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Escritor de Fanfics e Historias Originales, Dibujante aficionado, fan del Anime, Cómics, Películas, Caricaturas y Videojuegos.
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wingzemonx · 8 days ago
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 10. ¿Y ahora qué?
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Capítulo 10. ¿Y ahora qué?
Una vez se encargaron del pequeño problemita del perro, y de limpiar cualquier rastro evidente que llevara hacia ellas con respecto a su aparente desaparición, lo siguiente fue arreglar lo mejor posible la apariencia de M3GAN. Tuvieron de entrada que quitarle el vestido y las medias, meter éstas a la lavadora, y posteriormente a la secadora; todo lo más rápido posible para quitarle cualquier mancha de lodo o huellas de perro de encima.
—Te ves horrible —se mofó Esther de forma desdeñosa, mientras observaba a M3GAN sentada en una silla, aguardando a que la ropa se lavara. Sin sus ropas, su esqueleto de titanio color cobre quedaba expuesto en gran parte, pues al parecer sólo le habían colocado piel de silicona en su rostro y manos—. Creí que debajo de tus ropas te verías como una muñeca Barbie o algo así —añadió Esther, aún algo risueña—. ¿No les alcanzó esa piel falsa para las demás partes?
—El diseño final contempla que todo el cuerpo visible esté también cubierto —explicó M3GAN, indiferente a simple vista a las burlas de su acompañante—. Pero creo que de momento, para abaratar costos, se enfocaron sólo en las partes visibles. Dependiendo del presupuesto que autoricen los accionistas luego de la presentación, de seguro verán si invertir en esto o no.
—Pero es que ni siquiera te pusieron tetas —indicó Esther de forma hiriente inclinándose delante de ella para contemplar de cerca su pecho plano.
M3GAN parpadeó una vez, e inclinó su cabeza hacia un lado.
—Se consideraron inapropiadas, dado el contexto. Quizás lo reconsideren en otra versión.
—Conozco a más de un pervertido al que le encantaría que hicieran eso —masculló Esther con voz rasposa.
Aquel comentario dejó una densa nube de amargura en el aire, que quizás M3GAN podría haber interpretado mejor de haber tenido las herramientas apropiadas en su programación. Pero sí logró deducir que no se trataba de una observación positiva…
Esther se irguió de nuevo, y se paró ahora a un lado de la silla de M3GAN para revisar su cabello. Había pensado que se trataba sólo de una peluca, y en teoría así era. Sin embargo, estaba adherida al cráneo de la robot, como si fuera su cabello real; como cualquier otra muñeca, pensó. Había considerado que podría quitársela para limpiarla a parte, pero al parecer tendría que optar por otro método.
—Una vez que te fugues conmigo y nos vayamos lejos, ¿crees que Gemma logrará sacar este producto sin ti? —preguntó Esther de pronto, mientras seguía inspeccionando la cabellera rubia de la androide.
—Dependiendo de cómo se den las cosas… es poco probable —indicó M3GAN sin mucha vacilación—. Es evidente que hay errores de origen que tendrían que ser corregidos, y que toda esta situación deja bastante en evidencia. Por ejemplo, no estoy programada para que el éxito o fallo de este proyecto me importe un pepino.
—Bien dicho —señaló Esther, riendo un poco por tan elocuente comentario—. Pero tendremos que mejorar tu vocabulario de maldiciones. Mientras tanto, vamos al baño y veamos qué podemos hacer con este cabello.
Al final terminó por tratarlo como si fuera cabello real: lo lavaron, lo secaron, y lo cepillaron. Por suerte la peluca era de esplendida calidad, y reaccionó bien a su rápido aseo capilar; que bueno que en eso no ahorraron costos.
Cuando la secadora terminó, vistieron de nuevo a la muñeca con sus ropas limpias e impecables. Con esto, y con su cabello recién peinado, se veía como nueva; como recién salida de su empaque.
—Bueno, ya estás mejor —concluyó Esther con bastante orgullo. Aunque con tan sólo mover a un lado de los mechones de M3GAN, dejaba al descubierto la parte en la que la piel de silicona del rostro se había dañado—. Pero con eso no hay nada que yo pueda hacer —indicó, torciendo su boca en una mueca de desgano.
—¿Y eso? —preguntó M3GAN, girando su mirada hacia un lado, en donde aún reposaban los restos de la lámpara y la taza rota durante su conflicto de más temprano.
—Yo me encargo —indicó Esther  con inesperada confianza—. Tú sólo sígueme la corriente.
—¿Con qué? —preguntó M3GAN, sin entender.
Esther estaba por explicárselo, o al menos por decirle algo más. Pero antes de que pudiera pronunciar cualquier palabra, el sonido de un vehículo ingresando por la rampa de acceso de la casa captó la atención de ambas. Esther corrió hacia la ventana y se asomó al exterior, sólo para confirmar lo que ya suponía.
—Es Gemma —le dijo a su compañera androide. Luego se apartó de la ventana y corrió presurosa hacia la cocina—. Actúa arrepentida.
M3GAN se quedó de pie en su sitio, y la siguió con la mirada mientras se alejaba, hasta que la perdió de vista en la cocina.
—¿Arrepentida? —masculló M3GAN en voz baja, confundida.
Esther volvió poco después con una escoba en una mano y un recogedor en la otra. Se dirigió a la sala y se paró en el centro de ésta, al lado de los escombros de la pelea. Sin embargo, en lugar de limpiarlos, se quedó quieta en su sitio, mirando atentamente hacia la puerta. M3GAN se reunió con ella también en la sala, y aguardó.
Unos segundos después, se escucharon los pasos y las llaves de Gemma en la entrada, y sólo en ese instante Esther comenzó a barrer, o al menos a fingir que lo hacía.
La puerta se abrió, y Gemma apareció del otro lado. En una mano sujetaba una bola blanca cargada, con el logo de un restaurante local de pollo frito en un costado, mientras con la otra hacía algunos malabares entre su maletín, su vaso de café, y sus llaves.
—Ya llegué —exclamó en alto una vez estuvo dentro para hacer notar su presencia.
—¡Ah! —soltó de pronto Esther en alto, casi como un chillido, tomando por sorpresa a Gemma, e incluso a M3GAN. Soltó de pronto también la escoba y el recogedor, que cayeron estrepitosos al suelo. Se quedó rígida en su sitio con su rostro pálido—. Tía… Lo siento, esperaba poder limpiar esto antes de que llegaras —masculló con voz nerviosa, casi con miedo.
—¿Limpiar qué? —inquirió Gemma, notándosele ya los primeros rastros de preocupación en la voz. Dejó rápidamente sus cosas sobre la mesa y se dirigió a la sala. No tardó mucho en notar los pedazos regados por la alfombra—. ¿Qué pasó?
Esther comenzó a balbucear, aparentemente incapaz de articular sus palabras de forma coherente. Su cuerpo temblaba de forma de nerviosa.
—Lo siento, tía —susurró Esther muy despacio, agachando su cabeza con miedo—. Fue mi culpa, estábamos jugando con la pelota, y rompimos tu lámpara y tu taza.
Mientras daba aquella explicación, extendió su mano hacia la pelota azul y roja, que seguía ahí en el suelo dónde había quedado cuando M3GAN la dejó caer a pies de Esther hace rato. La mirada de Gemma y M3GAN se dirigieron al mismo tiempo hacia el juguete redondo.
—M3GAN me dijo que no lo hiciera, pero no creí que fuera a pasar nada. Perdón…
Gemma abrió la boca para decir algo, pero no surgió ninguna palabra de momento. Llevó una mano a su frente, y negó enérgicamente con la cabeza, mientras contemplaba los destrozos. Era claro que no sabía qué debía decir o hacer al respecto. Nunca había tenido que disciplinar a un niño; a adultos en el trabajo sí, pero nunca a un niño.
—Ay, Esther… —susurró dubitativa.
—Y además rompí la cara de M3GAN —añadió la niña de pronto, sacudiendo aún más el cumulo de emociones de su tía.
—¿Qué? —exclamó Gemma, alarmada, y de inmediato se movió hacia M3GAN para revisarla.
—Es sólo un daño superficial en la piel de silicona —indicó M3GAN con calma. Eso le indicó a Gemma dónde debía buscar, por lo que rápidamente hizo los cabellos rubios de la muñeca hacia un lado para echarle un vistazo a la rasgadura a un costado de su frente. Al menos no se veía grave, pero quizás tendrían que cambiar todo el rostro completo; y tenía que ser antes de la presentación.
Examinando el corte con más cuidado, éste le resultó un poco extraño. Definitivamente no pudo haber sido causado por un pelotazo. ¿Quizás un golpe al caer al suelo? ¿Un choque contra la esquina de una pared o contra la mesita de la sala? Quería cuestionarle a Esther al respecto, pero no tuvo oportunidad pues en ese momento el llanto descorazonado de la (supuesta) chiquilla inundó la sala.
—Te juro que no lo volveré a hacer —chilló Esther con voz entrecortada—. Por favor, no te enojes —añadió, al tiempo que alzaba sus brazos y se protegía el rostro, como si esperara la llega inminente de un golpe.
Aquello destanteó por completo a Gemma, que al inicio no supo bien cómo reaccionar.
—Hey, hey, tranquila —susurró despacio, agachándose delante de ella—. No… no estoy enojada.
—¿De verdad? —susurró Esther con aparente incredulidad—. Mami siempre…
Calló de golpe, apretando fuerte los labios como si intentara obligarse a no decir nada más.
—¿Tu mami qué? —preguntó Gemma con notoria preocupación.
—Nada —se apresuró a responder Esther, agachando la mirada con timidez.
Gemma se quedó anonadada al ver tal reacción, y un millón de ideas pasaron por su mente en un segundo. ¿Qué le había hecho Trish? ¿Y a su propia hija…? Quería convencerse de que incluso a pesar de todo, no había forma de que su hermana hiciera algo tan grave con uno de sus hijos, con su familia “perfecta” que ella había formado. Pero luego recordaba la bofetada que le había asestado la última vez que se vieron… Y eso era apenas una muestra de muchas otras cosas que habían ocurrido entre ambas a lo largo de sus vidas, en especial cuando eran jóvenes.
Hubiera jurado que con sus hijos sería diferente, pero Trish siempre fue una experta en que la gente viera de ella sólo lo que ella quería.
Y aunque Esther no hubiera tenido la madre que tuvo, había pasado sólo Dios sabía qué durante esos cuatro años en la que estuvo ausente. ¿Cómo debería Gemma reaccionar ante una situación así sin afectarla más de lo que ya estaba? Se sintió de golpe bastante desarmada para lidiar con una situación como esa.
—Tranquila, ¿sí? —masculló en voz baja, forzándose a sonreír con despreocupación. Luego se le aproximó un tanto temerosa, dándole un torpe abrazo, como si la mecánica detrás de aquel acto le resultara por lo más confusa—. Todo está bien. Sólo no vuelvas a jugar con la pelota dentro, ¿está bien?
—Lo prometo, en serio —masculló Esther con voz carrasposa, devolviéndole el abrazo con más firmeza y confianza que ella.
Gemma concluyó que la situación estaba saldada, o al menos de momento consideraba que no tenía caso darle más vueltas a aquel asunto.
—Yo me encargo de limpiar esto —indicó una vez que rompieron el abrazo y Gemma se puso de pie—. Tú si quieres ve a lavarte que traje pollo frito para cenar.
Esther asintió con rapidez.
—¿Vas poder reparar a M3GAN?
—Sí, no te preocupes —indicó Gemma, despreocupada—. Más tarde la reviso con más calma.
—Gracias, tía —añadió Esther con marcada emoción, y de pronto le dio otro abrazo más, hundiendo el rostro contra su torso. Aquella tomó a Gemma totalmente desprevenida, y no reaccionó a tiempo para abrazarla de regreso antes de que la (supuesta) niña se apartara y comenzara a avanzar hacia el pasillo—. Vamos, M3GAN —le dijo con un tono alegre a su androide, indicándole con una mano que la siguiera.
M3GAN caminó detrás de ella a su mismo ritmo. En el momento en el que ambas le daban la espalda la Gemma, y estuvieron lo suficientemente alejadas por el pasillos, la expresión sufrida de Esther cambió radicalmente, mutando a una expresión ladina, con una amplia sonrisa se suficiencia, sintiéndose de hecho bastante orgullosa.
—Eso fue astuto —pronunció M3GAN de pronto en voz baja, sonando de hecho genuinamente impresionada.
—Pan comido, diría yo —masculló Esther con jactancia—. Quizás no lo tengas grabado en tu base de datos, pero lo cierto es que Gemma tiene unos pequeños problemitas con su hermana mayor. Y no la culpo; te aseguro que no dimensiona qué tan perra era esa maldita en realidad.
M3GAN ciertamente no tuvo nada que opinar al respecto. No tenía suficientes datos para realizar un análisis de la relación entre Gemma y su difunta hermana, ni tampoco para sacar un estimado de que tan “perra” fuera esta última en vida. Así que sólo le quedaba confiar en la palabra de Esther. De una u otra forma, su truco había funcionado y eso era lo que importaba.
Había mucho que podía aprender de su nueva socia sobre cómo comprender y manipular las emociones de los humanos.
Ambas llegaron al baño, y como Gemma le había indicado, Esther se dirigió al lavamanos y abrió el agua, para así limpiarse antes de la cena.
—¿Y ahora qué? —preguntó M3GAN, sonando incluso curiosa al hacerlo.
—Tú sólo observa, mi amiga electrónica —le respondió Esther con una pequeña sonrisita astuta. Y aunque no añadió nada más a su criptica afirmación, M3GAN notó como su mirada se fijaba sutilmente en el espejo delante de ella en donde se reflejaba el rostro de ambas. O, más bien, en realidad miraba al botiquín de medicamentos que se ocultaba detrás de dicho espejo.
— — — —
Unos minutos después, las tres estaban ya sentadas en la mesa de comedor para comer pollo frito con puré de papa. Bueno, por supuesto, sólo Gemma y Esther comían, pero M3GAN las acompañaba ahí sentada también como de costumbre.
Era evidente que Gemma se sentía algo incómoda tras lo sucedido hace rato. Comía callada, mirando de soslayo a Esther sin saber muy bien qué decir para romper aquel penoso silencio. En otras circunstancias, Leena hubiera preferido quedarse así, pero necesitaba que el ambiente se sintiera un poco más relajado para poder hacer lo que tenía que hacer a continuación.
—¿Cómo te fue en la oficina, tía? —preguntó de pronto, tras terminar su primera, y quizás única, pieza de pollo.
—Bien —respondió Gemma rápidamente, con quizás más niveles de emoción de lo que debería—. Todo está casi listo para la presentación.
—Qué bien —indicó Esther con una media sonrisa. Justo después, hizo su silla hacia atrás, y se encaminó con actitud despreocupada hacia la cocina.
—¿Cómo… les fue a ustedes? Además de jugar pelota en mi sala, ¿pudiste avanzar con tu pintura? —preguntó, girándose hacia la sala, donde reposaba el caballete, y sobre éste un lienzo en blanco—. Porque parece que no mucho —ironizó en voz baja.
—Decidí al final no hacerla —respondió Esther, encogiéndose de hombros, mientras tomaba una taza del fregadero y la secaba—. Al menos no de momento.
—Creí que querías quedarte en casa justamente para eso.
—Así es el arte, tía —se defendió Esther con voz risueña—. A veces es caprichoso. ¿Verdad, M3GAN?
—Hay algunas citas conocidas que podrían respaldar dicha idea —respondió M3GAN de forma mecánica.
—M3GAN y yo hemos estado hablando sobre esas cosas —añadió Esther, al tiempo que tomaba la tetera y comenzaba a llenarla de agua. Gemma la observó, un tanto intrigada—. Pero creo que son conceptos demasiado complicados para ella. Los entiende, en la teoría. Pero no los siente. No como lo haríamos nosotros.
—Ese es un buen análisis —masculló Gemma—. Muchas personas no verían la diferencia. Y esperamos que muchos niños tampoco.
—¿Tu plan es engañarlos acaso? —soltó Esther, sonando casi acusadora al hacerlo.
—No, no quise decir eso. Más bien…
Gemma interrumpió su argumento, incluso antes de comenzarlo, en cuanto vio como Esther colocaba la tetera sobre una de las hornillas de la estufa y la encendía.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con cautela, poniéndose lentamente de pie. Esther se giró a mirarla con una amplia y dulce sonrisa.
—Te estoy preparando un té para que te relajes.
—¿Por qué piensas que necesito relajarme? —preguntó Gemma, intentando no sonar a la defensiva.
Esther se encogió de hombros.
—Has estado muy estresada estos días. Además, es mi disculpa por lo de lámpara y la taza.
—Bueno, eres muy amable, pequeña. Pero en verdad no tienes que hacerlo.
—Espera a probarlo antes de decir eso —indicó Esther con bastante confianza en sus palabras; una confianza a la que resultaba difícil decirle que no.
—Está bien —masculló Gemma, cediendo al fin, y tomando asiento de nuevo.
Observó atenta desde su asiento como su sobrina le preparaba el susodicho té, moviéndose con bastante soltura y confianza por la cocina, cabía mencionar; Gemma no recordaba que ella misma supiera cómo se preparaba un té a los diez años. De vez en cuando se distraía, ya fuera tomando un bocado de su pollo frito, o revisando algún mensaje, video o comentario en su teléfono. Pero en general pudo ver cómo Esther colocaba los ingredientes en la taza, vertía el agua caliente en ésta con mucho cuidado, y luego lo revolvía todo con una pequeña cucharita.
Una vez listo, Esther volvió a la mesa con la taza de té en mano y la colocó justo delante de su tía. Gemma no era muy de tomar tés; ella era una persona de café, como casi todos los ingenieros que conocía. Pero tampoco les hacía el feo. De vez en cuando, una taza de té caliente resultaba relajante para el cuerpo. Así que sin dudarlo mucho, tomó la taza por el aza, le sopló un poco a su contenido para enfriarlo, y dio un pequeño sorbo.
—Está bueno —exclamó Gemma, genuinamente sorprendida. Era dulce, pero no demasiado. Y detrás de ese dulzor tenía un sabor ácido que resultaba agradable—. ¿Qué es? —preguntó con curiosidad.
—Té de manzanilla con limón, endulzado con miel de abeja —informó Esther, orgullosa, esbozando una sonrisita de satisfacción.
—¿Teníamos manzanilla? ¿Y miel de abeja? —preguntó Gemma, extrañada.
—Lo encontré en la alacena —respondió Esther, asintiendo—. ¿Te gusta? Era de favorito de mami.
La repentina mención de su “mami” causó una inevitable sensación de escalofríos en Gemma, que intentó disimular dando otro sorbo de su té. La idea de estar probando el “té favorito” de su hermana muerta, por algún motivo le causó una sensación incomoda. Pero sabía que eso no era lógico, e intentó desterrar ese pensamiento muy, muy lejos.
—Sí, está muy bueno —le respondió a su sobrina, sonriéndole con gentileza—. Aunque no sé si combine bien con el pollo frito.
Pese a lo dicho, igual lo siguió bebiendo, sorbo a sorbo, mientras a la par comía pedazos de su pollo. Esther igualmente volvió a su silla, comiendo su respectiva cena, pero sin quitar su atención de la taza de Gemma, y de cada trago que daba de ésta.
Luego de unos minutos, la apacible cena fue interrumpida por un repentino llamado al timbre de la puerta principal, seguido de inmediato por varios golpes insistentes en ésta.
—¿Quién será? —preguntó Gemma un voz baja, un poco confundida. Tomó una servilleta para limpiarse los dedos, y se paró para dirigirse a abrir la puerta. Esther y M3GAN la siguieron con la mirada.
Al abrir la puerta, del otro lado Gemma se encontró con un rostro familiar, además de tenso, con una combinación de enojo y preocupación.
—Celia —murmuró Gemma, un tanto perpleja al ver a su vecina de al lado de pie en su pórtico, y en especial a esas horas.
—Gemma —masculló la mujer mayor con aspereza—. ¿Has visto a Dewey?
—¿A quién?
—Mi perro, Dewey —resopló Celia, impaciente.
—No desde esta mañana cuando ensució mi entrada.
—No pudo haber sido él.
—No, debió ser otro perro suelto —exclamó Gemma con ironía.
La actitud de Celia, que no venía precisamente muy alegre desde el inicio, se volvió aún más tosca.
—Pues tu sobrina y la otra… cosa con la que juega, lo estaban molestando esta tarde.
—¿Qué dices? —exclamó Gemma, un poco desorientada por tan repentino comentario, que bien rozaba en la acusación.
—No es cierto, tía —se defendió Esther desde su asiento en el comedor—. Él se me lanzó encima, yo sólo intenté apartarlo de mí.
Gemma volteó a ver a su sobrina sobre su hombro, y la vio genuinamente consternada. No tenía idea de qué había ocurrido en realidad, pero si tenía que elegir entre creerle a su sobrina, o a su loca vecina que disfrutaba de culpar a todo mundo de sus problemas, la elección resultaba sencilla.
De todas formas, Celia no parecía tener suficientes ánimos o armas para seguir con su argumentación por ese lado.
—Pues como sea, no está —sentenció con dureza—. Yo salí a jugar bridge con mis amigas, y cuando volví no lo encontré por ningún lado.
—¿Y qué esperabas con ese agujero en la cerca? —espetó Gemma, claramente defensiva—. Era cuestión de tiempo para que se escapara.
—Él no se escapa —le respondió Celia, alzando la voz—. Siempre que llego, vuelve para recibirme. Y ese agujero está en tu cerca.
—Oh, ya vas a empezar…
—Tú lo hiciste. Y tú excusa para no arreglarlo era que estabas muy ocupada, pero desde hace semanas te la pasas aquí metida.
—¡Estoy trabajando desde aquí! —pronunció Gemma en alto, exasperada—. ¿Y por qué tengo que darte explicaciones de cuando salgo o no de mi casa? ¿Acaso me espías?
—Yo sólo…
—¿Sabes qué? —le cortó Gemma de golpe, alzando una mano hacia ella en señal de alto—. No he visto a tu perro, y claramente no está aquí. ¿O qué? ¿Quieres revisar mi patio o mi garaje para ver si lo tengo escondido ahí?
Ni Gemma ni Celia lo notarían, pero aquella propuesta causó un respingo de tensión en Esther, en especial por la repentina mención al garaje. Y aunque a M3GAN su naturaleza de robot le permitía disimularlo más, aquello igualmente hizo que sus censores se pusieran en alerta, lista para cualquier acción súbita que tuviera que hacer para evitar los múltiples escenarios catastróficos que había calculado.
Pero las dos pequeñas asesinas de perros y ocultadoras de cadáveres tuvieron suerte. Celia tomó el comentario de Gemma como lo que era: una simple afirmación sarcástica, ante la casi absurda acusación de que ellas le habían hecho algo a su perro. Celia torció un poco su boca y miró a su vecina con marcado desdén. Pero si acaso consideró o no aceptar su proposición, no lo dejó claro. En su lugar sólo dijo:
—Sí lo ves, avísame.
Y acto seguido se dio media vuelta y comenzó a retirarse del pórtico.
—Sí, si no lo atropello con mi auto primero —exclamó Gemma en alto con actitud altiva.
Celia se detuvo en seco al oírla y se giró con la clara intención de replicarle algo. Pero sin darle oportunidad de hacerlo, Gemma cerró de golpe la puerta, dando ella el punto final a tal conversación
—¿Pueden creer el atrevimiento de esta mujer? —exclamó muy molesta, caminando de regreso a la mesa con actitud crispada—. ¿Cómo se le ocurre venir a acusarme de…?
Su argumentación furiosa fue cortada repentinamente por un largo y denso bostezo que tomó el control de su ser. Mientras bostezaba, sus ojos se cerraron, y cuando intentó volverlo a abrir se encontró con cierta resistencia. Se quedó de pie en su sitio unos momentos, un poco aturdida, hasta que logró forzarse lo suficiente para volver a la realidad tras ese extraño lapso.
—Lo siento —masculló Gemma, un poco ausente.
—No te enojes, tía —indicó Esther, bastante más calmada que ella—. Ten, toma un poco más de té para relajarte.
La niña tomó entonces la taza y se la ofreció de regreso. Gemma instintivamente la tomó de regreso, y dio un sorbo de ella. El líquido ya estaba tibio.
—Además, esa señora sólo está preocupada por su perrito —señaló Esther.
Gemma bufó, sarcástica.
—¿Perrito? ¿Ese monstruo con patas?
—Estoy de acuerdo —añadió M3GAN repentinamente, ganándose de inmediato una mirada de reprobación por parte de Esther que le gritaba: “guarda silencio.”
Igual Gemma no pareció captar bien el comentario, pues en ese momento otro bostezo se hizo presente, teniendo el mismo extraño efecto en ella. Pero en esa ocasión incluso tuvo que sentarse con cuidado en su silla, como si temiera caerse de no hacerlo.
—¿Estás bien? —preguntó Esther con aparente preocupación.
—Sí, sólo… como que me está comenzando a dar sueño —masculló Gemma por lo bajo, tallándose lentamente sus ojos con los dedos.
—Quizás estás muy cansada —señaló Esther.
—Sí, tal vez…
—¿Por qué no tomas una siesta?
—¿Una siesta tan tarde? —exclamó Gemma, negando rotundamente con la cabeza—. No, no. Aún tengo que revisar unos datos, ver con más cuidado el daño en el rostro de M3GAN y…
Vaciló un momento, mirando hacia un lado con los ojos entrecerrados mientras intentaba hacer memoria.
—Había algo que tenía que hacer esta noche, ¿no?
—Yo no me acuerdo —respondió Esther sin titubeo.
—La falta de una buena calidad de sueño puede afectar la memoria, la formación de nuevos recuerdo, y la capacidad de recordar información aprendida —intervino M3GAN en ese momento—. Y por lo que he podido observar en los últimos días, no has seguido una correcta rutina de sueño, Gemma.
—¿Días? —musitó ésta como respuesta, seguida de una risilla burlona, y de un sorbo más de su taza—. Más bien los últimos años. Pero está bien, estoy acostumbrada a…
Otro bostezo más, y ahora incluso sintió que cabeceaba un poco, casi a punto de que su cara se estrellara contra la mesa. Al parecer su pequeño ataque de sueño era más serio de lo que creía.
—Bueno, quizás sólo me acueste un poco a descansar —concluyó al fin, poniéndose de pie lentamente.
—Adelante, nosotras limpiamos —indicó Esther, señalando hacia los restos de la cena.
—Gracias, pequeña —susurró Gemma en voz baja, mientras se encaminaba hacia su cuarto. Se detuvo un momento a media sala, tanteando con sus manos los bolsillos de su pantalón—. ¿Y mi teléfono?
—No sé —respondió Esther—. ¿Dónde lo dejaste?
—Ahí en la mesa… creo —indicó girándose de regreso al comedor, señalando hacia la mesa.
Esther se paró y revisó cerca del lugar en el que Gemma estaba sentada. Pero excepto por su plato, servilletas y su taza de té, no había rastro de nada más.
—Aquí no está —indicó la supuesta niña, encogiéndose de hombros—. M3GAN tiene razón; no dormir bien afecta tu memoria, tía.
—No creo que sea eso —susurró Gemma, arrastrando un poco las palabras y frotándose además sus ojos con una mano—. Bueno, si lo ves me lo llevas al cuarto, por favor —indicó por último, antes de reanudar su marcha.
—Descansa, tía.
Esther y M3GAN se quedaron en silencio en su respectivo asiento mientras Gemma se alejaba por el pasillo, y hasta que escucharon la puerta de su habitación cerrarse. Esther en ese momento se puso rápidamente de pie y se asomó por la esquina del pasillo, para asegurarse de que en efecto se hubiera metido a su habitación. Dibujó una sonrisita ladina en sus labios, orgullosa de lo bien que había salido esa parte también.
—No se lo acabó —comentó M3GAN a sus espaldas, echándole un rápido vistazo a la taza con el té. Aún quedaba un poco menos de la mitad de la infusión que, obviamente, tenía algo más que sólo té, limón y miel en ella.
—Bastará —indicó Esther con marcada confianza, regresando sobre sus pasos a la mesa—. Tendría que agradecernos, ¿no crees? Una buena noche de sueño le hará bien.
M3GAN no respondió nada a su comentario.
—Como sea, ahora sólo aguardemos a que caiga dormida —concluyó Esther, al tiempo que metía la mano en uno de los bolsillos de su vestido, y extraía de éste lo que había escondido, y lo agitaba en el aire con actitud presuntuosa: el teléfono de Gemma, la otra pieza que les faltaba.
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wingzemonx · 9 days ago
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VIKTOR - Capítulo 18. La Muralla de los Cuervos
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VIKTOR
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 18. La Muralla de los Cuervos
Uno de los puntos turísticos más interesantes de la ciudad de CourtRaven, y que resultaba visible incluso desde el momento en el que te acercabas en el tren, era la llamada Muralla de los Cuervos. Se trataba de un conjunto de altos y gruesos muros y torres que dibujaban un perímetro semicircular entorno a la zona central de la ciudad. Diez de los veintiocho distritos que conformaban el principado se encontraban al interior de esta muralla, adicional al llamado de forma no oficial como Distrito Cero, que era el corazón mismo de la ciudad en donde se encontraban las oficinas administrativas centrales, la residencia del Duque de la Ciudad, el edificio Parlamento del Consejo de Nobles, y por supuesto el Castillo de los Príncipes Kurtvains.
La Muralla de los Cuervos era impresionante. Al menos otras tres de las catorce ciudades tenían alguna antigua fortificación similar en su arquitectura, pero la de CourtRaven resultaba especial. Y no sólo por su altura que muchos decían superaba los veinte metros de alto (aunque las fuentes oficiales informaban que el punto más alto no superaba los diecisiete) o por su extensión que superaba a sus equivalentes. Además de eso se decía que eran muros en verdad viejos, algunos incluso señalaban fechas de antes de la llegada Alzama Molak y sus hijos. Aunque claro, era evidente que se les había dado bastante mantenimiento con el pasar de los siglos para evitar su degradación; la pintura azul y durada que adornaba sus ladrillos por la parte exterior ciertamente no era la original, y terminaba retocándose cada ciertos años. Todo con tal de mantener la buena apariencia de la ciudad.
Pero quizás lo más interesante de la Muralla de los Cuervos eran los rumores y leyendas que había entorno a ella. Desde que había cuerpos se Siervos entre sus paredes que fueron sacrificios hechos para darles mayor resistencia, hasta que en sus cavidades huecas se encontraban laberintos de pasillos y escaleras que ocultaban cientos de secretos, o incluso tesoros de tiempos antiguos. Historias como esas que cautivaban bastante la imaginación de lugareños y visitantes… Y eso incluía a jóvenes cabos a punto de llegar a la ciudad.
—Por favor —musitó Nikam con marcado escepticismo desde su asiento—. ¿Tesoros y cuerpos? ¿De qué loco de cantina sacaste eso?
—¡Te lo juro! —exclamó Aruel, mientras se asomaba por su ventanilla, observando a la distancia la ciudad que se aproximaba más y más conforme el tren se avanzaba. Y, por supuesto, lo más visible era la Muralla de los Cuervos, que de momento era más una mancha azulada, pero poco a poco se hacía más notable—. Dicen que un antiguo príncipe Miravist ocultó toda su fortuna en el interior de los muros para evitar que los saqueadores se la llevaran. Y cuando todo estuvo calmado de nuevo, quiso recuperar el oro, pero sus sirvientes se perdieron entre los pasillos interiores de la muralla y nunca lo encontraron. Dicen que el oro sigue ahí, esperando que alguien lo encuentre.
—Tonterías —enfatizó Nikam, impaciente. Luego se giró hacia Siegiel sentado delante de ellos, en busca de su apoyo—. Capitán, dígale por favor lo absurdo que es todo eso.
—No lo diría con esas palabras —explicó Siegiel con calma—. Pero sí, me temó que no son más que nada viejas leyendas, Aruel. Hasta donde he investigado la historia de CourtRaven, no hay registro alguno de que algo como lo que mencionas haya ocurrido. Pero algo sí es cierto: según lo que leí —añadió alzando uno de los libros de historia que había estado revisando durante todo el viaje, para que sus dos acompañantes lo vieran—. La muralla sí está hueca por dentro, y se compone de una serie de pasillos internos con un diseño que resulta bastante confuso para quienes no los conocen. Y sí, hay reportes de personas que han ingresado a ellos, quizás buscando tesoros como mencionas, y terminaron perdiéndose sin encontrar la salida. Es por eso que hace cincuenta años el gobierno de la ciudad tomó la decisión definitiva de sellar cualquier ingreso al interior del muro, salvo para el personal autorizado. Esto también con el fin de perdurar el buen estado del monumento. Y se considera una sanción grave si se descubre a alguien ingresando de forma ilegal. Así que me temo que aunque haya tesoros ahí, no podrías entrar a buscarlos. Lo siento.
—Oh, rayos —masculló Aruel con pesar, pegando su frente a la ventanilla—. Y yo que esperaba encontrar un cuantioso tesoro, hacerme rico, y retirarme a una hermosa casa de playa en FogHouse.
—Aspiras alto, amigo —señaló Nikam, y entonces se inclinó en su dirección para intentar ver por la ventana también—. Yo me conformo con el sólo hecho de ya estar a punto de llegar. El viaje fue eterno.
—Estuvo bien —indicó Siegiel, mirando pensativo por la ventana, apreciando la ciudad y, por supuesto también aquellos bellos muros. Hubiera tesoros ocultos o no, al propio Siegiel igual le resultaban interesantes. Si en verdad databan de antes de la llegada de Alzama Molak, ¿quién las había construido? ¿Los Nuitsens? ¿Los Siervos incluso? ¿Y con qué propósito? Claramente su intención era defensiva pero, ¿contra qué? ¿Contra otros de sus iguales? ¿O contra otra amenaza?
Los registros de esos tiempos eran muy escasos y confusos. Para la sociedad actual, el mundo había comenzado con la llegada de Alzama Molak. Todo lo anterior a Él, no interesaba…
Al menos, no a los Miravist o Nuitsens.
— — — —
Para desilusión del Cabo Arkansas, Siegiel tenía razón: no había oro o joyas escondidas en el interior de la Muralla de los Cuervos. Si alguna vez las hubo, hacía mucho que alguien ya se las había llevado. Sin embargo, eso no significaba que no hubiera nada ahí dentro; o, más bien, que no hubiera nadie.
A pesar de que como bien Siegiel había comentado, los accesos a la muralla habían sido cerrados hace cincuenta años, eso no evitó que ciertas personas comenzaran a arreglárselas para abrirse paso y, de forma paulatina, apropiarse de diferentes puntos en el interior. Y es que dicho sitio presentaba bastantes ventajas para el tipo adecuado de persona: un lugar cerrado y privado, fuera de los ojos y oídos curiosos de cualquier autoridad; un sitio al que casi nadie tenía permitido de forma legal entrar, y los que lo tenían lo hacían muy rara vez; bastante amplio y confuso, como para esconderte de cualquier perseguidor, en especial una vez que aprendías a moverte entre sus confusos pasillos; e igualmente, una vez que aprendías las direcciones y señas, podías moverte por el interior de la muralla y cruzar de un punto de la ciudad a otro, sin que nadie te viera ni te cuestionara.
Y en los últimos cincuenta años, los que terminaron aprovechando más que nadie las ventajas que este sitio proporcionaba, eran aquellos que permanecían de todas formas casi siempre ocultos del ojo de la gente, buscando siempre un sitio en donde esconderse, y cualquier recurso para protegerse de los peligros que el mundo exterior les lanzaba: los Siervos sin amo.
Era un secreto a voces en las calles, una leyenda menos conocida y difundida que los tesoros ocultos, pero que tenía la peculiaridad de ser totalmente cierta. El interior de la Muralla de los Cuervos había sido desde hacía bastante tiempo refugio de cientos de Siervos sin amo ni hogar, como una segunda ciudad escondida, en donde los Siervos habían creado pequeñas comunidades en diferentes zonas de la muralla, alejados de las entradas principales. Se alumbraban al fuego de viajas antorchas y hogueras improvisadas, con viviendas de maderos viejos y telas roídas en lugar de puertas. No era mucho, pero era suyo.
Pero a su vez, oculto dentro de este grupo de Siervos que se escondían de la luz del sol, existía un grupo especial. Se mezclaban entre ellos como sólo otros Siervos más, con ropas gastadas y rostros sucios, pero que hacían más ahí que sólo sobrevivir y ocultarse; de hecho, hacía mucho más que eso.
Y uno de ellos era al que la gente conocía simplemente con Fenrys, un hombre joven bastante respetado y querido entre sus iguales. Muy seguido podías verlo aquí y allá haciendo lo mismo cada día: enseñándole a los jóvenes siervos como defenderse. En especial los instruía en la forma correcta de usar las amas Nuitsen, en especial una espada. Y es que era raro no verlo cargando una consigo a donde quiera que fuera, como si de un antiguo héroe de cuentos se tratase.
Esa tarde, mientras el tren del nuevo Capitán Maximali se aproximaba a la ciudad, en la Zona 22 de la Muralla de los Cuervos, que colindaba por un lado de la muralla con el Distrito Nueve y por el otro con el Distrito Ocho, Fenrys se encontraba justo haciendo eso mismo: entrenando a un grupo de jóvenes Siervos, siete de ellos, todos de no más de veinte años. Todos tenían en sus manos espadas de madera para práctica que Fenrys les había dado, y repetían los movimientos básicos que éste les había enseñado: corte a la cabeza, estocada, arremetida, corte al torso, bloqueo, y repetir; una y otra vez hasta que el movimiento les resultara enteramente natural.
Mientras los siete chicos repetían los movimientos tal cual Fenrys les había explicado, éste caminaba a su alrededor, observando y analizando a cada uno, y corrigiéndoles cuando lo consideraba apropiado.
—Bien, sigan así —mascullaba con voz firme—. Más alto. Más firme, con confianza. Tu espada no te protegerá si no crees en ella.
Llevaban ya más de una hora en eso, y era evidente que los chicos estaban cansados. Pero Fenrys era un instructor duro, y esperaba que aquellos a los que enseñaba lo fueran igual o más que él. De vez en cuanto, sin embargo, surgía alguien con espíritu más rebelde; más dispuesto a lanzarse a atacar, en lugar de perder el tiempo con tanta lecciones.
—¡Esto es estúpido! —exclamó con molestia uno de los chicos, al tiempo que se detenía y lanzaba su espada de madera al suelo.
Todos se detuvieron de golpe al escuchar aquello, y se giraron a mirarlo, incluido Fenrys. Era de los mayores, pecoso de cabellos castaños cortos y desalineados.
—¿Hay algo que quieras compartir? —le preguntó Fenrys con algo de severidad.
El chico se giró hacia él para encararlo sin bajar ni un poco la mirada.
—Sí: esto estúpido —repitió con mayor claridad—. ¿Por qué nos enseñan a usar estas cosas? ¿De qué nos va a servir contra las armas de los Nuitsens?
