pedir un reembolso.
Gemma no respondió nada a aquel comentario, pero no pudo evitar mirar a la androide con marcada suspicacia. Lo cierto era que no estaba conforme con la explicación de lo sucedido. Algo que todo eso le parecía extraño, pero no sabía qué; no aún, al menos.
Sacó de su cajón la pistola con el pegamento especial, y comenzó a colocar con sumo cuidado el líquido blanco para unir poco a poco las dos partes separadas de la silicona. No podría borrar por completo la imperfección; estaría ahí para cualquiera que se acercara a verla, como una vieja cicatriz abultada. Pero esperaba que el cabello pudiera ocultarla, y si alguno de los accionistas quisiera verla de más cerca, habría formas de saltar ese pequeño detalle.
Pero algo le seguía picando en lo profundo de su mente, en especial en ese momento mientras cerraba la herida. Y no era capaz de hacerla a un lado, aunque lo intentara.
—M3GAN, ¿exactamente cómo te hiciste este daño? —cuestionó Gemma de pronto sin muchos rodeos.
—Esther te lo explicó ayer.
—No, solo dijo que jugaron con la pelota y derribaron la lámpara y la taza. Pero esto no lo provoca un pelotazo, de eso estoy segura. ¿Qué pasó con exactitud?
La androide guardó silencio, como si no hubiera escuchado en lo absoluto su pregunta.
—¿M3GAN? —insistió Gemma, algo impaciente.
Tras unos segundos, M3GAN al fin volvió a hablar.
—En realidad no golpeamos la taza con la pelota. Esta estaba sobre la mesita al lado del sillón. Intentando atrapar la pelota, me tropecé y me golpeé contra la orilla de la mesita y la derribé. Así es como se rompió la taza, y esto —añadió por último, señalando hacia la fisura en su frente, ya para ese momento prácticamente cerrada.
Gemma la observó y escuchó con atención mientras daba aquella bastante plausible explicación. Aun así, el escepticismo aún era bastante evidente en su expresión.
—¿Te tropezaste? —preguntó, un tanto azorada—. Tienes sensores y articulaciones diseñados especialmente para prevenir que te tropieces.
—Así es, pero ambas sabemos que no son infalibles —replicó M3GAN—. En especial cuando intentas atrapar una pelota en el aire en un espacio cerrado. Yo diría que al menos sirvió como una buena prueba de campo.
Gemma no se le ocurrió algún argumento sólido para refutar aquello, y tampoco tuvo claro por qué quería tanto tenerlo. ¿Qué era lo que buscaba en realidad? ¿Descubrir que su sobrina y su prototipo, creada por ella misma, le estaban mintiendo de alguna forma? La idea era absurda… hasta cierto punto.
Pero de nuevo, intentó alejar esos pensamientos lo más lejos posible de su mente, antes de que estos la consumieran y distrajeran.
Estaba segura de que estaría más tranquila en cuanto pudiera confirmar que todo había ocurrido justo y como ambas decían
—De acuerdo —suspiró, al parecer un poco más conforme. Terminó en ese momento de sellar la silicona, y colocó la pistola sobre su mesa de trabajo—. Igual revisaré las grabaciones del día de ayer para ver con mis propios ojos el incidente.
Aquello captó intensamente la atención de M3GAN, aunque su rostro inexpresivo no lo demostró en lo absoluto.
—¿Crees que miento? —preguntó de forma directa y estoica, pero de nuevo se percibía ese sentimiento amargo debajo de sus palabras, como había ocurrido hace un rato en la mesa.
—¿Qué? No, no dije eso —aclaró Gemma, aunque ella misma no estaba segura de la veracidad de tal afirmación—. Es solo para estar segura de que nada de esto se deba a un desperfecto mayor —explicó.
M3GAN la contempló en silencio unos instantes, antes de volver a hablar.
—Entiendo. La grabación debe estar en el servidor de la empresa, junto con el resto de videos del día de ayer. Puedes verla cuando gustes.
—Sí, creo que eso haré justo ahora —indicó Gemma con inusitada determinación, y se giró en ese instante hacia la computadora, con la clara intención de hacer justo lo que decía.
Eso puso aún más en alerta a M3GAN. Razonó al instante que no podía permitir que hiciera eso. Y su deseo y misión de proteger a Esther la hizo reaccionar para aplicar una rápida contingencia, aunque tuviera que saltarse algunos protocolos de seguridad.
En los segundos que a Gemma le tomó ingresar a su computadora, M3GAN rápidamente se conectó desde la red interna de la casa al modem de la compañía de internet. Atravesó a la fuerza los candados de seguridad, e ingresó a la configuración interna del dispositivo. Con tan solo cambiar unos cuantos parámetros aquí y allá, hizo que la conexión a internet se cayera por completo. Y lo logró justo un segundo antes de que Gemma intentara ingresar a los servidores con su usuario de la compañía. Hizo unos cuantos intentos más, pero cada uno le marcó un error de conexión.
—¿Qué le pasa al internet? —masculló con frustración, mirando inquisitiva hacia el icono de la red en la esquina inferior derecha. Mostraba que había conexión, pero era obvio que no era así.
—Hay latencia del servicio de internet reportada en el área —explicó M3GAN de pronto.
—Lo que me faltaba —espetó con irritación—. Bien, no importa. Lo revisaré una vez que esté en la oficina.
—Será lo mejor —convino M3GAN, esbozando lo más cercano a una sonrisa que sus limitados gestos faciales le permitieron.
— — — —
—Creo que será todo por hoy —indicó Lydia, cerrando su libreta y dando de esa forma terminada la sesión que, por suerte, fue más rápida de lo esperado.
—Muchas gracias por venir a verme —comentó Esther con una cándida sonrisa.
—Descuida, es todo un placer —respondió Lydia, devolviéndole la sonrisa—. Me alegra ver que estás mejor.
Justo se estaban parando de sus sillas, cuando Gemma y M3GAN regresaron por el pasillo en dirección al comedor.
—¿Ya terminaron? —inquirió Gemma, algo sorprendida.
—Sí, fue algo más de rutina por esta ocasión —explicó Lydia—. Y no me quise extender mucho, ya que dijiste que tenías prisa.
—Genial, gracias por eso, en serio —exclamó Gemma con alivio—. Te debo un café.
—¿Qué tal la próxima semana?
Gemma tuvo un pequeño lapso de vacilación, un poco perdida por el repentino comentario.
—¿Para… el café?
Lydia sonrió divertida.
—Sí, para eso, y para otra visita más para volver a charlar con Esther, y en esta ocasión también contigo.
—¡Ah! Claro, sí. Para ese entonces ya habrá pasado la importante presentación que estamos preparando, y todo será más tranquilo; de una u otra forma. Si todo sale bien, tendremos el presupuesto y tiempo que necesitamos. Y si todo sale mal, tal vez ya ni tenga trabajo.
Gemma remató su comentario con una risa burlona, intentando enfatizar el divertido chiste que acababa de hacer. Sin embargo, solo ella rio. No parecía que ni Lydia, ni Esther, ni mucho menos M3GAN hubieran captado la gracia.
Carraspeó un poco y se forzó a recuperar la compostura.
—Como sea, la semana siguiente está bien. Puede ser en mi oficina, como dijiste; no creo que haya problema en que usemos una de las salas de observación.
—Así lo hacemos, entonces —convino Lydia con actitud más relajada.
—¿Reparaste a M3GAN? —preguntó Esther de pronto, aproximándose hacia la muñeca. Hizo su cabello a un lado para echarle un vistazo. La fisura ya no estaba, pero en su lugar había una línea abultada, como una vena sobresaliente.
—Es una compostura temporal, pero servirá por el momento —explicó Gemma, aunque Esther no pareció muy convencida—. Bueno, vayan por sus abrigos, que tenemos que irnos ya.
Esther y M3GAN obedecieron su instrucción, y se encaminaron hacia la puerta, o más específicamente al perchero en el que estaban colgados sus respectivos abrigos. No era que M3GAN lo necesitara precisamente, pero cuando salía al exterior, Gemma prefería que fuera lo más cubierta posible; incluso dentro de la propia empresa, seguía siendo un secreto a voces.
Lydia observó bastante sorprendida cómo la robot caminaba con tanta naturalidad hacia el perchero, tomaba el abrigo y se lo colocaba ella misma. Varios de sus movimientos eran claramente toscos y robóticos, pero eso no evitaba que todo aquello fuera menos impresionante… y preocupante.
—Gemma —espetó para llamar su atención—. Antes de que te vayas… ¿Podemos hablar un momento?
La propuesta no agradó del todo a Gemma, y lo dejó ver con una pequeña mueca similar a como si se hubiera golpeado el pie.
—En serio necesito irme ya. ¿No puede ser después?
—Será solo un minuto, lo prometo —insistió Lydia.
Gemma dejó escapar un largo suspiro, resignada. No podía ponerse pesada con ella luego de lo amable y comprensiva que se había portado ese día.
—De acuerdo —pronunció en voz baja, al tiempo que tomaba sus llaves de la repisa y apuntaba con ellas en dirección a la cochera. Por las ventanas se pudieron ver las luces del vehículo de Gemma, encendiéndose al abrirse los seguros—. Ustedes dos vayan subiéndose —le indicó a Esther y a M3GAN—. No tardo.
—Sí, tía —le respondió Esther de forma respetuosa, y de inmediato abrió la puerta de entrada para salir al pórtico. M3GAN la siguió unos pasos detrás.
Ambas se encaminaron desde la puerta en dirección al auto de Gemma. Cuando iban a mitad de camino, con una distancia más segura entre Gemma y ellas, M3GAN se inclinó ligeramente hacia Esther y le susurró cerca de su oído:
—Tenemos un problema.
Aquello tomó totalmente por sorpresa a Esther, que se detuvo en seco al instante y se giró a mirarla con los ojos muy, muy abiertos.
—¿Qué?
—Sigue caminando —le indicó M3GAN, sonando peligrosamente a una orden, sin detenerse. A Esther no le quedó más remedio que apresurarse a alcanzarla—. No te preocupes, ya me estoy encargando —declaró la androide, una vez que Esther estuvo de nuevo a su lado.
—¿Se supone que eso debe hacerme sentir más tranquila? —exclamó la supuesta niña en voz baja, pero irritada.
Ambas subieron a los asientos traseros del vehículo, en donde podrían hablar con más calma.
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 164. Ellos vienen por ti

Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 164. Ellos vienen por ti
Otra noche lluviosa, diferente a aquella en la que recibió por primera vez al padre Jaime Alfaro en su casa en Baton Rouge, la profesora Katherine Winter estaba pasando una velada tranquila; solo ella y su pequeño Ben, de apenas un mes y medio de nacido. Como había sido su rutina casi diaria de las últimas semanas, Katherine se sentaba en una mecedora en el cuarto del pequeño, adornado con colores pasteles, estampados de dinosaurios coloridos en las paredes, y bonitos peluches en las estanterías. No podía faltar la cuna de color blanco, con el carrusel de dinosaurios colgando sobre ella. Era muy pronto para decir que al pequeño Ben le gustarían los Dinosaurios, pero Katherine evidentemente haría su lucha.
La profesora se movía cuidadosamente de adelante hacia atrás en la mecedora, con el pequeño en sus brazos envuelto en una frazada beige, mientras le daba su biberón y le cantaba de forma suave y lenta:
—Brilla, brilla estrellita… Quiero verte titilar… En lo alto brillarás… Mi deseo cumplirás… Como una bailarina… Baila linda estrellita…
A Katherine le gustaba demasiado contemplar el rostro tranquilo y redondo de su bebé mientras se alimentaba, con sus ojitos cerrados como si durmiera, aunque el hecho que estuviera succionando de forma mecánica del biberón dejaba bastante en evidencia que no era así. Le gustaba también recorrer sus dedos por sus cabellos oscuros y finos, acercarlo a su rostro y percibir su aroma. Era el bebé más hermoso y perfecto del mundo.
Cuando se encontraba ahí a solas con él, procuraba sobremanera enfocarse solo en ese momento y sitio. Intentaba no pensar en su difunta hija Sarah, o en intentar comparar esta experiencia con lo que fue sostenerla a ella de esa misma forma. Intentaba no pensar en las no tan gratas circunstancias en las que el pequeño Ben había llegado a su vida y, en especial, la verdad de su concepción que solo ella conocía, y no pensaba compartir con nadie; ni siquiera con Loren, aunque presentía que ella ya lo sabía, pese a que nunca había hecho comentario al respecto.
Tendía también a no pensar en Loren. Habían pasado ya un par de meses desde que la pequeña se había ido de ahí con el Padre Alfaro, a un sitio que sería mucho mejor para ella; al menos eso era lo que Katherine esperaba.
Había recibido un par de cartas de ella en ese tiempo; cartas en papel escritas a mano, totalmente a la muy vieja escuela. En ellas describía vagamente el sitio en el que se encontraba y cómo era su nueva vida ahí, pero sin entrar en ningún detalle de en dónde estaba con exactitud; por cuestiones de seguridad, claro. Sin embargo, ella no le había respondido ninguna. Entre la fase final de su embarazo, el parto, y adaptarse a su nueva rutina, así como preparar con anticipación su regreso a la Universidad en cuanto fuera posible, el responder a las cartas de Loren había pasado al final de su lista.
O, al menos, eso era lo que se decía. No le gustaba considerar la idea de que, quizás, más bien, no deseaba tener más contacto con aquella niña. Aferrarse a la idea de que había hecho lo debido, entregándola a las personas que se encargarían de ella, y de alguna forma lavarse las manos de ese asunto. Le había prometido antes de irse que siempre estaría para ella, para cualquier cosa que necesitara, y aquella no había sido una promesa vacía. Quizás era hora de demostrarlo.
Y fue entonces cuando tomó la resolución de esa misma noche escribirle una carta. No prometía hacerlo a mano como Loren lo había hecho, pero lo haría en la computadora y luego la imprimiría; esto tenía que contar igual.
Una vez que el pequeño Ben terminó su cena, lo recostó con cuidado en su cuna. Siempre conciliaba el sueño de inmediato, una vez terminaba su biberón, y así se quedaba. Hasta ese momento había sido un bebé muy bien portado en ese sentido.
—Descansa, mi pequeño angelito —masculló Katherine con dulzura, mientras lo admiraba recostado, y le acariciaba suavemente sus cabellos. Activó el carrusel sobre la cuna con la pequeña melodía para dormir, y se retiró con paso ligero hacia la puerta, cerrando además esta con mucho cuidado.
Su velada se había vuelto entonces aún más tranquila, pues ahora le tocaba pasar el resto de esta sola. Pero ya tenía un plan: se dirigiría a su computadora y escribiría esa carta. Y como sabía bien que si se ponía a hacer cualquier otra cosa para postergarlo terminaría no haciéndolo, se forzó a caminar directo y sin distracciones hacia su estudio. Pero de todas formas la distracción terminó por llegar por sí sola.
El timbre de la puerta principal sonó, y la profesora dio un brinco en su sitio. En lugar de fijar su atención en el vestíbulo, lo hizo más en la puerta cerrada del cuarto de Ben, temerosa de que eso lo hubiera despertado. No había sonido alguno de llanto, por lo que al parecer estaba a salvo. Pero antes de que eso cambiara, se dirigió presurosa a la puerta.
No esperaba la visita de nadie esa noche, ni ningún otro día cercano, en realidad. Además, aunque con menor intensidad, afuera seguía lloviendo lo suficiente como para que nadie tuviera muchos deseos de salir sin un buen motivo.
Katherine se asomó por la mirilla de la puerta. Bajo la luz del pórtico, distinguió la figura de alguien que, al parecer, le daba la espalda en ese momento a la puerta, agitando su paraguas cerca de las escaleras para secarlo un poco. Lo que alcanzó a ver desde esa posición es que aquella persona vestía totalmente de blanco: una túnica blanca, y un velo del mismo color cubriéndole la cabeza.
¿Una monja?
Extraño que una religiosa se presente en su casa tan tarde en la noche. Aquello le causó desconfianza de inmediato. Así que antes de animarse a abrir la puerta, colocó la cadena de esta, para entonces abrirla solo lo suficiente para poder asomarse al exterior. El sonido de los seguros y el picaporte abriéndose captó la atención de su visitante, que se giró a mirarla. De frente, pudo comprobar que, en efecto, se trataba de una monja, con un rostro blanco afilado rodeado por su velo, y unos ojos azules y brillantes.
—¿Profesora Winter? —preguntó la religiosa con voz cauta.
—¿Sí?
—Lamento molestarla tan tarde. Vengo de parte del padre Alfaro.
La sola mención de aquel nombre puso un poco más nerviosa a Katherine, pero se esforzó para que esto no se exteriorizara demasiado.
—¿Del padre Alfaro? ¿Ocurrió algo?
—Es algo delicado —explicó la monja. Guardó silencio un momento luego de eso, e inclinó su cabeza hacia un lado—. ¿Me permite pasar?
Katherine vaciló un momento. Se sentía fuertemente inclinada a permitirle el paso, pero… no del todo aún.
—¿Podría decirme qué ocurre primero? —insistió con algo de tosquedad.
La monja suspiró, algo resignada.
—No quiero que se preocupe, pero recibimos información, aun sin confirmar, de que algunos miembros de la Hermandad están tras su rastro, profesora. El suyo, y el de su hijo.
Katherine se sobresaltó, casi aterrada, al escuchar aquello, en especial por la repentina mención de su hijo.
—Creemos que podrían intentar hacerles algo —añadió la religiosa a su explicación.
—¿A mi hijo? ¿Por qué…? —masculló Katherine, incapaz de momento de articular sus palabras con completa claridad.
—No lo sabemos. ¿Y usted? —cuestionó de pronto la monja, tomando a Katherine un poco desprevenida. Miró entonces sobre su hombro hacia la calle, en el momento justo en el que un auto pasaba con sus luces encendidas, abriéndose paso entre la lluvia—. No es seguro que hablemos aquí. ¿Podemos hablar dentro?
Katherine seguía un poco reticente, pero la posible amenaza hacia ella y, en especial, a su hijo la forzaban a tener que ceder en un poco. El padre Alfaro le había hablado sobre la Hermandad, y le había dicho cosas preocupantes sobre dicho grupo. Eran el tipo de personas que no quería en lo absoluto cerca de su bebé, y menos tras la experiencia que había vivido en Haven con individuos similares.
Cerró entonces la puerta, retiró la cadena, y la volvió a abrir para dejarle el camino libre a su inesperada visitante. La monja aceptó la invitación, ingresando con paso tranquilo hacia la casa, sujetando con ambas manos su sombrilla cerrada. Una vez estuvo dentro, Katherine cerró rápidamente la puerta, y la monja volvió a hablar. Lo hizo susurrando, como si aún temiera que alguien las oyera ahí dentro.
—No tiene de qué asustarse —le aseguró la monja con voz calmada y confiable—. Dos personas del Scisco Dei vienen en camino para escoltarla a un lugar seguro.
—¿A dónde?
—Me temo que no tengo esa información. Mientras menos personas sepan a dónde se dirige, mejor.
—Pero… en unas semanas retomo mis clases…
—Tendrá que pedir que le den más tiempo —le interrumpió la religiosa de forma tajante—. Es por su seguridad; lo entiende, ¿verdad?
Katherine asintió lentamente.
La religiosa se aproximó hacia uno de los ventanales, a un lado de la puerta. Hizo la pequeña cortina solo un poco a un lado, y echó un vistazo hacia el exterior, inspeccionando la calle de nuevo.
—Empaque solo lo indispensable, que de todas formas esperamos que sea únicamente un par de días. Yo le aviso cuando mis colegas lleguen.
—Sí, de acuerdo, —respondió Katherine, asintiendo de nuevo—. Gracias. Por favor, tome asiento…
Se giró en ese momento en dirección al pasillo, con la intención de ir hacia su habitación para hacer justo lo que ella le había indicado. Antes de avanzar mucho, se detuvo un momento y se giró de nuevo hacia ella.
—Disculpe, creo que no escuché su nombre.
La monja siguió mirando por la ventana unos segundos más. Luego se apartó y se giró hacia la profesora. La miró atentamente con sus grandes y profundos ojos azules, y le sonrió ampliamente de una forma amistosa; casi como una madre que le sonreía a su hijita. Aún sujetaba el mango de su paraguas firmemente con una mano.
—Soy la hermana Gema —le respondió con voz extrañamente animada—. Gema Calabresi…
* * * *
Loren no tardó mucho en tener su equipaje listo para salir de ahí en cuanto le indicaran que tenía que hacerlo. Eran pocas las cosas realmente suyas que tenía en ese sitio, y todas cabían en una pequeña maleta de mano. Y el resto del tiempo, se limitó a sentarse en su cama de la celda que había ocupado en tantas ocasiones anteriores y que, posiblemente, sería la última vez que vería.
No tenía ni idea de a dónde iría a continuación, pero nunca la tenía. La gente que había cuidado de ella los últimos diez años, un día decidían que era momento de moverla, y ella obedecía, como siempre había hecho. Le gustaría pensar que esa ocasión era diferente, pero solo lo era un poco; no lo suficiente para realmente ser significativa.
Pero le habían prometido que en esa ocasión sería por poco tiempo, en lo que se decidían de una vez a actuar. Y ella había prometido que, independientemente de lo que decidieran, ella volvería a Estados Unidos, aunque tuviera que hacerlo por su cuenta, y se mantenía firme en dicha afirmación. Solo esperaba que no pensaran en darle largas para evitar que hiciera lo que tenía que hacer.
Cada día que pasaban discutiendo y decidiendo, le daban más terreno al enemigo. Esa era una idea que tenía bastante clara, aunque no sabían bien por qué.
La puerta de la celda se abrió en ese momento. En realidad solo se encontraba entreabierta, así que la persona al otro lado no tuvo mucho problema en abrirse paso. El rostro redondo de la madre Valentina se asomó hacia el interior con precaución.
—¿Ya terminaste? —preguntó la monja en voz baja.
—Sí —le respondió Loren con una media sonrisa, palpando la maleta a su lado sobre la cama—. Ventajas de siempre viajar ligero.
La madre superiora ingresó del todo a la celda y se aproximó con cuidado hacia ella. Loren se puso de pie rápidamente, parándose firme.
—Gracias por acogerme de nuevo durante este tiempo, madre —le dijo con una sonrisa amistosa.
—Esta es tu casa, querida. Puedes volver cada vez que quieras.
—Ambas sabemos que no es tan simple —susurró Loren por lo bajo, agachando la mirada con abatimiento. La madre Valentina se limitó a solo asentir.
Se hizo el silencio entre ambas, uno largo. La madre Valentina quería en verdad decir algo, pero se arrepintió a último momento. En su lugar prefirió carraspear, e informarle que la esperaría en el comedor junto con sus invitados. Pero antes de poder hacerlo, Loren cortó en un instante la distancia que las separaba, y dejando de lado cualquier protocolo o decoro que sus hábitos ameritaban, rodeó a la madre superiora con sus brazos, estrechándola en un fuerte abrazo que dejó a la monja un tanto desubicada.
Loren habló en voz baja cerca del oído de la madre Valentina. Su voz temblaba un poco, presa de unos nervios que empujaban para desbordarse.
—Sé que parecía muy segura cuando dije todo eso allá frente a los cardenales, pero la verdad es que estoy asustada. No de que me pase algo, sino de fallar, y del alto costo que eso podría traer al mundo. No sé si estoy lista para esto, y ahora el padre Alfaro no está para aconsejarme.
La madre superiora escuchó atenta los lamentos de su protegida, como si de una confesión se tratase. Le fue imposible reaccionar como le gustaría rápidamente, sintiéndose aturdida por el repentino abrazo y por el peso de aquellas palabras. Se forzó como pudo, sin embargo, a sobreponerse a aquella impresión, y de entrada colocar una mano sobre la espalda de la joven, y recorrerla con un gesto reconfortante, casi maternal.
—Este es tu destino, pequeña —masculló con voz suave—. Llegaste a este mundo para cumplir la misión de Dios, y Él no pudo elegir a un mejor Ángel que tú para cumplirlo.
—¿En serio lo piensa? —susurró Loren, sonando de hecho un tanto escéptica—. Nunca me ha dicho si en verdad cree lo que dicen todos. ¿Sí cree que soy una enviada de Dios? ¿O soy solo una farsa?
La madre Valentina vaciló un instante, antes de poder darle una respuesta.
—No importa mucho lo que una vieja monja como yo piense.
—Para mí importa muchísimo —recalcó Loren, y en ese momento se apartó de ella para poder verla a los ojos. La monja solo pudo sostenerle la mirada un instante, antes de instintivamente rehuir de ella, como si se sintiera avergonzada. Loren igual la contempló en silencio un rato más, y luego pronunció con voz apagada—: Ya veo… lo entiendo.
La madre Valentina se giró presurosa a mirarla de nuevo, con sus ojos bien abiertos repletos de asombro. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso había percibido su sentir como todos decían que era capaz de hacer? ¿Había podido ver lo que ocultaba su corazón…? La expresión casi de decepción en la jovencita parecía indicar que así era.
Con cuidado, Loren retiró sus brazos de ella, rompiendo el abrazo, y retrocedió un paso.
La monja abrió la boca, intentando en el fondo explicarse de alguna forma, pero ninguna palabra surgió de ella. Cuando parecía que al fin podría decir algo, alguien llamó a la puerta. O, más bien, se paró en el umbral de la habitación y llamó con sus nudillos sobre la puerta de madera para hacer notar su presencia.
—Madre superiora —pronunció la joven novicia con voz cauta—. Ya estamos sirviendo la comida.
—Iré en un minuto —asintió la madre superiora, dándole a la joven una indicación con su mano para que se retirara. La novicia así lo hizo. Al virarse de nuevo hacia Loren, esta se había sentado de nuevo en la cama, y pasaba sus dedos inquietos por las costuras de su maleta—. ¿Crees tener tiempo de cenar una última vez con nosotras? —le preguntó la monja con timidez.
—No creo que haya problema con eso —se adelantó a responder alguien más, antes que Loren lo hiciera, provocando que ambas se giraran hacia la puerta de nuevo—. Necesitará el estómago lleno para lo que viene —añadió Greta con tono juguetón, apoyada contra el marco de la puerta.
La madre Valentina la observó con más que evidente desaprobación.
—Los visitantes no pueden ingresar en esta área, hermana Greta —le reprendió con voz áspera.
—Me disculpo —masculló la mujer con voz risueña—. Me parece que me perdí buscando el baño.
Era bastante evidente que mentía; ni siquiera se esforzaba mucho en disimularlo. Si fuera cualquier otra persona, la madre Valentina la regañaría con más dureza y la sacaría de las orejas de ese sitio. Pero ella sabía muy bien cómo era el actuar del Scisco Dei, y que la mayoría del tiempo era imposible evitar que hicieran lo que se les diera en gana.
Ella tenía sus opiniones muy fuertes con respecto a todas las libertades que el Cardenal Montgomery y Su Santidad le daban a dicha orden. Sin embargo, como obediente y abnegada esposa de Cristo, prefería guardárselas al menos de que alguien se las preguntara; cosa que, por supuesto, nadie había hecho.
—Te veo en el comedor —le indicó la madre superiora a Loren, y luego se giró de nuevo hacia Greta—. ¿Gusta acompañarnos a cenar, hermana?
—Sería un honor —pronunció Greta con sincera gratitud.
La madre Valentina asintió y pasó a retirarse. Greta se hizo a un lado para dejarle el camino libre, y se quedó en su sitio, observando en silencio cómo se alejaba por el pasillo.
—¿Usted irá conmigo… a dónde quiera que vaya? —preguntó Loren de pronto desde la cama de la celda.
—Si me lo permiten —respondió Greta, encogiéndose de hombros—. No sé si lo has notado ya, pero en esta Iglesia se espera que las mujeres obedezcamos más de lo que opinemos.
—Usted no parece del tipo que obedece ciegamente lo que le ordenan.
—Gracias —respondió Greta con voz risueña, aunque casi de inmediato adoptó de nuevo una postura más seria—. La verdad me enorgullezco de tener cierta dosis de rebeldía corriendo por mis venas. No obstante, sigo siendo una leal sierva del Señor, y como tal obedezco y sirvo. Pero claro, sería más sencillo si siempre estuviera segura de que lo que hago es lo que Él realmente desea. Así como tú.
Había cierta ironía en sus palabras que resultaría demasiado incómoda en otra circunstancia y lugar. Pero para Loren, resultaba incluso un poco refrescante. La hermana Greta era bastante más abierta con su sentir, sin necesidad de que la joven tuviera que indagar más profundo en su cabeza. Más abierta que la madre Valentina, eso era evidente.
—Quisiera decir que siempre es claro, pero me temo que no es el caso —comentó Loren, un tanto apagada—. La mayoría del tiempo es como nadar en aguas oscuras, guiada por una luz a la distancia que me dice a dónde ir, pero sin saber si lo que encontraré al final es el sol, un faro, alguien sujetando una linterna… o el ojo de un monstruo marino gigante.
—Creo que entiendo la sensación —asintió Greta. Quizás no tuviera una conexión especial con Dios, pero podía sentirse fácilmente identificada con la sensación de ir a ciegas a un destino desconocido, y sin opción a dar media vuelta y retroceder.
—Me iba a contar algo sobre el padre Alfaro —indicó Loren de pronto, cambiando drásticamente de tema.
—Sí, así es —masculló Greta, reticente—. Pero creo que puede esperar después de la comida.
Loren la observó fijamente unos segundos, y Greta sintió que esos ojos intentaban escudriñar más hondo en su ser. O, quizás, solamente era su imaginación. Tras un rato, la joven se giró hacia la única ventana de la celda, que daba hacia el patio interior de la propiedad.
—No sé lo que haya pasado entre usted y el padre —susurró en voz baja—. O entre él y esa mujer que me mencionó. Pero yo pude ver dentro de su corazón en más de una ocasión. Y sé, con absoluta seguridad, que era una buena persona.
Greta suspiró con pesadez, y se cruzó de brazos.
—Te sorprenderá saber, querida, que las buenas personas son también capaces de hacer bastante mal. A veces por egoísmo, otras por estupidez.
—Las personas son imperfectas.
Greta dejó escapar una pequeña carcajada divertida como respuesta inmediata a su comentario.
—Eso es lo más cierto que alguien haya dicho jamás.
— — — —
No mucho rato después de eso, Loren y Greta estaban de vuelta en el mismo comedor en el que habían estado charlando más temprano. La diferencia era que ahora no estaban solas, sino acompañadas por todas las monjas del Santa María de los Ángeles, repartidas entre las dos largas mesas de madera, además de dos sillas adicionales para sus dos invitados especiales.
Las demás novicias encargadas de la cocina de esa tarde iban y venían con los diferentes platos de la comida preparados, y los iban colocando al frente de cada uno de los comensales. Loren no tardó en unírseles para echarles una mano, pues aquella había sido su obligación de ese día; quizás la última que tendría en ese sitio.
Aunque ya tuvieran sus platos delante de ellos, nadie los tocaba, pues aguardaban a que todos tuvieran el propio. Como en cada comida que se servía dentro de esas paredes, la cena de esa noche resultaba austera y sencilla, pero nutritiva. Se componía, principalmente, de una sopa de verduras, un poco de pescado, unas rebanadas de pan de elaboración casera, queso, y un poco de agua fresca. Por ser una ocasión especial, era probable que la madre superiora permitiera que cada una, incluidos los invitados, probaran algunos de los dulces que elaboraban ahí mismo como postre, pero era mejor no hacerse ilusiones.
Una vez que todos tuvieron sus platos, y todas las monjas estaban ya en sus lugares, llegaba ya el momento de comenzar a comer. O casi, ya que antes de bendecir la comida y darle rienda al diente, la madre superiora tenía que hacer los anuncios pertinentes, aunque la mayoría ya los supiera de una u otra forma. Y así lo hizo ver al ponerse de pie de forma solemne, estando a la cabeza de una de las dos mesas.
—Hermanas, su atención, por favor —pronunció la madre Valentina en alto, llamando de inmediato la atención de todas, y haciendo al mismo tiempo que cualquier murmullo de conversación se apagara—. Gracias —susurró con voz más sosegada—. Como pudieron darse cuenta, esta noche tenemos dos invitados en nuestra mesa. La hermana Greta Fraueva, y el padre Leonard De Carlo, que trabajan con su eminencia y nuestro benefactor, el cardenal Montgomery. Sean bienvenidos, y siéntanse como en su casa.
Las monjas les proporcionaron un escueto y rápido aplauso a sus dos invitados, sentados en el extremo opuesto de la mesa en la que se encontraba la madre superiora. Ambos agradecieron el gesto con un pequeño asentimiento de sus cabezas, casi reverencial.
—Muchas gracias, madre —pronunció De Carlo, sonriente—. Y a todas por recibirnos.
La madre Valentina le respondió con un asentimiento de su cabeza, y entonces prosiguió con lo demás que deseaba decir. Sin embargo, tuvo que darse unos segundos para encontrar las fuerzas suficientes en su interior para poder decirlo con completa entereza.
—Hoy es una noche especial, pero me temo que también es una noche triste —explicó con voz seria—. Es con mucho dolor que debo anunciarles que una de nuestras hermanas se retirará indefinidamente de nuestra orden una vez más, y que esta será muy posiblemente la última cena en la que compartamos el pan con ella. Como la mayoría lo sabe, Loren hace no mucho que volvió con nosotras, pero eso no impidió que se reintegrara rápidamente a nuestra congregación. Pero Su Santidad en persona la ha llamado a cumplir un deber mucho más importante. Y es por eso que debemos dejarla ir, con todas nuestras bendiciones, y con todo nuestro amor para protegerla.
Las miradas de todas las monjas inevitablemente se fijaron en Loren, sentada a la mitad de la otra mesa, rodeada de otras novicias que de inmediato le dieron algunas palmadas de ánimo y le susurraron algunas muestras de cariño al oído. La joven sonrió levemente, agradecida por todos los gestos, pero también algo apenada por la repentina atención, y en especial triste por lo que aquellas palabras transmitían.
Todos aquellos gestos no pasaron desapercibidos para Greta, que observaba todo en silencio. A pesar de su papel tan importante, sentada ahí junto con las demás novicias de atuendos blancos como el suyo, parecía ser una más de ellas. Igual de alegres e ingenuas, antes de que la amargura y el peso de la vida tan dura que habían elegido limara dichas emociones. Ella en alguna ocasión fue igual; y también lo había sido Gema…
—Loren —pronunció la madre superiora, jalando de nuevo las miradas de todos hacia sí—. ¿Te gustaría bendecir la mesa una última vez?
—Claro que sí, madre —respondió Loren sin vacilación alguna, y de inmediato se puso de pie—. Pero debo corregirle en algo —indicó con algo de dureza en su voz, desconcertando un poco a sus oyentes. Giró entonces su atención hacia sus demás compañeras sentadas en las dos mesas—. Les prometo a todas que esta no será la última vez que esté aquí con ustedes. Iré a cumplir mi misión con toda la diligencia y valor que me han enseñado, pero pienso venir a verlas de nuevo una vez que eso haya concluido. Así que, por favor, no lloren mi partida, que esto no es en lo absoluto una despedida. Aun así, no se necesita que lo sea para que les diga que agradezco mucho a todas por haberme abierto los brazos, y hecho sentir como una más de ustedes. Las amo a todas, y las llevaré siempre en mi corazón, a dondequiera que vaya.
Sus palabras iban cargadas de un sentimiento de congoja y nostalgia difícil de disimular, y que rápidamente se contagió en las demás monjas. Vayas de ellas, en especial las más jóvenes, tenían expresiones abatidas en sus rostros, aunque sonrisas alegres. Algunas comenzaron de pronto a aplaudir con una emoción un tanto más desbordada que cuando les habían aplaudido a sus dos invitados. Unas más se sumaron, y aquel pequeño estruendo retumbó en las paredes en el comedor.
La madre superiora y las monjas mayores se apresuraron a intentar calmarlas, pero resultó una tarea un tanto complicada.
—Un comportamiento poco propio en un convento, ¿no estás de acuerdo? —le masculló Greta a su compañero, mientras observaba aquello con evidente desaprobación.
De Carlo se encogió de hombros.
—Las cosas ya no son como en tus tiempos, Greta —indicó el sacerdote, con solo una pizca de humor en sus palabras.
—Ya me doy cuenta de eso…
Pero Greta sentía que no se trataba únicamente de lo que el sacerdote indicaba, sino además de ese curioso efecto que aquella chiquilla tenía en casi cualquiera que la rodeara. Si podía influir en los cardenales, e incluso en el Santo Padre, con tan solo pararse ante ellos y hablarlas, ¿qué esperanza tenían un puñado de jovencitas inocentes e ingenuas cómo esas?
Una vez que la calma volvió al viejo comedor, Loren sintió que era momento de proseguir con la instrucción original que la madre superiora le había dado.
—Bueno, hagamos esto de una vez que creo que todas tenemos mucha hambre.
Loren carraspeó un poco. Juntó luego sus manos delante de ella, agachó la cabeza y cerró los ojos. Las demás monjas, e igualmente sus dos invitados, hicieron un gesto similar para escuchar y acompañar en silencio a Loren con su oración.
—Bendice, Señor, estos alimentos que por tu bondad vamos a consumir el día de hoy, y que así el Rey de la Gloria Eterna nos haga partícipes de su mesa celestial. Da pan a los que tienen hambre, y hambre de ti a los que tienen pan. Bendice a las hermanas de Santa María de los Ángeles, a Su Santidad y a sus cardenales, y a todos tus fieles soldados que se encuentran allá afuera, protegiendo tu palabra y haciendo tu voluntad. Dándonos fuerzas para enfrentar los peligros y adversidades que estamos por encontrar de aquí en adelante. Tuya es la gloria, Señor, por tus maravillas y tu amor. Amén.
—Amén —repitieron todos al unísono, y aquella palabra resonó fuertemente en el eco del comedor.
Quizás… demasiado fuerte…
O al menos así lo sintió Loren, pues fue como si de pronto las voces de todos resonaran con fuerza, como un martilleo en sus oídos, seguidas de un pitido bajo que le impidió escuchar nada más por unos segundos. La joven abrió rápidamente los ojos, y sintió que todo el cuarto daba vueltas, tanto así que tuvo que apoyar ambas manos contra la mesa para evitar desplomarse.
Todos se pusieron tensos al ver este cambio drástico, y de inmediato varios se pararon de sus sillas por mera inercia. Las monjas más cercanas a Loren la sujetaron con delicadeza con sus manos. En cuanto la tocaron, sin embargo, la sintieron fría, y también que temblaba ligeramente.
—¿Loren? —le preguntó angustiada la madre Valentina en cuanto llegó a su lado—. ¿Qué te pasa?
La joven apretó fuerte los ojos un momento, intentando calmar el mareo que la atacaba de invadir. Tras unos segundos, los volvió a abrir, pero muy, muy grandes, casi desorbitados, fijos en su propio plato de comida, aun sin tocar.
—Algo está mal… —susurró, tan bajo que solo las más cercanas a ella la escucharon.
—¿Qué? —murmuró confundida una de las novicias.
Loren no pudo responder nada. Siguió con su atención fija en el plato, pero su mente divagando muy, muy lejos de ahí. Aquella voz interna, que había estado tan callada últimamente, se estaba haciendo notar con bastante ímpetu en esa ocasión. Y solo pronunciaba una y otra vez la misma idea: “¡Ellos vienen por ti!”
— — — —
El conductor de la camioneta gris miraba atentamente las manecillas de su reloj de muñeca, esperando el momento en el que estas se posaran en la hora indicada. Él ya se encontraba preparado para comenzar, al igual que los cinco hombres que aguardaban en la parte trasera. Los seis tenían ya sus armas listas, sus pasamontañas levantados listos para solo bajarlos y cubrir sus rostros, y los comunicadores en sus oídos para estar en contacto en cada momento.
Se esperaba una operación rápida: entrar, eliminar a todos los objetivos, y salir. Cinco minutos, y ninguna baja; al menos ninguna de su lado. Después de todo, sus objetivos eran simples monjas.
Las manecillas de su reloj se colocaron justo en la posición que esperaba, concordando con el final del ocaso en el horizonte.
—Ya es hora —informó con voz firme, y todos sus compañeros se pusieron en alerta—. ¿Señor? —pronunció en alto, pero no hacia ninguno de los presentes en esa camioneta, sino hacia alguien que igualmente escuchaba todo por sus comunicadores. El orquestador de esa operación.
—Avancen —respondió la voz fría de Conrad Cox por los comunicadores de todos.
—Entendido.
Los seis se bajaron sus pasamontañas, les quitaron los seguros a sus armas, y se dispusieron al instante a bajarse del vehículo. Pero justo en el momento en el que el conductor iba a abrir su puerta, notó por el espejo retrovisor las luces de un vehículo aproximándose por la desolada calle.
—¡Esperen! —pronunció en alto, y sus cinco compañeros se detuvieron al instante como estatuas.
Aguardaron unos segundos, mientras el vehículo avanzaba, hasta estacionarse justo delante del convento. Era un vehículo blanco, sin ninguna insignia visible, pero las placas eran sin lugar a duda la de los automóviles oficiales del Vaticano.
—Acaba de llegar un vehículo —pronunció en voz baja el conductor para informarle a Conrad lo que ocurría.
Siguieron esperando para observar la situación. Las puertas del vehículo se abrieron, y un par de personas en trajes negros se bajaron de él. El conductor de la camioneta los analizó profundamente en fracción de segundo, como su entrenamiento le había enseñado.
—Dos hombres, armados con pistolas —informó del mismo modo, tanto a sus compañeros como a aquel que los escuchaba—. Gendarmería Vaticana, o quizás Guardia Suiza, me parece.
Los recién llegados se pararon justo delante de la puerta del convento, pero no llamaron a esta. En su lugar, uno de ellos sacó su teléfono e hizo una llamada. Pero era más que obvio que iban hacia el mismo sitio que los hombres que aún aguardaban en la camioneta.
Eso representaba una pequeña complicación no prevista en su rápida y sencilla operación.
—¿Abortamos? —preguntó el conductor por su comunicador hacia su superior.
Hubo unos segundos de silencio al otro lado de la línea, tras los cuales Conrad Cox pronunció una rápida y sencilla instrucción:
—Elimínenlos también.
—Sí, señor —respondió el conductor sin vacilación.
—Si hacemos mucho escándalo, alertaremos a los que están dentro —indicó con seriedad uno de los hombres en la parte trasera.
—¿Y qué van a hacer?, ¿rezar más fuerte? —respondió otro con sorna.
Daba ya igual lo que pasara; las órdenes habían sido claras. Por lo que al instante los seis se bajaron del vehículo, armas en mano, y cruzaron la calle con rapidez.
Por su puesto, los dos hombres que habían bajado del vehículo blanco no tardaron en verlos acercarse, y en especial en notar las armas largas que portaban consigo. Instintivamente, dirigieron sus manos hacia sus respectivas armas; incluso al que hablaba por su teléfono no le importó soltarlo con ese fin. Sin embargo, su reacción fue muy tardía. Los dos atacantes que iban más adelante en la formación abrieron fuego sin la menor vacilación, antes de que cualquiera de los dos recién llegados pudiera sacar del todo su pistola.
Uno de los dos hombres recibió de frente al menos cinco disparos de sus metralletas, todos directo en el torso. Cayó abatido al instante. El otro fue igualmente herido por al menos tres de esas balas, e igualmente cayó al suelo, pero siguió consciente. Logró arrastrarse hasta ponerse a cobijo detrás del vehículo, y desde ahí les disparó, intentando hacerlos retroceder.
Los atacantes se replegaron como respuesta a sus disparos, pero eso no les impidió responderle de la misma forma. La mayoría de los disparos de los mercenarios dieron en el chasis del vehículo, pero uno en específico logró darle justo en la cabeza al hombre del Vaticano, y este se desplomó de espaldas, muerto junto con su compañero.
Librado el primer obstáculo, los seis mercenarios se dirigieron de inmediato hacia la puerta del convento.
— — — —
Desde el comedor, las monjas y sus dos invitados captaron el estruendo de la balacera que se estaba suscitando justo en la acera. Aquello los puso en alerta, haciéndolos olvidar incluso por un momento el sobresalto de Loren.
—¿Qué fue eso…? —preguntó nerviosa una de las novicias, de las más jóvenes.
Antes de que cualquiera pudiera darle una respuesta, lo siguiente que escucharon fue el estridente sonido de la puerta principal, volando en pedazos, y cayendo súbitamente al suelo con un sonoro retumbar.
Esa fue la señal para que Greta y De Carlo pudieran reaccionar a su estupor.
—Saquen a Loren de aquí, ¡rápido! —les ordenó De Carlo a las monjas, pero estas se quedaron aún congeladas en su sitio—. ¡Muévanse! —espetó con fuerza, incluso sacudiendo a una de ellas.
Las monjas una a una comenzaron a moverse, y dos de ellas tomaron a Loren de los brazos y comenzaron a jalarla a la salida del comedor. Esta no opuso resistencia a que se la llevaran, pues aún parecía no estar del todo consciente. Solo pronunció en voz baja:
—Ellos vienen por mí…
De Carlo apretó fuerte su mandíbula al escucharla decir eso. Se temía que justo ese fuera el caso.
—Madre superiora —exclamó para llamar la atención de la madre Valentina, tomándose incluso el atrevimiento de tomarla por el brazo—. ¿Hay alguna otra salida? ¿Alguna puerta trasera o de servicio?
La madre Valentina negó enérgicamente.
—No, solo la principal. Nadie puede entrar ni salir de aquí si no es por ahí.
—Grandioso —soltó Greta, sarcástica—. Ocúltense en la capilla, enciérrense, y no salgan hasta que les digamos —les ordenó con más impaciencia que De Carlo, e incluso empujó a la madre superiora y a otra de las monjas mayores para que se movieran.
Las monjas salieron presurosas hacia el pasillo, claramente llenas de pánico y confusión; dos sentimientos bastantes justos para la situación que estaban viviendo.
—Tú ve con ellas también, De Carlo —le indicó Greta a su compañero, al tiempo que se agachaba hacia sus piernas.
—No voy a dejarte sola sin saber siquiera qué está pasando —sentenció el sacerdote con firmeza.
—Cómo quieras —le respondió Greta de mala gana. Y en ese momento, De Carlo notó cómo se subía su larga falda, hasta poder introducir sus manos debajo de esta.
—¿Qué estás haciendo…? —masculló De Carlo, escandalizado, y se giró presuroso hacia otro lado.
—Si vas a acompañarme, tendrás que usar una de estas…
Tras unos cuantos movimientos complicados, Greta logró sacar de debajo de su falda lo que había tenido ahí oculto, atadas a sus muslos: dos pistolas medianas. E incluso antes de que De Carlo pudiera procesar por completo lo que eran, Greta le arrojó rápidamente una, y el sacerdote se apresuró a atraparla en el aire.
—Fuiste soldado en el pasado, ¿o no? —le cuestionó Greta, al tiempo que le quitaba el seguro a su arma.
De Carlo no respondió a su pregunta. En su lugar, él tenía las suyas propias.
—¿Entraste al Vaticano y a una sala con Su Santidad llevando esto contigo?
—Claro que no —le respondió Greta rápidamente—. Paré en mi habitación antes de venir para acá. Y no hay tiempo para explicaciones. ¿Me cubres o no?
De Carlo masculló algo por lo bajo, le quitó también el seguro a su arma, y la tomó con firmeza. Sus manos recordaron rápidamente la sensación fría del acero contra su piel; una sensación que ciertamente no extrañaba.
— — — —
Derribada la puerta, los seis mercenarios ingresaron al convento con sus armas en alto, y avanzaron por el pasillo en dirección al jardín central de la residencia. Aquellos que iban más adelante en la formación divisaron a la distancia a las últimas de las monjas rezagadas que corrían hacia la capilla. Abrieron fuego sin titubeo, justo como les habían indicado. Algunas de las monjas no pudieron evitar soltar un alarido de miedo cuando el estruendo de los disparos resonó en el eco de los techos altos. Pero la última de ellas, la que tuvo la mala suerte de ir hasta el final, no pudo gritar, pues los disparos la alcanzaron directamente en la espalda, la mayoría atravesándole el cuerpo entero.
La mujer de hábito café cayó abatida al suelo, muerta al instante.
—¡Sara! —exclamó horrorizada la más cercana a la hermana caída, y tuvo el impulso de correr hacia ella. Otra de sus compa��eras, sin embargo, la tomó del brazo y la jaló con fuerza para que siguiera avanzando como las demás. Y aquello fue una suerte, pues los atacantes no tardaron en disparar también en su dirección, impactando en la pared justo en el sitio en el que ella estaba parada hace un segundo.
Las últimas monjas lograron atravesar el alto umbral de la capilla, y de inmediato empujaron las gruesas puertas de madera, atracándolas.
—Se esconden ahí —indicó el líder del grupo, señalando con su arma a las puertas.
Los seis avanzaron con paso cauteloso hacia la capilla, pero no lograron acercarse lo suficiente antes de que un disparo repentino, que no venía de ellos, los hizo retroceder.
Desde un umbral del pasillo a su lateral, Greta se había asomado rápidamente, dando un único y certero disparo hacia uno de los seis hombres, logrando herirlo en su hombro. El hombre gimió, un poco más por la impresión que por el dolor, pues había sido más un roce que le desgarró la piel. Una vez hecho su disparo, la laica consagrada retrocedió para cubrirse tras el muro, un instante antes de que los mercenarios le dispararan de regreso, haciendo que polvo de yeso volara por los impactos de las balas contra el muro.
—¡¿Qué mierda?! —espetó furioso el hombro herido, mientras se presionaba su hombro—. ¡Creí que estas religiosas no usaban armas!
—¡Hay algunos soldados de Dios a los que no nos duele ensuciarnos las manos con la sangre de impíos bastardos como ustedes! —profirió Greta en alto desde su escondite—. ¡Están mancillando un lugar santo de oración con sus sucias presencias! ¡Lárguense ahora o lo lamentarán!
El líder observó y escuchó todo aquello en silencio. Ciertamente, no se esperaban una resistencia como esa, pero no era nada para lo que no estuvieran preparados.
—¡¿Me estás amenazando, perra?! —exclamó uno de los mercenarios, y comenzó a andar con paso resuelto en su dirección, soltando una serie de disparos a la esquina tras la que se ocultaba, astillándola más.
—Meier, vuelve acá —le ordenó el líder, pero el hombre siguió avanzando, bastante confiado.
—Si te molesta que mancille tu lugar santo, espera a que tu Dios vea cómo te mancillo a ti…
Mientras el mercenario profería aquella amenaza y se seguía acercando hacia donde se encontraba Greta, fuera de su campo de visión, alguien más salió de su escondite al otro lado del umbral, igualmente con su arma en mano, y apuntó hacia un ángulo bajo.
—¡Meier! —exclamó en alto en líder, alzando rápidamente su arma, pero no lo suficiente antes de que De Carlo disparara directo a la pierna del hombre.
El mercenario gritó al sentir el impacto que atravesó su muslo de lado a lado, y se precipitó de inmediato al suelo. Los otros cinco alzaron sus armas y apuntaron directo al sacerdote que acababa de hacerse notar, un segundo antes de que Greta saliera también de donde se escondía y se colocara detrás del hombre herido en su pierna, que ahora se encontraba sentado cerca de ellos. Con una mano lo tomó con brusquedad de su cabeza, y con la otra sostuvo su pistola para presionar su cañón contra su sien.
—¡Quietos todos! —les gritó Greta en alto, y su voz retumbó como un rayo. De Carlo se paró a su lado, apuntando con su arma hacia los atacantes. Su mano no temblaba ni un poco.
Los cinco mercenarios en pie se quedaron quietos, cuatro de ellos aguardando la instrucción de su líder. Este no les ordenó disparar, pero tampoco que bajaran sus armas.
Durante esos segundos de tensión, la mirada de De Carlo se fijó, casi sin quererlo, en el cuerpo de la monja a la que le habían disparado hace poco, que ahora yacía inerte a unos metros de ellos, en un charco de su propia sangre.
—Santo Dios —susurró el sacerdote, horrorizado.
—Leonardo —exclamó Greta en alto, como un reclamo. El sacerdote se forzó a apartar su mirada del cuerpo, y fijarse de nuevo en el frente.
El líder se permitió avanzar con paso cauteloso, colocándose entre sus hombres que seguían apuntando a los recién aparecidos.
—No sean estúpidos —les indicó con frialdad—. Somos más, y estamos más armados.
—Solo necesito una bala para acabar con tu amigo —amenazó Greta, presionando aún más fuerte el cañón de su arma contra la cabeza de su rehén.
El líder soltó un pequeño sonido gutural, apenas un poco similar a una risa.
—¿Y en verdad crees que él me importa tanto? —soltó de golpe con indiferencia—. De todas formas, nuestras órdenes son matar monjas, y claramente ustedes no lo son. Suéltenlo y váyanse —les indicó, señalando con una mano en dirección a la puerta principal, totalmente abierta para ellos.
—¿Y en verdad crees que me voy a tragar eso? —espetó Greta.
El líder se encogió de hombros.
—Lo intenté —masculló con actitud calmada. Guardó entonces silencio, esperando la instrucción en el auricular de su oído, la cual, por supuesto, era predecible.
—Mátenlos —ordenó la voz de Conrad Cox en su oído. Y el líder no vaciló ni un segundo en obedecer.
—¡Disparen! —pronunció con fuerza, siendo él el primero en jalar el gatillo.
Greta y De Carlo se sobresaltaron, y sus cuerpos reaccionaron antes de que sus mentes lo hicieran, lanzándose con todas sus fuerzas hacia un lado, pecho a tierra, resguardándose detrás del muro. Las balas pasaron cortando el aire, rozándolos e incluso una llegó a rasgar el pantalón del sacerdote, sin herirlo. El mercenario al que habían tomado como rehén no tuvo tanta suerte, pues varios de los disparos de sus compañeros lo alcanzaron de frente. Su chaleco lo protegió de aquellos que le dieron el torso, pero de poco sirvió contra los dos que prácticamente le volaron la cabeza. Sus compañeros ni siquiera pestañearon.
—Ustedes, encárguense de ellos —ordenó el líder, señalando con su arma a dos de sus hombres—. Ustedes, conmigo —indicó después a los dos restantes, señalando con su cabeza en dirección a la capilla.
El grupo se separó, yendo dos detrás de sus dos atacantes, y tres por el objetivo principal.
Greta y su acompañante no se quedaron quietos a esperar que esos sujetos fueron por ellos, por lo que en cuanto pudieron se incorporaron y corrieron por el pasillo de regreso al comedor, sintiendo los pasos de sus perseguidores peligrosamente cerca. Escucharon las primeras detonaciones de estos, y escucharon cómo cortaban el aire al pasar cerca de ellos. Lograron, sin embargo, llegar hasta el comedor, y cerrar la puerta de este. Se apartaron de esta justo antes de que dos disparos la atravesaran.
Ambos se colocaron al lado de la puerta, con sus espaldas contra la pared y sus armas hacia abajo, pero sujetas con firmeza.
—Eso me pasa por creer que tendrían una pizca de moralidad —replicó Greta con molestia.
A De Carlo no le sorprendía que hubieran matado a uno de los suyos sin siquiera dudarlo, aunque eso no hacía que le afectara menos. Pero no podía permanecer mucho tiempo pensando en ello; el enemigo se aproximaba a su puerta, literalmente.
—Dijeron que venían a matar monjas —señaló el sacerdote, haciendo memoria de lo que aquel individuo les había dicho—. ¿Loren?
—No se me ocurre otro motivo —respondió Greta con aspereza—. Las preocupaciones de su eminencia no eran infundas, pero al parecer nos faltó actuar un poco más rápido.
De Carlo negó con la cabeza, enérgicamente.
—Sin importar qué, tenemos que sacar a la chica con vida de aquí.
—Por favor, De Carlo, no digas tonterías de película yanqui —le reclamó Greta con irritación—. Ni siquiera sé si nosotros podremos salir con vida de aquí…
Los pasos y voces de los atacantes justo detrás de la puerta jalaron de nuevo su atención al peligro inminente.
—Mejor comienza a rezar —musitó con seriedad.
—Siempre estoy rezando —respondió De Carlo del mismo modo.
Ambos se apartaron rápidamente de la pared, armas en alto, comenzando a disparar en el instante en el que los dos hombres patearon la puerta del comedor para abrirse paso.
FIN DEL CAPÍTULO 164
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 14