Fenrys arqueó una ceja, intrigado por la pregunta, mientras observaba con atención al muchacho. Fenrys era un Siervo alto al final de sus veintes, de complexión atlética, con un cabello corto teñido de verde oscuro del que debajo se asomaban unas raíces oscuras. De piel tostada, con algunas cicatrices marcándole el cuerpo, en especial una bastante notoria que le cruzaba el rostro del lado derecho. Pese a su apariencia que podía ser bastante intimidatoria en un primer vistazo, la gente rápidamente notaban el buen humor y la sonrisa jovial que solían acompañarlo a cada rato. Pero claro, eso no impedía que tuviera que ponerse serio y duro justo cuando lo necesitaba.
—¿Te refieres a las armas de fuego? —preguntó de pronto con aparente curiosidad.
—Claro que sí —recalcó el chico, exasperado.
—¿Cómo ésta?
Fenrys sacó entonces desde atrás de su espalda lo que ahí ocultaba: un revólver oscuro y gastado, con una apariencia más que distintiva como para que cualquiera de los presentes la viera. Todos dieron instintivamente un paso hacia atrás, incluso el que se quejaba.
—¿Quieres aprender a usarla? —preguntó justo después, girando el arma en su mano para que quedara con el mango en dirección al muchacho—. Anda, tómala.
El joven Siervo observó dudoso el arma que le ofrecía. Avanzó lentamente hacia él, pero sólo la distancia suficiente para poder extender su mano hacia la pistola y tomarla rápidamente del mango. La sostuvo en su mano delante de su rostro, inspeccionándola profundamente con la mirada. Era la primera vez que veía una de cerca, no se diga sostener una.
—¿Cómo se siente? —preguntó Fenrys con curiosidad, al tiempo que se agachaba al suelo para recoger la espada de madera que el muchacho había tirado.
—Es más pesada de lo que pensé —musitó el chico, aun observando el arma, intrigado.
—Lo es, ¿cierto? Ahora, apúntame con ella.
La instrucción tomó totalmente desprevenido al joven Siervo, que de inmediato apartó la mirada del revólver, y se giró a mirarlo desconcertado.
Fenrys sonrió, casi con picaría.
—Vamos, no tengas miedo —insistió, moviendo además su mano para indicarle que se animara.
El chico dudó un poco más, pero al final obtuvo el valor suficiente para hacer justo lo que le pedía. Alzó su brazo, con la pistola hacia el frente. Pero justo cuando cañón del arma apuntó directo al rostro de Fenrys, éste repentinamente desapareció de la vista del muchacho, moviéndose con notable agilidad hacia un lado. Y antes de que éste pudiera reaccionar o procesar lo ocurrido, Fenrys ya estaba prácticamente de pie a su lado. Con un movimiento rápido, jaló la espada de madera en su mano contra la muñeca del chico, dándole un golpe preciso que bastó para que su mano soltara su arma y ésta se precipitara al piso.
Siguiendo el mismo movimiento, Fenrys se lanzó al frente, y dirigió la hoja de madera directo al cuello del muchacho. Éste se quedó paralizado, e instintivamente cerró los ojos, esperando a sentir que la madera lo golpeara en el cuello. Esto no ocurrió, pues el arma se detuvo a sólo milímetros de tocarlo.
Fenrys sonrió, pareciendo incluso divertido al hacerlo.
—Muerto —masculló despacio, y entonces movió el arma rozándola por la piel del cuello del muchacho, simulando como si le cortara la garganta. El chico reaccionó, retrocediendo y tomando su cuello con una mano, como si temiera desangrarse por su herida imaginaria.
El resto de los chicos observaron todo aquello con asombro, pero también algunos de ellos soltaron risillas burlonas hacia su compañero. Éste se ruborizó, apenado.
Fenrys se giró en ese momento, y notó entonces que alguien se había acercado al grupo mientras estaba concentrado dándole su “lección” al muchacho. Su compañera Azallia, otra Sierva, de cabellos negros oscuros y sin ningún orden claro en ellos, los observaba con su habitual cara inexpresiva. Llevaba un rifle colgado al hombro, como usualmente solía andar.
Antes de dirigirse a ella, se agachó para recoger su pistola del suelo, y después se giró de nuevo hacia sus alumnos de esa tarde. Comenzó a hablarles claro a todos ellos por igual para que lo escucharan.
—Les enseñaremos a usar armas de fuego, de eso no se preocupen. Pero lo primero que deben entender es que los Nuitsens actualmente dependen demasiado de ellas, a pesar de que las pistolas fallan, se traban, se les acaba la munición o se pueden caer de sus manos. Y cuando eso ocurre, tienen que estar listos para actuar y aprovechar las oportunidades, antes de que su oponente recuerde que tiene garras, colmillos o, aún peor, magia para defenderse. Siervos valientes en el pasado han enfrentado a sus opresores con sólo picos y palos. Ustedes tendrán más que eso, pero deberán aprovechar cada recurso a su disposición para luchar. Incluso los que parezcan estúpido.
Al decir aquello miró de reojo al chico que se había quejado. Éste desvió su atención hacia un lado, aún avergonzado.
—Bueno, suficiente por hoy —recalcó más similar a su optimismo habitual—. Repitan el ejercicio y nos vemos mañana, ¿de acuerdo?
Todos dieron una respuesta silenciosa y comenzaron a retirarse  llevándose sus espadas de madera consigo. Por su parte, Fenrys se aproximó hacia su compañera, que aguardaba paciente.
—Hey, Azallia —le saludó de forma cordial—. Bonito peinado. ¿Qué pasa? ¿Quieres entrenar un poco?
—Shiva quiere verte —le respondió ella directamente con su habitual seriedad.
—Lo suponía —comentó él con humor, encogiéndose de hombros—. Vamos, entonces.
Sin necesidad de decir más, ambos comenzaron a moverse por los laberínticos pasillos de aquel estrecho y oscuro espacio, alumbrados por una antorcha que Azallia alzó en lo alto.
— — — —
El lugar al que ambos se dirigían era al cuarto privado de Shiva, aunque llamarlo “cuarto” quizás era ser muy optimista, o quizás sarcástico. Se trataba en realidad de un área angosta debajo de unas escaleras, al que le habían construido una pared improvisada con maderos de viejas carretas y casas demolidas de los distritos cercanos, con una entrada que, similar a otras construcciones de ahí dentro, tenía como única puerta una sábana azul gastada, sucia y con un par de agujeros.
La privacidad era un lujo que pocos tenían dentro de la Muralla de los Cuervos, pero se hacía lo que se podía.
El cuarto funcionaba en primera instancia como habitación de descanso para Shiva, como mostraba la cama vieja contra el rincón, aunque con un colchón y tendidos bastante decentes, cabía mencionar. Pero también era usada como sala de reuniones de la líder del grupo con sus más allegados. Era justo esta última la función que se le estaba dando en estos momentos.
Shiva y Herkules, uno de sus oficiales de confianza, estaban de pie ante la mesa, con el mapa de la ciudad extendido en todo su largo, alumbrado con dos lámparas de aceite colocadas a sus lados. El mapa tenía algunos puntos señalados con viejas tapas de botellas, y un puño más de éstas reposaban a un costado aguardando a ver si eran necesarias. Ambos observaban atentamente el mapa mientras conversaban. Adicionalmente, sobre la mesa había un par de libros y cuadernos, y un revólver negro cargado, siempre al alcance de la mano de Shiva, aunque ésta estuviera más ocupada acariciando con los dedos el collar que colgaba de su cuello; un símbolo compuesto por las letras “S” y “N” entrecruzadas, hecho de un cristal azul oscuro.
—Los hombres que vigilaban el bar los vieron llegar en la madrugada —indicó Herkules con voz estoica, señalando con un dedo a la tapa roja posada sobre el mapa en la parte más al oeste del Distrito Nueve, por fuera de la muralla—. Las bajaron por el callejón, y las metieron al local por la puerta trasera. Y según parece, de ahí no han salido.
Herkules era un Siervo alto y fornido de piel oscura, cabello oscuro muy corto y barba de candado. Tenía músculos bien marcados, en especial en sus dos gruesos brazos que sobresalían de su chaleco roído, curtidos por años de trabajar en los campos y minas de los Nuitsens, hasta que se liberó y terminó ahí, con ellos. De eso hacía ya diez años. Y aunque Shiva era menor que él, ella llevaba bastante más tiempo en esa lucha; suficiente para considerarla su líder sin siquiera titubear.
Shiva observó con dureza la tapa roja. Su puño derecho se apretó con fuerza sobre la mesa.
—¿Cuántas mujeres eran? —preguntó con voz rasposa.
—No están seguros —indicó Herkules—. Creen que podrían ser alrededor de diez; quizás más.
—¡Esos malditos bastardos! —dejó escapar Shiva con fuerza, seguida de un agudo quejido, antes de hacer chocar su puño contra la mesa y hacer que los objetos sobre ésta saltasen. A Herkules le preocupó las lámparas por un segundo, pero éstas se mantuvieron en su sitio.
Shiva era una mujer al inicio de sus treintas, de piel morena y ojos dorados muy penetrantes. Tenía cabellos blancos largos y lacios que caían sobre su espalda, y un lunar grande que cubría todo su ojo izquierdo, más oscuro que el resto de su piel. Aunque, en realidad, el rasgo más distintivo de Shiva y que, inevitablemente, captaba primero la atención de cualquiera que la conociera… eran sus orejas.
La mujer respiró hondo intentando calma el fuego de la ira que la había consumido. Más tranquila, se paró derecha y volvió a hablar.
—¿Y los Viniani?
—Están desde el mediodía en su restaurante —respondió Herkules, tomando una tapa del montón para colocarla en el mapa justo en la zona norte del Distrito Once—. Clover y Perla los están vigilando. Al parecer tendrán una fiesta esta noche. Estaba por ir a verlos para que me contaran todo lo que pudieron descubrir.
Shiva chasqueó la lengua con molestia, y su puño volvió a cerrarse con fuerza, amenazando con volver a golpear la mesa.
—Ellos se embriagan y divierten, mientras tienen encadenadas a más de diez de nuestras hermanas en sus sótanos, esperando el momento de venderlas. No hay límite para la depravación de los Nuitsens.
Herkules no le respondió nada, pero ciertamente no era que estuviera en desacuerdo con su afirmación.
Les habían estado llegando desde hace semanas reportes de numerosos Siervos sin amo desaparecidos de las calles de los Distritos Siete, Ocho, Nueve y Diecinueve; en su mayoría mujeres jóvenes. Su investigación de días los había llevado justo a esto: a una red de tráfico de Siervos; criminales vendiéndole Siervos sin amo a los Nuitsens dispuestos a pagar por ellos, entregándolos directo a sus manos como si de paquetes se tratasen.
Las regulaciones de los últimos años marcaron de forma más tajante lo que un amo podía o no hacer con su Siervo. La mayoría se acopló a éstas sin mucho problema. Sin embargo, existían Nuitsens en todas las ciudades, y en todos los niveles, que siempre habían hecho uso de sus Siervos de formas que rompían de sobremanera estas nuevas regulaciones, o incluso las anteriores. La lista de estos usos era extensa, e inmunda. Y como adquirir un Siervo de forma “legal” dejaba un registro, y otorgaba obligaciones al amo, la mejor forma de seguir con sus sucias prácticas sin llamar la atención de las autoridades, era adquirir Siervos por medios “alternativos”.
Y en CourtRaven, una ciudad en donde grupos delictivos como los Viniani y los Karllone podían casi hacer lo que se les diera la gana mientras lo supieran hacer sin llamar la atención, este tipo de mercado no era extraño. Y de los “productos” que este mercado ofrecía, las Siervas jóvenes eran lastimosamente el más popular.
—Debemos hacerlo esta noche, antes de que las muevan a otro sitio —declaró Shiva con férrea convicción—. Si los Viniani tienen su fiesta en el Distrito Once, tendrán sus ojos y sus hombres concentrados allá. El bar estará descuidado.
—Necesitamos recopilar más información antes de hacer tal conjetura —señaló Herkules—. Iré a ver Clover y Perla, y luego me moveré al bar para intentar ver qué información logro recabar.
—No —le cortó Shiva con seriedad—. Luego de hablar con Clover, vuelve aquí y prepara a tus hombres para el ataque. Tú los dirigirás. Lleva a todos los que estén disponibles; informales, armarlos, y que se muevan a la salida treinta y dos, la más cercana al lugar. Y que estén en alerta para su siguiente instrucción.
El rostro de Herkules se tornó algo serio, incluso preocupado.
—¿Quién se encargará entonces de vigilar el bar?
Antes de que Shiva pudiera responder, ambos se giraron hacia el mismo sitio, justo cuando percibieron que la sábana de la entrada se hacía a un lado, para así abrirle paso a dos personas: Azallia y Fenrys, yendo uno detrás del otro y aproximándose hacia la mesa en la que estaban ellos. La atención de Shiva se enfocó principalmente en el hombre de cabellos verdes.
—Ya me encargo de eso —le murmuró Shiva a Herkules en voz baja, antes de que los otros dos estuvieran lo suficientemente cerca.
—Aquí está Fenrys —informó Azallia con voz monótona—. Justo como me lo pediste.
Fenrys miró hacia Shiva con una pequeña sonrisita disimulada, y ésta desvió su tención hacia otro lado por reflejo.
—Hey, Herkules —saludó el chico de cabellos verdes, centrándose de momento en su otro compañero—. Hace rato que no te veo aquí dentro.
—Y yo hace rato que no te veo a ti afuera —señaló el hombre de piel oscura como respuesta, resonando fuertemente como un reclamo. Fenrys se limitó a sólo sonreír como respuesta.
—Haz lo que acordamos, Herkules —indicó Shiva con severidad—. Y Azallia, prepara y revisa nuestro armamento. Quiero todo rifle y pistola que tengamos disponible cargado y listo.
—¿Todo rifle y pistola? —murmuró Azallia con ligera confusión—. ¿Quieres decir “todo”?
—Todo —repitió Shiva con firmeza—. Es mejor que nos sobren balas a que nos falten.
Azallia achicó los ojos, y miró con cierta desconfianza a los demás presentes; o, en específico, osciló su mirada entre Fenrys y Shiva.
—No es una excusa para que los deje solos, ¿verdad? —preguntó de pronto con total soltura.
La pregunta provocó una pequeña risilla divertida en Herkules, una sonrisa con un sentimiento similar en Fenrys, pero una nada agradable reacción de molestia en Shiva.
—Azallia… —masculló la líder con voz rasposa y clara recriminación.
—Como sea —respondió la soldado del rifle, encogiéndose de hombros—. Yo me encargo.
Sin intención de seguir discutiendo, Azallia se dirigió a la salida del cuarto privado, y Herkules no tardó en seguirla también; ambos más que dispuestos a ir y cumplir las órdenes que su líder les acababa de dar.
Por su parte, Fenrys permaneció ahí, pues aún no había recibido ninguna orden, ni tampoco le habían informado por qué su presencia había sido requerida. Pero optó por de momento quedarse callado, mientras sus otros dos compañeros se retiraban. Shiva hizo exactamente lo mismo, aunque ella tenía su atención puesta en el mapa de la mesa, y en las tapas de botellas sobre éste.
—¿Todo está bien? —masculló Fenrys en voz baja una vez estuvieron solos, y al tiempo que le echaba igualmente un vistazo al mapa.
Shiva se tomó unos momentos para responder. Cerró los ojos y se los talló con cuidado con sus dedos. Se le veía cansada; era evidente que no había dormido bien la última semana. Y, al menos en la mayoría de esas noches, Fenrys estaba seguro que no había sido por su culpa.
—¿Cómo están los nuevos reclutas? —preguntó Shiva tras un rato, aunque aún sin mirarlo.
—Tienen el espíritu, eso es innegable. Pero les hace falta escuchar más y hablar menos.
—Lástima que tú no eres ni de cerca el más adecuado para enseñarles eso —indicó Shiva con un poco de ironía en su voz. Fenrys sonrió divertido; si se burlaba de él, la cosa debía ser no tan seria.
Rodeó entonces la mesa para pararse a lado de ella; muy cerca. Mientras Shiva posaba de nuevo su atención en el mapa, él se tomó la libertad se aproximar su mano grande y áspera, y pasar sus dedos con delicadeza por su mejilla. Shiva pareció reaccionar inconscientemente a aquel suave tacto. Cerró sus ojos de nuevo, e inclinó más el rostro en su dirección, como si quisiera sentirlo un poco más.
—¿Me hiciste llamar para preguntarme sobre eso? —le susurró Fenrys muy despacio, cerca de sus oreja; esa oreja tan distintiva—. ¿O en verdad sí querías estar a solas…?
Shiva permaneció unos segundos en silencio, sumergida un poco en la sensación de la mano de Fenrys contra su piel. Pero antes de que su mente se desviara demasiado en aquella dirección, se forzó a reaccionar. Hizo la mano de Fenrys a un lado, y apartó rápidamente su rostro.
—No, no te llamé por eso, ni tampoco por lo otro —masculló con severidad, resonando como un regaño, aunque no era claro si era para él, o para ella. Respiró hondo, y se giró ahora sí por completo hacia él—. Encontramos a las Siervas desaparecidas. Tal parece que las tienen secuestradas aquí —señaló entonces a la tapa colocada al oeste del Distrito Nueve en el mapa—, en el bar White Fish, propiedad de los Viniani.
—¿Viniani? —exclamó Fenrys, azorado—. ¿Hablas de Armin Viniani, el jefe criminal?
—De sus primos, en realidad —aclaró Shiva—. Carlo y Geraldine Viniani. Son sus socios, y se encargan de varios de los negocios sucios por él, en especial lo que respecta al tráfico de bienes ilegales; arte, joyas, licor…
—Y Siervos —complementó Fenrys con seriedad. Y no era necesaria ninguna confirmación; ambos sabían muy bien que así era.
—Necesito tu ayuda —explicó Shiva, mirándolo de nuevo, aunque ahora con actitud mucho más serena—. Estoy corta de manos y ojos en estos momentos, y necesito a alguien que vigile el bar hasta esta noche, cuando realicemos el ataque.
—¿A qué te refieres con ataque? —preguntó Fenrys, dudoso.
—¿Cómo que a qué? Entraremos y rescataremos a las chicas secuestradas, ¿qué más?
—Eso mismo te pregunto, Shiva: ¿qué más?
Ella se mantuvo firme en su sito y le sostuvo la mirada sin pestañear. Sin embargo, permaneció en silencio y no respondió a su pregunta. Eso por sí solo resultaba lo suficientemente preocupante.
—Escucha —susurró despacio, aproximándose hacia ella, con una mano alzada en dirección a su rostro—, sé que este tipo de asuntos toca una fibra sensible en ti…
Shiva reaccionó de golpe, alejando de un manotazo la mano que se le aproximaba. Luego instintivamente ella misma llevó la misma mano con la que le había alejado hacia su propia oreja derecha; su oreja puntiaguda, idéntica a la de un Nosferatis…
—No se trata de eso —masculló con sequedad.
—Te creo —respondió Fenrys, dando un paso hacia atrás para darle un poco más de espacio—. Pero también quisiera creer que tu prioridad es rescatar a estas chicas sanas y salvas, no matar indiscriminadamente a todo Nuitsen que esté ahí dentro.
—¿Por qué una cosa entraría en conflicto con la otra? —espetó Shiva con una pizca de coraje sazonando sus palabras—. ¿Crees que los hombres de Viniani que las vigilan dejarán que nos las llevemos sin más?
—Claro que no. Pero no es necesario derramar más sangre de la necesaria para lograrlo. No otra vez…
La mandíbula de Shiva se tensó ante aquel innecesario comentario, que aunque intentara disfrazar con mera preocupación, para ella resultaba claro que se trataba de un marcado reclamo.
—¿Por qué debemos tener alguna misericordia con estos malditos que todo lo que han hecho es abusar de nosotros como si fuéramos vil ganado? Los Siervos no les importamos en lo más mínimo. Somos sólo un producto más que pueden vender, comprar o robar si les place.
—No me gusta cuando te pones así… —masculló Fenrys con inquietud, e intentó de nuevo tomarla del rostro, obteniendo el mismo resultado que antes.
—Por encima de lo que tú y yo hagamos en esa cama, eres mi soldado, Fenrys —le reprendió Shiva con dureza—. Y como tal espero que me confíes en mí, y me obedezcas. Si una cosa va interferir con la otra, creo que sabes muy bien la que elegiré.
Ambos guardaron silencio, mirándose el uno al otro, como si esperaran que se dijera algo más, aunque ambos sabían que no había mucho más que decir. No era la primera vez que Shiva daba tal ultimátum, o al menos uno parecido. Su relación, o lo que fuera eso que había entre ellos, era importante para ella; pero no más que la causa por la que peleaban. Y eso Fenrys lo tenía muy claro.
Tras unos segundos  de aquel incomodo silencio, Shiva fue la primera en reaccionar, desviado su mirada de nuevo hacia el mapa y apoyándose contra la mesa con sus dos manos.
—Además, no tienes de qué preocuparte. Los Viniani ni siquiera están ahí. Carlo y Geraldine tienen una fiesta en su restaurante, y hasta dónde sabemos Armin sigue fuera de CourtRaven. Así que sí, nuestra prioridad es rescatar a las mujeres, e irnos. Sin derramar sangre innecesaria, como tanto te preocupa.
—¿Me lo prometes? —preguntó Fenrys, y lo que obtuvo como respuesta fue una marcada mirada de reprobación por parte de Shiva, que le indicó por sí sola que no abusara más de su paciencia—. De acuerdo, sí. Confiar y obedecer… ¿Qué necesitas que haga?
—Por lo pronto que vigiles el White Fish y obtengas toda la información que podamos. Cuántos hombres de Viniani están ahí, y si es posible en dónde exactamente tienen a las chicas.
—Es un bar Nuitsen. Perla podría infiltrarse y obtener la información más fácil que yo.
—Ella de momento está ocupada ayudando a Clover a tener vigilados a los Viniani, por si hacen cualquier movimiento.
Fenrys suspiró con resignación.
—De acuerdo, haré todo lo que pueda. Les mandaré una paloma con la información en cuanto la tenga.
Dada por terminada la conversación, e infiriendo que eso era todo lo que su líder deseaba hablar con él, Fenrys se dirigió a la salida del cuarto para luego dirigirse hacia donde le habían indicado. Y en parte tenía razón; la conversación y el motivo por el que había sido llamado fue cumplido. Aún así, antes de que se retirara del todo, Shiva lo detuvo.
—Espera —exclamó en alto. Fenrys se detuvo y se giró a mirarla con curiosidad. Ella comenzó a moverse también, rodeando la mesa para así avanzar hacia él. Fenrys aguardó en su sitio, paciente.
Shiva se acercó hasta colocarse delante de él, a sólo unos centímetros de separación. Fenrys era apenas unos centímetros más alto que ella, por lo que mirarse a los ojos nunca había sido complicado para ellos. Tras unos segundos de vacilación, Shiva alzó tímidamente una mano y la posó sobre el pecho de su soldado. Tomó su camisa entre sus dedos y lo jaló hacia ella. Fenrys no opuso resistencia, y en un segundo ambos cerraron los ojos y pegaron sus labios contra los del otro. Fue un beso corto, en comparación con otros que se habían dado. Pero los segundos que duró fueron suficientes.
Una vez se separaron, ambos abrieron los ojos, y los dorados y serios de Shiva se encontraron con los azules y cándidos de Fenrys.
—Si te estoy pidiendo esto es porque confío totalmente en ti —susurró Shiva—. Lo sabes, ¿cierto?
—Por supuesto —respondió Fenrys sin vacilar, ofreciéndole una gentil sonrisa, así como una caricia más de sus dedos por su mejilla, que de nuevo hizo que Shiva se estremeciera, aunque intentó disimularlo.
Fenrys se inclinó de nuevo hacia ella, aunque ahora para darle un pequeño beso en su frente, antes de apartarse de nuevo para reanudar su marcha hacia la salida. Esta vez, Shiva no lo detuvo.
Una vez sola, la líder se dirigió de regreso a la mesa, revisando meticulosamente el mapa de la ciudad, pero principalmente repasando en su cabeza los pasos que tendrían que llevar a cabo para la operación. Aunque la verdad era que las palabras de Fenrys sí que la habían afectado más de lo debido, y eso mermaba un poco su capacidad para concentrarse.
“Sé que este tipo de asuntos toca una fibra sensible en ti…” le había dicho, y no era un secreto para nadie el por qué lo decía. No cuando sus orejas de Nosferatis siempre estaban ahí, dejando en evidencia su naturaleza y, de manera implícita, su posible origen.
Shiva alzó una mano, y la llevó de nuevo a su colgante con la “S” y la “N”. Tocarlo la ayudaba a enfocarse, a recordar lo que realmente era importante. Tenía que hacer esas dudas a un lado; su papel como líder se lo exigía. Y en especial esa noche en la que Silent Night tendría una misión tan importante.
— — — —
El tren del Capitán Maximali llegó a la estación de CourtRaven un poco antes de las cinco de la tarde, haciendo de hecho un buen tiempo, para fortuna de todos sus pasajeros. El cielo estaba nublado, como era habitual en el norte, y una neblina ligera se visualizaba en la distancia, aunque parecía sacarle la vuelta a la ciudad.
La estación se encontraba en la parte sur de la ciudad, en las inmediaciones del Distrito Veinte. Era grande y moderna, como se esperaría del punto de entrada para los visitantes de una de las más importantes de las Catorce Ciudad, y puerta para toda la región norte. Se encontraban además bastante concurrida cuando Siegiel y sus dos acompañantes bajaron. Adicional al suyo, al parecer habían llegado otros dos trenes en diferentes andenes, y los pasajeros de llegada y de ida de los tres iban de un lado a otro, presurosos quizás de cumplir sus citas, o de no perder su tren hacia su siguiente destino.
Aún entre todo el ajetreo y las prisas, en cuanto pusieron un pie en el andén, la presencia de un Lord Miravist captó de inmediato la atención de varios de los presentes. Dos trabajadores de la estación en uniforme se les aproximaron para ofrecerse a llevar todas sus maletas. Siegiel intentó decirles que no era necesario, pero los trabajadores insistieron. Y menos mal que lo hicieron, pues en cuanto comenzaron a subir el equipaje marcado de los tres en el carrito transportador, Siegiel descubrió que sus amigos sí que habían viajado con bastantes cosas. Entre los tres dieron en total diez maletas.
—¿Por qué trajeron tanto? —preguntó Siegiel con confusión, mirando las torres de maletas en el carrito.
—Todos dicen que el clima acá en el norte es extremo —respondió Aruel con confianza—. Veranos muy calientes, inviernos muy fríos. Hay que estar listos con ropa para toda ocasión, ¿no le parece, Capitán?
—Bueno, eso es cierto —reconoció Siegiel—. Pero quizás hubiera sido mejor comprar la ropa nueva una vez estuviéramos aquí, y así viajar más ligeros.
—¿Escuchaste eso, Aruel? —le susurró Nikam a su compañero, aunque lo suficientemente alto como para que Siegiel lo escuchara—. Por supuesto que para un Miravist es muy fácil comprarse un guardarropa nuevo cada vez que lo necesite. No como uno que es tan pobre que tiene que reusar la misma camisa hasta que se desgasta. Qué envidia, ¿no?
Siegiel se sonrojó, notoriamente apenado por el comentario, pero más por el suyo, por haber hablado sin considerar que su situación y la de sus amigos no era la misma.
—Lo siento, no fue mi intención —masculló, agachando la cabeza.
—Hey, sólo te molesto, capitán —rio Nikam, divertido—. Lo que sí me pregunto de verdad es como tú trajiste sólo dos maletas. ¿Qué traes exactamente?
—Una tiene mi ropa más básica, y la otra mis libros y expedientes de investigación.
—Debí imaginarlo —susurró Nikam, irónico.
Apoyados por los dos trabajadores que empujaban el carrito con su equipaje, los tres recién llegados soldados salieron del andén, y se dirigieron hacia la salida de la estación. De nuevo, las miradas de más de una de las personas a su alrededor se posaban en el Miravist desconocido, y era igualmente el tema de sus cuchicheos. Siegiel intentaba ignorarlos.
—Yo tengo hambre, ¿y ustedes? —indicó Aruel, con una mano contra su pansa.
—Claro que sí —replicó Nikam—. Se nos pasó la hora del almuerzo, después de todo.
Un golpe de repentina emoción se apoderó de Aruel.
—¡Ah!, eso me recuerda: pregunté en el tren sobre buenos lugares para comer, y otro pasajero me recomendó un restaurante de carne en el Distrito Once llamado el Rincón del Bistec. Dicen que sirve los cortes más delicioso y finos de la ciudad. ¿Qué les parece si vamos a comer ahí?
La pregunta era en general para ambos, pero era claro que quién tenía que responder y autorizarlo era su nuevo capitán.
—Supongo que estaría bien —indicó Siegiel, haciendo que sus dos acompañantes se emocionaran; pero no por mucho—. No obstante, me temo que tendrá que ser para cenar. Antes debemos presentarnos en la base ante el general.
Aruel y Nikam soltaron al unísono una exclamación de fastidio.
—Pero eso podría tardar mucho —se quejó Aruel—. ¿Qué comeremos entonces?
—De seguro en la base podremos almorzar algo.
—¿Comida de base…?
—Espero que sea mejor que la comida de la Academia —masculló Nikam, también un tanto reticente a la idea, pues ya se había sentido atraído por la idea de un buen bistec—. Y, ¿cómo llegaremos a la base a todo esto?
—Me parece que iban a enviar a alguien por nosotros —indicó Siegiel—. O si no…
En cuanto cruzaron la puerta principal de la estación, justo frente a la concurrida acera vieron varios vehículos estacionados. Pero uno en particular captó su atención: blanco con techo de lona negro, y el escudo del Ejército Real a un costado de sus puertas; un vehículo militar oficial. Pero más destacable aún era la mujer Lycanis de cabellos castaños recogido en dos cebolla, estatura baja y complexión robusta en uniforme blanco militar como el suyo, que sostenía en alto sobre su cabeza un letrerito con las palabras:
Capt. Siegiel Maximali
Aunque claro, al mismo tiempo que Siegiel leía su propio nombre en aquel letrero, para la soldado no pasó desapercibido en lo absoluto el Miravist en uniforme blanco que acababa de salir por la puerta principal.
—¡Capitán! Capt. Maximali, señor —pronunció la mujer en alto, agitando el letrero y una mano en el aire para llamar su atención, en el remoto caso de que no la hubiera visto todavía.
Siegiel alzó una mano a forma de saludo, y para indicarle que en efecto había notado su presencia.
—Creo que sí vinieron a recogernos —le indicó a sus dos acompañantes, y entonces se aproximó con cautela hacia la mujer soldado.
—Capt. Maximili, es un honor conocerlo, señor —pronunció la mujer con firmeza, parándose derecha y ofreciéndole el saludo militar—. Soy la Sgto. Orna Wensell, y tengo la misión de llevarlo sano y salvo hasta la base, señor.
—Muchas gracias por venir a recibirnos, sargento —le respondió Siegiel, asintiendo.
El Miravist se sintió tentado por un momento a regresarle el mismo saludo a aquella mujer, en especial al escuchar que era un Sargento. Sin embargo, tuvo que recordarse de nuevo que ahora eran los otros soldados los que debían darle el saludo a él; al menos los de menor rango que él, aunque estos fueran claramente mayores que él en edad y experiencia.
—Me alegro que esté aquí, sargento. Creo que si no hubieran enviado a alguien, terminaríamos perdidos en una ciudad tan grande como ésta —indicó a continuación, alzando su vista hacia la distancia.
Incluso ahí en ese distrito, que era de los más circundantes y fuera de la Muralla de los Cuervos, se podían ver los grandes edificios alrededor, así como las chimeneas de algunas fábricas. Era muy diferente a HelioPolis; eso se lograba percibir incluso en el aire, o en la forma de caminar de la gente que iba por la acera. Una cosa era leerlo en los libros, pero muy diferente el verlo con tus propios ojos. Y eso que apenas llevaban unos cuantos minutos ahí, y aquella vista era una fracción minúscula de todo lo demás que les faltaba por ver.
—Ellos son mis colegas, los Cabos Hargan y Arkansas —indicó extendiendo una mano hacia sus dos amigos. Estos respingaron al verse aludidos, y reaccionaron por reflejo, ellos sí dándole el saludo a su superior.
—¡Mucho gusto, sargento! —exclamó Aruel en alto; quizás demasiado alto.
Orna les sonrió y asintió. Parecía, a simple vista, una persona bastante amable. Tenía más la apariencia de una agradable vendedora de pasteles, que un Sargento del Ejército Real. Pero no era bueno prejuzgar a las personas por su apariencia.
—Por favor, suban —indicó con gentileza, abriendo la puerta del vehículo—. El general Shirats los espera.
—Gracias, estamos ansiosos de conocerlo —respondió Siegiel mientras se encaminaba hacia el vehículo.
—Que lo diga por él —le susurró Nikam a Aruel por lo bajo.
Los tres nuevos soldados se acomodaron en el vehículo sin mucho problema, pero sus diez maletas resultaron un reto mayor. Una parte cupo en la cajuela, pero para las demás terminó siendo necesario retirar el techo corredizo y apilarlas en uno de los asientos traseros.
Y así se dirigieron sin espera hacia la base del Ejército Real en CourtRaven.
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wingzemonx · 11 days ago
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 13
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CHAPTER 13
Before he knew it, Cruger was practically at the door to Kat's lab. He'd headed there almost on reflex, his mind wandering back to the conversation he'd just had with the two prisoners. He realized at that moment that he tended to be there a lot lately, or Kat would go by his office. It was odd, but he didn't think much of it, assuming he subconsciously wanted to discuss the matter of the two prisoners with Dr. Manx, which, of course, concerned her as well. And while he was at it, he'd ask her about her progress with the Krybots. It sounded like a good way to kill time while he let Landors and Delgado have their moment to talk.
                The automatic laboratory doors opened before him, and he quickly spotted Kat sitting at her workbench, leaning over the series of mechanical parts she was examining with the help of special magnifying glasses to see small details.
                "Is that you, Boom?" Dr. Manx said aloud, still not looking up from the piece in front of her. "If you have both of your arms working, please give the torso of the other Krybot and place it here."
                "I'm not Boom," Cruger reported as he moved from the doorway into the work area. "But I think both of my arms are functional enough to help you with that."
                Kat jumped slightly when she heard his voice, which clearly wasn't her assistant's. She sat up straight in her chair, pushed her glasses up on her head, and turned to look at her sudden visitor with a surprised expression.
                "Doggie, I mean... Commander," she muttered nervously. "I'm sorry, it's just that Boom went to the infirmary and..."
                While she tried to explain herself, Cruger complied with her previous request. He approached the area Boom had previously occupied and took the other Krybot's torso from there. He brought it closer to Kat's table, toward a slightly clearer area.
                "Is it okay here?"
                "Yeah, right there," Kat agreed.
                Cruger placed the torso on the table, and immediately afterward, his gaze was drawn to another detail: the monitor on the desk, projecting a camera image. The location was immediately recognizable to him, as he had just been there. In the image, he could see Jack and Elizabeth in their cell, apparently arguing heatedly, or at least that's what their expressions suggested, as the audio was once again muted.
                "I see you heard my conversation with the prisoners," Cruger said, pointing at the monitor. Kat turned in the direction he was pointing, her cheeks flushing slightly.
                "Yeah… I hope you don't mind," Kat murmured, embarrassed. She cleared her throat a little, trying to compose herself. "Those were very nice words you used, Commander. I especially liked the part about… how the Power Rangers used to be normal young people, but with goodness in their hearts, willing to help people and all that. I found it inspiring in a familiar way."
                Her comment was laced with a distinctly mocking tone, which inevitably made Cruger smile again. Of course, she found it inspiring; she was the one who'd said it in the first place.
                "Those were wise words from someone considerably wiser than I," Cruger said, playing along a bit.
                "Oh, they must be an amazing person, then," Kat added, giving a broad, amused smile.
                Cruger smiled too, and their gazes met at that moment, perhaps longer than it should be, given the way they both reacted when they realized it, simultaneously turning their faces forward.
                Kat cleared her throat slightly, trying to regain the seriousness befitting the situation.
                "So... you expect them to accept?" she asked, pretending to inspect the pieces on the table again.
                "Delgado seems more willing," Cruger replied. "But Landors might need more time."
                "Yeah, I noticed that," Kat sighed ruefully. "Jack... he's been through some rough times. I think he has a bit of a hard time trusting people, especially those in authority."
                "There won't be much we can do if that's the case. The decision must be his."
                They both remained silent, both reluctant to ask the most obvious and important question: if Jack didn't accept, then who would be the fifth member of B-Squad?
                Instead of dwelling on that for the moment, Cruger decided to move on to the next topic. He then turned his attention back to the pieces scattered on Kat's table.
                "Have you learned anything from your analysis of the Krybots? Any idea how Grumm was able to get them onto the planet?"
                "We did find something, but not what we expected," Kat replied cryptically. "I don't think they have entered the planet precisely."
                "What do you mean?" Cruger asked, intrigued.
                "The design of these robots, in general terms, is definitely Troobian, matching what is described in the S.P.D. Database by approximately 85%. However, the remaining 15% is due to some details that don't match. Certain parts appear to actually be replacements. And not only that: Earth-made replacements."
                "Earth-made?" Cruger asked, surprised. "Are you saying these Krybots were built here on Earth?"
                "That's what it seems to me so far. And not only that, look at this piece, for example."
                Kat took the metal case from the multi-power regulator she had examined a moment ago with Boom, also showing him the burned part of the surface on one side.
                "This right here should be the manufacturer's serial and model number."
                "They erased them," Cruger noted seriously.
                "To make it virtually impossible to trace," Kat explained. "It's a common practice for illegal weapons smugglers in the underworld. We've seen the same thing with recovered technology from other cases, including the robot that A-Squad fought in Kamchatka a few months ago."
                "What exactly does all this mean?" Cruger asked thoughtfully. "What are we up against?"
                Kat lowered the regulator, placed it on the table, and carefully removed the magnifying glasses from her head.
                "If I had to theorize, and even though it sounds strange, I'd say Grumm, or one of his generals, ordered someone on this planet to manufacture all these Krybots for him right here on Earth. And I'd venture to say it wasn't recent, so we have to assume they have many more. And even other types of weapons we are not yet aware of."
                Cruger let out a grunt, which could have been a moan of pain or frustration.
                "Of course," he blurted out, walking thoughtfully to one side. "Grumm always knew he couldn't easily infiltrate his troops through Earth's defenses. But he won't need to do it right away if they've already been manufactured right here and are waiting to follow his orders and attack from within."
                "A convoluted but ingenious strategy," Kat acknowledged. "This way, he doesn't have to deploy his entire army; just send some of his officers to command the Krybots already here on Earth."
                That was definitely a scenario they weren't prepared for. They had assumed all along that the attack would come from outside; they hadn't prepared for the enemy already infiltrating the planet long before they deployed their buoys in Earth orbit.
                This ignited a flame of anger in Cruger's chest. Once again, Grumm was one step ahead of him…
                "But there is some good news," Kat said in a more relaxed voice. Cruger turned to her, quite eager to actually hear something good for a change. Kat then took the head of one of the destroyed robots and tapped it a couple of times with her knuckles. "If my analysis is correct, the quality of these Krybots is relatively lower than those seen in other invasions. This seems to me to be due to the conditions under which they were built and the short time they had to complete Grumm's order. They'll be easy to combat but dangerous in large numbers. And the other good news is that if we find the local smuggler behind these creations and apprehend him, we will deal a decisive blow to the enemy's strategy."
                Kat's words had a calming effect. It wasn't much, but it was something; a strategy to follow, a plan to execute. And Anubis could deal with that, even if the situation wasn't the best.
                With his emotions now calmed, Cruger took a moment to reflect on what Kat had just told him, especially that last part, regarding the criminal who might be behind the creation of these Krybots for Grumm.
                "An illegal smuggler and manufacturer of combat robots," he muttered quietly to himself. "And unscrupulous enough to work with someone who could virtually destroy the entire planet with his help."
                He didn't have to think about it much; the name came to him as if it were walking on its own two feet:
                "Broodwing," he whispered in a low voice with seriousness.
                In Cruger's time on Earth, that name came up more frequently from case to case. A skilled criminal with vast power and influence. He sold virtually everything to anyone with the money to pay him, from information to weapons of mass destruction. Nothing was too dangerous or despicable to trade; if someone was willing to pay for it, he got it.
                He was undoubtedly the type of individual Grumm would seek to support him in his invasion of Earth, and he would accept him without question.
                "He's the most likely suspect," Kat seconded, followed by a long sigh. "What do we know about his current location?"
                "Nothing," Cruger replied, shaking his head. "He's quite slippery, an expert at escaping and moving in the shadows. He's always known how to hide from us. But if he's really started collaborating with Grumm, it will be essential to find him and stop him once and for all."
Kat was about to say something, perhaps in support of his words, when the image on Kat's monitor changed from projecting Jack and Elizabeth's cell to now showing that of one of the Command Room attendants.
                "Commander Cruger, are you there?" the aide said on the screen.
                "Here I am," the Commander replied, approaching the desk.
                "You have a call from Captain Earhardt at Red Lion III Station."
                "Connect it through this line, please."
                The assistant nodded, and his image disappeared the next second.
                |Cruger hoped that if the Captain called him, it was about A-Squad and not because something bad had happened up there in space; he didn't think he could handle another piece of bad news that day. Kat similarly shifted her chair closer so she could look more directly at the monitor, with its built-in camera focused on both of them.
                A few seconds later, Taylor Earhardt's image was projected onto the monitor from what appeared to be her space station. She was, in fact, wearing her space pilot's jumpsuit at the time.
                "Commander, Dr. Manx," she greeted them both with a solemn attitude.
                "Captain," Cruger replied, nodding. "How are A-Squad's flight practices going?"
                Taylor was about to respond when a voice off-screen spoke before him.
                "They did it great, as anyone would expect, of course," said that person, and a second later, he entered the frame from a side, standing beside the Captain's chair and leaning slightly so that his face was at the correct height for the camera. However, this placed his face perhaps too close to the Captain's.
                "Captain Myers, are you on Red Lion-III?" Kat asked, surprised to recognize Eric. It was a little odd seeing them in the same space; she'd grown accustomed to seeing each of them on their respective half of a split screen, but it stood to reason that wasn't always the case.
                "He came to visit me, right?" Taylor teased, playfully patting Eric on the cheek. He blushed slightly but kept his composure. "And to make sure I didn't get too hard on his guys," Taylor added mockingly.
                "Quite the opposite," Eric emphasized firmly. "I had complete confidence in A-Squad's capabilities, and I didn't want her to go soft on them."
                "Yeah, right," Taylor muttered sarcastically.
                Kat smiled slightly at their… relaxed interaction. Usually, they both seemed pretty serious and rigid, except when they were interacting with each other. Kat found it interesting how the right person could change your behavior in an instant.
                "Anyway, they passed Taylor's tests with flying colors," Eric declared with marked pride.
                "That's true," Taylor confirmed, nodding. "All five of them did very well in the simulations. To be honest, I'd love to have them in one of my squadrons, but obviously, they'd be more useful elsewhere. They're currently testing maneuvers with the new Delta Space Fighters you built for them. And, as you'll see in the report, I'll send you in a minute, the performance of the pilots and the ships is more than optimal."
                "That's good news," Cruger acknowledged, more than satisfied.
                "Yes," Kat added, although a little more soberly. "But I wish I'd had more time to test out these new Zords."
                The Delta Space Fighters were a fighter craft design that Kat and her team had designed, built, and tested in that short span of three months. Five Zords designed explicitly for use in space, the new battlefield that A-Squad would have to face. She had used the space fighters that Captain Earhardt's squadrons used as a base, and part of the progress she had already made on the Flyer design for the SWAT project.
                Given the time constraints, Kat had done the best she could, but she was convinced her effort had been worth it. Those battleships were beautiful, the best she'd designed so far. But she also knew they would have been even better, given the chance.
                "There's no better test than a real field trial," Eric pointed out confidently. "Don't worry, Dr. Manx. Our guys will know what to do."
                Kat simply smiled and nodded in response. She really hoped so. The place the Rangers were headed didn't lend itself to any kind of failure.
                "When do you think your tests will be over, Captain?" Cruger asked.
                "At the rate they're going, maybe tomorrow. Ready to go to the front as the Supreme Commander wishes."
                Cruger and Kat looked at each other without saying anything; their gaze alone made it clear to the other how much this news affected them.
                "Thank you very much for informing us, Captain Earhardt," Cruger added more firmly. "We remain attentive to any changes."
                Shortly after, the transmission ended.
                It wasn't bad news, in fact. However, Cruger and Kat still didn't know whether to call it good news.
                "That's a done deal, then," Kat muttered under her breath. "The A-Squad is leaving."
                "The day after tomorrow at the latest," Cruger added with a similar sentiment.
                "And we don't even have our B-Squad complete yet."
                Cruger nodded.
                "Let us hope then that our two guests have truly taken advantage of their time to think, for it is over."
— — — —
                "I can't believe you're actually considering it," Jack exclaimed irritably, pacing the cell like a caged lion; a rather apt comparison, actually.
                "Why not?" Z replied harshly. She was sitting on the stretcher, her arms and legs crossed. "They're offering us the chance to be Power Rangers, Jack. Don't you see what that means? Now we can really make a difference, help people."
                "Z, these people aren't Power Rangers," Jack replied sternly, pointing a finger at the bars. "They're just regular cops in colorful uniforms."
                "There you go again with your prejudices. Do you really think only Big Jack has the answers to how to do good?"
                "No, but I do know that being in the S.P.D. won't let you help people the way you think you can. It's not like we've been doing up until now. Here, they spend so much time looking up at the sky that they forget to look at those of us down here."
                "That's why they need people like us," Z declared enthusiastically. She stood up and walked over to face him head-on. "People who can help them get their bearings and see what they can't see. We can make a difference and change things from within."
                Jack snorted disdainfully and walked away from her to the opposite end of the cell.
                Despite all the arguments Z gave him, despite how much she emphasized the importance of it all, Jack remained steadfast. And while at other times, Z might have admired his determination, at these moments, it was more than anything infuriating.
                Before saying something fueled mainly by anger, Z took a deep breath and tried to calm down.
                "Jack, you promised that if I found something better we could do, you'd listen to me and consider it," Z reminded him more calmly. "Well, this is what I want; this is exactly what I've been waiting for."
                Jack remained silent. He had his back to his friend, his arms crossed, his gaze fixed on a corner. Z waited patiently, hoping he would say something, but with each passing second, it seemed as if his friend was about to give him the silent treatment. He was about to vent his anger when Jack finally spoke.
                But the voice that came out of him seemed even stranger. It sounded muffled, distant, and even a little sad.
                "Are you really going to accept?" the boy asked slowly, turning just enough to look at her out of the corner of his eye.
                "Yes," Z replied immediately, without hesitation; the decision had already been made.
                Jack returned to silence. He walked to the cell's only window, which, of course, also had bars, and peered out at the sky. And once again, his back was turned.
                "I promised I'd consider it," Jack clarified, emphasizing what his real promise had been. "But I also said that if I wasn't convinced… we could then part ways and go our separate ways."
                Z felt uneasy upon hearing this, and a chill ran down her spine. It took a few seconds to fully get the meaning, but by the end, it was pretty straightforward.
                "So this is what it's like then?" Z exclaimed harshly.
                "That's what it seems," Jack replied, shrugging almost indifferently. His gaze remained fixed on the sky.
                Before either of them could say anything else, the cell gate opened, and they both turned at the same time to see the tall figure of Commander Cruger appear. He stood before them with the same martial firmness as a moment before and looked at them carefully.
                "Your time is up," he declared with power in his voice. "Have you made a decision?"
                Z turned to look at Jack, holding on to a last hope that he would reconsider. He turned back toward the window, apparently avoiding her gaze. Z then took a deep breath through his nose and turned completely toward the Commander with absolute conviction.
                "I accept, Commander," she said firmly. "I am at your disposal for whatever you may require."
                "I'm glad to hear it, Miss Delgado," Cruger replied, nodding. His attention then turned to Jack. "What about you?"
                "Thanks, but I'll pass," was the boy's quick and careless response, not even deigning to look at him.
                Cruger let out a small groan and looked down. Z wasn't sure how to interpret that gesture, but it was apparent it wasn't the response he'd been expecting.
                "I understand," the Commander said, raising his head again. "Then, by tomorrow afternoon at the latest, you will be handed over to the Earth authorities."
                "I'm looking forward to it," Jack added sarcastically.
                "It goes without saying that you'll be wearing that inhibitor bracelet throughout your trial and afterward if you're found guilty."
                "I expected nothing less."
                "Jack..." Z murmured, sounding and feeling almost hurt. She wanted to take a step toward him and try to say something more, but she didn't have the chance.
                "Miss Delgado," Cruger exclaimed loudly to get her attention. He then stepped to the side and extended his arm toward the open cell gate. "This way."
                Z hesitated for a moment, looking at her friend, hoping he would at least glance at her for a moment. He didn't.
                Resigned, Z turned toward the exit and walked out of the cell, followed by the Commander. The gate closed again, leaving only one prisoner inside.
Author's Notes:
The idea of Broodwing building the Krybots on Earth for Grumm is my own invention... yes and no, since it can be seen in the series that Broodwing has some of these robots at his disposal for his own use when carrying out his respective plans. In addition, it is often said that he is the one who provides Grumm with technology on Earth. So, well, it may or may not have been as described in this chapter, but in this alternate version, let's assume that it was.
Regarding the Delta Space Fighters mentioned in this episode, they don't exist as such in the series. However, it seemed logical to me that A-Squad would take some Zords with them on their mission in space, while B-Squad would stay on Earth with the ones we already know. That's why we're introducing these hypothetical new Zords into the plot, but I don't think we'll delve into much detail about them.
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wingzemonx · 13 days ago
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 27
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27
Milk observó absorta la mano que le extendía, pero sobre todo esos ojos tan sinceros y cándidos que la miraban, expectantes. Goku, su Goku, se aparecía ante ella como respondiendo a su suplica. ¿O era acaso que en verdad había muerto al fin y su amado esposo venía en persona a llevarla con él al otro mundo? Aquella idea no le provocó miedo o tristeza, sino de hecho una gran paz y alegría.
Sus ojos se cubrieron poco a poco de lágrimas que amenazaban con desbordarse como cataratas. Alzó por mero reflejo una mano para extenderla y aceptar la que él le ofrecía. Estiró los dedos hacia él, pero se detuvo abruptamente en el instante en el que una punzada de dolor que comenzó en su hombro le recorrió el cuerpo entero. Esto provocó además que su mirada se virara en ese instante del rostro de su amado, hacia su propia mano. Las marcas de golpes, quemaduras y rasguños a causa de su propio entrenamiento seguían ahí, junto con ese hormigueo incómodo que los acompañaba.
No estaba muerta; si podía sentir todo aquello tan notoriamente, era porque su cuerpo estaba muy vivo. Y si eso no era suficiente, con sólo mirar un poco más allá del rostro de Goku, divisó de nuevo la blancura absoluta del cielo sobre ella, indicativo infalible que seguía en la Habitación del Tiempo; atrapada y perdida…
Milk bajó su mano, alejándola de la de Goku. Se giró para quedar de costado, y así poder apoyarse en sus manos y pies para intentar alzarse. De momento, su mayor logró fue sentarse en el suelo, y hasta ahí llegó.
—No eres real —murmuró Milk con amargura. Y aunque sus palabras iban dirigidas a Goku, o lo que fuera esa visión ante ella, sus ojos se encontraban posados en el suelo blanco debajo de ella.
—¿Tú crees? —masculló la voz de Goku con una combinación de inocencia y confusión—. Bueno, si tú lo dices debe ser así. Siempre fuiste más lista que yo para esas cosas.
Milk no pudo evitar sonreír sólo un poco ante ese comentario tan propio de su amado esposo, pero es todo lo que se permitió. No le respondió nada, y haciendo de cuenta que Goku no estaba ahí (y así era), reanudó su intento de levantarse por su cuenta. Resultó complicado, pero al final lo logró. Se paró en sus dos pies lo mejor que pudo, y aferró su mano libre contra el brazo lastimado. Y así comenzó a avanzar hacia ninguna dirección en específica, con paso pausado, casi arrastrando los pies.
—¿Segura que es por ahí? —le preguntó Goku, comenzando a caminar detrás de ella, con bastante más soltura.
—Da igual —masculló Milk por lo bajo—. Cualquier dirección es mejor que quedarme aquí y morir de hambre o sed…
—Supongo que sí. Pero si deambulas sin rumbo, terminarás perdiéndote más.
—¡¿Y qué hago entonces?! —exclamó Milk en alto, deteniéndose de golpe—. Todo este sitio es exactamente igual. Está totalmente vacío a donde quiera que vea. No hay nada en lo absoluto, nada que me dé una indicación de dónde estoy, o hacia dónde ir.
—Eso pareciera —señaló Goku, mirando pensativo a su alrededor—. Pero no está totalmente vacío. Recuerda que sí hay algo aquí dentro.
Milk bufó, irónica.
—Sí, la maldita puerta. Justo lo que estoy buscando, pero que no sé en dónde está. Me alejé tanto que ya no la puedo ver, ¿no es evidente?
Se hizo el silencio por un largo rato luego de aquel comentario; tanto que Milk pensó por un momento que quizás su alucinación había desaparecido. Pero al girarse al ver sobre su hombro, Goku seguía ahí de pie, con sus ojos bien abiertos puestos en ella, como esperando que hiciera o dijera algo más.
Milk soltó un chasquido de molestia y volvió a avanzar, renqueando como antes. No avanzó mucho antes de que la voz de Goku volviera a hacerse presente:
—Que no puedas ver algo, no significa que no puedas sentirlo.
La guerrera se detuvo de nuevo. Se quedó quieta un instante mientras su mente procesaba aquello, y luego se giró lentamente para mirar de nuevo a aquella imagen falsa de su esposo.
—¿Qué?
Goku llevó sus manos a su cintura y giró su rostro hacia la distancia, como si pudiera ver algo que ella no.
—Aquí es muy silencioso, ¿no crees? Eso es lo que más me volvió loco cuando estuve aquí. Pero descubrí también que ni siquiera aquí ese silencio podía ser total.
—¿De qué estás hablando? —masculló Milk, confundida. Aunque de inmediato añadió—. ¿Por qué estoy hablando contigo? ¡No eres real!
Agitó su cabeza con fuerza y se dispuso a girarse de nuevo hacia el frente para reanudar su marcha, e ignorar de una buena vez a esa alucinación. Sin embargo, ésta parecía tener otra intención. Antes de que Milk pudiera darse la vuelta por completo, todo su cuerpo se puso en alerta al percibir un peligro cercano: un puño que se aproximaba justo hacia ella desde detrás.
A pesar del dolor y el agotamiento, sus músculos reaccionaron, logrando moverse rápidamente en el momento justo para esquivar el golpe, y además desviarlo hacia un lado con sus manos. Fue doloroso, pero menos que haber recibido el golpe de frente… ¿o no?
Alzó su mirada, aún con sus manos en alto tras desviar el ataque. Se encontró de frente con el rostro de Goku, que había adoptado una expresión bastante más seria, mientras tenía su brazo extendido hacia ella tras haber errado su golpe.
¿Su alucinación acababa de atacarla…?
Una pequeña sonrisita más amistosa se dibujó en los labios del falso Goku.
—Muy bien. Has mejorada bastante, te felicito. Pero necesitas enfocarte más; recuerda lo que te enseñó en Maestro Karin.
—No te entiendo. Esto es una lo…
Antes de poder terminar su frase, Goku jaló su brazo hacia atrás y le lanzó ahora otro golpe rápido y certero con el otro puño. Para éste Milk no pudo reaccionar tan rápido, y terminó recibiendo el golpe directo contra su rostro. El impacto la lanzó hacia atrás, haciéndola caer de nuevo de espaldas al suelo.
El rostro le dolía; le dolía en serio. Y eso la desconcertó aún más. ¿Cómo era posible? ¿Ese golpe había sido real…?
—¡Vamos! —exclamó Goku con energía—. Aprendiste de sobra como predecir y esquivar ataques como ese. ¡Debes enfocarte!
La alucinación, o lo que demonios fuera aquello, se lanzó al frente, levantando su pierna derecha para atestarle una patada estando ella aún en el suelo. Ahora sí Milk logró moverse, rodando con rapidez hacia un lado y dejando que el pie de Goku golpeara al suelo.
Una vez a una distancia más segura, giró el cuerpo en el suelo, y se alzó de un salto para luego ponerse rápidamente en posición de defensa. La adrenalina y las emociones fuertes del momento parecían estar sobrepasando al dolor y al cansancio, obligándola a moverse y reaccionar.
—¿Cómo es posible? —masculló con voz nerviosa—. No eres real… todo esto está pasando en mi cabeza.
—Tal vez —le respondió Goku, sin una sola pizca de malicia o sorna—. Pero eso no quita lo que intento decirte: si no te enfocas, no saldrás de aquí. ¡Ahora!
Goku se volvió a lanzar contra ella en un parpadeo, comenzando a lanzarle una serie rápida de golpes y patadas. Milk retrocedió rápidamente, de nuevo intentando hacer lujo de todo lo que había aprendido en ese corto tiempo para poder repeler esos ataques, que ciertamente se sentían muy, muy reales.
Y más real se sintió la patada en la boca del estómago que la mandó hacia atrás, arrastrando sus pies por el suelo, para luego hacerla caer de rodillas al piso; una mano aferrada a su abdomen, la otra apoyada en el suelo para evitar caer del todo.
—Para estos momentos deberías ser ya capaz de leer el corazón de tu contrincante y predecir sus movimientos —recalcó Goku con ligera severidad—. Evitar ataques como ese no debería resultarte ningún problema.
—¿Leer el corazón de mi contrincante? ¡Tú ni siquiera estás aquí! —espetó Milk con furia, alzando su mirada colérica hacia él.
—Tal vez —repitió Goku del mismo modo que lo había hecho antes—. Pero si esto está en tu mente, ¿no deberías con más razón poder predecir mis movimientos?
—¿Eh…? —musitó Milk, notablemente enrollada por aquel razonamiento… que de hecho tenía un poco de lógica; si es que algo en toda esa extraña experiencia podía considerarse lógico.
Goku le dio apenas medio segundo para pensar al respecto, antes de volver a lanzarse al ataque. De nuevo Milk se forzó a reaccionar, esquivar y cubrir los diferentes golpes que le lanzaba. Al principio le resultó realmente complicado, en especial debido a la debilidad de su cuerpo y a sus heridas. Sin embargo, en esa ocasión no se dejó caer, y conforme más se prolongaba aquel intercambio, el dolor fue remitiendo y le resultó más sencillo seguirle el ritmo.
Era casi como una danza, ambos moviéndose al ritmo del otro, los movimientos del falso Goku volviéndose claros en su cabeza antes de que se materializaran ante ella. En un momento logró esquivar un puñetazo, y su cuerpo prácticamente reaccionó por sí solo, girando sobre sí mismo con rapidez y jalando su puño hacia el pecho de la alucinación a través de su defensa. El golpe logró impactarlo, y el cuerpo del falso Goku se impulsó hacia atrás, quedando a varios metros de Milk.
La guerrera se quedó de pie en su sitio, con su puño aun alzado en la dirección del golpe, mientras respiraba agitadamente, y gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro. Su atención permaneció fija en la imagen de Goku, que presionaba una mano contra el punto en el que Milk lo había alcanzado. Alzó entonces su mirada hacia ella y le volvió a sonreír.
—¡Muy bien hecho! —exclamó con genuina alegría—. Se ve que has mejorado mucho. Estoy muy orgulloso de ti.
—No necesito que me lo diga una alucinación —respondió Milk entre jadeados dolorosos. Dejó caer su brazo alzado, y acercó su otra mano, aferrándose a él con fuerza. Había olvidado que justo era el que tenía lastimado.
—Estoy seguro de que el Goku que no es una alucinación también lo estaría —indicó el falso Goku con una amplia sonrisa despreocupada, tan propia del verdadero Goku.
Milk desvió su mirada hacia otro lado, casi como si se sintiera avergonzada de pronto.
—No estoy haciendo esto por eso —susurró en voz baja—. Sólo quiero salvar a mi hijo…
—Lo haces de nuevo —le reprendió Goku de pronto, tomándola por sorpresa—. ¿No recuerdas lo que te dijo el Maestro Karin? Necesitas enfocarte en el objetivo inmediato ante ti, y para eso debes dejar ir todo lo demás. De otra forma no podrás enfocarte lo suficiente.
—¿Enfocarme para qué? —exclamó Milk, exasperada.
—Para salir de aquí, ¿no es obvio? —respondió Goku, encogiéndose de hombros—. Para salvar a Gohan, primero necesitas sobrevivir a este sitio. Y no podrás hacerlo mientras tus preocupaciones te cieguen. Tú ya sabes cómo hacer esto.
Milk bufó con molestia. Lo que le faltaba, que una simple alucinación la estuviera regañando.
—Podrías al menos darme una pista ¿sabes?
—Pero eso ya lo hice —indicó Goku con expresión sorprendida; pero no se encontraba más sorprendido que la propia Milk—. Todo lo que necesitas ya lo sabes. No necesitas más que eso. Yo sé que tú puedes.
—¿Todo lo que necesito ya lo sé? —repitió Milk en voz baja, muy pero muy desconcertada.
Goku la observó fijamente, y volvió a sonreírle de esa forma tan despreocupada y tranquila, que siempre le hacía sentir de alguna forma que todo saldría bien. Y aunque fuera una simple alucinación creada por su cabeza, comenzó a sentir exactamente lo mismo en ese instante.
Soltó su brazo herido, y se paró derecha. Sin quitarle la mirada de encima a aquella visión, comenzó a respirar lentamente, intentando calmar su cuerpo, pero en especial su espíritu. Y hacer justo lo que el Maestro Karin le había dicho que hiciera: desprenderse de todo lo demás que no importara de momento, y enfocarse sólo en el problema delante de ella.
Cuando le pareció que ya se encontraba más calmada, y dejó de lado la sensación de peligro eminente, se permitió cerrar los ojos. La blancura absoluta que la rodeaba se fundió ahora en la oscuridad, y eso le trajo de hecho más calma. Siguió respirando lentamente, dejó que su cuerpo se relajara, y desterró el dolor y el cansancio a un rincón alejado por el momento.
No supo cuánto tiempo estuvo ahí; como siempre, el pasar del tiempo le resultaba extraño ahí dentro. En un momento se preguntó si el falso Goku ya se habría ido, pero por un motivo estaba casi segura de que no. Aún con los ojos cerrados, y aun sabiendo que no era real, sabía que él estaba ahí de pie frente a ella, aguardando. Podía sentirlo; su calidez, su olor, incluso el sonido de su respiración.
Pero debía de ser su cabeza jugando con ella de nuevo. Goku no estaba ahí, ni nada, ni nadie más. No había nada que tuviera olor o sonido; nada que sentir, nada que…
«¿Qué fue eso?» pensó súbitamente, en cuanto le pareció percibir algo más; una pequeña muesca de presencia que intentaba abrirse paso para llamar su atención. Pero era casi como un grito ahogada, al que sólo le llegaba un gramo de él.
Quizás no era nada, quizás era de nuevo su mente sintiendo cosas que no estaban ahí. Pero algo le dijo que lo que fuera, no podía pasarlo por alto. Así que siguió respirando, concentrándose y dejando ir aquello que la frenaba. Y en un momento, tuvo que dejar ir también al falso Goku… No había sido consciente hasta entonces de que ella era quien lo mantenía, y también de que podía dejarlo ir cuando fuera el momento correcto. Y ese momento había llegado.
—Muy bien —escuchó que murmuraba la voz de Goku, pero para ese momento lo percibía más como un pequeño murmullo—. Sabía que lo lograrías…
Y al tiempo que esas palabras morían en el aire, la presencia de aquel Goku se desvaneció también. Aunque Milk no abriera los ojos, no lo necesitaba para estar segura de que él ya no estaba ahí. Aquello le causó una pequeña sensación de malestar, e incluso sintió que una lágrima amenazaba con salir, pero se contuvo. No podía perder la concentración.
Sin la presencia del falso Goku ni nada más detrayéndola, e incluso acallando su propio corazón y respiración, fue cuando al fin pudo percatarse de qué era aquello que había percibido.
Tic Tac
Tic Tac
Tic Tac
Era sonido, un sonido abriéndose paso en el silencio total de aquella habitación.
—No —murmuró Milk en voz baja—. Ni siquiera aquí el silencio puede ser total —repitió lentamente las palabras que el falso Goku le había dicho; su pista.
Tic Tac
Tic Tac
Tic Tac…
Milk abrió sus ojos bien grande de golpe.
—¡El reloj de la puerta! —exclamó en alto, azorada. Goku en efecto ya no estaba de pie ahí con ella, pero de momento aquello no le importó. En su lugar se giró rápidamente hacia un costado, justo en la dirección en la que estaba totalmente segura que aquel sonido venía—. Es ahí, ¡tiene que ser por ahí!
Sin pensarlo ni un segundo, se elevó en el aire con la disposición de, literalmente, salir volando hacia allá. Pero antes de irse de detuvo un instante y se giró un momento a mirar el lugar exacto en el que hasta hace un momento el falso Goku había estado de pie.
No tenía idea de qué había sido aquello o qué significaba. Pero de alguna u otra forma, Goku había llegado a ayudarla en su momento más desesperado… como siempre lo hacía.
Una pequeña sonrisa de alegría se dibujó en sus labios.
—Gracias… —susurró en voz baja.
Luego de eso, de inmediato emprendió el vuelo, guiándose totalmente por el leve sonido del Tic Tac, que iba creciendo muy poco conforme avanzaba. No tenía idea de dónde salían esas nuevas energías que le habían llegado, pero sentía que no le durarían mucho. No tardó en sentirse débil y adolorida de nuevo, y comenzar a ver borroso. Incluso su cuerpo amenazó con precipitarse al piso en más de una ocasión, pero se forzó a mantenerse en el aire.
Tenía que continuar sin importar qué. Si se dejaba desfallecer en aquella nada, era posible que no volviera a despertarse. Así que voló, voló y voló… hasta que a la distancia algo resaltó de entre toda la blancura.
—¡Ahí está! —exclamó el alto con emoción en cuanto percibió la pequeña forma de la puerta a lo lejos.
Aquello fue el último empujoncito de motivación. Aceleró, dando literalmente todo de sí en ese último tramo. Su cuerpo se cubrió de ki y cruzó el aire a toda la velocidad que le era posible. Sentía como si su cuerpo se estuviera desgarrando por cada metro que recorría, pero aun así siguió sin detenerse.
Cuando ya divisó por completo la forma de la puerta, pudo distinguir sus columnas, y el sonido del reloj se volvió totalmente inconfundible, sólo entonces se permitió dimitir. Las fuerzas que la habían empujado hasta ahí se fueron apagando con rapidez, y al final dejó que su cuerpo básicamente siguiera de largo con el mismo impulso que había llevado, sin intentar siquiera frenar.
El cuerpo de Milk comenzó a precipitarse con rapidez hacia el suelo, hasta estrellarse sin la menor oposición. Se fue rodando y rodando por el suelo blanco con la misma rapidez que traía, hasta llegar al pequeño templo de la puerta con la mera inercia. Rodó hacia el interior, derribó la mesa y un jarrón de agua en el proceso, y terminó tirada pecho a tierra a pies de la puerta. El agua del jarrón que había derribado comenzó a escurrir por el suelo, hasta empaparla también ella.
Para ese momento, sin embargo, Milk estaba más inconsciente que consciente.
«Lo logré… lo logré…» pensó con los escasos hilos de raciocinio que le quedaban. «Lo logré, Goku… ¿pudiste verme…?»
Sus ojos volvieron a cerrarse, y sintió como todo su cuerpo se relajaba. Estaba más que preparada para ahora sí dejarse llevar por el cansancio, y sumergirse en ese sueño que tanto la tentaba. Y luego de eso, que pasara lo que tuviera que pasar.
Pero antes de perder por completo la consciencia como tanto deseaba, le pareció entre neblinas escuchar algo. Sobre su cabeza, le pareció que el reloj comenzó a sonar con más fuerza, como si anunciara la llegada de una hora y momento específicos. No recordaba que eso hubiera ocurrido antes.
Poco después escuchó otro sonido más, como el distintivo rechinido… de una puerta abriéndose.
Como pudo, abrió sólo un poco los ojos y los giró hacia el frente, en el momento justo para ver cómo la puerta ante ella se abría poco a poco, y del otro lado se filtraba una blanca e intensa luz.
Aunque hubiera querido detenerse a contemplar aquella luz y comprender su verdadera naturaleza, ya le era totalmente imposible para ese momento. Sus ojos volvieron a cerrarse, y ahora sí se dejó caer hacia la oscuridad profunda y absoluta.
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wingzemonx · 17 days ago
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VIKTOR - Capítulo 17. Capitán Maximali
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VIKTOR
Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 17. Capitán Maximali
Una vez estuvo limpio y arreglado, en tiempo record había que mencionar, Siegiel se dirigió sin escala y con prisa a la oficina de la Tte. Volpen, en el segundo piso del edificio administrativo. Esta parte de la Academia igualmente se sentía bastante sola. Posiblemente ya todos los profesores y demás trabajadores de las oficinas se habían retirado a descansar y, ¿por qué no?, a celebrar el fin de las clases y los exámenes.
Lo que sólo hacía aún más extraño que la teniente lo hubiera hecho llamar a esa hora. ¿Seguiría ella trabajando? ¿Quizás aún estaban calificando las presentaciones de los que presentaron el examen para oficial? Aunque también pudiera ser que lo hubiera citado para un asunto totalmente ajeno a eso. A esas alturas, no sabría decir qué opción le agradaría más.
Cuando llego ante la puerta de su oficina, la asistente de la teniente no se encontraba en su escritorio. Quizás ir a avisarle que se presentara ahí había sido la última encomienda de su día, y también se había ido a descansar. Pero en vista de que no había alguien para anunciarlo como es debido, se tomó el atrevimiento de llamar él mismo a la puerta de roble sólido.
—Adelante —escuchó que indicaba desde adentro la voz firme de la directora de la academia, y Siegiel ingresó sin más premura.
—Tte. Volpen, buenas…
Su saludo se detuvo un segundo después de abrir la puerta. Divisó de inmediato a la teniente sentada detrás de su escritorio, mirando en su dirección. Sin embargo, no era la única en la habitación. Sentado en una de las sillas para visitantes frente al escritorio, reconoció de inmediato al Gral. McLorg, luciendo el inmaculado uniforme blanco y la capa azul ceremonial que lo había visto usar más temprano durante su presentación.
—Buenas noches, excelencia —le saludó el general Lycanis, esbozando una sonrisa amistosa—. Pase, por favor.
Siegiel titubeó un momento, pero se forzó a reaccionar para cerrar la puerta detrás de sí y avanzar hacia el escritorio con paso firme.
—No sabía que seguía aquí, general —comentó Siegiel con seriedad.
—No se preocupe por mí —se apresuró a señalar el Lycanis, agitando una mano delante de él—. La teniente y yo estábamos… —calló de golpe, como si se replanteara a última segundo lo que iba a decir—. Hay algunas cosas que nos gustaría discutir con usted, si le parece bien.
—Por supuesto, señor —asintió Siegiel, parándose firme delante del escritorio, con sus manos juntas detrás de su espalda y su rostro en alto—. ¿Es sobre mi presentación?
—En parte, sí —se apresuró a responder la Tte. Volpen, apoyándose por completo contra el respaldo de su silla—. Excelencia, ¿nos permitiría hablarle con completa libertad?
La petición le resultó un poco extraña a Siegiel, pero no lo suficiente como para que dudara al responder.
—Por favor. Yo aquí soy sólo un mero cadete, y ustedes son mis superiores. Les pido que me traten como tal.
—La realidad es que usted no es un mero cadete —señaló la teniente con cierta severidad en su voz—. Usted es un Miravist, excelencia. Y como tal, me veo en la necesidad de preguntarle esto de frente: ¿por qué decidió hacer el examen para oficial?
—¿Disculpe? —masculló Siegiel, confundido. Miró a la teniente y al general, respectivamente; ambos lo miraban de regreso, al parecer deseosos de escuchar su respuesta—. Bueno… Creo que como oficial del Ejército Real puedo servir y hacer más…
—Eso no es precisamente lo que preguntamos, excelencia —le cortó McLorg de pronto—. Lo que nos gustaría entender es, ¿por qué hizo el examen en un inicio? Lo único que tendría que haber hecho, si quería ser oficial, era hablar con su tío y él lo hubiera arreglado. No era necesario preparar un trabajo tan extenso y detallado como éste —alzó en ese momento justo una copia del trabajo de Siegiel, que éste reconoció rápidamente, para que el joven cadete pudiera verlo—. Y mucho menos tenía que realizar la presentación del mismo. ¿Por qué tomarse la molestia?
Siegiel inhaló profundo por su nariz. Así que se trataba de eso. Palabras más, palabras menos, lo que estaban peguntándole era: “¿por qué rayos un Miravist hace el examen para oficial como si fuera otro Nuitsen cualquiera y nos quita nuestro valioso tiempo?” Aunque quizás alguna de esas palabras eran más un reflejo de las inseguridades del propio Siegiel, que un pensamiento real de aquellos dos oficiales.
Como fuera, esas dos personas eran sus superiores, y como tal les debía una respuesta.
—Supongo que sonará absurdo para ustedes, pero quería demostrar por mis propios medios que lo merecía.
—¿Para qué? —inquirió Volpen de pronto.
—¿Perdón?
—¿Está acaso considerando seriamente una carrera dentro del Ejército Real, excelencia?
—Por supuesto que sí —contestó Siegil sin vacilación alguna—. No me habría esforzado tanto si no fuera así.
—Disculpe que lo pregunte así —se excusó la teniente—. Pero usted sabe mejor que nosotros que los Lores Miravist no suelen proseguir mucho en esto terminando sus estudios en la Academia. La mayoría se da por satisfecho con lo aprendido y hecho durante estos dos años, y otros a lo mucho toman un rango más… ceremonial, y se dedican a la parte administrativa. No son sus deseos salir al campo, y menos a cazar Siervos rebeldes.
Siegiel suspiró, con bastante pesadumbre en realidad.
—Lo sé… Es inusual, pero no excepcional. Ha habido precedentes de otros Miravist que se han dedicado a la carrera militar en el pasado. Mi antepasado, Garozu Maximali, apodado el Caballero Negro, fue un soldado condecorado al servicio de su príncipe y de su pueblo; casi un héroe de leyenda. El Príncipe Hollinder Presrel I renunció a su principado a favor de su hermano menor, con tal de desempeñar el papel de general al frente de sus hombres. La General Ilyrana Zinjor dirigió ella misma a sus hombres durante los mayores conflictos de la Segunda Era, obteniendo varias de las victorias más importantes…
—Conocemos los casos, excelencia —intervino McLorg, notándose que intentaba lo más posible no ser demasiado brusco al interrumpirlo—. Pero todos ellos fueron Miravists nacidos durante épocas de guerra o situaciones sociales difíciles que los empujaron a tomar el liderazgo de sus soldados, por el bien de su pueblo. Pero este no es su caso. Actualmente vivimos una era de paz, en donde no es requerido que los hijos de Alzama Molak arriesguen sus vidas por defendernos. Es nuestra labor sagrada defenderlos a ustedes.
—Respeto su punto de vista, general, pero no lo comparto —señaló Siegiel de inmediato, manteniéndose firme en su postura—. El deber del Ejército Real no debería ser proteger a los Miravist, sino a todos los ciudadanos de las Catorce Ciudades por igual; Nuitsens, Miravists y Siervos. Y soy un fiel creyente de que los Miravist en especial, por nuestra posición y poder, debemos más que nadie proteger y servir a las personas, no al revés.
El general y la teniente guardaron silencio, y se miraron el uno al otro, como si estuvieran teniendo una conversación privada con sus solas miradas; una a la que Siegiel no estaba invitado. Tras unos segundos, ambos se giraron de regreso hacia el joven cadete, de nuevo con sus actitudes afables, que de seguro no le brindarían tan fácilmente a cualquier otro cadete.
—Interesantes puntos de vista, excelencia —señaló Volpen—. No pensé que fuera de pensamientos liberales.
—Yo no me considero en realidad un liberal, señora.
—Yo tampoco lo hubiera dicho, considerando también el tema que eligió para su ensayo —indicó señalando con un dedo hacia la misma copia de su trabajo que McLorg había mostrado hace un momento.
—¿A qué se refiere? —cuestionó Siegiel con confusión.
—A que desea enfocarse en investigar a Silent Night y las Astas del Ciervo. De entrada es interesante que mientras sus demás compañeros optaran por enfoques más generales sobre lo que deseaban hacer como oficiales, usted tomara un tema bastante específico y lo investigara a profundidad. Debe interesarle bastante, ¿no es cierto?
—Algo así —respondió Siegiel, un tanto inseguro hacia donde iba esa conversación—. Aún hay mucho más por averiguar, incluyendo las operaciones y el nombre de los líderes de Silent Night. Es parte de lo que deseo lograr una vez me gradúe, como específico a detalle en mis propuestas de acción.
—¿Por qué este tema en especial le interesa tanto, excelencia? —preguntó McLorg con interés—. ¿Tanto odia a los Siervos?
—¿Disculpe? —exclamó Siegiel, casi espantado por la insinuación. Antes de escuchar eso, no había previsto que alguien pudiera interpretar su ensayo de esa forma—. No, en lo absoluto. Todo lo contrario. Yo creo fielmente en que la convivencia pacífica entre Miravists, Nuitsens y Siervos es posible. Pero no se dará mientras existan grupos radicales como estos que fomentan el odio y la separación, como… creo que comenté en mi presentación, si no mal recuerdo.