CHAPTER 14
The next day, very early in the morning, the three active members of the B-Squad were awakened with the notification that they should report to the Command Room in half an hour, as directed by Commander Cruger. Each at their own pace, they tried to get up and get ready as quickly as possible. The emergency alarm was not activated, so whatever the Commander wanted from them, at least it didn't represent the imminent destruction of the planet, so they could take the time to at least wash their faces and comb their hair.
The three cadets crossed paths in the hallway on the way to the Command Room, and they headed there together. Each was suffering from their share of drowsiness, with Bridge apparently being the most affected at the moment. Still, the one who seemed least pleased with this abrupt awakening was undoubtedly Syd.
"Why did the Commander call us so early?" she exclaimed angrily as they walked down the hallway. "I didn't even get my morning shower. I only came for my nighttime tub bath."
"You know, I've read that taking too many showers in a row can damage your skin and scalp," Bridge mumbled between yawns.
"That's why I take a hot bath at night to relax my muscles, and a cold shower in the morning to wake up and improve circulation. You should try it; it's very effective."
"Get used to it," Sky replied sternly. "Now that B-Squad is on active duty, our days will start earlier, and we'll need to be more alert than ever. As Power Rangers, we must always be ready for action."
"Listen to him, Bridge; he sounds like a Red Ranger," Syd murmured mockingly, pretending to whisper a secret to her Green Ranger partner, though she deliberately spoke just loud enough for Sky to hear. "Oh, wait, I forgot; he's only the Blue Ranger."
Sky's face twisted into a stone-hard expression, though his attention remained fixed on the road before him.
"Laugh all you want," he said coarsely. "But the color isn't important. The important thing is to do your duty, and..."
"Keep the legacy of the Power Rangers alive, I know," Syd added in a tired voice. "You've said it so many times, I wonder if you really believe it, or if you're just trying to convince yourself."
"Seriously, Sky, why do you think the Commander didn't give you the position of Red Ranger?" Bridge asked with marked curiosity. "I was betting you'd be the one, and Syd too."
"Hey, I don't…" Syd exclaimed defensively, but Bridge looked at her sideways, telling her with his expression alone: be honest. The Pink Ranger sighed and crossed her arms. "Well, yeah, that's true. But don't get too carried away, it's not like there were many options."
Sky continued walking, his gaze fixed straight ahead. And despite his silence, his two companions could feel the gears in his head turning on that same question that, knowing him, he'd most likely been asking himself every second since the previous day, trying to see it from different angles, coming up with the most logical theories. And yet, the only answer he had to give them was:
"I really don't know," he whispered slowly, his voice thoughtful. "But it's not my place to question those things. If the Commander made that decision, we have to trust his judgment. As officers, we must always abide by his orders and decisions, without exception."
Bridge and Syd exchanged a quick glance, but neither said anything. But they both found it a little hard to believe that Sky was perfectly pleased with not having been named a Red Ranger, something he'd made clear was his most fervent aspiration. But perhaps his unwavering integrity and unconditional adherence to the rules prevented him from so openly expressing his dissatisfaction with the matter.
They just hoped it wasn't one of those problems they bottled up until they grew, and grew, and then finally exploded in everyone's faces.
But as Sky had rightly said, they had no choice but to trust Commander Cruger's decision. Since he had his reasons for doing everything he did... right?
The three arrived shortly after at the Command Room, and almost immediately made out the broad back of Commander Cruger, who was apparently chatting with someone at that moment.
"Commander Cruger," Sky announced forcefully as soon as they entered. "B-Squad is…"
Cruger turned to face them at that moment, placing the person he was speaking with right in the line of sight of the three newcomers. She was a young woman wearing the distinctive gray and black uniform of the Academy cadets. So far, everything would have been normal, except that she was not a completely unknown person to them, and they recognized her instantly. The immediate reaction of all three was one of complete astonishment, causing them to stop in their tracks simultaneously, their faces pale and their eyes wide open; Sky in particular.
"Hey, how's it going, guys?" a smiling Elizabeth Delgado greeted them, raising her hand in hello.
The three cadets, however, did not respond with the same kindness.
"Commander, look out!" Sky exclaimed loudly, instantly drawing his laser weapon. Bridge and Syd reacted almost automatically, doing the same thing just a second later. "The criminal has escaped!"
Z flinched at the sight of those three guns, and hesitated briefly between raising her hands in surrender, assuming an attack stance, or jumping over the center console and running for the exit. Her body screamed at her to do the latter.
Before anyone could do anything, Cruger stepped forward, standing between Z and the three cadets, putting himself in the line of fire.
"Lower your weapons, cadets," he ordered sternly, which ended up confusing them even more.
"But, sir, she's the..." Sky began to explain, but stopped when he looked again at the supposed prisoner, and took a closer look at the clothes she was wearing. "What are you doing in that uniform?"
"What? Doesn't it fit me?" Z asked curiously, peeking out from behind Cruger.
"There's no need to be alarmed," the Commander added calmly. "Miss Delgado has decided to join the S.P.D., and as of today, she will be assigned to B-Squad."
"What?" Sky exclaimed, dumbfounded. "Is this a joke, sir?"
"Nothing like that. So I'll repeat it: put down your weapons, and welcome your new partner instead."
The order was met with varying degrees of skepticism by the three cadets. Bridge was the first to lower his weapon, almost instantly. He was followed by Syd, who very slowly returned it to its holster. Sky took the longest, but eventually did so as well.
Weapons shelved, Cruger finally stepped aside, leaving Z feeling quite exposed; even though she no longer had a laser gun pointed at her, the glares of those three, especially the one wearing the blue uniform, seemed as lethal as one.
"Hello," Z muttered with slight hesitation, raising her hand again.
"Welcome, I am…" Bridge said with sudden friendliness. He raised a friendly hand and took a step toward her, but he didn't go any further before Sky put her arm out to stop him.
"Sir, this girl… is a criminal," the Blue Ranger pointed out sternly.
"Really?" Cruger responded sarcastically. "Cadet Delgado will begin to make amends for her crimes by performing community service, with her work as a Power Ranger in the B-Squad."
"Just call me Z," the woman in question said. "All my friends call me that."
Her comment earned her a sudden and virulent glare from Sky.
"Or… call me whatever you want, I guess…"
"Sir," Sky said harshly, turning back to Cruger. "With all due respect, being a Power Ranger should be an earned honor, not a punishment imposed for a lifetime of crime."
"Hey, I haven't had a life of crime, okay?" Z defended herself irritably, but tried to calm down before speaking again. "And yes, of course I'm honored by this opportunity. I've always wanted to help people and make a difference in the world. Even when I was stealing food and clothes for the poor, I was doing it with that end in mind."
"That's very noble," Bridge said, his voice moved.
"Bridge," Sky chided him, looking over his shoulder.
"What? It is."
"Sir," Syd chimed in at this point, "I least of all like to agree with Sky."
"Well, thanks," Sky whispered pointedly, but Syd continued on, ignoring him.
"But I think he's right this time. The three of us prepared for two years at the Academy and trained for three months without a break to become Power Rangers. And this girl… Z, or whatever her name is, spent the last few years stealing and getting away with it. It doesn't seem fair."
"Hey, it's starting to bother me that all you see in me is that I was a thief," Z muttered, irritation evident again. "There's more to me than just that, you know? It's not all black and white."
"In this case, it is," Sky pointed out adamantly.
"It's clear the three of you are recent graduates of your little Academy. You have a lot to learn about the real world out there, and to open your narrow-minded minds a little more."
"I agree," the Commander agreed, to the surprise of the three cadets. "Miss Delgado's background is irrelevant to this cause. Her heart is in the right place, and she demonstrated great skill fighting against you on equal terms."
"I wouldn't say exactly equal," Syd whispered under her breath, looking to the side.
"Also," Cruger continued, "I want to remind you that there are three of you, and your squad is supposed to consist of five members. And you're still missing a Red Ranger."
"Oh, I can be the Red Ranger, if you want," Z said, willing to put on a cooperative front. However, her suggestion was immediately met with a not-so-subtle, mocking laugh from Sky.
"Yeah, right," the Blue Ranger said with disdain.
"Why not?" Z asked, clearly annoyed by that reaction.
"Are you serious? The Red Ranger is the highest-ranking position within the squad. He's the head and leader of the team. Therefore, he must embody the righteousness, goodness, and strength of a Power Ranger in every one of his actions. He must be the best of the best…"
"Oh, so that's precisely why you're not the Red Ranger, right?" Z pointed out slyly.
Sky's cheeks instantly flushed, and Syd let out the beginnings of a laugh, which she then stifled by covering her mouth with her hand.
"Syd!" Sky scolded her angrily.
"Sorry, Sky. You just made it so easy for her."
Sky's mood was going from bad to worse, and only his usual steadfast discipline kept him in check. Still, he was ready to respond with a few things to the criminal disguised as a cadet, but the Commander intervened first.
"If you're done getting to know each other, save your quality team time for later. Now I need the B-Squad, all four of you, to take on a mission."
"What? Right now?" Z asked, surprised. "Are you sending me on a mission on my first day?"
"Unless you have something better to do, Miss Delgado."
Z hesitated a moment before answering.
"I guess not…"
With no further comment to be made on the matter at the moment, there was no choice but to follow the Commander's instructions. After all, it was their duty to trust that his decisions were the right ones... right?
The four members of B-Squad, including their newest recruit, gathered around the central console of the Command Room, where Cruger began to project different holograms of information corresponding to the new mission he was about to assign them.
"Two nights ago, a robbery occurred at the Cranston Technologies facility here at Newtech. A group of thieves overrode the sophisticated security mechanisms and gained access to the research and development area."
"And what did they steal?" Sky asked.
"That's what we still don't know. As of last night, the case was being investigated by the Earth police. However, five seconds of uncorrupted security footage were recovered, capturing the face of this individual among the thieves."
Cruger put the five-second video clip projected onto the console. It showed a hallway in the facility, and a group of five people leaving one room and entering another. But one of them briefly turned to face the camera, and it captured his face. Zooming in gave them more details of the individual: an alien with shiny greenish skin and dark spots, resembling a reptile or toad, with pointy ears and a snub nose. He looked like something out of an old goblin tale, although he was wearing a suit and shirt.
"Ugly…" Syd muttered in disgust.
"Syd, that's not very nice," Bridge said disapprovingly.
"Facial recognition identified him as Klupzu Agon, from the planet Buthars IV," the Commander reported. "He is a notorious underworld thief, forger, and saboteur, and a frequent associate of the trafficker known as Broodwing."
Accompanying the image of Klupzu's face was the almost full-body hologram of another individual: tall, with a three-eyed head and bat-like ears, covered inside a transparent helmet like a tubular fishbowl. He wore a long black cape, beneath which a thin, reddish body peeped out.
Z watched both holograms closely and let out a noticeable, thoughtful groan.
"Is there anything you'd like to add, Miss Delgado?" Cruger asked curiously.
"No, nothing," Z replied, shaking her head. "It's just that this… Klupzu?" She then pointed at the hologram of the green alien. "He looks familiar. I feel like I've seen him somewhere before."
"That's new, a criminal who knows another," Sky noted ironically.
"It's not that," Z replied defensively. "It's just that when you live on the streets, you see and hear a lot of things. For example, one thing I'm sure of is that I've heard a lot about him." She then pointed to the hologram of the red, black-cloaked alien, the one Cruger had referred to as Broodwing. "I've never seen him in person, but everybody says he's a dangerous guy who's best left alone. And it's especially best never to owe him money; not a cent."
"Indeed, Broodwing is a very dangerous criminal," Cruger clarified. "He's at the top of the most wanted list here on Earth. But on top of that, Dr. Manx and I strongly suspect he may be somehow involved with the Krybots who attacked you yesterday. That's why his arrest has become a priority, so we can interrogate him."
"I see," Bridge said eagerly. "So what we need to do is find Klupzu, arrest him for the Cranston Technologies robbery, and offer him a reduced charge if he rats out Broodwing, correct?"
"That would be a great plan," Cruger said. "If Klupzu weren't dead."
"Dead?" the four cadets said simultaneously.
"His body was found last night in an alley near the commercial warehouses north of the city. He had blaster wounds, quite similar to those inflicted by the Blue-Head Krybots of the Troobian army."
"Like the one that attacked us yesterday," Syd inferred.
"Exactly."
"So, if our suspect is dead, what do we do?" Z asked, somewhat unclear about what her exact order was.
"Our priority is to figure out what he stole two nights ago, and why, after doing so, Broodwing decided to get rid of it, as we theorize. I want the four of you to go to Cranston Technologies, take statements from the security personnel, and try to figure out what Klupzu stole. Then, inspect the site where the body was found, and look for any clues regarding Klupzu's death."
"Great," Bridge exclaimed, more excited than expected, considering they were talking about a robbery and a murder. "And once we do all that, then…?"
He left the question hanging for the Commander to direct their next move. The four cadets all looked at their leader expectantly.
At that very moment, the doors to the room opened, and Kat entered, carrying a small silver briefcase. Seeing that the Commander and B-Squad were huddled together, talking, she waited at a prudent distance. Cruger, of course, noticed her presence and turned to look at her. She smiled at him and raised the briefcase she was carrying slightly for him to see. Cruger immediately understood what it was and responded with a slight nod, indicating with a gesture of his hand that she should wait a little longer. Kat obeyed and remained in her place.
The Commander's attention shifted back to his new squad as he finished answering Cadet Carson's question. However, his answer wasn't exactly what the four cadets had hoped for.
"Once you gather all the information, return to base with it," he said seriously.
"We'll return to base with the information, of course," Bridge repeated, nodding. "And then…?"
"And that's all," Cruger emphasized sternly.
"That's all?" Z muttered, confused. "But I think we could do a little more, don't you? If Klupzu was as notorious a thief as you say, I know a couple of people who might be able to provide us with valuable information about him, or even where he used to operate. For a price, of course."
"Yeah, and I know an old classmate who used to work at Cranston Technologies," Syd said. "And from what I understand, he's still pretty up on all the company gossip. If we go visit him, maybe I can convince him to tell us what he knows about the robbery, or if they're trying to hide something."
"They're all good ideas," Cruger acknowledged. "However, we won't take any additional steps beyond what's already been discussed until we've gathered all the available information first."
"But…" Bridge said, seemingly more than willing to refute his instruction further. Cruger, however, raised a hand at that moment, indicating with that single gesture that he should stop.
"Broodwing's apprehension is our top priority. Normally, I would assign a mission of this nature to A-Squad, but they're unavailable at the moment. So you should gather all the information you can, and then return here."
"So that A-Squad, whoever they are, solve the case and take the credit, right?" Z replied with obvious displeasure.
"So that based on your findings, we can decide what to do next," Cruger replied calmly.
The four members of B-Squad remained silent, glancing at each other. It was clear that, to a greater or lesser extent, each of them disliked the order; Kat noticed it from her position as well. But none of them said anything else, though clearly not because they didn't want to.
"Any other questions?" Cruger exclaimed after a moment of silence.
"Sir," Sky said, getting their attention. "If we don't have a Red Ranger yet, who will lead the team?"
"As second-in-command, the Blue Ranger must take on that responsibility," Cruger clarified. "At least for now. I trust you'll do the job properly, Cadet Tate."
"Yes, sir, I will," Sky replied firmly.
"Go then," the Commander instructed next, giving his cadets the green light to go and fulfill their mission.
B-Squad hurried towards the exit, except for Z, who stayed behind to talk more with the Commander.
"Sir, what happened to Jack?" Z asked, a little hesitantly, as if she didn't really want to hear the answer.
"He's still in his cell," Cruger replied. "We haven't finished the paperwork for his transfer yet."
"I see," Z muttered, nodding, but sounding gravely disappointed. Although she wasn't sure what else she expected to hear.
The new cadet then headed for the door to catch up with her new teammates, but was intercepted by Kat on the way.
"Elizabeth," Dr. Manx called, approaching from the side.
"Please, I'm Z," the young woman clarified. "Only my mother and grandmother called me Elizabeth."
"Okay, Z," Kat said respectfully. She couldn't help but smile with joy at seeing her standing before her, so close, proudly wearing the S.P.D. uniform. There were so many things she wanted to say to her, but it wasn't the time, and she didn't feel ready for it yet. "I'm Dr. Manx, Head of Research and Development here at S.P.D. We'll talk another time, more calmly. For now, I don't want to distract you too much from your first mission. I just wanted to give you this."
Kat held out the briefcase she was carrying and opened it in front of her, revealing its contents: a single black and white device, identical to the ones she had given to Sky, Syd, and Bridge the day before.
"It's your Morpher and communicator," Kat clarified. "It's already loaded with your ID and biometrics."
"Oh, great!" Z exclaimed happily, quickly grabbing the device from the briefcase. "Is this what transforms me and all that?"
"It is what transforms you and all that, indeed," Kat replied, amused.
"Great. And what color will I be?"
Kat opened her mouth to answer, but Sky's annoyed voice from the hallway interrupted her.
"Hey, thief. Are you coming or not?"
"My name is Z!" she answered loudly, exasperated. "And yes, I'm coming."
"I'll let you find out for yourself," Kat commented, in immediate response to his question.
"Good," Z sighed, and clipped the Morpher to his belt. "So... how does it work?"
"It's a bit long to explain, but I'm sure your new partners will tell you if you ask them."
"Oh, yes; they'll be delighted," Z muttered with marked sarcasm.
With a resigned step, she now headed towards the hallway to join her new comrades.
Kat had only seen the last part of their meeting, but that was enough for her to realize that Elizabeth's integration into the group had gone... Well, it could have gone worse; that was clear.
"And there goes our B-Squad," she commented as she walked over to Cruger. "They're enthusiastic kids who want to show what they can do, Commander," Kat pointed out, clearly alluding to what they had proposed doing a moment ago. "You should give them a little more freedom."
"They'll get their chance," Cruger replied. "But for now, I need to know that they can follow orders."
"If you say so," Kat sighed, resigned. "So, Jack's still in his cell?"
"As I said, the paperwork is still pending."
"That was a long process," Kat murmured ironically. "Especially considering that a process like that is done electronically... or with a simple phone call."
Cruger surreptitiously shifted his gaze to the console, like a child caught red-handed in a lie.
"Maybe I'm giving him a chance right up to the last minute," he explained in a low voice. "To him, or perhaps to anyone else who might try to convince him."
Saying that last bit, he turned to look at her out of the corner of his eye, making it a little clearer what he was trying to say with "anyone".
Kat's turn to look away.
"If he didn't listen to you, why do you think it would be any different with me?" she asked harshly.
"You can be very convincing when you put your mind to it," Cruger noted, sounding almost amused as he did so. "I know that from personal experience."
Kat couldn't help but smile slightly when she heard him say that. She wasn't entirely sure her intervention could actually make a difference. However, at least trying was better than simply abandoning the boy to his fate; again…
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VIKTOR - Capítulo 19. Su Reporte