—Entiendo —respondió el general, asintiendo… pero a Siegiel no le pareció que en verdad lo entendiera.
Al parecer todo eso se trataba de dos asuntos: que siendo un Miravist estuviera buscando una carrera militar a largo plazo, y que además fuera su deseo enfocarse en algo tan específico, y quizás polémico. Escenarios y puntos que, al menos de forma general, ya había previsto que podrían darse. Al menos podía sentirse orgulloso de saber que había logrado predecirlo.
—Escuchen —comenzó a hablar de nuevo, esta vez con más firmeza en su voz, pero también en su postura—, no soy un tonto. Sé lo extraño que debe ser para ustedes que yo, siendo un Miravist, quiera recorrer esta senda, en lugar de enfocarme en tener el tipo de vida que a la que mis iguales suelen aspirar. Pero esto no ha sido una decisión tomada a la ligera, ni tampoco es un capricho. En verdad es mi deseo servir a las personas, y es a lo que quiero dedicar mi vida. Y estoy convencido que como un oficial del Ejército Real lo lograré. Sólo les pido me den la oportunidad de demostrarlo.
McLorg y Volpen volvieron a mirarse en silencio, de nuevo con su conversación privada que sólo ellos entendían. La teniente de pronto asintió lentamente, y McLorg la imitó poco después.
—Al parecer tendrá la oportunidad que tanto desea, excelencia —indicó el general, extendiéndole en ese momento su mano a la directora. Ésta le pasó un expediente que tomó con gusto, lo apoyó contra el escritorio, y usando una pluma pasó a firmarlo en la parte inferior sin más espera.
—¿Qué es eso? —preguntó Siegiel, algo desconcertado.
—Es su nombramiento oficial, Capitán Siegiel Alvis Maximali —respondió el general con total soltura, al tiempo que le regresaba el expediente a la teniente.
Siegiel se sobresaltó, totalmente azorado por lo que acababa de escuchar.
—¿Capitán? ¿Acaso dijo… capitán? —masculló con incredulidad—. Creí que a lo máximo que se podía aspirar haciendo el examen era a cabo o sargento.
—Su trabajo ciertamente impresionó a todos, excelencia —respondió Volpen, mientras le echaba un vistazo al documento ante ella. Luego lo colocó en el escritorio, en un punto más cercano a Siegiel para que pudiera tomarlo—. Dada su labor e historial, todos acordaron que no había forma de que empezara en un rango inferior a éste.
—Y… porque soy un Miravist, ¿cierto?
—Capt. Maximali —comentó McLorg con algo de severidad, levantándose de su silla para pararse a su lado. La diferencia de tamaño entre ambos era impresionante—. Déjeme le doy un sabio consejo, ahora que está por comenzar su carrera militar. —Se inclinó entonces en su dirección, y colocó una de sus grandes y pesadas manos sobre su hombro izquierdo—. Usted es un Miravist, y lo será toda su vida. Si en verdad quiere ayudar a las personas y hacer la diferencie, deje de repudiar los beneficios y ventajas que el ser lo que es le da. En su lugar, aprovéchelos.
Aquello resonó fuertemente en Siegiel, e hizo que tambaleara toda la decisión que había tenido hasta ese momento sobre querer lograr sus cometidos sin recurrir al hecho de que era un Miravist. Pero el general tenía razón: no podía cambiar lo que era.
—Sí, señor —le respondió Siegiel con firmeza, ofreciéndole al instante el saludo militar.
McLorg asintió, satisfecho.
—Una última cosa —agregó el general—. Silent Night sigue siendo asunto de la Policía Civil en cada una de las ciudades en las que ha habido actividad de este grupo. Su investigación es impresionante, pero no bastará por sí sola para cambiar eso. Si quiere dedicar su carrera a investigar este asunto, tendrá que convencer a su próximo general de alegar por usted ante el Comisionado de Justicia y Seguridad, y que les delegue el caso. Y le advierto que eso no será fácil, pues aunque usted sea un Lord Miravist, el oficial que será su superior le sirve directamente a un Príncipe Miravist. Está de más decir a quien obedecerá entre esta persona, y usted.
—Lo entiendo —respondió Siegiel sin titubear—. Gracias, señor.
El general volvió a asentir como señal de despedida. Hizo lo mismo hacia la teniente, y sin decir nada más se dirigió a la puerta. Tanto Siegiel como Volpen guardaron silencio, hasta que sólo quedaron los dos en la oficina. La teniente se puso de pie en ese instante; en sus manos sujetaba otro expediente.
—Aquí está su asignación —indicó a continuación, extendiéndole el expediente. Siegiel se apresuró a tomarlo, y de paso también el de su nombramiento oficial—. Será enviado a la base de CourtRaven, al mando del General Bret Shirats.
—CourtRaven —repitió Siegiel en voz baja, mientras echaba un vistazo a la primera hoja del documento que le habían indicado.
—Es una de las ciudades que solicitó, ¿no es cierto? —inquirió la teniente.
—Así es —respondió Siegiel, pensativo. CourtRaven era una de las tres ciudades en las que se había reportado recientemente la presencia de Silent Night, y la que más era nombrada en todos los reportes que leyó al respecto. Estaba de suerte—. Muchas gracias, señora —exclamó con firmeza, parándose derecho y dándole el saludo también—. Aceptaré esta encomienda con honor. Sólo… una cosa más —masculló con un poco menos de convicción—. Como capitán, entiendo que puedo elegir o recomendar a mi personal a cargo, ¿cierto?
Una sonrisita socarrona se asomó en los labios de la teniente.
—Déjeme adivinar, Hargan y Arkansas, ¿cierto? ¿Desea que sean enviados a CourtRaven también como sus subordinados?
—Si eso no causa muchos problemas…
—Excelencia… —susurró Volpen, sonando de hecho casi divertida—. Le recuerdo que ahora usted es capitán, y yo teniente. Su petición, es de hecho una orden para mí.
Siegiel se sobresaltó, sorprendido. Su cerebro no había alcanzado a procesar ese pequeño, pero importante, punto.
—Esa no era mi intención —recalcó Siegiel, preocupado.
—Lo sé. Pero tendrá que acostumbrarse. Me encargaré mañana mismo del papeleo correspondiente. Mientras tanto, si es tan amable, encárguese de avisarle a los nuevos Cabos Hargan y Arkansas de su nueva asignación.
—Sí, señora… —exclamó Siegiel, y se dispuso se inmediato a ofrecer el saludo, pero Volpen lo detuvo con un ademán de su mano.
—No —susurró la teniente con seriedad. Luego, la misma mano que había alzado para detenerlo, la dirigió hacia su propia frente, ofreciéndole ahora ella el saludo a su superior—. Para servirle, señor.
Siegiel se sintió un tanto avergonzado por esto, pero lo aceptó con un pequeño asentimiento de su cabeza. La teniente tenía razón; tendría que acostumbrarse.
— — — —
Pasados los últimos trámites en la Academia, incluyendo su ceremonia de graduación, el Capt. Maximali y sus dos nuevos ayudantes estaban listos para embarcarse en su nueva aventura. Partieron al día siguiente de la graduación, muy temprano por la mañana, montados en un tren a vapor de última generación rumbo al norte; hacia la ilustre ciudad de CourtRaven. Si todo salía bien y no había contratiempos, estarían allá a media tarde. Mientras tanto, sólo quedaba esperar, relajarse un poco, y estudiar; en especial eso último, en el caso de Siegiel.
Cuando aún no había pasado ni na hora de su viaje, el joven capitán se encontraba sentado en uno de los dos asientos a lado de la ventanilla, con las piernas cruzadas. Los otros asientos se encontraban en esos momentos vacíos, pues sus dos acompañantes habían ido al vagón comedor por algo de café, y en su caso un té relajante.
El joven capitán sostenía frente a su rostro un libro abierto, el cual leía atentamente ayudado por la buena luz de la mañana que entraba por la ventana. El libro era sobre la historia militar y social de la región norte, principalmente de las ciudades de NightRequiem, ThreeLions y, la que más le interesaba, CourtRaven. Había investigado bastante de la historia de las tres durante la preparación de su ensayo, pero se había limitado a los últimos cincuenta años, en torno al incidente de las Astas del Ciervo. Ahora le interesaba descubrir y saber sobre los acontecimientos de más atrás; al menos los que los autores consideraban los más importantes.
Su lectura fue interrumpida de manera inesperada, cuando algo diferente captó su atención por el rabillo de su ojo izquierdo. Desde la fila de asientos al otro lado del pasillo, un par de ojos verdes lo observaban, asomándose tímidamente por encima del reposabrazos. Era un pequeño niño Lycanis, de orejas cafés puntiagudas y rostro redondo. En cuanto Siegiel se giró en su dirección, el niño respingó, e intentó ocultarse tras el reposabrazos, sin mucho éxito.
El Miravist sonrió, divertido. Alzó una mano, ofreciéndole al pequeño un sutil saludo, mismo que éste le regresó, aunque de forma mucho más tímida.
—Cariño, estate quieto —musitó con cuidado la mujer sentada a lado del niño, una Lycanis con ojos y orejas bastante parecidas a la del muchacho, y con un vestido casual color rosado. Colocó una mano en el hombro del pequeño, y lo atrajo con suavidad hacia ella—. Discúlpelo por favor, excelencia —musitó la mujer, nerviosa, agachando la cabeza con sumo respeto—. Mi hijo nunca había tenido la oportunidad de ver tan de cerca... a alguien como usted....
La mujer volvió a agachar la mirada, quizás temerosa de haber dicho algo indebido, o de la forma incorrecta. Indudablemente su hijo no era el único que no había estado antes tan cerca de un Miravist.
—Descuide —le respondió Siegiel con voz tranquila, sonriéndoles. Cerró entonces su libro, y se desplazó hacia el asiento a un lado del suyo para estar un poco más cerca. Fijó su atención en el pequeño, que instintivamente pareció querer volver a esconderse—. No te doy miedo, ¿verdad?
El niño alzó su rostro lentamente, contemplando el rostro del joven capitán con mucho detenimiento. Y tras varios segundos de análisis, pronunció con una vocecita aguda, y desbordante de curiosidad:
—¿Por qué no tienes nariz?
—¡Jimmy! —exclamó su madre, exaltada—. Discúlpelo, ¡por favor! No sabe lo que dice —añadió, sonando casi desesperada, abrazando al instante al pequeño contra ella.
Esa reacción pareció desconcertar un poco a Siegiel. ¿Temía acaso que les fuera a hacer algo por un comentario tan inofensivo como ese? ¿Qué imagen tenía acaso de los Miravists?
Intentó no tomárselo a mal, y en su lugar volvió a sonreír, despreocupado.
—No se preocupe, en serio —le aclaró con amabilidad. Luego centró su atención de nuevo en el muchacho, que al parecer se llamaba Jimmy—. Sobre tu pregunta, ¿por qué no mejor me dices tú por qué tienes orejas peludas?
—¿Mis orejas? —preguntó el chiquillo, un tanto confundido. Por reflejo alzó sus dos manos, tomando las dos orejas de lobo que sobresalían de su cabeza—. Pues, ¡es que así nací! —explicó con sencillez.
—Bueno, pues es lo mismo —indicó Siegiel—. Yo también nací así. Pero la realidad es que sí tengo una nariz, sólo que es más pequeña que la tuya. ¿Ves?
Inclinó entonces el rostro en su dirección, y señaló con un dedo hacia el centro de su propio rostro. Jimmy lo miró con curiosidad, inclinándose también hacia él para verlo de más cerca. Y efecto, sí que se veían dos orificios nasales ahí mismo, aunque eran poco apreciables al menos de que los buscaras.
—Ya no molestes a su excelencia, Jimmy —susurró su madre como ligero regaño, mientras lo tomaba de los hombros y lo hacía volver a sentarse bien en su asiento.
—No me molesta —aclaró Siegiel con tono afable—. ¿También se dirigen a CourtRaven?
—Ah, sí… —respondió la mujer nerviosa, asintiendo lentamente—. Vamos a visitar a mi abuela… ¡Digo!, ¡a mi madre...! A su abuela... de él... —señaló en ese momento al pequeño a su lado, para que quedara aún más claro lo que intentaba decir—. Lo siento...
—Deseo entonces que Alzama Molak los cuide, y que el resto de su viaje sea tranquilo —les dijo Siegiel, ofreciéndoles además una respetuosa reverencia con su cabeza—. Y por consiguiente el nuestro también, por supuesto.
—Gracias, excelencia —pronunció la mujer con ahínco, agachando de nuevo la cabeza, y con una mano haciendo que su hijo lo hiciera igual.
El Miravist les regaló una última sonrisa, antes de volver a su asiento, y a su libro.
No tuvo mucha oportunidad de retomar su lectura, pues sus dos amigos ingresaron al vagón unos segundos después, cada uno con su respectiva taza de café, y en el caso Aruel traía adicionalmente la taza de su amigo, y ahora superior.
—Siegiel, digo, Capt. Maximali —pronunció Aruel mientras se acercaba a sus asientos—. No tenían té con esencia de frambuesa, pero aquí está uno que tiene flor de naranja.
—Suena bien. Te lo agradezco, Aruel —le respondió Siegiel, y al momento dejó su libro de lado, y tomó con cuidado la taza que le extendía. Sopló un poco para amortiguar el peligroso calor que emanaba de él, y luego le dio un pequeño sorbo—. Está muy bueno, gracias.
Aruel asintió, y tomó asiento delante de él, con su taza de humeante café en las manos, a la cual también le sopló antes de beberla, aunque con bastante más intensidad.
—¿Y Nikam? —preguntó Siegiel al notar que su otro compañero no llegaba.
—Venía detrás de mí —indicó Aruel, y se alzó de su asiento para ver por encima del respaldo. No tardó en divisar a su amigo, unas cuatro filas detrás, de pie en el pasillo, con un brazo apoyado en un asiento, y su cuerpo inclinado hacia su ocupante: una chica bonita, por supuesto—. Ahí está, haciendo lo que hace como siempre —señaló el Lycanis con un pequeño suspiro, y pasó a beber de su taza, quemándose un poco la lengua al instante.
Nikam no tardó mucho en terminar su plática con la chica desconocida, y reanudar el avance hacia sus asientos.
—Ya me está gustando este viaje —declaró con una sonrisa de oreja a oreja. Se sentó en su asiento, con la taza en una mano—. ¿No opinas lo mismo, Siegiel?
—Más respeto —le reprendió Aruel, entre dientes—. Ahora debemos llamarlo capitán, no lo olvides.
—Sí, es verdad. Disculpe usted, Capt. Maximali.
—Pueden seguir llamándose Siegiel cuando estemos solos —les aclaró Siegiel con calma—. Y en panoramas más informales como éste.
—Sí, señor —respondieron los dos al mismo tiempo, ofreciéndole al instante el saludo. Siegiel presintió que lo hacían mitad en serio, mitad en broma.
Entendía que para ellos sería difícil acostumbrarse a que su amigo era ahora su superior, pero esperaba que lo hicieron pronto. No podían mostrarse tan indisciplinados en presencia de su nuevo general, en especial si quería convencerlo de apoyarlo en su proyecto con Silent Night.
Los tres recién nombrados soldados se quedaron en silencio un rato, mientras cada uno degustaba su bebida. Siegiel se perdió un rato contemplando el paisaje por la ventanilla. Ya hacía un rato que habían dejado atrás a HelioPolis, y a sus granjas y pequeños poblados circundantes. Ahora sólo se veían montes altos y prados boscosos hasta donde alcanzaba la vista.
La verdad es que Siegiel no solía pensar mucho en la vida alejada de las Catorce Ciudades. Sabía cómo todos que había pequeños poblados bajo la jurisdicción de nobles menores, que respondían de manera indirecta a algún príncipe Miravist; en especial cerca de las vías que interconectaban todos los principados. Pero, ¿qué había en esas zonas vacías del mapa en donde no había ninguna vía o carretera, y que no tenían ningún nombre escrito? O aún mejor, ¿qué había aún más allá, detrás de las montañas y los mares?
Con todo lo que había estudiado sobre la historia de las Catorce Ciudades, a veces le extrañaba que después de tantos siglos nadie hubiera querido echar un vistazo más allá, poblar más esas zonas, o incluso fundar una quinceava ciudad en algún lado. Sabía cómo todos que era en gran parte por la tradición que dictaba que Alzama Molak había bajado del cielo con sus catorce hijos, y a cada uno le había regalado esos pedazos de tierra que ahora eran sus ciudades. Pero no estaba del todo convencido si ese era motivo suficientemente para que se quedaran sólo así. Aunque como Miravist, él menos que nadie podía darse el lujo de cuestionar esas cosas en voz alta.
Y de todas formas, Miravist o no, ¿qué sabía él? Apenas era un chiquillo graduado de la Academia. Quizás todo tenía su motivo de ser; quizás catorce era el número adecuado; quizás más se volverían imposibles de controlar.
Nikam soltó un largo bostezo de pronto, y se estiró en su asiento lo más que el reducido espacio de éste le permitió.
—¿Cómo cuánto nos falta para llegar? —preguntó con voz adormilada.
—El viaje desde HelioPolis a CourtRaven suele tomar entre diez y doce horas, dependiendo de las paradas y del clima —le informó Siegiel con naturalidad. Y fue evidente al instante que no era para nada la respuesta que su amigo esperaba.
—¡¿Doce horas?! —exclamó Nikam, azorado—. ¿Y vamos a pasar todo ese tiempo aquí? ¿En estos asientos?
—Sería recomendable que te pares a estirar las piernas al menos una vez cada dos horas —respondió Siegiel, bastante más tranquilo.
—¿Y no pudimos al menos viajar en alguno de los camarotes privados y más cómodos?
—Me lo ofrecieron cuando compré los pasajes estándar, pero lo rechacé.
—¿Por qué hiciste eso? —le recriminó Nikam, incrédulo.
—Ya sabes que al capitán… digo, a Siegiel, le gusta ser tratado como si fuera una persona normal —intervino Aruel en ese instante.
—Pero no lo es. Aunque no fuera un Miravist, ahora es un capitán. No debería viajar así.
—Los puedo oír, ¿saben? —masculló Siegiel, mientras seguía contemplando el paisaje por la ventanilla, y bebía con cuidado de su taza.
Los tres volvieron a quedarse en silencio. Siegiel no tardó mucho en terminar su té, y casi como si lo hubiera estado esperando, al instante apareció una camarera con un carrito, y se ofreció a llevarse la taza vacía. Siegiel se la entregó con gusto, y al instante se propuso a volver a enfrascarse en su lectura. Lamentablemente, no pudo avanzar mucho.
—Hey, Siegiel —exclamó Nikam para llamar su atención, y él lo volteó a ver, apenas separando lo necesario su mirada del libro—. ¿Qué tanto conoces de CourtRaven? Cuéntanos.
Siegiel meditó un poco sobe la pregunta. ¿Qué tanto conocía de la ciudad a la que se dirigían? Poco o mucho, dependiendo de quién lo escuchara. Cerró entonces con delicadeza su libro de nuevo, y lo posó sobre sus piernas.
—Nunca he estado en CourtRaven —le respondió—. Sin embargo, sí conozco algunas cosas, en especial gracias a mi investigación de Silent Night. Es de momento la más grande de las Catorce Ciudades, con veintiocho distritos en total. Es, por lo mismo, de las más pobladas. Es también de las más prosperas, albergando algunas de las casas nobles más ricas de la región norte. En lo que respecta a la conformación de su Consejo de Nobles, es de los pocos casos en donde las facciones liberales y conservadoras se encuentran, hasta cierto punto, equilibradas.
Siegiel hizo una pausa, y desvió entonces su atención hacia la ventanilla, perdiéndose un poco en el pasar del paisaje a toda velocidad ante sus ojos. Su semblante y voz adoptaron un sentimiento mucho más serio.
—Por otro lado, hay algunos rumores menos favorables, que hablan de que es la ciudad en la que el crimen organizado ostenta más poder. Incluso se dice que algunas familias criminales controlan por completo varios distritos, aunque sea por debajo del agua. Es como un secreto a voces; algo que todo el mundo dice, pero nunca se comprueba. Las autoridades, sin embargo, niegan totalmente que la situación sea tan así. Será un tema a tener en consideración en nuestras próximas labores…
—Sí, todo eso es muy interesante —le cortó Nikam con dejo exasperado—. Pero, ¿qué me dices de las chicas?
Siegiel se giró rápidamente hacia él, su expresión totalmente inundada en confusión.
—¿Las… chicas?
—¡Sí! —insistió Nikam, y sus ojos parecieron casi brillar en ese momento—. Algunos con los que hablé en la Academia antes de irnos, me dijeron que las chicas de CourtRaven son las más preciosas y “amables” de las Catorce Ciudades; si entiendes a qué me refiero.
El joven Miravist permaneció en silencio, totalmente perdido en cómo se suponía que debería responder a eso.
—Nunca había oído eso —intervino Aruel en ese momento, curioso.
—Porque no conoces las mismas fuentes que yo —le susurró su amigo con tono de complicidad, guiñándole un ojo.
Siegiel se aclaró su garganta, y se sentó derecho en su asiento.
—Yo… como dije, nunca he estado en CourtRaven. Así que… no sabría cómo resolver tu duda.
—Y aunque hubiera ido, igual no podría —señaló Aruel—. Recuerda que Siegiel es muy correcto.
El ceño del capitán se frunció notablemente con molestia. ¿Por qué siempre que decían eso no se sentía que lo estuvieran haciendo como un cumplido?
—Bueno, como Miravist al menos debes conocer a la Princesa Heredera, ¿no? —inquirió Nikam, aún más curioso e interesado que antes—. Alguien me dijo que es la más hermosa de todas las Ladies Miravist actuales.
Aquella pregunta sí que destanteó un poco a Siegiel, incluso más que la anterior.
—¿Hablas de la princesa Ashraf? —preguntó, pensativo—. En realidad no la conozco personalmente. Me ha tocado ver algunas veces a sus padres, el príncipe Nishnael II y la princesa Azareth Kurtvains, pero nunca he coincidido con ella en alguna reunión o evento. Las personas dicen que es un poco reservada, y casi nunca sale de CourtRaven.
—Vaya, me pregunto si tendremos la oportunidad de conocerla —susurró Nikam con voz soñadora. Apoyó su rostro contra su mano, y se giró a mirar fijamente el firmamento por la ventanilla a su lado—. Me encantaría poder charlar con una princesa de verdad.
—Sí, como si una princesa Miravist pudiera hacerte caso —indicó Aruel con dejo burlón.
—Hey, no aspiro a cortejarla ni nada. Pero con que sólo me mirara y me sonriera tendría suficiente.
Siegiel carraspeó, sintiéndose notablemente incómodo por la conversación.
—Mejor enfóquense en nuestra labor —les indicó con algo de severidad en su tono—. Tenemos que dar una buena impresión desde que lleguemos, y para eso no podemos distraernos.
—Lo que usted diga, capitán —pronunciaron los dos al mismo tiempo, ofreciéndole el saludo. Y de nuevo ninguno se esforzó demasiado en disimular que lo hacían con cierto humor en su actuar.
Siegiel suspiró. Definitivamente sería complicado que sus amigos se tomaran todo eso con seriedad, pero no podía recriminarles; sabía justamente cómo eran, y aun así los quiso ahí con él. Pese a todo eso, confiaba en ellos, y sabía que estarían ahí para él en cuanto los necesitara. Y ese tipo de confianza era difícil de obtener.
Finalizada la conversación, al menos de momento, tomó de nuevo su libro y se dispuso a retomar ahora sí su lectura, sin interrupciones. Las siguientes horas pasarían un poco lentas, pero al final llegarían a su destino sin mayor contratiempo.
La gran ciudad de CourtRaven los esperaba, pero quizás no del todo con los brazos abiertos.
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wingzemonx · 24 days ago
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 12
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CHAPTER 12
Kat and Boom took the Krybot parts back to the lab and divided these between the two to review and catalog, noting any details that might give them some clue as to how more than twenty of these Troobian robots had gotten past their defenses. And, perhaps, some way to discover how many more might already be on Earth.
                Each one sat at their respective workbenches, dismantling and inspecting each part, from the largest to the smallest screw. The S.P.D. had already fought with Krybots in the past, such as during the invasion of Sirius and, more recently, during the fall of Merlandia. In the Central Command database, they had detailed reports on the Krybots from those and other invasions, which they used to compare and confirm that they were indeed the same type of robots. And, at least for now, they seemed to be... but some small details didn't quite match up.
                Although she tried to focus as much as possible on her current task, the truth was that Kat felt a bit distracted. She'd always been able to concentrate easily, even in high-danger and stressful situations. She hoped it was one of those two things that was distracting her, but it was actually something else: their two newly arrived prisoners.
                She tried to remain objective about the matter, but the truth was, she did feel responsible for those two, just as the Commander had hinted on more than one occasion. Especially for Jack, considering what had happened with his parents… If she had been there for him when he needed someone, maybe he wouldn't have ended up in that lifestyle. Perhaps he could have taken a different path; maybe he could even have attended the Academy there, becoming a cadet like Sky and the others. But it wasn't worth racking her brains over it now; what was done was done. Now, she could only, as the Commander had rightly said, allow them to make that critical decision on their own.
                "Hey, Kat," she heard Boom suddenly say behind her, barely breaking her thoughts. "Something's not right."
                "None of this is right, Boom," Kat replied in an absent voice.
                "Yes, but this is what I mean. Look."
                Kat took a deep breath through her nose, looked away from the piece she was currently examining, and turned to her assistant. Boom had a small piece between his fingers, holding it next to his monitor. Kat slid her chair toward him so she could sit next to him and see what he was trying to show her.
                "I've been comparing the recovered Krybot parts against the S.P.D.'s database of Troobian Krybots, just like you asked. But... Well, some pieces don't match. Like this one," he emphasized, handing her the piece he was holding: a copper-finished, L-shaped piece of metal. "It's a wedge that fits into the forearm joint. But look at the one in the database."
                He placed the piece back next to the monitor, comparing it with a larger image from the database. Kat leaned forward, quickly scanning both pieces with her eyes. It took a while, but she managed to notice what Boom was trying to tell her.
                "They're similar; they serve the same purpose," Boom said urgently. "But..."
                "But their design is different," Kat concluded, exactly the same thing her assistant was trying to tell her. The differences were minor but present. There was no way they were from the same manufacturer or even the same material. "How did you notice?" Kat asked, curious.
                "I identified it because I replaced the same one the last time I serviced R.I.C."
                "You used one just like this?" Kat asked, incredulous.
                "Yeah, look…"
                Boom stood up and walked over to one of the workshop shelves, from which he took a box full of spare parts. He rummaged through it for a while until he found what he was looking for: another wedge, apparently the same shape and color as the other. Boom brought the two pieces closer to him, and Kat looked at them side by side. She realized they weren't just similar...
                "They're the same piece," she pointed up, surprised. "When did you get this one?" she asked urgently, holding out the one Boom had taken out of the box. Boom thought for a moment, nervously moving his fingers together as he tried to remember.
                "Like… two weeks ago?"
                Kat looked again at the two pieces in her hands. Her brow furrowed as she tried to make sense of what she was seeing. Those Krybots were supposed to come from somewhere far outside the Galaxy; perhaps they could even have been part of the invasion force from Merlandia. How was it possible that one of them had the same kind of piece that Boom had acquired back on Earth two weeks ago?
                At least…
                An idea was beginning to take shape in Kat's mind, but it needed more elements to fully form.
                "Now that you mention it, I also noticed something suspicious that caught my attention," Kat said, somewhat agitated. She stood up from her chair and returned to her workbench. She put the two wedges aside for the moment and picked up the piece she'd been inspecting before Boom spoke to her. It was a small, rectangular box made of stainless steel, with wires protruding from the top. "Look at this," she said, indicating to her assistant and handing him the device.
                Boom approached, and he only had to watch it for a few seconds to identify him.
                "A multiple power regulator?"
                "It seems so," Kat said, nodding. "But look at this."
                She then pointed to the side of the device. Boom leaned over to look. Across the smooth, metallic surface was a long, dark stripe, a burn made with some kind of blowtorch or high-temperature ray to melt the metal. It wasn't the first time either of them had seen something like this.
                "They erased the model and serial number," Boom said, surprised.
                "That's right," Kat confirmed, nodding. "Also, I feel like I actually saw one just like this somewhere else recently, but I can't remember where."
                "Oh!" Boom exclaimed suddenly, excited. "I know! I know!"
                Boom practically ran back to his computer and began typing rapidly. Kat followed close behind, a little more cautious though eager to see what had caused that reaction in him.
                "Remember the robot that attacked in Kamchatka?" Boom commented as he continued typing. "The one that the A-Squad defeated?"
                "The one that was trying to make all the volcanoes in the Volcanic Circle erupt at once, of course," Kat replied, nodding. She remembered it, not only because it was a heart-stopping experience but also because it was the mission right before the Supreme Commander told them they had to form their B-Squad.
                Boom went on to explain what he was trying to say.
                "Among the parts we recovered from that robot, there was a multiple power regulator very similar to that one, look." He opened one of the photographs from the mission file, which showed a metallic square quite similar to the one in his hands at that moment. "Although, of course, larger, for a much larger robot. But I think the model could be the same or similar."
                "You're right, Boom," Kat concluded, amazed, comparing both devices. The specifications seemed the same; even in the photograph, their identifiers were erased from the side. "It's the same device. They're definitely from the same manufacturer. But..."
                She was silent for a few moments as the last pieces fell into place in her head.
                "Both are clearly of Earthly manufacture… Boom!" she blurted out loud, making the technician jump in surprise. "Do you know what this means?" she asked, sounding strangely excited as she did so.
                "Yes!" he said aloud, somewhat mimicking her emotion. Then, he seemed to hesitate for a moment and think better of it. "Well... sort of?"
                Kat was about to explain, but at that moment, the lab doors opened, and above Boom's monitors, she managed to see the person entering: an alien man in a green coat with a face with marked feline features and orange fur.
                "Good afternoon, Dr. Manx," the newcomer greeted her politely, walking towards them with a calm gait, his hands in the pockets of his lab coat.
                "Dr. Felix, what brings you to my lab?" Kat asked, curious. Her visitor was the head of the base's medical department, or, in other words, the person responsible for ensuring that all officers, cadets, and support staff were healthy and, preferably, alive as well.
                "I'm sorry to interrupt like this," he apologized. "But I was coming to pick up Boom. We had an appointment this morning to remove his cast, but he didn't show up."
                "Boom, did you have an appointment with Dr. Felix?" Kat asked her assistant, sounding scolding. "Why didn't you tell me?"
                The technician blushed, embarrassed.
                "I think I forgot," he replied with a smile. "It's just that with all the work, the B-Squad Morphers, and then the Krybots..."
                "None of that is an excuse to neglect your health," Dr. Felix reprimanded him sternly.
                "I agree," Kat settled emphatically. "Go on. I'll finish checking this."
                "Okay," Boom muttered, uncertain. "But weren't you going to tell me what this means?"
                "I'll tell you when you get back. Go on, go."
                Resigned, Boom left his work area and followed Dr. Felix toward the door. The two left, leaving Dr. Manx alone in her lab.
                Kat moved her chair back to her work area and sat down in front of the remaining pieces to be reviewed and cataloged. She let out a long, weary sigh and rubbed her face a little. The theory she'd just formulated seemed quite plausible, but she needed a little more evidence to support it before sharing it with the Commander. So she'd have to keep looking to see if she found any other pieces that stood out, like the two they'd already identified.
                But once she was alone and the excitement of the discovery had subsided, her mind returned to the thoughts that had been troubling her until recently. She then turned to the monitor on her desk. She stared at the black screen for several seconds before deciding to do what she'd been thinking about for a while, and now being alone gave her the opportunity.
                "Computer, show me the camera in Cell 2 of Block 44," she said aloud, and the computer responded to the voice command. The monitor turned on, displaying exactly what she expected to see: the interior of Cell 2.
                In the image, she saw Elizabeth lying on the hard gurney, her arms pillowed behind her head, in a supposedly comfortable and indifferent pose. However, her situation certainly didn't lend itself to it. For his side, Jack was crouching beside the cell bars, apparently trying to somehow tamper with the electronic lock to open them.
                Instead of being bothered by it, Kat smiled, perhaps a little more amused than she should have been. The boy had a tough spirit to break; she could see that. Just like his father. If he went down the right path, there might be a chance he could become an extraordinary Power Ranger, the kind his new B-Squad needed. However, there was also the possibility that his presence would cause more problems than it would solve, given the impending events.
                But for either possibility, only time would tell the truth.
                Suddenly, she saw the bars open, and Kat jumped slightly, briefly believing Jack had succeeded. However, that thought was shattered when she saw the tall, burly figure that burst through the cell door, causing Jack to instantly step back and Elizabeth to hurriedly sit down on the gurney. Clearly, neither of them recognized him, but Kat certainly did.
                She thought for a moment about turning off the monitor to stop watching, but curiosity won out.
                "Computer, turn on the audio."
— — — —
                Jack quickly stepped back, raising his fists in the air, staring fiercely at the tall, imposing being who had entered the cell. Reflexively, Z also stood beside him, though with a less belligerent attitude than his friend.
                "And who are you?" Jack asked sternly.
                The creature stopped a few steps in front of the cell gate, which closed behind him as soon as he entered. He stood with his back straight, his hands clasped behind him in a perfect martial pose.
                "The best friend you have in this place," he replied in a deep but calm voice. "So I recommend you put down those fists, young man."
                "Better not."
                "Jack," Z muttered through gritted teeth. "You'd better listen to him."
                The boy hesitated for a few seconds but then slowly lowered his fists. He was no longer in an attack position, but his posture was still aggressive and alert.
                "Much better," said the blue-skinned being, with a head shaped much like a large dog's. "I am Commander Anubis Cruger, head of the S.P.D. on Earth."
                That information relaxed them a little, although it also brought them another kind of concern.
                "Oh, so you're the big boss around here, huh?" Jack muttered. "All right, because I want my call."
                "We're not the Earth police," the Commander replied seriously. "That means we don't abide by the same rules."
                Jack snorted in disbelief.
                "What an excuse to trample on civil rights."
                "Jack, will you shut up?" Z chided him, somewhat exasperated.
                "No, please," Cruger intervened, raising a hand. "If there's one thing I've always admired about the human spirit, it's how it tends to flare up in the face of injustice."
                "Well, it's good of you to mention that," Jack replied, "because this," he raised his arms at that moment toward the cell they were in, "all of this, it's an injustice. Everyone says the S.P.D. is in charge of fighting criminals and terrorists who threaten the peace of the entire world. But look at you now, chasing down and locking up two common criminals who were only stealing a little food and clothing for the poor."
                "As you know better than I, the Earth police were unable to apprehend you two, given your unique abilities," the Commander explained. "That's why the case was directed to us, given our greater experience in dealing with this kind of situations."
                "What kind of situations? With freaks?" Z asked, unable to hide the slight acidity in his tone.
                "Well, anyway, it was an outrage to me," Jack added, standing firm in his stance.
                "Regardless of the motive, stealing is a crime," Cruger said. "And you committed several of them."
                "Listen," Z said in a much more conciliatory tone, taking a firm step toward him, "we know what we did was wrong, but we didn't do it out of ambition or malice. In truth, our only goal was to help people. I don't know if you know this, but the streets are filled with homeless people, including alien refugees who have no support from anyone on this planet."
                "I understand your motivations more than you think," Cruger confessed. "And not only that, I might even applaud them. But that wasn't the right way to help those people. And, as I said, stealing is still a crime, regardless of the reason. You've been on the wrong path for too long, and sooner or later, it could only lead you to one place: here."
                He raised his arms, pointing with them also towards the same cell in which they were.
                The two prisoners remained silent. They glanced at each other as if waiting for someone to offer a counter argument, but neither dared.
                "Okay, fine," Jack said with a long, resigned sigh. "You caught us. So what's next?"
                "That will depend on you."
                "What do you mean?" Z asked, confused.
                "If you decide you want to continue down the path of crime, the paperwork is almost ready for you to be transferred to the police headquarters, and from there to the police cells to await trial, and then to prison."
                "For stealing a little food and clothes?" Jack exclaimed, even laughing a little in amusement. "Please, at most, we'll get community service."
                Cruger slowly shook his head.
                "I'm afraid you don't realize the extent of the trouble you've gotten yourself into. The total amount you've stolen over the last five years amounts to approximately $5 million."
                "What?!" Jack and Z exclaimed in unison, their horror overwhelming.
                "Under Earth law, I understand you'd be charged with grand theft," Cruger added. "That's several years in prison if I'm not mistaken."
                "Hey, wait a minute," Jack snapped defensively. "That can't be true. There's no way those things were worth that much. Those companies must be inflating their losses to scam the insurance companies."
                "It's a possibility but difficult to prove. And it doesn't negate the fact that all those items were stolen."
                "We don't want to go to jail," Z lamented, genuinely worried by now. "Please, we never hurt anyone."
                "Given the current situation, that's the most likely outcome. However, there may be another alternative: a different way to repay your debt to society."
                Jack and Z looked at each other, intrigued and confused by such a sudden comment.
                "What are you talking about?" Jack asked cautiously.
                "As you've said, our purpose here at S.P.D. is to defend Earth from any threat, small or large, external or internal, that threatens the peace and integrity of the planet and its people. Here at these facilities, the officers charged with precisely that task are trained. And there's always room for those with sufficient potential. And it's my opinion that you have that."
                "Wait, what?" Z exclaimed, quite confused. "Are you asking us to become police officers?"
                "Not just any police officers; Space Patrol Delta officers," Cruger emphasized firmly. "And not just any kind of officer, either. I assume you've already met Cadets Tate, Drew, and Carson."
                "The three stiffs who arrested us?" Jack replied mockingly.
                "They are part of the newly formed Power Rangers B-Squad, our planet's second line of defense. And they're missing just two members."
                Jack and Z remained silent for a few moments, their heads trying to make sense of what they had just heard. They even waited for the man to say something more to explain himself better, but he didn't. What he said seemed to be precisely what he wanted...
                "Wait a second there, please," Z muttered hesitantly. "Let's be clear. Are you asking us both to become… Power Rangers? Us?"
                "Wake up, Z," Jack exclaimed ironically. "He's just messing with us. Maybe he's not even a Commander. Maybe he's a janitor who borrowed that costume just to play a joke on us."
                Rather than being annoyed, Cruger seemed amused by the witty comment. A small, subtle smile even appeared on his lips for a second.
                "I assure you this uniform is very real," he replied. "And I don't have a good enough sense of humor to make a joke like that."
                Jack crossed his arms, his skepticism still intact.
                "So you really want us to believe you're suggesting two street thieves like us become Power Rangers?"
                "Why not?" Cruger replied matter-of-factly.
                "Why not? Come on, man. Let's be serious. Didn't you say you trained agents here to protect the world? Why us and not any of them, who are obviously more trained and have fewer crimes on their record?"
                "Training is important, of course," the Commander indicated. "But it can be taken at any time, and anyone can catch up with the proper effort and dedication. And there are things that training and preparation don't give you."