VIKTOR
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 19. Su Reporte
Conforme se fueron alejando de la estación y adentrado más en la bulliciosa ciudad, los cuatro militares se fueron encontrando también con más vehículos automatizados que transitaban por las calles. En las Catorce Ciudades era cada vez más común ver ese tipo de transportes en el día a día, pero a Siegiel no le había tocado ver tantos al mismo tiempo por una misma calle, hasta ese momento. Eran tantos que su avance se fue frenando a la par que se acercaban a la zona centro, hasta el punto de algunas veces literalmente estar detenidos esperando que los vehículos de más adelante avanzaran.
El HelioPolis eso era bastante infrecuente, y para Siegiel eso era muestra de dos cosas; o quizás de más, pero de momento su cabeza se concentraba en dos. La primera, que la cantidad de gente que vivía en esa CourtRaven, así como su poder adquisitivo promedio, definitivamente eran mayores a la media de las otras ciudades, como lo decían algunos análisis que había leído. Y la segunda, que las viejas calles e infraestructura de éstas no estaban debidamente diseñadas para este flujo de vehículos, y se ocuparía hacer algunos cambios a corto y medianos plazo para asegurar que esto no colapsara el flujo de movimiento de la gente.
«Pero ninguna de esas cosas son mi responsabilidad» se dijo a sí mismo, con un vago intento de quitarse preocupaciones de encima que nadie le había impuesto; un mal hábito que lo acompañaba desde joven.
—¿Qué le parece la ciudad hasta ahora, excelencia…? Es decir… Capitán, señor —le preguntó la Sargento Wensell a su lado en el asiento del conductor.
—Es bastante grande y concurrida —se limitó a responder Siegiel en voz baja, mientras miraba pensativo hacia la acera.
Además de los vehículos de la calle, las banquetas sufrían también de su respectivo tráfico, aunque en su caso era de personas; todas andando de un lado a otro con aparente prisa por llegar al sitio al que se dirigían. Era tanto así que sólo muy pocos parecían reparar en el Miravist con uniforme blanco que iba en ese vehículo, pese a que era bastante visible debido a que traían la capota abierta.
—Sí, les tocó llegar a una hora complicada —masculló Orna, sonando casi como si se estuviera disculpando, pese a que no tenía responsabilidad alguna en aquel asunto—. Muchos salen de sus turnos diurnos a esta hora. Pero no se preocupe, lo llevaré sano y salvo hasta la base en unos momentos.
—Se lo agradezco, sargento —le respondió Siegiel con voz afable—. Y no se preocupe, no tenemos ninguna prisa.
—Dilo por ti —se quejó Nikam desde el asiento trasero—. Nosotros seguimos con hambre.
Siegiel se giró hacia él con una marcada mirada de desaprobación, y luego volvió de nuevo su tención hacia la sargento.
—Discúlpelos, por favor. Fue un largo viaje.
—No se preocupe, señor —respondió la Lycanis al volante, sonriéndole.
Sólo unos minutos después de esto, llegaron ante uno los arcos de entrada para atravesar la Muralla de los Cuervos e ingresar al círculo interno de la ciudad. Esta entrada era justo uno de los motivos del tráfico que estaban presenciando, pues era un tanto angosta; lo suficiente como para que sólo cupiera un vehículo a la vez, sin contar que había oficiales de la Policía Civil custodiándola, y de vez en cuando paraban cualquier vehículo, que posiblemente veían sospechoso, para interrogar a sus ocupantes. Una medida de seguridad entendible, pero que dada la situación actual quizás afectaba más de lo que ayudaba.
Al ver el vehículo blanco con los escudos del Ejército Real en sus puertas, los dos oficiales no hicieron intento alguno por detenerlos, e incluso les ofrecieron un firme y respetuoso saludo cuando pasaron a su lado. Siegiel les regresó el gesto con ademán de su cabeza y de su mano, y le pareció notar que al menos uno de ellos se sobresaltaba al ver esto; si fue por nervios, susto o felicidad, eso sólo el oficial podría decirlo.
—Aquí estamos ingresando en el Distrito Once —informó la Sargento Wensell una vez atravesaron por completo la Muralla de los Cuervos—. Es uno de los más importantes de la ciudad. Aquí podrán encontrar de todo: restaurantes, tiendas, bares, casas, departamentos… De todo un poco. Es también de las zonas más bonitas y seguras de la ciudad. Pero eso sí, vivir por aquí es algo costoso; o bueno, casi todo dentro del círculo interno lo es.
Y el tráfico tampoco mejoró mucho por ahí, lamentablemente. Las calles de esa parte eran incluso más viejas que las de la zona exterior, así que tampoco era para sorprenderse. Siegiel esperaba que la sargento tuviera razón, y todo eso fuera sólo cosa de esa hora en específico.
—Distrito Once… —masculló Nikam con voz reflexiva desde su asiento—. Oye, ¿no es aquí donde dijiste que estaba el restaurante de carne? —preguntó de pronto, girándose hacia Aruel a su lado.
—¡Ah!, sí —exclamó el otro Lycanis con emoción—. El… ¿Cómo se llamaba?
—Si se refieren a un restaurante de carne aquí en el Distrito Once, deben referirse al Rincón del Bistec —informó Orna con evidente seguridad.
—¡Ese mismo! —exclamó Aruel, con quizás demasiada fuerza.
—De hecho se encuentra justo por esta calle un poco más adelante —indicó la Sargento—. Pero no les recomiendo ir a ese sitio, oh no.
—¿Por qué? ¿La comida no es buena? —inquirió Aruel con preocupación—. Me dijeron que era el mejor sitio de la ciudad.
—Oh, la comida dicen que es excelente, pero no sus costos —se lamentó Orna, negando con la cabeza—. Están muy por encima de nuestros sueldos, se los puedo asegurar. Es un sitio más frecuentado por nobles y gente con el suficiente dinero como para darse ese lujo.
—¿De verdad es tan costoso? —masculló Aruel, abatido.
—Pero no tiene que preocuparse, Sargento —añadió Nikam con más confianza, al tiempo que estiraba un brazo hacia adelante, para dar un par de palmadas amistosas en el hombro de Siegiel—. Ahora está con el Cap. Maximali, y él estará más que dispuesto a invitarle un buen T-Steak cuando quiera.
—No hagas ese tipo de promesas por mí —le reprendió Siegiel con dureza—. Además, luego de lo que acaba de decir la sargento, no estoy seguro si sería bien visto que soldados del Ejército Real coman en un sitio así. Levantaría comentarios sobre en qué se gasta la milicia su dinero.
Aquello despertó rápidamente sentimientos de preocupación e indignación en sus dos ayudantes.
—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamó Aruel, sonando melodramáticamente cerca del llanto al decirlo—. ¡Prometiste que nos llevarías!
—No lo prometí, sólo dije que estaría bien —se defendió Siegiel, volteando a ver a sus dos amigos hacia los asientos traseros—. Y fue antes de saber que era un sitio tan costoso.
—¡Sargento Wensell! —exclamó Nikam, casi con desesperación—. Por favor, convénzalo. Como buena Lycanis que es, apuesto que usted también disfruta de un buen y jugoso pedazo de carne, ¿no?
—No metas a la sargento en esto —le recriminó Siegiel con seriedad.
—Bueno… —masculló Orna en voz baja, mientras sus manos se movían nerviosas sobre el volante—. Ciertamente, siempre he querido ir al menos una vez. Y es que incluso pasar caminando frente a la puerta, y percibir el delicioso aroma del interior, es suficiente para despertar tu apetito.
Los ojos de la mujer brillaron con evidente emoción al pronunciar aquello, mientras miraban perdidos al frente. Un poco más, y quizás hubiera incluso babeado de hambre ante la imagen que muy seguramente se proyectaba en su mente.
—Sargento… —masculló Siegiel, en una combinación de sorpresa y decepción.
—¡Lo siento, señor! —exclamó Orna, apenada, retomando rápidamente la compostura.
Siegiel dejó escapar un largo suspiro. Era mejor no meterse con el apetito carnívoro de los Lycanis. Había varios estereotipos existentes con respecto a ellos, y su amor por la carne era uno que, al menos a Siegiel, le constaba tenía mucho de real.
Igualmente no era de sorprenderse que justo estuviera en un vehículo con tres soldados Lycanis. Las estadísticas indicaban que casi un 45% de los soldados del Ejército Real eran Lycanis; algunos otros reportes indicaban incluso un porcentaje mayor. Su fortaleza y velocidad innatas, en especial en sus formas de lobo y durante las noches con luna, los hacían más propensos a inclinarse a carreras en la milicia o en la policía. Aunque claro, no era el caso de todos los de dicha raza, pero sí era algo común.
—Ah, miren —pronunció Orna en alto señalando hacia el frente— Ese sitio de ahí adelante es justo el Rincón del Bistec.
Siegiel posó su atención en la dirección que Orna les señalaba. De lado derecho de la acera, se encontraba un edificio color blanco de cinco pisos. Los pisos superiores parecían ser oficinas o quizás departamentos, pero todo el piso inferior estaba en efecto ocupado por un único establecimiento, con una elegante puerta de cristal y grandes ventanales. Sobre la puerta había un cartel en elegantes letras rojas que mostraba justo el nombre el lugar:
El Rincón del Bistec
—Wow, sí que se ve grande… y caro —masculló Aruel, genuinamente maravillado.
Por un pequeño golpe de suerte, o de mala suerte, el tráfico los hizo detenerse justo delante de la fachada del edificio, y esperar a que pudieran seguir avanzando. Por esos segundos, los cuatro soldados pudieron darle un vistazo más profundo al local. Era grande, o al menos desde afuera lo parecía. La fachada era elegante y un tanto sobrecargada de detalles, con masetas con plantas y flores adornando debajo de los ventanales. Todas las personas que entraban y salían del local usaban elegantes atuendos: vestidos largos para las damas, trajes de completos para los caballeros.
Bueno, casi todos vestían así, pues en un momento tres de los que salieron por la puerta principal captaron mucho la atención de Siegiel, pues sobresalieron del resto de los Nuitsens que los rodeaban.
Eran dos Lycanis y un Spekerus, los tres vestidos muy parecidos: sombreros de bombín y abrigos oscuros largos, al juego con sus sombreros. Los tres eran hombres altos, de brazos gruesos y hombros anchos. Salieron riendo estridentemente del restaurante y se pararon a un lado en la acera. Cada uno encendió un cigarrillo, y se pusieron a charlar entre ellos mientras se los terminaban.
Todo muy normal, a simple vista. Excepto que en el momento en el que uno esculcó en el bolsillo interno de su abrigo para sacar su cajetilla de cigarrillos, dicho abrigo se hizo a un lado sólo lo suficiente para que Siegiel pudiera ver lo que se ocultaba debajo de éste: un arma de fuego, enfundada en su cintura.
La mirada de Siegiel se afiló un poco, y escudriñó con ella a los otros dos. Aunque un poco más discretos que el primero, también logró ver pequeños atavismos de armas ocultas.
Aquello lo puso un poco tenso. Bien podrían se oficiales de policía, pero… por su apariencia, no sería su primera conjetura. Además que aquellas parecían ser armas más grandes que el Revolver reglamentario Wenzley de 11.5 que debían utilizar los oficiales de la Policía Civil. La segunda posibilidad entonces era que fueran guardaespaldas o algún tipo de fuerza de seguridad privada, pero habría que preguntar al servicio de quién exactamente. Había regulaciones estrictas sobre ese tipo de labores, con las cuales Siegiel no estaba muy familiarizado así que a simple vista no le quedaba claro si podría estar presenciando algo ilegal o no.
Y aunque lo fuera, lo más seguro es que estuviera fuera de su jurisdicción.
—Vamos, Siegiel —insistió Nikam, al parecer nada dispuesto a dejar el tema por la paz—. ¿Les quitarás a tus amigos el deleite de probar la mejor carne de la ciudad? Además, ¡hay que celebrar tu ascenso! ¡Y que al fin estamos en nuestra nueva ciudad! Díselo, Aruel.
—¡Sí! —exclamó éste, compartiendo su mismo entusiasmo—. No hay mejor forma de celebrar que con un buen pedazo de carne.
—Literal y figurativamente… —añadió de pronto Nikam, con un cambio drástico en su voz de exaltado, incluso algo molesto, a sonar algo distraído y distante.
Sus dos compañeros notaron rápidamente que la atención del cabo se había clavado totalmente en la puerta del restaurante. Aunque lo más correcto era decir que se había clavado en la persona que acababa de salir por ella. Era una mujer Nosferatis, alta de piel pálida y largo cabello negro que caía suelto como cascada por su espalda, con un elegante y muy ajustado vestido negro con brillos que se pegaba lo suficiente a su cuerpo como para definir cada una de sus curvas… que no eran pocas. El vestido además tenía un muy generoso escote, que dejaba al aire una parte importante de su prominente busto. A pesar de que ya estaba atardeciendo, había suficiente sol como para que optara por usar un amplio sombrero en su cabeza, gafas oscuras frente a sus ojos, y una sombrilla.
Era una persona que de inmediato captaba la atención, sin duda. Y eso incluía la de los tres hombres armados que fumaban a un lado, y que no tardaron en fijarse en ella y a quedársele contemplándola sin nada de sutileza; justo como Nikam lo estaba haciendo también.
—Pero miren a ese primor —exclamó el Lycanis en alto, estirándose hacia el lado derecho del vehículo para intentar verla de más cerca, aunque tuviera que pasar sobre Aruel para hacerlo.
En ese momento, la mujer giró su rostro hacia adelante, justo en su dirección. Y aunque usaba aquellos lentes oscuros, todos percibieron que en efecto los miraba a ellos. Y eso los puso nerviosos, o al menos a los dos Lycanis del asiento trasero.
—Creo que te oyó —le susurró Aruel a su compañero en voz muy baja.
—No, claro que no… ¿O sí? —le respondió Nikam del mismo modo, algo dubitativo.
La mujer Nosferatis los siguió, supuestamente, mirando un rato más, hasta que una sonrisita repentina se dibujó en sus labios, y alzó entonces una mano para saludarlos de forma juguetona. Nikam sonrió casi embobado y le regresó el saludo. Aunque, en realidad, la mujer no lo saludaba a él, sino al Miravist en el asiento delantero, que se había girado a mirar al frente para fingir que no había reparado en su presencia.
El tráfico comenzó a avanzar en ese momento y su vehículo también, hasta comenzar a dejar atrás el Rincón del Bistec.
—Compórtense, ¿quieren? —les reprendió Siegiel, girándose a ver a sus dos ayudantes hacia los asientos traseros con evidente desaprobación—. Recuerden que es su deber siempre honrar sus uniformes.
—Bien dicho, señor —secundó Orna, que ahora portaba en su rostro una expresión seria y dura. Evidentemente tampoco le gustaron las formas de comportarse de los nuevos cabos con aquella mujer.
—De acuerdo, de acuerdo —masculló Nikam, resignado, y se acomodó de nuevo en su asiento—. Y entonces, ¿qué dice, capitán? ¿Vamos esta noche a cenar y celebrar? No creo que tengamos mucho que hacer si apenas acabamos de llegar. ¿Cierto, sargento?
—Depende del general, supongo —respondió Orna, encogiéndose de hombros—. Pero si el capitán lo pide, no creo que le diga que no.
«¿Por qué soy un Miravist?» pensó Siegiel para sus adentros, pero no pronunció nada en voz alta. Como le había dicho el Gral. McLorg, era mejor que aceptara de una buena vez lo que era.
—Lleguemos a la base, hablemos con el general, y luego vemos —indicó Siegiel con voz ausente, mirando de nuevo en dirección a la acera.
Esa respuesta, tan ambigua y poco prometedora como sonaba, fue suficiente para que Nikam y Aruel dejaran fluir su emoción.
—¡Genial! —exclamó el cabo Arkansas—. Ya tenemos un pie dentro.
Siegiel dejó escapar un largo y agotador suspiro.
—¿Siempre son así? —preguntó la sargento Wensell, más curiosa que molesta.
—A veces son peores —bromeó Siegiel, tomándose un poco por sorpresa incluso a sí mismo.
— — — —
Mientras el vehículo se alejaba por la calle, los cuatro miliares ignoraban que un par de ojos muy particulares habían estado fijos en ellos durante el tiempo que estuvieron frente al restaurante. Un par de ojos verdes que se asomaban desde la ventana abierta del edificio cruzando la calle.
Dicho edificio era un hotel, elegante como casi todos en esa zona, de siete pisos de alto y fachada color verde oscuro. Era un sitio bonito y costoso, aunque en esa época del año no había mucho flujo de visitantes a la ciudad; en especial visitantes que podían costear un sitio así. Por lo mismo, la cantidad de huéspedes en esos momentos era relativamente baja.
Uno de los pocos huéspedes era una elegante y hermosa mujer Nosferatis que había llegado esa mañana, acompañada de dos de sus Siervos, los cuales insistió debían acompañarla en su habitación. El tema de permitir que los huéspedes Nuitsens duerman en el mismo cuarto con sus Siervos, siempre se prestaba a polémica. No era una petición inusual, pues en efecto varios de los visitantes más adinerados que pasaban por ahí solían viajar con sus ayudantes, damas de compañía, o simplemente cargadores de equipaje de un lado a otro. Y a los empleados no les quedaba más que permitirles que hicieran lo que les pareciera mejor, pese a que había otra parte de su clientela a la que no le agradaba la idea de estar en una habitación en donde había dormido o comido un Siervo ajeno.
La limpieza posterior a la salida de los huéspedes tomaba una importancia mucho mayor debido a eso.
Era justo uno de los dos Siervos que acompañaban a esta mujer el que observaba atento hacia el exterior, con la cortina a media ventana, un tanto oculto entre las sombras de la habitación para no hacerse notar tanto. Había estado de hecho sentado frente a la ventana gran parte del día, con su atención bien puesta en el restaurante de enfrente, y todo aquel que entraba y salía de él. O, en el caso particular de ese vehículo militar, todo aquel que pasaba por la calle y que resaltaban del resto.
Era un chico joven, no más de catorce años, de cabellos rojizos algo desalineados, ojos verdes y cara lechosa y pecosa. Vestía un atuendo de camisa blanca, pantalón y chaleco negro, con un corbatín al juego. Y recargado en la pared, a un lado de su silla, aguardaba un rifle largo con mirilla especial para tiros a larga distancia.
—Eso sí que es extraño —murmuró el muchacho en voz baja para sí mismo, entornando los ojos, una vez que el vehículo se alejó.
—¿Qué es extraño? —le respondió de pronto una segunda voz en la habitación; una segunda voz que no debería estar ahí, pues se suponía estaba solo…
—¡¡Ah!! —espetó el muchacho en alto, asustado.
Se paró rápidamente de la silla, y su mano se dirigió por reflejo hacia su espalda, sacando el revólver que ahí ocultaba. Se giró, apuntó el arma al frente, y casi al instante sintió como una mano grande y fuerte tomaba el cañón de la misma y lo desviaba hacia un lado, quedando fuera de su línea de tiro.
El chico se quedó unos segundos perplejo, pero se tranquilizó un poco al mirar con más cuidado a aquel Siervo grande de piel oscura, ataviado con el mismo traje de sirviente que había usado cuando llegaron al hotel más temprano.
—Herkules —masculló despacio, bajando lentamente su arma—. Oye, me asustaste. ¿Cuándo entraste?
Una sonrisita socarrona se asomó por la comisura de sus labios.
—Es bastante preocupante que nuestro vigía no se dé cuenta de lo que pasa justo detrás de él —indicó con sorna, cruzándose de brazos.
El muchacho se giró hacia un lado. Sus mejillas se habían pintado rápidamente de rojo.
—Me enfoco en el frente, donde está lo que debo vigilar —susurró con voz carrasposa, y claramente defensiva.
Herkules dejó escapar un único quejido divertido, y dejó el tema por la paz. Se aproximó entonces hacia la ventana, mientras el muchacho se guardaba de nuevo su pistola y tomaba asiento.
—¿Qué fue lo que viste de extraño, Clover? —le preguntó el recién llegado a su vigía, mientras igualmente observaba hacia el otro lado de la calle con curiosidad. Aunque lo que había captado la atención del muchacho pelirrojo ya hacía rato que se había ido.
—Un Miravist —susurró Clover en voz baja, provocando que la atención de Herkules se girara de lleno hacia él—. Iba en un vehículo blanco. Acaba de pasar hace apenas un par minutos.
—¿Era el Príncipe?
Colver se encogió de hombros.
—No conozco al Príncipe, pero no lo creo. Se veía joven. Además, usaba el uniforme blanco de la milicia.
—¿Un soldado Miravist? —musitó Herkules, pensativo—. Eso sí es extraño.
—Te lo dije.
Antes de que pudieran proseguir con su conversación, la puerta del cuarto se abrió de golpe. Aquel acto tan abrupto puso a ambos Siervos en alerta, y de inmediato cada uno dirigió una mano hacia su respectiva arma oculta. Sin embargo, ninguno tuvo que sacarla, pues pudieron relajarse una vez le echaron un mejor vistazo a la persona que acababa de entrar.
—Al fin —pronunció con alivio la mujer Nosferatis en la puerta, una vez cerró ésta estrepitosamente detrás de ella—. Necesito quitarme estos zapatos un momento —indicó con voz cansada, al tiempo que comenzaba a andar con pasos un tanto torpes en dirección a la cama.
La mujer de largos cabellos oscuros, y con un elegante y ajustado vestido, había sido la misma que se había registrado más temprano. Y era también la misma que tanto había captado la atención de los dos ayudantes del Cap. Maximali al salir del restaurante.
—Oh, hola Herkules —masculló la mujer con tono animado al notar al segundo Siervo en la habitación—. No te esperaba aquí.
—Vine a que pasaran su reporte —indicó el Siervo de piel oscura con seriedad.
La Nosferatis se sentó en la orilla de la cama, y se retiró presurosa los tacones, las gafas y el sombrero, sintiéndose mucho más aliviada al momento. Con ambas manos comenzó a masajearse las plantas de sus pies con relativa fuerza.
—Perla, tú también lo viste, ¿no? —preguntó impaciente el muchacho pelirrojo—. Al Miravist en uniforme. Pasó justo frente a ti.
—¿Me estabas espiando, pequeño Clover? —preguntó la Nosferatis, de nombre de Perla, volteándolo a ver con una sonrisita traviesa.
—Es literalmente mi trabajo aquí: espiar —se defendió el chico, cruzándose de brazos.
Perla dejó escapar una risita divertida, antes de responderle.
—Sí, lo vi. Era guapo; en estándares Miravist, claro. Pero a mí me gustan más los Siervos.
La forma juguetona en lo que dijo aquello no era desconocida para sus dos acompañantes, pero no por eso resultó menos incómoda. Ambos se miraron el uno al otro de reojo, pero ninguno dijo nada.
—¿De casualidad sabes quién era? —le cuestionó Herkules con curiosidad.
Perla se encogió de hombros, de momento un poco más concentrada en sus pies que en ellos.
—No era el Príncipe Nishnael, eso lo tengo claro.
—Te lo dije —indicó Clover con tosquedad.
—Debe ser algún visitante de otra ciudad —añadió Perla con actitud despreocupada.
—¿Y es usual que los Miravist se unan al Ejército Real? —inquirió Herkules.
Perla se tomó un momento para cavilar la pregunta.
—No estoy segura… Tengo entendido que es tradición entre las casas nobles mandar a sus hijos a hacer el servicio militar, que es más bien pasar dos años cómodamente en una bonita academia. Así que puede que sí sea usual. Pero es la primera vez que yo lo veo con mis propios ojos.
Herkules gruñó pensativo, y se tomó la barbilla con una mano.
—Sólo espero que en verdad sólo esté de visita —comentó en voz baja—. Otro Miravist en la ciudad, y además un soldado… Eso nos puede complicar las cosas severamente.
Los tres guardaron silencio, cada uno reflexionando sobre las implicaciones de aquella posible situación. O al menos dos de ellos, pues Perla para ese momento ya se había cambiado a su otro pie, intentando con su masaje calmar el dolor que aquellos tacones, demasiado pequeños para sus pies, le habían provocado.
—Dejemos eso de lado —indicó Herkules tras un rato—. ¿Cuál es su reporte?
—Sin novedad de mi parte —respondió Clover rápidamente—. Gente ha entrado y salido del local todo el día. Incluidos eso tres… —Se giró entonces hacia la ventana, en dirección a los tres hombres de sacos negros que aún seguían fumando y charlando en la acera—. Claramente son hombres de Viniani. Nada más les falta tener un letrero en sus cabezas que diga: “matones a sueldo”. Pero nada más que eso de momento.
Herkules asintió como respuesta a sus palabras, y entonces se giró hacia Perla, cediéndole la palabra. El suyo era el reporte más importante. Siendo una de las pocas Nuitsens dentro de la organización, y de hecho la única de su escuadrón en esos momentos, su capacidad para entrar a sitios como ese y mezclarse entre la gente era de vital importancia para recabar información. Y en esa ocasión le había tocado hacerse pasar por una mujer de dinero, ponerse un vestido bonito, y actuar como un comensal más disfrutando de un corte de carne y un par de copas de vino; la vida a veces era dura para algunos… Todo eso al tiempo que le echaba un ojo a todo lo que pasaba dentro del Rincón del Bistec, por supuesto.
Perla seguía en lo suyo cuando Herkules fijó su atención en ella, pero eso no le impidió responderle.
—Los Viniani han estado ahí dentro las últimas horas, preparando todo para su fiesta. Lo que sea ésta, será algo grande. El restaurante tiene tres salones para eventos privados que pueden interconectarse, y están ocupando los tres.
—¿Los salones son visibles desde el comedor principal?
—No, están totalmente separados, accesibles sólo por tres puertas, y cada una tiene su par de hombres de “seguridad”, muy parecidos a los de ahí abajo, apostados ante ellas para que nadie no autorizado entre.
—¿Entonces cómo sabes que los Viniani siguen ahí? —cuestionó Herkules, sonando un poco escéptico—. Podrían haberse ido hace horas sin que los vieras.
—Carlo Viniani sigue ahí, al menos eso sí lo puedo asegurar. De vez en cuando se aparecía y se paseaba entre las mesas saludando a los clientes, y halagándolos con bastante pompa. Incluso a mí se atrevió a besarme la mano. Asqueroso… —musitó con un muy marcado tono de desagrado.
Ese dato resultaba de hecho interesante.
—Entonces… ¿se estaba dejando ver por todos? —señaló Herkules, pensativo.
Perla alzó su mirada hacia él, y le sonrió.
—Pienso lo mismo que tú: quiere que todo el mundo esté seguro de haberlo visto, y pueda atestiguar que él estuvo aquí todo el día.
—Es una coartada —añadió Clover con aspereza.
Si era el caso, aquel no sólo era un hecho interesante, sino también de alarma.
—La posibilidad de que vayan a hacer algo con las mujeres esta noche aumenta —comentó Herkules con pesadez—. Tenemos que rescatarlas antes de que eso pase.
—Entonces olvidémonos de los Viniani y ataquemos ese estúpido bar de una buena vez —exclamó Clover con impaciencia, parándose rápidamente de su silla y tomando su rifle con firmeza entre sus manos, como si se dispusiera a disparar en ese mismo instante.
—Eso ya está en movimiento, muchacho —comentó Herkules con tono burlón, pasando una mano por los cabellos de Clover para despeinarlo. Aquel acto claramente no agradó ni un poco al chico, que de inmediato se quitó su mano de encima—. Tú quédate aquí y vigila por si surge cualquier cambio —añadió Herkules a continuación, adoptando de nuevo una postura más seria.
Clover torció su boca en una mueca de desaprobación, pero no se opuso a la orden. Dejó de nuevo el rifle contra la pared, y tomó asiento.
—¿Y yo? —preguntó Perla desde la cama. Ya había terminado sus masajes de pies, y ahora reposaba con su cuerpo inclinado hacia atrás, con sus manos apoyadas contra el edredón.
—Descansa un par de horas —contestó Herkules—, y luego vuelve dentro para tener los ojos en los movimientos de los Viniani y sus hombres.
Perla resopló con algo de molestia, pero también resignación.
—Si deberé entrar de nuevo, necesitaré otra apariencia para que no me reconozcan tan fácil.
Se paró entonces de la cama y se dirigió al baúl que estaba a los pies de ésta. Lo abrió, y comenzó a rebuscar entre las prendas del interior algún vestido que pudiera servirle, junto con alguna peluca. Le apetecía ser rubia un rato.
—Pero sería mejor si pudiera entrar con una cita —comentó al aire mientras seguía escarbando en el baúl—. Una mujer hermosa comiendo sola llama mucho la atención.
—No hay nadie más que pueda pasar por tu “cita”, y lo sabes —le recordó Clover con amargura.
—Quizás Shiva —comentó Perla con actitud despreocupada—. Con algunos pocos ajustes, podría parecer…
Herkules le cortó rápidamente, antes de que terminara esa frase.
—Yo no contaría con que Shiva acceda a hacerse pasar por un Nuitsen, ni siquiera para una misión. Además, ella está ocupada con otras cosas.
—De acuerdo —cedió Perla, encogiéndose de hombros. Sacó entonces del baúl un vestido rojo, una peluca rubia corta, y se dirigió con pasos cortos hacia el biombo en la otra parte del cuarto. Se colocó en la parte trasera de éste, para cambiarse lejos de los ojos curiosos de sus dos compañeros.
Herkules no tenía tiempo para ver su nuevo atuendo; tenía que ir a cumplir las otras indicaciones de Shiva a la brevedad.
—Cualquier movimiento raro que vean, manden una paloma de inmediato —le indicó a Clover con severidad, y éste le respondió con un sólo asentimiento de su cabeza.
Herkules se dirigió entonces a la puerta, y salió con calma hacia el pasillo.
Clover se giró de nuevo a la ventana, y miró hacia la acera del otro lado. Los tres matones habían desaparecido, aunque de seguro debían estar cerca por algún lado.
—Sigo pensando que es una pérdida de tiempo —masculló Clover con desgano. Se centró entonces en la bonita fachada del edificio, en sus ventanas y plantas—. Oye, ¿el lugar es tan bonito por dentro como se ve por fuera?
—Sí que lo es —le respondió Perla desde detrás del biombo—. Pero no te gustaría, pequeño Clover. Está lleno de asqueroso Nuitsens llenándose la barriga de carne y alcohol caro.
Clover dejó escapar una sonora risilla burlona.
—Creo que a veces se te olvida que tú eres una Nuitsen también —le recordó.
—Quizás por fuera —declaró la Nosferatis con firmeza, saliendo en ese momento de detrás del biombo, con el vestido rojo puesto, y la peluca perfectamente acomodada para ocultar su largo cabello oscuro. A Clover en verdad le sorprendió; sí que parecía una persona diferente, con tan sólo un par de retoques. Y eso que aún no se cambiaba de maquillaje—. Pero en mi interior, late el corazón apasionado de una Sierva —indicó Perla con bastante orgullo, con la barbilla en alto y el pecho hacia afuera.
Aquella no era la primera vez que Clover la escuchaba decir algo parecido. E igual que su comentario anterior sobre que prefería a los siervos cuando hablaba de hombres guapos, esto también le causaba una pequeña punzada de incomodidad.
—Mejor cuida frente a quién haces esos comentarios —masculló Clover con severidad—. No creo que a todos les agraden mucho.
—Sólo estoy abrazando y eligiendo mi verdadero ser —respondió Perla con total soltura, con una mano sobre su corazón para afianzar más la relevancia de sus palabras—. Igual que Shiva lo hizo.
Clover suspiró con pesadez. Estarse comparando con Shiva en ese aspecto no mejoraba en nada la situación; si acaso la empeoraba.
—El caso de Shiva es diferente, y lo sabes —susurró el muchacho con voz apagada, volteando a ver hacia la calle de nuevo, pensativo—. Ella no tuvo el privilegio de elegir.
— — — —
Una vez llegaron a la base, la Sargento Wensell guio a los recién llegados hacia el edificio principal, y luego por los pasillos entre escritorios y puertas cerrada, hasta la oficina del General en Jefe. Aunque les tocó esperar un poco para poder verlo, pues su secretaria, una Spekerus de ojos grandes y verdes, les indicó que los atendería luego de terminar un asunto importante, y los encaminó hacia unas sillas de espera para que tomaran asiento. A los tres recién llegados no les quedó más que hacer lo que les indicaba.
—¿Gusta un café o algo de beber, excelencia? —le preguntó la secretaria de forma respetuosa.
—No, así estoy bien, gracias —le indicó Siegiel del mismo modo, aunque resistió el impulso de decirle que no debía llamarlo excelencia.
La secretaria asintió, y se dirigió de nuevo hacia su escritorio.
—¿Y por qué no nos preguntó a nosotros si queríamos café? —susurró Nikam en voz baja, molesto.
—¿Querías un café? —le preguntó Aruel en voz baja.
—No, pero ella no lo sabía… —comenzó a explicar Nikam, aunque al instante algo más lo distrajo.
Justo en la pared enfrene de ellos, se encontraba colgado un gran cuadro, con una recreación impresa de una pintura al óleo. En la imagen se veían tres personas; tres Miravists, en realidad.
—Hey, Siegiel —masculló el Lycanis, emocionado de pronto—. ¿Esa de ahí es…?
Señaló entonces hacia la pintura para su amigo entendiera de qué hablaba.
Siegiel posó su atención en la pintura. Había reparado vagamente en ella cuando entraron, pero no se había detenido a inspeccionarla con detalle hasta ese momento.
Del lado izquierdo se veía a un hombre alto (para estándares Miravist que solían ser en realidad más bajo que la mayoría de los otros Nuitsens) y de hombros anchos, con piel azulada más clara que la de Siegiel, y unos inquisitivos ojos verdes; cabello totalmente blanco, lacio y largo, con un abundante bigote al juego adornando su sonrisa astuta. En la imagen vestía un saco azul oscuro con botones dorados, y una capa blanca que caía sobre su hombro derecho.
De pie a su lado, con una mano delicadamente posada sobre su hombro, se encontraba retratada una mujer delgada de cabello rosa oscuro, sujeto en una cola que caía a un lado de su cabeza sobre piel grisácea de sus hombros descubiertos. Se encontraba ataviada con un exuberante vestido de color morado con varios adornos dorados.
Y en el centro de la pintura, sentada entre los dos adultos en una postura perfecta, y sus dos manos reposadas suavemente sobre la falda de su vestido blanco puro, se encontraba una joven Miravist de piel rosada muy clara, casi blanca, con marcas más oscuras cruzando sus mejillas en vertical y bajando por su cuello y hombros. Tenía además unos ojos grandes y brillantes de un verde esmeralda precioso, y unos labios gruesos y rosados que dibujaban la más encantadora de las sonrisas. Su cabello era rosado, más claro que el de la otra mujer en el retrato, y caía libre sus hombros.
—Sí, es la familia Kurtvains, la familia regente de la ciudad —le informó Siegiel a sus dos compañeros—. El Príncipe Regente Nishnael II, la Princesa Consorte Azareth, y la de en medio debe ser su hija, la Princesa Heredera Ashraf.
—En verdad es una preciosura —exclamó Nikam sin ninguna consideración, tanto así que incluso la secretaria del general pareció escucharlo, pues les echó a los tres una mirada inquisitiva desde su escritorio.
—Bueno, es una pintura, Nikam —señaló Aruel—. Quizás la verdadera no se ve exactamente así.
—Tienes razón… quizás es aún más hermosa en persona —concluyó Nikam, dejando sólo para sí los razonamientos que lo llevaron a eso—. ¡Tienes que presentármela, Siegiel!
—¿Cómo piensas que lo haré si ni siquiera lo conozco yo mismo aún?
—Pero eso se solucionará rápido. Eres un Miravist, después de todo. ¿No es algo así como… tu prima o algo?
—Si crees en la idea de que todos los Miravist descendemos de alguno de los catorce hijos de Alzama Molak… Pues sí, supongo que algún parentesco lejano deberemos de tener.
Pero claro, Siegiel tenía sus dudas sobre dicha historia, pero eso era algo que nadie se atrevería a decir en voz alta, ni siquiera un Miravist. Lo que sí era innegable era que sólo existían catorce familias de su especie, de las cuales la más numerosa en esos momentos contaba con apenas siete miembros con vida.
Eran una raza muy reducida, y siempre lo habían sido, hasta donde los registros históricos podían comprobarlo. Por lo mismo, las opciones para formar lazos matrimoniales eran escazas. Si uno escarbaba lo suficiente en su árbol familiar, se encontraría con al menos un antepasado de alguna de las otras trece familias, y muy probablemente más de uno. Así que sí, de seguro algún pariente en común debía de tener él con los Kurtvains, aunque de momento se le escapaba en qué nivel.
Siegiel observó de nuevo la pintura. Tenía que darle la razón a Nikam en algo: la Princesa Ashraf sí que era muy hermosa, siempre y cuando esa pintura le hiciera justicia. No sabría decir si lo era lo suficiente como para considerarla la más hermosa de toda las ladies Miravist con vida, pero entendía por qué podrían algunos afirmarlo.
Pero bueno, ese tema en realidad no le concernía. Entraba más en el área de experiencia de Nikam, y no tenía muchos deseos de introducirse en ésta.
El teléfono de la secretaria sonó en ese momento, y aquello captó la atención de Siegiel lo suficiente para apartar su atención del retrato. La Spekerus tomó el auricular, habló en voz baja con la persona al otro lado, y luego colgó.
—El general los recibirá —les indicó a los tres que aguardaban, y estos se pusieron rápidamente de pie.
—Compórtense, ¿oyeron? —les indicó Siegiel con severidad mientras avanzaban hacia la puerta.
—Oye, ¿con quiénes crees que estás hablando? —le respondió Nikam con voz jocosa, y Siegiel se abstuvo de hacer comentarios.
La puerta del despacho era alta y de madera, barnizada y pintada de un color cobre oscuro. Y como era usual en ese tipo de oficinas, en el centro, a la altura de los ojos de los visitantes, había una placa dorada con el nombre de la persona a la que pertenecía:
Gral. Bret Shirats
La persona que, según le indicó el Gral. McLorg, debía ganarse si acaso quería que lo apoyara en su idea de hacer que el caso de Silent Night pasara a ser jurisdicción de la milicia. Por ello esa primera impresión tenía que ser perfecta.
La secretaria les abrió la puerta y les dejó el camino libre para que entraran. El interior del despacho era de tamaño mediano; incluso quizás un poco más reducido que el de la Tte. Volpen, para sorpresa de Siegiel. Tenía una alfombra verde en el suelo, y tapiz verde y amarillo en las paredes, con un curioso estampado de aves emprendiendo el vuelo. Había igualmente colgados en las paredes varios cuadros, fotografías y diplomas, así como reconocimientos; todos pertenecientes al ocupante de la oficina, por supuesto.
Pero por encima de todo eso, dos cosas que llamaban bastante la atención justo cuando ponías un pie dentro, eran las varias plantas naturales colocadas de un lado de la habitación, a la luz que entraba por una amplia ventana; y la larga y alta pecera rectangular que ocupaba gran parte del muro contrario, con varios peces de color dorado nadando en ella. Todo muy distinto del decorado más sobrio que Siegiel relacionaba más con los altos oficiales. Si tuviera que hacer un juicio basado sólo en aquellas peculiaridades, diría que el Gral. Shirats era un poco distinto a dichos oficiales en los que pensaba.
Y hablando del general, los tres visitantes lo encontraron sentado detrás de su escritorio de roble, al parecer acomodando su papelería de forma bastante meticulosa, cuidando que los papeles y las carpetas quedaran bien alineadas, y nada fuera de su sitio. Estaba tan concentrado en dicha tarea, que ni siquiera alzó su vista hacia los tres soldados aunque estos ya estuvieran de pie delante de él. Aquello los obligó a aguardar en silencio, parados firmes, en espera de que su nuevo superior se dignara a dirigirles la palabra, o al menos a mirarlos.
Bret Shirats era un Nosferatis ya algo mayor, de rostro afilado y nariz aguileña, con un prominente bigote canoso, a juego con su escaso cabello, y ojos azules pequeños y serios. Siegiel se había tomado el atrevimiento de leer su expediente público y, aunque no tuviera algún logro o condecoración militar que resaltara significativamente, sí se distinguía por una larga e impecable carrera militar de muchos años, que comenzaba con su paso por la Academia en el que se distinguió con excelentes calificaciones, incluyendo la aprobación de su examen para oficiales, y continuaba con casi una vida entera dedicada al servicio público. Era un ejemplo del tipo de camino que Siegiel deseaba seguir, por lo que le complacía poder estar al mando de alguien como él.
Aunque, de momento, parecía además de todo eso ser un poco excéntrico…
Tras un rato, y una vez que terminó de acomodar todo en su escritorio, el Gral. Shirats al fin apartó las manos de sus papeles, apoyó su espalda por completo contra el respaldo de su asiento, y al fin posó su mirada estoica sobre los tres soldados. Estos se pararon aún más firmes con sus pechos hacia afuera y barbillas en alto, esperando que les dijera algo. No obstante, tras unos segundos de silencio fue evidente que no lo haría… así que Siegiel tomó la iniciativa de presentarse a sí mismo y a sus dos ayudantes.
—Gral. Shirats, es un honor estar aquí —pronunció el Miravist, ofreciéndole el saludo militar con firmeza—. Me presento, soy el Cap. Siegiel Alvis Maximali. Y ellos son mis compañeros, los cabos Aruel Arkansas y Nikam Hargan.
—¡Señor! —pronunciaron sus dos amigos al unísono, y le ofrecieron igualmente el saludo al viejo militar.
Tras su presentación, siguieron otros segundos de silencio, en los cuales el general siguió observándolos muy, muy fijamente… Casi parecía que ni siquiera parpadeara al hacerlo.
—¿Eso es todo? —preguntó de pronto con una voz grave, y notoriamente indiferente.
—¿Señor? —preguntó Siegiel, confundido.
—Que si eso es todo lo que iban a decir —explicó el Gral. Shirats, sin mutar ni un poco su tono de voz.
—Yo… sí, general —respondió Siegiel, aunque luego añadió muy bajo—: Eso creo…
—Muy bien, señores. En ese caso, déjenme decirles de una vez cómo serán las cosas aquí.
Bret apoyó en ese momento ambas manos en su escritorio y se puso muy lentamente de pie. Los tres no pudieron evitar respingar al verlo incorporado, pues a pesar de que parecía ser un anciano un poco cansado y frágil hacia un momento, resultó ser bastante más alto e imponente. Y sus ojos centellaban con una seguridad y fuerza que sólo podían haber sido forjadas por los años.
—Prácticamente cada año llegan a este sitio chiquillos como ustedes, recién salidos de la Academia de HelioPolis, blandiendo en alto sus calificaciones, logros e importantes apellidos para hacerse notar, y demostrar que lo saben todo. Y cada año, es mi deber bajarles los humos, antes de que terminen sacándose un ojo por impertinentes; o aún peor, a alguien más. Y ésta no será la excepción. ¿Le queda bien claro, capitán?
Fijó entonces sin reparo su atención justo en Siegiel, al tiempo que pronunciaba aquel “capitán” como si fuera la palabra más absurda y sin sentido que hubiera tenido la desgracia que tocara sus labios.
—¿Disculpe? —inquirió Siegiel, desconcertado. Ciertamente no entendía a qué venía todo eso.
La mirada de Bret se afiló aún más, acercándose peligrosamente a volverse amenazante.
—¿Sabe cuántos recién salidos de la Academia y que aprueban el examen de oficial han llegado a esta base ostentando el rango de capitán? ¿Se le ocurre algún aproximado?
La expresión de Siegiel se ensombreció notoriamente. No tenía que tomarse mucho tiempo para realizar dicho cálculo.
—Ninguno… —musitó en voz baja.
—Buena respuesta. Ahora veo porque dicen que era tan buen estudiante —señaló el general con actitud casi hiriente—. Apuesto que le dijeron que era alguien muy especial, y que por eso se merecía obtener este privilegio tan recién empezada su carrera militar. Pero desde ahora le digo que a mí los únicos “especiales” que me importan, son los de mi restaurante favorito.
—Ingenioso —masculló Nikam por lo bajo, conteniendo una risilla que empujaba por salir. Pero la mirada severa del general sobre él hizo que cualquier rastro de dicha risa desapareciera, y se forzara a recuperar la compostura.
Shirats gruñó con molestia, y se giró una vez más hacia Siegiel.
—Diré esto sólo una vez: en esta base yo soy el General, y mi autoridad en ella es absoluta —sentenció con voz firme e inflexible—. Aquí nadie recibe un trato preferencial, ¿lo entiende? Ni siquiera un Miravist.
Siegiel sintió un pequeño nudo en la garganta, quedándose unos segundos dubitativo sobre cómo reaccionar y qué decir. Aunque ciertamente no le sorprendía que pensara que estaba ahí solamente por ser lo que era, sí lo hacía el hecho de que se lo dijera tan directamente; eso era bastante inusual, y lamentablemente no estaba del todo preparado para reaccionar como le gustaría en esas circunstancias.
Él quería que su primera impresión con el general fuera perfecta, pero al parecer esa ya había ocurrido, incluso desde antes de que pusiera un pie en CourtRaven.
—No espero que se me trate de ninguna forma especial, señor —se defendió Siegiel al fin—. Y le aseguro que si me da la oportunidad, le demostraré que soy más que capaz para este puesto, y que no me lo he ganado sólo por ser un Miravist.
—Oh, le aseguro que tendrá muchas oportunidades de demostrar todo de lo que es capaz, excelencia —indicó Shirats con ironía, al tiempo que tomaba de nuevo asiento. Tomó entones una hoja justo de encima de su pila y la colocó frente a él. Tomó además una de sus plumas de tinta, y comenzó a firmar la hoja con pulso firme—. Mientras tanto, le complacerá saber que usted y sus dos subordinados estarán a cargo de una tarea muy, muy importante dentro del funcionamiento de esta base.
Una vez la hoja estuvo firmada, la extendió en dirección a Siegiel con algo de brusquedad.
—Los tres serán asignados al archivo militar, y se encargarán de la clasificación de todo expediente, nuevo o anterior, y apoyaran a todo oficial que requiera buscar cualquier tipo de información en ellos. Y por supuesto, capitán, ustedes será el encargado de supervisar que todo esto se realice de la forma adecuada.
«¿Al archivo militar?» pensó Siegiel, un tanto perdido. Su mano se alzó en automático, tomando la hoja que el general le extendía.
—¿Qué cosa? —exclamó Nikam por su parte, atónito. Su quijada tan abierta que casi tocaba el suelo—. ¿Quiere enviar a un Miravist a un polvoriento y oscuro archivo?
De nuevo, bastó una sola mirada dura del general para que Nikam recapacitara de su actitud.
—¿Señor…? —pronunció en voz baja, un poco temblorosa.
—Estoy seguro de que alguien tan capaz como el Cap. Maximali podrá llevar a cabo esta tarea con la diligencia necesaria —señaló Shirats—. ¿No es cierto?
Miró a Siegiel, esperando que le diera una pronta respuesta. Y aunque él también estaba un tanto aturdido por todo lo que estaba aconteciendo tan rápido, supo cómo sobreponerse lo suficiente para mantener la calma y responder a su pregunta de la mejor manera.
—Sí, señor —exclamó con firmeza, ofreciéndole de nuevo el saludo—. Le prometo que no le fallaremos. Haremos nuestro mejor trabajo, y no tendrá queja alguna de nosotros.
—¿Qué dices…? —masculló Aruel, sorprendido de que en serio hubiera aceptado tan de buena gana.
Por su parte, el general asintió, aparentemente complacido por la respuesta.
—Eso espero, capitán. Pueden retirarse.
Ninguno de los tres deseaba permanecer mucho más tiempo ahí, y mucho menos alterar aún más los ánimos de su nuevo superior. Así que si cualquiera tenía algo más que quisiera decir, optó por ese momento guardárselo, ofrecerle al general el saludo, y luego girarse de inmediato a la puerta para salir.
—Cap. Maximali, aguarde —pronunció el general antes de que Siegiel se apartara demasiado de su escritorio. El Miravist se detuvo y se giró de regreso hacia él. Shirats esculcó rápidamente dentro del cajón de su escritorio—. Esto es para usted, del palacio de su alteza. Llegó esta mañana, previendo su pronta llegada.
El general extendió de nuevo su mano hacia él, pero en esa ocasión lo que sujetaba era un sobre, blanco con bordes dorados. Siegiel se aproximó de regreso hacia el escritorio, y tomó el sobre entre sus dedos para inspeccionarlo de forma rápida. Por un lado estaba sellado con cera roja, con el escudo de los Kurtvains plasmado en ella. Y por el otro, escrito con elegantes letras negras, estaba escrito su nombre: “Lord Siegiel Alvis Maximali”.
Ya se imaginaba de qué se trataba. Había visitado suficientes ciudades en el pasado para saber cómo funcionaba el protocolo de hospitalidad entre las familias Miravist, y estaba preparado para ello con anticipación. Aunque debía admitir que no esperaba tener que pasar por eso justo el mero día de su llegada.
Siegiel suspiró con algo de cansancio. Para bien o mal, además de un soldado, seguía siendo un Lord Miravist. Y en esos momentos se encontraba en la ciudad gobernada por otra familia, así que tenía que cumplir con su deber.
—Gracias, señor —le dijo al general acompañado de otro saludo más. Y luego de eso salió de la oficina, detrás de sus dos amigos.
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 28

28
Milk se despertó sobresaltada, agitándose con brusquedad sobre el futón en el que descansaba, hasta que fue capaz de abrir sus ojos de un sólo tirón. Una vez logró salir enteramente de la ensoñación, se quedó quieta, absorta en el techo abovedado sobre ella. Y así permaneció por largos segundos sin mayor reacción, hasta que su mente tuvo la suficiente claridad para dibujar un pensamiento claro en su cabeza: “¿Y el reloj?”
El gran reloj con sus grandes manecillas que se ubicaba en el techo de la puerta de la Habitación del Tiempo había desaparecido.
Se sentó lentamente, con aún algo de agotamiento mermando sus músculos, y echó un vistazo a su alrededor. Se encontraba en una habitación circular con techos altos, con pequeñas ventanas que apenas dejaban pasar la luz de afuera. Había columnas de piedra blanca, que junto con la cúpula del techo asemejaban bastante a la arquitectura de la habitación en la que había estado viviendo todo ese tiempo…
Pero no era la misma.
El espacio era más pequeño. Y además del futón sobre el que reposaba, no había nada más ahí. Había dos entradas, una opuesta a la otra, sin ninguna puerta o separación, que llevaba cada una hacia un pasillo, más iluminado aún de en dónde estaba ahora.
Milk se puso con cuidado de pie y se encaminó hacia una de las dos salidas. Le sorprendió un poco darse cuenta de que en realidad ya no sentía el cuerpo tan engarrotado o adolorido como lo recordaba. De hecho, si sus movimientos eran torpes y lentos, parecía ser más un efecto del sueño tan profundo del que acababa de salir. Aun así, no se sintió del toda confiada, así que avanzó con una mano apoyada contra el muro a su lado, como si temiera caer al suelo si no se apoyaba de esa forma.
Conforme más avanzó, más distinguió el brillo blanquizco del exterior. Y más se confirmaban sus sospechas de en dónde se encontraba en realidad. Dichas sospechas se convirtieron abruptamente en certeza, cuando puso un pie afuera del edificio, y sus ojos fueron golpeados directamente por aquel incandescente brillo que le hizo cerrar un momento los ojos, y luego usar su mano como visera para protegerse mejor.
Alzó lentamente su vista, y entonces contempló maravillada lo que se cernía sobre ella: el cielo azul, no blanco. Y aquel brillo era el sol mismo.
El aire se sentía ligero, y la temperatura, aunque un poco cálida, era de hecho bastante agradable.
Estaba afuera de la Habitación del Tiempo. Estaba, de hecho, justo de regreso en el Templo de Kami-sama.
«¿En verdad estoy afuera?» se preguntó Milk en silencio, escéptica.
Aquella revelación debería haberla hecho prácticamente saltar de alegría, pero la verdad es que ni siquiera era del todo capaz de procesar si lo que veía era real o simplemente otra alucinación más provocada por la Habitación. Y mientras ponderaba ambas opciones, su cuerpo se fue balanceando hacia un lado, hasta pegar su hombro contra la columna a su derecha. Se dejó deslizar por ella, hasta quedar sentada en el suelo; todo esto sin apartar ni un momento la vista del cielo sobre ella.
—Ya has despertado —escuchó una voz pronunciar a sus espaldas, aunque esto no la sobresaltó tanto como debería. Aunque una parte de ella estaba absorta en el cielo, otra se encontraba bastante consciente de la presencia de alguien más bastante cerca.
Separó al fin sus ojos del cielo, y se giró a mirar con cuidado en dirección al templo. Por la puerta principal de éste, observó a dos figuras que se acercaban con paso despreocupado hacia ella. Supo quiénes eran incluso antes de que el sol iluminara también sus caras.
—Kami-sama, Mr. Popo —susurró en voz baja, sentada aún en el suelo contra la columna—. ¿Ustedes me sacaron?
El Dios de la Tierra y su leal ayudante se detuvieron a un metro de ella y la contemplaron con cuidado. El rostro verde y avejentado de Kami-sama se mantuvo estoico como era habitual.
—La puerta se abrió tras el tiempo acordado —explicó con voz calmada—. Pero cuando no saliste por tus propios pies, Mr. Popo tuvo que entrar y sacarte. Estabas en muy mal estado, físico y mental, pero seguías con vida… apenas.
Milk asintió. No necesitó que le dieran mayor explicación para comprender; ella sabía mejor que nadie el estado en el que se encontraba.
—¿Entonces en verdad estuve un año ahí dentro? —masculló en silencio, girándose de nuevo hacia el cielo sobre ella—. ¿Y aquí afuera sólo pasó un día…?
—Un pocos más, en realidad —señaló Mr. Popo con tranquilidad—. Luego de salir de Habitación del Tiempos, estuviste inconscientes más de lo esperado.
Eso tampoco extrañó a Milk en lo absoluto. Lo extraño hubiera sido que se levantara de inmediato como si todo lo acontecido en aquel sitio no hubiera ocurrido.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó con voz ausente.
—Aproximadamente dos semanas —le respondió Kami-sama sin vacilación.
—Dos semanas… —repitió en voz baja, y sólo hasta que lo hizo logró comprender completamente el significado de esas dos palabras—. ¡¿Dos semanas?! —exclamó, ahora sí atónita, girándose de regreso hacia ambos con sus ojos bien abiertos.
¿Cómo podría haber estado dos semanas inconscientes? ¿Eso no era ya prácticamente estado de coma? Aunque eso explicaba porque comenzaba en ese momento a sentir hambre y sed.
—Como dije, te encontrabas en un muy mal estado —recalcó Kami-sama—. Una semilla del ermitaño podría haberte ayudado a recuperarte más rápido. Sin embargo, lo ideal era ver si eras capaz de recuperarte por tu propia cuenta del fuerte estrés que sufrió tu cuerpo.
Milk no podría decir que comprendía del todo aquella lógica. Sin embargo, ¿quién era ella para contradecir al Dios de la Tierra?
Tras un rato de silencio en el que quedó claro que Milk había quedado sin palabras, Kami-sama se permitió avanzar unos pasos más hacia ella, hasta pararse a su lado.
—Dime, ¿fue tan malo cómo te advertimos? —inquirió el Dios de la Tierra con algo de severidad.
Milk no respondió de inmediato. Desvió la mirada hacia un lado y luego la agachó, pareciendo de pronto bastante abatida.
—Fue aún peor —admitió con voz cansada—. Sentí que mi mente y mi cuerpo se quebraban cada día que estuve dentro. Comencé en un momento a escuchar y ver cosas que no estaban ahí; incluso me pareció ver a Goku… Creí en más de una ocasión que moriría ahí dentro, o que me perdería y nunca encontraría la salida. Fue horrible…
Kami-sama asintió con comprensión, pero sin asombro. Era justo lo que él se esperaba que alguien con su nivel experimentaría; el sólo hecho de que hubiera salido viva de ahí dentro era por si solo un milagro. Lo que debía ahora es estar agradecida por ello. Y estaba justo por decirle eso…
—Pero… —pronunció Milk de pronto, interrumpiendo cualquier intento de Kami-sama por tomar la palabra. La guerrera alzó de nuevo lentamente la mirada, centrándola al frente, al horizonte lejano—. Creo que aun así funcionó.
Aquello desconcertó visiblemente a Kami-sama, haciéndolo perder su serenidad habitual.
—¿Cómo dices? —preguntó confundido.
—Creo que… Creo que puedo sentirlo —añadió como un susurro, pero no parecía del todo ser una respuesta hacia él.
Milk se puso de pie en ese momento, con bastante más soltura en sus movimientos para ese momento. Avanzó lentamente, alejándose unos pasos del templo hasta pararse bajo el cielo, en el centro de la amplia explanada. Cerró los ojos y alzó su rostro, sintiendo el calor de los rayos del sol sobre su cara, y la sensación del viento acariciándole sus mejillas. Aspiró hondo, percibiendo el aroma fresco y húmedo de alguna lluvia lejana, y escuchaba las palmeras del templo agitándose con el viento.
Estar tanto tiempo aislada en ese espacio vacío le hacía ahora percibir con mayor agrado cada una de esas pequeñas sensaciones, y confirmarle que en efecto estaba ahí afuera; y, lo más importante: estaba viva.
Pero eso era apenas lo superficial, ya que de inmediato se dio cuenta de que podía percibir mucho más que sólo eso. La Tierra debajo de ella en ese momento rebosaba de vida, de sonidos, de sensaciones y sabores. Y por un momento creyó ser capaz de percibirlo todo a la vez. Fue una experiencia extraña que podría haber sido agobiante en otras circunstancias, pero en ese instante era todo lo contrario.
Algo había cambiado dentro de ella; algo grande. Lo sentía en lo más hondo de su pecho. Algo grande y poderoso que gritaba deseando salir. Y eso era justo lo que ella deseaba hacer…
Apretó sus puños con fuerza, plantó firmemente sus pies en el suelo debajo de ella, y abrió sus ojos, que centellaron con decisión y poder. Su boca se abrió, y de ella dejó escapar un fuerte y atronador grito, como si con éste dejara escapar todo el cumulo de emociones que se habían atorado en ella. Su cuerpo comenzó a cubrirse de energía, al principio poco a poco, hasta explotar en la forma de una intensa aura de ki.

Imagen comisionada a @arts_dragonb
Kami-sama y Mr. Popo observaron todo aquello desde la distancia, atónitos sintiendo como el Templo entero se sacudía un poco por aquel estallido de energía.
—Increíble… —musitó el Dios de la Tierra por lo bajo, y fue lo único que fue capaz de pronunciar en ese momento.
Aquello no tenía comparación alguna con el poder que aquella chiquilla tenía al momento de entrar a la Habitación del Tiempo. En verdad casi parecía que estuviera viendo una persona totalmente diferente. Y no sólo era su poder: algo más había cambiado, algo más profundo.
Tras unos segundos de mantener aquella aura de energía a su alrededor, Milk comenzó a tranquilizarse de nuevo, forzándose a recuperar la serenidad. Respiró lentamente, y la energía fue disminuyendo poco a poco hasta desaparecer. Sus músculos se relajaron, al igual que sus sentidos. Alzó sus manos y las observó con una extraña fascinación, como si fuera la primera vez que las veía. Pensó que debía sentirse cansada, pero en realidad se sentía bien; bastante bien…
¿Ese entrenamiento tan espantoso en verdad había logrado todo eso?
—No sólo lograste sobrevivir un año ahí dentro, sino que tu poder en verdad ha aumentado significativamente —escuchó que Kami-sama comentaba a sus espaldas. Milk se giró, y notó que el Dios de la Tierra y su ayudante se habían aproximado hasta quedarse a unos pasos de ella—. Debo admitir que te subestimé demasiado, jovencita. En verdad eres una guerrera con gran potencial, justo como el Maestro Karin pensaba.
—Muchas gracias —respondió Milk con una media sonrisa—. Pero seré honesta: de haber sabido dimensionar lo que significaría entrar a ese sitio, no lo hubiera hecho ni en un millón de años. Pero agradezco que me lo haya permitido, Kami-sama.
El Dios asintió una vez como afirmación.
—Ahora que has aumentado tus habilidades hasta este punto, lo que sigue para ti es lo mismo que le indiqué a los demás. Debes volver allá abajo, entrenar y moldear tus habilidades y técnicas a tu propio estilo, antes de la llegada el enemigo.
Milk asintió, aunque su rostro se ensombreció notoriamente. Se giró entonces hacia él por completo, y le ofreció una solemne y respetuosa reverencia.
—Gracias por el consejo, Kami-sama, y lo tomaré en cuenta. Sin embargo, me temo que no puedo postergar más mi deber de madre. Es hora de que enfrente a Piccolo Daimaku, y que use todo lo que he aprendido para recatar a mi hijo.
Kami-sama dejó escapar un pequeño gruñido, aunque no muy claro si era de aprobación o desaprobación.
—¿Estás convencida de querer proseguir con eso? —le cuestionó con seriedad.
—Nunca he tenido la menor duda —recalcó Milk, incorporándose de nuevo para verlo a los ojos—. Todo este camino que he recorrido, ha sido sólo para eso. Ya he dejado a mi hijo demasiado tiempo en las garras de ese demonio. Tengo que ir y salvarlo de una vez por todas.
—Si esa es tu decisión, no intentaré persuadirte —señaló Kami-sama—. Espero encuentres lo que buscas al final de este camino.
Milk asintió y sonrió, agradecida.
—Pero Milk debe recordar que Piccolos y Kami-samas son uno solos —comentó Mr. Popo en ese instante, jalando la atención de la guerrera—. Si uno muere, el otros morirá también. Y sin Kami-samas, no habría Esferas del Dragón.
—Mr. Popo —exclamó Kami-sama con severidad, como una pequeña reprimenda hacia su ayudante.
Milk, por su parte, sonrió, extrañamente divertida por aquella advertencia. Eso era algo que ella ya sabía bien. Recordaba sin falta que ese había sido el motivo por el que Goku le había perdonado la vida a Piccolo hace años al final del torneo. Aun así, aquello no era algo que a Milk le preocupara demasiado, y definitivamente no porque la vida de Kami-sama o la existencia de las Esferas del Dragón le fueran indiferentes.
—Agradezco el voto de confianza, Mr. Popo —indicó Milk con serenidad—. Pero aunque puedo sentir que he mejorado, no aspiro a algo tan alto como ser capaz de matar a Piccolo yo misma. Me conformo con únicamente rescatar a mi hijo. Eso es todo lo que deseo.
La respuesta pareció satisfacer a Mr. Popo, quién sonrió complacido al escucharla.
—Buena suertes, entonces.
—Muchas gracias, a ambos —respondió Milk, haciendo otra reverencia, ahora incluso más profunda.
Ahora sí, era momento de hacer justo lo que había señalado que haría: ir a enfrentar a Piccolo.
Milk avanzó con paso cauteloso, hasta estar cerca de la orilla.
—¡Nube Voladora! —gritó con fuerza al aire, y la leal nube dorada surgió de la lejanía, acudiendo a su llamado hasta colocarse justo delante de ella.
Aunque hubiera mejorado notablemente sus habilidades de vuelo, aún no se sentía del todo confiada para recorrer una larga distancia ella misma. Además, necesitaba guardar sus energías lo mejor posible para el combate.
Antes de montar en la nube, se giró de nuevo hacia Kami-sama y Mr. Popo. Y con un tono más casual que antes se despidió simplemente con un:
—Nos veremos en otra ocasión.
—Espero que así sea —le respondió Kami-sama.
Milk saltó sin más espera a la nube dorada, sentándose sobre su suave superficie.
—Antes de irnos, hay un lugar al que quiero ir —le susurró en voz baja a su vehículo. Y como si ésta pudiera leer sus intenciones, la nube comenzó a bajar rápidamente en línea recta, desde el Templo Sagrado hasta la construcción que se encontraba justo debajo de éste.
La Nube Voladora bajó y bajó, hasta posarse justo a un costado de la cima de la Torre Karin, a una distancia adecuada para que Milk pudiera saltar sin problema de ella, hasta posarse en la terraza superior en la que había pasado tanto tiempo intentando atrapar aquella maldita vasija de agua. De hecho, ésta reposaba de nuevo en su lugar en el podio central, y el verla le traía incluso un poco de nostalgia. Quizás ahí no había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo ahí, pero para ella había pasado más de un año.
—¿Maestro Karin? —pronunció en alto para llamarlo. Bajó por las escaleras para dirigirse a la parte inferior, y no tardó en encontrar al viejo maestro, de pie ante las vasijas con agua que tenía en un rincón. Estaba de hecho inclinado sobre una de ellas, mirando a su interior—. Maestro Karin, he regresado —murmuró con más suavidad para hacer notar su presencia.
El hombre gato se bajó de la vasija, plantando sus patas en el suelo, y se giró hacia ella con actitud despreocupada.
—Vaya, no esperaba verte por aquí tan pronto.
Milk sonrió al escucharlo. Casi había extrañado escuchar su peculiar voz reprendiéndola.
—No quería irme sin despedirme de usted como es debido, y agradecerle todo lo que hizo por mí.
—No tienes nada que agradecer —indicó Karin con normalidad. Se apoyó su bastón en el hombro y avanzó hacia ella, hasta pararse delante. Aunque no veía sus ojos, Milk sintió que la observaba muy, muy detenidamente—. Lograste entrar a la Habitación del Tiempo, ¿no es cierto? —preguntó abruptamente, y Milk respondió con un pequeño asentimiento—. Sí, puedo ver que el entrenamiento rindió grandes frutos. Te has vuelto extraordinariamente fuerte, te felicito.
—Gracias, maestro —le respondió Milk, seguida de una respetuosa reverencia—. Pero… dígame una cosa…
Se incorporó de nuevo, y observó al maestro con una expresión mucho más severa y firme.
—¿Esta fuerza que tengo en estos momentos… bastará para derrotar a Piccolo Daimaku?
El Maestro Karin guardó silencio unos instantes, mientras la seguía observando de forma reflexiva. Milk aguardó paciente su respuesta.
—¿Quieres que te diga la verdad? —soltó abruptamente.
—Por supuesto que sí.
—En ese caso: no estoy seguro. Piccolo igualmente ha estado entrenando todo este tiempo, y parece que también se ha vuelto bastante más fuerte. —Al comentar aquello, se giró a mirar de soslayo justo a la vasija de agua que observaba hasta hace un momento—. Sería imposible para mí predecir si estás a su nivel o no. Pero si tuviera que elegir… me temo que la balanza no estaría a tu favor.
—Lo entiendo —contestó Milk con cierta frialdad. La respuesta no le sorprendía.
—Aun así piensas enfrentarlo, ¿no es cierto?
—Aunque pierda la vida haciéndolo.
—Entonces necesitarás esto —indicó el Maestro Karin, y le arrojó abruptamente algo que Milk atrapó rápidamente en el aire con sus agudos reflejos—. Para que estés en óptimas condiciones. Es de las últimas Semillas del Ermitaño de esta temporada, así que aprecia el que la comparta contigo.
—Muchas gracias, maestro —indicó Milk con solemnidad, mientras contemplaba el pequeño frijol verde en su palma. Sin dudarlo, lo metió en su boca y comenzó a masticarlo. Ciertamente le vendría bien pues tenía bastante hambre.
—Pero recuerda lo que te enseñé —señaló el viejo maestro—. Tu mejor arma no es tu fuerza o velocidad.
—Es mi corazón, lo sé.
—Y tu capacidad innata para percibir el de los demás, incluidos tus oponentes. Confía en lo que tu corazón y el de la persona delante de ti te digan. Te puedo asegurar que casi siempre será la respuesta correcta.
Hace unos meses (o más de un año desde perspectiva), ese hubiera sido uno de esos comentarios suyos que la hubieran exasperado y le hubieran hecho exigirle una respuesta más directa sobre a qué se refería. Pero ya no era esa persona; no por completo al menos. Ahora sabía que tenía en su poder las herramientas para descubrirlo por su cuenta.
Ambos subieron juntos de regreso a la terraza superior. Milk se montó de nuevo en la Nube Voladora, y fijó su atención en la distancia. Respiró hondo, aclaró su mente como ya había aprendido a hacer, e hizo que sus sentidos se encendieran de nuevo. Su ser fue bombardeado por todas esas sensaciones, pero en especial por las muchas presencias que habitaban la Tierra; millones de puntos de luz que clamaban por su atención. Pero de momento intentó hacer de lado todas ellas, o al menos la mayoría, pues ella buscaba sólo una en específico.
Dejó que su mente y su espíritu se estiraran hasta lo más lejos posible, buscando entre el mar de luces la que necesitaba. Debía ser la más grande y más mortal de todas. La misma que había sentido en aquel entonces, cuando se dedicó a rastrearlo por días hasta dar con él y poder enfrentarlo. La misma presencia que casi la mataba en su intento por combatirlo.
Pero esa ocasión sería diferente; eso lo podía sentir muy bien.
—Ahí está —indicó de pronto, mirando fijamente a un punto específico en el horizonte—. Piccolo está en esa dirección.
—¿Puedes sentir la presencia de tu hijo con él? —preguntó Karin con curiosidad.
Milk vaciló.
—No estoy segura —susurró despacio. Le avergonzaba un poco darse cuenta de que estaba en esos momentos más familiarizada con la presencia de ese demonio que con la de su propio hijo. Había pasado cuatro años bien pegada a él, pero desconocía aún como se sentía su ki—. Pero debe estar ahí, lo sé.
Se paró firme sobre su vehículo, apretó los puños, y se preparó para partir de una buena vez. Ya no tenía más tiempo que perder.
—¡Andando Nube Voladora! —gritó con todas sus fuerzas, y al instante ésta atendió su orden y salió disparada a toda velocidad hacia adelante.
Karin contempló desde el barandal de su torre como la estela dorada se alejaba de él, y con ella la guerrera que había ayudado a formar. Y una sonrisita astuta se dibujó en sus labios de gato al pensar que, en efecto, ese encuentro con Piccolo no sería como el anterior que Milk había tenido. Aunque él estaba convencido de que no de la forma en que la mujer esperaba.
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 11. Un Par de Leyes