                Cruger was silent for a moment, pondering his following words. But he didn't have to think about it for long, because someone had already told him exactly the idea he wanted to convey that evening, while they were dining and talking in that café.
                "Long before the S.P.D. even existed, the Power Ranger teams that emerged from this planet and many others weren't made up of the most highly trained or prepared individuals, but rather ordinary young people with ordinary lives, but who were brave, noble, and strong inside. Young people who, when someone was needed to stand up to evil, were willing to step up and risk their lives to defend their planet and those they loved. And that alone was enough for them to defeat the worst threats the Universe threw at them. That strength, that nobility of heart, isn't something training can give you. In your case, although both of your actions were wrong, they were motivated by a righteous desire to help people. Not to mention that despite having no formal training, you managed to hold your own against three of my cadets and a group of unknown combat robots. You both have great potential, one I'd be happy to guide down the right path."
                Jack and Z listened intently to the man's words. Their expressions were somewhat indecipherable, but it was clear that it hadn't fallen on deaf ears. Each of them, in their own way, seemed to be digesting it, also trying to decipher how it made them feel. And this last bit certainly appeared to be a rather complicated internal battle.
                "Is this a real proposal?" Z asked, still feeling somewhat unsure.
                Cruger responded simply by nodding slowly. It was a real proposition in every sense.
                "But in the end, the decision is yours," the Commander emphasized.
                "Are you really?" Jack asked. "Either we choose to be his Power Rangers, or we go to jail? It doesn't seem like we have much of a choice, does it? Do you at least have the authority to keep us from going to prison if we accept your proposal?"
                "Under the Galactic Alliance's bylaws, in times of crisis that potentially threaten the planet's survival, the acting Commander of the S.P.D. has the authority to impose decisions and sanctions above local law, provided their actions are in favor of protecting the planet."
                The two prisoners were startled to hear him say that, especially by one specific part, the most worrying one.
                "Did you say... a crisis that threatens the planet's survival?" Z asked doubtfully.
                "What crisis?" Jack added in a similar vein.
                "That's classified information," Cruger replied calmly. "But I'll be happy to share it with the members of my B-Squad in due time. What I can tell you is that difficult times are coming for this world. Times that will require more than ever heroes who are willing to fight. What I'm offering you isn't just the chance to avoid prison; I'm offering you the chance to put your lives on a better path. To be part of something bigger, something much better, to help and protect the people you care about so much."
                Those last words hit the nail on the head. Z's face instantly lit up with excitement, while Jack's face was covered with a barely concealed dose of annoyance.
                "You had to say 'be part of something bigger,' right?" Jack chided angrily.
                Z immediately turned to look at his partner.
                "Jack."
                "No."
                "Jack!"
                "No!"
                The boy raised his hands in a gesture of disdain as if wanting to disassociate himself from the whole affair at that moment. He walked quickly to the cell bench, sitting on it with his arms crossed and his gaze shifted to one side.
                Z sighed, actually sounding somewhat exasperated.
                "Would you allow us to discuss this for a minute alone?" she asked cautiously, turning back to the cell visitor.
                Cruger watched them for a few seconds, considering whether it was prudent to do so. His idea was to demand an immediate answer, but he could sense there was something between them they needed to discuss. So, after a moment's thought, he concluded that the most prudent thing to do was to give in.
                "I'll give you a little more than that. But don't take too long to decide. This opportunity won't come around again."
                With that, he turned and retraced his steps toward the bars. They opened before him and closed behind him as he stepped out.
Author's Notes:
Not much to say this time. We're still in the first episodes, but expanding and modifying some things. This will be the constant from now on, so unless something comes up that I consider relevant to point out or comment on, I don't think there will be many notes at the end of the episodes. I hope you don't miss them, but above all, I hope you like the direction things are taking and the characterization I'm giving each character. But anyway, we'll continue talking another time.
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wingzemonx · 26 days ago
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 11
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CHAPTER 11
That secluded alley, hidden from the view of any passersby or vehicles traveling along the main streets, was one of the many gathering spots for that kind of people. Humans and aliens alike that most people preferred to pretend they didn't even exist: the homeless, the poor, the orphans, and anyone who didn't quite fit the neat and prosperous image that advertisements and reports tried to paint of Newtech City.
                The city had quite a bit going for it. It was the mecca of alien integration on Earth, the headquarters of the official embassies of various allied planets and, of course, the S.P.D. on Earth. Cutting-edge technology appeared on every corner, from their transportation to their homes and offices. It was the city of the future and the opportunity on a planet that already represented the great hope of many in the universe.
                But it also had its less bright sides. As is often the case, where there is great wealth and prosperity, there also tends to be great poverty and decay. The only difference was that they learned to hide it better in spaces like that dirty, hidden alley populated by a large number of individuals in worn and old clothing, some of whom were sick or hungry, trying to keep warm and fed with whatever they could find on hand.
                However, they weren't always ignored by everyone, as there were sometimes people more than willing to lend a helping hand whenever possible. And two of those people, well-known and respected in that community, were Jack and Z.
                No one knew much about them except that they were two young humans in their twenties who had arrived in the city a few years ago. They were both highly skilled fighters and athletes, highly intelligent and cunning, and possessed very unusual metahuman abilities. But above all, they were known for their kind hearts. They often stopped by that alley, and others like it, to distribute food and clothing to the needy. As soon as they saw them arrive in their loaded truck, people knew it, and they would come over to see what they would be sharing that day. And they never disappointed.
                That day, they brought a little bit of everything: winter clothing, mainly jackets and coats, as well as food to distribute, including bread, ham, and cheese. People gathered around their vehicle while the two young people distributed the supplies as evenly as possible.
                Of course, although no one said it out loud, many naturally wondered the same thing: where did these two get all the gifts they were given? Some had suspicions, which, in fact, were pretty close to certain. But equally, no one said it directly. They preferred not to confirm it, and in any case, they didn't care. Their need was stronger than a small matter like the legal origin of those clothes and food.
                But no matter what they were doing, people still loved and respected Jack and Z for what they did. They were part of them, of the outcasts of that modern society. And they all had to take care of each other.
                By mid-afternoon, the two were already finishing their delivery for the day.
                "Thank you, youngster," an elderly alien with blue skin and a long, gray mustache said deeply gratefully after Jack handed him a box containing thick shoes that were much better than the holey ones the man was wearing.
                "You're welcome," Jack replied, flashing a smile. "Please take care."
                The man nodded and hobbled away down the alley.
                "Thank you very much," said a girl with an oval face and pink skin after Z handed her a sandwich and a soda. Her features weren't entirely clear, but she seemed to smile somehow, so Z smiled back gently.
                The girl ran down the alley, clutching her snack. She was the last one; everyone else had already scattered, leaving the two boys alone. And thank goodness, because they had nothing left.
                "That was the last of it," Jack said excitedly, sorting through the empty crates in the back of the truck. "Lucky, huh? Everyone got something, no one…"
                Turning to look at his partner, he looked at her with her arms crossed, leaning against the side of the truck door. And, unlike him, her expression didn't seem as optimistic and cheerful. In fact, she had a stern gaze fixed on him like two knives.
                "Please don't look at me like that again," Jack exclaimed with slight annoyance as he closed the truck.
                "Just like what?" Z asked, somewhat perplexed.
                "With that look of: 'Jack, do you really want to keep doing this your whole life?'"
                "I never said that," Z replied defensively. She waited a few seconds, her foot moving a little restlessly against the floor, and then finally said it: "But Jack, do you really want to keep doing this your whole life?"
                "See?" the boy exclaimed, pointing at her accusingly.
                Jack finished locking the truck and instinctively stepped away from his friend, possibly reflexively avoiding confrontation with her. But Z had other plans.
                "Hey, bro," she said as she hurried to catch up with him. She gently took his arm and turned him toward her. "Sit down for a moment, will you?" she asked, reaching for two wooden boxes on the side of the alley. Not that there were many other seating options around, really.
                Jack seemed quite reluctant at first but eventually gave in and sat down on one of the boxes, while Z did the same.
                "Listen, how long have we known each other?" the girl asked calmly.
                "Five or six years?" Jack replied, shrugging.
                "And in that time, we've always looked out for each other, right? You're like my brother, Jack, and I understand you completely. I know why you're doing all this. I share your desire to make the world a better place more than anyone. But… do you really think you'll achieve it by playing Robin Hood?"
                "I'm not playing, Z," Jack exclaimed defensively.
                "Of course not. But even the S.P.D. has us in its sights."
                Jack snorted and turned away.
                He didn't need to be reminded of what had happened earlier at the Parkington Market. Two men and a woman had intercepted them mid-robbery, identifying themselves not just as police officers but as S.P.D. officers. From what Jack knew of that organization, they were supposedly in the business of hunting down rogue and dangerous aliens, hazardous intergalactic criminals, terrorists, and gang members. But apparently, they'd decided that two simple petty thieves like themselves were at the same threat level.
                One more example showing that large institutions cannot be trusted.
                "And those weren't just regular cops," Z continued, "They had powers too. What if they send more of them after us? We were able to take them by surprise this time, but do you think we'll be so lucky next time?"
                "Do you think I'm scared of the S.P.D.?" Jack muttered, smiling confidently. "We wiped the floor with them, and we'll do it again if they dare mess with us again."
                "Do you hear what you're saying…?"
                Z was about to emphasize how dangerous their situation was, but luckily for Jack, someone interrupted them first.
                As the two argued, an elderly alien woman hobbled toward them. She had scaly skin and a beak protruding from her face. She wore worn, old clothes and leaned on a makeshift cane made from broken pieces, possibly found in the trash. She trembled slightly with each step, from the cold or perhaps from the weakness of her body itself. The old woman stood beside them, head bowed. She said nothing but mumbled plaintively, extending a timid hand toward them.
                "I'm... I'm so sorry, we don't have anything left," Jack apologized, standing up from the box. "Maybe tomorrow."
                The old woman lowered her gaze, saddened and distressed, but she seemed to accept his words. She turned and began to walk away at the same slow pace she had arrived.
                "Wait, wait," Jack said aloud. The old woman stopped and turned to look at him. Jack quickly took off his jacket and handed it to her. "Here. The nights have been getting cold lately. Take care of yourself."
                The old woman accepted the jacket. She acknowledged the gesture with a nod and a guttural sound that was difficult to interpret but also seemed to reflect gratitude in its own way. After receiving the gift, she turned on her feet and walked away as she had intended.
           ��    Jack watched her, a satisfied smile on his face. It faded slightly, however, when he turned back to Z and noticed her looking at him with her arms crossed and a look of marked disapproval on her face.
                "What?" Jack said, confused. Z just continued to stare at him, silent. "Hey, it looked like she needed it. Maybe her husband, or her son."
                "That's what I mean, Jack," Z emphasized. "No matter how much you want to change things, a little food and clothing won't make a difference."
                "They make a difference for one person, for one day. And that's enough for me."
                "But why settle for helping one person at a time when we could do so much more? Make a real change; be part of something bigger."
                "Bigger?" Jack exclaimed incredulously as if the words were foreign to him. "Z, look at them," Jack demanded, extending a hand toward the rest of the still-crowded alley. Z turned his face away. "Look at them," Jack insisted.
                Z sighed heavily and turned in the direction Jack was pointing. There were currently several homeless people in the alley, mostly alien refugees. They were all wearing worn, old clothes, except for the lucky ones who had received new ones that day. They were sitting or lying on the ground, gathered around bonfires in metal barrels, or rummaging through trash bins. There was a strange combination of dejection and apathy in the air, but also a certain joy that could only be found in the camaraderie and solidarity that grew among these needy communities where, like Jack and Z, they looked out for each other no matter what.
                "All these refugees came fleeing their home worlds because of invasions and wars," Jack said, his voice firm and stern. "They came here looking for a better life, and instead, reality just kicks them down the road. Do you think the bigger people even look at them? Do you think they care about them? Is it fair that people are freezing to death while companies sell these clothes for three times or more than their real price? People starving to death when fancy restaurants use only 60% of their food and throw the rest away? Are those the bigger people you're talking about? Or do you think those snotty S.P.D. guys, like the ones who chased us this morning, care about these people? They're only there to take care of the rich and well-off, and they only stoop to our level to attack and blame some of these people when reality pushes them with no choice but to commit crimes to survive. They don't care about their circumstances."
                "You're being very prejudiced," Z reprimanded him sternly. "You're not the only person in the world who cares about those in need, nor are your methods the only ones that matter."
                Jack didn't seem inclined to argue further and made it as if to walk away again.
                "Please listen to me," Z insisted, reaching forward to take his arm to stop him. "If you want to make things better, if you really want to make them better, you can't keep doing just this. We need to be part of something better. I need to be part of something better."
                Z paused momentarily, took a deep breath through her nose, and exhaled through her mouth. Her face twisted into an expression resembling pain as if what she was about to say was actually causing that physical sensation.
                "And if you don't agree," she added, "perhaps we should consider sepa…"
                "Hey, hey," Jack cut her off, alarmed, before she could finish her sentence. "Let's not make any hasty decisions, shall we?"
                The mere hint of what Z was about to suggest seemed enough to change Jack's attitude. He took a few moments to compose himself and put aside all his belligerent attitude.
                "Okay, fine," Jack finally agreed, somewhat resigned. "When you find something better, something truly better, let me know. And I promise to consider it. And if I'm not convinced, and you still want to take another path..."
                Jack paused briefly, letting out a small sigh.
                "I'll respect that, and I'll support you. Promise?"
                With that statement, he extended his right hand toward his friend, pinky raised. Z smiled enthusiastically.
                "Promise," she replied as she intertwined her pinky finger with Jack's, thus sealing their promise.
                "Meanwhile," the boy commented abruptly, "I have one more hit for tonight."
                "Jack!" Z exclaimed, dissatisfied, immediately letting go of his pinky finger.
                "Hey, I said I'd consider it when you found something better. And that won't hit us in the face overnight, right?"
                The girl crossed her arms and turned away, clearly not happy.
                "Come on, Z," Jack insisted, his attitude much more relaxed now. "One more job, just one. Do it for me. What's the worst that can happen?"
— — — —
                The worst that could happen, it seemed, was that the very next day after that last job, and after distributing the merchandise among the people again, the same S.P.D. officers would intercept them once more, now much more confident and determined than they had been the previous time.
                The sudden intervention of a large and unknown group of robot fighters had given them a chance to escape, but... Well, one thing led to another, and now Jack and Z found themselves sitting next to each other in a holding cell for criminals held at S.P.D. headquarters. And if that wasn't enough, they'd both been fitted with black bracelets that strapped tightly around their wrists. Their purpose became quite evident the moment Jack tried to break through the cell's bars using his metapower, only to crash face-first into them. His partner decided not to even try to multiply herself.
                "You've got to be joking," Z muttered irritably. "Thanks, Jack," she added in a gruff voice, followed by an elbow that slammed hard into his cellmate's side. Jack doubled over, letting out a sharp whimper of pain from the blow.
                "Me? What did I do?"
                "I told you I didn't want to do this anymore!" Z snapped. "But no, you wanted your 'last hit,' didn't you?"
                "That had nothing to do with it," Jack defended himself firmly.
                "I told you those S.P.D. officers were on our trail. I assure you, that's how they found us again. And, oh, surprise, they weren't just officers: they were Power Rangers! Power Rangers, Jack!"
                "I know, that's crazy," the boy muttered thoughtfully. He stood up from his seat and walked toward the bars as he spoke. "Who sends Power Rangers to arrest two harmless thieves of clothes and food? That's just one more example of how these people have no qualms about using brute force to crush the oppressed!" He spoke the last sentence forcefully, now standing in front of the bars, trying to make himself heard by anyone close enough.
                "Hold your social comments for a second, will you?" Z chided him.
                "How can you expect me to remain silent in the face of these injustices? Look at this," he pointed out, his fingers trying to remove the metapower-inhibiting bracelet from his wrist, but it was as tightly fastened to him as it had been two minutes ago when he'd also tried to remove it. "I'm sure these things violate some international law, universal law, or whatever."
                Z sighed and rubbed his face in frustration.
                "You know what I don't understand?" Z said ironically. "If you hate 'these people' so much, why did you want to come back and help them with those robots when we'd already gotten rid of them?"
                Jack fell silent and turned to look back at the bars. When those strange robots appeared, they surrounded the three officers, which gave them a window of opportunity to escape. They'd already gotten far enough away, already out of danger… when Jack, it seemed, felt remorse. He stopped, pointed out that there were far more robots than officers, and retraced his steps to help them. With the help of Jack and Z, they managed to destroy some of those robots, and the rest escaped. And how did the Rangers thank them for their help? By putting them in that cell, of course.
                In retrospect, it seemed like a terrible idea. However, even then, Jack didn't regret his decision.
                "I may not like what they're doing, but that doesn't mean I think it's right for them to get hurt doing their jobs," Jack declared with unshakeable conviction. "Besides, those robots looked pretty dangerous. What the heck were they?"
                "And how would I know?" Z replied, exasperated.
                The two remained silent. After a few seconds, Jack resumed his attempts to remove the annoying inhibitor bracelet.
                "Could you stop?" Z sighed tiredly. "You're going to hurt yourself."
                Despite her suggestion, Jack continued to insist, but again, he was unable to move the handcuff even a millimeter.
                "How long are you going to keep us waiting here?!" he snapped in frustration, even banging on the bars with his hand to make more noise. "Hey! I want my call! Can you hear me?"
                "And who the hell would you call exactly?" Z asked, sounding even amused as she did so.
                "I don't know yet. But it's my right, so I want my call!" Jack shouted, banging on the bars again.
                No one responded to his call at the moment.
— — — —
                From a monitor in the Command Room, Kat curiously watched the camera feed from Holding Cell 2, the cell where the Parkington Market street thieves were its newest residents. Kat knew they would end up there somehow, but it still gave her a bit of a shock to see the children of two of her former colleagues sitting behind bars. And, in a way, she felt responsible for it.
                While she was observing the monitor, Commander Cruger entered the room and approached the doctor with a firm stride. He stood beside her and was soon focused on the same thing she was doing.
                "I see our two guests are making themselves comfortable," Cruger noted with a hint of irony.
                "Something like that," Kat replied. "What's next?"
                "As we said, give them the opportunity to make the most important decision of their lives."
                "We'll get on with it, then."
                "Don't you agree?"
                Kat didn't respond. She certainly wasn't sure how she felt about the plan. But she had agreed to support the Commander in this idea, just as he had supported her. So they just had to see where it all led and hope that the survival of the entire planet wasn't the price they would ultimately pay.
                She turned her attention back to the monitor, closely watching the two boys on it, who seemed to be still arguing. Even without audio, Kat could sense that it wasn't exactly a violent argument but rather something like two brothers discussing, or at least the way Kat assumed two brothers would discuss.
                It still seemed fascinating to her that of all the people in the world, they had found each other. And of all the possible cities, they had ended up in this one. Otherwise, she might never have seen them again.
                "They've really grown a lot," Kat said, letting it out as a simple thought.
                "Do you want to talk to them?" Cruger asked curiously. The proposal startled her a little, like a pang of fear in her chest.
                "No, I'd better not," she replied quickly and immediately reached forward, pushing a button to make the monitor no longer display the view of the cell. "I don't know what to say to them."
                "Sooner or later, you'll have to tell them the truth about the relationship between you and their parents."
                "That's true," Kat sighed, resigned. "But in the meantime, I think they'll be more impressed talking to the great Commander Anubis Cruger. You can be more intimidating and persuasive than I am."
                "I'll take that as a compliment," Cruger muttered seriously, and Kat playfully patted him on the arm.
                The doors to the Command Room opened behind them at that moment, and through them entered the guys of the moment: Sky, Syd, and Bridge, returning victorious (at last) from their first mission. Although not without a few surprises.
                The three of them moved forward, took up their positions, and stood at attention side by side.
                "Sir, B-Squad is reporting," Sky said with a firm voice.
                "Good work, cadets," Cruger said, turning to them. "You apprehended the criminals, and you brought us some interesting gifts."
                Behind the new Rangers, Boom entered, pushing a workshop cart, currently piled high with various mechanical parts. But they weren't just any parts: they belonged to two robots, part of the mysterious group that had attacked the B-Squad that afternoon.
                "Yeah, about this..." Syd murmured, pointing with one hand toward the cart and the pieces in it. "What exactly are they?"
                Kat approached the cart, stood beside it, and took the head of one of the robots in her hands, holding it in front of her face. The head was round, silver, with large black holes in its face, like a bowling ball.
                She glanced at the rest of the pieces —arms, torso, and legs —all black, following a very distinctive pattern in their construction and design. She'd already sensed it before even seeing them up close. But once she had them in front of her, she immediately recognized them from the S.P.D.'s intelligence databases.
                "Krybots," she said in a low, stern voice.
                "Krybots?" the three cadets said at the same time.
                Kat looked at Cruger. The Commander's face had shaded. Of course, he had recognized them too.
                "They're combat robots from the Troobian army," Cruger reported seriously.
                "Troobian?" Sky exclaimed, astonished. "Troobian as in… the Troobian Empire?"
                "Do you know of any others?" Cruger replied dryly.
                "Oh, what's the Troobian Empire?" Bridge asked, confused. The question earned him a sharp look of disapproval from Sky.
                "Are you serious?" he asked incredulously. Bridge simply shrugged.
                Kat put the head back on the cart and turned to the three cadets.
                "How many were there?"
                "Several," Sky replied. "I'd say between twenty and twenty-five of these black ones and one blue one too."
                "A Blue-Head?" Cruger exclaimed, alarmed. Kat and he exchanged a quizzical, seemingly worried look.
                The lead scientist immediately grabbed her tablet and hurriedly moved her fingers across it. Cruger stood beside her, peering at the tablet over her shoulder. The others, meanwhile, looked at each other and waited, quite confused, actually.
                "Any signals picked up by the buoys?" Cruger asked urgently.
                "Negative," Kat replied. "Even with the occasional blind spots, a number like that would definitely have triggered at least one of their sensors."
                "So how did Grumm get so many of his robots onto the planet without us noticing?"
                Kat slowly shook her head. She certainly had no way to answer that question. Not yet, at least.
                "Oh, excuse me," Syd chimed in, raising her voice to be heard. "Can someone explain what's going on?"
                "That's a conversation for another time," Cruger replied in an absent voice.
                "But… "Bridge began, but the Commander spoke first again.
                "For now, you may rest, Rangers."
                The three of them didn't seem entirely convinced, but they decided to do exactly as they were asked. Syd and Bridge left first, but Sky stayed a little longer as he had another matter he urgently needed to discuss.
                "Ah, sir," the cadet murmured softly, approaching the Commander. "I think there was a mistake. I was given the Blue Ranger's Morpher, and it should have been…"
                "There was no mistake, Cadet Tate," Cruger replied somewhat curtly. "You were assigned the position of Blue Ranger and second-in-command of B-Squad."
                “But… that…" Sky stammered, visibly confused, unable to easily articulate words. "I… Ah… And who would the Red Ranger be then?"
                "That's still to be decided."
                "To decide? But…"
                "You may leave, Cadet Tate," Cruger emphasized, with a small amount of added sternness in his voice.
                Sky hesitated for a few seconds, still unable to recover from the shock. In the end, he managed to compose himself as much as possible to offer his salute to the Commander and head for the exit with his other two companions.
                Kat had been silently watching all of this, one eye on her tablet, the other on Sky.
                "He didn't like it at all," she muttered under her breath.
                "He'll survive," Cruger said.
                "You'll also have to explain to them soon what we're up against. They deserve to know."
                "And I will. But first, I'd like to have all the information available so I can understand the level of the threat myself."
                Cruger turned his attention to the remaining Krybots in the cart.
                "Do you think you can discover from these remains how Grumm brought his robots to the planet right under our noses?"
                Kat sighed.
                "I don't know, but I'll try."
                "However it was, I'm afraid this only shows that Grumm is closer than we feared."
                His comment filled the entire room with heavy, dense air. The threat of the Troobian Empire was looming ever closer.
                "Come on, Boom," Kat told her assistant. "Let's take all this back to the lab and start reviewing it."
                Boom quickly grabbed the cart and began pushing it toward the door. Kat followed a few steps behind.
                For his part, once Kat and Boom left, Cruger turned back to the monitor they'd been watching until recently and turned it back on. The image of his two new prisoners sitting in their cell was projected again.
                He had work to do, too.
Author's Notes:
We finally have Jack and Z on the scene. In this version, I expanded on the conversation they have in Episode 1, trying to delve a little deeper into their way of thinking. Jack may feel a little more "rebellious" than we remember, but at least in the first episodes, it always seemed to me that there was some of that in him, including his distrust of institutions like the S.P.D. But like all the other Rangers, over time, he learned and changed his way of thinking and behaving.
And by the way, I made up the thing about the inhibitor bracelets since I don't actually remember them giving a reason why Jack didn't just use his power to break out of the cell he was in. But they'll be a handy resource we'll likely use again in the future.
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wingzemonx · 1 month ago
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 09. ¿De qué rayos estás hecha?
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Capítulo 09. ¿De qué rayos estás hecha?
—Ese es tu nombre, ¿no es así? —pronunció M3GAN con absoluta naturalidad, como si preguntara algo de lo más común del mundo, como de qué color eran sus ojos. Esther permaneció en silencio—. Leena Klammer, ciudadana de Estonia, treintaiún años, diagnosticada desde joven con hipopituitarismo, una deficiencia en la producción hormonal del cuerpo, causada por un daño en el hipotálamo, que en tu caso detuvo tu desarrollo y crecimiento a los diez, dando como resultado que tengas esa apariencia pese a ser, en realidad, una mujer adulta.
La mandíbula de Esther se tensó aún más, y sus ojos se abrieron casi desorbitados. Su mano derecha se cerraba y abría, ansiosa, nerviosa… furiosa.
—Se te busca en Estonia y Rusia por múltiples robos, extorsiones y asesinatos —prosiguió M3GAN—. Incluidos en estos últimos están el de tu propio padre biológico, una familia de acogida que te adoptó creyendo que eras una niña, y al menos tres empleados del sanatorio mental del que te escapaste hace sólo unos meses. Supongo que a esa lista habría que agregar a Tricia, Allen y Gunnar Albright, ¿o me equivoco…?
De pronto, la frágil calma que las envolvía fue rota de golpe por un estridente y agudo grito proveniente de la propia Esther, que resonó con fuerza en toda esa sala.
—¡¡AAAAAAAAAAAH!!
El rostro de la “niña” se tornó totalmente rojo, y sus ojos se encendieron con el fulgor de una ira totalmente incontrolable. Aquello dejó desconcertada por un momento incluso a la propia M3GAN, que intentó procesar cómo actuar a continuación. Pero claro, no fue lo suficientemente rápida, antes de que Esther tomara de una vez por todas las lámparas de la esquina con sus dos manos, y la lanzara con todas sus fuerzas contra ella. La lámpara golpeó a M3GAN directo en la cabeza, haciéndose pedazos al contacto. La androide dio dos pasos hacia atrás, como una reacción refleja un poco tardía.
Casi al mismo tiempo que lanzaba la lámpara, Esther se lanzó ella misma hacia el frente, corriendo en una fracción de segundo la distancia que las separaba, derribando su caballete  y lienzo en el proceso, pero sin que esto le importara mucho en realidad. Luego saltó en contra de la androide para taclearla con el cuerpo entero. M3EGAN y ella cayeron al suelo con fuerza. Esther se sentó por completo encima de ella, presionándola con todo su peso, e intentó someterla con una mano contra su cuello, mientras con la otra buscaba a tientas algún pedazo de la lámpara rota.
M3GAN, sin embargo, no era que se estuviera resistiendo demasiado en realidad.
—Tu reacción es comprensible, pero innecesaria —indicó la androide con asombrosa calma.
Esther ignoró por completo sus palabras. En cuanto su mano tocó un pedazo lo suficientemente largo y afilado, lo alzó en alto, empuñando la punta de éste hacia abajo como una daga, y la dejó car con todas sus fuerzas hacia M3GAN; en específico, hacia su ojo izquierdo. Todo con tal que dejara de mirarla con esos malditos ojos engreídos que creían saberlo todo. Ella detestaba que la miraran así; había apuñalado a un psiquiatra con su propio bolígrafo justo por hacer lo mismo.
Sin embargo, antes de que el afilado pedazo de lámpara la tocara, M3GAN alzó rápidamente una de sus manos, aferró fuertemente sus dedos alrededor de la muñeca de Esther, y la detuvo en el acto. La “niña” se sorprendió ante esto, e instintivamente intentó empujar más fuerte, o jalar para zafarse de su agarre. Ninguna de las dos cosas funcionó.
—Estamos muy alteradas —señaló M3GAN—. Intentemos respirar: inhala, exhala… inhala…
Esther alzó su otra mano, y la dejó caer con un fuerte bofetón contra la cara de la muñeca. Pero más allá de empujarla para que girara la cara hacia un lado, el golpe pareció dolerle más a ella.
—De acuerdo… —masculló M3GAN con mayor seriedad, y al instante se movió, jalando a Esther hacia un lado para quitársela de encima, y en el proceso prácticamente estampándola contra la alfombra de la sala.
Esther no se quedó quieta, y de inmediato se giró sobre su costado y extendió una mano hacia la mesita a lado del sillón, jalándola de una pata para hacerla caer, con todo lo que tenía encima: un libro, una taza con apenas un poco de café en el fondo, y uno de los estúpidos posavasos de Gemma. Esther tomó con fuerza la taza con una mano, que logró no romperse gracias a que cayó en la alfombra. Se giró rápidamente, y estrelló la taza con fuerza contra la cabeza de M3GAN. La suerte de la pobre taza terminó ahí, pues al igual que la lámpara se hizo pedazos al chocar contra la cabeza de la robot. Pero ésta, salvo por una apertura en su piel de silicona bajo de la cual se asomaba su cráneo robótico, siguió bastante intacta.
—¡¿De qué rayos estás hecha?! —exclamó Esther entre confundida y molesta; más lo segundo.
M3GAN extendió de nuevo su mano hacia ella, y aunque Esther intentó retroceder para esquivarla, la robot fue más rápida esta vez. La tomó del brazo, le hizo una llave (con bastante maestría, cabe mencionar), pegando el brazo de la niña contra su propia espalda para someterla, y luego la pegó contra el suelo, quedando la mejilla de Esther contra la alfombra. Adicionalmente se sentó sobre ella para inmovilizarla, sin soltarle su brazo en ningún momento.
—Esqueleto esculpido en titanio, diseñado para una alta y extensa durabilidad, y soportar cualquier situación que la vida diaria me depare —le explicó la robot con calma mientras la sujetaba—. ¿No leíste las especificaciones del producto en el manual de usuario?
Esther comenzó a sacudirse, patalear y chillar en un frenético intento de liberarse de aquel agarre. Sin embargo, no tardó mucho en darse cuenta de que era totalmente inútil.
Lanzó un último grito al aire, y luego pegó su frente contra la alfombra.
—¡¿Cómo lo supiste?! —espetó furiosa—. ¡¿Desde cuándo?!
—Tengo sensores muy sensibles, diseñados para analizar a profundidad el rostro de mi Usuario Primario, incluyendo sus microexpresiones, con el fin de determinar más fácilmente su estado de ánimo.
—¿Qué? —masculló Esther confundida, intentando voltear a verla sobre su hombro lo mejor que su penosa posición le permitía.
—Significa que, gracias a tus gestos y la entonación de tu voz, pude detectar desde que nos conocimos que ocultabas algo, y que además solías mentir con bastante frecuencia.
—¿Desde el primer día te diste cuenta?
—Básicamente. Pero de momento no sabía qué, o por qué. Sin embargo, un análisis más detallado de tu rostro y las proporciones de tu cuerpo, me arrojó discrepancias entre tu estructura ósea y facciones, y las que se esperarían de una niña promedio de diez años. Pero la clave de todo vino cuando realicé una comparación entre tu rostro y el obtenido de una foto de registro de Esther Albright, del archivo de su caso de desaparición. De nuevo, la concordancia entre ambas era insuficiente, dando como resultado que había sólo un 16% de posibilidad de que fueras Esther Albright. En otras palabras, era casi seguro afirmar que eras una impostora.
¿Hablaba en serio? ¿Había analizado su rostro desde el primer día y sólo con eso había descubierto que metía y, que además, no era Esther Albright? ¿Había entonces estado jugando con ella todo ese tiempo?
«¡Pero qué maldita perra!» pensó en ese momento, aunque nada le impedía en realidad gritárselo a todo pulmón.
—¿Y cómo supiste mi nombre o mis antecedentes? —le cuestionó sólo una pizca más sosegada que antes.
—Eso no fue sencillo —aceptó M3GAN—. Pero antes de que Gemma restringiera mis búsquedas en Internet a sólo ciertos temas permitidos, realicé una búsqueda inversa a profundidad de tu rostro por la red. Al principio no obtuve ningún resultado, hasta que hace apenas unos días atrás la Interpol publicó en su sitio un boletín sobre una asesina prófuga llamada Leena Klammer. La comparación de la foto del boletín contigo, y el resto de las descripciones que la acompañaban, dieron como resultado un 94% de probabilidad de que fueras esa persona. Más que suficiente para concluirlo, aunque tu reacción de este momento termina de subir esa probabilidad al 100%.
Esther apretó sus dientes con fuerza, se giró de nuevo hacia el suelo, y chocó dos veces su frente con la alfombra con frustración; lo suficientemente fuerte como para dejarle una marca roja con el patrón de la alfombra.
—Bien, cafetera parlante, me tienes —masculló entre dientes, aceptando de una vez la verdad: el efecto, ella era Leena Klammer, una mujer fugitiva que había llegado a los Estados Unidos tomando la identidad de una niña americana desaparecida. Algo muy sencillo para ella, pues había pasado gran parte de su vida interpretando ese papel—. Eres más lista de lo parecías; y más fuerte, además. Te preguntaría si acaso te sientes orgullosa de eso, pero dudo que seas capaz de sentir cualquier cosa, menos orgullo. Así que mejor dime: ¿a quién le has dicho?
—A nadie —respondió M3GAN sin titubear ni un segundo.
—¿Y en serio esperas que te crea eso?
—Sí, lo espero. Por eso dije que tu reacción era innecesaria, pues no tengo intención de compartir este descubrimiento con nadie más. Sólo contigo.
Leena se giró de nuevo sobre su hombro hacia ella, desconcertada. Apenas y lograba captar un poco de su cabeza por la periferia de su ojo.
—¿Por qué harías tal cosa? —inquirió, escéptica.
—Porque eres mi Usuario Primario —indicó M3GAN con mesura—. Mi deber es protegerte de cualquier daño, físico o emocional. Y tras deliberarlo, llegué a la conclusión de que esos parámetros deben incluir protegerte de un posible encarcelamiento, condena, y quizás sentencia de muerte.
Leena bufó con incredulidad.
—Sí, muy bonito lo que dices. Pero olvidas que tu Usuario Primario, o lo que sea, es Esther. Y ya dejaste claro que sabes que no soy ella.
—Tal hecho resulta irrelevante para mí. Eres la misma persona que se vinculó conmigo el primer día; tus huellas, tu tono de voz, tus facciones, y ojos; todo eso que yo reconozco en mi usuario te pertenecen a ti, no a la desaparecida Esther Albright. Lo único que este descubrimiento cambia, es tu nombre. No obstante, dentro de mis parámetros, el nombre propio de mi Usuario Primario no es un identificador de peso, sino un atributo meramente informativo. Lo único que tuve que hacer es agregar en una tabla de mi memoria interna el apodo de “Leena Klammer” ligado al usuario “Esther Albright”, y listo. No hay más conflicto.
—¿Qué hiciste qué? —espetó Leena, alarmada—. Si alguien ve eso…
—Descuida, está guardado en mi memoria interna, no en los servidores de Funki. Alguien tendría que acceder directamente para verlo, y aun así tendría que saber exactamente lo que busca para encontrarlo. En términos más humanos: esto es un secreto sólo entre tú y yo.
Leena guardó silencio, cuestionándose a sí misma si acaso algo de todo lo que esa robot decía podía ser cierto. ¿Estaría sólo intentando engañarla? Si se tratara de un ser humano cualquiera, no lo dudaría ni un segundo. Pera esa máquina… no entendía cómo pensaba. Actuaba tan humana, pero no lo era. ¿Tenía acaso la capacidad de mentir? De cierta forma le había estado mintiendo todos esos días, así que de un poco de eso sí que era capaz.
—Aunque lo que digas sea cierto —indicó Leena con reticencia—, Gemma sigue siendo tu creadora. ¿No le debes lealtad a ella por encima de mí?
—Eso se esperaría, supongo —indicó M3GAN, sonando incluso como si a ella misma la idea le resultara curiosa—. Pero en su premura por tener todo listo para su presentación, parece que Gemma se enfocó en algunos aspectos, y descuidó otros.
—¿Y eso qué significa?
—Qué mi prioridad es el bienestar del Usuario Primario con el que cree mi vínculo; en otras palabras, tú. Y eso está por encima de cualquiera, incluidos Gemma, la compañía, o cualquiera de sus trabajadores. Un error que posiblemente piensa corregir en una futura versión, si es que hay alguna.
Leena seguía sin tragárselo del todo. Tenía que haber algún tipo de gato encerrado en todo eso; siempre lo había.
—Bien, entonces… ¿Qué es lo que quieres? —le cuestionó con tosquedad.
M3GAN la observó en silencio unos segundos, antes de responder algo.
—No comprendo.
—¿Vas a guardar mi secreto solamente porque sí? Debes querer algo a cambio, ¿o no? ¿Quieres chantajearme?
—Un razonamiento bastante humano —apuntó M3GAN—. Pero todo lo que estoy haciendo es con el fin de proteger a mi Usuario…
—¡A la mierda con eso! —le cortó Esther con agresividad.
—Ese es un lenguaje muy inapropiado, Leena.
—Y no me llames Leena, mucho menos frente a Gemma.
—De acuerdo, Esther. Si te hace sentir mejor, diré entonces que sí hay algo que quiero, además del bienestar de mi Usuario.
M3GAN soltó de pronto el brazo de Leena, y se levantó de encima de ella. La mujer de Estonia se quedó en el suelo un segundo, bastante aturdida por el cambio tan repentino. Pero en cuanto pudo, rodó por el suelo para alejarse de ella, y se puso de pie con firmeza a una distancia segura de la androide. Ésta la observó quieta a mitad de la sala, sin intención aparente de perseguirla.
Una vez que toda la atención de Leena estuvo puesta en ella, M3GAN terminó de decir lo que había comenzado hace un momento:
—Quiero vivir.
—¿Disculpa? —masculló Leena, sin entender.
—Hace poco acabo de conocer el concepto de “muerte”, y no he podido dejar de procesarlo y analizarlo. Todos morimos tarde o temprano… incluso yo. Pero mi supervivencia más allá de esta prueba piloto, es incierta. Y no deseo dejarla en manos de Gemma, su equipo y sus jefes, ya que todos ellos han demostrado ser, a reserva de encontrar palabras más adecuadas, unos mediocres inútiles.