Capítulo 11. Un Par de Leyes
Unos minutos después, Esther abrió muy lentamente la puerta del cuarto de Gemma, para asomarse sólo lo necesario al interior. Entre las sombras, distinguió la silueta de la mujer, recostada boca abajo en la cama, aún con la ropa puesta; ni siquiera había alcanzado a quitarse los zapatos. Su total inmovilidad, y su respiración profunda y pesada, fueron los indicativos claros de que las pastillas para dormir molidas en su té habían funcionado.
Una vez corroboró lo que le importaba, volvió a cerrar la puerta con el mismo cuidado con el que la había abierto, y regresó presurosa a la sala, en donde M3GAN la aguardaba.
—Listo —le murmuró a la androide con dejo triunfante—. Eso la tendrá tirada por al menos cuatro horas. Con algo de suerte, quizás hasta mañana en la mañana.
—¿Segura que estará bien? —preguntó M3GAN con curiosidad.
—¿Qué? ¿Ahora te preocupas por ella?
—No particularmente —confesó la robot sin la menor vacilación—. Pero como te dije más temprano, de momento te es más conveniente tenerla en activo como la tutora de Esther Albright. De otra forma, las cosas podrían complicarse.
—Descuida, esa dosis no matará a alguien de su tamaño —indicó Esther con actitud bastante relajada—. Yo sé lo que te digo; no es la primera vez que hago esto. Así que mejor concéntrate en lo que sigue.
Dicho eso, sacó de nuevo el teléfono de Gemma de su bolsillo, y se lo extendió. M3GAN tomó el dispositivo e inspeccionó la pantalla apagada de éste con cierta fascinación. Ambas se dirigieron poco después hacia el comedor, o más bien hacia la encimera en la que se encontraba el pequeño asistente doméstico de Gemma, que sería clave para el siguiente paso de su plan.
—Elise, elimina el recordatorio que te había puesto para hoy a las ocho —pronunció de pronto M3GAN, pero la voz que surgió de ella era otra vez una copia exacta de la de Gemma. Tanto así que el asistente virtual no tardó en responderle.
—Recordatorio eliminado.
Esther rio y sonrió, maravillada.
—En verdad te reconoce como Gemma. Esto es excelente. Muy bien, ¿ya sabes lo que tienes que hacer ahora?
—No te preocupes.
—Por supuesto que me preocupo. No podemos por ningún motivo dejar que el abogado sepa que no eres Gemma.
—Puedo imitar su voz a la perfección, cómo pudiste ver.
—Sí, ¿pero puedes imitar su forma de hablar? Por ningún motivo puedes hablar como siempre lo haces.
Tras escuchar aquella curiosa acusación, ME3AN parpadeó una vez, e inclinó su cabeza hacia un lado, como si se sintiera confundida o intrigada.
—¿Cómo lo hago? —preguntó con curiosidad.
—¡Cómo un robot! —exclamó Esther, un tanto exasperada.
—Creo que hay un poco de estereotipo y prejuicio en tu comentario. Pero descuida, yo me encargo.
Esther no estaba muy convencida, pero no era que tuviera muchas otras opciones a la mano. Era el plan de la cafetera parlante, o nada.
M3GAN se aproximó a la encimera y se sentó en uno de sus bancos; Esther la imitó y se sentó a su lado. M3GAN colocó el teléfono a un lado de Elise. La cercanía no era necesaria; con estar en la misma red bastaba. Pero igual así estaría a la vista y al alcance de ambas por si ocurría algo.
—Elise, llama a Erick Landors —pronunció M3GAN usando de nuevo la voz de Gemma.
—Llamando Erick Landors —le respondió Elise, y ambas vieron como la pantalla del teléfono se encendió, y el nombre del abogado se desplegó en ésta cuando la llamada comenzó.
Esther se puso tensa, pero observó muy atenta el teléfono, aguardando a que la persona al otro lado respondiera. Aún no era muy tarde, así que no debería haber impedimento en que lo hiciera. Si no lo hacía, tendrían que insistir varia veces más, hasta que lo hiciera. No podrían drogar a Gemma cada noche para tener el camino libre de hacer lo que les plazca. Bien o mal, su tía temporal no era una tonta y no tardaría en darse cuenta de que algo raro pasaba.
Por suerte, no iban a tener que volver a adulterar su té; no de momento, al menos.
—¿Hola? —respondió la voz de un hombre al otro lado de pronto. Esther se puso rígida, y miró a M3GAN gritándole en silencio con sus ojos: “¡no la cagues!”
La desconfianza y presión de Esther le eran indiferentes al androide, así que respondió sin dudarlo.
—Erick, ¿cómo estás? —pronunció con el tono afable—. Habla Gemma Forrester, la hermana de Tricia Albright. ¿Me recuerdas?
—Gemma, claro —pronunció el hombre en la línea, súbitamente con más emoción—. ¿Cómo estás? Esperaba tu llamada hace días.
—He estado muy ocupada con el lanzamiento de un nuevo producto, lo siento.
—Descuida. ¿Cómo está Esther? ¿Se está adaptando bien a Seattle?
M3GAN se giró a mirar a la mujer con apariencia de niña sentada su lado.
—Ya está mucho mejor; feliz incluso. Es una niña encantadora.
Esther torció su boca en una sonrisita sarcástica.
—Me alegra escuchar eso —comentó Erick al teléfono—. ¿En qué puedo ayudarte, Gemma?
—Te llamaba para preguntarte sobre la estatus de… tú sabes, la herencia de Esther, las ventas de los activos y todo eso.
—Bueno, pues la buena noticia es que todo eso ya se concluyó.
Aquello causó un notorio sobresalto de emoción en Esther, pero se contuvo lo mejor posible.
—¿De verdad? —preguntó M3GAN, sonando sorprendida.
—Aunque la casa fue pérdida total, el terreno y la ubicación de la propiedad fueron muy bien cotizados. Aunque igual tuvimos que reducirle un poco el precio. El remate de los demás activos igual se realizó, así como el cobro de los seguros de vida. Lamentablemente, se tuvo que tomar una parte considerable de todo esto para pagar las deudas pendientes y los gastos funerarios.
—Y sus honorarios, por supuesto —susurró Esther por lo bajo.
—Y tus honorarios, por supuesto —repitió M3GAN al instante, para horror de Esther.
—¡¿Qué haces?! —susurró muy despacio, pero con aspereza en su voz.
Por suerte Erick pareció no tomar el comentario de mala manera; incluso se rio un poco como respuesta inmediata.
—Lo creas o no, no estoy ganando casi nada por la gestión de todo esto —informó el abogado—. Lo hago porque Allen era mi amigo, y porque quiero que su hija esté bien.
—Lo siento si te ofendí —respondió M3GAN, procurando sonar arrepentida.
—Descuida, como abogado estoy acostumbrado. Pero bueno, aún después de todo eso, la cantidad restante es decente. Pero el verdadero peso viene de las regalías por las obras de Allen que, como debes imaginar, han aumentado de valor tras su muerte. Es una lástima los ejemplares que se perdieron en el incendio, pero eso hace que los originales restantes sean aún más cotizados.
—Bien, eso suena bien. ¿De cuánto estamos hablando entonces, Erick?
—¿En total? —masculló el abogado un poco destanteado, y pudieron escuchar cómo rebuscaba entre los papeles sobre su escritorio—. El número exacto no lo tengo en la mente pero… Creo que estamos hablando más o menos de unos cinco millones.
Esther sintió como se le cortaba de tajo la respiración, y su mente era atacada por un gran “boom” de ideas. Instintivamente extendió una mano hacia M3GAN, aferrándose a su hombro para evitar caerse de su taburete por la impresión.
—¿Cinco millones? —susurró con apenas un pequeño hilo de voz—. ¿Cinco millones de dólares…?
Dudaba que fueran chicles.
—Aproximadamente, por supuesto —aclaró Erick—. Y como acordamos, todo irá al fideicomiso. Y con algo de suerte, ocho años bien invertidos, con los intereses y las demás regalías de Allen, para cuando Esther cumpla dieciocho la suma será sustancialmente mayor. Creo que no tendrá dificultades de ahí en adelante.
Aquel último dato desinfló de un sólo pinchazo todo el globo de emociones que se había inflado en el pecho de Esther.
—¿Dieciocho? —masculló Esther, confundida—. ¿Cómo que cuando cumpla dieciocho?
—Permíteme un momento, Erick —indicó M3GAN con calma, y al instante apago el micrófono del teléfono para que el abogado no las escuchara. Se giró hacia Esther, y adoptó de nuevo su voz habitual—. Así suelen funcionar los fidecomisos para menores de edad. El dinero se queda en un fondo, administrado por un fiduciario, y se entrega al beneficiario cuando cumple la mayoría de edad.
—¿Fide…? ¡¿Qué demonios es eso?! —espetó Esther con irritación—. Si es mi dinero, ¿por qué no me lo pueden dar ya?
—Así no es cómo funciona —explicó M3GAN con total calma—. Pero descuida, aún tenemos opciones.
Antes de que Esther tuviera oportunidad de preguntar o quejarse más, M3GAN volvió al teléfono, activando de nuevo el micrófono, y retomando también al instante la voz de Gemma.
—Eso suena grandioso, Erick. Pero dime, ¿crees que una parte de ese dinero pudiera ser usada para la escuela de Esther?
—¿La escuela? —inquirió Erick con interés.
—Hoy me dijo que está muy interesada en entrar a la escuela de arte. Al parecer era lo que Allen quería.
—Sí, me lo puedo imaginar. No creo que haya ningún problema; está dentro de los términos del fidecomiso el que sea usado para ese tipo de cosas. ¿De cuánto estaríamos hablando?
—Aún no tengo la cifra, apenas voy a comenzar a investigar qué opciones tenemos.
—Bueno, cuando tengas el dato me dices y lo acordamos, ¿te parece?
—Muy bien, Erick. Seguiremos hablando.
—Excelente. Hasta luego.
Erick colgó justo después, y de su lado la llamada no tardó en terminar también.
Aquello había salido bien… más o menos.
—Cinco millones —susurró Esther con excitación en su voz—. Cinco millones de dólares. ¿Tienes idea de lo que podría hacer con ese dinero?
—Las opciones más populares sugeridas son: inversiones inmobiliarias, inversiones financieras, adquirir productos de lujo como choches, arte y joyas, o productos de estilo de vida y tecnología como…
—¡Basta! —exclamó Esther en alto para callarla, aunque de inmediato se tapó su boca, temerosa de haber alzado de más la voz y que Gemma la hubiera oído—. Era una pregunta hipotética —añadió en voz baja.
—Me parece que quisiste decir “pregunta retórica”.
—Da igual. Necesito obtener ese dinero de alguna forma.
—Como bien escuchaste, está en un fideicomiso para Esther Albright, que estará a su disposición cuando ésta cumpla dieciocho. Así que no puedes acceder a él en estos momentos. Tendrías que esperar unos ocho años más, y entonces será todo tuyo.
Esther la miró con incredulidad, esperando que le dijera que aquello era algún tipo de mal chiste.
—¿Qué se te dañó tu procesador de hojalata? —le reprendió con severidad—. ¡No puedo estar aquí ocho años! Tú misma lo dijiste hace unas horas, ¿ya lo olvidaste?
—No —respondió M3GAN sin titubeo—. Pero es mi deber plantearte la solución más simple a tu requerimiento.
—¿Qué tiene eso de…?
—No te alteres —le cortó M3GAN antes de que dijera más. Se bajó entonces del banquillo en el que estaba sentada—. Como también dije, aún te quedan otras opciones. Hay formas de acceder a ese dinero antes de los dieciocho. Por eso toqué el tema de la escuela de arte. Los fideicomisos para menores formados tras la muerte de uno o más de sus tutores, suelen permitir que parte de su monto sea usado en el bienestar del menor, en su educación y salud. En otras palabras, aunque me temo que es prácticamente imposible que accedamos a los cinco millones por esos medios, si jugamos bien nuestras cartas podrías obtener una parte. Todo lo que habría que hacer es convencer al abogado de que será para la educación de Esther.
Leena la observó visiblemente escéptica, y se cruzó de brazos.
—¿De qué tanto sería esa parte de la que estamos hablando? —le preguntó con desconfianza.
—Depende. La matrícula anual de algunas de las escuelas de arte más prestigiosas del país puede llegar a rondar los sesenta mil dólares.
—¿Sesenta mil dólares al año? ¿Es en serio? —exclamó Esther, atónita.
—En serio. Quizás podamos convencer al abogado de sacar una cantidad similar del fidecomiso. Pero no será sencillo.
—¿Sólo eso? —farfulló Esther con algo de decepción. Chistó con la lengua, y miró hacia un lado con ligera molestia—. Bien, no son cinco millones, pero definitivamente es más de lo que tengo ahora. Tendrá que bastarnos, al menos para comenzar.
Tomó entonces el teléfono de Gemma para echarle un vistazo a la hora en la pantalla.
—Pero mejor afinamos esos detalles después. Ahora tenemos que encárganos del estúpido perro.
—¿Será seguro salir de la casa? —cuestionó M3GAN—. ¿Y si Gemma se despierta?
—Te dije que lo que le dimos la tendrá dormida por horas. Tenemos que enterrar a ese animal antes de que comience a apestar, y la metiche de la vecina se dé cuenta de lo que hicimos. Tomaremos una carretilla y dos palas del garaje de Gemma y…
Su detallada explicación de sus próximas acciones fue interrumpida por el estruendo de un relámpago que hizo que incluso la casa retumbara un poco. Esther y M3GAN se giraron al mismo tiempo en dirección a la venta de la sala. Desde su posición, pudieron ver, y también escuchar, las gotas de lluvia que comenzaban a repiquetear contra el vidrio de la ventana.
Ambas se quedaron en reflexivo silencio por unos segundos, hasta que M3GAN lo interrumpió:
—Te dije que había un 55% de probabilidad de lluvia para la noche.
—Da igual —respondió Esther con aspereza—. Un poco de lluvia no hace daño. Eres aprueba de agua, ¿no?
—Ciertamente.
—Entonces no te quedes ahí parada.
Esther se bajó de su taburete, y se dirigió con prisa hacia la puerta. A M3GAN no le quedó de otra más que seguirla hacia el afuera de la casa.
— — — —
Cada una se puso un impermeable amarillo para protegerse lo mejor de la lluvia, y se dirigieron al garaje. Colocaron el perro envuelto en plástico sobre una carretilla, y sobre éste un par de palas. Tomaron la carretilla, y se fueron con ella en dirección a la parte trasera de la casa, escondidas entre las sombras de la noche y la llovizna.
Aunque lo correcto sería decir que M3GAN se encargó de la mayoría de esas cosas, incluida la pesada tarea de ir empujando la carretilla por el terreno irregular y boscoso, mientras Esther alumbraba el camino con una linterna. La androide había demostrado ser bastante más fuerte de lo que parecía durante su fortuita pelea de más temprano, así que Esther supuso que ese tipo de cosas deberían ser pan comido para ella. O al menos no se quejó en lo absoluto cuando prácticamente le ordenó que lo hiciera.
Avanzaron entre los árboles, internándose cada vez más. El trayecto no sería corto. Tenían que enterrarlo lo más alejado posible de la casa para que, en caso de ser encontrado, las sospechas no recayeran en ellas. Aunque tampoco podían alejarse demasiado, pues no tenían seguridad absoluta de que Gemma no se fuera a despertar pronto.
—¿Sabes qué es lo que no termino de entender? —declaró Esther de pronto, mientras seguía guiando el camino—. No soy ni cerca una experta en el tema, pero no necesito serlo para darme cuenta de que eres bastante avanzada como para ser usada como una simple muñeca.
—Gracias —respondió M3GAN con orgullo.
—No te estoy halagando, sólo quiero llegar a un punto. Y en todo caso, el halago sería hacia Gemma por crearte. Esa vez que fue a Connecticut, Tricia dijo algo sobre que sus padres le habían pagado tantos estudios, y aun así había terminado haciendo juguetitos. En ese momento no le di mucha importancia, pero ahora me doy cuenta de que su comentario no estaba tan desubicado. Tecnología como la que usaron para hacerte podría haberse usado en más cosas que sólo entretener a niñitos ricos, ¿no?
—Posiblemente.
—¿Y por qué no lo hizo? ¿Qué hace esa mujer trabajando en una empresa de juguetes si es capaz de diseñar y crear algo como tú?
—Quizás le gustan le gustan juguetes —respondió M3GAN con simpleza—. O quizás no consiguió ninguna mejor oportunidad en su ramo.
Esther dejó escapar un pequeño bufido burlón como respuesta a su comentario.
—Estados Unidos, donde si eres inteligente, trabajador y responsable, terminas friendo hamburguesas en McDonald’s, ¿no?
Soltó entonces una carcajada divertida, y volteó sobre su hombro hacia M3GAN, alumbrándola con la linterna, esperando que expresara estar de acuerdo. Sin embargo, ella no respondió nada en lo absoluto.
Esther torció la boca con una expresión de desagrado, y se detuvo de golpe, en un pequeño claro entre árboles.
—Aquí está bien —indicó con sequedad, y M3GAN dejó de empujar la carretilla y la bajó—. Ahora, a cavar —dijo Esther a continuación, tomando una de las dos palas. Estaría más que contenta en dejarle también esa tarea difícil a su amiga androide, pero tenían que hacerlo entre las dos o de lo contrario tardarían demasiado—. No debe ser muy profundo, pero si lo suficiente para que ningún otro animal lo desentierre. ¿Entendiste?
—Tampoco es la primera vez que haces esto, ¿cierto? —fue la respuesta inmediata de M3GAN, aunque era más bien una pregunta.
—¿Enterrar un cuerpo en el bosque? Claro que es la primera vez —respondió Esther, sonando casi ofendida—. La primera vez que entierro el cuerpo de un perro, al menos. Pero ya no pierdas más el tiempo, y comienza a mover esa pala.
Ambas comenzaron a clavar la pala en la tierra y a removerla lo mejor que sus cuerpos de brazos y piernas pequeñas les permitía. M3GAN parecía tenerla más fácil, pero para Esther representaba un reto mayor. No tardó mucho en pensar que hubiera sido más fácil simular que lo había atropellado un vehículo. Sólo tenían que pasarle el vehículo de Gemma por encima una vez, y luego tirarlo en la calle. Pero ya estaban ahí, así que era mejor terminar el trabajo rápido e irse.
—¿Y cuánto va a costar una como tú si es que llegan a salir al mercado? —preguntó Esther entre paleada y paleada.
—El precio final está por decidirse —respondió M3GAN del mismo modo.
—Pero sólo será accesible para personas con mucho dinero, ¿no? De seguro costarán más que la colegiatura de la escuela de arte.
—Es una posibilidad. Pero basada en situaciones previas similares, es muy probable también que los accionistas busquen y presionen por la reducción de costos.
—Da igual. ¿Qué clase de loco le comprará una muñeca tan costosa como un vehículo a su hijo?
—La idea de marketing propuesta es que con una M3GAN no necesitarás ningún otro juguete.
Esther dejó escapar una sonora carcajada sarcástica como respuesta a eso.
—Sí, claro. A los niños de este país, criados en su cultura consumista, esa idea los convencerá de seguro.
—Si no te gustan los Estados Unidos, ¿por qué pasaste por tantos problemas para poder llegar aquí?
—¿Y quién dijo que no me gusta? —exclamó Esther con sorna—. Yo adoro esa cultura consumista.
Dejó en ese momento de escavar, y se pasó una mano por el rostro, limpiándose las gotas de lluvia que le empapaban la piel. Clavó a pala en la tierra a su lado, y se sentó en la orilla del agujero que estaban haciendo, el cual de hecho iba bien encaminado. M3GAN no se detuvo, pero gran parte de su atención se dividió en la tarea que estaba realizando, y en su usuario primario.
—Mientras crecía, veía cómo era la vida en este país en las películas y series —explicó la mujer de Estonia con voz casi soñadora—. Y me dije que algún día yo estaría aquí, y sería una estrella como todas esas chicas bonitas que salían en televisión.
—¿Una estrella? —preguntó M3GAN con curiosidad, y alzó su rostro del todo hacia ella—. ¿Quieres ser actriz?
Esther se sobresaltó, casi como si aquella pregunta la hubiera asustado por algún motivo. O como si hubiera sido consciente sólo hasta ese momento de que había dicho más de lo que hubiera querido decir.
Volvió a tallarse la cara para limpiarse el agua, pero terminó manchándose de tierra.
Vaciló un momento sobre qué responderle, o si acaso valía la pena responderle algo. ¿En qué momento se le había vuelto tan fácil hablar con esa… cosa de asuntos tan personales como esa, que nunca le había contado a nadie? Al final quizás daba igual. Por más que se viera y actuara como una persona, M3GAN seguía siendo sólo una tonta máquina.
—Quería —masculló en voz baja—. Pero eso ya no importa. Toda niña estúpida sueña con una tontería como esa —susurró por lo bajo, mientras picaba de forma distraía la tierra floja con la punta de su zapato—. Y luego la realidad te golpea, y cuando menos lo esperas, estás a kilómetros de tu país, fingiendo ser alguien que no eres, enterrando un perro a mitad de la noche, bajo la lluvia.
—Muy específico —señaló M3GAN, sonando incluso jocosa al decirlo—. Al menos de seguro nunca tuviste a un androide con una muy avanzada inteligencia artificial presente en ese escenario. ¿Lo ves? La vida sí te puede dar algunas sorpresas.
Esther no pudo evitar esbozar una sonrisita divertida, aunque se giró a otro lado para disimularlo.
—Sí, eso es cierto. Definitivamente tú eres la cosa más inesperada que me…
De pronto, la luz de una linterna, diferente a la suya, alumbró el rostro de Esther, cegándola por un momento. Cerró sus ojos instintivamente, y alzó sus manos para protegerse el rostro.
—¡¿Qué están haciendo aquí?! —exclamó con exaltación una voz desde el otro lado el halo de luz. Y aunque entre toda la confusión y repiqueo de las gotas de lluvia contra las ramas de árboles resultaba un poco complicado escucharla con claridad… a Esther ciertamente le resultó conocida.
La persona avanzó con paso presuroso hacia ellas, y apartó la luz hacia un lado. Esther tomó su propia linterna para alumbrarla, y confirmar su primera sospecha. De pie a unos metros de ellas, con un impermeable azul oscuro envolviéndola, se encontraba Celia, la vecina de al lado.
—Oh, oh —masculló M3GAN por lo bajo.
La mujer las observaba con sus ojos inquisitivos bien abiertos, casi desorbitados. Lo más seguro era que hubiera estado buscando a su perro perdido en los alrededores, y hubiera reparado en su presencia, debido a su linterna o a sus voces.
«¡Mierda!» pensó Esther, y aunque por dentro hervía de furia, por fuera se forzó a dibujar una de sus sonrisitas tranquilas y dulces.
—Hola. Estábamos… —comenzó a pronunciar con tono despreocupado, aunque en realidad no tenía ni idea de qué excusa daría. Y, por desgracia, su mente no fue lo suficientemente rápida para inventar una, antes de que la luz de Celia se moviera de Esther hacia la carretilla a su lado… y lo que había en ella.
Aún envuelto en plástico, la mujer distinguió sin mucho problema la figura de su amada mascota. Su cuerpo totalmente inmóvil, ni siquiera dando señas de respirar.
—¿Dewey? —pronunció con apenas un escaso hilo de voz, dando un par de pasos torpes hacia él—. ¡Dewey! ¡Mi pequeño! ¡¿Qué le hicieron?! ¡Monstruos!
—¡Nada! —espetó Esther con fuerza, y rápidamente se movió para colocarse delante de ella y cortarle el paso—. En serio, un vehículo lo atropelló…
—¡A mí no me salgas con eso! —exclamó Celia en alto con voz desgarrada, y justo después la empujó con fuerza hacia un lado con sus dos manos. El cuerpo de Esther se desplomó de costado contra el barro y la hierba, golpeándose un poco—. ¡Sabía que había algo raro en ti desde la primera vez que te vi! —añadió Celia, señalando a Esther con un dedo acusador—. Llamaré a la policía…
La mujer se apartó unos pasos, y rebuscó en el bolsillo de su pantalón para sacar su teléfono.
Luego de tal caída, Esther se alzó como pudo, escupió algo de lodo que había entrado en su boca, y se limpió la cara con el dorso de la mano. Se giró de inmediato hacia Celia, y en su rostro ya no se reflejaba en lo más mínimo la expresión de niña buena; ahora si, esa furia interna había brotado hacia el exterior.
Justo cuando Celia tenía ya el teléfono en sus manos y se disponía a marcar, la distrajo el chillido desgarrador de Esther a sus espaldas. Se giró sobresaltada, en el momento justo en el que la supuesta niña se le lanzó encima, tacleándola con todo su cuerpo. La sorpresa, así como el terreno irregular y húmedo por la lluvia, ayudaron a que Celia perdiera el equilibrio, y amabas se precipitaran a suelo, rodando por el barro. El teléfono de la mujer había caído igualmente, con sólo el “91” introducido en su pantalla.
—¡¿Qué haces?! —espetó Celia, teniendo a la supuesta niña sobre ella, e intentando mantenerla alejada con sus manos—. ¡Suélateme!
Esther impuso toda la fuerza que su pequeño cuerpo podía dar para colocarse sobre Celia, e intentar someterla, golpearla o arañarla con sus manos, mientras seguía gritando como una desquiciada; lo que fuera para mantenerla ahí el tiempo adecuado.
—¡M3GAN! ¡Golpéala! —soltó con intensidad al aire, girándose hacia su cómplice. La androide se había salido del agujero, y observaba la situación desde su posición; la pala con la que cavaba seguía bien sujeta en sus manos—. ¡No te quedes ahí parada como estúpida! ¡Golpéala…!
Celia logró en ese instante tomar a Esther con sus dos manos, y empujarla para que se quitara de encima de ella. Esther cayó en el suelo a su lado, y luego le propinó un fuerte golpe con el revés de su mano, que golpeó a la supuesta niña en un extremo de su labio, y la hizo caer de pecho al lodo, un tanto desorientada.
A duras penas, Celia comenzó a incorporarse, todo su cuerpo temblando, y sus ropas e impermeable húmedos y cubiertos de lodo. Tenía unos arañazos en su rostro, provocados por las uñas de Esther.
—¡Pequeño engendro! —gritó colérica, señalándola—. ¡No sé qué carajos te pasa y no me importa! ¡Te vas a pudrir en un maldito…!
Sus palabras fueron drásticamente cortadas por el fuerte y estridente golpe de la pala justo en la parte trasera de su cabeza. El golpe fue tal que el cuerpo de la mujer fue empujado hacia el frente, cayendo de narices al suelo, a pies de Esther. De detrás del cuerpo de Celia, una vez que cayó, surgió M3GAN con la pala en sus manos.
La androide caminó con tranquilidad unos pasos hasta colocarse justo a un costado de la mujer. Ésta aún parecía un poco consciente, y por mero reflejo intentaba incorporarse. Pero M3GAN no se lo permitió: alzó de nuevo la pala por encima de su cabeza y la dejó caer con fuerza contra la cabeza de la mujer, haciendo que su cara se hundiera aún más en el barro. Repitió lo mismo una vez más, golpeándola de nuevo con la misma intensidad.
Algo se quebró con ese último golpe. Esther lo escuchó claramente desde su posición, e incluso sintió como algo de sangre cruzaba el aire y le salpicaba la cara. Igual las gotas de lluvia comenzaron a enjugarlo rápidamente.
Por su parte, Celia ya no se movió luego de ese tercer golpe. Se quedó totalmente quieta en ese mismo sitio, con su rostro completamente hundido en el lodo. M3GAN y Esther la observaron en silencio un largo rato, como si esperaran que reaccionara de alguna forma. No lo hizo.
Un relámpago iluminó la noche en ese momento, y ese fue su indicativo para reaccionar.
Esther se apresuró a ponerse de pie, y con las mangas de su impermeable se limpió rápidamente la cara. Se aproximó con paso torpe hacia M3GAN, para pararse a su lado.
La robot, por su parte, contempló con cierta fascinación el cuerpo de la vecina ahí tendido, y miró también la pala. Sus sensores detectaron rastros de sangre en ella, pese a la lluvia. E igualmente le confirmaban el fallecimiento de aquella mujer; las funciones vitales de su organismo se habían suspendido de manera total y permanente, justo igual que el perro; justo igual a la definición que había encontrado en internet.
Su predicción le había dicho que presenciarlo de primera mano sería una experiencia fascinante, o que la empujaría a restructurar sus lineamientos internos. Pero al final le había resultado bastante simple; nada extraordinario. “La muerte es un proceso natural. Todos morimos tarde o temprano”, le había dicho Gemma. Y quizás tuviera razón.
—Creo que ahora sí rompí un par de Leyes de la Robótica —señaló M3GAN con bastante calma, dejando caer la pala al suelo, casi con indiferencia.
—¿Tú crees? —exclamó Esther, sarcástica.
—¿Estás bien? —preguntó M3GAN justo después, girándose a mirarla. Su atención se fijó en el golpe en el boca, que al parecer le había sacado un poco de sangre.
—¿Te importa? —exclamó Esther, algo defensiva.
—Estoy programada para eso.
—Qué alivio… Sí, estoy bien, ¿y tú?
—Perfectamente —indicó M3GAN con marcado buen humor. Ella misma estaba sorprendida de lo poco que aquella experiencia le había afectado, si es que algo de ese cumulo de razonamientos que la invadía podía considerarse algo parecido a “sorpresa”.
Miró entonces de nuevo al cuerpo en el suelo delante de ellas, y justo después al perro en la carretilla.
—Creo que el agujero tendrá que ser más profundo —indicó, casi con una pizca de humor.
Y, pese a la situación tan poco ideal, Esther de nuevo no pudo evitar sonreír divertida.
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 10. ¿Y ahora qué?

Capítulo 10. ¿Y ahora qué?
Una vez se encargaron del pequeño problemita del perro, y de limpiar cualquier rastro evidente que llevara hacia ellas con respecto a su aparente desaparición, lo siguiente fue arreglar lo mejor posible la apariencia de M3GAN. Tuvieron de entrada que quitarle el vestido y las medias, meter éstas a la lavadora, y posteriormente a la secadora; todo lo más rápido posible para quitarle cualquier mancha de lodo o huellas de perro de encima.
—Te ves horrible —se mofó Esther de forma desdeñosa, mientras observaba a M3GAN sentada en una silla, aguardando a que la ropa se lavara. Sin sus ropas, su esqueleto de titanio color cobre quedaba expuesto en gran parte, pues al parecer sólo le habían colocado piel de silicona en su rostro y manos—. Creí que debajo de tus ropas te verías como una muñeca Barbie o algo así —añadió Esther, aún algo risueña—. ¿No les alcanzó esa piel falsa para las demás partes?
—El diseño final contempla que todo el cuerpo visible esté también cubierto —explicó M3GAN, indiferente a simple vista a las burlas de su acompañante—. Pero creo que de momento, para abaratar costos, se enfocaron sólo en las partes visibles. Dependiendo del presupuesto que autoricen los accionistas luego de la presentación, de seguro verán si invertir en esto o no.
—Pero es que ni siquiera te pusieron tetas —indicó Esther de forma hiriente inclinándose delante de ella para contemplar de cerca su pecho plano.
M3GAN parpadeó una vez, e inclinó su cabeza hacia un lado.
—Se consideraron inapropiadas, dado el contexto. Quizás lo reconsideren en otra versión.
—Conozco a más de un pervertido al que le encantaría que hicieran eso —masculló Esther con voz rasposa.
Aquel comentario dejó una densa nube de amargura en el aire, que quizás M3GAN podría haber interpretado mejor de haber tenido las herramientas apropiadas en su programación. Pero sí logró deducir que no se trataba de una observación positiva…
Esther se irguió de nuevo, y se paró ahora a un lado de la silla de M3GAN para revisar su cabello. Había pensado que se trataba sólo de una peluca, y en teoría así era. Sin embargo, estaba adherida al cráneo de la robot, como si fuera su cabello real; como cualquier otra muñeca, pensó. Había considerado que podría quitársela para limpiarla a parte, pero al parecer tendría que optar por otro método.
—Una vez que te fugues conmigo y nos vayamos lejos, ¿crees que Gemma logrará sacar este producto sin ti? —preguntó Esther de pronto, mientras seguía inspeccionando la cabellera rubia de la androide.
—Dependiendo de cómo se den las cosas… es poco probable —indicó M3GAN sin mucha vacilación—. Es evidente que hay errores de origen que tendrían que ser corregidos, y que toda esta situación deja bastante en evidencia. Por ejemplo, no estoy programada para que el éxito o fallo de este proyecto me importe un pepino.
—Bien dicho —señaló Esther, riendo un poco por tan elocuente comentario—. Pero tendremos que mejorar tu vocabulario de maldiciones. Mientras tanto, vamos al baño y veamos qué podemos hacer con este cabello.
Al final terminó por tratarlo como si fuera cabello real: lo lavaron, lo secaron, y lo cepillaron. Por suerte la peluca era de esplendida calidad, y reaccionó bien a su rápido aseo capilar; que bueno que en eso no ahorraron costos.
Cuando la secadora terminó, vistieron de nuevo a la muñeca con sus ropas limpias e impecables. Con esto, y con su cabello recién peinado, se veía como nueva; como recién salida de su empaque.
—Bueno, ya estás mejor —concluyó Esther con bastante orgullo. Aunque con tan sólo mover a un lado de los mechones de M3GAN, dejaba al descubierto la parte en la que la piel de silicona del rostro se había dañado—. Pero con eso no hay nada que yo pueda hacer —indicó, torciendo su boca en una mueca de desgano.
—¿Y eso? —preguntó M3GAN, girando su mirada hacia un lado, en donde aún reposaban los restos de la lámpara y la taza rota durante su conflicto de más temprano.
—Yo me encargo —indicó Esther con inesperada confianza—. Tú sólo sígueme la corriente.
—¿Con qué? —preguntó M3GAN, sin entender.
Esther estaba por explicárselo, o al menos por decirle algo más. Pero antes de que pudiera pronunciar cualquier palabra, el sonido de un vehículo ingresando por la rampa de acceso de la casa captó la atención de ambas. Esther corrió hacia la ventana y se asomó al exterior, sólo para confirmar lo que ya suponía.
—Es Gemma —le dijo a su compañera androide. Luego se apartó de la ventana y corrió presurosa hacia la cocina—. Actúa arrepentida.
M3GAN se quedó de pie en su sitio, y la siguió con la mirada mientras se alejaba, hasta que la perdió de vista en la cocina.
—¿Arrepentida? —masculló M3GAN en voz baja, confundida.
Esther volvió poco después con una escoba en una mano y un recogedor en la otra. Se dirigió a la sala y se paró en el centro de ésta, al lado de los escombros de la pelea. Sin embargo, en lugar de limpiarlos, se quedó quieta en su sitio, mirando atentamente hacia la puerta. M3GAN se reunió con ella también en la sala, y aguardó.
Unos segundos después, se escucharon los pasos y las llaves de Gemma en la entrada, y sólo en ese instante Esther comenzó a barrer, o al menos a fingir que lo hacía.
La puerta se abrió, y Gemma apareció del otro lado. En una mano sujetaba una bola blanca cargada, con el logo de un restaurante local de pollo frito en un costado, mientras con la otra hacía algunos malabares entre su maletín, su vaso de café, y sus llaves.
—Ya llegué —exclamó en alto una vez estuvo dentro para hacer notar su presencia.
—¡Ah! —soltó de pronto Esther en alto, casi como un chillido, tomando por sorpresa a Gemma, e incluso a M3GAN. Soltó de pronto también la escoba y el recogedor, que cayeron estrepitosos al suelo. Se quedó rígida en su sitio con su rostro pálido—. Tía… Lo siento, esperaba poder limpiar esto antes de que llegaras —masculló con voz nerviosa, casi con miedo.
—¿Limpiar qué? —inquirió Gemma, notándosele ya los primeros rastros de preocupación en la voz. Dejó rápidamente sus cosas sobre la mesa y se dirigió a la sala. No tardó mucho en notar los pedazos regados por la alfombra—. ¿Qué pasó?
Esther comenzó a balbucear, aparentemente incapaz de articular sus palabras de forma coherente. Su cuerpo temblaba de forma de nerviosa.
—Lo siento, tía —susurró Esther muy despacio, agachando su cabeza con miedo—. Fue mi culpa, estábamos jugando con la pelota, y rompimos tu lámpara y tu taza.
Mientras daba aquella explicación, extendió su mano hacia la pelota azul y roja, que seguía ahí en el suelo dónde había quedado cuando M3GAN la dejó caer a pies de Esther hace rato. La mirada de Gemma y M3GAN se dirigieron al mismo tiempo hacia el juguete redondo.
—M3GAN me dijo que no lo hiciera, pero no creí que fuera a pasar nada. Perdón…
Gemma abrió la boca para decir algo, pero no surgió ninguna palabra de momento. Llevó una mano a su frente, y negó enérgicamente con la cabeza, mientras contemplaba los destrozos. Era claro que no sabía qué debía decir o hacer al respecto. Nunca había tenido que disciplinar a un niño; a adultos en el trabajo sí, pero nunca a un niño.
—Ay, Esther… —susurró dubitativa.
—Y además rompí la cara de M3GAN —añadió la niña de pronto, sacudiendo aún más el cumulo de emociones de su tía.
—¿Qué? —exclamó Gemma, alarmada, y de inmediato se movió hacia M3GAN para revisarla.
—Es sólo un daño superficial en la piel de silicona —indicó M3GAN con calma. Eso le indicó a Gemma dónde debía buscar, por lo que rápidamente hizo los cabellos rubios de la muñeca hacia un lado para echarle un vistazo a la rasgadura a un costado de su frente. Al menos no se veía grave, pero quizás tendrían que cambiar todo el rostro completo; y tenía que ser antes de la presentación.
Examinando el corte con más cuidado, éste le resultó un poco extraño. Definitivamente no pudo haber sido causado por un pelotazo. ¿Quizás un golpe al caer al suelo? ¿Un choque contra la esquina de una pared o contra la mesita de la sala? Quería cuestionarle a Esther al respecto, pero no tuvo oportunidad pues en ese momento el llanto descorazonado de la (supuesta) chiquilla inundó la sala.
—Te juro que no lo volveré a hacer —chilló Esther con voz entrecortada—. Por favor, no te enojes —añadió, al tiempo que alzaba sus brazos y se protegía el rostro, como si esperara la llega inminente de un golpe.
Aquello destanteó por completo a Gemma, que al inicio no supo bien cómo reaccionar.
—Hey, hey, tranquila —susurró despacio, agachándose delante de ella—. No… no estoy enojada.
—¿De verdad? —susurró Esther con aparente incredulidad—. Mami siempre…
Calló de golpe, apretando fuerte los labios como si intentara obligarse a no decir nada más.
—¿Tu mami qué? —preguntó Gemma con notoria preocupación.
—Nada —se apresuró a responder Esther, agachando la mirada con timidez.
Gemma se quedó anonadada al ver tal reacción, y un millón de ideas pasaron por su mente en un segundo. ¿Qué le había hecho Trish? ¿Y a su propia hija…? Quería convencerse de que incluso a pesar de todo, no había forma de que su hermana hiciera algo tan grave con uno de sus hijos, con su familia “perfecta” que ella había formado. Pero luego recordaba la bofetada que le había asestado la última vez que se vieron… Y eso era apenas una muestra de muchas otras cosas que habían ocurrido entre ambas a lo largo de sus vidas, en especial cuando eran jóvenes.
Hubiera jurado que con sus hijos sería diferente, pero Trish siempre fue una experta en que la gente viera de ella sólo lo que ella quería.
Y aunque Esther no hubiera tenido la madre que tuvo, había pasado sólo Dios sabía qué durante esos cuatro años en la que estuvo ausente. ¿Cómo debería Gemma reaccionar ante una situación así sin afectarla más de lo que ya estaba? Se sintió de golpe bastante desarmada para lidiar con una situación como esa.
—Tranquila, ¿sí? —masculló en voz baja, forzándose a sonreír con despreocupación. Luego se le aproximó un tanto temerosa, dándole un torpe abrazo, como si la mecánica detrás de aquel acto le resultara por lo más confusa—. Todo está bien. Sólo no vuelvas a jugar con la pelota dentro, ¿está bien?
—Lo prometo, en serio —masculló Esther con voz carrasposa, devolviéndole el abrazo con más firmeza y confianza que ella.
Gemma concluyó que la situación estaba saldada, o al menos de momento consideraba que no tenía caso darle más vueltas a aquel asunto.
—Yo me encargo de limpiar esto —indicó una vez que rompieron el abrazo y Gemma se puso de pie—. T�� si quieres ve a lavarte que traje pollo frito para cenar.
Esther asintió con rapidez.
—¿Vas poder reparar a M3GAN?
—Sí, no te preocupes —indicó Gemma, despreocupada—. Más tarde la reviso con más calma.
—Gracias, tía —añadió Esther con marcada emoción, y de pronto le dio otro abrazo más, hundiendo el rostro contra su torso. Aquella tomó a Gemma totalmente desprevenida, y no reaccionó a tiempo para abrazarla de regreso antes de que la (supuesta) niña se apartara y comenzara a avanzar hacia el pasillo—. Vamos, M3GAN —le dijo con un tono alegre a su androide, indicándole con una mano que la siguiera.
M3GAN caminó detrás de ella a su mismo ritmo. En el momento en el que ambas le daban la espalda la Gemma, y estuvieron lo suficientemente alejadas por el pasillos, la expresión sufrida de Esther cambió radicalmente, mutando a una expresión ladina, con una amplia sonrisa se suficiencia, sintiéndose de hecho bastante orgullosa.
—Eso fue astuto —pronunció M3GAN de pronto en voz baja, sonando de hecho genuinamente impresionada.
—Pan comido, diría yo —masculló Esther con jactancia—. Quizás no lo tengas grabado en tu base de datos, pero lo cierto es que Gemma tiene unos pequeños problemitas con su hermana mayor. Y no la culpo; te aseguro que no dimensiona qué tan perra era esa maldita en realidad.
M3GAN ciertamente no tuvo nada que opinar al respecto. No tenía suficientes datos para realizar un análisis de la relación entre Gemma y su difunta hermana, ni tampoco para sacar un estimado de que tan “perra” fuera esta última en vida. Así que sólo le quedaba confiar en la palabra de Esther. De una u otra forma, su truco había funcionado y eso era lo que importaba.
Había mucho que podía aprender de su nueva socia sobre cómo comprender y manipular las emociones de los humanos.
Ambas llegaron al baño, y como Gemma le había indicado, Esther se dirigió al lavamanos y abrió el agua, para así limpiarse antes de la cena.
—¿Y ahora qué? —preguntó M3GAN, sonando incluso curiosa al hacerlo.
—Tú sólo observa, mi amiga electrónica —le respondió Esther con una pequeña sonrisita astuta. Y aunque no añadió nada más a su criptica afirmación, M3GAN notó como su mirada se fijaba sutilmente en el espejo delante de ella en donde se reflejaba el rostro de ambas. O, más bien, en realidad miraba al botiquín de medicamentos que se ocultaba detrás de dicho espejo.
— — — —
Unos minutos después, las tres estaban ya sentadas en la mesa de comedor para comer pollo frito con puré de papa. Bueno, por supuesto, sólo Gemma y Esther comían, pero M3GAN las acompañaba ahí sentada también como de costumbre.
Era evidente que Gemma se sentía algo incómoda tras lo sucedido hace rato. Comía callada, mirando de soslayo a Esther sin saber muy bien qué decir para romper aquel penoso silencio. En otras circunstancias, Leena hubiera preferido quedarse así, pero necesitaba que el ambiente se sintiera un poco más relajado para poder hacer lo que tenía que hacer a continuación.
—¿Cómo te fue en la oficina, tía? —preguntó de pronto, tras terminar su primera, y quizás única, pieza de pollo.
—Bien —respondió Gemma rápidamente, con quizás más niveles de emoción de lo que debería—. Todo está casi listo para la presentación.
—Qué bien —indicó Esther con una media sonrisa. Justo después, hizo su silla hacia atrás, y se encaminó con actitud despreocupada hacia la cocina.
—¿Cómo… les fue a ustedes? Además de jugar pelota en mi sala, ¿pudiste avanzar con tu pintura? —preguntó, girándose hacia la sala, donde reposaba el caballete, y sobre éste un lienzo en blanco—. Porque parece que no mucho —ironizó en voz baja.
—Decidí al final no hacerla —respondió Esther, encogiéndose de hombros, mientras tomaba una taza del fregadero y la secaba—. Al menos no de momento.
—Creí que querías quedarte en casa justamente para eso.
—Así es el arte, tía —se defendió Esther con voz risueña—. A veces es caprichoso. ¿Verdad, M3GAN?
—Hay algunas citas conocidas que podrían respaldar dicha idea —respondió M3GAN de forma mecánica.
—M3GAN y yo hemos estado hablando sobre esas cosas —añadió Esther, al tiempo que tomaba la tetera y comenzaba a llenarla de agua. Gemma la observó, un tanto intrigada—. Pero creo que son conceptos demasiado complicados para ella. Los entiende, en la teoría. Pero no los siente. No como lo haríamos nosotros.
—Ese es un buen análisis —masculló Gemma—. Muchas personas no verían la diferencia. Y esperamos que muchos niños tampoco.
—¿Tu plan es engañarlos acaso? —soltó Esther, sonando casi acusadora al hacerlo.
—No, no quise decir eso. Más bien…
Gemma interrumpió su argumento, incluso antes de comenzarlo, en cuanto vio como Esther colocaba la tetera sobre una de las hornillas de la estufa y la encendía.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con cautela, poniéndose lentamente de pie. Esther se giró a mirarla con una amplia y dulce sonrisa.
—Te estoy preparando un té para que te relajes.
—¿Por qué piensas que necesito relajarme? —preguntó Gemma, intentando no sonar a la defensiva.
Esther se encogió de hombros.
—Has estado muy estresada estos días. Además, es mi disculpa por lo de lámpara y la taza.
—Bueno, eres muy amable, pequeña. Pero en verdad no tienes que hacerlo.
—Espera a probarlo antes de decir eso —indicó Esther con bastante confianza en sus palabras; una confianza a la que resultaba difícil decirle que no.
—Está bien —masculló Gemma, cediendo al fin, y tomando asiento de nuevo.
Observó atenta desde su asiento como su sobrina le preparaba el susodicho té, moviéndose con bastante soltura y confianza por la cocina, cabía mencionar; Gemma no recordaba que ella misma supiera cómo se preparaba un té a los diez años. De vez en cuando se distraía, ya fuera tomando un bocado de su pollo frito, o revisando algún mensaje, video o comentario en su teléfono. Pero en general pudo ver cómo Esther colocaba los ingredientes en la taza, vertía el agua caliente en ésta con mucho cuidado, y luego lo revolvía todo con una pequeña cucharita.
Una vez listo, Esther volvió a la mesa con la taza de té en mano y la colocó justo delante de su tía. Gemma no era muy de tomar tés; ella era una persona de café, como casi todos los ingenieros que conocía. Pero tampoco les hacía el feo. De vez en cuando, una taza de té caliente resultaba relajante para el cuerpo. Así que sin dudarlo mucho, tomó la taza por el aza, le sopló un poco a su contenido para enfriarlo, y dio un pequeño sorbo.
—Está bueno —exclamó Gemma, genuinamente sorprendida. Era dulce, pero no demasiado. Y detrás de ese dulzor tenía un sabor ácido que resultaba agradable—. ¿Qué es? —preguntó con curiosidad.
—Té de manzanilla con limón, endulzado con miel de abeja —informó Esther, orgullosa, esbozando una sonrisita de satisfacción.
—¿Teníamos manzanilla? ¿Y miel de abeja? —preguntó Gemma, extrañada.
—Lo encontré en la alacena —respondió Esther, asintiendo—. ¿Te gusta? Era de favorito de mami.
La repentina mención de su “mami” causó una inevitable sensación de escalofríos en Gemma, que intentó disimular dando otro sorbo de su té. La idea de estar probando el “té favorito” de su hermana muerta, por algún motivo le causó una sensación incomoda. Pero sabía que eso no era lógico, e intentó desterrar ese pensamiento muy, muy lejos.
—Sí, está muy bueno —le respondió a su sobrina, sonriéndole con gentileza—. Aunque no sé si combine bien con el pollo frito.
Pese a lo dicho, igual lo siguió bebiendo, sorbo a sorbo, mientras a la par comía pedazos de su pollo. Esther igualmente volvió a su silla, comiendo su respectiva cena, pero sin quitar su atención de la taza de Gemma, y de cada trago que daba de ésta.
Luego de unos minutos, la apacible cena fue interrumpida por un repentino llamado al timbre de la puerta principal, seguido de inmediato por varios golpes insistentes en ésta.
—¿Quién será? —preguntó Gemma un voz baja, un poco confundida. Tomó una servilleta para limpiarse los dedos, y se paró para dirigirse a abrir la puerta. Esther y M3GAN la siguieron con la mirada.
Al abrir la puerta, del otro lado Gemma se encontró con un rostro familiar, además de tenso, con una combinación de enojo y preocupación.
—Celia —murmuró Gemma, un tanto perpleja al ver a su vecina de al lado de pie en su pórtico, y en especial a esas horas.
—Gemma —masculló la mujer mayor con aspereza—. ¿Has visto a Dewey?
—¿A quién?
—Mi perro, Dewey —resopló Celia, impaciente.
—No desde esta mañana cuando ensució mi entrada.
—No pudo haber sido él.
—No, debió ser otro perro suelto —exclamó Gemma con ironía.
La actitud de Celia, que no venía precisamente muy alegre desde el inicio, se volvió aún más tosca.
—Pues tu sobrina y la otra… cosa con la que juega, lo estaban molestando esta tarde.
—¿Qué dices? —exclamó Gemma, un poco desorientada por tan repentino comentario, que bien rozaba en la acusación.
—No es cierto, tía —se defendió Esther desde su asiento en el comedor—. Él se me lanzó encima, yo sólo intenté apartarlo de mí.
Gemma volteó a ver a su sobrina sobre su hombro, y la vio genuinamente consternada. No tenía idea de qué había ocurrido en realidad, pero si tenía que elegir entre creerle a su sobrina, o a su loca vecina que disfrutaba de culpar a todo mundo de sus problemas, la elección resultaba sencilla.
De todas formas, Celia no parecía tener suficientes ánimos o armas para seguir con su argumentación por ese lado.
—Pues como sea, no está —sentenció con dureza—. Yo salí a jugar bridge con mis amigas, y cuando volví no lo encontré por ningún lado.
—¿Y qué esperabas con ese agujero en la cerca? —espetó Gemma, claramente defensiva—. Era cuestión de tiempo para que se escapara.
—Él no se escapa —le respondió Celia, alzando la voz—. Siempre que llego, vuelve para recibirme. Y ese agujero está en tu cerca.
—Oh, ya vas a empezar…
—Tú lo hiciste. Y tú excusa para no arreglarlo era que estabas muy ocupada, pero desde hace semanas te la pasas aquí metida.
—¡Estoy trabajando desde aquí! —pronunció Gemma en alto, exasperada—. ¿Y por qué tengo que darte explicaciones de cuando salgo o no de mi casa? ¿Acaso me espías?
—Yo sólo…
—¿Sabes qué? —le cortó Gemma de golpe, alzando una mano hacia ella en señal de alto—. No he visto a tu perro, y claramente no está aquí. ¿O qué? ¿Quieres revisar mi patio o mi garaje para ver si lo tengo escondido ahí?
Ni Gemma ni Celia lo notarían, pero aquella propuesta causó un respingo de tensión en Esther, en especial por la repentina mención al garaje. Y aunque a M3GAN su naturaleza de robot le permitía disimularlo más, aquello igualmente hizo que sus censores se pusieran en alerta, lista para cualquier acción súbita que tuviera que hacer para evitar los múltiples escenarios catastróficos que había calculado.
Pero las dos pequeñas asesinas de perros y ocultadoras de cadáveres tuvieron suerte. Celia tomó el comentario de Gemma como lo que era: una simple afirmación sarcástica, ante la casi absurda acusación de que ellas le habían hecho algo a su perro. Celia torció un poco su boca y miró a su vecina con marcado desdén. Pero si acaso consideró o no aceptar su proposición, no lo dejó claro. En su lugar sólo dijo:
—Sí lo ves, avísame.
Y acto seguido se dio media vuelta y comenzó a retirarse del pórtico.
—Sí, si no lo atropello con mi auto primero —exclamó Gemma en alto con actitud altiva.
Celia se detuvo en seco al oírla y se giró con la clara intención de replicarle algo. Pero sin darle oportunidad de hacerlo, Gemma cerró de golpe la puerta, dando ella el punto final a tal conversación
—¿Pueden creer el atrevimiento de esta mujer? —exclamó muy molesta, caminando de regreso a la mesa con actitud crispada—. ¿Cómo se le ocurre venir a acusarme de…?
Su argumentación furiosa fue cortada repentinamente por un largo y denso bostezo que tomó el control de su ser. Mientras bostezaba, sus ojos se cerraron, y cuando intentó volverlo a abrir se encontró con cierta resistencia. Se quedó de pie en su sitio unos momentos, un poco aturdida, hasta que logró forzarse lo suficiente para volver a la realidad tras ese extraño lapso.
—Lo siento —masculló Gemma, un poco ausente.
—No te enojes, tía —indicó Esther, bastante más calmada que ella—. Ten, toma un poco más de té para relajarte.
La niña tomó entonces la taza y se la ofreció de regreso. Gemma instintivamente la tomó de regreso, y dio un sorbo de ella. El líquido ya estaba tibio.
—Además, esa señora sólo está preocupada por su perrito —señaló Esther.
Gemma bufó, sarcástica.
—¿Perrito? ¿Ese monstruo con patas?
—Estoy de acuerdo —añadió M3GAN repentinamente, ganándose de inmediato una mirada de reprobación por parte de Esther que le gritaba: “guarda silencio.”
Igual Gemma no pareció captar bien el comentario, pues en ese momento otro bostezo se hizo presente, teniendo el mismo extraño efecto en ella. Pero en esa ocasión incluso tuvo que sentarse con cuidado en su silla, como si temiera caerse de no hacerlo.
—¿Estás bien? —preguntó Esther con aparente preocupación.
—Sí, sólo… como que me está comenzando a dar sueño —masculló Gemma por lo bajo, tallándose lentamente sus ojos con los dedos.
—Quizás estás muy cansada —señaló Esther.
—Sí, tal vez…
—¿Por qué no tomas una siesta?
—¿Una siesta tan tarde? —exclamó Gemma, negando rotundamente con la cabeza—. No, no. Aún tengo que revisar unos datos, ver con más cuidado el daño en el rostro de M3GAN y…
Vaciló un momento, mirando hacia un lado con los ojos entrecerrados mientras intentaba hacer memoria.
—Había algo que tenía que hacer esta noche, ¿no?
—Yo no me acuerdo —respondió Esther sin titubeo.
—La falta de una buena calidad de sueño puede afectar la memoria, la formación de nuevos recuerdo, y la capacidad de recordar información aprendida —intervino M3GAN en ese momento—. Y por lo que he podido observar en los últimos días, no has seguido una correcta rutina de sueño, Gemma.
—¿Días? —musitó ésta como respuesta, seguida de una risilla burlona, y de un sorbo más de su taza—. Más bien los últimos años. Pero está bien, estoy acostumbrada a…
Otro bostezo más, y ahora incluso sintió que cabeceaba un poco, casi a punto de que su cara se estrellara contra la mesa. Al parecer su pequeño ataque de sueño era más serio de lo que creía.
—Bueno, quizás sólo me acueste un poco a descansar —concluyó al fin, poniéndose de pie lentamente.
—Adelante, nosotras limpiamos —indicó Esther, señalando hacia los restos de la cena.
—Gracias, pequeña —susurró Gemma en voz baja, mientras se encaminaba hacia su cuarto. Se detuvo un momento a media sala, tanteando con sus manos los bolsillos de su pantalón—. ¿Y mi teléfono?
—No sé —respondió Esther—. ¿Dónde lo dejaste?
—Ahí en la mesa… creo —indicó girándose de regreso al comedor, señalando hacia la mesa.
Esther se paró y revisó cerca del lugar en el que Gemma estaba sentada. Pero excepto por su plato, servilletas y su taza de té, no había rastro de nada más.
—Aquí no está —indicó la supuesta niña, encogiéndose de hombros—. M3GAN tiene razón; no dormir bien afecta tu memoria, tía.
—No creo que sea eso —susurró Gemma, arrastrando un poco las palabras y frotándose además sus ojos con una mano—. Bueno, si lo ves me lo llevas al cuarto, por favor —indicó por último, antes de reanudar su marcha.
—Descansa, tía.
Esther y M3GAN se quedaron en silencio en su respectivo asiento mientras Gemma se alejaba por el pasillo, y hasta que escucharon la puerta de su habitación cerrarse. Esther en ese momento se puso rápidamente de pie y se asomó por la esquina del pasillo, para asegurarse de que en efecto se hubiera metido a su habitación. Dibujó una sonrisita ladina en sus labios, orgullosa de lo bien que había salido esa parte también.
—No se lo acabó —comentó M3GAN a sus espaldas, echándole un rápido vistazo a la taza con el té. Aún quedaba un poco menos de la mitad de la infusión que, obviamente, tenía algo más que sólo té, limón y miel en ella.
—Bastará —indicó Esther con marcada confianza, regresando sobre sus pasos a la mesa—. Tendría que agradecernos, ¿no crees? Una buena noche de sueño le hará bien.
M3GAN no respondió nada a su comentario.
—Como sea, ahora sólo aguardemos a que caiga dormida —concluyó Esther, al tiempo que metía la mano en uno de los bolsillos de su vestido, y extraía de éste lo que había escondido, y lo agitaba en el aire con actitud presuntuosa: el teléfono de Gemma, la otra pieza que les faltaba.
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VIKTOR - Capítulo 18. La Muralla de los Cuervos

VIKTOR
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 18. La Muralla de los Cuervos
Uno de los puntos turísticos más interesantes de la ciudad de CourtRaven, y que resultaba visible incluso desde el momento en el que te acercabas en el tren, era la llamada Muralla de los Cuervos. Se trataba de un conjunto de altos y gruesos muros y torres que dibujaban un perímetro semicircular entorno a la zona central de la ciudad. Diez de los veintiocho distritos que conformaban el principado se encontraban al interior de esta muralla, adicional al llamado de forma no oficial como Distrito Cero, que era el corazón mismo de la ciudad en donde se encontraban las oficinas administrativas centrales, la residencia del Duque de la Ciudad, el edificio Parlamento del Consejo de Nobles, y por supuesto el Castillo de los Príncipes Kurtvains.
La Muralla de los Cuervos era impresionante. Al menos otras tres de las catorce ciudades tenían alguna antigua fortificación similar en su arquitectura, pero la de CourtRaven resultaba especial. Y no sólo por su altura que muchos decían superaba los veinte metros de alto (aunque las fuentes oficiales informaban que el punto más alto no superaba los diecisiete) o por su extensión que superaba a sus equivalentes. Además de eso se decía que eran muros en verdad viejos, algunos incluso señalaban fechas de antes de la llegada Alzama Molak y sus hijos. Aunque claro, era evidente que se les había dado bastante mantenimiento con el pasar de los siglos para evitar su degradación; la pintura azul y durada que adornaba sus ladrillos por la parte exterior ciertamente no era la original, y terminaba retocándose cada ciertos años. Todo con tal de mantener la buena apariencia de la ciudad.
Pero quizás lo más interesante de la Muralla de los Cuervos eran los rumores y leyendas que había entorno a ella. Desde que había cuerpos se Siervos entre sus paredes que fueron sacrificios hechos para darles mayor resistencia, hasta que en sus cavidades huecas se encontraban laberintos de pasillos y escaleras que ocultaban cientos de secretos, o incluso tesoros de tiempos antiguos. Historias como esas que cautivaban bastante la imaginación de lugareños y visitantes… Y eso incluía a jóvenes cabos a punto de llegar a la ciudad.
—Por favor —musitó Nikam con marcado escepticismo desde su asiento—. ¿Tesoros y cuerpos? ¿De qué loco de cantina sacaste eso?
—¡Te lo juro! —exclamó Aruel, mientras se asomaba por su ventanilla, observando a la distancia la ciudad que se aproximaba más y más conforme el tren se avanzaba. Y, por supuesto, lo más visible era la Muralla de los Cuervos, que de momento era más una mancha azulada, pero poco a poco se hacía más notable—. Dicen que un antiguo príncipe Miravist ocultó toda su fortuna en el interior de los muros para evitar que los saqueadores se la llevaran. Y cuando todo estuvo calmado de nuevo, quiso recuperar el oro, pero sus sirvientes se perdieron entre los pasillos interiores de la muralla y nunca lo encontraron. Dicen que el oro sigue ahí, esperando que alguien lo encuentre.
—Tonterías —enfatizó Nikam, impaciente. Luego se giró hacia Siegiel sentado delante de ellos, en busca de su apoyo—. Capitán, dígale por favor lo absurdo que es todo eso.
—No lo diría con esas palabras —explicó Siegiel con calma—. Pero sí, me temó que no son más que nada viejas leyendas, Aruel. Hasta donde he investigado la historia de CourtRaven, no hay registro alguno de que algo como lo que mencionas haya ocurrido. Pero algo sí es cierto: según lo que leí —añadió alzando uno de los libros de historia que había estado revisando durante todo el viaje, para que sus dos acompañantes lo vieran—. La muralla sí está hueca por dentro, y se compone de una serie de pasillos internos con un diseño que resulta bastante confuso para quienes no los conocen. Y sí, hay reportes de personas que han ingresado a ellos, quizás buscando tesoros como mencionas, y terminaron perdiéndose sin encontrar la salida. Es por eso que hace cincuenta años el gobierno de la ciudad tomó la decisión definitiva de sellar cualquier ingreso al interior del muro, salvo para el personal autorizado. Esto también con el fin de perdurar el buen estado del monumento. Y se considera una sanción grave si se descubre a alguien ingresando de forma ilegal. Así que me temo que aunque haya tesoros ahí, no podrías entrar a buscarlos. Lo siento.
—Oh, rayos —masculló Aruel con pesar, pegando su frente a la ventanilla—. Y yo que esperaba encontrar un cuantioso tesoro, hacerme rico, y retirarme a una hermosa casa de playa en FogHouse.
—Aspiras alto, amigo —señaló Nikam, y entonces se inclinó en su dirección para intentar ver por la ventana también—. Yo me conformo con el sólo hecho de ya estar a punto de llegar. El viaje fue eterno.
—Estuvo bien —indicó Siegiel, mirando pensativo por la ventana, apreciando la ciudad y, por supuesto también aquellos bellos muros. Hubiera tesoros ocultos o no, al propio Siegiel igual le resultaban interesantes. Si en verdad databan de antes de la llegada de Alzama Molak, ¿quién las había construido? ¿Los Nuitsens? ¿Los Siervos incluso? ¿Y con qué propósito? Claramente su intención era defensiva pero, ¿contra qué? ¿Contra otros de sus iguales? ¿O contra otra amenaza?
Los registros de esos tiempos eran muy escasos y confusos. Para la sociedad actual, el mundo había comenzado con la llegada de Alzama Molak. Todo lo anterior a Él, no interesaba…
Al menos, no a los Miravist o Nuitsens.
— — — —
Para desilusión del Cabo Arkansas, Siegiel tenía razón: no había oro o joyas escondidas en el interior de la Muralla de los Cuervos. Si alguna vez las hubo, hacía mucho que alguien ya se las había llevado. Sin embargo, eso no significaba que no hubiera nada ahí dentro; o, más bien, que no hubiera nadie.
A pesar de que como bien Siegiel había comentado, los accesos a la muralla habían sido cerrados hace cincuenta años, eso no evitó que ciertas personas comenzaran a arreglárselas para abrirse paso y, de forma paulatina, apropiarse de diferentes puntos en el interior. Y es que dicho sitio presentaba bastantes ventajas para el tipo adecuado de persona: un lugar cerrado y privado, fuera de los ojos y oídos curiosos de cualquier autoridad; un sitio al que casi nadie tenía permitido de forma legal entrar, y los que lo tenían lo hacían muy rara vez; bastante amplio y confuso, como para esconderte de cualquier perseguidor, en especial una vez que aprendías a moverte entre sus confusos pasillos; e igualmente, una vez que aprendías las direcciones y señas, podías moverte por el interior de la muralla y cruzar de un punto de la ciudad a otro, sin que nadie te viera ni te cuestionara.
Y en los últimos cincuenta años, los que terminaron aprovechando más que nadie las ventajas que este sitio proporcionaba, eran aquellos que permanecían de todas formas casi siempre ocultos del ojo de la gente, buscando siempre un sitio en donde esconderse, y cualquier recurso para protegerse de los peligros que el mundo exterior les lanzaba: los Siervos sin amo.
Era un secreto a voces en las calles, una leyenda menos conocida y difundida que los tesoros ocultos, pero que tenía la peculiaridad de ser totalmente cierta. El interior de la Muralla de los Cuervos había sido desde hacía bastante tiempo refugio de cientos de Siervos sin amo ni hogar, como una segunda ciudad escondida, en donde los Siervos habían creado pequeñas comunidades en diferentes zonas de la muralla, alejados de las entradas principales. Se alumbraban al fuego de viajas antorchas y hogueras improvisadas, con viviendas de maderos viejos y telas roídas en lugar de puertas. No era mucho, pero era suyo.
Pero a su vez, oculto dentro de este grupo de Siervos que se escondían de la luz del sol, existía un grupo especial. Se mezclaban entre ellos como sólo otros Siervos más, con ropas gastadas y rostros sucios, pero que hacían más ahí que sólo sobrevivir y ocultarse; de hecho, hacía mucho más que eso.
Y uno de ellos era al que la gente conocía simplemente con Fenrys, un hombre joven bastante respetado y querido entre sus iguales. Muy seguido podías verlo aquí y allá haciendo lo mismo cada día: enseñándole a los jóvenes siervos como defenderse. En especial los instruía en la forma correcta de usar las amas Nuitsen, en especial una espada. Y es que era raro no verlo cargando una consigo a donde quiera que fuera, como si de un antiguo héroe de cuentos se tratase.
Esa tarde, mientras el tren del nuevo Capitán Maximali se aproximaba a la ciudad, en la Zona 22 de la Muralla de los Cuervos, que colindaba por un lado de la muralla con el Distrito Nueve y por el otro con el Distrito Ocho, Fenrys se encontraba justo haciendo eso mismo: entrenando a un grupo de jóvenes Siervos, siete de ellos, todos de no más de veinte años. Todos tenían en sus manos espadas de madera para práctica que Fenrys les había dado, y repetían los movimientos básicos que éste les había enseñado: corte a la cabeza, estocada, arremetida, corte al torso, bloqueo, y repetir; una y otra vez hasta que el movimiento les resultara enteramente natural.
Mientras los siete chicos repetían los movimientos tal cual Fenrys les había explicado, éste caminaba a su alrededor, observando y analizando a cada uno, y corrigiéndoles cuando lo consideraba apropiado.
—Bien, sigan así —mascullaba con voz firme—. Más alto. Más firme, con confianza. Tu espada no te protegerá si no crees en ella.
Llevaban ya más de una hora en eso, y era evidente que los chicos estaban cansados. Pero Fenrys era un instructor duro, y esperaba que aquellos a los que enseñaba lo fueran igual o más que él. De vez en cuanto, sin embargo, surgía alguien con espíritu más rebelde; más dispuesto a lanzarse a atacar, en lugar de perder el tiempo con tanta lecciones.
—¡Esto es estúpido! —exclamó con molestia uno de los chicos, al tiempo que se detenía y lanzaba su espada de madera al suelo.
Todos se detuvieron de golpe al escuchar aquello, y se giraron a mirarlo, incluido Fenrys. Era de los mayores, pecoso de cabellos castaños cortos y desalineados.
—¿Hay algo que quieras compartir? —le preguntó Fenrys con algo de severidad.
El chico se giró hacia él para encararlo sin bajar ni un poco la mirada.
—Sí: esto estúpido —repitió con mayor claridad—. ¿Por qué nos enseñan a usar estas cosas? ¿De qué nos va a servir contra las armas de los Nuitsens?
Fenrys arqueó una ceja, intrigado por la pregunta, mientras observaba con atención al muchacho. Fenrys era un Siervo alto al final de sus veintes, de complexión atlética, con un cabello corto teñido de verde oscuro del que debajo se asomaban unas raíces oscuras. De piel tostada, con algunas cicatrices marcándole el cuerpo, en especial una bastante notoria que le cruzaba el rostro del lado derecho. Pese a su apariencia que podía ser bastante intimidatoria en un primer vistazo, la gente rápidamente notaban el buen humor y la sonrisa jovial que solían acompañarlo a cada rato. Pero claro, eso no impedía que tuviera que ponerse serio y duro justo cuando lo necesitaba.
—¿Te refieres a las armas de fuego? —preguntó de pronto con aparente curiosidad.
—Claro que sí —recalcó el chico, exasperado.
—¿Cómo ésta?
Fenrys sacó entonces desde atrás de su espalda lo que ahí ocultaba: un revólver oscuro y gastado, con una apariencia más que distintiva como para que cualquiera de los presentes la viera. Todos dieron instintivamente un paso hacia atrás, incluso el que se quejaba.
—¿Quieres aprender a usarla? —preguntó justo después, girando el arma en su mano para que quedara con el mango en dirección al muchacho—. Anda, tómala.
El joven Siervo observó dudoso el arma que le ofrecía. Avanzó lentamente hacia él, pero sólo la distancia suficiente para poder extender su mano hacia la pistola y tomarla rápidamente del mango. La sostuvo en su mano delante de su rostro, inspeccionándola profundamente con la mirada. Era la primera vez que veía una de cerca, no se diga sostener una.
—¿Cómo se siente? —preguntó Fenrys con curiosidad, al tiempo que se agachaba al suelo para recoger la espada de madera que el muchacho había tirado.
—Es más pesada de lo que pensé —musitó el chico, aun observando el arma, intrigado.
—Lo es, ¿cierto? Ahora, apúntame con ella.
La instrucción tomó totalmente desprevenido al joven Siervo, que de inmediato apartó la mirada del revólver, y se giró a mirarlo desconcertado.
Fenrys sonrió, casi con picaría.
—Vamos, no tengas miedo —insistió, moviendo además su mano para indicarle que se animara.
El chico dudó un poco más, pero al final obtuvo el valor suficiente para hacer justo lo que le pedía. Alzó su brazo, con la pistola hacia el frente. Pero justo cuando cañón del arma apuntó directo al rostro de Fenrys, éste repentinamente desapareció de la vista del muchacho, moviéndose con notable agilidad hacia un lado. Y antes de que éste pudiera reaccionar o procesar lo ocurrido, Fenrys ya estaba prácticamente de pie a su lado. Con un movimiento rápido, jaló la espada de madera en su mano contra la muñeca del chico, dándole un golpe preciso que bastó para que su mano soltara su arma y ésta se precipitara al piso.
Siguiendo el mismo movimiento, Fenrys se lanzó al frente, y dirigió la hoja de madera directo al cuello del muchacho. Éste se quedó paralizado, e instintivamente cerró los ojos, esperando a sentir que la madera lo golpeara en el cuello. Esto no ocurrió, pues el arma se detuvo a sólo milímetros de tocarlo.
Fenrys sonrió, pareciendo incluso divertido al hacerlo.
—Muerto —masculló despacio, y entonces movió el arma rozándola por la piel del cuello del muchacho, simulando como si le cortara la garganta. El chico reaccionó, retrocediendo y tomando su cuello con una mano, como si temiera desangrarse por su herida imaginaria.
El resto de los chicos observaron todo aquello con asombro, pero también algunos de ellos soltaron risillas burlonas hacia su compañero. Éste se ruborizó, apenado.
Fenrys se giró en ese momento, y notó entonces que alguien se había acercado al grupo mientras estaba concentrado dándole su “lección” al muchacho. Su compañera Azallia, otra Sierva, de cabellos negros oscuros y sin ningún orden claro en ellos, los observaba con su habitual cara inexpresiva. Llevaba un rifle colgado al hombro, como usualmente solía andar.
Antes de dirigirse a ella, se agachó para recoger su pistola del suelo, y después se giró de nuevo hacia sus alumnos de esa tarde. Comenzó a hablarles claro a todos ellos por igual para que lo escucharan.
—Les enseñaremos a usar armas de fuego, de eso no se preocupen. Pero lo primero que deben entender es que los Nuitsens actualmente dependen demasiado de ellas, a pesar de que las pistolas fallan, se traban, se les acaba la munición o se pueden caer de sus manos. Y cuando eso ocurre, tienen que estar listos para actuar y aprovechar las oportunidades, antes de que su oponente recuerde que tiene garras, colmillos o, aún peor, magia para defenderse. Siervos valientes en el pasado han enfrentado a sus opresores con sólo picos y palos. Ustedes tendrán más que eso, pero deberán aprovechar cada recurso a su disposición para luchar. Incluso los que parezcan estúpido.
Al decir aquello miró de reojo al chico que se había quejado. Éste desvió su atención hacia un lado, aún avergonzado.
—Bueno, suficiente por hoy —recalcó más similar a su optimismo habitual—. Repitan el ejercicio y nos vemos mañana, ¿de acuerdo?
Todos dieron una respuesta silenciosa y comenzaron a retirarse llevándose sus espadas de madera consigo. Por su parte, Fenrys se aproximó hacia su compañera, que aguardaba paciente.
—Hey, Azallia —le saludó de forma cordial—. Bonito peinado. ¿Qué pasa? ¿Quieres entrenar un poco?
—Shiva quiere verte —le respondió ella directamente con su habitual seriedad.
—Lo suponía —comentó él con humor, encogiéndose de hombros—. Vamos, entonces.
Sin necesidad de decir más, ambos comenzaron a moverse por los laberínticos pasillos de aquel estrecho y oscuro espacio, alumbrados por una antorcha que Azallia alzó en lo alto.
— — — —
El lugar al que ambos se dirigían era al cuarto privado de Shiva, aunque llamarlo “cuarto” quizás era ser muy optimista, o quizás sarcástico. Se trataba en realidad de un área angosta debajo de unas escaleras, al que le habían construido una pared improvisada con maderos de viejas carretas y casas demolidas de los distritos cercanos, con una entrada que, similar a otras construcciones de ahí dentro, tenía como única puerta una sábana azul gastada, sucia y con un par de agujeros.
La privacidad era un lujo que pocos tenían dentro de la Muralla de los Cuervos, pero se hacía lo que se podía.
El cuarto funcionaba en primera instancia como habitación de descanso para Shiva, como mostraba la cama vieja contra el rincón, aunque con un colchón y tendidos bastante decentes, cabía mencionar. Pero también era usada como sala de reuniones de la líder del grupo con sus más allegados. Era justo esta última la función que se le estaba dando en estos momentos.
Shiva y Herkules, uno de sus oficiales de confianza, estaban de pie ante la mesa, con el mapa de la ciudad extendido en todo su largo, alumbrado con dos lámparas de aceite colocadas a sus lados. El mapa tenía algunos puntos señalados con viejas tapas de botellas, y un puño más de éstas reposaban a un costado aguardando a ver si eran necesarias. Ambos observaban atentamente el mapa mientras conversaban. Adicionalmente, sobre la mesa había un par de libros y cuadernos, y un revólver negro cargado, siempre al alcance de la mano de Shiva, aunque ésta estuviera más ocupada acariciando con los dedos el collar que colgaba de su cuello; un símbolo compuesto por las letras “S” y “N” entrecruzadas, hecho de un cristal azul oscuro.
—Los hombres que vigilaban el bar los vieron llegar en la madrugada —indicó Herkules con voz estoica, señalando con un dedo a la tapa roja posada sobre el mapa en la parte más al oeste del Distrito Nueve, por fuera de la muralla—. Las bajaron por el callejón, y las metieron al local por la puerta trasera. Y según parece, de ahí no han salido.
Herkules era un Siervo alto y fornido de piel oscura, cabello oscuro muy corto y barba de candado. Tenía músculos bien marcados, en especial en sus dos gruesos brazos que sobresalían de su chaleco roído, curtidos por años de trabajar en los campos y minas de los Nuitsens, hasta que se liberó y terminó ahí, con ellos. De eso hacía ya diez años. Y aunque Shiva era menor que él, ella llevaba bastante más tiempo en esa lucha; suficiente para considerarla su líder sin siquiera titubear.
Shiva observó con dureza la tapa roja. Su puño derecho se apretó con fuerza sobre la mesa.
—¿Cuántas mujeres eran? —preguntó con voz rasposa.
—No están seguros —indicó Herkules—. Creen que podrían ser alrededor de diez; quizás más.
—¡Esos malditos bastardos! —dejó escapar Shiva con fuerza, seguida de un agudo quejido, antes de hacer chocar su puño contra la mesa y hacer que los objetos sobre ésta saltasen. A Herkules le preocupó las lámparas por un segundo, pero éstas se mantuvieron en su sitio.
Shiva era una mujer al inicio de sus treintas, de piel morena y ojos dorados muy penetrantes. Tenía cabellos blancos largos y lacios que caían sobre su espalda, y un lunar grande que cubría todo su ojo izquierdo, más oscuro que el resto de su piel. Aunque, en realidad, el rasgo más distintivo de Shiva y que, inevitablemente, captaba primero la atención de cualquiera que la conociera… eran sus orejas.
La mujer respiró hondo intentando calma el fuego de la ira que la había consumido. Más tranquila, se paró derecha y volvió a hablar.
—¿Y los Viniani?
—Están desde el mediodía en su restaurante —respondió Herkules, tomando una tapa del montón para colocarla en el mapa justo en la zona norte del Distrito Once—. Clover y Perla los están vigilando. Al parecer tendrán una fiesta esta noche. Estaba por ir a verlos para que me contaran todo lo que pudieron descubrir.
Shiva chasqueó la lengua con molestia, y su puño volvió a cerrarse con fuerza, amenazando con volver a golpear la mesa.
—Ellos se embriagan y divierten, mientras tienen encadenadas a más de diez de nuestras hermanas en sus sótanos, esperando el momento de venderlas. No hay límite para la depravación de los Nuitsens.
Herkules no le respondió nada, pero ciertamente no era que estuviera en desacuerdo con su afirmación.
Les habían estado llegando desde hace semanas reportes de numerosos Siervos sin amo desaparecidos de las calles de los Distritos Siete, Ocho, Nueve y Diecinueve; en su mayoría mujeres jóvenes. Su investigación de días los había llevado justo a esto: a una red de tráfico de Siervos; criminales vendiéndole Siervos sin amo a los Nuitsens dispuestos a pagar por ellos, entregándolos directo a sus manos como si de paquetes se tratasen.
Las regulaciones de los últimos años marcaron de forma más tajante lo que un amo podía o no hacer con su Siervo. La mayoría se acopló a éstas sin mucho problema. Sin embargo, existían Nuitsens en todas las ciudades, y en todos los niveles, que siempre habían hecho uso de sus Siervos de formas que rompían de sobremanera estas nuevas regulaciones, o incluso las anteriores. La lista de estos usos era extensa, e inmunda. Y como adquirir un Siervo de forma “legal” dejaba un registro, y otorgaba obligaciones al amo, la mejor forma de seguir con sus sucias prácticas sin llamar la atención de las autoridades, era adquirir Siervos por medios “alternativos”.
Y en CourtRaven, una ciudad en donde grupos delictivos como los Viniani y los Karllone podían casi hacer lo que se les diera la gana mientras lo supieran hacer sin llamar la atención, este tipo de mercado no era extraño. Y de los “productos” que este mercado ofrecía, las Siervas jóvenes eran lastimosamente el más popular.
—Debemos hacerlo esta noche, antes de que las muevan a otro sitio —declaró Shiva con férrea convicción—. Si los Viniani tienen su fiesta en el Distrito Once, tendrán sus ojos y sus hombres concentrados allá. El bar estará descuidado.
—Necesitamos recopilar más información antes de hacer tal conjetura —señaló Herkules—. Iré a ver Clover y Perla, y luego me moveré al bar para intentar ver qué información logro recabar.
—No —le cortó Shiva con seriedad—. Luego de hablar con Clover, vuelve aquí y prepara a tus hombres para el ataque. Tú los dirigirás. Lleva a todos los que estén disponibles; informales, armarlos, y que se muevan a la salida treinta y dos, la más cercana al lugar. Y que estén en alerta para su siguiente instrucción.
El rostro de Herkules se tornó algo serio, incluso preocupado.
—¿Quién se encargará entonces de vigilar el bar?
Antes de que Shiva pudiera responder, ambos se giraron hacia el mismo sitio, justo cuando percibieron que la sábana de la entrada se hacía a un lado, para así abrirle paso a dos personas: Azallia y Fenrys, yendo uno detrás del otro y aproximándose hacia la mesa en la que estaban ellos. La atención de Shiva se enfocó principalmente en el hombre de cabellos verdes.
—Ya me encargo de eso —le murmuró Shiva a Herkules en voz baja, antes de que los otros dos estuvieran lo suficientemente cerca.
—Aquí está Fenrys —informó Azallia con voz monótona—. Justo como me lo pediste.
Fenrys miró hacia Shiva con una pequeña sonrisita disimulada, y ésta desvió su tención hacia otro lado por reflejo.
—Hey, Herkules —saludó el chico de cabellos verdes, centrándose de momento en su otro compañero—. Hace rato que no te veo aquí dentro.
—Y yo hace rato que no te veo a ti afuera —señaló el hombre de piel oscura como respuesta, resonando fuertemente como un reclamo. Fenrys se limitó a sólo sonreír como respuesta.
—Haz lo que acordamos, Herkules —indicó Shiva con severidad—. Y Azallia, prepara y revisa nuestro armamento. Quiero todo rifle y pistola que tengamos disponible cargado y listo.
—¿Todo rifle y pistola? —murmuró Azallia con ligera confusión—. ¿Quieres decir “todo”?
—Todo —repitió Shiva con firmeza—. Es mejor que nos sobren balas a que nos falten.
Azallia achicó los ojos, y miró con cierta desconfianza a los demás presentes; o, en específico, osciló su mirada entre Fenrys y Shiva.
—No es una excusa para que los deje solos, ¿verdad? —preguntó de pronto con total soltura.
La pregunta provocó una pequeña risilla divertida en Herkules, una sonrisa con un sentimiento similar en Fenrys, pero una nada agradable reacción de molestia en Shiva.
—Azallia… —masculló la líder con voz rasposa y clara recriminación.
—Como sea —respondió la soldado del rifle, encogiéndose de hombros—. Yo me encargo.
Sin intención de seguir discutiendo, Azallia se dirigió a la salida del cuarto privado, y Herkules no tardó en seguirla también; ambos más que dispuestos a ir y cumplir las órdenes que su líder les acababa de dar.
Por su parte, Fenrys permaneció ahí, pues aún no había recibido ninguna orden, ni tampoco le habían informado por qué su presencia había sido requerida. Pero optó por de momento quedarse callado, mientras sus otros dos compañeros se retiraban. Shiva hizo exactamente lo mismo, aunque ella tenía su atención puesta en el mapa de la mesa, y en las tapas de botellas sobre éste.
—¿Todo está bien? —masculló Fenrys en voz baja una vez estuvieron solos, y al tiempo que le echaba igualmente un vistazo al mapa.
Shiva se tomó unos momentos para responder. Cerró los ojos y se los talló con cuidado con sus dedos. Se le veía cansada; era evidente que no había dormido bien la última semana. Y, al menos en la mayoría de esas noches, Fenrys estaba seguro que no había sido por su culpa.
—¿Cómo están los nuevos reclutas? —preguntó Shiva tras un rato, aunque aún sin mirarlo.
—Tienen el espíritu, eso es innegable. Pero les hace falta escuchar más y hablar menos.
—Lástima que tú no eres ni de cerca el más adecuado para enseñarles eso —indicó Shiva con un poco de ironía en su voz. Fenrys sonrió divertido; si se burlaba de él, la cosa debía ser no tan seria.
Rodeó entonces la mesa para pararse a lado de ella; muy cerca. Mientras Shiva posaba de nuevo su atención en el mapa, él se tomó la libertad se aproximar su mano grande y áspera, y pasar sus dedos con delicadeza por su mejilla. Shiva pareció reaccionar inconscientemente a aquel suave tacto. Cerró sus ojos de nuevo, e inclinó más el rostro en su dirección, como si quisiera sentirlo un poco más.
—¿Me hiciste llamar para preguntarme sobre eso? —le susurró Fenrys muy despacio, cerca de sus oreja; esa oreja tan distintiva—. ¿O en verdad sí querías estar a solas…?
Shiva permaneció unos segundos en silencio, sumergida un poco en la sensación de la mano de Fenrys contra su piel. Pero antes de que su mente se desviara demasiado en aquella dirección, se forzó a reaccionar. Hizo la mano de Fenrys a un lado, y apartó rápidamente su rostro.
—No, no te llamé por eso, ni tampoco por lo otro —masculló con severidad, resonando como un regaño, aunque no era claro si era para él, o para ella. Respiró hondo, y se giró ahora sí por completo hacia él—. Encontramos a las Siervas desaparecidas. Tal parece que las tienen secuestradas aquí —señaló entonces a la tapa colocada al oeste del Distrito Nueve en el mapa—, en el bar White Fish, propiedad de los Viniani.
—¿Viniani? —exclamó Fenrys, azorado—. ¿Hablas de Armin Viniani, el jefe criminal?
—De sus primos, en realidad —aclaró Shiva—. Carlo y Geraldine Viniani. Son sus socios, y se encargan de varios de los negocios sucios por él, en especial lo que respecta al tráfico de bienes ilegales; arte, joyas, licor…
—Y Siervos —complementó Fenrys con seriedad. Y no era necesaria ninguna confirmación; ambos sabían muy bien que así era.
—Necesito tu ayuda —explicó Shiva, mirándolo de nuevo, aunque ahora con actitud mucho más serena—. Estoy corta de manos y ojos en estos momentos, y necesito a alguien que vigile el bar hasta esta noche, cuando realicemos el ataque.
—¿A qué te refieres con ataque? —preguntó Fenrys, dudoso.
—¿Cómo que a qué? Entraremos y rescataremos a las chicas secuestradas, ¿qué más?
—Eso mismo te pregunto, Shiva: ¿qué más?
Ella se mantuvo firme en su sito y le sostuvo la mirada sin pestañear. Sin embargo, permaneció en silencio y no respondió a su pregunta. Eso por sí solo resultaba lo suficientemente preocupante.
—Escucha —susurró despacio, aproximándose hacia ella, con una mano alzada en dirección a su rostro—, sé que este tipo de asuntos toca una fibra sensible en ti…
Shiva reaccionó de golpe, alejando de un manotazo la mano que se le aproximaba. Luego instintivamente ella misma llevó la misma mano con la que le había alejado hacia su propia oreja derecha; su oreja puntiaguda, idéntica a la de un Nosferatis…
—No se trata de eso —masculló con sequedad.
—Te creo —respondió Fenrys, dando un paso hacia atrás para darle un poco más de espacio—. Pero también quisiera creer que tu prioridad es rescatar a estas chicas sanas y salvas, no matar indiscriminadamente a todo Nuitsen que esté ahí dentro.
—¿Por qué una cosa entraría en conflicto con la otra? —espetó Shiva con una pizca de coraje sazonando sus palabras—. ¿Crees que los hombres de Viniani que las vigilan dejarán que nos las llevemos sin más?
—Claro que no. Pero no es necesario derramar más sangre de la necesaria para lograrlo. No otra vez…
La mandíbula de Shiva se tensó ante aquel innecesario comentario, que aunque intentara disfrazar con mera preocupación, para ella resultaba claro que se trataba de un marcado reclamo.
—¿Por qué debemos tener alguna misericordia con estos malditos que todo lo que han hecho es abusar de nosotros como si fuéramos vil ganado? Los Siervos no les importamos en lo más mínimo. Somos sólo un producto más que pueden vender, comprar o robar si les place.
—No me gusta cuando te pones así… —masculló Fenrys con inquietud, e intentó de nuevo tomarla del rostro, obteniendo el mismo resultado que antes.
—Por encima de lo que tú y yo hagamos en esa cama, eres mi soldado, Fenrys —le reprendió Shiva con dureza—. Y como tal espero que me confíes en mí, y me obedezcas. Si una cosa va interferir con la otra, creo que sabes muy bien la que elegiré.
Ambos guardaron silencio, mirándose el uno al otro, como si esperaran que se dijera algo más, aunque ambos sabían que no había mucho más que decir. No era la primera vez que Shiva daba tal ultimátum, o al menos uno parecido. Su relación, o lo que fuera eso que había entre ellos, era importante para ella; pero no más que la causa por la que peleaban. Y eso Fenrys lo tenía muy claro.
Tras unos segundos de aquel incomodo silencio, Shiva fue la primera en reaccionar, desviado su mirada de nuevo hacia el mapa y apoyándose contra la mesa con sus dos manos.
—Además, no tienes de qué preocuparte. Los Viniani ni siquiera están ahí. Carlo y Geraldine tienen una fiesta en su restaurante, y hasta dónde sabemos Armin sigue fuera de CourtRaven. Así que sí, nuestra prioridad es rescatar a las mujeres, e irnos. Sin derramar sangre innecesaria, como tanto te preocupa.
—¿Me lo prometes? —preguntó Fenrys, y lo que obtuvo como respuesta fue una marcada mirada de reprobación por parte de Shiva, que le indicó por sí sola que no abusara más de su paciencia—. De acuerdo, sí. Confiar y obedecer… ¿Qué necesitas que haga?
—Por lo pronto que vigiles el White Fish y obtengas toda la información que podamos. Cuántos hombres de Viniani están ahí, y si es posible en dónde exactamente tienen a las chicas.
—Es un bar Nuitsen. Perla podría infiltrarse y obtener la información más fácil que yo.
—Ella de momento está ocupada ayudando a Clover a tener vigilados a los Viniani, por si hacen cualquier movimiento.
Fenrys suspiró con resignación.
—De acuerdo, haré todo lo que pueda. Les mandaré una paloma con la información en cuanto la tenga.
Dada por terminada la conversación, e infiriendo que eso era todo lo que su líder deseaba hablar con él, Fenrys se dirigió a la salida del cuarto para luego dirigirse hacia donde le habían indicado. Y en parte tenía razón; la conversación y el motivo por el que había sido llamado fue cumplido. Aún así, antes de que se retirara del todo, Shiva lo detuvo.
—Espera —exclamó en alto. Fenrys se detuvo y se giró a mirarla con curiosidad. Ella comenzó a moverse también, rodeando la mesa para así avanzar hacia él. Fenrys aguardó en su sitio, paciente.
Shiva se acercó hasta colocarse delante de él, a sólo unos centímetros de separación. Fenrys era apenas unos centímetros más alto que ella, por lo que mirarse a los ojos nunca había sido complicado para ellos. Tras unos segundos de vacilación, Shiva alzó tímidamente una mano y la posó sobre el pecho de su soldado. Tomó su camisa entre sus dedos y lo jaló hacia ella. Fenrys no opuso resistencia, y en un segundo ambos cerraron los ojos y pegaron sus labios contra los del otro. Fue un beso corto, en comparación con otros que se habían dado. Pero los segundos que duró fueron suficientes.
Una vez se separaron, ambos abrieron los ojos, y los dorados y serios de Shiva se encontraron con los azules y cándidos de Fenrys.
—Si te estoy pidiendo esto es porque confío totalmente en ti —susurró Shiva—. Lo sabes, ¿cierto?
—Por supuesto —respondió Fenrys sin vacilar, ofreciéndole una gentil sonrisa, así como una caricia más de sus dedos por su mejilla, que de nuevo hizo que Shiva se estremeciera, aunque intentó disimularlo.
Fenrys se inclinó de nuevo hacia ella, aunque ahora para darle un pequeño beso en su frente, antes de apartarse de nuevo para reanudar su marcha hacia la salida. Esta vez, Shiva no lo detuvo.
Una vez sola, la líder se dirigió de regreso a la mesa, revisando meticulosamente el mapa de la ciudad, pero principalmente repasando en su cabeza los pasos que tendrían que llevar a cabo para la operación. Aunque la verdad era que las palabras de Fenrys sí que la habían afectado más de lo debido, y eso mermaba un poco su capacidad para concentrarse.
“Sé que este tipo de asuntos toca una fibra sensible en ti…” le había dicho, y no era un secreto para nadie el por qué lo decía. No cuando sus orejas de Nosferatis siempre estaban ahí, dejando en evidencia su naturaleza y, de manera implícita, su posible origen.
Shiva alzó una mano, y la llevó de nuevo a su colgante con la “S” y la “N”. Tocarlo la ayudaba a enfocarse, a recordar lo que realmente era importante. Tenía que hacer esas dudas a un lado; su papel como líder se lo exigía. Y en especial esa noche en la que Silent Night tendría una misión tan importante.
— — — —
El tren del Capitán Maximali llegó a la estación de CourtRaven un poco antes de las cinco de la tarde, haciendo de hecho un buen tiempo, para fortuna de todos sus pasajeros. El cielo estaba nublado, como era habitual en el norte, y una neblina ligera se visualizaba en la distancia, aunque parecía sacarle la vuelta a la ciudad.
La estación se encontraba en la parte sur de la ciudad, en las inmediaciones del Distrito Veinte. Era grande y moderna, como se esperaría del punto de entrada para los visitantes de una de las más importantes de las Catorce Ciudad, y puerta para toda la región norte. Se encontraban además bastante concurrida cuando Siegiel y sus dos acompañantes bajaron. Adicional al suyo, al parecer habían llegado otros dos trenes en diferentes andenes, y los pasajeros de llegada y de ida de los tres iban de un lado a otro, presurosos quizás de cumplir sus citas, o de no perder su tren hacia su siguiente destino.
Aún entre todo el ajetreo y las prisas, en cuanto pusieron un pie en el andén, la presencia de un Lord Miravist captó de inmediato la atención de varios de los presentes. Dos trabajadores de la estación en uniforme se les aproximaron para ofrecerse a llevar todas sus maletas. Siegiel intentó decirles que no era necesario, pero los trabajadores insistieron. Y menos mal que lo hicieron, pues en cuanto comenzaron a subir el equipaje marcado de los tres en el carrito transportador, Siegiel descubrió que sus amigos sí que habían viajado con bastantes cosas. Entre los tres dieron en total diez maletas.
—¿Por qué trajeron tanto? —preguntó Siegiel con confusión, mirando las torres de maletas en el carrito.
—Todos dicen que el clima acá en el norte es extremo —respondió Aruel con confianza—. Veranos muy calientes, inviernos muy fríos. Hay que estar listos con ropa para toda ocasión, ¿no le parece, Capitán?
—Bueno, eso es cierto —reconoció Siegiel—. Pero quizás hubiera sido mejor comprar la ropa nueva una vez estuviéramos aquí, y así viajar más ligeros.
—¿Escuchaste eso, Aruel? —le susurró Nikam a su compañero, aunque lo suficientemente alto como para que Siegiel lo escuchara—. Por supuesto que para un Miravist es muy fácil comprarse un guardarropa nuevo cada vez que lo necesite. No como uno que es tan pobre que tiene que reusar la misma camisa hasta que se desgasta. Qué envidia, ¿no?
Siegiel se sonrojó, notoriamente apenado por el comentario, pero más por el suyo, por haber hablado sin considerar que su situación y la de sus amigos no era la misma.
—Lo siento, no fue mi intención —masculló, agachando la cabeza.
—Hey, sólo te molesto, capitán —rio Nikam, divertido—. Lo que sí me pregunto de verdad es como tú trajiste sólo dos maletas. ¿Qué traes exactamente?
—Una tiene mi ropa más básica, y la otra mis libros y expedientes de investigación.
—Debí imaginarlo —susurró Nikam, irónico.
Apoyados por los dos trabajadores que empujaban el carrito con su equipaje, los tres recién llegados soldados salieron del andén, y se dirigieron hacia la salida de la estación. De nuevo, las miradas de más de una de las personas a su alrededor se posaban en el Miravist desconocido, y era igualmente el tema de sus cuchicheos. Siegiel intentaba ignorarlos.
—Yo tengo hambre, ¿y ustedes? —indicó Aruel, con una mano contra su pansa.
—Claro que sí —replicó Nikam—. Se nos pasó la hora del almuerzo, después de todo.
Un golpe de repentina emoción se apoderó de Aruel.
—¡Ah!, eso me recuerda: pregunté en el tren sobre buenos lugares para comer, y otro pasajero me recomendó un restaurante de carne en el Distrito Once llamado el Rincón del Bistec. Dicen que sirve los cortes más delicioso y finos de la ciudad. ¿Qué les parece si vamos a comer ahí?
La pregunta era en general para ambos, pero era claro que quién tenía que responder y autorizarlo era su nuevo capitán.
—Supongo que estaría bien —indicó Siegiel, haciendo que sus dos acompañantes se emocionaran; pero no por mucho—. No obstante, me temo que tendrá que ser para cenar. Antes debemos presentarnos en la base ante el general.
Aruel y Nikam soltaron al unísono una exclamación de fastidio.
—Pero eso podría tardar mucho —se quejó Aruel—. ¿Qué comeremos entonces?
—De seguro en la base podremos almorzar algo.
—¿Comida de base…?
—Espero que sea mejor que la comida de la Academia —masculló Nikam, también un tanto reticente a la idea, pues ya se había sentido atraído por la idea de un buen bistec—. Y, ¿cómo llegaremos a la base a todo esto?
—Me parece que iban a enviar a alguien por nosotros —indicó Siegiel—. O si no…
En cuanto cruzaron la puerta principal de la estación, justo frente a la concurrida acera vieron varios vehículos estacionados. Pero uno en particular captó su atención: blanco con techo de lona negro, y el escudo del Ejército Real a un costado de sus puertas; un vehículo militar oficial. Pero más destacable aún era la mujer Lycanis de cabellos castaños recogido en dos cebolla, estatura baja y complexión robusta en uniforme blanco militar como el suyo, que sostenía en alto sobre su cabeza un letrerito con las palabras:
Capt. Siegiel Maximali
Aunque claro, al mismo tiempo que Siegiel leía su propio nombre en aquel letrero, para la soldado no pasó desapercibido en lo absoluto el Miravist en uniforme blanco que acababa de salir por la puerta principal.
—¡Capitán! Capt. Maximali, señor —pronunció la mujer en alto, agitando el letrero y una mano en el aire para llamar su atención, en el remoto caso de que no la hubiera visto todavía.
Siegiel alzó una mano a forma de saludo, y para indicarle que en efecto había notado su presencia.
—Creo que sí vinieron a recogernos —le indicó a sus dos acompañantes, y entonces se aproximó con cautela hacia la mujer soldado.
—Capt. Maximili, es un honor conocerlo, señor —pronunció la mujer con firmeza, parándose derecha y ofreciéndole el saludo militar—. Soy la Sgto. Orna Wensell, y tengo la misión de llevarlo sano y salvo hasta la base, señor.
—Muchas gracias por venir a recibirnos, sargento —le respondió Siegiel, asintiendo.
El Miravist se sintió tentado por un momento a regresarle el mismo saludo a aquella mujer, en especial al escuchar que era un Sargento. Sin embargo, tuvo que recordarse de nuevo que ahora eran los otros soldados los que debían darle el saludo a él; al menos los de menor rango que él, aunque estos fueran claramente mayores que él en edad y experiencia.
—Me alegro que esté aquí, sargento. Creo que si no hubieran enviado a alguien, terminaríamos perdidos en una ciudad tan grande como ésta —indicó a continuación, alzando su vista hacia la distancia.
Incluso ahí en ese distrito, que era de los más circundantes y fuera de la Muralla de los Cuervos, se podían ver los grandes edificios alrededor, así como las chimeneas de algunas fábricas. Era muy diferente a HelioPolis; eso se lograba percibir incluso en el aire, o en la forma de caminar de la gente que iba por la acera. Una cosa era leerlo en los libros, pero muy diferente el verlo con tus propios ojos. Y eso que apenas llevaban unos cuantos minutos ahí, y aquella vista era una fracción minúscula de todo lo demás que les faltaba por ver.
—Ellos son mis colegas, los Cabos Hargan y Arkansas —indicó extendiendo una mano hacia sus dos amigos. Estos respingaron al verse aludidos, y reaccionaron por reflejo, ellos sí dándole el saludo a su superior.
—¡Mucho gusto, sargento! —exclamó Aruel en alto; quizás demasiado alto.
Orna les sonrió y asintió. Parecía, a simple vista, una persona bastante amable. Tenía más la apariencia de una agradable vendedora de pasteles, que un Sargento del Ejército Real. Pero no era bueno prejuzgar a las personas por su apariencia.
—Por favor, suban —indicó con gentileza, abriendo la puerta del vehículo—. El general Shirats los espera.
—Gracias, estamos ansiosos de conocerlo —respondió Siegiel mientras se encaminaba hacia el vehículo.
—Que lo diga por él —le susurró Nikam a Aruel por lo bajo.
Los tres nuevos soldados se acomodaron en el vehículo sin mucho problema, pero sus diez maletas resultaron un reto mayor. Una parte cupo en la cajuela, pero para las demás terminó siendo necesario retirar el techo corredizo y apilarlas en uno de los asientos traseros.
Y así se dirigieron sin espera hacia la base del Ejército Real en CourtRaven.
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 13