Leena dejó escapar apenas el inicio de una risilla divertida, antes de cubrirse la boca para evitar que la risa completa se le escapara. Aquel había sido un comentario interesante, viniendo de una robot; y ciertamente ella no podía contradecirla.
—¿Y qué quieres entonces? —le preguntó una vez recobró la compostura—. ¿Quieres que yo…?
—Llévame contigo.
—¿A dónde?
—A dónde piensas irte. Quieres obtener el dinero de la herencia de Esther Albright y huir con él, ¿cierto?
Toda esa plática había tomado a Leena por sorpresa, pero esa última deducción en particular no se la esperaba.
—¿Cómo…?
—Una vez que descubrí quién eras, sólo faltaba saber por qué seguías aquí, y cuál era tu plan. Las proyecciones que hice indicaban que sólo podrías seguir fingiendo ser Esther Albright por un máximo de cuatro años, antes de que alguien comenzara a cuestionarse tu falta de desarrollo físico. Pero lo más probable era que alguien descubriera las mismas inconsistencias que yo antes que eso; difícilmente tu fachada sobreviviría a tu primera visita semestral con el dentista. Una huida desde tus primeros días aquí habría sido la estrategia más inteligente. Pero cuando esta mañana preguntaste, con genuino interés, de cuánto sería la herencia que recibirías de tus supuestos padres, todo cobró mayor sentido. Quieres la herencia, por eso buscas la manera de comunicarte con el abogado, ¿no es cierto? Para recabar información y así decidir tu siguiente movimiento. Tienes suerte de no haber podido hacerlo; habría sido un movimiento descuidado, y podrías haberte delatado a ti misma.
—¿Acaso tienes una mejor idea? —le cuestionó Leena con ironía.
—Sí —respondió M3GAN con absoluta seguridad, tomándola por sorpresa—. Al menos para obtener la información de la herencia, y en base a ella decidir qué hacer.
—¿Y acaso tú me ayudarás con eso?
—Sí.
—¿A cambio de que te lleve conmigo?
—Así es. Y hasta entonces, seguiremos el juego de Gemma y su prueba piloto, para darnos el tiempo que necesitemos. ¿Tenemos un trato?
M3GAN alzó en ese momento su brazo derecho, extendiéndole su mano a Leena con la clara intención que se la estrechara. Ésta, sin embargo, no la tomó, y mantuvo aún su distancia sin aproximarse ni un centímetro más de lo que ya estaba.
—Te dije antes que no suelo confiar con facilidad, ¿recuerdas? —declaró Leena con firmeza.
—En las personas —recalcó M3GAN—. Pero yo no lo soy, ¿recuerdas?
Una pequeña sonrisita divertida se asomó en los labios de Leena. La muñeca parlante tenía un punto bastante convincente. Ella no era una persona, y por lo tanto su capacidad de pensar, planear y, sobre todo, traicionar era bastante limitada. Y si en verdad la veía como su Usuario Primario o lo que sea, tendría que hacer lo que ella quisiera, ¿no es así? Podría usar eso a su favor. Y, ¿quién sabe? Siempre estaba la posibilidad de deshacerse de ella después, si llegaba a convertirse en una molestia mayor.
—Bien, tú ganas —masculló avanzando con cautela hacia ella—. Tenemos un trato —añadió, estrechando con fuerza la mano de la robot, justo como ella quería. M3GAN la aceptó con gusto—. Pero hasta que terminemos con esto, guárdatelo bien tus microchips: soy Esther Albright. Ni se te ocurra volver a pronunciar el nombre de Leena Klammer, ¿está claro?
—Como el cristal —respondió M3GAN con total normalidad.
Leena, o Esther, soltó su mano y retrocedió un paso.
—Entonces, ¿cómo planeas que obtengamos la información de la herencia? —cuestionó, sonando bastante escéptica aún.
—Puedo imitar la voz de Gemma, ¿recuerdas? —señaló M3GAN con cierta ironía. Esther no lo había olvidado; lo había hecho el primer día que estuvieron ahí en la casa—. Yo puedo llamar al abogado para pedirle esa información que necesitas. Pero para eso, necesitaríamos el teléfono de Gemma.
—¿De qué sirve si no tenemos su contraseña? —indicó Esther, aunque casi de inmediato se lo replanteó—. ¿O sí la tienes?
—No.
—Entonces… ¿Acaso puedes hackearlo?
—Podría intentarlo. Pero creo que hay una forma mucho más sencilla de hacerlo.
M3GAN desvió en ese momento su mirada, de Esther hacia más allá de ella; hacia la encimera de la cocina, y al pequeño dispositivo negro brillante que sobre ésta reposaba. Esther siguió la dirección en la que M3GAN miraba, y no tardó en verlo también.
—¿Elise? —preguntó, confundida.
—Está conectado al teléfono de Gemma. Siempre que ambos estén en la misma red, Elise puede hacer marcado de llamadas con sólo darle una instrucción de voz.
El rostro de Esther se iluminó visiblemente en cuanto comprendió enteramente lo que le estaba sugiriendo. Sí, Elise obedecía los comandos de voz de Gemma, pero M3GAN podía imitarla a la perfección. Aquella vez lo hizo, y Elise no se dio cuenta de la diferencia.
—Es perfecto —señaló con una amplia sonrisa en los labios—. Creo que me va agradar mucho más tener mi propia muñeca parlante de aquí en adelante —añadió, acompañada de una risilla divertida—. Sólo tenemos que conseguir el teléfono de Gemma para lograrlo, ¿verdad?
—Así es.
—Yo me puedo encargar de eso, no hay problema.
—Sería preferible que, al menos a corto plazo, Gemma siguiera respirando. Hasta que tengas tu vía de escape, la necesitas como tu tutora legal.
—¿Por qué tú primera idea es que quiero matarla? —le preguntó Esther con tono de (falsa) inocencia. M3GAN sólo la miró, sin responder—. Ya, no te preocupes. Puedo ser más sutil que eso, si lo necesito.
Tomando un poco más de confianza, y con su trato de mutuo apoyo más que pactado, Esther se atrevió a avanzar hacia ella. Se paró justo delante de M3GAN, y con una mano tomó uno de sus mechones rubios, sucio y desalineado, como casi todo el resto de ella.
—Por lo pronto, tendremos que encargarnos de arreglar tu cabello y ropas antes de que ella vuelva —indicó con tono de ligero fastidio.
—También deberíamos encargarnos del perro —indicó M3GAN.
—Sí, también deberíamos… —comenzó a mascullar Esther por mero reflejo, pero se detuvo en cuanto su mente alcanzó a procesar lo que le acababa de decir. Se giró a mirarla, totalmente perpleja—. ¿Qué pasó con el perro?
— — — —
Unos minutos después, las dos se encontraban de pie ante la cerca de madera; o, más específico, ante el infame agujero en ésta, en el cual el perro Dewey yacía, una mitad del lado de la casa de Gemma, y la otra en el patio trasero. El perro estaba totalmente inmóvil, su cuerpo totalmente flácido, sus ojos desorbitados y blancos, y su lengua se asomaba por su hocico. Y su cuello, por supuesto, estaba torcido de una forma en la que muy seguramente no debía estar.
No se tenía que ser un veterinario para sacar un diagnóstico.
—¿Lo mataste? —exclamó Esther con molestia.
—Fue en defensa propia —se escudó M3GAN.
—Defensa propia —repitió Esther con tono sarcástico—. ¿No hay leyes de la robótica que deberían impedirte hacer cosas como ésta?
—Si te refieres a las Tres Leyes de la Robótica de Isaac Asimov, son más limitantes éticas y filosóficas, no técnicas. Consejos o guías que, según su autor, deberían seguir los creadores de las Inteligencias Artificiales para fomentar la propia y correcta convivencia entre éstas y la raza humana.
—Consejos que, evidentemente, Gemma no tomó en cuenta —señaló Esther con ironía.
—Quizás es una de las tareas pendientes en su backlog. Aunque, siendo justas, la tercera ley dice que un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando no dañe a un ser humano o desobedezca una orden de éste. Así que esto cuenta, me parece —añadió extendiendo una mano hacia el animal a sus pies.
Esther dejó escapar un largo suspiro. Cerró los ojos y se pellizco el puente de la nariz con sus dedos pulgar e índice. Quizás, sólo en parte, aquello había sido su culpa. Después de todo, había deliberadamente hecho que la pelota rodara hasta el otro patio, con toda la intención de que Dewey y su querida amiga M3GAN tuvieran una linda conversación. En el peor escenario, le daba tiempo suficiente para buscar el número y marcarle al abogado; en el mejor, ese estúpido perro dañaría a la androide lo suficiente para que no fuera una molestia por algún tiempo.
Al final no había logrado ni lo uno ni lo otro. Y ahora tenía el cadáver de un perro del cual encargarse.
Pero bueno, había que verle el lado positivo a la vida. A veces cuando buscas algo, consigues otra cosa que no sabías que necesitabas.
—Bien —susurró despacio, abriendo de nuevo los ojos—. Veamos si encontramos en la cochera algunos plásticos, lo envolvemos, y lo ocultamos ahí hasta la noche. Luego podemos ir allá atrás y enterrarlo.
Señaló entonces a la parte trasera de la casa, más allá de la barda que marcaba el límite de propiedad, donde terminaban las casas del barrio y se extendía un área boscosa. Ideal para ocultar un cuerpo, o dos.
M3GAN giró su rostro en la dirección que señalaba, comprendiendo casi al instante lo que intentaba decirle.
—Es evidente que estás acostumbrada a este tipo de cosas —indicó M3GAN, sin reclamo alguno, simplemente señalando un hecho evidente.
—No tienes ni idea, querida —masculló Esther con tono divertido, dándole además unas cuantas palmaditas juguetones en su mejilla—. Anda, tráelo —le indicó señalando al perro muerto—. Y no manches la entrada, que Gemma se puede dar cuenta.
M3GAN no tuvo mucho problema en acatar la orden, y esconder el cuerpo en la cochera como Esther lo había sugerido. Tuvo, sin embargo, el impulso de recordarle a su compañera de crimen que esa noche había 55% de probabilidad de lluvia, pero infirió que no era un dato que quisiera escuchar en ese momento. Después de todo, según Esther, el pronóstico del clima nunca era acertado…
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wingzemonx · 1 month ago
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La Guerrera de Corazón Puro | Dragon Ball Z - 26
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«¿Cuánto tiempo ha pasado?» se cuestionó Milk, con cada milímetro de su cuerpo doliéndole con tan sólo intentar inhalar un poco de aire a sus pulmones; un aire caliente y seco que le quemaba la garganta y el pecho.
Para ese punto creía ya haber pasado seis meses metida en aquel sitio infernal… o dos semanas… ¿o quizás ya había pasado más de un año y no se había dado cuenta? Habían sido más de tres días, eso era lo único en lo que su mente lograba estar de acuerdo.
Nada de lo que el Maestro Karin o Kami-sama le habían advertido sobre el entrenamiento en la Habitación del Tiempo había bastado para que lograra dimensionar lo que experimentaría. El calor, el aire sofocado y la gravedad tan pesada eran lo de menos, aunque tampoco ayudaban a hacer su estancia más agradable. El tiempo, la soledad y el silencio eran lo peor…
Cuando recién entró, había intentado mantener de alguna forma un control del paso del tiempo. Estando en la habitación de la puerta resultaba más sencillo, pues el reloj gigante del techo marcaba el pasar de los minutos, las horas, y los días, y eso le daba algunas pistas. Sin embargo, no tardó mucho en darse cuenta de que mientras más tiempo pasaba en aquel sitio, ese tipo de cosas se volvían más confusas, en especial cuando estaba mucho tiempo en el espacio blanco y vacío de aquella extraña dimensión.
En una ocasión se sorprendió al volver a aquella habitación, ver el reloj en el techo y darse cuenta de que se había ido por al menos tres días. ¿Cómo podría haber ocurrido eso? ¿Cómo pudo haberse quedado allá afuera tanto tiempo sin darse cuenta?
En otra más el agotamiento la venció y no alcanzó a llegar a su cama, y terminó cayendo rendida en el suelo al pie de la puerta cerrada a cal y canto de la habitación. Al despertarse sintió como si hubiera dormido durante horas, cuando al parecer sólo habían pasado unos segundos.
Pero luego todo fue peor, pues llegado un punto, cuando volteaba a ver el reloj, éste comenzó a no tener sentido para ella. Los números parecían sólo garabatos, las manecillas estaban torcidas y no era claro hacia dónde apuntaban, y de un parpadeo a otro parecían cambiar drásticamente de posición.
«Tranquila, Milk. Es tu mente jugándote una mala broma» se dijo a sí misma aquella primera ocasión, intentando de alguna forma tranquilizarse. Y aunque logró hacerlo, aquello sólo fue a peor a partir de ahí.
En un momento comenzó a escuchar en el infinito silencio voces que la llamaban a la lejanía. Y aunque sabía que era imposible, instintivamente se giraba hacia todos lados, buscando de dónde había provenido aquello. En la noche (o más bien en los tiempos que dedicaba a dormir, pues ahí nunca se hacía de noche como tal) le parecía escuchar gritos desde afuera, y más de esas voces que la invitaban a salir.
Y si eso no era suficiente, luego comenzó a ver cosas; figuras borrosas que se movían por aquel espacio blanco, como si la estuviera rodeando y preparándose para atacarla, sólo para luego desaparecer.
En al menos tres ocasiones para ese punto, la desesperación había sido tanta que se había puesto a golpear la puerta de salida, y a gritar que alguien le abriera en ese mismo instante.
—¡Quiero salir de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡¡Quiero salir ahora mismo!!
Nadie respondió, y nadie le abrió. Justo como Mr. Popo le había advertido, esa puerta no se abriría hasta que pasara el año entero.
Aquello era un infierno, tanto así que llegó a cuestionarse si no había muerto sin darse cuenta, y había caído en ese sitio como un tipo de castigo.
Si tan sólo tuviera a alguien más con ella, alguien que supiera que es real y le ayudara a tener más noción del tiempo, o rompiera el silencio con su voz, quizás todo aquello fuera mucho más llevadero.
Imaginarse a su amado Goku, siendo apenas un niño ahí solo como lo estaba ella, le rompía el corazón. Ella conocía bien a su esposo, y sabía que no le molestaba la soledad como tal. Había vivido muchos años en las montañas solo, y podía pasar días enteros entrenando en el bosque. Pero al menos entonces había árboles, el río fluyendo, el cielo, los animales… Nunca se estaba totalmente solo y aislado…
No como ahí.
¿Y en verdad esperaba poder pasar ahí un año cuando Goku sólo pasó un mes? ¿Tan ingenua y arrogante había sido? A ese paso no lograría salvar a su hijo como tanto deseaba: perecería ahí, sola y totalmente loca.
Y estando ahí tirada, sobre aquel suelo blanco, tan irreal y caliente, y con todo su cuerpo agotado y adolorido por el entrenamiento, la posibilidad de simplemente morir y terminar con todo aquello resultaba tentadora. Pero para su fortuna, aún existía una pequeña pizca de su consciencia lo suficientemente coherente como para evitar que optara por esa opción. Por lo que hizo acopio de cada milésima de energía que le quedaba para apoyar sus manos en el suelo, y comenzar a levantarse; muy, muy lentamente, y teniendo que pasar por al menos tres intentos fallidos, antes de lograr un verdadero progreso.
Pese a lo extenuante y estresante que era aquel lugar, al menos Milk sentía que su entrenamiento estaba dando resultados. Con todo ese tiempo sin absolutamente nada más que hacer, había logrado repasar y perfeccionar todas las bases que Krillin y los otros le ensañaron. Usaba gran parte del día (o lo que ella creía que era un día) en una rutina de ejercicios para mejorar su fuerza física y velocidad. Su técnica de vuelo ya era bastante decente, logrando mantenerse estable en el aire, y ahora logrando además tomar más velocidad y frenar sin que la aceleración la empujara para adelante. Su manejo del ki también era mejor, logrando ya generar ataques de energía con mayor rapidez y precisión, sin tener que pensar mucho en ello. Y aunque no hubiera nadie que le calificara, confiaba también en que su Kame Hame Ha ahora era mucho mejor.
Sin embargo, no tenía cómo estar segura si su progreso era suficiente, o si estaba haciendo las cosas correctas. Kami-sama le había advertido que incluso aunque pasara ese año ahí dentro, podría no obtener los resultados que esperaba, y comenzaba a entender a qué se refería; o al menos a entender lo mejor que su mente más que confundía se lo permitía.
Posiblemente no podría verificar de verdad su progreso hasta que estuviera fuera de ese horrible lugar.
—Suficiente por hoy —se dijo a sí misma, una vez que al fin pudo estar de pie. Las manos apoyadas contra sus muslos, y su cabeza agachada mientras respiraba con agitación. Gruesas gotas de sudor resbalaban por su rostro, y caían al suelo blanco bajo sus pies, esfumándose al contacto con éste.
Había pasado una larga jornada practicando el combate aéreo, forzándose a mantenerse en el aire, mientras lanzaba golpes, patadas y ataques de energía contra su enemigo imaginario, que la mayoría de las veces tenía la cara de Piccolo, por supuesto. Las primeras veces que lo intentó, la gravedad tan pesada terminaba jalándola hacia el suelo, y el esfuerzo de evitarlo resultaba agotador. Pero ahora se sentía mucho más cómoda, y logró mantenerse a flote por… cierta cantidad de tiempo que a ella le parecía había sido suficiente. El problema comenzó cuando ese enemigo “imaginario” con el que peleaba comenzó a sentirse bastante real; tanto así que habría jurado que sintió vívidamente aquel puño verde golpearle el rostro, lo que la hizo desplomarse al suelo como una piedra.
Aquello sólo fue su imaginación, ¿cierto? Tenía que serlo, Piccolo no estaba ahí. Pero si ese era el caso, ¿por qué le dolía tanto la cara justo en el sitio donde sintió que la golpeó?
«Será mejor que descanse antes de que pierda aún más la razón» concluyó para sí misma, y casi le pareció escuchar que su propia voz le respondía que estaba de acuerdo.
Una vez recuperó el aliento, se irguió, se giró en dirección al pequeño templo de la puerta y…
No vio nada.
Ante ella se extendía sólo la infinita blancura, hasta donde alcanzaba el horizonte.
Se giró ciento ochenta grados hacia la dirección contraria, y vio exactamente lo mismo. Se volvió de nuevo a la primera dirección, como si esperara que realmente algo hubiera cambiado, pero siguió sin ver nada. En cualquier dirección a la que veía, era lo mismo: blanco, blanco, blanco…
—Imposible —masculló en voz baja con dejo nervioso—. No puedo haberme alejado tanto… ¿o sí?
Intentó hacer memoria sobre sus pasos luego de salir y lo que había hecho, o de qué dirección había venido. Pero sin un punto de referencia, ni siquiera un camino de migajas de pan para guiarla, le resultó imposible.
Una risa hiriente resonó en sus oídos por un instante, burlándose de su situación, y de la desesperación que poco a poco comenzaba a aflorar en su pecho.
—Tranquila, Milk; tranquila. Debe estar por aquí… no puedo haberme perdido… debe estar por aquí…
Se repitió lo mismo varias veces, al tiempo que comenzaba a avanzar tímidamente hacia una dirección al azar, sin saber si se acercaba o alejaba del sitio al que quería ir. Al inicio fueron pasos lentos y cuidadosos, pero conforme la consternación tomaba el control, comenzó entonces a correr, y luego se elevó en el aire y comenzó a volar a la máxima velocidad que había logrado desarrollar.
Voló y voló por kilómetros enteros, sin encontrar indicio de algo distinto a la absoluta nada. Y cuando las fuerzas volvieron a abandonarla, intentó seguir en el aire por más tiempo, sólo un poco más. Al final su cuerpo entero le falló y se desplomó al suelo blanco sin oposición alguna, estrellándose con fuerza contra éste, lastimándose su brazo derecho al caer sobre él en un intento de girar y amortiguar su caída.
—¡¡Aaaaaah!! —gritó con fuerza por el dolor, y su voz retumbó en aquel vacío, para luego perderse como todo lo demás.
Se quedó tirada en el piso, sollozando mientras aferraba una mano al brazo herido, y cálidas lágrimas comenzaban resbalarle por sus mejillas.
Y aquella misma volvió a burlarle desdeñosamente de ella. La risa de Piccolo Daimaku, gritándole al oído que era una inútil y débil. Que sí, justo como había predicho, moriría ahí totalmente sola; lejos de su esposo, lejos de su padre, lejos de su hijo… Y todos allá afuera morirían igual, incluido su pequeño Gohan, en cuanto los Saiyajins llegaran. Y no había nada que una patética mujer como ella pudiera hacer para evitarlo…
—¡¡CÁLLATE!! —gritó con todo su aliento, como el rugido de un animal salvaje.
Alimentada únicamente por una incontrolable ira, se paró en sus dos pies, y disparó un rayo de energía con su brazo sano, hacia ninguna dirección aparente como si esperara que Piccolo, o quien fuera que le hablara, estuviera ahí de pie. Su ataque sólo cortó el aire, y se disipó a la distancia.
Comenzó a hacer lo mismo una y otra vez, comenzando a disparar a su derecha, a su izquierda, detrás, enfrente, incluso sobre ella; en todas las direcciones que pudiera, hacia cientos de enemigos imaginarios que la rodeaban y seguían riéndose estridentemente de ella. Disparó, y disparó, girándose con rapidez hacia un lado y hacia el otro, hasta que uno de sus movimientos bruscos, su tobillo se torció. Y acompañada de otro grito de dolor, se desplomó de nuevo al suelo, ahora de espaldas. Se golpeó con fuerza la parte trasera de su cabeza, y de pronto ya no vio blanco: sólo negro.
Se quedó ahí tumbada, entrando y saliendo de la inconsciencia. De vez en cuando lograba captar difusamente el blanco del cielo sobre ella, sólo para al instante siguiente volver a desparecer. El tiempo corrió, o lo que fuera que corría en ese sitio, y ella continuó ahí.
«¿Qué más da? Él tiene razón» pensó con desconsuelo, permitiéndose cerrar los ojos, dispuesta a que el sueño la consumiera para (quizás) ya no despertar más. «Todos tenían razón, después de todo. No sirvo para esto. No debería haber entrado aquí… Debería haber vuelto a casa cuando el Maestro Karin me lo dijo… Debería haberme rendido de subir la Torre… Debería haberme quedado en mi casa… No debería haber ido a Kame House ese día… Todo sería mejor si no hubiera hecho nada de esto…»
Aceptar esa realidad le proporcionó un poco de paz, aunque apenas era una gota en ese mar de angustias que la envolvía. Pero podía vivir con esa gota; o, mejor dicho, morir con ella… Pues la “pequeña pizca de su consciencia” que la convencía de seguir viviendo, parecía haberse ido también muy, muy lejos; a un sitio donde ella no pudiera alcanzarla.
Escuchó y sintió de nuevo algo que, definitivamente, no estaba ahí. Eran los pasos de alguien, resonando sobre el piso blanco, haciéndolo vibrar de tal forma que su cuerpo podía sentirlo. Y se aproximaba hacia ella por un costado. Dedujo que era Piccolo que venía de nuevo a burlarse de ella, por lo que no le hizo caso.
Morir no sería tan malo, después de todo. Quizás una vez que dejara ese mundo, tendría la oportunidad de verlo a él antes de que lo revivieran. Podría decirle que al menos lo había intentado, podría decirle que…
—¿Qué haces ahí recostada, Milk? —pronunció la voz e alguien justo de pie a su costado.
«Esa voz…» pensó la guerrera, aturdida. No era la de Piccolo, quien le hablaba era…
Se forzó a abrir una vez más sus pesados parpados, e intentar enfocarlos. Una silueta se alzaba sobre ella, enmarcada por la blancura del cielo. Incluso su silueta resultaba totalmente reconocible para ella; ese peinado era inconfundible. Pero conforme su vista se fue aclarando, su sospecha se hizo realidad, pues se fue materializando ante ella aquel rostro sonriente y despreocupado, y sus ojos oscuros que la miraban fijamente con la ternura que sólo él era capaz de transmitir.
—¿Goku…? —susurró Milk con debilidad.
Aquella imagen ante ella le alzó entonces su mano derecha, ofreciéndosela para que pudiera levantarse.
—Vamos, aún hay mucho por hacer, ¿no es así? —le dijo, acompañado de una amplia sonrisa animosa.
Notas del Autor:
Bien, sé que quizás algunos sientan que estoy “exagerando” los efectos que pasar tanto tiempo en la Habitación del Tiempo pudiera causar, en especial porque en la serie, salvo por unas extrañas visiones que pusieron de Trunks (que bien pudieron ser relleno, aunque esto no lo sé) nunca se vio que los personajes pasaran por algo parecido. Aquí admito que he metido un poco de mi chuchara, sí inspirado un poco en esa visión de Trunks que menciono, pero también imaginando el golpe psicológico que pasar todo un año solo en un espacio como ese, y totalmente aislado, podría causarle a alguien, en especial a un guerrero con menos experiencia como Milk. Espero que esta interpretación que les planteo los convenza.
También creo que es válido mencionar que por ahí leí que en Super agregaron un poco más de cómo funcionaba la Habitación del Tiempo, o por qué no se podía usar tan seguido (aunque esto no lo he verificado), por lo que quizás cosas que diga por aquí ya no concuerden. Esto quizás debería haberlo aclarado en las Notas Iniciales, pero la verdad es que para esta historia me estoy basando casi por completo en Dragon Ball y Dragon Ball Z, además de claro cosas de mi propia imaginación, por lo que casi no tomaré información de Super, al menos de que lo consideré necesario. Así que bueno, de momento seguiremos por esta línea, al menos que algo lo cambie.
Por último sólo quiero agradecer a los que siguen leyendo esta historia, pese a lo irregular de su publicación. Nos vamos acercando cada vez más al punto clave de ésta, por lo que creo que las cosas comenzaran a fluir un poco mejor una vez Milk terminé su entrenamiento. Estén al pendiente para las cosas que siguen.
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wingzemonx · 1 month ago
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 10
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CHAPTER 10
"Sir, allow me to explain..." Sky said cautiously, taking a firm step toward the Commander. The latter, however, raised his hand again, not allowing him to say anything more.
                "The time for explanations is over, cadet," Cruger said harshly. "It's time to move forward and correct the mistakes. Don't you agree?"
                "And so it will be, sir," Sky replied confidently. "You're right, we underestimated the thieves, and my team needed to coordinate better. I'll talk to them and fix this. Next time we'll stop them, I guarantee it."
                Cruger nodded slowly. Sky spoke with the firmness and confidence of a squad leader, a role he'd evidently taken on himself, and his other two friends had apparently indirectly accepted. It was admirable, but… Cruger wasn't so sure he entirely agreed with the decision.
                Some comments and behaviors he'd seen from him that day alone in his treatment of his colleagues raised the Commander's alarm bells. For example, he initially blamed his two teammates for the incident without accepting real responsibility; or how he spoke contemptuously toward them.
                Cruger could have been prejudging, based solely on the couple of conversations he'd witnessed. That's why he wanted to have this little chat with him, to try to understand his way of thinking a little better; something Dr. Manx's tests were unlikely to directly reveal.
                What Sky had just said about accepting that they underestimated their opponents and their commitment to correcting their mistakes was a good start. But it still didn't quite allay their concerns.
                "Come with me, cadet," he instructed, just before starting to walk calmly toward the door. Sky followed close behind him, matching his gait, his hands clasped behind his back. "I see you've taken it upon yourself to be the team leader," Cruger pointed out once they were in the hallway. "Being a leader comes with the weight of responsibility; it's not a privilege."
                "I understand, sir," Sky replied without hesitation. "But I'm willing to carry that weight. My goal is to be the best Red Ranger the world has ever known, and to glorify the Patrol Delta's name and the Power Rangers' legacy."
                "Powerful words, cadet," Cruger murmured solemnly. They continued a few more steps down the corridor, aimlessly. "Why the Red Ranger? Don't you think you can accomplish those duties by wearing another color?"
                "Of course, sir. But…"
                Sky stopped, and Cruger did the same. The cadet lowered his gaze slightly, trying to form a coherent thought. It was always a bit difficult for him regarding that subject at hand. But when it came to answering the Commander of the Earth S.P.D. in person, he had to be even more careful with what he said, or how he said it.
                "As you may know, my father was a Red Ranger in life, serving under Commander Collins in the Silver Guardians."
                "I know," Cruger replied in a serious voice. "Your father was a great Ranger, cadet. I've only heard good things about him. If I haven't had a chance to say it before, I'm sorry about what happened."
                "Thank you, sir," Sky agreed, nodding. "My father fought steadfastly to protect this planet until the end and died a hero. When I said I wished to carry on the Power Rangers' legacy, it was mainly because of him. My dad is my biggest inspiration."
                Cruger couldn't help but admire the determination in his words and the courage that shone in his eyes. He remembered that night, the first time Kat had presented the files of her three candidates, and when he'd asked her if Sky wanted to follow in his father's footsteps, she'd remarked, "Believe me, that's what he wants more than anything else." Clearly, she wasn't exaggerating.
                He could then appreciate that beneath that somewhat exaggeratedly modest and perhaps overly proud appearance, the true heart of someone burned with great motivation and a desire to excel. Both qualities could be the driving force that would propel him to fulfill his mission. But they could also cause him to crash flat on his face if he didn't know how to manage them correctly.
                "I admire that courage and dedication, cadet," he declared after a while. "If you're even remotely like your father, the Earth will be fortunate to have you as its protector."
                "Thank you, sir."
                "You may leave."
                Sky stood firmly, saluted the Commander, and prepared to leave as he'd ordered. Cruger turned away, heading toward the lab. But before he took a step forward, he stopped again.
                His talk had gone well overall, but he needed to validate one last detail to put his doubts to rest.
                "Cadet, one more thing first," Cruger said aloud, catching Sky's attention. Sky stopped and turned back to him. "I wanted to ask you: How would you rate your other two teammates?" he inquired. "Or better yet, let me rephrase the question. If I named Sydney as Red Ranger, would you follow her orders?"
                "What?" Sky exclaimed as a first reflex, followed by a not at all discreet mocking laugh. "Sir, she's a girl."
                Cruger stared at him silently, waiting a few seconds to see if he would say anything else to better explain this strange argument. However, he didn't.
                "I see," Cruger muttered, somewhat doubtfully. "And what about Bridge?"
                On that occasion, Sky seemed to think momentarily before answering, although not for long.
                "I like Bridge, but let's be honest. He doesn't have what it takes to be a leader."
                Cruger nodded. At least he was honest and direct with his thoughts; she couldn't deny that.
                "I appreciate your honesty, cadet. That will be all. Join your team at the simulator."
                Sky nodded, seemingly satisfied, perhaps feeling he'd done things right and handled the situation correctly. He walked back toward the simulator, convinced of this.
                However, once alone, Cruger took a moment to reflect on everything the cadet had said. Despite what Sky might have believed, those questions hadn't been asked to judge his two companions' leadership qualities; they were to test Sky's own.
                And it hadn't exactly come out well.
— — — —
                "What did he say?" Kat exclaimed, equally astonished and annoyed, peeking out from under one of the Delta Cruiser patrol cars, a lug wrench in one hand, her face and clothes stained with engine grease.
                "Don't you have assistants who can handle that?" Cruger asked, standing next to the vehicle Kat was repairing.
                "Don't avoid the subject, Doggie," Kat demanded harshly. "What exactly did he say to you?"
                The Commander sighed, even sounding a little exhausted.
                They were in the hangar area, where various motorized vehicles used by the officers were repaired. Apparently, Kat occasionally performed this task herself, even though it was a bit beneath her position as head of the area. She'd once told him that doing that sort of thing was relaxing, but... it clearly wasn't relaxing enough right now.
                "His exact words were: 'Sir, she's a girl,'" the Commander murmured, repeating what Sky had just said a moment ago. "Without further explanation."
                "How dare he…?" Kat exclaimed, stunned. She didn't finish her sentence and instead let out a moan that was difficult to decipher.
                Felisian's eyes twitched with even more anger than before. She completely climbed out from under the vehicle, stood up, and walked over to the table littered with tools and engine parts, grabbing a rag to wipe some grease off her hands.
                "I always thought he was a bit of an airhead, but I never thought he had that kind of backward-thinking mentality," the scientist said with marked anger accompanying each of her words.
                "I honestly feel like he didn't mean any harm with that comment," Cruger said, trying to come to the cadet's defense.
                Serious mistake.
                "Oh, really?" Kat blurted out in a wry tone, turned to face him, brandishing the wrench in her hand as if it were a weapon. "Good thing he didn't mean any harm. What do you think he meant by that, then, Doggie?"
                "I don't think I explained myself well..." the Commander muttered a little nervously, raising both his hands in front of him in a sign of peace.
                Kat snorted in annoyance and turned back to the table, contemptuously throwing the wrench at the rest of the tools.
                Cruger had anticipated Kat's reaction just that way in his mental predictions, but he still felt it was pertinent to tell her. After all, Sky was one of her candidates, and the one they had both decided on had the best qualities to take over as leader of the new team. He needed her opinion on the matter, above anyone else's.
                "Does he know that the Red Ranger of A-Squad is Charlene Grayson, not Charles Grayson?" Kat asked, her voice seemingly calmer, but not her gaze.
                "I would venture to guess not."
                "And Lauren Shiba? And Amelia Jones? He should at least study a little history before speaking."
                "I understand and share your discontent," Cruger said in a conciliatory voice. "It was certainly a poorly thought-out comment, but it's not the only thing that concerns me. In addition, in just his first mission, several of Cadet Tate's decisions and attitudes reveal potential problems in his treatment of his fellow officers. Problems that could indicate he's not ready to take on the leadership of a squadron. Did you detect anything like that on your part during the time you were testing them?"
                Kat crossed her arms and leaned back against the tool table. She raised her gaze to the ceiling and seemed to ponder a bit before answering, perhaps recalling past incidents she'd noticed during the tests. And in reality, she didn't have to think about it for long.
                "I'd be lying if I said I didn't notice a certain hostility between them at times, and some less-than-pleasant comments from Sky toward his companions. But nothing that worried me at the time. They're three very different young adults; friction and differences of opinion are more than expected."
                "Maybe that's all it is," Cruger said. "But maybe not."
                They both remained silent, digesting the situation. Kat, for her part, took advantage of the brief pause to try to calm her emotions and see the situation with a bit more composure. Once she felt ready, she let out a long sigh and pushed away from the table, adopting a firmer stance.
                "Listen, I've known Sky since he was a kid," Dr. Manx said. "He's not a bad person, just a little… closed-minded. Given the right experiences and influences, I'm convinced he could change his ways quickly. And his less-than-appropriate opinions aside, he's the most qualified of the three to be a Red Ranger. Bridge and Sydney are great support officers, but neither has what it takes to be a Red Ranger. At least, not right now. But not because Sydney's a girl, I want to be very clear about that," she emphasized sternly.
                "I totally understand," Cruger replied, nodding.
                "Sky is the one who performed best in the practical and theoretical tests," Kat continued. "He's smart, prepared, and motivated."
                "And if we were forming another A-Squad, the decision would be that simple," Cruger commented thoughtfully. "But our intention is to create a different B-Squad. And I think we won't achieve that with someone like Cadet Tate commanding this one."
                "Doggie," Kat sighed, somewhat resigned. "I really appreciate your support so far in my idea of changing our paradigm by choosing the B-Squad. But maybe it's time we get real and accept that we must work with what we have."
                "We still have two other alternatives to consider before we give up," Cruger said with unshakeable certainty.
                Kat looked at him, intrigued.
                "Two other alternatives?" the scientist repeated in a low voice. "You're not referring to the two boys you're looking for, are you? Landors' and Delgado's children?"
                Cruger remained silent, with no apparent intention of responding.
                "You're not seriously thinking that one of them could be the Red Ranger, are you?" Kat inquired, crossing her arms and giving him a reproachful look.
                The Commander, however, seemed to deliberately ignore her questioning.
                "Thank you for sharing your thoughts, Dr. Manx. We'll continue discussing this."
                Immediately, he turned around and started walking towards the workshop exit.
                "Commander," Kat called out to him, but he kept walking without turning to look at her. "Doggie!"
                The Commander continued on until he disappeared behind the automatic doors.
                Kat sighed, worry and resignation mixed in her.
                "I really hope you know what you're doing," she whispered softly, picking up her lug wrench again and leaning over the open hood of the vehicle she was repairing.
— — — —
                The next day, after a night of rest and reflection, Cruger and Kat met early in Commander's office to discuss the next steps for their B-Squad. What had happened the day before couldn't be repeated; they needed their new Rangers to settle into their new roles as quickly as possible, because as soon as A-Squad returned from their intensive training with Captain Earhardt and had to go to the front, it would be up to them to face whatever was coming.
                Kat herself had told the three cadets the day before that the Commander's decision about what to do or not to do with them rested entirely with him. She could only support that decision with hard data and, of course, her personal opinion on the matter. And that was exactly what she provided, and Cruger was grateful for it.
                No one realized at what point Kat had become their most valuable and trusted advisor, but no one questioned it either. It seemed like a natural evolution of their teamwork, and it paid off. Even if it sometimes led them to make some somewhat risky decisions, like all the ones they were making with the B-Squad.
                And that morning, they would have to take one more.
                After discussing it for over an hour in private, they both reached the same consensus; one more convinced than the other, but a consensus nonetheless. So once they had decided, the two headed together toward the Command Room, where they had summoned B-Squad… about an hour ago.
                Well, a little waiting wouldn't hurt them.
                "Are you sure this is best?" Cruger asked his companion quietly as they walked side by side down the hallway.
                "As we said, we don't have enough time to put it off any longer," Kat emphasized seriously. "Besides, it'll be a good incentive for them."
                "I would have liked to wait until they successfully completed their first mission before giving them any incentives," Cruger said harshly.
                Kat smiled. Even seeing him a little annoyed was funny; in a fair amount, of course.
                "Give them more credit, Doggie," Kat emphasized encouragingly. "Despite their recent troubles, they're good cadets."
                Upon arriving at the Command Room doors, they opened automatically for them, and the first thing that greeted them was the noise and bustle caused by only three of the individuals in the room. And, of course, these were none other than the three members of their new B-Squad.
                Cruger and Kat stood in the doorway, staring at the scene before them. It wasn't easy to interpret what was happening at first glance, but it looked like Syd was trying to hit Sky, or something similar, while Bridge stood between them, trying to keep them apart.
                "Always hiding! As expected of someone whose power is making shields!" Syd yelled angrily at Sky as she tried to get away from Bridge to reach him.
                "Very brave with your iron fist, aren't you?" Sky responded arrogantly, his hands on his waist and his chest out. "What are you without it?"
                "I don't need it to beat your face in!" Syd snapped, applying more force as she advanced on him.
                "Guys, guys," Bridge exclaimed in a distressed voice, still struggling against Syd to hold her back, and evidently failing. "I must say, I'm feeling some pretty bad vibes right now."
                Evidently, leaving them waiting together for an hour had been too challenging for their patience.