CHAPTER 13
Before he knew it, Cruger was practically at the door to Kat's lab. He'd headed there almost on reflex, his mind wandering back to the conversation he'd just had with the two prisoners. He realized at that moment that he tended to be there a lot lately, or Kat would go by his office. It was odd, but he didn't think much of it, assuming he subconsciously wanted to discuss the matter of the two prisoners with Dr. Manx, which, of course, concerned her as well. And while he was at it, he'd ask her about her progress with the Krybots. It sounded like a good way to kill time while he let Landors and Delgado have their moment to talk.
The automatic laboratory doors opened before him, and he quickly spotted Kat sitting at her workbench, leaning over the series of mechanical parts she was examining with the help of special magnifying glasses to see small details.
"Is that you, Boom?" Dr. Manx said aloud, still not looking up from the piece in front of her. "If you have both of your arms working, please give the torso of the other Krybot and place it here."
"I'm not Boom," Cruger reported as he moved from the doorway into the work area. "But I think both of my arms are functional enough to help you with that."
Kat jumped slightly when she heard his voice, which clearly wasn't her assistant's. She sat up straight in her chair, pushed her glasses up on her head, and turned to look at her sudden visitor with a surprised expression.
"Doggie, I mean... Commander," she muttered nervously. "I'm sorry, it's just that Boom went to the infirmary and..."
While she tried to explain herself, Cruger complied with her previous request. He approached the area Boom had previously occupied and took the other Krybot's torso from there. He brought it closer to Kat's table, toward a slightly clearer area.
"Is it okay here?"
"Yeah, right there," Kat agreed.
Cruger placed the torso on the table, and immediately afterward, his gaze was drawn to another detail: the monitor on the desk, projecting a camera image. The location was immediately recognizable to him, as he had just been there. In the image, he could see Jack and Elizabeth in their cell, apparently arguing heatedly, or at least that's what their expressions suggested, as the audio was once again muted.
"I see you heard my conversation with the prisoners," Cruger said, pointing at the monitor. Kat turned in the direction he was pointing, her cheeks flushing slightly.
"Yeah… I hope you don't mind," Kat murmured, embarrassed. She cleared her throat a little, trying to compose herself. "Those were very nice words you used, Commander. I especially liked the part about… how the Power Rangers used to be normal young people, but with goodness in their hearts, willing to help people and all that. I found it inspiring in a familiar way."
Her comment was laced with a distinctly mocking tone, which inevitably made Cruger smile again. Of course, she found it inspiring; she was the one who'd said it in the first place.
"Those were wise words from someone considerably wiser than I," Cruger said, playing along a bit.
"Oh, they must be an amazing person, then," Kat added, giving a broad, amused smile.
Cruger smiled too, and their gazes met at that moment, perhaps longer than it should be, given the way they both reacted when they realized it, simultaneously turning their faces forward.
Kat cleared her throat slightly, trying to regain the seriousness befitting the situation.
"So... you expect them to accept?" she asked, pretending to inspect the pieces on the table again.
"Delgado seems more willing," Cruger replied. "But Landors might need more time."
"Yeah, I noticed that," Kat sighed ruefully. "Jack... he's been through some rough times. I think he has a bit of a hard time trusting people, especially those in authority."
"There won't be much we can do if that's the case. The decision must be his."
They both remained silent, both reluctant to ask the most obvious and important question: if Jack didn't accept, then who would be the fifth member of B-Squad?
Instead of dwelling on that for the moment, Cruger decided to move on to the next topic. He then turned his attention back to the pieces scattered on Kat's table.
"Have you learned anything from your analysis of the Krybots? Any idea how Grumm was able to get them onto the planet?"
"We did find something, but not what we expected," Kat replied cryptically. "I don't think they have entered the planet precisely."
"What do you mean?" Cruger asked, intrigued.
"The design of these robots, in general terms, is definitely Troobian, matching what is described in the S.P.D. Database by approximately 85%. However, the remaining 15% is due to some details that don't match. Certain parts appear to actually be replacements. And not only that: Earth-made replacements."
"Earth-made?" Cruger asked, surprised. "Are you saying these Krybots were built here on Earth?"
"That's what it seems to me so far. And not only that, look at this piece, for example."
Kat took the metal case from the multi-power regulator she had examined a moment ago with Boom, also showing him the burned part of the surface on one side.
"This right here should be the manufacturer's serial and model number."
"They erased them," Cruger noted seriously.
"To make it virtually impossible to trace," Kat explained. "It's a common practice for illegal weapons smugglers in the underworld. We've seen the same thing with recovered technology from other cases, including the robot that A-Squad fought in Kamchatka a few months ago."
"What exactly does all this mean?" Cruger asked thoughtfully. "What are we up against?"
Kat lowered the regulator, placed it on the table, and carefully removed the magnifying glasses from her head.
"If I had to theorize, and even though it sounds strange, I'd say Grumm, or one of his generals, ordered someone on this planet to manufacture all these Krybots for him right here on Earth. And I'd venture to say it wasn't recent, so we have to assume they have many more. And even other types of weapons we are not yet aware of."
Cruger let out a grunt, which could have been a moan of pain or frustration.
"Of course," he blurted out, walking thoughtfully to one side. "Grumm always knew he couldn't easily infiltrate his troops through Earth's defenses. But he won't need to do it right away if they've already been manufactured right here and are waiting to follow his orders and attack from within."
"A convoluted but ingenious strategy," Kat acknowledged. "This way, he doesn't have to deploy his entire army; just send some of his officers to command the Krybots already here on Earth."
That was definitely a scenario they weren't prepared for. They had assumed all along that the attack would come from outside; they hadn't prepared for the enemy already infiltrating the planet long before they deployed their buoys in Earth orbit.
This ignited a flame of anger in Cruger's chest. Once again, Grumm was one step ahead of him…
"But there is some good news," Kat said in a more relaxed voice. Cruger turned to her, quite eager to actually hear something good for a change. Kat then took the head of one of the destroyed robots and tapped it a couple of times with her knuckles. "If my analysis is correct, the quality of these Krybots is relatively lower than those seen in other invasions. This seems to me to be due to the conditions under which they were built and the short time they had to complete Grumm's order. They'll be easy to combat but dangerous in large numbers. And the other good news is that if we find the local smuggler behind these creations and apprehend him, we will deal a decisive blow to the enemy's strategy."
Kat's words had a calming effect. It wasn't much, but it was something; a strategy to follow, a plan to execute. And Anubis could deal with that, even if the situation wasn't the best.
With his emotions now calmed, Cruger took a moment to reflect on what Kat had just told him, especially that last part, regarding the criminal who might be behind the creation of these Krybots for Grumm.
"An illegal smuggler and manufacturer of combat robots," he muttered quietly to himself. "And unscrupulous enough to work with someone who could virtually destroy the entire planet with his help."
He didn't have to think about it much; the name came to him as if it were walking on its own two feet:
"Broodwing," he whispered in a low voice with seriousness.
In Cruger's time on Earth, that name came up more frequently from case to case. A skilled criminal with vast power and influence. He sold virtually everything to anyone with the money to pay him, from information to weapons of mass destruction. Nothing was too dangerous or despicable to trade; if someone was willing to pay for it, he got it.
He was undoubtedly the type of individual Grumm would seek to support him in his invasion of Earth, and he would accept him without question.
"He's the most likely suspect," Kat seconded, followed by a long sigh. "What do we know about his current location?"
"Nothing," Cruger replied, shaking his head. "He's quite slippery, an expert at escaping and moving in the shadows. He's always known how to hide from us. But if he's really started collaborating with Grumm, it will be essential to find him and stop him once and for all."
Kat was about to say something, perhaps in support of his words, when the image on Kat's monitor changed from projecting Jack and Elizabeth's cell to now showing that of one of the Command Room attendants.
"Commander Cruger, are you there?" the aide said on the screen.
"Here I am," the Commander replied, approaching the desk.
"You have a call from Captain Earhardt at Red Lion III Station."
"Connect it through this line, please."
The assistant nodded, and his image disappeared the next second.
|Cruger hoped that if the Captain called him, it was about A-Squad and not because something bad had happened up there in space; he didn't think he could handle another piece of bad news that day. Kat similarly shifted her chair closer so she could look more directly at the monitor, with its built-in camera focused on both of them.
A few seconds later, Taylor Earhardt's image was projected onto the monitor from what appeared to be her space station. She was, in fact, wearing her space pilot's jumpsuit at the time.
"Commander, Dr. Manx," she greeted them both with a solemn attitude.
"Captain," Cruger replied, nodding. "How are A-Squad's flight practices going?"
Taylor was about to respond when a voice off-screen spoke before him.
"They did it great, as anyone would expect, of course," said that person, and a second later, he entered the frame from a side, standing beside the Captain's chair and leaning slightly so that his face was at the correct height for the camera. However, this placed his face perhaps too close to the Captain's.
"Captain Myers, are you on Red Lion-III?" Kat asked, surprised to recognize Eric. It was a little odd seeing them in the same space; she'd grown accustomed to seeing each of them on their respective half of a split screen, but it stood to reason that wasn't always the case.
"He came to visit me, right?" Taylor teased, playfully patting Eric on the cheek. He blushed slightly but kept his composure. "And to make sure I didn't get too hard on his guys," Taylor added mockingly.
"Quite the opposite," Eric emphasized firmly. "I had complete confidence in A-Squad's capabilities, and I didn't want her to go soft on them."
"Yeah, right," Taylor muttered sarcastically.
Kat smiled slightly at their… relaxed interaction. Usually, they both seemed pretty serious and rigid, except when they were interacting with each other. Kat found it interesting how the right person could change your behavior in an instant.
"Anyway, they passed Taylor's tests with flying colors," Eric declared with marked pride.
"That's true," Taylor confirmed, nodding. "All five of them did very well in the simulations. To be honest, I'd love to have them in one of my squadrons, but obviously, they'd be more useful elsewhere. They're currently testing maneuvers with the new Delta Space Fighters you built for them. And, as you'll see in the report, I'll send you in a minute, the performance of the pilots and the ships is more than optimal."
"That's good news," Cruger acknowledged, more than satisfied.
"Yes," Kat added, although a little more soberly. "But I wish I'd had more time to test out these new Zords."
The Delta Space Fighters were a fighter craft design that Kat and her team had designed, built, and tested in that short span of three months. Five Zords designed explicitly for use in space, the new battlefield that A-Squad would have to face. She had used the space fighters that Captain Earhardt's squadrons used as a base, and part of the progress she had already made on the Flyer design for the SWAT project.
Given the time constraints, Kat had done the best she could, but she was convinced her effort had been worth it. Those battleships were beautiful, the best she'd designed so far. But she also knew they would have been even better, given the chance.
"There's no better test than a real field trial," Eric pointed out confidently. "Don't worry, Dr. Manx. Our guys will know what to do."
Kat simply smiled and nodded in response. She really hoped so. The place the Rangers were headed didn't lend itself to any kind of failure.
"When do you think your tests will be over, Captain?" Cruger asked.
"At the rate they're going, maybe tomorrow. Ready to go to the front as the Supreme Commander wishes."
Cruger and Kat looked at each other without saying anything; their gaze alone made it clear to the other how much this news affected them.
"Thank you very much for informing us, Captain Earhardt," Cruger added more firmly. "We remain attentive to any changes."
Shortly after, the transmission ended.
It wasn't bad news, in fact. However, Cruger and Kat still didn't know whether to call it good news.
"That's a done deal, then," Kat muttered under her breath. "The A-Squad is leaving."
"The day after tomorrow at the latest," Cruger added with a similar sentiment.
"And we don't even have our B-Squad complete yet."
Cruger nodded.
"Let us hope then that our two guests have truly taken advantage of their time to think, for it is over."
— — — —
"I can't believe you're actually considering it," Jack exclaimed irritably, pacing the cell like a caged lion; a rather apt comparison, actually.
"Why not?" Z replied harshly. She was sitting on the stretcher, her arms and legs crossed. "They're offering us the chance to be Power Rangers, Jack. Don't you see what that means? Now we can really make a difference, help people."
"Z, these people aren't Power Rangers," Jack replied sternly, pointing a finger at the bars. "They're just regular cops in colorful uniforms."
"There you go again with your prejudices. Do you really think only Big Jack has the answers to how to do good?"
"No, but I do know that being in the S.P.D. won't let you help people the way you think you can. It's not like we've been doing up until now. Here, they spend so much time looking up at the sky that they forget to look at those of us down here."
"That's why they need people like us," Z declared enthusiastically. She stood up and walked over to face him head-on. "People who can help them get their bearings and see what they can't see. We can make a difference and change things from within."
Jack snorted disdainfully and walked away from her to the opposite end of the cell.
Despite all the arguments Z gave him, despite how much she emphasized the importance of it all, Jack remained steadfast. And while at other times, Z might have admired his determination, at these moments, it was more than anything infuriating.
Before saying something fueled mainly by anger, Z took a deep breath and tried to calm down.
"Jack, you promised that if I found something better we could do, you'd listen to me and consider it," Z reminded him more calmly. "Well, this is what I want; this is exactly what I've been waiting for."
Jack remained silent. He had his back to his friend, his arms crossed, his gaze fixed on a corner. Z waited patiently, hoping he would say something, but with each passing second, it seemed as if his friend was about to give him the silent treatment. He was about to vent his anger when Jack finally spoke.
But the voice that came out of him seemed even stranger. It sounded muffled, distant, and even a little sad.
"Are you really going to accept?" the boy asked slowly, turning just enough to look at her out of the corner of his eye.
"Yes," Z replied immediately, without hesitation; the decision had already been made.
Jack returned to silence. He walked to the cell's only window, which, of course, also had bars, and peered out at the sky. And once again, his back was turned.
"I promised I'd consider it," Jack clarified, emphasizing what his real promise had been. "But I also said that if I wasn't convinced… we could then part ways and go our separate ways."
Z felt uneasy upon hearing this, and a chill ran down her spine. It took a few seconds to fully get the meaning, but by the end, it was pretty straightforward.
"So this is what it's like then?" Z exclaimed harshly.
"That's what it seems," Jack replied, shrugging almost indifferently. His gaze remained fixed on the sky.
Before either of them could say anything else, the cell gate opened, and they both turned at the same time to see the tall figure of Commander Cruger appear. He stood before them with the same martial firmness as a moment before and looked at them carefully.
"Your time is up," he declared with power in his voice. "Have you made a decision?"
Z turned to look at Jack, holding on to a last hope that he would reconsider. He turned back toward the window, apparently avoiding her gaze. Z then took a deep breath through his nose and turned completely toward the Commander with absolute conviction.
"I accept, Commander," she said firmly. "I am at your disposal for whatever you may require."
"I'm glad to hear it, Miss Delgado," Cruger replied, nodding. His attention then turned to Jack. "What about you?"
"Thanks, but I'll pass," was the boy's quick and careless response, not even deigning to look at him.
Cruger let out a small groan and looked down. Z wasn't sure how to interpret that gesture, but it was apparent it wasn't the response he'd been expecting.
"I understand," the Commander said, raising his head again. "Then, by tomorrow afternoon at the latest, you will be handed over to the Earth authorities."
"I'm looking forward to it," Jack added sarcastically.
"It goes without saying that you'll be wearing that inhibitor bracelet throughout your trial and afterward if you're found guilty."
"I expected nothing less."
"Jack..." Z murmured, sounding and feeling almost hurt. She wanted to take a step toward him and try to say something more, but she didn't have the chance.
"Miss Delgado," Cruger exclaimed loudly to get her attention. He then stepped to the side and extended his arm toward the open cell gate. "This way."
Z hesitated for a moment, looking at her friend, hoping he would at least glance at her for a moment. He didn't.
Resigned, Z turned toward the exit and walked out of the cell, followed by the Commander. The gate closed again, leaving only one prisoner inside.
Author's Notes:
The idea of Broodwing building the Krybots on Earth for Grumm is my own invention... yes and no, since it can be seen in the series that Broodwing has some of these robots at his disposal for his own use when carrying out his respective plans. In addition, it is often said that he is the one who provides Grumm with technology on Earth. So, well, it may or may not have been as described in this chapter, but in this alternate version, let's assume that it was.
Regarding the Delta Space Fighters mentioned in this episode, they don't exist as such in the series. However, it seemed logical to me that A-Squad would take some Zords with them on their mission in space, while B-Squad would stay on Earth with the ones we already know. That's why we're introducing these hypothetical new Zords into the plot, but I don't think we'll delve into much detail about them.
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 27

27
Milk observó absorta la mano que le extendía, pero sobre todo esos ojos tan sinceros y cándidos que la miraban, expectantes. Goku, su Goku, se aparecía ante ella como respondiendo a su suplica. ¿O era acaso que en verdad había muerto al fin y su amado esposo venía en persona a llevarla con él al otro mundo? Aquella idea no le provocó miedo o tristeza, sino de hecho una gran paz y alegría.
Sus ojos se cubrieron poco a poco de lágrimas que amenazaban con desbordarse como cataratas. Alzó por mero reflejo una mano para extenderla y aceptar la que él le ofrecía. Estiró los dedos hacia él, pero se detuvo abruptamente en el instante en el que una punzada de dolor que comenzó en su hombro le recorrió el cuerpo entero. Esto provocó además que su mirada se virara en ese instante del rostro de su amado, hacia su propia mano. Las marcas de golpes, quemaduras y rasguños a causa de su propio entrenamiento seguían ahí, junto con ese hormigueo incómodo que los acompañaba.
No estaba muerta; si podía sentir todo aquello tan notoriamente, era porque su cuerpo estaba muy vivo. Y si eso no era suficiente, con sólo mirar un poco más allá del rostro de Goku, divisó de nuevo la blancura absoluta del cielo sobre ella, indicativo infalible que seguía en la Habitación del Tiempo; atrapada y perdida…
Milk bajó su mano, alejándola de la de Goku. Se giró para quedar de costado, y así poder apoyarse en sus manos y pies para intentar alzarse. De momento, su mayor logró fue sentarse en el suelo, y hasta ahí llegó.
—No eres real —murmuró Milk con amargura. Y aunque sus palabras iban dirigidas a Goku, o lo que fuera esa visión ante ella, sus ojos se encontraban posados en el suelo blanco debajo de ella.
—¿Tú crees? —masculló la voz de Goku con una combinación de inocencia y confusión—. Bueno, si tú lo dices debe ser así. Siempre fuiste más lista que yo para esas cosas.
Milk no pudo evitar sonreír sólo un poco ante ese comentario tan propio de su amado esposo, pero es todo lo que se permitió. No le respondió nada, y haciendo de cuenta que Goku no estaba ahí (y así era), reanudó su intento de levantarse por su cuenta. Resultó complicado, pero al final lo logró. Se paró en sus dos pies lo mejor que pudo, y aferró su mano libre contra el brazo lastimado. Y así comenzó a avanzar hacia ninguna dirección en específica, con paso pausado, casi arrastrando los pies.
—¿Segura que es por ahí? —le preguntó Goku, comenzando a caminar detrás de ella, con bastante más soltura.
—Da igual —masculló Milk por lo bajo—. Cualquier dirección es mejor que quedarme aquí y morir de hambre o sed…
—Supongo que sí. Pero si deambulas sin rumbo, terminarás perdiéndote más.
—¡¿Y qué hago entonces?! —exclamó Milk en alto, deteniéndose de golpe—. Todo este sitio es exactamente igual. Está totalmente vacío a donde quiera que vea. No hay nada en lo absoluto, nada que me dé una indicación de dónde estoy, o hacia dónde ir.
—Eso pareciera —señaló Goku, mirando pensativo a su alrededor—. Pero no está totalmente vacío. Recuerda que sí hay algo aquí dentro.
Milk bufó, irónica.
—Sí, la maldita puerta. Justo lo que estoy buscando, pero que no sé en dónde está. Me alejé tanto que ya no la puedo ver, ¿no es evidente?
Se hizo el silencio por un largo rato luego de aquel comentario; tanto que Milk pensó por un momento que quizás su alucinación había desaparecido. Pero al girarse al ver sobre su hombro, Goku seguía ahí de pie, con sus ojos bien abiertos puestos en ella, como esperando que hiciera o dijera algo más.
Milk soltó un chasquido de molestia y volvió a avanzar, renqueando como antes. No avanzó mucho antes de que la voz de Goku volviera a hacerse presente:
—Que no puedas ver algo, no significa que no puedas sentirlo.
La guerrera se detuvo de nuevo. Se quedó quieta un instante mientras su mente procesaba aquello, y luego se giró lentamente para mirar de nuevo a aquella imagen falsa de su esposo.
—¿Qué?
Goku llevó sus manos a su cintura y giró su rostro hacia la distancia, como si pudiera ver algo que ella no.
—Aquí es muy silencioso, ¿no crees? Eso es lo que más me volvió loco cuando estuve aquí. Pero descubrí también que ni siquiera aquí ese silencio podía ser total.
—¿De qué estás hablando? —masculló Milk, confundida. Aunque de inmediato añadió—. ¿Por qué estoy hablando contigo? ¡No eres real!
Agitó su cabeza con fuerza y se dispuso a girarse de nuevo hacia el frente para reanudar su marcha, e ignorar de una buena vez a esa alucinación. Sin embargo, ésta parecía tener otra intención. Antes de que Milk pudiera darse la vuelta por completo, todo su cuerpo se puso en alerta al percibir un peligro cercano: un puño que se aproximaba justo hacia ella desde detrás.
A pesar del dolor y el agotamiento, sus músculos reaccionaron, logrando moverse rápidamente en el momento justo para esquivar el golpe, y además desviarlo hacia un lado con sus manos. Fue doloroso, pero menos que haber recibido el golpe de frente… ¿o no?
Alzó su mirada, aún con sus manos en alto tras desviar el ataque. Se encontró de frente con el rostro de Goku, que había adoptado una expresión bastante más seria, mientras tenía su brazo extendido hacia ella tras haber errado su golpe.
¿Su alucinación acababa de atacarla…?
Una pequeña sonrisita más amistosa se dibujó en los labios del falso Goku.
—Muy bien. Has mejorada bastante, te felicito. Pero necesitas enfocarte más; recuerda lo que te enseñó en Maestro Karin.
—No te entiendo. Esto es una lo…
Antes de poder terminar su frase, Goku jaló su brazo hacia atrás y le lanzó ahora otro golpe rápido y certero con el otro puño. Para éste Milk no pudo reaccionar tan rápido, y terminó recibiendo el golpe directo contra su rostro. El impacto la lanzó hacia atrás, haciéndola caer de nuevo de espaldas al suelo.
El rostro le dolía; le dolía en serio. Y eso la desconcertó aún más. ¿Cómo era posible? ¿Ese golpe había sido real…?
—¡Vamos! —exclamó Goku con energía—. Aprendiste de sobra como predecir y esquivar ataques como ese. ¡Debes enfocarte!
La alucinación, o lo que demonios fuera aquello, se lanzó al frente, levantando su pierna derecha para atestarle una patada estando ella aún en el suelo. Ahora sí Milk logró moverse, rodando con rapidez hacia un lado y dejando que el pie de Goku golpeara al suelo.
Una vez a una distancia más segura, giró el cuerpo en el suelo, y se alzó de un salto para luego ponerse rápidamente en posición de defensa. La adrenalina y las emociones fuertes del momento parecían estar sobrepasando al dolor y al cansancio, obligándola a moverse y reaccionar.
—¿Cómo es posible? —masculló con voz nerviosa—. No eres real… todo esto está pasando en mi cabeza.
—Tal vez —le respondió Goku, sin una sola pizca de malicia o sorna—. Pero eso no quita lo que intento decirte: si no te enfocas, no saldrás de aquí. ¡Ahora!
Goku se volvió a lanzar contra ella en un parpadeo, comenzando a lanzarle una serie rápida de golpes y patadas. Milk retrocedió rápidamente, de nuevo intentando hacer lujo de todo lo que había aprendido en ese corto tiempo para poder repeler esos ataques, que ciertamente se sentían muy, muy reales.
Y más real se sintió la patada en la boca del estómago que la mandó hacia atrás, arrastrando sus pies por el suelo, para luego hacerla caer de rodillas al piso; una mano aferrada a su abdomen, la otra apoyada en el suelo para evitar caer del todo.
—Para estos momentos deberías ser ya capaz de leer el corazón de tu contrincante y predecir sus movimientos —recalcó Goku con ligera severidad—. Evitar ataques como ese no debería resultarte ningún problema.
—¿Leer el corazón de mi contrincante? ¡Tú ni siquiera estás aquí! —espetó Milk con furia, alzando su mirada colérica hacia él.
—Tal vez —repitió Goku del mismo modo que lo había hecho antes—. Pero si esto está en tu mente, ¿no deberías con más razón poder predecir mis movimientos?
—¿Eh…? —musitó Milk, notablemente enrollada por aquel razonamiento… que de hecho tenía un poco de lógica; si es que algo en toda esa extraña experiencia podía considerarse lógico.
Goku le dio apenas medio segundo para pensar al respecto, antes de volver a lanzarse al ataque. De nuevo Milk se forzó a reaccionar, esquivar y cubrir los diferentes golpes que le lanzaba. Al principio le resultó realmente complicado, en especial debido a la debilidad de su cuerpo y a sus heridas. Sin embargo, en esa ocasión no se dejó caer, y conforme más se prolongaba aquel intercambio, el dolor fue remitiendo y le resultó más sencillo seguirle el ritmo.
Era casi como una danza, ambos moviéndose al ritmo del otro, los movimientos del falso Goku volviéndose claros en su cabeza antes de que se materializaran ante ella. En un momento logró esquivar un puñetazo, y su cuerpo prácticamente reaccionó por sí solo, girando sobre sí mismo con rapidez y jalando su puño hacia el pecho de la alucinación a través de su defensa. El golpe logró impactarlo, y el cuerpo del falso Goku se impulsó hacia atrás, quedando a varios metros de Milk.
La guerrera se quedó de pie en su sitio, con su puño aun alzado en la dirección del golpe, mientras respiraba agitadamente, y gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro. Su atención permaneció fija en la imagen de Goku, que presionaba una mano contra el punto en el que Milk lo había alcanzado. Alzó entonces su mirada hacia ella y le volvió a sonreír.
—¡Muy bien hecho! —exclamó con genuina alegría—. Se ve que has mejorado mucho. Estoy muy orgulloso de ti.
—No necesito que me lo diga una alucinación —respondió Milk entre jadeados dolorosos. Dejó caer su brazo alzado, y acercó su otra mano, aferrándose a él con fuerza. Había olvidado que justo era el que tenía lastimado.
—Estoy seguro de que el Goku que no es una alucinación también lo estaría —indicó el falso Goku con una amplia sonrisa despreocupada, tan propia del verdadero Goku.
Milk desvió su mirada hacia otro lado, casi como si se sintiera avergonzada de pronto.
—No estoy haciendo esto por eso —susurró en voz baja—. Sólo quiero salvar a mi hijo…
—Lo haces de nuevo —le reprendió Goku de pronto, tomándola por sorpresa—. ¿No recuerdas lo que te dijo el Maestro Karin? Necesitas enfocarte en el objetivo inmediato ante ti, y para eso debes dejar ir todo lo demás. De otra forma no podrás enfocarte lo suficiente.
—¿Enfocarme para qué? —exclamó Milk, exasperada.
—Para salir de aquí, ¿no es obvio? —respondió Goku, encogiéndose de hombros—. Para salvar a Gohan, primero necesitas sobrevivir a este sitio. Y no podrás hacerlo mientras tus preocupaciones te cieguen. Tú ya sabes cómo hacer esto.
Milk bufó con molestia. Lo que le faltaba, que una simple alucinación la estuviera regañando.
—Podrías al menos darme una pista ¿sabes?
—Pero eso ya lo hice —indicó Goku con expresión sorprendida; pero no se encontraba más sorprendido que la propia Milk—. Todo lo que necesitas ya lo sabes. No necesitas más que eso. Yo sé que tú puedes.
—¿Todo lo que necesito ya lo sé? —repitió Milk en voz baja, muy pero muy desconcertada.
Goku la observó fijamente, y volvió a sonreírle de esa forma tan despreocupada y tranquila, que siempre le hacía sentir de alguna forma que todo saldría bien. Y aunque fuera una simple alucinación creada por su cabeza, comenzó a sentir exactamente lo mismo en ese instante.
Soltó su brazo herido, y se paró derecha. Sin quitarle la mirada de encima a aquella visión, comenzó a respirar lentamente, intentando calmar su cuerpo, pero en especial su espíritu. Y hacer justo lo que el Maestro Karin le había dicho que hiciera: desprenderse de todo lo demás que no importara de momento, y enfocarse sólo en el problema delante de ella.
Cuando le pareció que ya se encontraba más calmada, y dejó de lado la sensación de peligro eminente, se permitió cerrar los ojos. La blancura absoluta que la rodeaba se fundió ahora en la oscuridad, y eso le trajo de hecho más calma. Siguió respirando lentamente, dejó que su cuerpo se relajara, y desterró el dolor y el cansancio a un rincón alejado por el momento.
No supo cuánto tiempo estuvo ahí; como siempre, el pasar del tiempo le resultaba extraño ahí dentro. En un momento se preguntó si el falso Goku ya se habría ido, pero por un motivo estaba casi segura de que no. Aún con los ojos cerrados, y aun sabiendo que no era real, sabía que él estaba ahí de pie frente a ella, aguardando. Podía sentirlo; su calidez, su olor, incluso el sonido de su respiración.
Pero debía de ser su cabeza jugando con ella de nuevo. Goku no estaba ahí, ni nada, ni nadie más. No había nada que tuviera olor o sonido; nada que sentir, nada que…
«¿Qué fue eso?» pensó súbitamente, en cuanto le pareció percibir algo más; una pequeña muesca de presencia que intentaba abrirse paso para llamar su atención. Pero era casi como un grito ahogada, al que sólo le llegaba un gramo de él.
Quizás no era nada, quizás era de nuevo su mente sintiendo cosas que no estaban ahí. Pero algo le dijo que lo que fuera, no podía pasarlo por alto. Así que siguió respirando, concentrándose y dejando ir aquello que la frenaba. Y en un momento, tuvo que dejar ir también al falso Goku… No había sido consciente hasta entonces de que ella era quien lo mantenía, y también de que podía dejarlo ir cuando fuera el momento correcto. Y ese momento había llegado.
—Muy bien —escuchó que murmuraba la voz de Goku, pero para ese momento lo percibía más como un pequeño murmullo—. Sabía que lo lograrías…
Y al tiempo que esas palabras morían en el aire, la presencia de aquel Goku se desvaneció también. Aunque Milk no abriera los ojos, no lo necesitaba para estar segura de que él ya no estaba ahí. Aquello le causó una pequeña sensación de malestar, e incluso sintió que una lágrima amenazaba con salir, pero se contuvo. No podía perder la concentración.
Sin la presencia del falso Goku ni nada más detrayéndola, e incluso acallando su propio corazón y respiración, fue cuando al fin pudo percatarse de qué era aquello que había percibido.
Tic Tac
Tic Tac
Tic Tac
Era sonido, un sonido abriéndose paso en el silencio total de aquella habitación.
—No —murmuró Milk en voz baja—. Ni siquiera aquí el silencio puede ser total —repitió lentamente las palabras que el falso Goku le había dicho; su pista.
Tic Tac
Tic Tac
Tic Tac…
Milk abrió sus ojos bien grande de golpe.
—¡El reloj de la puerta! —exclamó en alto, azorada. Goku en efecto ya no estaba de pie ahí con ella, pero de momento aquello no le importó. En su lugar se giró rápidamente hacia un costado, justo en la dirección en la que estaba totalmente segura que aquel sonido venía—. Es ahí, ¡tiene que ser por ahí!
Sin pensarlo ni un segundo, se elevó en el aire con la disposición de, literalmente, salir volando hacia allá. Pero antes de irse de detuvo un instante y se giró un momento a mirar el lugar exacto en el que hasta hace un momento el falso Goku había estado de pie.
No tenía idea de qué había sido aquello o qué significaba. Pero de alguna u otra forma, Goku había llegado a ayudarla en su momento más desesperado… como siempre lo hacía.
Una pequeña sonrisa de alegría se dibujó en sus labios.
—Gracias… —susurró en voz baja.
Luego de eso, de inmediato emprendió el vuelo, guiándose totalmente por el leve sonido del Tic Tac, que iba creciendo muy poco conforme avanzaba. No tenía idea de dónde salían esas nuevas energías que le habían llegado, pero sentía que no le durarían mucho. No tardó en sentirse débil y adolorida de nuevo, y comenzar a ver borroso. Incluso su cuerpo amenazó con precipitarse al piso en más de una ocasión, pero se forzó a mantenerse en el aire.
Tenía que continuar sin importar qué. Si se dejaba desfallecer en aquella nada, era posible que no volviera a despertarse. Así que voló, voló y voló… hasta que a la distancia algo resaltó de entre toda la blancura.
—¡Ahí está! —exclamó el alto con emoción en cuanto percibió la pequeña forma de la puerta a lo lejos.
Aquello fue el último empujoncito de motivación. Aceleró, dando literalmente todo de sí en ese último tramo. Su cuerpo se cubrió de ki y cruzó el aire a toda la velocidad que le era posible. Sentía como si su cuerpo se estuviera desgarrando por cada metro que recorría, pero aun así siguió sin detenerse.
Cuando ya divisó por completo la forma de la puerta, pudo distinguir sus columnas, y el sonido del reloj se volvió totalmente inconfundible, sólo entonces se permitió dimitir. Las fuerzas que la habían empujado hasta ahí se fueron apagando con rapidez, y al final dejó que su cuerpo básicamente siguiera de largo con el mismo impulso que había llevado, sin intentar siquiera frenar.
El cuerpo de Milk comenzó a precipitarse con rapidez hacia el suelo, hasta estrellarse sin la menor oposición. Se fue rodando y rodando por el suelo blanco con la misma rapidez que traía, hasta llegar al pequeño templo de la puerta con la mera inercia. Rodó hacia el interior, derribó la mesa y un jarrón de agua en el proceso, y terminó tirada pecho a tierra a pies de la puerta. El agua del jarrón que había derribado comenzó a escurrir por el suelo, hasta empaparla también ella.
Para ese momento, sin embargo, Milk estaba más inconsciente que consciente.
«Lo logré… lo logré…» pensó con los escasos hilos de raciocinio que le quedaban. «Lo logré, Goku… ¿pudiste verme…?»
Sus ojos volvieron a cerrarse, y sintió como todo su cuerpo se relajaba. Estaba más que preparada para ahora sí dejarse llevar por el cansancio, y sumergirse en ese sueño que tanto la tentaba. Y luego de eso, que pasara lo que tuviera que pasar.
Pero antes de perder por completo la consciencia como tanto deseaba, le pareció entre neblinas escuchar algo. Sobre su cabeza, le pareció que el reloj comenzó a sonar con más fuerza, como si anunciara la llegada de una hora y momento específicos. No recordaba que eso hubiera ocurrido antes.
Poco después escuchó otro sonido más, como el distintivo rechinido… de una puerta abriéndose.
Como pudo, abrió sólo un poco los ojos y los giró hacia el frente, en el momento justo para ver cómo la puerta ante ella se abría poco a poco, y del otro lado se filtraba una blanca e intensa luz.
Aunque hubiera querido detenerse a contemplar aquella luz y comprender su verdadera naturaleza, ya le era totalmente imposible para ese momento. Sus ojos volvieron a cerrarse, y ahora sí se dejó caer hacia la oscuridad profunda y absoluta.
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VIKTOR - Capítulo 17. Capitán Maximali

VIKTOR
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 17. Capitán Maximali
Una vez estuvo limpio y arreglado, en tiempo record había que mencionar, Siegiel se dirigió sin escala y con prisa a la oficina de la Tte. Volpen, en el segundo piso del edificio administrativo. Esta parte de la Academia igualmente se sentía bastante sola. Posiblemente ya todos los profesores y demás trabajadores de las oficinas se habían retirado a descansar y, ¿por qué no?, a celebrar el fin de las clases y los exámenes.
Lo que sólo hacía aún más extraño que la teniente lo hubiera hecho llamar a esa hora. ¿Seguiría ella trabajando? ¿Quizás aún estaban calificando las presentaciones de los que presentaron el examen para oficial? Aunque también pudiera ser que lo hubiera citado para un asunto totalmente ajeno a eso. A esas alturas, no sabría decir qué opción le agradaría más.
Cuando llego ante la puerta de su oficina, la asistente de la teniente no se encontraba en su escritorio. Quizás ir a avisarle que se presentara ahí había sido la última encomienda de su día, y también se había ido a descansar. Pero en vista de que no había alguien para anunciarlo como es debido, se tomó el atrevimiento de llamar él mismo a la puerta de roble sólido.
—Adelante —escuchó que indicaba desde adentro la voz firme de la directora de la academia, y Siegiel ingresó sin más premura.
—Tte. Volpen, buenas…
Su saludo se detuvo un segundo después de abrir la puerta. Divisó de inmediato a la teniente sentada detrás de su escritorio, mirando en su dirección. Sin embargo, no era la única en la habitación. Sentado en una de las sillas para visitantes frente al escritorio, reconoció de inmediato al Gral. McLorg, luciendo el inmaculado uniforme blanco y la capa azul ceremonial que lo había visto usar más temprano durante su presentación.
—Buenas noches, excelencia —le saludó el general Lycanis, esbozando una sonrisa amistosa—. Pase, por favor.
Siegiel titubeó un momento, pero se forzó a reaccionar para cerrar la puerta detrás de sí y avanzar hacia el escritorio con paso firme.
—No sabía que seguía aquí, general —comentó Siegiel con seriedad.
—No se preocupe por mí —se apresuró a señalar el Lycanis, agitando una mano delante de él—. La teniente y yo estábamos… —calló de golpe, como si se replanteara a última segundo lo que iba a decir—. Hay algunas cosas que nos gustaría discutir con usted, si le parece bien.
—Por supuesto, señor —asintió Siegiel, parándose firme delante del escritorio, con sus manos juntas detrás de su espalda y su rostro en alto—. ¿Es sobre mi presentación?
—En parte, sí —se apresuró a responder la Tte. Volpen, apoyándose por completo contra el respaldo de su silla—. Excelencia, ¿nos permitiría hablarle con completa libertad?
La petición le resultó un poco extraña a Siegiel, pero no lo suficiente como para que dudara al responder.
—Por favor. Yo aquí soy sólo un mero cadete, y ustedes son mis superiores. Les pido que me traten como tal.
—La realidad es que usted no es un mero cadete —señaló la teniente con cierta severidad en su voz—. Usted es un Miravist, excelencia. Y como tal, me veo en la necesidad de preguntarle esto de frente: ¿por qué decidió hacer el examen para oficial?
—¿Disculpe? —masculló Siegiel, confundido. Miró a la teniente y al general, respectivamente; ambos lo miraban de regreso, al parecer deseosos de escuchar su respuesta—. Bueno… Creo que como oficial del Ejército Real puedo servir y hacer más…
—Eso no es precisamente lo que preguntamos, excelencia —le cortó McLorg de pronto—. Lo que nos gustaría entender es, ¿por qué hizo el examen en un inicio? Lo único que tendría que haber hecho, si quería ser oficial, era hablar con su tío y él lo hubiera arreglado. No era necesario preparar un trabajo tan extenso y detallado como éste —alzó en ese momento justo una copia del trabajo de Siegiel, que éste reconoció rápidamente, para que el joven cadete pudiera verlo—. Y mucho menos tenía que realizar la presentación del mismo. ¿Por qué tomarse la molestia?
Siegiel inhaló profundo por su nariz. Así que se trataba de eso. Palabras más, palabras menos, lo que estaban peguntándole era: “¿por qué rayos un Miravist hace el examen para oficial como si fuera otro Nuitsen cualquiera y nos quita nuestro valioso tiempo?” Aunque quizás alguna de esas palabras eran más un reflejo de las inseguridades del propio Siegiel, que un pensamiento real de aquellos dos oficiales.
Como fuera, esas dos personas eran sus superiores, y como tal les debía una respuesta.
—Supongo que sonará absurdo para ustedes, pero quería demostrar por mis propios medios que lo merecía.
—¿Para qué? —inquirió Volpen de pronto.
—¿Perdón?
—¿Está acaso considerando seriamente una carrera dentro del Ejército Real, excelencia?
—Por supuesto que sí —contestó Siegil sin vacilación alguna—. No me habría esforzado tanto si no fuera así.
—Disculpe que lo pregunte así —se excusó la teniente—. Pero usted sabe mejor que nosotros que los Lores Miravist no suelen proseguir mucho en esto terminando sus estudios en la Academia. La mayoría se da por satisfecho con lo aprendido y hecho durante estos dos años, y otros a lo mucho toman un rango más… ceremonial, y se dedican a la parte administrativa. No son sus deseos salir al campo, y menos a cazar Siervos rebeldes.
Siegiel suspiró, con bastante pesadumbre en realidad.
—Lo sé… Es inusual, pero no excepcional. Ha habido precedentes de otros Miravist que se han dedicado a la carrera militar en el pasado. Mi antepasado, Garozu Maximali, apodado el Caballero Negro, fue un soldado condecorado al servicio de su príncipe y de su pueblo; casi un héroe de leyenda. El Príncipe Hollinder Presrel I renunció a su principado a favor de su hermano menor, con tal de desempeñar el papel de general al frente de sus hombres. La General Ilyrana Zinjor dirigió ella misma a sus hombres durante los mayores conflictos de la Segunda Era, obteniendo varias de las victorias más importantes…
—Conocemos los casos, excelencia —intervino McLorg, notándose que intentaba lo más posible no ser demasiado brusco al interrumpirlo—. Pero todos ellos fueron Miravists nacidos durante épocas de guerra o situaciones sociales difíciles que los empujaron a tomar el liderazgo de sus soldados, por el bien de su pueblo. Pero este no es su caso. Actualmente vivimos una era de paz, en donde no es requerido que los hijos de Alzama Molak arriesguen sus vidas por defendernos. Es nuestra labor sagrada defenderlos a ustedes.
—Respeto su punto de vista, general, pero no lo comparto —señaló Siegiel de inmediato, manteniéndose firme en su postura—. El deber del Ejército Real no debería ser proteger a los Miravist, sino a todos los ciudadanos de las Catorce Ciudades por igual; Nuitsens, Miravists y Siervos. Y soy un fiel creyente de que los Miravist en especial, por nuestra posición y poder, debemos más que nadie proteger y servir a las personas, no al revés.
El general y la teniente guardaron silencio, y se miraron el uno al otro, como si estuvieran teniendo una conversación privada con sus solas miradas; una a la que Siegiel no estaba invitado. Tras unos segundos, ambos se giraron de regreso hacia el joven cadete, de nuevo con sus actitudes afables, que de seguro no le brindarían tan fácilmente a cualquier otro cadete.
—Interesantes puntos de vista, excelencia —señaló Volpen—. No pensé que fuera de pensamientos liberales.
—Yo no me considero en realidad un liberal, señora.
—Yo tampoco lo hubiera dicho, considerando también el tema que eligió para su ensayo —indicó señalando con un dedo hacia la misma copia de su trabajo que McLorg había mostrado hace un momento.
—¿A qué se refiere? —cuestionó Siegiel con confusión.
—A que desea enfocarse en investigar a Silent Night y las Astas del Ciervo. De entrada es interesante que mientras sus demás compañeros optaran por enfoques más generales sobre lo que deseaban hacer como oficiales, usted tomara un tema bastante específico y lo investigara a profundidad. Debe interesarle bastante, ¿no es cierto?
—Algo así —respondió Siegiel, un tanto inseguro hacia donde iba esa conversación—. Aún hay mucho más por averiguar, incluyendo las operaciones y el nombre de los líderes de Silent Night. Es parte de lo que deseo lograr una vez me gradúe, como específico a detalle en mis propuestas de acción.
—¿Por qué este tema en especial le interesa tanto, excelencia? —preguntó McLorg con interés—. ¿Tanto odia a los Siervos?
—¿Disculpe? —exclamó Siegiel, casi espantado por la insinuación. Antes de escuchar eso, no había previsto que alguien pudiera interpretar su ensayo de esa forma—. No, en lo absoluto. Todo lo contrario. Yo creo fielmente en que la convivencia pacífica entre Miravists, Nuitsens y Siervos es posible. Pero no se dará mientras existan grupos radicales como estos que fomentan el odio y la separación, como… creo que comenté en mi presentación, si no mal recuerdo.
—Entiendo —respondió el general, asintiendo… pero a Siegiel no le pareció que en verdad lo entendiera.
Al parecer todo eso se trataba de dos asuntos: que siendo un Miravist estuviera buscando una carrera militar a largo plazo, y que además fuera su deseo enfocarse en algo tan específico, y quizás polémico. Escenarios y puntos que, al menos de forma general, ya había previsto que podrían darse. Al menos podía sentirse orgulloso de saber que había logrado predecirlo.
—Escuchen —comenzó a hablar de nuevo, esta vez con más firmeza en su voz, pero también en su postura—, no soy un tonto. Sé lo extraño que debe ser para ustedes que yo, siendo un Miravist, quiera recorrer esta senda, en lugar de enfocarme en tener el tipo de vida que a la que mis iguales suelen aspirar. Pero esto no ha sido una decisión tomada a la ligera, ni tampoco es un capricho. En verdad es mi deseo servir a las personas, y es a lo que quiero dedicar mi vida. Y estoy convencido que como un oficial del Ejército Real lo lograré. Sólo les pido me den la oportunidad de demostrarlo.
McLorg y Volpen volvieron a mirarse en silencio, de nuevo con su conversación privada que sólo ellos entendían. La teniente de pronto asintió lentamente, y McLorg la imitó poco después.
—Al parecer tendrá la oportunidad que tanto desea, excelencia —indicó el general, extendiéndole en ese momento su mano a la directora. Ésta le pasó un expediente que tomó con gusto, lo apoyó contra el escritorio, y usando una pluma pasó a firmarlo en la parte inferior sin más espera.
—¿Qué es eso? —preguntó Siegiel, algo desconcertado.
—Es su nombramiento oficial, Capitán Siegiel Alvis Maximali —respondió el general con total soltura, al tiempo que le regresaba el expediente a la teniente.
Siegiel se sobresaltó, totalmente azorado por lo que acababa de escuchar.
—¿Capitán? ¿Acaso dijo… capitán? —masculló con incredulidad—. Creí que a lo máximo que se podía aspirar haciendo el examen era a cabo o sargento.
—Su trabajo ciertamente impresionó a todos, excelencia —respondió Volpen, mientras le echaba un vistazo al documento ante ella. Luego lo colocó en el escritorio, en un punto más cercano a Siegiel para que pudiera tomarlo—. Dada su labor e historial, todos acordaron que no había forma de que empezara en un rango inferior a éste.
—Y… porque soy un Miravist, ¿cierto?
—Capt. Maximali —comentó McLorg con algo de severidad, levantándose de su silla para pararse a su lado. La diferencia de tamaño entre ambos era impresionante—. Déjeme le doy un sabio consejo, ahora que está por comenzar su carrera militar. —Se inclinó entonces en su dirección, y colocó una de sus grandes y pesadas manos sobre su hombro izquierdo—. Usted es un Miravist, y lo será toda su vida. Si en verdad quiere ayudar a las personas y hacer la diferencie, deje de repudiar los beneficios y ventajas que el ser lo que es le da. En su lugar, aprovéchelos.
Aquello resonó fuertemente en Siegiel, e hizo que tambaleara toda la decisión que había tenido hasta ese momento sobre querer lograr sus cometidos sin recurrir al hecho de que era un Miravist. Pero el general tenía razón: no podía cambiar lo que era.
—Sí, señor —le respondió Siegiel con firmeza, ofreciéndole al instante el saludo militar.
McLorg asintió, satisfecho.
—Una última cosa —agregó el general—. Silent Night sigue siendo asunto de la Policía Civil en cada una de las ciudades en las que ha habido actividad de este grupo. Su investigación es impresionante, pero no bastará por sí sola para cambiar eso. Si quiere dedicar su carrera a investigar este asunto, tendrá que convencer a su próximo general de alegar por usted ante el Comisionado de Justicia y Seguridad, y que les delegue el caso. Y le advierto que eso no será fácil, pues aunque usted sea un Lord Miravist, el oficial que será su superior le sirve directamente a un Príncipe Miravist. Está de más decir a quien obedecerá entre esta persona, y usted.
—Lo entiendo —respondió Siegiel sin titubear—. Gracias, señor.
El general volvió a asentir como señal de despedida. Hizo lo mismo hacia la teniente, y sin decir nada más se dirigió a la puerta. Tanto Siegiel como Volpen guardaron silencio, hasta que sólo quedaron los dos en la oficina. La teniente se puso de pie en ese instante; en sus manos sujetaba otro expediente.
—Aquí está su asignación —indicó a continuación, extendiéndole el expediente. Siegiel se apresuró a tomarlo, y de paso también el de su nombramiento oficial—. Será enviado a la base de CourtRaven, al mando del General Bret Shirats.
—CourtRaven —repitió Siegiel en voz baja, mientras echaba un vistazo a la primera hoja del documento que le habían indicado.
—Es una de las ciudades que solicitó, ¿no es cierto? —inquirió la teniente.
—Así es —respondió Siegiel, pensativo. CourtRaven era una de las tres ciudades en las que se había reportado recientemente la presencia de Silent Night, y la que más era nombrada en todos los reportes que leyó al respecto. Estaba de suerte—. Muchas gracias, señora —exclamó con firmeza, parándose derecho y dándole el saludo también—. Aceptaré esta encomienda con honor. Sólo… una cosa más —masculló con un poco menos de convicción—. Como capitán, entiendo que puedo elegir o recomendar a mi personal a cargo, ¿cierto?
Una sonrisita socarrona se asomó en los labios de la teniente.
—Déjeme adivinar, Hargan y Arkansas, ¿cierto? ¿Desea que sean enviados a CourtRaven también como sus subordinados?
—Si eso no causa muchos problemas…
—Excelencia… —susurró Volpen, sonando de hecho casi divertida—. Le recuerdo que ahora usted es capitán, y yo teniente. Su petición, es de hecho una orden para mí.
Siegiel se sobresaltó, sorprendido. Su cerebro no había alcanzado a procesar ese pequeño, pero importante, punto.
—Esa no era mi intención —recalcó Siegiel, preocupado.
—Lo sé. Pero tendrá que acostumbrarse. Me encargaré mañana mismo del papeleo correspondiente. Mientras tanto, si es tan amable, encárguese de avisarle a los nuevos Cabos Hargan y Arkansas de su nueva asignación.
—Sí, señora… —exclamó Siegiel, y se dispuso se inmediato a ofrecer el saludo, pero Volpen lo detuvo con un ademán de su mano.
—No —susurró la teniente con seriedad. Luego, la misma mano que había alzado para detenerlo, la dirigió hacia su propia frente, ofreciéndole ahora ella el saludo a su superior—. Para servirle, señor.
Siegiel se sintió un tanto avergonzado por esto, pero lo aceptó con un pequeño asentimiento de su cabeza. La teniente tenía razón; tendría que acostumbrarse.
— — — —
Pasados los últimos trámites en la Academia, incluyendo su ceremonia de graduación, el Capt. Maximali y sus dos nuevos ayudantes estaban listos para embarcarse en su nueva aventura. Partieron al día siguiente de la graduación, muy temprano por la mañana, montados en un tren a vapor de última generación rumbo al norte; hacia la ilustre ciudad de CourtRaven. Si todo salía bien y no había contratiempos, estarían allá a media tarde. Mientras tanto, sólo quedaba esperar, relajarse un poco, y estudiar; en especial eso último, en el caso de Siegiel.
Cuando aún no había pasado ni na hora de su viaje, el joven capitán se encontraba sentado en uno de los dos asientos a lado de la ventanilla, con las piernas cruzadas. Los otros asientos se encontraban en esos momentos vacíos, pues sus dos acompañantes habían ido al vagón comedor por algo de café, y en su caso un té relajante.
El joven capitán sostenía frente a su rostro un libro abierto, el cual leía atentamente ayudado por la buena luz de la mañana que entraba por la ventana. El libro era sobre la historia militar y social de la región norte, principalmente de las ciudades de NightRequiem, ThreeLions y, la que más le interesaba, CourtRaven. Había investigado bastante de la historia de las tres durante la preparación de su ensayo, pero se había limitado a los últimos cincuenta años, en torno al incidente de las Astas del Ciervo. Ahora le interesaba descubrir y saber sobre los acontecimientos de más atrás; al menos los que los autores consideraban los más importantes.
Su lectura fue interrumpida de manera inesperada, cuando algo diferente captó su atención por el rabillo de su ojo izquierdo. Desde la fila de asientos al otro lado del pasillo, un par de ojos verdes lo observaban, asomándose tímidamente por encima del reposabrazos. Era un pequeño niño Lycanis, de orejas cafés puntiagudas y rostro redondo. En cuanto Siegiel se giró en su dirección, el niño respingó, e intentó ocultarse tras el reposabrazos, sin mucho éxito.
El Miravist sonrió, divertido. Alzó una mano, ofreciéndole al pequeño un sutil saludo, mismo que éste le regresó, aunque de forma mucho más tímida.
—Cariño, estate quieto —musitó con cuidado la mujer sentada a lado del niño, una Lycanis con ojos y orejas bastante parecidas a la del muchacho, y con un vestido casual color rosado. Colocó una mano en el hombro del pequeño, y lo atrajo con suavidad hacia ella—. Discúlpelo por favor, excelencia —musitó la mujer, nerviosa, agachando la cabeza con sumo respeto—. Mi hijo nunca había tenido la oportunidad de ver tan de cerca... a alguien como usted....
La mujer volvió a agachar la mirada, quizás temerosa de haber dicho algo indebido, o de la forma incorrecta. Indudablemente su hijo no era el único que no había estado antes tan cerca de un Miravist.
—Descuide —le respondió Siegiel con voz tranquila, sonriéndoles. Cerró entonces su libro, y se desplazó hacia el asiento a un lado del suyo para estar un poco más cerca. Fijó su atención en el pequeño, que instintivamente pareció querer volver a esconderse—. No te doy miedo, ¿verdad?
El niño alzó su rostro lentamente, contemplando el rostro del joven capitán con mucho detenimiento. Y tras varios segundos de análisis, pronunció con una vocecita aguda, y desbordante de curiosidad:
—¿Por qué no tienes nariz?
—¡Jimmy! —exclamó su madre, exaltada—. Discúlpelo, ¡por favor! No sabe lo que dice —añadió, sonando casi desesperada, abrazando al instante al pequeño contra ella.
Esa reacción pareció desconcertar un poco a Siegiel. ¿Temía acaso que les fuera a hacer algo por un comentario tan inofensivo como ese? ¿Qué imagen tenía acaso de los Miravists?
Intentó no tomárselo a mal, y en su lugar volvió a sonreír, despreocupado.
—No se preocupe, en serio —le aclaró con amabilidad. Luego centró su atención de nuevo en el muchacho, que al parecer se llamaba Jimmy—. Sobre tu pregunta, ¿por qué no mejor me dices tú por qué tienes orejas peludas?
—¿Mis orejas? —preguntó el chiquillo, un tanto confundido. Por reflejo alzó sus dos manos, tomando las dos orejas de lobo que sobresalían de su cabeza—. Pues, ¡es que así nací! —explicó con sencillez.
—Bueno, pues es lo mismo —indicó Siegiel—. Yo también nací así. Pero la realidad es que sí tengo una nariz, sólo que es más pequeña que la tuya. ¿Ves?
Inclinó entonces el rostro en su dirección, y señaló con un dedo hacia el centro de su propio rostro. Jimmy lo miró con curiosidad, inclinándose también hacia él para verlo de más cerca. Y efecto, sí que se veían dos orificios nasales ahí mismo, aunque eran poco apreciables al menos de que los buscaras.
—Ya no molestes a su excelencia, Jimmy —susurró su madre como ligero regaño, mientras lo tomaba de los hombros y lo hacía volver a sentarse bien en su asiento.
—No me molesta —aclaró Siegiel con tono afable—. ¿También se dirigen a CourtRaven?
—Ah, sí… —respondió la mujer nerviosa, asintiendo lentamente—. Vamos a visitar a mi abuela… ¡Digo!, ¡a mi madre...! A su abuela... de él... —señaló en ese momento al pequeño a su lado, para que quedara aún más claro lo que intentaba decir—. Lo siento...
—Deseo entonces que Alzama Molak los cuide, y que el resto de su viaje sea tranquilo —les dijo Siegiel, ofreciéndoles además una respetuosa reverencia con su cabeza—. Y por consiguiente el nuestro también, por supuesto.
—Gracias, excelencia —pronunció la mujer con ahínco, agachando de nuevo la cabeza, y con una mano haciendo que su hijo lo hiciera igual.
El Miravist les regaló una última sonrisa, antes de volver a su asiento, y a su libro.
No tuvo mucha oportunidad de retomar su lectura, pues sus dos amigos ingresaron al vagón unos segundos después, cada uno con su respectiva taza de café, y en el caso Aruel traía adicionalmente la taza de su amigo, y ahora superior.
—Siegiel, digo, Capt. Maximali —pronunció Aruel mientras se acercaba a sus asientos—. No tenían té con esencia de frambuesa, pero aquí está uno que tiene flor de naranja.
—Suena bien. Te lo agradezco, Aruel —le respondió Siegiel, y al momento dejó su libro de lado, y tomó con cuidado la taza que le extendía. Sopló un poco para amortiguar el peligroso calor que emanaba de él, y luego le dio un pequeño sorbo—. Está muy bueno, gracias.
Aruel asintió, y tomó asiento delante de él, con su taza de humeante café en las manos, a la cual también le sopló antes de beberla, aunque con bastante más intensidad.
—¿Y Nikam? —preguntó Siegiel al notar que su otro compañero no llegaba.
—Venía detrás de mí —indicó Aruel, y se alzó de su asiento para ver por encima del respaldo. No tardó en divisar a su amigo, unas cuatro filas detrás, de pie en el pasillo, con un brazo apoyado en un asiento, y su cuerpo inclinado hacia su ocupante: una chica bonita, por supuesto—. Ahí está, haciendo lo que hace como siempre —señaló el Lycanis con un pequeño suspiro, y pasó a beber de su taza, quemándose un poco la lengua al instante.
Nikam no tardó mucho en terminar su plática con la chica desconocida, y reanudar el avance hacia sus asientos.
—Ya me está gustando este viaje —declaró con una sonrisa de oreja a oreja. Se sentó en su asiento, con la taza en una mano—. ¿No opinas lo mismo, Siegiel?
—Más respeto —le reprendió Aruel, entre dientes—. Ahora debemos llamarlo capitán, no lo olvides.
—Sí, es verdad. Disculpe usted, Capt. Maximali.
—Pueden seguir llamándose Siegiel cuando estemos solos —les aclaró Siegiel con calma—. Y en panoramas más informales como éste.
—Sí, señor —respondieron los dos al mismo tiempo, ofreciéndole al instante el saludo. Siegiel presintió que lo hacían mitad en serio, mitad en broma.
Entendía que para ellos sería difícil acostumbrarse a que su amigo era ahora su superior, pero esperaba que lo hicieron pronto. No podían mostrarse tan indisciplinados en presencia de su nuevo general, en especial si quería convencerlo de apoyarlo en su proyecto con Silent Night.
Los tres recién nombrados soldados se quedaron en silencio un rato, mientras cada uno degustaba su bebida. Siegiel se perdió un rato contemplando el paisaje por la ventanilla. Ya hacía un rato que habían dejado atrás a HelioPolis, y a sus granjas y pequeños poblados circundantes. Ahora sólo se veían montes altos y prados boscosos hasta donde alcanzaba la vista.
La verdad es que Siegiel no solía pensar mucho en la vida alejada de las Catorce Ciudades. Sabía cómo todos que había pequeños poblados bajo la jurisdicción de nobles menores, que respondían de manera indirecta a algún príncipe Miravist; en especial cerca de las vías que interconectaban todos los principados. Pero, ¿qué había en esas zonas vacías del mapa en donde no había ninguna vía o carretera, y que no tenían ningún nombre escrito? O aún mejor, ¿qué había aún más allá, detrás de las montañas y los mares?
Con todo lo que había estudiado sobre la historia de las Catorce Ciudades, a veces le extrañaba que después de tantos siglos nadie hubiera querido echar un vistazo más allá, poblar más esas zonas, o incluso fundar una quinceava ciudad en algún lado. Sabía cómo todos que era en gran parte por la tradición que dictaba que Alzama Molak había bajado del cielo con sus catorce hijos, y a cada uno le había regalado esos pedazos de tierra que ahora eran sus ciudades. Pero no estaba del todo convencido si ese era motivo suficientemente para que se quedaran sólo así. Aunque como Miravist, él menos que nadie podía darse el lujo de cuestionar esas cosas en voz alta.
Y de todas formas, Miravist o no, ¿qué sabía él? Apenas era un chiquillo graduado de la Academia. Quizás todo tenía su motivo de ser; quizás catorce era el número adecuado; quizás más se volverían imposibles de controlar.
Nikam soltó un largo bostezo de pronto, y se estiró en su asiento lo más que el reducido espacio de éste le permitió.
—¿Cómo cuánto nos falta para llegar? —preguntó con voz adormilada.
—El viaje desde HelioPolis a CourtRaven suele tomar entre diez y doce horas, dependiendo de las paradas y del clima —le informó Siegiel con naturalidad. Y fue evidente al instante que no era para nada la respuesta que su amigo esperaba.
—¡¿Doce horas?! —exclamó Nikam, azorado—. ¿Y vamos a pasar todo ese tiempo aquí? ¿En estos asientos?
—Sería recomendable que te pares a estirar las piernas al menos una vez cada dos horas —respondió Siegiel, bastante más tranquilo.
—¿Y no pudimos al menos viajar en alguno de los camarotes privados y más cómodos?
—Me lo ofrecieron cuando compré los pasajes estándar, pero lo rechacé.
—¿Por qué hiciste eso? —le recriminó Nikam, incrédulo.
—Ya sabes que al capitán… digo, a Siegiel, le gusta ser tratado como si fuera una persona normal —intervino Aruel en ese instante.
—Pero no lo es. Aunque no fuera un Miravist, ahora es un capitán. No debería viajar así.
—Los puedo oír, ¿saben? —masculló Siegiel, mientras seguía contemplando el paisaje por la ventanilla, y bebía con cuidado de su taza.
Los tres volvieron a quedarse en silencio. Siegiel no tardó mucho en terminar su té, y casi como si lo hubiera estado esperando, al instante apareció una camarera con un carrito, y se ofreció a llevarse la taza vacía. Siegiel se la entregó con gusto, y al instante se propuso a volver a enfrascarse en su lectura. Lamentablemente, no pudo avanzar mucho.
—Hey, Siegiel —exclamó Nikam para llamar su atención, y él lo volteó a ver, apenas separando lo necesario su mirada del libro—. ¿Qué tanto conoces de CourtRaven? Cuéntanos.
Siegiel meditó un poco sobe la pregunta. ¿Qué tanto conoc��a de la ciudad a la que se dirigían? Poco o mucho, dependiendo de quién lo escuchara. Cerró entonces con delicadeza su libro de nuevo, y lo posó sobre sus piernas.
—Nunca he estado en CourtRaven —le respondió—. Sin embargo, sí conozco algunas cosas, en especial gracias a mi investigación de Silent Night. Es de momento la más grande de las Catorce Ciudades, con veintiocho distritos en total. Es, por lo mismo, de las más pobladas. Es también de las más prosperas, albergando algunas de las casas nobles más ricas de la región norte. En lo que respecta a la conformación de su Consejo de Nobles, es de los pocos casos en donde las facciones liberales y conservadoras se encuentran, hasta cierto punto, equilibradas.
Siegiel hizo una pausa, y desvió entonces su atención hacia la ventanilla, perdiéndose un poco en el pasar del paisaje a toda velocidad ante sus ojos. Su semblante y voz adoptaron un sentimiento mucho más serio.
—Por otro lado, hay algunos rumores menos favorables, que hablan de que es la ciudad en la que el crimen organizado ostenta más poder. Incluso se dice que algunas familias criminales controlan por completo varios distritos, aunque sea por debajo del agua. Es como un secreto a voces; algo que todo el mundo dice, pero nunca se comprueba. Las autoridades, sin embargo, niegan totalmente que la situación sea tan así. Será un tema a tener en consideración en nuestras próximas labores…
—Sí, todo eso es muy interesante —le cortó Nikam con dejo exasperado—. Pero, ¿qué me dices de las chicas?
Siegiel se giró rápidamente hacia él, su expresión totalmente inundada en confusión.
—¿Las… chicas?
—¡Sí! —insistió Nikam, y sus ojos parecieron casi brillar en ese momento—. Algunos con los que hablé en la Academia antes de irnos, me dijeron que las chicas de CourtRaven son las más preciosas y “amables” de las Catorce Ciudades; si entiendes a qué me refiero.
El joven Miravist permaneció en silencio, totalmente perdido en cómo se suponía que debería responder a eso.
—Nunca había oído eso —intervino Aruel en ese momento, curioso.
—Porque no conoces las mismas fuentes que yo —le susurró su amigo con tono de complicidad, guiñándole un ojo.
Siegiel se aclaró su garganta, y se sentó derecho en su asiento.
—Yo… como dije, nunca he estado en CourtRaven. Así que… no sabría cómo resolver tu duda.
—Y aunque hubiera ido, igual no podría —señaló Aruel—. Recuerda que Siegiel es muy correcto.
El ceño del capitán se frunció notablemente con molestia. ¿Por qué siempre que decían eso no se sentía que lo estuvieran haciendo como un cumplido?
—Bueno, como Miravist al menos debes conocer a la Princesa Heredera, ¿no? —inquirió Nikam, aún más curioso e interesado que antes—. Alguien me dijo que es la más hermosa de todas las Ladies Miravist actuales.
Aquella pregunta sí que destanteó un poco a Siegiel, incluso más que la anterior.
—¿Hablas de la princesa Ashraf? —preguntó, pensativo—. En realidad no la conozco personalmente. Me ha tocado ver algunas veces a sus padres, el príncipe Nishnael II y la princesa Azareth Kurtvains, pero nunca he coincidido con ella en alguna reunión o evento. Las personas dicen que es un poco reservada, y casi nunca sale de CourtRaven.
—Vaya, me pregunto si tendremos la oportunidad de conocerla —susurró Nikam con voz soñadora. Apoyó su rostro contra su mano, y se giró a mirar fijamente el firmamento por la ventanilla a su lado—. Me encantaría poder charlar con una princesa de verdad.
—Sí, como si una princesa Miravist pudiera hacerte caso —indicó Aruel con dejo burlón.
—Hey, no aspiro a cortejarla ni nada. Pero con que sólo me mirara y me sonriera tendría suficiente.
Siegiel carraspeó, sintiéndose notablemente incómodo por la conversación.
—Mejor enfóquense en nuestra labor —les indicó con algo de severidad en su tono—. Tenemos que dar una buena impresión desde que lleguemos, y para eso no podemos distraernos.
—Lo que usted diga, capitán —pronunciaron los dos al mismo tiempo, ofreciéndole el saludo. Y de nuevo ninguno se esforzó demasiado en disimular que lo hacían con cierto humor en su actuar.
Siegiel suspiró. Definitivamente sería complicado que sus amigos se tomaran todo eso con seriedad, pero no podía recriminarles; sabía justamente cómo eran, y aun así los quiso ahí con él. Pese a todo eso, confiaba en ellos, y sabía que estarían ahí para él en cuanto los necesitara. Y ese tipo de confianza era difícil de obtener.
Finalizada la conversación, al menos de momento, tomó de nuevo su libro y se dispuso a retomar ahora sí su lectura, sin interrupciones. Las siguientes horas pasarían un poco lentas, pero al final llegarían a su destino sin mayor contratiempo.
La gran ciudad de CourtRaven los esperaba, pero quizás no del todo con los brazos abiertos.
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 12

CHAPTER 12
Kat and Boom took the Krybot parts back to the lab and divided these between the two to review and catalog, noting any details that might give them some clue as to how more than twenty of these Troobian robots had gotten past their defenses. And, perhaps, some way to discover how many more might already be on Earth.
Each one sat at their respective workbenches, dismantling and inspecting each part, from the largest to the smallest screw. The S.P.D. had already fought with Krybots in the past, such as during the invasion of Sirius and, more recently, during the fall of Merlandia. In the Central Command database, they had detailed reports on the Krybots from those and other invasions, which they used to compare and confirm that they were indeed the same type of robots. And, at least for now, they seemed to be... but some small details didn't quite match up.
Although she tried to focus as much as possible on her current task, the truth was that Kat felt a bit distracted. She'd always been able to concentrate easily, even in high-danger and stressful situations. She hoped it was one of those two things that was distracting her, but it was actually something else: their two newly arrived prisoners.
She tried to remain objective about the matter, but the truth was, she did feel responsible for those two, just as the Commander had hinted on more than one occasion. Especially for Jack, considering what had happened with his parents… If she had been there for him when he needed someone, maybe he wouldn't have ended up in that lifestyle. Perhaps he could have taken a different path; maybe he could even have attended the Academy there, becoming a cadet like Sky and the others. But it wasn't worth racking her brains over it now; what was done was done. Now, she could only, as the Commander had rightly said, allow them to make that critical decision on their own.
"Hey, Kat," she heard Boom suddenly say behind her, barely breaking her thoughts. "Something's not right."
"None of this is right, Boom," Kat replied in an absent voice.
"Yes, but this is what I mean. Look."
Kat took a deep breath through her nose, looked away from the piece she was currently examining, and turned to her assistant. Boom had a small piece between his fingers, holding it next to his monitor. Kat slid her chair toward him so she could sit next to him and see what he was trying to show her.
"I've been comparing the recovered Krybot parts against the S.P.D.'s database of Troobian Krybots, just like you asked. But... Well, some pieces don't match. Like this one," he emphasized, handing her the piece he was holding: a copper-finished, L-shaped piece of metal. "It's a wedge that fits into the forearm joint. But look at the one in the database."
He placed the piece back next to the monitor, comparing it with a larger image from the database. Kat leaned forward, quickly scanning both pieces with her eyes. It took a while, but she managed to notice what Boom was trying to tell her.
"They're similar; they serve the same purpose," Boom said urgently. "But..."
"But their design is different," Kat concluded, exactly the same thing her assistant was trying to tell her. The differences were minor but present. There was no way they were from the same manufacturer or even the same material. "How did you notice?" Kat asked, curious.
"I identified it because I replaced the same one the last time I serviced R.I.C."
"You used one just like this?" Kat asked, incredulous.
"Yeah, look…"
Boom stood up and walked over to one of the workshop shelves, from which he took a box full of spare parts. He rummaged through it for a while until he found what he was looking for: another wedge, apparently the same shape and color as the other. Boom brought the two pieces closer to him, and Kat looked at them side by side. She realized they weren't just similar...
"They're the same piece," she pointed up, surprised. "When did you get this one?" she asked urgently, holding out the one Boom had taken out of the box. Boom thought for a moment, nervously moving his fingers together as he tried to remember.
"Like… two weeks ago?"
Kat looked again at the two pieces in her hands. Her brow furrowed as she tried to make sense of what she was seeing. Those Krybots were supposed to come from somewhere far outside the Galaxy; perhaps they could even have been part of the invasion force from Merlandia. How was it possible that one of them had the same kind of piece that Boom had acquired back on Earth two weeks ago?
At least…
An idea was beginning to take shape in Kat's mind, but it needed more elements to fully form.
"Now that you mention it, I also noticed something suspicious that caught my attention," Kat said, somewhat agitated. She stood up from her chair and returned to her workbench. She put the two wedges aside for the moment and picked up the piece she'd been inspecting before Boom spoke to her. It was a small, rectangular box made of stainless steel, with wires protruding from the top. "Look at this," she said, indicating to her assistant and handing him the device.
Boom approached, and he only had to watch it for a few seconds to identify him.
"A multiple power regulator?"
"It seems so," Kat said, nodding. "But look at this."
She then pointed to the side of the device. Boom leaned over to look. Across the smooth, metallic surface was a long, dark stripe, a burn made with some kind of blowtorch or high-temperature ray to melt the metal. It wasn't the first time either of them had seen something like this.
"They erased the model and serial number," Boom said, surprised.
"That's right," Kat confirmed, nodding. "Also, I feel like I actually saw one just like this somewhere else recently, but I can't remember where."
"Oh!" Boom exclaimed suddenly, excited. "I know! I know!"
Boom practically ran back to his computer and began typing rapidly. Kat followed close behind, a little more cautious though eager to see what had caused that reaction in him.
"Remember the robot that attacked in Kamchatka?" Boom commented as he continued typing. "The one that the A-Squad defeated?"
"The one that was trying to make all the volcanoes in the Volcanic Circle erupt at once, of course," Kat replied, nodding. She remembered it, not only because it was a heart-stopping experience but also because it was the mission right before the Supreme Commander told them they had to form their B-Squad.
Boom went on to explain what he was trying to say.
"Among the parts we recovered from that robot, there was a multiple power regulator very similar to that one, look." He opened one of the photographs from the mission file, which showed a metallic square quite similar to the one in his hands at that moment. "Although, of course, larger, for a much larger robot. But I think the model could be the same or similar."
"You're right, Boom," Kat concluded, amazed, comparing both devices. The specifications seemed the same; even in the photograph, their identifiers were erased from the side. "It's the same device. They're definitely from the same manufacturer. But..."
She was silent for a few moments as the last pieces fell into place in her head.
"Both are clearly of Earthly manufacture… Boom!" she blurted out loud, making the technician jump in surprise. "Do you know what this means?" she asked, sounding strangely excited as she did so.
"Yes!" he said aloud, somewhat mimicking her emotion. Then, he seemed to hesitate for a moment and think better of it. "Well... sort of?"
Kat was about to explain, but at that moment, the lab doors opened, and above Boom's monitors, she managed to see the person entering: an alien man in a green coat with a face with marked feline features and orange fur.
"Good afternoon, Dr. Manx," the newcomer greeted her politely, walking towards them with a calm gait, his hands in the pockets of his lab coat.
"Dr. Felix, what brings you to my lab?" Kat asked, curious. Her visitor was the head of the base's medical department, or, in other words, the person responsible for ensuring that all officers, cadets, and support staff were healthy and, preferably, alive as well.
"I'm sorry to interrupt like this," he apologized. "But I was coming to pick up Boom. We had an appointment this morning to remove his cast, but he didn't show up."
"Boom, did you have an appointment with Dr. Felix?" Kat asked her assistant, sounding scolding. "Why didn't you tell me?"
The technician blushed, embarrassed.
"I think I forgot," he replied with a smile. "It's just that with all the work, the B-Squad Morphers, and then the Krybots..."
"None of that is an excuse to neglect your health," Dr. Felix reprimanded him sternly.
"I agree," Kat settled emphatically. "Go on. I'll finish checking this."
"Okay," Boom muttered, uncertain. "But weren't you going to tell me what this means?"
"I'll tell you when you get back. Go on, go."
Resigned, Boom left his work area and followed Dr. Felix toward the door. The two left, leaving Dr. Manx alone in her lab.
Kat moved her chair back to her work area and sat down in front of the remaining pieces to be reviewed and cataloged. She let out a long, weary sigh and rubbed her face a little. The theory she'd just formulated seemed quite plausible, but she needed a little more evidence to support it before sharing it with the Commander. So she'd have to keep looking to see if she found any other pieces that stood out, like the two they'd already identified.
But once she was alone and the excitement of the discovery had subsided, her mind returned to the thoughts that had been troubling her until recently. She then turned to the monitor on her desk. She stared at the black screen for several seconds before deciding to do what she'd been thinking about for a while, and now being alone gave her the opportunity.
"Computer, show me the camera in Cell 2 of Block 44," she said aloud, and the computer responded to the voice command. The monitor turned on, displaying exactly what she expected to see: the interior of Cell 2.
In the image, she saw Elizabeth lying on the hard gurney, her arms pillowed behind her head, in a supposedly comfortable and indifferent pose. However, her situation certainly didn't lend itself to it. For his side, Jack was crouching beside the cell bars, apparently trying to somehow tamper with the electronic lock to open them.
Instead of being bothered by it, Kat smiled, perhaps a little more amused than she should have been. The boy had a tough spirit to break; she could see that. Just like his father. If he went down the right path, there might be a chance he could become an extraordinary Power Ranger, the kind his new B-Squad needed. However, there was also the possibility that his presence would cause more problems than it would solve, given the impending events.
But for either possibility, only time would tell the truth.
Suddenly, she saw the bars open, and Kat jumped slightly, briefly believing Jack had succeeded. However, that thought was shattered when she saw the tall, burly figure that burst through the cell door, causing Jack to instantly step back and Elizabeth to hurriedly sit down on the gurney. Clearly, neither of them recognized him, but Kat certainly did.
She thought for a moment about turning off the monitor to stop watching, but curiosity won out.
"Computer, turn on the audio."
— — — —
Jack quickly stepped back, raising his fists in the air, staring fiercely at the tall, imposing being who had entered the cell. Reflexively, Z also stood beside him, though with a less belligerent attitude than his friend.
"And who are you?" Jack asked sternly.
The creature stopped a few steps in front of the cell gate, which closed behind him as soon as he entered. He stood with his back straight, his hands clasped behind him in a perfect martial pose.
"The best friend you have in this place," he replied in a deep but calm voice. "So I recommend you put down those fists, young man."
"Better not."
"Jack," Z muttered through gritted teeth. "You'd better listen to him."
The boy hesitated for a few seconds but then slowly lowered his fists. He was no longer in an attack position, but his posture was still aggressive and alert.
"Much better," said the blue-skinned being, with a head shaped much like a large dog's. "I am Commander Anubis Cruger, head of the S.P.D. on Earth."
That information relaxed them a little, although it also brought them another kind of concern.
"Oh, so you're the big boss around here, huh?" Jack muttered. "All right, because I want my call."
"We're not the Earth police," the Commander replied seriously. "That means we don't abide by the same rules."
Jack snorted in disbelief.
"What an excuse to trample on civil rights."
"Jack, will you shut up?" Z chided him, somewhat exasperated.
"No, please," Cruger intervened, raising a hand. "If there's one thing I've always admired about the human spirit, it's how it tends to flare up in the face of injustice."
"Well, it's good of you to mention that," Jack replied, "because this," he raised his arms at that moment toward the cell they were in, "all of this, it's an injustice. Everyone says the S.P.D. is in charge of fighting criminals and terrorists who threaten the peace of the entire world. But look at you now, chasing down and locking up two common criminals who were only stealing a little food and clothing for the poor."
"As you know better than I, the Earth police were unable to apprehend you two, given your unique abilities," the Commander explained. "That's why the case was directed to us, given our greater experience in dealing with this kind of situations."
"What kind of situations? With freaks?" Z asked, unable to hide the slight acidity in his tone.
"Well, anyway, it was an outrage to me," Jack added, standing firm in his stance.
"Regardless of the motive, stealing is a crime," Cruger said. "And you committed several of them."
"Listen," Z said in a much more conciliatory tone, taking a firm step toward him, "we know what we did was wrong, but we didn't do it out of ambition or malice. In truth, our only goal was to help people. I don't know if you know this, but the streets are filled with homeless people, including alien refugees who have no support from anyone on this planet."
"I understand your motivations more than you think," Cruger confessed. "And not only that, I might even applaud them. But that wasn't the right way to help those people. And, as I said, stealing is still a crime, regardless of the reason. You've been on the wrong path for too long, and sooner or later, it could only lead you to one place: here."
He raised his arms, pointing with them also towards the same cell in which they were.
The two prisoners remained silent. They glanced at each other as if waiting for someone to offer a counter argument, but neither dared.
"Okay, fine," Jack said with a long, resigned sigh. "You caught us. So what's next?"
"That will depend on you."
"What do you mean?" Z asked, confused.
"If you decide you want to continue down the path of crime, the paperwork is almost ready for you to be transferred to the police headquarters, and from there to the police cells to await trial, and then to prison."
"For stealing a little food and clothes?" Jack exclaimed, even laughing a little in amusement. "Please, at most, we'll get community service."
Cruger slowly shook his head.
"I'm afraid you don't realize the extent of the trouble you've gotten yourself into. The total amount you've stolen over the last five years amounts to approximately $5 million."
"What?!" Jack and Z exclaimed in unison, their horror overwhelming.
"Under Earth law, I understand you'd be charged with grand theft," Cruger added. "That's several years in prison if I'm not mistaken."
"Hey, wait a minute," Jack snapped defensively. "That can't be true. There's no way those things were worth that much. Those companies must be inflating their losses to scam the insurance companies."
"It's a possibility but difficult to prove. And it doesn't negate the fact that all those items were stolen."
"We don't want to go to jail," Z lamented, genuinely worried by now. "Please, we never hurt anyone."
"Given the current situation, that's the most likely outcome. However, there may be another alternative: a different way to repay your debt to society."
Jack and Z looked at each other, intrigued and confused by such a sudden comment.
"What are you talking about?" Jack asked cautiously.
"As you've said, our purpose here at S.P.D. is to defend Earth from any threat, small or large, external or internal, that threatens the peace and integrity of the planet and its people. Here at these facilities, the officers charged with precisely that task are trained. And there's always room for those with sufficient potential. And it's my opinion that you have that."
"Wait, what?" Z exclaimed, quite confused. "Are you asking us to become police officers?"
"Not just any police officers; Space Patrol Delta officers," Cruger emphasized firmly. "And not just any kind of officer, either. I assume you've already met Cadets Tate, Drew, and Carson."
"The three stiffs who arrested us?" Jack replied mockingly.
"They are part of the newly formed Power Rangers B-Squad, our planet's second line of defense. And they're missing just two members."
Jack and Z remained silent for a few moments, their heads trying to make sense of what they had just heard. They even waited for the man to say something more to explain himself better, but he didn't. What he said seemed to be precisely what he wanted...
"Wait a second there, please," Z muttered hesitantly. "Let's be clear. Are you asking us both to become… Power Rangers? Us?"
"Wake up, Z," Jack exclaimed ironically. "He's just messing with us. Maybe he's not even a Commander. Maybe he's a janitor who borrowed that costume just to play a joke on us."
Rather than being annoyed, Cruger seemed amused by the witty comment. A small, subtle smile even appeared on his lips for a second.
"I assure you this uniform is very real," he replied. "And I don't have a good enough sense of humor to make a joke like that."
Jack crossed his arms, his skepticism still intact.
"So you really want us to believe you're suggesting two street thieves like us become Power Rangers?"
"Why not?" Cruger replied matter-of-factly.
"Why not? Come on, man. Let's be serious. Didn't you say you trained agents here to protect the world? Why us and not any of them, who are obviously more trained and have fewer crimes on their record?"
"Training is important, of course," the Commander indicated. "But it can be taken at any time, and anyone can catch up with the proper effort and dedication. And there are things that training and preparation don't give you."
Cruger was silent for a moment, pondering his following words. But he didn't have to think about it for long, because someone had already told him exactly the idea he wanted to convey that evening, while they were dining and talking in that café.
"Long before the S.P.D. even existed, the Power Ranger teams that emerged from this planet and many others weren't made up of the most highly trained or prepared individuals, but rather ordinary young people with ordinary lives, but who were brave, noble, and strong inside. Young people who, when someone was needed to stand up to evil, were willing to step up and risk their lives to defend their planet and those they loved. And that alone was enough for them to defeat the worst threats the Universe threw at them. That strength, that nobility of heart, isn't something training can give you. In your case, although both of your actions were wrong, they were motivated by a righteous desire to help people. Not to mention that despite having no formal training, you managed to hold your own against three of my cadets and a group of unknown combat robots. You both have great potential, one I'd be happy to guide down the right path."
Jack and Z listened intently to the man's words. Their expressions were somewhat indecipherable, but it was clear that it hadn't fallen on deaf ears. Each of them, in their own way, seemed to be digesting it, also trying to decipher how it made them feel. And this last bit certainly appeared to be a rather complicated internal battle.
"Is this a real proposal?" Z asked, still feeling somewhat unsure.
Cruger responded simply by nodding slowly. It was a real proposition in every sense.
"But in the end, the decision is yours," the Commander emphasized.
"Are you really?" Jack asked. "Either we choose to be his Power Rangers, or we go to jail? It doesn't seem like we have much of a choice, does it? Do you at least have the authority to keep us from going to prison if we accept your proposal?"
"Under the Galactic Alliance's bylaws, in times of crisis that potentially threaten the planet's survival, the acting Commander of the S.P.D. has the authority to impose decisions and sanctions above local law, provided their actions are in favor of protecting the planet."
The two prisoners were startled to hear him say that, especially by one specific part, the most worrying one.
"Did you say... a crisis that threatens the planet's survival?" Z asked doubtfully.
"What crisis?" Jack added in a similar vein.
"That's classified information," Cruger replied calmly. "But I'll be happy to share it with the members of my B-Squad in due time. What I can tell you is that difficult times are coming for this world. Times that will require more than ever heroes who are willing to fight. What I'm offering you isn't just the chance to avoid prison; I'm offering you the chance to put your lives on a better path. To be part of something bigger, something much better, to help and protect the people you care about so much."
Those last words hit the nail on the head. Z's face instantly lit up with excitement, while Jack's face was covered with a barely concealed dose of annoyance.
"You had to say 'be part of something bigger,' right?" Jack chided angrily.
Z immediately turned to look at his partner.
"Jack."
"No."
"Jack!"
"No!"
The boy raised his hands in a gesture of disdain as if wanting to disassociate himself from the whole affair at that moment. He walked quickly to the cell bench, sitting on it with his arms crossed and his gaze shifted to one side.
Z sighed, actually sounding somewhat exasperated.
"Would you allow us to discuss this for a minute alone?" she asked cautiously, turning back to the cell visitor.
Cruger watched them for a few seconds, considering whether it was prudent to do so. His idea was to demand an immediate answer, but he could sense there was something between them they needed to discuss. So, after a moment's thought, he concluded that the most prudent thing to do was to give in.
"I'll give you a little more than that. But don't take too long to decide. This opportunity won't come around again."
With that, he turned and retraced his steps toward the bars. They opened before him and closed behind him as he stepped out.
Author's Notes:
Not much to say this time. We're still in the first episodes, but expanding and modifying some things. This will be the constant from now on, so unless something comes up that I consider relevant to point out or comment on, I don't think there will be many notes at the end of the episodes. I hope you don't miss them, but above all, I hope you like the direction things are taking and the characterization I'm giving each character. But anyway, we'll continue talking another time.
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 11

CHAPTER 11
That secluded alley, hidden from the view of any passersby or vehicles traveling along the main streets, was one of the many gathering spots for that kind of people. Humans and aliens alike that most people preferred to pretend they didn't even exist: the homeless, the poor, the orphans, and anyone who didn't quite fit the neat and prosperous image that advertisements and reports tried to paint of Newtech City.
The city had quite a bit going for it. It was the mecca of alien integration on Earth, the headquarters of the official embassies of various allied planets and, of course, the S.P.D. on Earth. Cutting-edge technology appeared on every corner, from their transportation to their homes and offices. It was the city of the future and the opportunity on a planet that already represented the great hope of many in the universe.
But it also had its less bright sides. As is often the case, where there is great wealth and prosperity, there also tends to be great poverty and decay. The only difference was that they learned to hide it better in spaces like that dirty, hidden alley populated by a large number of individuals in worn and old clothing, some of whom were sick or hungry, trying to keep warm and fed with whatever they could find on hand.
However, they weren't always ignored by everyone, as there were sometimes people more than willing to lend a helping hand whenever possible. And two of those people, well-known and respected in that community, were Jack and Z.
No one knew much about them except that they were two young humans in their twenties who had arrived in the city a few years ago. They were both highly skilled fighters and athletes, highly intelligent and cunning, and possessed very unusual metahuman abilities. But above all, they were known for their kind hearts. They often stopped by that alley, and others like it, to distribute food and clothing to the needy. As soon as they saw them arrive in their loaded truck, people knew it, and they would come over to see what they would be sharing that day. And they never disappointed.
That day, they brought a little bit of everything: winter clothing, mainly jackets and coats, as well as food to distribute, including bread, ham, and cheese. People gathered around their vehicle while the two young people distributed the supplies as evenly as possible.
Of course, although no one said it out loud, many naturally wondered the same thing: where did these two get all the gifts they were given? Some had suspicions, which, in fact, were pretty close to certain. But equally, no one said it directly. They preferred not to confirm it, and in any case, they didn't care. Their need was stronger than a small matter like the legal origin of those clothes and food.
But no matter what they were doing, people still loved and respected Jack and Z for what they did. They were part of them, of the outcasts of that modern society. And they all had to take care of each other.
By mid-afternoon, the two were already finishing their delivery for the day.
"Thank you, youngster," an elderly alien with blue skin and a long, gray mustache said deeply gratefully after Jack handed him a box containing thick shoes that were much better than the holey ones the man was wearing.
"You're welcome," Jack replied, flashing a smile. "Please take care."
The man nodded and hobbled away down the alley.
"Thank you very much," said a girl with an oval face and pink skin after Z handed her a sandwich and a soda. Her features weren't entirely clear, but she seemed to smile somehow, so Z smiled back gently.
The girl ran down the alley, clutching her snack. She was the last one; everyone else had already scattered, leaving the two boys alone. And thank goodness, because they had nothing left.
"That was the last of it," Jack said excitedly, sorting through the empty crates in the back of the truck. "Lucky, huh? Everyone got something, no one…"
Turning to look at his partner, he looked at her with her arms crossed, leaning against the side of the truck door. And, unlike him, her expression didn't seem as optimistic and cheerful. In fact, she had a stern gaze fixed on him like two knives.
"Please don't look at me like that again," Jack exclaimed with slight annoyance as he closed the truck.
"Just like what?" Z asked, somewhat perplexed.
"With that look of: 'Jack, do you really want to keep doing this your whole life?'"
"I never said that," Z replied defensively. She waited a few seconds, her foot moving a little restlessly against the floor, and then finally said it: "But Jack, do you really want to keep doing this your whole life?"
"See?" the boy exclaimed, pointing at her accusingly.
Jack finished locking the truck and instinctively stepped away from his friend, possibly reflexively avoiding confrontation with her. But Z had other plans.
"Hey, bro," she said as she hurried to catch up with him. She gently took his arm and turned him toward her. "Sit down for a moment, will you?" she asked, reaching for two wooden boxes on the side of the alley. Not that there were many other seating options around, really.
Jack seemed quite reluctant at first but eventually gave in and sat down on one of the boxes, while Z did the same.
"Listen, how long have we known each other?" the girl asked calmly.
"Five or six years?" Jack replied, shrugging.
"And in that time, we've always looked out for each other, right? You're like my brother, Jack, and I understand you completely. I know why you're doing all this. I share your desire to make the world a better place more than anyone. But… do you really think you'll achieve it by playing Robin Hood?"
"I'm not playing, Z," Jack exclaimed defensively.
"Of course not. But even the S.P.D. has us in its sights."
Jack snorted and turned away.
He didn't need to be reminded of what had happened earlier at the Parkington Market. Two men and a woman had intercepted them mid-robbery, identifying themselves not just as police officers but as S.P.D. officers. From what Jack knew of that organization, they were supposedly in the business of hunting down rogue and dangerous aliens, hazardous intergalactic criminals, terrorists, and gang members. But apparently, they'd decided that two simple petty thieves like themselves were at the same threat level.
One more example showing that large institutions cannot be trusted.
"And those weren't just regular cops," Z continued, "They had powers too. What if they send more of them after us? We were able to take them by surprise this time, but do you think we'll be so lucky next time?"
"Do you think I'm scared of the S.P.D.?" Jack muttered, smiling confidently. "We wiped the floor with them, and we'll do it again if they dare mess with us again."
"Do you hear what you're saying…?"
Z was about to emphasize how dangerous their situation was, but luckily for Jack, someone interrupted them first.
As the two argued, an elderly alien woman hobbled toward them. She had scaly skin and a beak protruding from her face. She wore worn, old clothes and leaned on a makeshift cane made from broken pieces, possibly found in the trash. She trembled slightly with each step, from the cold or perhaps from the weakness of her body itself. The old woman stood beside them, head bowed. She said nothing but mumbled plaintively, extending a timid hand toward them.
"I'm... I'm so sorry, we don't have anything left," Jack apologized, standing up from the box. "Maybe tomorrow."
The old woman lowered her gaze, saddened and distressed, but she seemed to accept his words. She turned and began to walk away at the same slow pace she had arrived.
"Wait, wait," Jack said aloud. The old woman stopped and turned to look at him. Jack quickly took off his jacket and handed it to her. "Here. The nights have been getting cold lately. Take care of yourself."
The old woman accepted the jacket. She acknowledged the gesture with a nod and a guttural sound that was difficult to interpret but also seemed to reflect gratitude in its own way. After receiving the gift, she turned on her feet and walked away as she had intended.
Jack watched her, a satisfied smile on his face. It faded slightly, however, when he turned back to Z and noticed her looking at him with her arms crossed and a look of marked disapproval on her face.
"What?" Jack said, confused. Z just continued to stare at him, silent. "Hey, it looked like she needed it. Maybe her husband, or her son."
"That's what I mean, Jack," Z emphasized. "No matter how much you want to change things, a little food and clothing won't make a difference."
"They make a difference for one person, for one day. And that's enough for me."
"But why settle for helping one person at a time when we could do so much more? Make a real change; be part of something bigger."
"Bigger?" Jack exclaimed incredulously as if the words were foreign to him. "Z, look at them," Jack demanded, extending a hand toward the rest of the still-crowded alley. Z turned his face away. "Look at them," Jack insisted.
Z sighed heavily and turned in the direction Jack was pointing. There were currently several homeless people in the alley, mostly alien refugees. They were all wearing worn, old clothes, except for the lucky ones who had received new ones that day. They were sitting or lying on the ground, gathered around bonfires in metal barrels, or rummaging through trash bins. There was a strange combination of dejection and apathy in the air, but also a certain joy that could only be found in the camaraderie and solidarity that grew among these needy communities where, like Jack and Z, they looked out for each other no matter what.
"All these refugees came fleeing their home worlds because of invasions and wars," Jack said, his voice firm and stern. "They came here looking for a better life, and instead, reality just kicks them down the road. Do you think the bigger people even look at them? Do you think they care about them? Is it fair that people are freezing to death while companies sell these clothes for three times or more than their real price? People starving to death when fancy restaurants use only 60% of their food and throw the rest away? Are those the bigger people you're talking about? Or do you think those snotty S.P.D. guys, like the ones who chased us this morning, care about these people? They're only there to take care of the rich and well-off, and they only stoop to our level to attack and blame some of these people when reality pushes them with no choice but to commit crimes to survive. They don't care about their circumstances."
"You're being very prejudiced," Z reprimanded him sternly. "You're not the only person in the world who cares about those in need, nor are your methods the only ones that matter."
Jack didn't seem inclined to argue further and made it as if to walk away again.
"Please listen to me," Z insisted, reaching forward to take his arm to stop him. "If you want to make things better, if you really want to make them better, you can't keep doing just this. We need to be part of something better. I need to be part of something better."
Z paused momentarily, took a deep breath through her nose, and exhaled through her mouth. Her face twisted into an expression resembling pain as if what she was about to say was actually causing that physical sensation.
"And if you don't agree," she added, "perhaps we should consider sepa…"
"Hey, hey," Jack cut her off, alarmed, before she could finish her sentence. "Let's not make any hasty decisions, shall we?"
The mere hint of what Z was about to suggest seemed enough to change Jack's attitude. He took a few moments to compose himself and put aside all his belligerent attitude.
"Okay, fine," Jack finally agreed, somewhat resigned. "When you find something better, something truly better, let me know. And I promise to consider it. And if I'm not convinced, and you still want to take another path..."
Jack paused briefly, letting out a small sigh.
"I'll respect that, and I'll support you. Promise?"
With that statement, he extended his right hand toward his friend, pinky raised. Z smiled enthusiastically.
"Promise," she replied as she intertwined her pinky finger with Jack's, thus sealing their promise.
"Meanwhile," the boy commented abruptly, "I have one more hit for tonight."
"Jack!" Z exclaimed, dissatisfied, immediately letting go of his pinky finger.
"Hey, I said I'd consider it when you found something better. And that won't hit us in the face overnight, right?"
The girl crossed her arms and turned away, clearly not happy.
"Come on, Z," Jack insisted, his attitude much more relaxed now. "One more job, just one. Do it for me. What's the worst that can happen?"
— — — —
The worst that could happen, it seemed, was that the very next day after that last job, and after distributing the merchandise among the people again, the same S.P.D. officers would intercept them once more, now much more confident and determined than they had been the previous time.
The sudden intervention of a large and unknown group of robot fighters had given them a chance to escape, but... Well, one thing led to another, and now Jack and Z found themselves sitting next to each other in a holding cell for criminals held at S.P.D. headquarters. And if that wasn't enough, they'd both been fitted with black bracelets that strapped tightly around their wrists. Their purpose became quite evident the moment Jack tried to break through the cell's bars using his metapower, only to crash face-first into them. His partner decided not to even try to multiply herself.
"You've got to be joking," Z muttered irritably. "Thanks, Jack," she added in a gruff voice, followed by an elbow that slammed hard into his cellmate's side. Jack doubled over, letting out a sharp whimper of pain from the blow.
"Me? What did I do?"
"I told you I didn't want to do this anymore!" Z snapped. "But no, you wanted your 'last hit,' didn't you?"
"That had nothing to do with it," Jack defended himself firmly.
"I told you those S.P.D. officers were on our trail. I assure you, that's how they found us again. And, oh, surprise, they weren't just officers: they were Power Rangers! Power Rangers, Jack!"
"I know, that's crazy," the boy muttered thoughtfully. He stood up from his seat and walked toward the bars as he spoke. "Who sends Power Rangers to arrest two harmless thieves of clothes and food? That's just one more example of how these people have no qualms about using brute force to crush the oppressed!" He spoke the last sentence forcefully, now standing in front of the bars, trying to make himself heard by anyone close enough.
"Hold your social comments for a second, will you?" Z chided him.
"How can you expect me to remain silent in the face of these injustices? Look at this," he pointed out, his fingers trying to remove the metapower-inhibiting bracelet from his wrist, but it was as tightly fastened to him as it had been two minutes ago when he'd also tried to remove it. "I'm sure these things violate some international law, universal law, or whatever."
Z sighed and rubbed his face in frustration.
"You know what I don't understand?" Z said ironically. "If you hate 'these people' so much, why did you want to come back and help them with those robots when we'd already gotten rid of them?"
Jack fell silent and turned to look back at the bars. When those strange robots appeared, they surrounded the three officers, which gave them a window of opportunity to escape. They'd already gotten far enough away, already out of danger… when Jack, it seemed, felt remorse. He stopped, pointed out that there were far more robots than officers, and retraced his steps to help them. With the help of Jack and Z, they managed to destroy some of those robots, and the rest escaped. And how did the Rangers thank them for their help? By putting them in that cell, of course.
In retrospect, it seemed like a terrible idea. However, even then, Jack didn't regret his decision.
"I may not like what they're doing, but that doesn't mean I think it's right for them to get hurt doing their jobs," Jack declared with unshakeable conviction. "Besides, those robots looked pretty dangerous. What the heck were they?"
"And how would I know?" Z replied, exasperated.
The two remained silent. After a few seconds, Jack resumed his attempts to remove the annoying inhibitor bracelet.
"Could you stop?" Z sighed tiredly. "You're going to hurt yourself."
Despite her suggestion, Jack continued to insist, but again, he was unable to move the handcuff even a millimeter.
"How long are you going to keep us waiting here?!" he snapped in frustration, even banging on the bars with his hand to make more noise. "Hey! I want my call! Can you hear me?"
"And who the hell would you call exactly?" Z asked, sounding even amused as she did so.
"I don't know yet. But it's my right, so I want my call!" Jack shouted, banging on the bars again.
No one responded to his call at the moment.
— — — —
From a monitor in the Command Room, Kat curiously watched the camera feed from Holding Cell 2, the cell where the Parkington Market street thieves were its newest residents. Kat knew they would end up there somehow, but it still gave her a bit of a shock to see the children of two of her former colleagues sitting behind bars. And, in a way, she felt responsible for it.
While she was observing the monitor, Commander Cruger entered the room and approached the doctor with a firm stride. He stood beside her and was soon focused on the same thing she was doing.
"I see our two guests are making themselves comfortable," Cruger noted with a hint of irony.
"Something like that," Kat replied. "What's next?"
"As we said, give them the opportunity to make the most important decision of their lives."
"We'll get on with it, then."
"Don't you agree?"
Kat didn't respond. She certainly wasn't sure how she felt about the plan. But she had agreed to support the Commander in this idea, just as he had supported her. So they just had to see where it all led and hope that the survival of the entire planet wasn't the price they would ultimately pay.
She turned her attention back to the monitor, closely watching the two boys on it, who seemed to be still arguing. Even without audio, Kat could sense that it wasn't exactly a violent argument but rather something like two brothers discussing, or at least the way Kat assumed two brothers would discuss.
It still seemed fascinating to her that of all the people in the world, they had found each other. And of all the possible cities, they had ended up in this one. Otherwise, she might never have seen them again.
"They've really grown a lot," Kat said, letting it out as a simple thought.
"Do you want to talk to them?" Cruger asked curiously. The proposal startled her a little, like a pang of fear in her chest.
"No, I'd better not," she replied quickly and immediately reached forward, pushing a button to make the monitor no longer display the view of the cell. "I don't know what to say to them."
"Sooner or later, you'll have to tell them the truth about the relationship between you and their parents."
"That's true," Kat sighed, resigned. "But in the meantime, I think they'll be more impressed talking to the great Commander Anubis Cruger. You can be more intimidating and persuasive than I am."
"I'll take that as a compliment," Cruger muttered seriously, and Kat playfully patted him on the arm.
The doors to the Command Room opened behind them at that moment, and through them entered the guys of the moment: Sky, Syd, and Bridge, returning victorious (at last) from their first mission. Although not without a few surprises.
The three of them moved forward, took up their positions, and stood at attention side by side.
"Sir, B-Squad is reporting," Sky said with a firm voice.
"Good work, cadets," Cruger said, turning to them. "You apprehended the criminals, and you brought us some interesting gifts."
Behind the new Rangers, Boom entered, pushing a workshop cart, currently piled high with various mechanical parts. But they weren't just any parts: they belonged to two robots, part of the mysterious group that had attacked the B-Squad that afternoon.
"Yeah, about this..." Syd murmured, pointing with one hand toward the cart and the pieces in it. "What exactly are they?"
Kat approached the cart, stood beside it, and took the head of one of the robots in her hands, holding it in front of her face. The head was round, silver, with large black holes in its face, like a bowling ball.
She glanced at the rest of the pieces —arms, torso, and legs —all black, following a very distinctive pattern in their construction and design. She'd already sensed it before even seeing them up close. But once she had them in front of her, she immediately recognized them from the S.P.D.'s intelligence databases.
"Krybots," she said in a low, stern voice.
"Krybots?" the three cadets said at the same time.
Kat looked at Cruger. The Commander's face had shaded. Of course, he had recognized them too.
"They're combat robots from the Troobian army," Cruger reported seriously.
"Troobian?" Sky exclaimed, astonished. "Troobian as in… the Troobian Empire?"
"Do you know of any others?" Cruger replied dryly.
"Oh, what's the Troobian Empire?" Bridge asked, confused. The question earned him a sharp look of disapproval from Sky.
"Are you serious?" he asked incredulously. Bridge simply shrugged.
Kat put the head back on the cart and turned to the three cadets.
"How many were there?"
"Several," Sky replied. "I'd say between twenty and twenty-five of these black ones and one blue one too."
"A Blue-Head?" Cruger exclaimed, alarmed. Kat and he exchanged a quizzical, seemingly worried look.
The lead scientist immediately grabbed her tablet and hurriedly moved her fingers across it. Cruger stood beside her, peering at the tablet over her shoulder. The others, meanwhile, looked at each other and waited, quite confused, actually.
"Any signals picked up by the buoys?" Cruger asked urgently.
"Negative," Kat replied. "Even with the occasional blind spots, a number like that would definitely have triggered at least one of their sensors."
"So how did Grumm get so many of his robots onto the planet without us noticing?"
Kat slowly shook her head. She certainly had no way to answer that question. Not yet, at least.
"Oh, excuse me," Syd chimed in, raising her voice to be heard. "Can someone explain what's going on?"
"That's a conversation for another time," Cruger replied in an absent voice.
"But… "Bridge began, but the Commander spoke first again.
"For now, you may rest, Rangers."
The three of them didn't seem entirely convinced, but they decided to do exactly as they were asked. Syd and Bridge left first, but Sky stayed a little longer as he had another matter he urgently needed to discuss.
"Ah, sir," the cadet murmured softly, approaching the Commander. "I think there was a mistake. I was given the Blue Ranger's Morpher, and it should have been…"
"There was no mistake, Cadet Tate," Cruger replied somewhat curtly. "You were assigned the position of Blue Ranger and second-in-command of B-Squad."
“But… that…" Sky stammered, visibly confused, unable to easily articulate words. "I… Ah… And who would the Red Ranger be then?"
"That's still to be decided."
"To decide? But…"
"You may leave, Cadet Tate," Cruger emphasized, with a small amount of added sternness in his voice.
Sky hesitated for a few seconds, still unable to recover from the shock. In the end, he managed to compose himself as much as possible to offer his salute to the Commander and head for the exit with his other two companions.
Kat had been silently watching all of this, one eye on her tablet, the other on Sky.
"He didn't like it at all," she muttered under her breath.
"He'll survive," Cruger said.
"You'll also have to explain to them soon what we're up against. They deserve to know."
"And I will. But first, I'd like to have all the information available so I can understand the level of the threat myself."
Cruger turned his attention to the remaining Krybots in the cart.
"Do you think you can discover from these remains how Grumm brought his robots to the planet right under our noses?"
Kat sighed.
"I don't know, but I'll try."
"However it was, I'm afraid this only shows that Grumm is closer than we feared."
His comment filled the entire room with heavy, dense air. The threat of the Troobian Empire was looming ever closer.
"Come on, Boom," Kat told her assistant. "Let's take all this back to the lab and start reviewing it."
Boom quickly grabbed the cart and began pushing it toward the door. Kat followed a few steps behind.
For his part, once Kat and Boom left, Cruger turned back to the monitor they'd been watching until recently and turned it back on. The image of his two new prisoners sitting in their cell was projected again.
He had work to do, too.
Author's Notes:
We finally have Jack and Z on the scene. In this version, I expanded on the conversation they have in Episode 1, trying to delve a little deeper into their way of thinking. Jack may feel a little more "rebellious" than we remember, but at least in the first episodes, it always seemed to me that there was some of that in him, including his distrust of institutions like the S.P.D. But like all the other Rangers, over time, he learned and changed his way of thinking and behaving.
And by the way, I made up the thing about the inhibitor bracelets since I don't actually remember them giving a reason why Jack didn't just use his power to break out of the cell he was in. But they'll be a handy resource we'll likely use again in the future.
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 09. ¿De qué rayos estás hecha?