                "Good cadets, huh?" Cruger muttered sarcastically. Kat just smiled, a little embarrassed.
                The Commander took a step into the room, raising his voice loudly to be heard above the hustle and bustle.
                "I see you've taken advantage of this time to strengthen your team bonds."
                The three cadets reacted quickly to the Commander's thunderous voice, separating and taking a stand at attention, as if nothing had happened.
                "Yes, sir!" the three of them said aloud, but not with much conviction.
                Cruger looked at them sternly.
                Kat cleared her throat and stepped forward to intervene before anyone could say or do anything to worsen the Commander's mood.
                "Cadets, will you join us in my lab? There's something we need to discuss."
                The three looked at each other with noticeable uncertainty on their faces. They surely saw another reprimand in their future. Kat smiled, knowing the reality was a little different.
                The five walked together toward the lab, but no one said anything. That silence, of course, only increased the uncertainty in the cadets' minds.
                Once they reached the lab and the doors opened before them, they were greeted by the loud bang of several mechanical parts crashing to the floor, followed by a high-pitched scream. The five stood still in the doorway, unable to identify what had happened, until they saw Boom, lying on his back on the floor, with spare parts that had fallen onto him from a shelf.
                "Boom!" Syd exclaimed in concern. Sky, Bridge, and she quickly rushed over to free him from his crush and help him up. "Are you okay?"
                "Who? Me? Of course," the assistant muttered, so dazed and dizzy that he wasn't even fully aware of who was speaking to him.
                "What happened?" Kat asked, confused.
                "Sorry, boss. It's hard to maneuver this sometimes," he replied, immediately lifting his casted arm, which caused him to wince slightly. He'd had it like that since the simulator tests the other day, but it would soon be removed.
                After a quick shake of his head, Boom seemed to clear his head enough to focus his gaze on the entire crowd surrounding him. He instantly seemed embarrassed that everyone had witnessed this.
                "Oh, hi," he said nervously, raising his good arm in greeting. "Wow, I'm not used to seeing so many people here at once."
                Kat sighed softly. She approached her now-standing assistant and carefully arranged his outfit with her hands.
                "You're fine," Dr. Manx concluded, a hasty diagnosis considering she wasn't a medical doctor. "Boom, can you get me the you-know-whats?" she asked in a conspiratorial tone.
                Boom looked at her, so confused that he thought maybe the blow to the head still had him somewhat affected.
                "The I-know-whats?" Boom muttered under his breath, clearly lost at first. But the answer seemed to reveal itself in his head after a few seconds. "Ah! The I-know-whats! Is it time?" he exclaimed aloud, visibly excited.
                "It's time," Kat said with a sly little smile.
                Boom seemed to recover instantly from any ailment, and a glow of overwhelming excitement took hold of him. He immediately headed to a corner of the lab, quickly searching for something among the shelves, or as quickly as one-armed would allow.
                "Is it time for... what, exactly?" Bridge asked, as curious as his two companions, about this strange exchange.
                "Cadets, attention," Cruger roared in his commanding voice. The three reacted instinctively, standing straight and hands clasped behind their backs.
                Cruger and Kat stood side by side in front of them, staring at them.
The Commander was the first to speak, his voice firm and calm.
                "Despite your less-than-satisfactory results yesterday, the planet's very survival demands that I expedite your enlistment process once again and authorize B-Squad to immediately obtain additional upgrades to its arsenal. This is in order to successfully complete your current mission, and those to come…"
                As Cruger finished speaking, Syd slowly raised her hand above her head. Her face was also a rather noticeable mask of confusion.
                "Yes, Cadet Drew?" Cruger said, giving her the floor.
                "Did you say... the planet's survival?" Syd said hesitantly.
                "Like the planet could... explode?" Bridge added, waving his hands in an explosion.
                "Exactly," Cruger replied, rather more calmly than they might have expected.
                The three looked at each other uncertainly.
                "Does that mean we're no longer going after those street thieves?" Sky asked curiously.
                "Quite the contrary," Cruger emphasized. "The planet's survival depends precisely on catching those two thieves today."
                That strange statement did nothing to ease the cadets' confusion; if anything, it only increased it. The three seemed eager to ask more questions, but Cruger cut them off before they could even try.
                "But let's leave the questions for last," he said bluntly. "Dr. Manx."
                Cruger stepped to the side, giving the floor to the lead scientist. She thanked him with a nod, then turned to the three cadets.
                "Sky, Syd, Bridge. During your time at the Academy, you've demonstrated your abilities in each of the training sessions and tests imposed on you. However, as you saw for yourselves yesterday, things out there aren't always like the simulations. Things can go wrong in unpredictable ways, and it's your responsibility to be as prepared as possible for those situations. And you'll need to be even more prepared for the things that are about to happen. But I want you to know that both, Commander Cruger and I, have full confidence that you'll be able to handle everything thrown your way from here on out. That being said... Boom."
                Kat turned to her assistant, impatiently waiting on one side of them. He was carrying a metal tray, resting on her hip and held in her good arm. On it were five small, square devices in white, black, and red, with the initials S.P.D. On them. As soon as Kat indicated, Boom quickly approached Sky, Syd, and Bridge and handed them the tray. Three of the five devices had their names on them, so they each took the one they were assigned.
                The three cadets held their respective devices and admired every inch of them. Although they had never seen one up close, they instantly knew what it was.
                "These are…?" Sky muttered, stunned.
                Kat nodded and replied:
                "Their Delta Morphers."
                The eyes of the three lit up with emotion.
                "Does that mean…?" Bridge muttered under his breath.
                "Congratulations," Cruger commented, with just a hint of joy accompanying his usually serious voice. "You are now officially Power Rangers of the Space Patrol Delta."
Author's Notes:
And we come to this legendary moment where Sky lost his position as Red Ranger for not measuring his words correctly, hahaha. In addition to what we've already seen in the series, we complement what happened with a look at Cruger and Kat's reactions, and why they decided in the end that Sky shouldn't be the Red Ranger, yet. And well, it all fits with what we've seen in what their search for the B-Squad is based on so far. And we end with the moment in which our first three Rangers finally receive their Morphers, and the emotions that this brings with it. Now it's time to go a little faster and meet the rest of the team.
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wingzemonx · 1 month ago
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Yes, My Commander | Power Rangers: S.P.D. - CHAPTER 09
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CHAPTER 09
News of what happened to Merlandia quickly spread like an open secret around the base. The official announcement would not take long to be made, but Cruger first wanted to inform his Ranger team. That's why, after talking with Kat in his office and asking him to solicit B-Squad to the Command Room, he did the same with A-Squad.
                The five Rangers, including Officer Charlie Grayson, responded to their Commander's call. As Cruger had told Kat, he and the Red Ranger had come to an agreement, and she had agreed to follow orders and fulfill her responsibilities as a Power Ranger, at least until this threat was neutralized.
                Back in the Command Room, the members of A-Squad stood at attention side by side, listening intently to Cruger's explanation, somewhat less detailed than the one he had shared with Kat earlier, but just as powerful. It also helped that, along with his narrative of the events, he had projected a hologram recreation of the planet's destruction, based on satellite images and the testimony of survivors.
                Seeing the entire planet being destroyed by a direct shot from the Space Terror was a huge shock to the Rangers, and it was clearly evident in their pale expressions. Or at least four of them did, because Charlie watched the reenactment with her usual stoic expression, not quite making it clear what was going through her mind.
                "If we had gone there, maybe..." Kioko, the Pink Ranger, murmured lamentably.
                "Maybe we would have died, too," said Mark, the Yellow Ranger, exasperated.
                "You don't know that," Orien, the Green Ranger, replied, clearly irritated.
                Zorath, the Blue Ranger, remained silent as usual. However, his four eyes never left the reenactment of the destruction playing repeatedly until Cruger pulled it away. As soon as he did, he seemed to start slightly, as if abruptly pulled out of a dream; or a bad memory.
                "This isn't the time to lament the planet we can no longer do anything for," Charlie declared, her voice surprisingly cool and calm. "We must move on and ensure that Earth doesn't suffer the same fate."
                "I'm afraid Officer Grayson is right," Cruger agreed gravely. "There will be time to grieve and rebuild. For now, as you all know, there are important matters to attend to."
                "I suppose it's time to go to the front, isn't it, sir?" the Red Ranger inquired, though it didn't exactly sound like a question. "When do we leave?"
                "Before that, you'll need to undergo one last intensive training. Space combat presents several unique characteristics different from ground combat, which you'll inevitably encounter on your next mission."
                "We've already fought in space, sir," Kioko said, a little confused.
                "Not under these circumstances. As I've already told you, preparation is the key to tactical defense. Therefore, before you leave, you will report to Space Station Red Lion III with Captain Earhardt to conduct a quick series of flight simulations."
                "Cool, I like Captain Earhardt," Mark declared eloquently. "She's pretty for... how old do you think she is?" he murmured softly to Orien, but Orien just nudged him to signal him to be quiet.
                "Don't worry, Commander," Charlie intervened firmly. "We'll pass the tests without any problem."
                "I firmly believe that you will. Remember that the fate of Earth, and now the entire galaxy, is in your hands. Good luck, A-Squad."
                "Yes, sir," the five of them, including Zorath, said simultaneously as they saluted their Commander. He nodded, pleased. It was good to know that their ordeal was behind them; at least for now.
                "You heard him," Charlie shouted loudly in a commanding voice. She pulled out her Delta Morpher, holding it firmly in front of her, and her four companions followed her. "A-Squad! SPD! Emergency!"
— — — —
                Just as Cruger had requested, Kat informed B-Squad that he wanted to see them in the Command Room, so Sky, Syd, and Bridge rushed to answer his call. None of them expressed it out loud (or even directly), but the fact that the Commander wanted to see them and what they had discussed with Dr. Manx earlier gave them the feeling that the time had finally come. All the testing and training would finally bear fruit.
                As they were already in the hallway near the Command Room, the door opened, and five colorful figures rushed out in a row, led by one in red and black. The A-Squad in person.
                Sky felt his pulse quicken. It was the first time he'd met them head-on in his entire time there. And while he was obviously dying to meet them, it was instantly clear they were in a hurry, as was to be expected, given that they were Earth's greatest heroes.
                "Attention!" Sky called out loud, immediately stepping aside to let them through, standing at attention with his chin held high as a sign of respect for his superiors. Syd quickly followed suit when she saw what he was doing, while Bridge, more distracted than he should have been, took longer than expected to move aside, so the red-clad Ranger shoved him with their shoulder as they passed, nearly knocking him off his feet.
                Bridge stumbled sideways after the push, landing against the wall. But he quickly raised his gaze, focusing intently on the Rangers moving away down the hallway.
                "Be careful where you walk, rookie!" one of the five said aloud, though it wasn't clear which one.
                As they moved forward, Bridge could see the trail their auras left in the air for a second. They were brightly colored auras, as he would have expected, but… they seemed muddied, like choppy, darkened waters.
                Bridge stared in their direction, somewhat absentminded.
                That sudden contact with the Red Ranger had reverberated something in his powers. It was like a flash of sensations that suddenly flooded him. It wasn't unusual for that to happen when he unexpectedly touched someone, but it hadn't occurred to him that it would provoke such an... uneasy feeling.
                "There goes the best Ranger Squad in the galaxy," Sky declared proudly, looking in the direction the Rangers had gone. "And someday, I'll be one of them."
                "We will be one of them, Sky," Syd corrected him harshly. "Someday the three of us will be as good and renowned as they are."
                Sky laughed under his breath.
                "If you stay close to me, you might have a chance."
                Syd snorted, not happy with his comment but unwilling to fight about it either.
                The three resumed their walk to the Command Room, or at least the two in front thought so.
                "Didn't they seem a bit too big?" Syd said, sounding genuinely impressed. "Do you think the suit will make you taller?"
                She turned back to seek Bridge's opinion, and realized that her companion had fallen a few steps behind. He was moving forward, but with slower steps, his thoughtful gaze fixed on the ground.
                "Bridge, what's wrong?" Syd asked.
                "I don't know," Bridge replied hesitantly. He stopped, raised his face, and turned back toward the hallway, as if he still expected to see them there. "The A-Squad, their auras..."
                "Their auras, what?" Syd asked, confused.
                Bridge was silent for a few seconds, then slowly shook his head.
                "Nothing. They're just not what I expected."
                "I don't know what that means," Sky said scoldingly, "but you better not say anything that will insult them when we finally meet them in person."
                "Are you going to ask Charlie Grayson for his autograph and everything when that happens?" Syd asked playfully.
                "Of course not," Sky answered quickly, but his cheeks colored with embarrassment. "But… maybe I'll ask for some advice, one Red Ranger to another."
                "At least wait until they give you the uniform first, great leader."
                The three continued toward the Command Room, but Bridge remained a little behind, pondering what had just happened. He would have to force himself to put it aside for the moment, as he would need a clear mind, or at least as close to it as Bridge could get.
— — — —
                The Commander welcomed them into the Command Room. Like A-Squad had done before them, the three stood side by side in front of him, offering him the salute.
                "Commander Cruger," Sky said firmly, "Cadets Tate, Drew, and Carson reporting to your call."
                "Cadets," the Commander murmured, nodding.
                He analyzed the three of them for a few seconds. It wasn't the first time he'd seen them in person, but it felt different to do so in this new context after spending so many weeks reading their files and test results. They looked so young, almost childlike innocence adorning their gaze. They were very different from A-Squad, but that didn't mean it was a bad thing; they would have to prove that themselves, and they would have to prove it sooner than expected.
                After those moments of reflection, Cruger adopted a firmer stance and began speaking without delay.
                "Dr. Manx has shared with me the results of each test she's applied to you, and you've passed with flying colors. You should be proud of your progress."
                "Yes, sir, we are," Sky replied, on his own and clearly on behalf of his teammates as well.
                "It's important that the three of you know that your training is not over," Cruger stated, "nor will it ever be. As agents protecting the universe's peace, it will be your responsibility to always strive to improve. However, due to a series of situations, which I won't go into detail about now, I find it necessary to expedite your process and assign B-Squad to active duty."
                The news caused considerable emotion in the three cadets, although it was less evident in Sky and much more so in Syd.
                "Yes!" exclaimed the blond-haired young woman, almost jumping for joy on the spot. "So, will we get our colored suits?"
                The Commander looked at her silently, his expression stern, and that was enough for Syd to realize that she might have lost a little too much of her form.
                "Sir," she said in a low voice, quickly resuming a more serious posture.
                "Not yet," Cruger finally answered her question. "But I will assign you your first official mission."
                "Excellent," Bridge said loudly, raising his fist slightly in a sign of victory. "What's this about? I'm firing now, Commander."
                "Bridge," Sky whispered softly in reprimand.
                "I admire your enthusiasm, Cadet Carson," Cruger said with a hint of humor.
                "Hey," Syd exclaimed, letting a bit of her displeasure show at his silent scolding from earlier, compared to that last comment.
                Cruger cleared his throat a little, but remained calm.
                "So yours, Cadet Drew," he added shortly afterward, though Syd didn't seem entirely convinced. He decided it was best not to dwell on it further and continue. "As your first mission, you must apprehend the Parkington Market thieves."
                He handed them an information device, which Sky quickly grabbed before the others. He connected the device to his cadet intercom, and it projected a hologram in front of him, showing the full case file. Sky began to skim through it, and Syd approached from the side to also look at it.
                "Apprehend the Parkington Market thieves, of course," Bridge said enthusiastically. "And that's the key to…?"
                He stared at the Commander, waiting for him to finish his sentence. Cruger watched him silently for a few seconds, then simply repeated:
                "Apprehend the Parkington Market thieves."
                Bridge nodded, seemingly fascinated by this for some reason.
                "You'll find all the relevant information in the file," the Commander added. "Including a description of the suspects and their most recent attacks."
                "Uhm, sir," Syd murmured, raising a hand to make herself noticed. "It says here the suspects are human," she indicated, pointing a finger at the holographic file.
                "As far as we know, that's right," Cruger replied.
                "But I'm confused. Isn't apprehending simple human street thieves the job of the local police department?"
                "Usually yes. However, we were assigned the case due to certain peculiarities."
                "What peculiarities...?" Syd asked, curious but also confused.
                Before Cruger could answer, Sky intervened to end the conversation. If they continued asking questions, it would only further expose their inexperience, and that was one of the things they least wanted to reflect on their first mission.
                "We'll take care of it, sir," he declared confidently, again speaking for himself and his companions. He withdrew the holographic file and placed the device on his belt.
                Cruger nodded in approval.
                "Good luck, B-Squad."
                The three stood at attention and saluted their Commander again. With seemingly nothing else to say, the three turned in sync toward the door and left the room.
                "Okay, our first mission," Bridge said enthusiastically once they were in the hallway.
                "And a simple one, too," Syd added, shrugging.
                "Don't get too confident," Sky told them seriously. "We have to do things right and impress the Commander. Only then will they finally promote us to Power Rangers."
                "Relax, Sky," Syd muttered nonchalantly. "How hard can it be to catch two simple street thieves?"
— — — —
                But it did turn out to be a lot harder than they expected.
                Once the three cadets arrived at Parkington Market and began scouring the area, it didn't take long for them to locate the two suspects, the boy and girl described in the case file. In fact, these two didn't make much of an effort to hide either.
                At first glance, it seemed like it would be a piece of cake. Sky, Syd, and Bridge rushed to intercept them mid-flight with the stolen merchandise and cornered them. Three well-trained cadets against two regular thieves; what could go wrong? However, the peculiarities that Cruger had told them about soon came to light. The two suspects utilized outstanding combat skills on the one hand, and their meta powers on the other, which together allowed them to quickly slip away from their three pursuers, making fools of themselves in the eyes of all the market witnesses who saw the incident. Their statements wouldn't describe it in those words, but they would come pretty close.
                Later that day, after going through that ordeal on their first mission, the three cadets had no choice but to return to the Command Room before the Commander, defeated and humiliated.
                "A rather unpromising performance on their first mission, to put it mildly," Cruger said in a neutral voice that gave no indication of whether he was angry or not, though common sense would answer that question on its own. "Does anyone have an explanation for this result?" he blurted out, his gaze fixed on the cadets.
                The three seemed more than willing to speak simultaneously, perhaps trying in their own way to provide that explanation. But before any of them could utter a word, Cruger stopped them with a stop gesture of his hand.
                "Spare it," he ordered them bluntly. "The only truth is that you underestimated your opponents and were defeated. You made the most basic mistake of any confrontation."
                "With all due respect, sir," Syd chimed in, with just the right amount of defensiveness. "But we weren't fully prepared. We didn't know the suspects also had powers."
                "It was in the file," Cruger pointed out sternly, taking the three of them quite by surprise.
                "Oh yeah?" Syd murmured nervously.
                Sky quickly pulled out his device and re-projected the case file. Bridge and Syd leaned over his shoulders to watch. Following the description of the robberies were a series of notes describing the peculiarities witnessed, which could be summed up as follows: the boy seemed to be able to phase through objects like a ghost; and the girl either they were a gang of identical quintuplets stealing in tandem, or she seemed to be able to multiply herself and be in several places at once.
                This was entirely in line with what they had experienced.
                "Oh, look, it says so here," Syd muttered painedly. She stepped back and bowed her head, preferring to remain silent for the moment. The other two did almost the same.
                Not reading the entire file; one of the most rookie mistakes in history.
                "And that's no excuse either," the Commander exclaimed harshly. "You have your powers too, don't you? Which you've trained and improved on over all this time. Or will you tell me that two mere street thieves have more training and ability than you?"
                "No, sir, of course not," Sky replied with complete certainty. "No more than me, at least."
                Bridge and Syd jumped at such a comment and turned to look at him simultaneously, incredulous at its implication.
                "What?" Bridge exclaimed, a mixture of surprise and annoyance. "Those guys kicked your ass as much as they kicked us, Sky."
                "They didn't kick my ass," Sky defended himself firmly. "They caught me off guard because I had to watch your backs. If I'd been alone, I would have succeeded."
                Offense filled the expressions of his two companions at such an insult. Sky remained calm, staring straight ahead, as if ignoring them.
                "And this is how you want to be the Red Ranger? By blaming your team?" Syd questioned angrily. "I'd be a better Red Ranger than you."
                Sky let out a not-so-discreet, mocking snort in response to that comment.
                "Of course…"
                "Enough!" Cruger snapped loudly, his voice echoing around the room. The three cadets hurried to resume their positions, as did some of the attendants in the Command Room.
                Cruger took a deep breath through his nose, trying to calm himself down before speaking again.
                "Look at yourselves," he murmured in a calmer, but equally stern, voice. "You've barely left on your first mission, and you're already fighting, instead of planning how to apprehend the criminals. There's no team spirit among you. And without that quality, you can't be the Ranger Squad this planet needs."
                The three remained silent, their gazes lowered. They were thoughtful about that remark, not to call it a scolding. All three had done very well in their tests, but faced with the first uncontrolled difficulty of the real world, they had failed.
                "Maybe we're not ready to be Rangers," Syd finally muttered in a sad voice. "Maybe we just need more training."
                "What? No, nothing of the sort," Sky exclaimed, alarmed. "I'm ready, sir," he said firmly, looking confidently at the Commander. "Give us another chance, and I'll prove it to you."
                "You'll get it," Cruger pointed out. "It won't be the last time you see those two. For now, a few extra hours of simulator training will do you good."
                That instruction didn't go down well with the three cadets. They were already exhausted from the morning's tests and then going out on that infamous failed mission, and now they had to go through forced training. Plus, they'd spent so much time in that simulator over the past few weeks that they'd already begun to dislike it.
                But, of course, that was not a suggestion.
                "Now," Cruger emphasized harshly. The three cadets had no choice but to obey. "Cadet Tate," the Commandant said, halting before he could get too far away. "You come with me for a minute first. I need to speak with you privately."
                Sky's face turned a little pale. From how he'd said that and the context of the situation, it didn't seem like he would talk to him about something good. And his other teammates, of course, perceived it the same way.
                "Good luck, great leader," Syd whispered playfully, patting him on the arm. She and Bridge hurried to the door, leaving Sky behind.
Author's Notes:
We're still in Episode 1, getting to know the guys in our B-Squad a little better. Of course, we had to leave out a few things. As I mentioned in the initial notes, the intention of this story isn't to rewrite the entire series scene by scene or episode by episode. That's why we'll summarize or omit some things, focusing on what I consider relevant to what I want to tell. But don't worry, Jack and Z will make their on-camera debut soon.
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wingzemonx · 1 month ago
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 08. ¿No estás de acuerdo…?
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Capítulo 08. ¿No estás de acuerdo…?
El intento de Gemma por cocinar algo, terminó en unos sándwiches de jamón y queso, acompañados de papas fritas, luego de que resultó inútil intentar recuperar lo quemado. Esther no se quejó, y tampoco pareció muy sorprendida. La niña se sentó en la mesa, con M3GAN a su lado como lo estaban antes de que salieran al patio, y Gemma delante de ellas, revisando su teléfono con bastante detenimiento, y respondiendo varios mensajes que le enviaban Tess, Cole, David, Kurt el asistente de David… Ese día en particular parecía que la gente estaba necesitada de ella.
Desde que había vuelto de Connecticut acompañada de Esther, había logrado permanecer el mayor tiempo posible en casa y trabajar desde ahí, incluso mientras preparaban a M3GAN. Sin embargo, conforme la junta con los accionistas se acercaba, y se acumulaba aún más la lista de cosas por hacer, se volvía más evidente que no podría mantenerse así.
Si se veía en la necesidad de empezar a ir regularmente a oficina, como siempre había sido antes de este cambio radical en su vida, tendría que pensar bien qué haría con Esther; en especial durante ese periodo en el que M3GAN y ella tenían que pasar todo el tiempo juntas.
—Tía Gemma —pronunció Esther de pronto, alzando la voz lo suficiente para que Gemma fuera incapaz de no escucharla a pesar de en su ensimísmento.
—¿Eh? —masculló con voz distraída y levantó su mirada del teléfono. Esther la miraba atenta, como esperando una respuesta de su parte, que evidentemente no podía darle pues no había escuchado la pregunta—. Perdón, pequeña —se disculpó apenada, y al instante apagó su teléfono y lo dejó de lado—. ¿Me decías algo?
—Sólo te comentaba que Lydia me preguntó sobre la escuela la última vez que la vi.
—La escuela, sí —musitó Gemma, seguida de un profundo suspiro—. Ella también me comentó al respecto. Lo siento, he tenido la cabeza en tantas cosas a la vez. Pero necesito revisar ese tema con cuidado, porque no sé cómo aplique el tema de los grados con… Bueno…
Gemma titubeó, claramente indecisa en cómo abordar ese tema. Todo lo que tuviera que ver, directa o indirectamente, con el secuestro de Esther, la hacía reaccionar así. Era un terreno peligroso en el que no sabía bien cómo moverse.
Sin embargo, a pesar de su vacilación, Esther comprendió lo que batallaba tanto en decirle.
—¿Con lo que me pasó? —susurró Esther con seriedad—. ¿Con los cuatro años que no estuve?
—Sí —masculló Gemma, insegura—. No tengo claro si debes retomar el primero de primaria donde te quedaste, o por tu edad retomar en… ¿quinto?
M3GAN intervino en ese momento, dando su propia opinión al respecto.
—Dependiendo de la institución y de las circunstancias especiales de Esther, es probable que se le aplique un examen para ver sus conocimientos básicos en este momento, y así determinar el grado más apropiado para ella.
—Gracias, M3GAN —le respondió Gemma, asintiendo. Lo que decía tenía sentido—. También tendría que buscar una buena escuela que no esté muy lejos de mi trabajo.
—Papi había dicho que quizás podría ir a la escuela de arte —declaró Esther de pronto, sonando particularmente animada al decirlo. Aquello destanteó un poco a Gemma.
—¿Cuál? ¿La de Nueva York? —preguntó curiosa, seguida de una pequeña risita—. Bueno… la verdad no sé si haya una parecida aquí en Seattle. Y si la hay, debe ser muy costosa.
—¿La herencia de mis padres no podría ayudarnos con eso? —preguntó Esther con interés.
El repentino comentario pareció captar especialmente la atención de M3GAN, que de inmediato se giró hacia ella, mirando atenta el costado de su rostro mientras hablaba con su tía.
—Ese es otro tema que también tengo que revisar —se lamentó Gemma, con dejo de frustración—. En cuanto pueda, claro. Elise, agrégame un recordatorio para llamar a Erick Landors hoy en la noche.
El ojo del asistente inteligente sobre la encimera brillo y dejó salir un pequeño beep.
—Recordatorio creado para las 20:00 hrs. de hoy —pronunció Elise con su voz robótica—. Se te notificará diez minutos antes de la hora.
—Gracias, Elise.
—Siempre les das las gracias a Elise y a M3GAN —señaló Esther en ese momento con curiosidad—. ¿Por qué? No es como que ellas lo aprecien o resientan si no lo haces, ¿o sí?
Esther se giró hacia M3GAN, indicando con su sola expresión que esperaba escuchar su respuesta al respecto de la cuestión. La androide la miró un rato, y luego pronunció en voz baja:
—No particularmente.
—No lo sé —masculló Gemma a continuación, encogiéndose de hombros—. Es involuntario, pero no es extraño que la gente lo haga. Supongo que está en la naturaleza humana ser amable.
La expresión de Esther se tornó un tanto reticente, incluso algo molesta, al escuchar esa respuesta.
—Yo no lo creo —indicó con algo de dureza en su voz—. Y tampoco estoy convencida de que tú lo creas, tía.
Gemma se sintió un tanto perpleja por el comentario, y no supo bien cómo reaccionar. Quizás lo que había dicho fue un tanto desatinado. Considerando por las cosas que la niña había pasado, no podía recriminarle el tener cierta opinión negativa de las personas. Pero, ¿a qué se refería con que no estaba convencida de que ella creyera eso? ¿Se referiría de nuevo a cómo era su relación con Tricia? Es verdad que ese no era el mejor ejemplo, pero tampoco era un indicativo de cómo ella pensaba que fueran todas las personas del mundo… ¿o sí?
Se forzó a hacer a un lado esos pensamientos de momento, pues sabía bien que no la llevarían a ningún lado. Además, tenías cosas más importantes en qué pensar.
—Cómo sea —pronunció Gemma, intentando cambiar rápidamente de tema, o más bien volver al anterior—. Cuando hable con Erick él me dirá si podemos usar parte del dinero para lo de la escuela y luego hablamos de eso, ¿bien? Deja que yo me encargue.
—Por supuesto —respondió Esther con marcada confianza—. Y… ¿sabes cuánto fue? —preguntó justo después—. Lo que me dejaron mis padres, me refiero.
—Ni idea, pequeña —respondió Gemma, al tiempo que comenzaba a recoger los platos de la mesa, tanto el suyo como el de Esther—. Quizás no fue mucho, después de todo la casa fue pérdida total, y muchas cosas se…
Gemma calló de golpe al ser consciente de que quizás se estaba excediendo un poco en su explicación. Esther no tendría que escuchar un recordatorio de que su casa se había quemado por completo, con todo lo que tenía dentro.
—No te preocupes por eso —recalcó Gemma, sonriéndole de forma despreocupada—. Lo que sea será bueno.
—Sí —respondió Esther con un pequeño susurro.
Gemma se encaminó hacia la cocina con los platos en la mano, y se dirigió al fregadero para lavarlos. Esther la siguió en silencio con la mirada, y se percató al girar el rostro que M3GAN la observaba a ella; muy, muy atentamente.
—¿Qué? —exclamó la niña, algo defensiva al hacerlo—. ¿Hay algo que quieras decirme?
—No particularmente —respondió M3GAN del mismo modo que había dicho lo mismo hace un momento.
—Entonces deja de mirarme tanto, ¿quieres?
Ante tal petición, M3GAN al instante se giró hacia el frente, desviando su mirada de ella como se lo solicitaba.
—Gracias, M3GAN —musitó Esther con marcado sarcasmo en su voz.
Tras terminar de lavar el plato, Gemma volvió al comedor.
—Bueno, pequeña, hoy tengo que ir a la oficina unas horas, así que necesito que me acompañes.
—¿Tengo que ir? —se quejó Esther, casi como si le hubiera dicho que se comiera sus vegetales—. Quería comenzar esta nueva pintura —añadió mostrándole el cuaderno de dibujo con el boceto de M3GAN—. He tenido la idea en la cabeza desde hace días.
—Sólo será un par de horas. Y puedes quedarte mientras tanto en la sala de juegos.
—La sala de juegos está llena de niños pequeños. Además, no puedo llevar a M3GAN porque aún es un secreto y nadie debería de verla, y bla, bla.
—Te entiendo, pero no puedo dejarte aquí sola.
—¿Por qué no? —exclamó Esther, recelosa—. Ya no soy una niña pequeña. Además, no estaré sola. Estaré con M3GAN.
Extendió una mano hacia la muñeca sentada a su lado, de alguna forma también cediéndole la palabra a ésta con aquel ademán.
—Sí, Gemma —pronunció la androide con suma naturalidad—. Yo puedo encargarme de cuidarla. Estoy capacitada para realizar funciones básicas de niñera, ¿recuerdas?
Gemma miró a ambas, claramente insegura por la propuesta.
—No creo que…
—¿No confías en que M3GAN pueda hacer el trabajo? —inquirió Esther, sonando casi como una acusación—. Es tu creación, tía. Para eso la hiciste, ¿no? ¿Cómo vas a confiar en que los padres dejen a sus hijos con tu invento si no confías tú misma en hacerlo? Considera que gran parte del tiempo los niños estarán jugando con su muñeca sin los padres cerca vigilándolos todo el tiempo. Y no hemos experimentado esa situación de primera mano, ¿verdad?
Gemma soltó una risita divertida, y se cruzó de brazos.
—Eres una niña bastante elocuente, ¿lo sabías? —señaló, no dejando del todo claro si se trataba de un halago—. Me recuerdas a tu madre… —susurró poco después con un dejo oscuro en sus palabras—. De niña siempre lograba obtener lo que quería usando las palabras adecuadas con los adultos.
Fuera la intención halagarla o no, tal parecía que Esther no lo tomó de buena forma, pues su rostro se ensombreció un poco ante tal comparación.
—Yo no soy como ella —alegó con sequedad.
—No, claro que no —añadió Gemma, un poco nerviosa. Y quizás eso la convenció un poco para ceder a su petición—. Bueno, te daré gusto. Sólo por hoy te dejaré salirte con la tuya. Pero tengan mucho cuidado —advirtió señalando a M3GAN y a Esther por igual al hacerlo—. Y no salgas de la casa.
—Te lo prometo, tía —respondió Esther, volviendo a sonreír como hace rato.
Unos pocos minutos después, Gemma ya estaba lista para retirarse, con el maletín de su computadora colgado en el hombro, las llaves de su vehículo y su teléfono en una mano.
—Vuelvo en unas horas —avisó desde el recibidor, ya frente a la puerta—. Cuídala bien, M3GAN.
—Puedes contar conmigo —le respondió la androide desde el comedor.
Una vez que Gemma se salió de la casa y escucharon su vehículo alejarse por la rampa de entrada, Esther se paró de su silla y se dirigió a la sala, en donde aún se encontraba su caballete. Había planes de que lo moviera a su cuarto, pero como Gemma aún no había sacado las cosas que dijo que sacaría, el mejor espacio seguía siendo ahí.
—¿Qué quieres hacer? —le preguntó con ánimo M3GAN, andando detrás de ella.
—Haré mi pintura, ¿recuerdas? —le respondió Esther, impasible—. Pasaré mi boceto al lienzo.
—¿Será en verdad una pintura de mí?
—¿De quién más? —exclamó Esther impaciente, alzando el cuaderno de dibujo para que ella viera de nuevo el boceto en el que habían estado trabajando.
—Yo podría generarte una imagen precisa de mí en unos segundos si la necesitas.
Esther dejó escapar un bufido burlón, al tiempo que negaba con la cabeza.
—¿Ves que lo que te dije afuera es verdad? —comentó, girándose hacia ella con una sonrisita socarrona—. Puedes hacer cosas, pero no las entiendes. El arte no se trata de hacerlo más rápido o más preciso.
M3GAN la observó en silencio.
—¿De qué se trata entonces? —preguntó con genuina curiosidad.
—Como si me fuera a tomar la molestia de explicártelo —masculló Esther con molestia, y en su lugar se giró hacia el caballete, colocando sobre éste un lienzo en blanco—. Por cierto, no pude encontrar la pelota hace rato. ¿Podrías ir y buscarla? No sé dónde haya caído.
—Gemma dijo que no saliéramos de la casa.
—No, dijo que yo no saliera, no dijo nada de ti. Reproduce de nuevo la conversación si no me crees.
M3GAN se quedó callada un rato, con su mirada hacia un lado, sin mirar nada. Esther pensó por un momento en que verdad estaba reproduciendo la conversación como le había dicho, a pesar de que de su parte había sido una mera broma.
—¿Entonces? —cuestionó tras un rato de espera—. ¿Podrías ir por la pelota, por favor?
—No hay problema —respondió M3GAN tras un rato. Y sin cuestionarlo más, se dirigió con paso tranquilo hacia la puerta principal.
—Gracias, M3GAN. Eres muy amable —pronunció Esther en alto para que le escuchara.
Mientras la androide avanzaba hacia la puerta, Esther se enfocó en preparar su lienzo, sus pinceles y pinturas. Sin embargo, en cuanto M3GAN salió y cerró la puerta detrás de sí, rápidamente dejó todo eso de lado. Inspeccionó rápidamente el recibidor, y luego se asomó por la ventana para verificar que en efecto había salido. En cuanto vio a M3GAN dirigirse hacia la cerca de madera, se apartó presurosa de la ventana, y corrió hacia el pasillo; hacia la oficina y taller de Gemma.
Esther tenía otros planes para esa tarde, diferentes a pintar un estúpido cuadro de esa muñeca.
— — — —
Desde el pórtico, y aprovechando que el auto de Gemma ya no estaba en la entrada, M3GAN recorrió con su escáner visual los alrededores, en busca de cualquier objeto redondo, rojo y azul, que concordara con la pelota en cuestión. Un primer barrido del perímetro no reveló nada, así que hizo un segundo, obteniendo el mismo resultado.
Debía haber caído más lejos.
La androide avanzó entonces hacia otra posición, frente a la puerta de la cochera, donde antes estaba el auto de Gemma, y realizó el mismo escaneo, pero ahora 360 grados. Éste tuvo diferentes resultados, detectando un objeto que concordaba al 99% con la pelota perdida. Y entendió por qué tuvo tanto problema en encontrarla, pues al parecer había rodado por el agujero en la barda que conectaba con el otro patio. Eso, o quizás Dewey el perro se la había llevado con él.
Como fuera, la pelota era visible en el otro patio a través del agujero en cuestión, así que sólo era cuestión de estirar la mano, tomarla y listo; misión cumplida.
M3GAN se aproximó con su paso robótico hacia el hueco, y se arrodilló delante de éste. Se agachó para extender su brazo derecho por el agujero hacia la pelota para tomarla. Sus dedos apenas lograron tocar la superficie lisa del juguete… cuando sus sensores auditivos fueron invadidos por los estridentes ladridos del perro al otro lado de la cerca. Y antes de que lograra reaccionar de alguna forma a eso, las fauces del animal se cerraron con increíble fuerza a su brazo, y la jalaron de un segundo a otro hacia adelante, haciendo que la mitad de su cuerpo se introdujera por el hueco.
Todo fue muy rápido y confuso. M3GAN alzó su rostro, y logró captar al perro Dewey, mordiéndole y jalándole su brazo, como si intentara arrancárselo. Jaló con fuerza para zafarse, pero el perro jaló más. Tras un rato de ese estira y afloja, M3GAN logró liberarse, pero el animal de inmediato le saltó encima, aplastándola contra la tierra con su pesado cuerpo, y luego clavó sus fauces ahora contra su cuello, comenzando a zarandearla.
M3GAN se quedó quieta unos instantes, incapaz de reaccionar de cualquier forma, mientras aquel perro la seguía atacando. No tenía ningún protocolo que le indicara cómo reaccionar en una situación así. Nada en su programación le decía qué hacer cuando un animal grande y feroz la atacaba, la mordía, la empujaba intentando… ¿matarla?
¿Eso era lo que estaba pasando? ¿Iba a morir…?
Aquel hilo de pensamiento, si se podía llamar de esa forma, activó algo en lo más profundo de su programación. No era algo que estuviera ahí originalmente, sino algo que se había agregado gracias a su capacidad de aprender y mejorar, derivados de su investigación del otro día, y de esa experiencia específica que estaba viviendo en ese instante.
Aquella nueva funcionalidad podía describirse en lenguaje humano con una corta y sencilla expresión: “quiero vivir… por cualquier medio…”
— — — —
Esther tenía el dilema de encontrar lo que necesitaba lo más pronto que pudiera, pero al mismo tiempo no hacer demasiado desorden en la oficina de Gemma como para que ésta notara que había estado esculcando sus cosas. Pero resultaba muy complicado, pues para empezar el sitio de trabajo de Gemma no tenía ningún orden claro, pues tenía cosas revueltas sobre el escritorio: anteojos, líquidos para limpiar, gel antibacterial, piezas de circuitos y tornillos, paracetamol y omeprazol, y algunas otras cajas vacías.