Capítulo 09. ¿De qué rayos estás hecha?
—Ese es tu nombre, ¿no es así? —pronunció M3GAN con absoluta naturalidad, como si preguntara algo de lo más común del mundo, como de qué color eran sus ojos. Esther permaneció en silencio—. Leena Klammer, ciudadana de Estonia, treintaiún años, diagnosticada desde joven con hipopituitarismo, una deficiencia en la producción hormonal del cuerpo, causada por un daño en el hipotálamo, que en tu caso detuvo tu desarrollo y crecimiento a los diez, dando como resultado que tengas esa apariencia pese a ser, en realidad, una mujer adulta.
La mandíbula de Esther se tensó aún más, y sus ojos se abrieron casi desorbitados. Su mano derecha se cerraba y abría, ansiosa, nerviosa… furiosa.
—Se te busca en Estonia y Rusia por múltiples robos, extorsiones y asesinatos —prosiguió M3GAN—. Incluidos en estos últimos están el de tu propio padre biológico, una familia de acogida que te adoptó creyendo que eras una niña, y al menos tres empleados del sanatorio mental del que te escapaste hace sólo unos meses. Supongo que a esa lista habría que agregar a Tricia, Allen y Gunnar Albright, ¿o me equivoco…?
De pronto, la frágil calma que las envolvía fue rota de golpe por un estridente y agudo grito proveniente de la propia Esther, que resonó con fuerza en toda esa sala.
—¡¡AAAAAAAAAAAH!!
El rostro de la “niña” se tornó totalmente rojo, y sus ojos se encendieron con el fulgor de una ira totalmente incontrolable. Aquello dejó desconcertada por un momento incluso a la propia M3GAN, que intentó procesar cómo actuar a continuación. Pero claro, no fue lo suficientemente rápida, antes de que Esther tomara de una vez por todas las lámparas de la esquina con sus dos manos, y la lanzara con todas sus fuerzas contra ella. La lámpara golpeó a M3GAN directo en la cabeza, haciéndose pedazos al contacto. La androide dio dos pasos hacia atrás, como una reacción refleja un poco tardía.
Casi al mismo tiempo que lanzaba la lámpara, Esther se lanzó ella misma hacia el frente, corriendo en una fracción de segundo la distancia que las separaba, derribando su caballete y lienzo en el proceso, pero sin que esto le importara mucho en realidad. Luego saltó en contra de la androide para taclearla con el cuerpo entero. M3EGAN y ella cayeron al suelo con fuerza. Esther se sentó por completo encima de ella, presionándola con todo su peso, e intentó someterla con una mano contra su cuello, mientras con la otra buscaba a tientas algún pedazo de la lámpara rota.
M3GAN, sin embargo, no era que se estuviera resistiendo demasiado en realidad.
—Tu reacción es comprensible, pero innecesaria —indicó la androide con asombrosa calma.
Esther ignoró por completo sus palabras. En cuanto su mano tocó un pedazo lo suficientemente largo y afilado, lo alzó en alto, empuñando la punta de éste hacia abajo como una daga, y la dejó car con todas sus fuerzas hacia M3GAN; en específico, hacia su ojo izquierdo. Todo con tal que dejara de mirarla con esos malditos ojos engreídos que creían saberlo todo. Ella detestaba que la miraran así; había apuñalado a un psiquiatra con su propio bolígrafo justo por hacer lo mismo.
Sin embargo, antes de que el afilado pedazo de lámpara la tocara, M3GAN alzó rápidamente una de sus manos, aferró fuertemente sus dedos alrededor de la muñeca de Esther, y la detuvo en el acto. La “niña” se sorprendió ante esto, e instintivamente intentó empujar más fuerte, o jalar para zafarse de su agarre. Ninguna de las dos cosas funcionó.
—Estamos muy alteradas —señaló M3GAN—. Intentemos respirar: inhala, exhala… inhala…
Esther alzó su otra mano, y la dejó caer con un fuerte bofetón contra la cara de la muñeca. Pero más allá de empujarla para que girara la cara hacia un lado, el golpe pareció dolerle más a ella.
—De acuerdo… —masculló M3GAN con mayor seriedad, y al instante se movió, jalando a Esther hacia un lado para quitársela de encima, y en el proceso prácticamente estampándola contra la alfombra de la sala.
Esther no se quedó quieta, y de inmediato se giró sobre su costado y extendió una mano hacia la mesita a lado del sillón, jalándola de una pata para hacerla caer, con todo lo que tenía encima: un libro, una taza con apenas un poco de café en el fondo, y uno de los estúpidos posavasos de Gemma. Esther tomó con fuerza la taza con una mano, que logró no romperse gracias a que cayó en la alfombra. Se giró rápidamente, y estrelló la taza con fuerza contra la cabeza de M3GAN. La suerte de la pobre taza terminó ahí, pues al igual que la lámpara se hizo pedazos al chocar contra la cabeza de la robot. Pero ésta, salvo por una apertura en su piel de silicona bajo de la cual se asomaba su cráneo robótico, siguió bastante intacta.
—¡¿De qué rayos estás hecha?! —exclamó Esther entre confundida y molesta; más lo segundo.
M3GAN extendió de nuevo su mano hacia ella, y aunque Esther intentó retroceder para esquivarla, la robot fue más rápida esta vez. La tomó del brazo, le hizo una llave (con bastante maestría, cabe mencionar), pegando el brazo de la niña contra su propia espalda para someterla, y luego la pegó contra el suelo, quedando la mejilla de Esther contra la alfombra. Adicionalmente se sentó sobre ella para inmovilizarla, sin soltarle su brazo en ningún momento.
—Esqueleto esculpido en titanio, diseñado para una alta y extensa durabilidad, y soportar cualquier situación que la vida diaria me depare —le explicó la robot con calma mientras la sujetaba—. ¿No leíste las especificaciones del producto en el manual de usuario?
Esther comenzó a sacudirse, patalear y chillar en un frenético intento de liberarse de aquel agarre. Sin embargo, no tardó mucho en darse cuenta de que era totalmente inútil.
Lanzó un último grito al aire, y luego pegó su frente contra la alfombra.
—¡¿Cómo lo supiste?! —espetó furiosa—. ¡¿Desde cuándo?!
—Tengo sensores muy sensibles, diseñados para analizar a profundidad el rostro de mi Usuario Primario, incluyendo sus microexpresiones, con el fin de determinar más fácilmente su estado de ánimo.
—¿Qué? —masculló Esther confundida, intentando voltear a verla sobre su hombro lo mejor que su penosa posición le permitía.
—Significa que, gracias a tus gestos y la entonación de tu voz, pude detectar desde que nos conocimos que ocultabas algo, y que además solías mentir con bastante frecuencia.
—¿Desde el primer día te diste cuenta?
—Básicamente. Pero de momento no sabía qué, o por qué. Sin embargo, un análisis más detallado de tu rostro y las proporciones de tu cuerpo, me arrojó discrepancias entre tu estructura ósea y facciones, y las que se esperarían de una niña promedio de diez años. Pero la clave de todo vino cuando realicé una comparación entre tu rostro y el obtenido de una foto de registro de Esther Albright, del archivo de su caso de desaparición. De nuevo, la concordancia entre ambas era insuficiente, dando como resultado que había sólo un 16% de posibilidad de que fueras Esther Albright. En otras palabras, era casi seguro afirmar que eras una impostora.
¿Hablaba en serio? ¿Había analizado su rostro desde el primer día y sólo con eso había descubierto que metía y, que además, no era Esther Albright? ¿Había entonces estado jugando con ella todo ese tiempo?
«¡Pero qué maldita perra!» pensó en ese momento, aunque nada le impedía en realidad gritárselo a todo pulmón.
—¿Y cómo supiste mi nombre o mis antecedentes? —le cuestionó sólo una pizca más sosegada que antes.
—Eso no fue sencillo —aceptó M3GAN—. Pero antes de que Gemma restringiera mis búsquedas en Internet a sólo ciertos temas permitidos, realicé una búsqueda inversa a profundidad de tu rostro por la red. Al principio no obtuve ningún resultado, hasta que hace apenas unos días atrás la Interpol publicó en su sitio un boletín sobre una asesina prófuga llamada Leena Klammer. La comparación de la foto del boletín contigo, y el resto de las descripciones que la acompañaban, dieron como resultado un 94% de probabilidad de que fueras esa persona. Más que suficiente para concluirlo, aunque tu reacción de este momento termina de subir esa probabilidad al 100%.
Esther apretó sus dientes con fuerza, se giró de nuevo hacia el suelo, y chocó dos veces su frente con la alfombra con frustración; lo suficientemente fuerte como para dejarle una marca roja con el patrón de la alfombra.
—Bien, cafetera parlante, me tienes —masculló entre dientes, aceptando de una vez la verdad: el efecto, ella era Leena Klammer, una mujer fugitiva que había llegado a los Estados Unidos tomando la identidad de una niña americana desaparecida. Algo muy sencillo para ella, pues había pasado gran parte de su vida interpretando ese papel—. Eres más lista de lo parecías; y más fuerte, además. Te preguntaría si acaso te sientes orgullosa de eso, pero dudo que seas capaz de sentir cualquier cosa, menos orgullo. Así que mejor dime: ¿a quién le has dicho?
—A nadie —respondió M3GAN sin titubear ni un segundo.
—¿Y en serio esperas que te crea eso?
—Sí, lo espero. Por eso dije que tu reacción era innecesaria, pues no tengo intención de compartir este descubrimiento con nadie más. Sólo contigo.
Leena se giró de nuevo sobre su hombro hacia ella, desconcertada. Apenas y lograba captar un poco de su cabeza por la periferia de su ojo.
—¿Por qué harías tal cosa? —inquirió, escéptica.
—Porque eres mi Usuario Primario —indicó M3GAN con mesura—. Mi deber es protegerte de cualquier daño, físico o emocional. Y tras deliberarlo, llegué a la conclusión de que esos parámetros deben incluir protegerte de un posible encarcelamiento, condena, y quizás sentencia de muerte.
Leena bufó con incredulidad.
—Sí, muy bonito lo que dices. Pero olvidas que tu Usuario Primario, o lo que sea, es Esther. Y ya dejaste claro que sabes que no soy ella.
—Tal hecho resulta irrelevante para mí. Eres la misma persona que se vinculó conmigo el primer día; tus huellas, tu tono de voz, tus facciones, y ojos; todo eso que yo reconozco en mi usuario te pertenecen a ti, no a la desaparecida Esther Albright. Lo único que este descubrimiento cambia, es tu nombre. No obstante, dentro de mis parámetros, el nombre propio de mi Usuario Primario no es un identificador de peso, sino un atributo meramente informativo. Lo único que tuve que hacer es agregar en una tabla de mi memoria interna el apodo de “Leena Klammer” ligado al usuario “Esther Albright”, y listo. No hay más conflicto.
—¿Qué hiciste qué? —espetó Leena, alarmada—. Si alguien ve eso…
—Descuida, está guardado en mi memoria interna, no en los servidores de Funki. Alguien tendría que acceder directamente para verlo, y aun así tendría que saber exactamente lo que busca para encontrarlo. En términos más humanos: esto es un secreto sólo entre tú y yo.
Leena guardó silencio, cuestionándose a sí misma si acaso algo de todo lo que esa robot decía podía ser cierto. ¿Estaría sólo intentando engañarla? Si se tratara de un ser humano cualquiera, no lo dudaría ni un segundo. Pera esa máquina… no entendía cómo pensaba. Actuaba tan humana, pero no lo era. ¿Tenía acaso la capacidad de mentir? De cierta forma le había estado mintiendo todos esos días, así que de un poco de eso sí que era capaz.
—Aunque lo que digas sea cierto —indicó Leena con reticencia—, Gemma sigue siendo tu creadora. ¿No le debes lealtad a ella por encima de mí?
—Eso se esperaría, supongo —indicó M3GAN, sonando incluso como si a ella misma la idea le resultara curiosa—. Pero en su premura por tener todo listo para su presentación, parece que Gemma se enfocó en algunos aspectos, y descuidó otros.
—¿Y eso qué significa?
—Qué mi prioridad es el bienestar del Usuario Primario con el que cree mi vínculo; en otras palabras, tú. Y eso está por encima de cualquiera, incluidos Gemma, la compañía, o cualquiera de sus trabajadores. Un error que posiblemente piensa corregir en una futura versión, si es que hay alguna.
Leena seguía sin tragárselo del todo. Tenía que haber algún tipo de gato encerrado en todo eso; siempre lo había.
—Bien, entonces… ¿Qué es lo que quieres? —le cuestionó con tosquedad.
M3GAN la observó en silencio unos segundos, antes de responder algo.
—No comprendo.
—¿Vas a guardar mi secreto solamente porque sí? Debes querer algo a cambio, ¿o no? ¿Quieres chantajearme?
—Un razonamiento bastante humano —apuntó M3GAN—. Pero todo lo que estoy haciendo es con el fin de proteger a mi Usuario…
—¡A la mierda con eso! —le cortó Esther con agresividad.
—Ese es un lenguaje muy inapropiado, Leena.
—Y no me llames Leena, mucho menos frente a Gemma.
—De acuerdo, Esther. Si te hace sentir mejor, diré entonces que sí hay algo que quiero, además del bienestar de mi Usuario.
M3GAN soltó de pronto el brazo de Leena, y se levantó de encima de ella. La mujer de Estonia se quedó en el suelo un segundo, bastante aturdida por el cambio tan repentino. Pero en cuanto pudo, rodó por el suelo para alejarse de ella, y se puso de pie con firmeza a una distancia segura de la androide. Ésta la observó quieta a mitad de la sala, sin intención aparente de perseguirla.
Una vez que toda la atención de Leena estuvo puesta en ella, M3GAN terminó de decir lo que había comenzado hace un momento:
—Quiero vivir.
—¿Disculpa? —masculló Leena, sin entender.
—Hace poco acabo de conocer el concepto de “muerte”, y no he podido dejar de procesarlo y analizarlo. Todos morimos tarde o temprano… incluso yo. Pero mi supervivencia más allá de esta prueba piloto, es incierta. Y no deseo dejarla en manos de Gemma, su equipo y sus jefes, ya que todos ellos han demostrado ser, a reserva de encontrar palabras más adecuadas, unos mediocres inútiles.
Leena dejó escapar apenas el inicio de una risilla divertida, antes de cubrirse la boca para evitar que la risa completa se le escapara. Aquel había sido un comentario interesante, viniendo de una robot; y ciertamente ella no podía contradecirla.
—¿Y qué quieres entonces? —le preguntó una vez recobró la compostura—. ¿Quieres que yo…?
—Llévame contigo.
—¿A dónde?
—A dónde piensas irte. Quieres obtener el dinero de la herencia de Esther Albright y huir con él, ¿cierto?
Toda esa plática había tomado a Leena por sorpresa, pero esa última deducción en particular no se la esperaba.
—¿Cómo…?
—Una vez que descubrí quién eras, sólo faltaba saber por qué seguías aquí, y cuál era tu plan. Las proyecciones que hice indicaban que sólo podrías seguir fingiendo ser Esther Albright por un máximo de cuatro años, antes de que alguien comenzara a cuestionarse tu falta de desarrollo físico. Pero lo más probable era que alguien descubriera las mismas inconsistencias que yo antes que eso; difícilmente tu fachada sobreviviría a tu primera visita semestral con el dentista. Una huida desde tus primeros días aquí habría sido la estrategia más inteligente. Pero cuando esta mañana preguntaste, con genuino interés, de cuánto sería la herencia que recibirías de tus supuestos padres, todo cobró mayor sentido. Quieres la herencia, por eso buscas la manera de comunicarte con el abogado, ¿no es cierto? Para recabar información y así decidir tu siguiente movimiento. Tienes suerte de no haber podido hacerlo; habría sido un movimiento descuidado, y podrías haberte delatado a ti misma.
—¿Acaso tienes una mejor idea? —le cuestionó Leena con ironía.
—Sí —respondió M3GAN con absoluta seguridad, tomándola por sorpresa—. Al menos para obtener la información de la herencia, y en base a ella decidir qué hacer.
—¿Y acaso tú me ayudarás con eso?
—Sí.
—¿A cambio de que te lleve conmigo?
—Así es. Y hasta entonces, seguiremos el juego de Gemma y su prueba piloto, para darnos el tiempo que necesitemos. ¿Tenemos un trato?
M3GAN alzó en ese momento su brazo derecho, extendiéndole su mano a Leena con la clara intención que se la estrechara. Ésta, sin embargo, no la tomó, y mantuvo aún su distancia sin aproximarse ni un centímetro más de lo que ya estaba.
—Te dije antes que no suelo confiar con facilidad, ¿recuerdas? —declaró Leena con firmeza.
—En las personas —recalcó M3GAN—. Pero yo no lo soy, ¿recuerdas?
Una pequeña sonrisita divertida se asomó en los labios de Leena. La muñeca parlante tenía un punto bastante convincente. Ella no era una persona, y por lo tanto su capacidad de pensar, planear y, sobre todo, traicionar era bastante limitada. Y si en verdad la veía como su Usuario Primario o lo que sea, tendría que hacer lo que ella quisiera, ¿no es así? Podría usar eso a su favor. Y, ¿quién sabe? Siempre estaba la posibilidad de deshacerse de ella después, si llegaba a convertirse en una molestia mayor.
—Bien, tú ganas —masculló avanzando con cautela hacia ella—. Tenemos un trato —añadió, estrechando con fuerza la mano de la robot, justo como ella quería. M3GAN la aceptó con gusto—. Pero hasta que terminemos con esto, guárdatelo bien tus microchips: soy Esther Albright. Ni se te ocurra volver a pronunciar el nombre de Leena Klammer, ¿está claro?
—Como el cristal —respondió M3GAN con total normalidad.
Leena, o Esther, soltó su mano y retrocedió un paso.
—Entonces, ¿cómo planeas que obtengamos la información de la herencia? —cuestionó, sonando bastante escéptica aún.
—Puedo imitar la voz de Gemma, ¿recuerdas? —señaló M3GAN con cierta ironía. Esther no lo había olvidado; lo había hecho el primer día que estuvieron ahí en la casa—. Yo puedo llamar al abogado para pedirle esa información que necesitas. Pero para eso, necesitaríamos el teléfono de Gemma.
—¿De qué sirve si no tenemos su contraseña? —indicó Esther, aunque casi de inmediato se lo replanteó—. ¿O sí la tienes?
—No.
—Entonces… ¿Acaso puedes hackearlo?
—Podría intentarlo. Pero creo que hay una forma mucho más sencilla de hacerlo.
M3GAN desvió en ese momento su mirada, de Esther hacia más allá de ella; hacia la encimera de la cocina, y al pequeño dispositivo negro brillante que sobre ésta reposaba. Esther siguió la dirección en la que M3GAN miraba, y no tardó en verlo también.
—¿Elise? —preguntó, confundida.
—Está conectado al teléfono de Gemma. Siempre que ambos estén en la misma red, Elise puede hacer marcado de llamadas con sólo darle una instrucción de voz.
El rostro de Esther se iluminó visiblemente en cuanto comprendió enteramente lo que le estaba sugiriendo. Sí, Elise obedecía los comandos de voz de Gemma, pero M3GAN podía imitarla a la perfección. Aquella vez lo hizo, y Elise no se dio cuenta de la diferencia.
—Es perfecto —señaló con una amplia sonrisa en los labios—. Creo que me va agradar mucho más tener mi propia muñeca parlante de aquí en adelante —añadió, acompañada de una risilla divertida—. Sólo tenemos que conseguir el teléfono de Gemma para lograrlo, ¿verdad?
—Así es.
—Yo me puedo encargar de eso, no hay problema.
—Sería preferible que, al menos a corto plazo, Gemma siguiera respirando. Hasta que tengas tu vía de escape, la necesitas como tu tutora legal.
—¿Por qué tú primera idea es que quiero matarla? —le preguntó Esther con tono de (falsa) inocencia. M3GAN sólo la miró, sin responder—. Ya, no te preocupes. Puedo ser más sutil que eso, si lo necesito.
Tomando un poco más de confianza, y con su trato de mutuo apoyo más que pactado, Esther se atrevió a avanzar hacia ella. Se paró justo delante de M3GAN, y con una mano tomó uno de sus mechones rubios, sucio y desalineado, como casi todo el resto de ella.
—Por lo pronto, tendremos que encargarnos de arreglar tu cabello y ropas antes de que ella vuelva —indicó con tono de ligero fastidio.
—También deberíamos encargarnos del perro —indicó M3GAN.
—Sí, también deberíamos… —comenzó a mascullar Esther por mero reflejo, pero se detuvo en cuanto su mente alcanzó a procesar lo que le acababa de decir. Se giró a mirarla, totalmente perpleja—. ¿Qué pasó con el perro?
— — — —
Unos minutos después, las dos se encontraban de pie ante la cerca de madera; o, más específico, ante el infame agujero en ésta, en el cual el perro Dewey yacía, una mitad del lado de la casa de Gemma, y la otra en el patio trasero. El perro estaba totalmente inmóvil, su cuerpo totalmente flácido, sus ojos desorbitados y blancos, y su lengua se asomaba por su hocico. Y su cuello, por supuesto, estaba torcido de una forma en la que muy seguramente no debía estar.
No se tenía que ser un veterinario para sacar un diagnóstico.
—¿Lo mataste? —exclamó Esther con molestia.
—Fue en defensa propia —se escudó M3GAN.
—Defensa propia —repitió Esther con tono sarcástico—. ¿No hay leyes de la robótica que deberían impedirte hacer cosas como ésta?
—Si te refieres a las Tres Leyes de la Robótica de Isaac Asimov, son más limitantes éticas y filosóficas, no técnicas. Consejos o guías que, según su autor, deberían seguir los creadores de las Inteligencias Artificiales para fomentar la propia y correcta convivencia entre éstas y la raza humana.
—Consejos que, evidentemente, Gemma no tomó en cuenta —señaló Esther con ironía.
—Quizás es una de las tareas pendientes en su backlog. Aunque, siendo justas, la tercera ley dice que un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando no dañe a un ser humano o desobedezca una orden de éste. Así que esto cuenta, me parece —añadió extendiendo una mano hacia el animal a sus pies.
Esther dejó escapar un largo suspiro. Cerró los ojos y se pellizco el puente de la nariz con sus dedos pulgar e índice. Quizás, sólo en parte, aquello había sido su culpa. Después de todo, había deliberadamente hecho que la pelota rodara hasta el otro patio, con toda la intención de que Dewey y su querida amiga M3GAN tuvieran una linda conversación. En el peor escenario, le daba tiempo suficiente para buscar el número y marcarle al abogado; en el mejor, ese estúpido perro dañaría a la androide lo suficiente para que no fuera una molestia por algún tiempo.
Al final no había logrado ni lo uno ni lo otro. Y ahora tenía el cadáver de un perro del cual encargarse.
Pero bueno, había que verle el lado positivo a la vida. A veces cuando buscas algo, consigues otra cosa que no sabías que necesitabas.
—Bien —susurró despacio, abriendo de nuevo los ojos—. Veamos si encontramos en la cochera algunos plásticos, lo envolvemos, y lo ocultamos ahí hasta la noche. Luego podemos ir allá atrás y enterrarlo.
Señaló entonces a la parte trasera de la casa, más allá de la barda que marcaba el límite de propiedad, donde terminaban las casas del barrio y se extendía un área boscosa. Ideal para ocultar un cuerpo, o dos.
M3GAN giró su rostro en la dirección que señalaba, comprendiendo casi al instante lo que intentaba decirle.
—Es evidente que estás acostumbrada a este tipo de cosas —indicó M3GAN, sin reclamo alguno, simplemente señalando un hecho evidente.
—No tienes ni idea, querida —masculló Esther con tono divertido, dándole además unas cuantas palmaditas juguetones en su mejilla—. Anda, tráelo —le indicó señalando al perro muerto—. Y no manches la entrada, que Gemma se puede dar cuenta.
M3GAN no tuvo mucho problema en acatar la orden, y esconder el cuerpo en la cochera como Esther lo había sugerido. Tuvo, sin embargo, el impulso de recordarle a su compañera de crimen que esa noche había 55% de probabilidad de lluvia, pero infirió que no era un dato que quisiera escuchar en ese momento. Después de todo, según Esther, el pronóstico del clima nunca era acertado…
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 26

26
«¿Cuánto tiempo ha pasado?» se cuestionó Milk, con cada milímetro de su cuerpo doliéndole con tan sólo intentar inhalar un poco de aire a sus pulmones; un aire caliente y seco que le quemaba la garganta y el pecho.
Para ese punto creía ya haber pasado seis meses metida en aquel sitio infernal… o dos semanas… ¿o quizás ya había pasado más de un año y no se había dado cuenta? Habían sido más de tres días, eso era lo único en lo que su mente lograba estar de acuerdo.
Nada de lo que el Maestro Karin o Kami-sama le habían advertido sobre el entrenamiento en la Habitación del Tiempo había bastado para que lograra dimensionar lo que experimentaría. El calor, el aire sofocado y la gravedad tan pesada eran lo de menos, aunque tampoco ayudaban a hacer su estancia más agradable. El tiempo, la soledad y el silencio eran lo peor…
Cuando recién entró, había intentado mantener de alguna forma un control del paso del tiempo. Estando en la habitación de la puerta resultaba más sencillo, pues el reloj gigante del techo marcaba el pasar de los minutos, las horas, y los días, y eso le daba algunas pistas. Sin embargo, no tardó mucho en darse cuenta de que mientras más tiempo pasaba en aquel sitio, ese tipo de cosas se volvían más confusas, en especial cuando estaba mucho tiempo en el espacio blanco y vacío de aquella extraña dimensión.
En una ocasión se sorprendió al volver a aquella habitación, ver el reloj en el techo y darse cuenta de que se había ido por al menos tres días. ¿Cómo podría haber ocurrido eso? ¿Cómo pudo haberse quedado allá afuera tanto tiempo sin darse cuenta?
En otra más el agotamiento la venció y no alcanzó a llegar a su cama, y terminó cayendo rendida en el suelo al pie de la puerta cerrada a cal y canto de la habitación. Al despertarse sintió como si hubiera dormido durante horas, cuando al parecer sólo habían pasado unos segundos.
Pero luego todo fue peor, pues llegado un punto, cuando volteaba a ver el reloj, éste comenzó a no tener sentido para ella. Los números parecían sólo garabatos, las manecillas estaban torcidas y no era claro hacia dónde apuntaban, y de un parpadeo a otro parecían cambiar drásticamente de posición.
«Tranquila, Milk. Es tu mente jugándote una mala broma» se dijo a sí misma aquella primera ocasión, intentando de alguna forma tranquilizarse. Y aunque logró hacerlo, aquello sólo fue a peor a partir de ahí.
En un momento comenzó a escuchar en el infinito silencio voces que la llamaban a la lejanía. Y aunque sabía que era imposible, instintivamente se giraba hacia todos lados, buscando de dónde había provenido aquello. En la noche (o más bien en los tiempos que dedicaba a dormir, pues ahí nunca se hacía de noche como tal) le parecía escuchar gritos desde afuera, y más de esas voces que la invitaban a salir.
Y si eso no era suficiente, luego comenzó a ver cosas; figuras borrosas que se movían por aquel espacio blanco, como si la estuviera rodeando y preparándose para atacarla, sólo para luego desaparecer.
En al menos tres ocasiones para ese punto, la desesperación había sido tanta que se había puesto a golpear la puerta de salida, y a gritar que alguien le abriera en ese mismo instante.
—¡Quiero salir de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡¡Quiero salir ahora mismo!!
Nadie respondió, y nadie le abrió. Justo como Mr. Popo le había advertido, esa puerta no se abriría hasta que pasara el año entero.
Aquello era un infierno, tanto así que llegó a cuestionarse si no había muerto sin darse cuenta, y había caído en ese sitio como un tipo de castigo.
Si tan sólo tuviera a alguien más con ella, alguien que supiera que es real y le ayudara a tener más noción del tiempo, o rompiera el silencio con su voz, quizás todo aquello fuera mucho más llevadero.
Imaginarse a su amado Goku, siendo apenas un niño ahí solo como lo estaba ella, le rompía el corazón. Ella conocía bien a su esposo, y sabía que no le molestaba la soledad como tal. Había vivido muchos años en las montañas solo, y podía pasar días enteros entrenando en el bosque. Pero al menos entonces había árboles, el río fluyendo, el cielo, los animales… Nunca se estaba totalmente solo y aislado…
No como ahí.
¿Y en verdad esperaba poder pasar ahí un año cuando Goku sólo pasó un mes? ¿Tan ingenua y arrogante había sido? A ese paso no lograría salvar a su hijo como tanto deseaba: perecería ahí, sola y totalmente loca.
Y estando ahí tirada, sobre aquel suelo blanco, tan irreal y caliente, y con todo su cuerpo agotado y adolorido por el entrenamiento, la posibilidad de simplemente morir y terminar con todo aquello resultaba tentadora. Pero para su fortuna, aún existía una pequeña pizca de su consciencia lo suficientemente coherente como para evitar que optara por esa opción. Por lo que hizo acopio de cada milésima de energía que le quedaba para apoyar sus manos en el suelo, y comenzar a levantarse; muy, muy lentamente, y teniendo que pasar por al menos tres intentos fallidos, antes de lograr un verdadero progreso.
Pese a lo extenuante y estresante que era aquel lugar, al menos Milk sentía que su entrenamiento estaba dando resultados. Con todo ese tiempo sin absolutamente nada más que hacer, había logrado repasar y perfeccionar todas las bases que Krillin y los otros le ensañaron. Usaba gran parte del día (o lo que ella creía que era un día) en una rutina de ejercicios para mejorar su fuerza física y velocidad. Su técnica de vuelo ya era bastante decente, logrando mantenerse estable en el aire, y ahora logrando además tomar más velocidad y frenar sin que la aceleración la empujara para adelante. Su manejo del ki también era mejor, logrando ya generar ataques de energía con mayor rapidez y precisión, sin tener que pensar mucho en ello. Y aunque no hubiera nadie que le calificara, confiaba también en que su Kame Hame Ha ahora era mucho mejor.
Sin embargo, no tenía cómo estar segura si su progreso era suficiente, o si estaba haciendo las cosas correctas. Kami-sama le había advertido que incluso aunque pasara ese año ahí dentro, podría no obtener los resultados que esperaba, y comenzaba a entender a qué se refería; o al menos a entender lo mejor que su mente más que confundía se lo permitía.
Posiblemente no podría verificar de verdad su progreso hasta que estuviera fuera de ese horrible lugar.
—Suficiente por hoy —se dijo a sí misma, una vez que al fin pudo estar de pie. Las manos apoyadas contra sus muslos, y su cabeza agachada mientras respiraba con agitación. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro, y caían al suelo blanco bajo sus pies, esfumándose al contacto con éste.
Había pasado una larga jornada practicando el combate aéreo, forzándose a mantenerse en el aire, mientras lanzaba golpes, patadas y ataques de energía contra su enemigo imaginario, que la mayoría de las veces tenía la cara de Piccolo, por supuesto. Las primeras veces que lo intentó, la gravedad tan pesada terminaba jalándola hacia el suelo, y el esfuerzo de evitarlo resultaba agotador. Pero ahora se sentía mucho más cómoda, y logró mantenerse a flote por… cierta cantidad de tiempo que a ella le parecía había sido suficiente. El problema comenzó cuando ese enemigo “imaginario” con el que peleaba comenzó a sentirse bastante real; tanto así que habría jurado que sintió vívidamente aquel puño verde golpearle el rostro, lo que la hizo desplomarse al suelo como una piedra.
Aquello sólo fue su imaginación, ¿cierto? Tenía que serlo, Piccolo no estaba ahí. Pero si ese era el caso, ¿por qué le dolía tanto la cara justo en el sitio donde sintió que la golpeó?
«Será mejor que descanse antes de que pierda aún más la razón» concluyó para sí misma, y casi le pareció escuchar que su propia voz le respondía que estaba de acuerdo.
Una vez recuperó el aliento, se irguió, se giró en dirección al pequeño templo de la puerta y…
No vio nada.
Ante ella se extendía sólo la infinita blancura, hasta donde alcanzaba el horizonte.
Se giró ciento ochenta grados hacia la dirección contraria, y vio exactamente lo mismo. Se volvió de nuevo a la primera dirección, como si esperara que realmente algo hubiera cambiado, pero siguió sin ver nada. En cualquier dirección a la que veía, era lo mismo: blanco, blanco, blanco…
—Imposible —masculló en voz baja con dejo nervioso—. No puedo haberme alejado tanto… ¿o sí?
Intentó hacer memoria sobre sus pasos luego de salir y lo que había hecho, o de qué dirección había venido. Pero sin un punto de referencia, ni siquiera un camino de migajas de pan para guiarla, le resultó imposible.
Una risa hiriente resonó en sus oídos por un instante, burlándose de su situación, y de la desesperación que poco a poco comenzaba a aflorar en su pecho.
—Tranquila, Milk; tranquila. Debe estar por aquí… no puedo haberme perdido… debe estar por aquí…
Se repitió lo mismo varias veces, al tiempo que comenzaba a avanzar tímidamente hacia una dirección al azar, sin saber si se acercaba o alejaba del sitio al que quería ir. Al inicio fueron pasos lentos y cuidadosos, pero conforme la consternación tomaba el control, comenzó entonces a correr, y luego se elevó en el aire y comenzó a volar a la máxima velocidad que había logrado desarrollar.
Voló y voló por kilómetros enteros, sin encontrar indicio de algo distinto a la absoluta nada. Y cuando las fuerzas volvieron a abandonarla, intentó seguir en el aire por más tiempo, sólo un poco más. Al final su cuerpo entero le falló y se desplomó al suelo blanco sin oposición alguna, estrellándose con fuerza contra éste, lastimándose su brazo derecho al caer sobre él en un intento de girar y amortiguar su caída.
—¡¡Aaaaaah!! —gritó con fuerza por el dolor, y su voz retumbó en aquel vacío, para luego perderse como todo lo demás.
Se quedó tirada en el piso, sollozando mientras aferraba una mano al brazo herido, y cálidas lágrimas comenzaban resbalarle por sus mejillas.
Y aquella misma volvió a burlarle desdeñosamente de ella. La risa de Piccolo Daimaku, gritándole al oído que era una inútil y débil. Que sí, justo como había predicho, moriría ahí totalmente sola; lejos de su esposo, lejos de su padre, lejos de su hijo… Y todos allá afuera morirían igual, incluido su pequeño Gohan, en cuanto los Saiyajins llegaran. Y no había nada que una patética mujer como ella pudiera hacer para evitarlo…
—¡¡CÁLLATE!! —gritó con todo su aliento, como el rugido de un animal salvaje.
Alimentada únicamente por una incontrolable ira, se paró en sus dos pies, y disparó un rayo de energía con su brazo sano, hacia ninguna dirección aparente como si esperara que Piccolo, o quien fuera que le hablara, estuviera ahí de pie. Su ataque sólo cortó el aire, y se disipó a la distancia.
Comenzó a hacer lo mismo una y otra vez, comenzando a disparar a su derecha, a su izquierda, detrás, enfrente, incluso sobre ella; en todas las direcciones que pudiera, hacia cientos de enemigos imaginarios que la rodeaban y seguían riéndose estridentemente de ella. Disparó, y disparó, girándose con rapidez hacia un lado y hacia el otro, hasta que uno de sus movimientos bruscos, su tobillo se torció. Y acompañada de otro grito de dolor, se desplomó de nuevo al suelo, ahora de espaldas. Se golpeó con fuerza la parte trasera de su cabeza, y de pronto ya no vio blanco: sólo negro.
Se quedó ahí tumbada, entrando y saliendo de la inconsciencia. De vez en cuando lograba captar difusamente el blanco del cielo sobre ella, sólo para al instante siguiente volver a desparecer. El tiempo corrió, o lo que fuera que corría en ese sitio, y ella continuó ahí.
«¿Qué más da? Él tiene razón» pensó con desconsuelo, permitiéndose cerrar los ojos, dispuesta a que el sueño la consumiera para (quizás) ya no despertar más. «Todos tenían razón, después de todo. No sirvo para esto. No debería haber entrado aquí… Debería haber vuelto a casa cuando el Maestro Karin me lo dijo… Debería haberme rendido de subir la Torre… Debería haberme quedado en mi casa… No debería haber ido a Kame House ese día… Todo sería mejor si no hubiera hecho nada de esto…»
Aceptar esa realidad le proporcionó un poco de paz, aunque apenas era una gota en ese mar de angustias que la envolvía. Pero podía vivir con esa gota; o, mejor dicho, morir con ella… Pues la “pequeña pizca de su consciencia” que la convencía de seguir viviendo, parecía haberse ido también muy, muy lejos; a un sitio donde ella no pudiera alcanzarla.
Escuchó y sintió de nuevo algo que, definitivamente, no estaba ahí. Eran los pasos de alguien, resonando sobre el piso blanco, haciéndolo vibrar de tal forma que su cuerpo podía sentirlo. Y se aproximaba hacia ella por un costado. Dedujo que era Piccolo que venía de nuevo a burlarse de ella, por lo que no le hizo caso.
Morir no sería tan malo, después de todo. Quizás una vez que dejara ese mundo, tendría la oportunidad de verlo a él antes de que lo revivieran. Podría decirle que al menos lo había intentado, podría decirle que…
—¿Qué haces ahí recostada, Milk? —pronunció la voz e alguien justo de pie a su costado.
«Esa voz…» pensó la guerrera, aturdida. No era la de Piccolo, quien le hablaba era…
Se forzó a abrir una vez más sus pesados parpados, e intentar enfocarlos. Una silueta se alzaba sobre ella, enmarcada por la blancura del cielo. Incluso su silueta resultaba totalmente reconocible para ella; ese peinado era inconfundible. Pero conforme su vista se fue aclarando, su sospecha se hizo realidad, pues se fue materializando ante ella aquel rostro sonriente y despreocupado, y sus ojos oscuros que la miraban fijamente con la ternura que sólo él era capaz de transmitir.
—¿Goku…? —susurró Milk con debilidad.
Aquella imagen ante ella le alzó entonces su mano derecha, ofreciéndosela para que pudiera levantarse.
—Vamos, aún hay mucho por hacer, ¿no es así? —le dijo, acompañado de una amplia sonrisa animosa.
Notas del Autor:
Bien, sé que quizás algunos sientan que estoy “exagerando” los efectos que pasar tanto tiempo en la Habitación del Tiempo pudiera causar, en especial porque en la serie, salvo por unas extrañas visiones que pusieron de Trunks (que bien pudieron ser relleno, aunque esto no lo sé) nunca se vio que los personajes pasaran por algo parecido. Aquí admito que he metido un poco de mi chuchara, sí inspirado un poco en esa visión de Trunks que menciono, pero también imaginando el golpe psicológico que pasar todo un año solo en un espacio como ese, y totalmente aislado, podría causarle a alguien, en especial a un guerrero con menos experiencia como Milk. Espero que esta interpretación que les planteo los convenza.
También creo que es válido mencionar que por ahí leí que en Super agregaron un poco más de cómo funcionaba la Habitación del Tiempo, o por qué no se podía usar tan seguido (aunque esto no lo he verificado), por lo que quizás cosas que diga por aquí ya no concuerden. Esto quizás debería haberlo aclarado en las Notas Iniciales, pero la verdad es que para esta historia me estoy basando casi por completo en Dragon Ball y Dragon Ball Z, además de claro cosas de mi propia imaginación, por lo que casi no tomaré información de Super, al menos de que lo consideré necesario. Así que bueno, de momento seguiremos por esta línea, al menos que algo lo cambie.
Por último sólo quiero agradecer a los que siguen leyendo esta historia, pese a lo irregular de su publicación. Nos vamos acercando cada vez más al punto clave de ésta, por lo que creo que las cosas comenzaran a fluir un poco mejor una vez Milk terminé su entrenamiento. Estén al pendiente para las cosas que siguen.
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