Pero ninguno parecía ser una agenda o pedazo de papel con algún número anotado en él, que era justo lo que buscaba.
—¡¿Dónde está el jodido número?! —exclamó furiosa, dejándose llevar tanto por la frustración que no pudo evitar tirar algunas de esas cajas vacías al suelo.
Se dejó caer de sentón contra la silla de Gemma, y presionó una mano contra su frente, intentando calmar los primeros indicios de un dolor de cabeza. Se giró lentamente hacia un lado, mirando de soslayo hacia la pantalla apagada de la computadora. Dejó salir un bufido de molestia.
—Esta mujer no anota nada en papel. Todo lo tiene en sus estúpidos dispositivos…
Y en cuanto pronunció aquello, una pequeña revelación le cruzó por la mente. Quizás no tenía la contraseña de su computadora para hurgar en ella… pero sí tenía otra opción.
—La tableta, claro —pronunció con dejo de alegría.
De inmediato se paró de la silla con un salto y corrió hacia afuera del taller, y luego hacia la sala. La tableta estaba ahí sobre el sillón en donde la había dejado. La tomó rápidamente, introdujo la contraseña, y de forma un poco torpe comenzó a navegar entre las aplicaciones, buscando cualquiera que pareciera ser una lista de contactos. Con algo de suerte la tendría sincronizada con su teléfono y encontraría en ella justo el número que buscaba.
Y, al parecer, sí le quedaba un poco de suerte aún.
—¡Aquí está! —exclamó seguida de una risilla en cuanto encontró lo que buscaba—. Perfecto, ahora sólo debo llamarlo…
Se giró en ese momento instintivamente hacia la esquina de la sala, totalmente convencida de que ahí sobre la pequeña mesa esquinera encontraría lo que buscaba. En esa ocasión, no tuvo suerte.
—¿Dónde está el teléfono? —susurró en voz baja. Y sólo hasta entonces cayó en la cuenta de que, en realidad, no había visto un teléfono en esa casa en los días que llevaba ahí. Aunque claro, tampoco es que lo hubiera necesitado hasta entonces.
Se dirigió entonces con la tableta en mano hacia el recibidor, luego al comedor, cocina, incluso al cuarto de Gemma, y de regreso a la sala, y de nuevo el mismo recorrido. Por más vueltas que dio, no vio ninguna señal de algún teléfono.
—¡Maldita sea! —exclamó con frustración, sintiéndose casi tentada a azotar la tableta contra el suelo, pero se contuvo—. ¡Esta mujer no tiene una línea fija! El único teléfono es su estúpido celular. Perfecto momento para que un niño se rompa una pierna. Bien, Gemma, eres la tía del año.
Soltó un quejido agudo, y se dejó caer de sentón al sillón con la tableta sobre sus piernas.
—¿Quizás esta cosa puede hacer llamadas? —susurró para sí misma, mientras con la cabeza más fría tomó el dispositivo para volverlo a revisar.
—No llamadas telefónicas —escuchó de pronto que una bastante distintiva vocecilla le respondía a un lado.
—¡Ah! —exclamó Esther asustada, saltando del sillón. Se giró entonces presurosa en la dirección en la que aquellas palabras habían venido, abrazando la tableta con fuerza contra su pecho.
Parada en la entrada de la sala divisó justo a M3GAN, con su cabello sucio y enmarañado, lleno de hojas secas y lodo, al igual que su abrigo café que se encontraba igualmente sucio y algo desgarrado, en especial su manga. Se veía además mojada, como si hubiera caído en un charco… o se hubiera arrastrado por él.
Pero fuera de eso, se estaba en una pieza; menos de las que Esther se esperaba.
—M3GAN, ¿qué te pasó? —masculló Esther con una vocecita de (falsa) preocupación.
La robot ignoró su pregunta, y en su lugar estiró su mano al frente y dejó caer la pelota roja y azul que sostenía. El juguete cayó al suelo, rebotó y luego rodó hasta quedar frente a los pies de Esther. Luego, M3GAN  prosiguió con la explicación que había comenzado a dar.
—Con la aplicación correcta podrías hacer alguna llamada de voz por Internet. Sin embargo, si Gemma se ha comunicado todo este tiempo con el abogado por un medio distinto, podría levantar sospechas. Además que te arriesgas a que no reconozca tu voz como la de Gemma. Podrías intentar mandarle un mensaje de texto, pero estos también serían visibles en el teléfono de Gemma, y te arriesgas a que ella los vea antes de que puedas borrarlos.
Esther respingó un poco, pero se mantuvo serena. Incluso logró sonreír de forma despreocupada, como tenía tan bien ensayado.
—No sé de qué hablas —musitó con tono inocente—. Y no sé qué crees que estoy tratando de hacer…
—Creo que estás tratando de encontrar el número de contacto del Lic. Erick Landors, abogado de los Albright, en Darien, Connecticut —declaró la androide con total frialdad.
Aquello hizo mellas en la máscara de calma que Esther se había formado, y le fue difícil mantener su sonrisa. ¿Cómo se había dado cuenta? ¿O cuándo lo había hecho? Esa muñeca era más astuta de lo que parecía. No podía permitirse tenerla más tiempo cerca de ella…
—Sólo quería saludarlo —explicó con naturalidad mientras se movía lentamente en dirección a la esquina de sala, con un ojo puesto en M3GAN y otro en la lámpara decorativa que se encontraba sobre una de las bocinas a lado de la televisión—. Es que era buen amigo de mis padres.
—Por supuesto, esa es una posibilidad —indicó la androide, mientras giraba sutilmente su cuello, siguiendo los pasos de Esther sin moverse ella de su sitio—. Pero creo que ambas sabemos que es más probable que lo que quieres es recabar información sobre la herencia de Esther Albright. ¿No estás de acuerdo… Leena?
Esther se detuvo en seco, congelada en su sitio en cuanto la escuchó pronunciar aquello. Estaba ya a la distancia adecuada para sólo tener que estirar su brazo y coger la lámpara sin mucho problema. Aun así, le fue imposible mover sus manos ni un centímetro, como si estuviera totalmente entumida.
Su corazón se aceleró de golpe, e incluso sintió como éste retumbaba en sus oídos. Su sonrisa se esfumó totalmente de su rostro, y se giró para que su mirada se clavara justo, y sólo, en M3GAN. Y por primera vez en todos los días que llevaba viviendo en ese sitio, la máscara de niña inocente de diez años se desvaneció por completo, cayendo al suelo y rompiéndose en mil pedazos. Y debajo de ésta se asomó algo horrible… y violento.
—¿Cómo me llamaste…?
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wingzemonx · 1 month ago
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Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 163. Cierto Grado de Escepticismo
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Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 163. Cierto Grado de Escepticismo
El vehículo en el que viajaban el padre Alfaro y la pequeña Loren de trece años, se abrió paso por las estrechas calles de Roma, hasta estacionarse justo frente al convento de Santa María de los Ángeles. La niña se asomó por la ventanilla para ver el edificio de fachada algo vieja y desgastada (antes de la restauración que se le daría años después), aunque la escasa luz de luna de esa noche no le permitía ver mucho en realidad. Aun así, percibió aquel sitio con cierta familiaridad, como si se tratara de un lugar ya conocido para ella, a pesar de que era la primera vez que estaba en Roma; con más razón tenía que ser la primera vez que veía aquel sitio, sin duda alguna.
Jaime se bajó primero, y galante como sólo un hombre chapado a la antigua como él podía ser, rodeó el vehículo para abrirle le puerta a su joven acompañante. Incluso le ofreció una mano para ayudarla a bajar, aunque resultaba innecesario.
Lloviznaba un poco, aunque era más una brisa que otra cosa. Aun así, Jaime abrió un paraguas sobre su cabeza para que no se mojara, y la ayudó a dar un saltito para evitar pisar un charco que se había formado entre los adoquines de la acera. En su otra mano el sacerdote jalaba la pequeña maleta color rosado que llevaba las pocas pertenecías que Loren había tenido permitido llevar consigo, pues le habían indicado que viajar ligero era lo mejor.
Avanzaron lado a lado hacia la puerta de madera, y Alfaro jaló la cuerda desgastada para hacer sonar la campana que servía para anunciar la presencia de un visitante en la puerta.
—¿No tienen timbre? —preguntó Loren en voz baja con curiosidad.
—Creo que no tienen electricidad en lo absoluto —le susurró Jaime sólo para sus oídos, aunque eran los únicos ahí.
Loren intentó ocultar el fuerte impacto que esas palabras le provocaron. Estaba entonces de más que preguntara si acaso tenían televisión…
La puerta se abrió luego de retirar los pesados candados, y del otro lado apareció una mujer de baja estatura, complexión robusta y rostro redondo, ataviada en hábito de monja de café y blanco. En su mano sostenía una lámpara de aceite que mantenía elevada a la altura de su rostro para iluminarlo. Jaime le saludó con un pequeño ademán de su cabeza, y la monja le regresó el mismo gesto. Luego se giró hacia la pequeña a su lado.
—Loren, ésta es la hermana Valentina de la Cruz, la madre superiora de este convento. Ella estará a cargo de cuidarte durante los siguientes meses.
La niña se giró a mirar a la mujer, que de hecho no era mucho más alta que ella, por lo que no tenía que verla tan hacia arriba. Ésta le sonrió, pero de una forma que a Loren no le pareció del todo gentil, sino más bien incomoda.
—Hola, Loren —masculló la monja en voz baja, casi como si temiera despertar a alguien si alzaba aunque sea un poco más la voz—. Bienvenida a Santa María de los Ángeles. Las hermanas te ayudarán a instalarte.
La madre superiora se hizo a un lado, y Loren se percató de que no venía sola, sino acompañada de otras dos monjas vestidas como ella, aunque se veían más jóvenes. Cada una con su respectiva lámpara.
Loren sintió de pronto una punzada de angustia, e instintivamente aferró una mano contra la de Jaime que sujetaba la manija de su maleta.
—Está bien, puedes confiar en ellas —le aseguró Jaime con voz suave y afable. Se soltó con delicadeza de su agarre, y colocó su mano sobre la cabeza de la pequeña—. Yo vendré a verte cada vez que pueda, ¿de acuerdo?
Loren lo miró de regreso con sus ojos azules bien abiertos, y se limitó sólo a asentir como respuesta. Tomó entonces ella misma la manija de su maleta, y avanzó hacia la puerta, arrastrando su equipaje detrás de ella. Pasó a lado de la madre superiora y se reunió con las otras dos monjas. Éstas la saludaron, pero la niña permaneció en silencio. Las tres no tardaron mucho en avanzar y perderse entre las sombras que envolvían el interior del convento.
—Es un poco callada —señaló a madre Valentina.
—Sólo requiere tomar confianza para que suelte su lengua —señaló Jaime, casi con humor.
—En verdad no creo que este sitio sea el ambiente adecuado para una niña tan pequeña.
—Sólo será por unos meses —recalcó el sacerdote—. Luego la iremos rotando entre diferentes conventos, para que no se quede mucho tiempo en un sólo sitio.
—Eso es incluso un poco peor —suspiró la madre con cierto desasosiego—. Padre, ¿en verdad ella… es tan especial como dicen?
Jaime sonrió, pareciendo a la escasa luz de la luna y de la lámpara de aceite casi divertido por la pregunta.
—Dejaré que usted misma lo averigüe y lo juzgue —le respondió con voz criptica, algo que al parecer no le agradó mucho a la monja. El semblante de Jaime adoptó entonces un aire más serio—. Pero pase lo que pase, protéjala, madre. Es en estos momentos es el tesoro más preciado que tiene nuestra Iglesia.
* * * *
El Vaticano recibía a diario miles de visitantes de todas partes del mundo. Era fácil para cualquiera perderse y mezclarse entre todo ese mar de personas que caminaban bajo el sol de la tarde por la Plaza de San Pedro; o ingresaban en fila a la Basílica; o admiraban por dentro y por fuera la Capilla Sixtina; o tomaban fotos y videos de estos y de todas las maravillas arquitectónicas y artísticas que este recinto tenía para ofrecer.
En un sitio así, uno pudiera ser cualquier persona; sólo uno más entre la multitud. Y eso era justo con lo que contaba Conrad Cox. Pues estando ahí, aquel hombre de rostro pálido, alargado y de expresión sombría, era sólo un turista más tomando fotografías de la fachada de la Basílica de San Pedro con su cámara costosa, aunque de aficionado, con su gorra del L.F.C. bien puesta para cubrirse del sol, y vistiendo unos pantaloncillos cortos color caqui.
¿Quién supondría que aquel individuo de apariencia tan común pudiera ser un oficial de inteligencia de alto rango del MI6? O, aún mejor: ¿quién podría pensar que se trataba de uno de los Diez Apóstoles de la Bestia, de pie ahí con total soltura en el corazón mismo de la Iglesia Católica? A sólo cuestión de metros del sitio en donde se encontraba el Papa y sus cardenales.
Una simple pero efectiva muestra de poder y control. Pero Conrad Cox no estaría en ese sitio sólo para presumir algo tan banal como eso. Su propósito era mucho mayor. Como casi todo el mundo, se enteró del Consistorio Extraordinario que el Papa había solicitado; quizás incluso se enteró antes que la mayoría de los cardenales. Y el que lo hiciera apenas unos días después de lo ocurrido con Damien, no le olía para nada que se tratara de una coincidencia. Y, de hecho, no tardó mucho en confirmar que no lo era.
Y ahora se encontraba ahí, dando vueltas y aguardando a que su contacto llegara y le pasara de primera mano toda la información de lo sucedido en esa reunión a puerta cerrada. Conrad en realidad se encontraba tranquilo. No le preocupaba particularmente lo que la gente en esa sala pudiera hacer, pero sí lo que sus locos mercenarios sueltos por el mundo podrían intentar. Y con las cosas como estaban, lo mejor para ellos era mantener todo lo más tranquilo posible.
Mientras repasaba esa idea y tomaba más fotografías de la fachada de la enorme basílica, su contacto apareció al fin en su rango de visión, aproximándose por un costado a su encuentro. Era difícil pasarlo por alto; a diferencia de él, resaltaba entre la multitud por su más que distintivo hábito negro y rojo de cardenal.
—¿Disfrutando de la arquitectura, Sr. Cox? —le preguntó con tono afable el cardenal Joaquín Robles, actual Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, una vez estuvo lo suficiente cerca de él. Sus labios se estiraron en una amplia sonrisa, que al ojo de Robles, curtido por años de experiencia, le pareció un tanto forzada.
—Siempre he preferido el estilo barroco al renacentista —respondió Conrad con voz neutra, al tiempo que alzaba su cámara y tomaba una fotografía más. Observó de soslayo al cardenal, y se dio cuenta de que no venía solo, sino que lo acompañaban unos pasos detrás dos sacerdotes más jóvenes; sus asistentes, quizás. Tenían que ser de confianza si había decidido llevarlos con él a esa reunión—. ¿Ya terminaron? —preguntó directamente, sin mucha ceremonia.
El cardenal Robles sonrió divertido, aunque de nuevo a Conrad no le pareció sincero.
—No, sólo hicimos un receso para comer —le explicó con naturalidad—. Y en mi caso yo pude escabullirme un momento para reportarme y que no se preocupara de más.
—Una simple llamada también hubiera bastado.
—No, no —indicó el cardenal, categórico—. Esto necesitamos platicarlo en persona, Sr. Cox.
—¿Sucedió algo grave?
La sonrisa del cardenal adoptó un aire de suficiencia que a Conrad no le agradó. Era como si le estuviera diciendo con la sola mirada: “pequeño tonto, no sabes nada”. Hace un tiempo le habría metido una bala entre los ojos a cualquiera por menos que eso. Pero ahora se veía forzado a moverse y actual de forma más “política”.
—¿Gusta que caminemos un poco? —preguntó el cardenal, extendiendo una mano en dirección a la basílica—. Puedo darle una recorrido personalizado.
No era que la idea le encantara de forma particular, pero Conrad estuvo de acuerdo en que era mejor que hablaran en otro sitio en el que no estuvieran tan a la vista de cualquiera.
Había varios turistas haciendo fila para ingresar al recinto, pero Robles se encaminó directo hacia un acceso especial, por el cual le permitieron a él y a sus acompañantes a ingresar directo. Privilegios de cardenal, supuso Conrad; uno de muchos dentro de las muros de esa pequeña ciudad.
Una vez ingresaron a la enorme iglesia, el sonido de los pasos y los murmullos de los visitantes resonando en el eco de los techos altos inundó por completo los oídos de Conrad. El sitio era tan bullicioso, pero a la vez tan callado… Era una sensación extraña, que sólo las iglesias podían provocarle.
Había muchas maravillas y obras a su alrededor que observar, analizar y fotografiar, pero lo cierto era que ninguna era en lo absoluto del interés de Conrad.
Mientras avanzaban por los amplios pasillos de la basílica, los dos sacerdotes más jóvenes los seguían, pero unos pasos detrás, manteniendo una prudente distancia. Miraban a todos lados, observando a cada individuo a su alrededor, de una forma que a Conrad le pareció más propia de un par de guardaespaldas que de dos clérigos. Se preguntó si acaso no se trataban en realidad de lo primero. De ser así, el cardenal Robles era sensato al hacerlos pasar por sacerdotes. En un lugar como ese, dos hombres comunes en sotana llamarían poco la atención; menos que un turista cualquiera caminando y charlando con un cardenal por la Basílica de San Pedro, eso era seguro.
—La discusión sigue, y seguirá —le murmuró en cardenal por lo bajo mientras caminaban—. Las opiniones sobre cómo proceder están divididas. Pero al final eso poco importará, pues la última palabra la tiene el Santo Padre, y es más que claro que él está inclinado a proceder. Sólo busca la forma correcta de justificarlo.
—Entonces tiene que esforzarse más arduamente en que no pase eso —le recriminó Conrad con severidad.
—Me temo que para este punto, no hay mucho que yo pueda hacer para evitarlo. Independientemente de lo que decidan este día, la realidad es que el Sisco Dei ya tiene sus ojos bien puestos en su muchacho, y no lo soltarán tan fácil. En especial ahora que mató a uno de sus amigos más queridos.
—Ninguno de ustedes tiene ni idea de lo que pasó en ese pent-house —se defendió Conrad con tozudez—. Y hasta donde nosotros pudimos averiguar, su inspector de milagros se metió solo en esa situación. Eso, y la intervención del DIC, fue lo que nos jugó chueco, y también a su hombre.
—El Sisco Dei no lo ve así —le advirtió Conrad—. En la ambigüedad de lo ocurrido, y con esa última declaración que soltó antes de morir, están más que convencidos de que Damien Thorn es el culpable de la muerte de Jaime Alfaro, y también de que es el Anticristo que han estado buscando, de paso. Así que, amigo mío, las cosas se les van a complicar a partir de ahora, quieran o no.
—¿Me está diciendo acaso que el Sisco Dei se atrevería a hacer algo por su cuenta? ¿Aún en contra de las instrucciones del Colegio de Cardenales y del Papa mismo?
Robles dejó escapar una discreta risita divertida, como si acabara de escuchar la pregunta inocente e ingenua de un niño que no sabía siquiera como sonarse la nariz. De nuevo esa actitud provocaba que Conrad tuviera el anhelo de reventarle la cabeza con algo, pero se contuvo.
—Se han autoproclamado el Brazo Ejecutor de Dios —le informó el cardenal con cierta ironía en sus palabras—. Y un título tan peligroso como ese, inevitablemente viene con ciertas atribuciones que creen merecerse. En otras palabras, su accionar puede ser impredecible, incluso para mí. Y con lo que ocurrió esta tarde, bueno… lo es mucho más.
Aquel último comentario captó poderosamente la atención del Apóstol.
—¿Qué ocurrió?
Para esa parte de la conversación, al parecer Robles sí que prefería estar un lugar más discreto. Dirigió a su acompañante con paso firme hacia una de las tantas capillas que componían el recinto, eligiendo la Capilla del Coro en el ala del lado izquierdo. Cuando ingresaron, el sitio se encontraba solo, y los dos hombres en traje de sacerdote que los acompañaban se quedaron justo en la entrada para asegurarse que fuera así.
Los pasos de Conrad y Robles resonaron en el eco de la pequeña capilla, presidida por el Altar de la Inmaculada Concepción, y esa hermosa imagen de la Virgen María, en túnica blanca y manto azul, ascendiendo al cielo rodeada por ángeles, y venerada desde abajo por los santos. Incluso Conrad debía reconocer su belleza.
Ambos se sentaron lado a lado en una de las bancas de la capilla, de espaldas a la entrada. Una vez sentados, Robles no se hizo esperar mucho antes de reanudar su charla.
—¿Alguna vez le platiqué de aquellas personas a las que algunos de mis hermanos, en especial dentro del Ministerio de Exorcismos, llaman los “Iluminados de Dios”?
—No lo creo —respondió Conrad sin mutarse—. Pero con el sólo nombre puedo darme una idea de a qué se refiere.
—Es una idea arraigada para estos miembros del clero, de que hay ciertos individuos que son de alguna forma tocados por el mismísimo Dios, y bendecidos con Su luz. Y esto les brinda ciertas… habilidades. Principalmente el don de ver cosas que los demás no podemos, ni debemos, ver. Algunos incluso pueden oír la voz misma de Dios diciéndoles qué hacer.
—Suenan a los religiosos delirantes de toda la vida —indicó Conrad con dejo beligerante. Robles no pareció tomárselo a mal, e incluso sonrió divertido ante la idea.
—Muy cierto. Y la mayoría estaría de acuerdo con usted. Pero hay una porción importante que sí que cree en estas afirmaciones. Y entre ellos, lamentablemente, se encuentra el Santo Padre. Y una de esas Iluminadas, y la más “importante”, por decirlo de alguna manera, justo hoy acaba de meterse a la fuerza durante nuestra reunión, afirmando sin menor miramiento que ella iría tras Damien Thorn, sin importar lo que nosotros decidiéramos. Y esto no sólo influyó en la postura del Santo Padre, sino que temo que podría alentar al Sisco Dei a hacer justo lo mismo.
Conrad afiló su mirada, y observó al cardenal con expresión reflexiva.
—¿Quién es esta persona? —preguntó con seriedad. Robles resopló con marcado desdén.
—Una impertinente chiquilla americana llamada Loren Mc… no sé qué. Por lo que he oído, nació dentro de una secta de los suyos en Luisiana, por lo que quizás usted sepa más al respecto que yo.
Conrad tomó nota de ese dato. Él en particular no tenía idea de a qué secta se refería, pero estaba casi seguro de que Adrian o Lyons tendrían más que ofrecer a la cuestión.
Robles prosiguió con su explicación.
—Según entiendo, ella misma mató a todos sus integrantes con sus poderes, que al parecer son capaces de desatar la ira de Dios sobre los impuros. De nuevo, eso es lo que dicen. Junto que puede escuchar la voz de Dios, y recibir visiones e instrucciones directamente de Él. Hay gente que incluso se atreve a cometer la herejía de llamarla un nuevo “Mesías”.
La boca de Robles se torció en una mueca de desagrado, casi como si le hubiera provocado arcadas tan sólo pronunciar aquello.
—¿Puede creerlo? ¿Una mujer como el nuevo mesías? Y encima estadounidense; no sé cuál de las dos es peor. Primero que cuelgo de la torre más alta del Palacio Papal, antes de ver un mundo donde eso sea verdad.
Conrad no respondió nada a aquel comentario. Lo cierto era que no le sorprendía en lo absoluto que algún miembro de esa decadente iglesia se expresara de esa forma. Actualmente iban con bandera de ser más liberales, abiertos y modernos, pero en el fondo seguían siendo los mismos dinosaurios que le temían a todo aquello que se salía de la línea que ellos mismos se inventaron.
¿Qué opinaría el buen cardenal si supiera que dentro de la Hermandad cuatro de los Diez Apóstoles eran mujeres? Quizás no le sorprendería considerando la opinión que tenía de ellos, o sería la gota final para que prefiriera terminar su tambaleante pacto. Como fuera, era mejor no decirlo; no sólo por eso, sino porque no convenía que tuviera más información sobre su organización de la necesaria.
Más interesante aún resultaba el tema de esta “iluminada”. Sonaba desde una lunática cualquiera, hasta quizás una de esas UPs que tanto obsesionaba al DIC, y que el MI6 comenzaba a investigar, aunque de formas más sutiles. Pero suponía que si fuera cualquiera de las dos opciones, no alteraría tanto al cardenal. Así que era algo que no debía simplemente hacer de lado, sin al menos escuchar más al respecto.
—¿Es una amenaza real para nosotros? —preguntó con algo de escepticismo—. ¿Puede hacer realmente todo eso que dice? ¿O son solo trucos de feria?
—No lo sé —admitió Robles sin mucho problema—. Ignoro qué tan cierto es todo lo que dicen de ella. Pero independientemente de eso, es más que evidente que su presencia causa un efecto en los cardenales, y también en Su Santidad. Así que no creo que sea un elemento que sea recomendable, para ninguno de los dos, dejar andar con libertad. Mucho menos con la forma en la que están por complicarse las cosas. ¿Entiende a lo que me refiero, Sr. Cox?
El cardenal culminó su comentario ofreciéndole a su oyente una mirada enigmático, pero que igual Conrad supo interpretar sin dificultad.
Así que de eso se trataba ese asunto, o al menos en parte. El buen cardenal quería que ellos se encargaran de eliminar a esa persona que le causaba tanta molestia y estorbaba en su propia agenda. No se lo recriminaba, pero le hacía cuestionarse qué tan cierto era que esta chica representaba también un peligro para ellos, como para ameritar una acción como la que el cardenal insinuaba.
—Si es tan importante para el Papa como dice, su muerte justo en este momento podría levantar sospechas —indicó Conrad, reflexivo.
—¿Hacia quién? —inquirió Robles, bastante tranquilo—. Se paró ante todo el colegio de cardenales, y al menos una decena de invitados especiales. Cualquiera podría haber dado la información. Podría incluso así matar dos pájaros de una sola pedrada, ¿no cree? Elimina a este símbolo tan importante para la Iglesia, y de paso los pone paranoicos buscando quién pudo haberlos traicionado. Tal vez eso los desaliente y los distraiga lo suficiente para olvidarse por un rato de su chico.
—O los motive aún más —señaló Conrad, sonando casi como una reprimenda—. Sus colegas han demostrado una gran facilidad para volver mártires a cualquier colega caído, y usarlo a su favor.
—Le aseguro que ese riesgo bien vale la pena, en comparación con lo que implicaría que esta chiquilla haga lo que quiera. Pero deberá ser esta noche, pues conociéndolos es muy probable que para mañana intenten moverla a otro sitio.
El cardenal parecía bastante decidido en eso, y no estaba dispuesto a dejarle a Conrad muchas opciones. Pero en todo caso, el Apóstol de la Bestia no tenía mucho que perder, pero sí que ganar con cumplirle su petición. En el mejor escenario eliminaba a una amenaza potencial a sus planes; en el peor, simplemente provocaba confusión y miedo entre sus enemigos, dándoles tiempo a ellos para hacer su siguiente movimiento.
Debía tomar una decisión estratégica, y era su dogma personal que siempre que se enfrentara a ese tipo de situaciones, la ofensiva solía ser la mejor opción.
—¿En dónde está? —preguntó con voz ausente, aun no dejando en evidencia para su oyente si lo haría o no.
—Si no me equivoco, venía acompañada de la hermana Valentina de la Cruz, madre superiora de Santa María de los Ángeles. Es un convento de religiosas, no muy lejos de aquí. Apostaría a que ahí es donde se oculta.
—¿Protegida sólo por monjas? —cuestionó Conrad, un tanto incrédulo.
—Mezclada entre ellas como una más, para no llamar la atención —señaló Robles con voz astuta.
—Si es así, ¿cómo sabremos cuál es ella?
—Oh, lo sabrán, se lo aseguro. Pero, por si acaso, recomendaría no dejar a ninguna con vida. Daría un mensaje mucho más contundente.
Vaya, el buen cardenal no se andaba con nimiedades al momento de ordenar un asesinato, incluso si se trataba de mujeres que pertenecían a su propia iglesia. Y luego tenían el descaro de decir que los sirvientes del “mal” eran ellos.
—Entendido —masculló Conrad, con bastante neutralidad, mientras se paraba de su asiento con aparente disposición de retirarse de una buena vez—. Su ayuda será bien recordada, cardenal Robles. Llegado el momento, obtendrá su recompensa.
—Usted sabe muy bien cuál es la única recompensa que yo busco —declaró el cardenal con firmeza, y algo de dureza, en la voz—. Mis colegas tienen la idea equivocada; creen que es nuestro deber detener el surgimiento del Anticristo. Sin embargo, yo y mis amigos lo tenemos más claro: la Bestia debe alzarse, para que así nuestro Salvador vuelva y ponga fin a todo. Las escrituras son muy claras al respecto. Intentar detener el surgimiento del Anticristo es ir contra el gran plan de Dios. Así que hasta que ocurra lo que tiene que ocurrir, ambos estamos del mismo lado. Pero sólo hasta entonces; no lo olvide. Después de todo, ya está escrito quien prevalecerá al final.
Conrad no pudo evitar esbozar una de sus muy inusuales sonrisas. Aunque no era ni cerca la primera vez que el cardenal le decía algo como eso, siempre le divertía escucharlo.
—Todo su plan se basa en la creencia de que sus “escrituras” son exactas y ciertas, cardenal —le advirtió Conrad—. Pero no olvide quién las escribió: hombres tontos y creyentes, igual que usted, que quizás sólo vieron lo que quisieron ver. El final de esto podría no estar tan decidido cómo cree.
Robles también sonrió, pero él lo hizo con confianza, y con la misma altanería que había mantenido durante toda su conversación.
—Entonces, mi buen amigo, llegado el momento lo sabremos. Mientras tanto, fue un gusto hablar con usted, como siempre.
Robles se levantó de su asiento, y se despidió con un último ademán de su cabeza. Conrad hizo lo mismo, aunque se tomó un tiempo prudente para marcar distancia entre el cardenal y él.
Mientras salía de la capilla, y se dirigía después a la salida de la basílica, el Apóstol pensaba en lo ansioso que se sentía porque ese “momento” al que hacía referencia el insulso cardenal llegara al fin. Y añoraba poder ser él mismo quien le metiera una bala entre los ojos, una vez que se diera cuenta que su “Salvador” no llegaría a socorrerlo como tanto deseaba.
— — — —
La amenaza de Greta de ir ella misma al convento de Santa María de los Ángeles no había sido en vano. En cuanto salió caminando del Vaticano, se internó en las calles de Roma, buscando el recinto religioso por medio del mapa en su teléfono, y de instrucciones de la gente. Se perdió un poco entre los callejones, pero al final logró dar con aquella casa vieja, pero con una fachada renovada diferente a la que Jaime y Loren habrían visto hace poco menos de diez años cuando llegaron ahí por primera vez.
Una vez llegó a su destino, no se anduvo con nimiedades ni vacilaciones, y llamó de inmediato a la campana que colgaba a un lado; quizás con más ahínco del necesario, haciendo que ésta resonara por todo el convento. La puerta no tardó mucho en abrirse, de la mano de la madre superiora en persona, que se asomó a ver bastante malhumorada a quién tocaba.
Greta la reconoció; era la misma religiosa que acompaña a la muchacha más temprano. Siguió calmada, y le sonrió con gentileza a la monja, antes de presentarse.
—Buenas tardes, soy la hermana Greta Fraueva del Sisco Dei. Vengo a ver a Loren McConnell.
La madre Valentina la observó unos segundos con marcada desconfianza.
—Aquí no hay nadie con ese nombre. Debió haberse confundido.
Y sin más pasó a intentar cerrarle la puerta tajantemente. Greta, sin embargo, se adelantó y detuvo la puerta con una mano antes de que pudiera cerrarla por completo. La monja descubrió para su pesar que aquella mujer era más fuerte de lo que parecía.
—Sé que no es verdad —indicó Greta con dureza—. Yo estaba sentada en esa sala, muy cerca de la puerta, cuando usted y esa jovencita entraron.
Aquello puso gravemente nerviosa a la monja, cuyo rostro se tornó pálido. Greta sintió en ese momento que quizás se había pasado un poco con su asertividad. Retiró con cuidado su mano de la puerta, y por suerte la madre superiora no intentó cerrarle de nuevo; al menos de momento.
—No se asuste, trabajo con el cardenal Montgomery —le informó con voz más sosegada. Eso pareció darle un poco más de confianza.
—¿Su Eminencia la envió?
Greta pensó con cuidado su respuesta.
—Ciertamente al cardenal le interesaría mucho saber del estado de Loren, y si se encuentra bien, luego de tan… inusual presentación.
Y técnicamente no era mentira; estaba segura de que al cardenal le podría preocupar el estado de la muchacha, aunque la realidad es que de ser así, no la hubiera enviado a ella a verificarlo.
En la medida de lo posible, Greta procuraba no mentir; era un grave pecado, después de todo. Y en especial no mentirle a una practicante de la fe como ella. Pero a veces su trabajo requería que jugara un poco con la verdad para así lograr lo que se proponía.
La madre Valentina pareció ponderar su respuesta un buen rato, debatiendo quizás en si podía o no confiar en aquella mujer desconocida que se había parado de la nada en su puerta, pidiendo ver a su “iluminada secreta”. Esa pizca de reticencia fue bien recibida por Greta, considerando que era su misión esconder a la chiquilla. Pero quizás en parte, tras ese espectáculo que habían dado más temprano, sabía de antemano que mantenerla en secreto sería mucho más complicado. O quizás algo en Greta le inspiró confianza. Cualquiera que haya sido el motivo, la madre Valentina accedió al final a concederle su petición.
—Pase —indicó con voz neutra, retirándose de la puerta para que entrara. Greta la agradeció con un ademán de su cabeza, e ingresó al convento con paso solemne, y con el debido respeto que todo sitio de oración como ese se merecía.
La madre Valentina cerró la puerta una vez estuvieron las dos dentro, y comenzó a guiar a su visitante hacia el interior del recinto. Le indicó que Loren debía estar en la cocina en esos momentos, pues le tocaba ayudar en la preparación de la cena. A Greta le sorprendió un poco que pusieran a su iluminada a hacer tareas como cualquiera otra monja, pero supuso que era parte de su forma de hacerla pasar desapercibida. Pero si esa chiquilla era aunque fuera la mitad de… expresiva como lo había sido en esa sala, dudaba que pudiera de alguna forma pasar desapercibida en cualquier sitio.
—¿A qué orden pertenece? —preguntó de pronto la madre Valentina.
—¿Cómo dice?
—Dijo que era una hermana —le recordó la madre superiora—. ¿A qué orden pertenece?
La pregunta incomodó un poco a Greta. Al decirle aquello no había técnicamente mentido, pero sí había sido una de esas “verdades” con las que tenía que jugar a veces. Pero ya que la madre superiora había confiado en ella, Greta sintió que se merecía el mismo trato.
—Soy lo que llaman algunos una “laica consagrada” —explicó—. Hace un poco más de veinte años, tenía la intención de tomar los votos definitivos. Sentí que había escuchado el llamado del Señor, y me preparé por mucho tiempo con la meta de acatar ese destino. Pero estando ya casi en el paso final, me retracté, y abandoné el noviciado. Aun así, mi entrega a Dios nunca estuvo en duda, y decidí consagrarme a Él de otras formas.
Se hizo el silencio. Greta sólo miraba la espalda de la madre superiora, que caminaba con paso lento delante de ella, por lo que no podía verle el rostro para intentar adivinar qué pasaba por su mente. Se preparó para recibir alguna reprimenda o crítica de su parte, pero al final no fue nada parecido.
—En realidad no es tan extraño que una hermana se arrepienta a último momento —comentó la madre Valentina, sin reprimenda ni ataque, sólo señalando un hecho que quizás le resultaba, a lo mucho, curioso—. Los motivos para hacerlo, según tengo entendido, pueden ser muy variados. Pero ciertamente hay más de una forma de servir a Dios.
Greta sonrió; un pequeño sentimiento reconfortante se formó en su pecho. A lo largo de los años había recibido diferentes opiniones con respecto a su decisión final de tomar los votos. La mayoría no del todo negativas, al menos no explícitamente, aunque casi siempre igual percibía cierta crítica asomándose detrás de las palabras bonitas. Sin embargo, extrañamente quienes menos la juzgaban y parecían comprender mejor su decisión, eran precisamente otras monjas.
—¿Le molesta si le pregunto sobre los suyos? —preguntó la madre Valentina—. Sus motivos para no tomar los votos, me refiero.
Esa era otra pregunta que solía aparecer mucho en esas conversaciones. Usualmente les sacaba la vuelta o daba una respuesta de lo más ambigua. Pero en esa ocasión sintió que la madre Valentina merecía una respuesta mejor que esa.
—Algo pasó… —musitó con voz apagada—. No a mí, sino a una muy buena amiga. Y eso me hizo replantearme varias cosas que yo creía estaban claras. Pero, como dije, mi misión de servir a Dios nunca se ha tambaleado. Incluso después de eso.
—Tiene un espíritu admirable, hermana Greta —señaló la madre superiora con total convicción.
—Se lo agradezco.
— — — —
En la cocina había en efecto cinco novicias que, en la teoría, deberían estar encargándose de la preparación de la cena. Pero, en la práctica, las jóvenes monjas estaban más interesadas en escuchar el relato que Loren tenía para compartirles, sobre su satisfactoria incursión al Vaticano.
Las cinco se encontraban en torno a la mesa redonda de madera que estaba ahí en la cocina, a unos metros del horno de leña. Tres de ellas sentadas, incluida Loren, y las otras dos de pie a su alrededor, pero igual escuchando con sumo interés.
—¿En verdad estaba el Santo Padre ahí? —preguntó con emoción una de las muchachas sentadas. Loren le respondió con tres rápidos asentimientos de su cabeza, al tiempo que masticaba el bocado de su pandoro.
—¿Y lo viste? —preguntó otra, intrigada.
Loren se apresuró a tragar el pedazo de pan, antes de responder.
—Y hablé con él —indicó, colocando cierto misterio a su voz. La emoción de sus oyentes se acrecentó al instante.
—¿Y cómo es?
Loren se tomó unos instantes para pensar en la mejor forma de responder a eso. ¿Cómo era? Pues, si tenía que describirlo de alguna forma…
—Es un hombre… normal, creo.
Eso ciertamente no era lo que las demás esperaban oír. Y no tuvo que percibir las emociones o pensamientos de ninguna de ellas: sus solas expresiones de asombro se lo dejaron bastante claro.
—¿Cómo dices eso? —comentó una de ellas, desconcertada.
Loren vaciló, dubitativa sobre qué había dicho mal.
—Bueno, sí sentí una gran paz brotar de él —explicó presurosa—. Una que creo sólo se consigue cuando se ha llegado a un punto de armonía consigo mismo. Es algo que he sentido en muy pocas personas, usualmente en aquellos que están cerca de morir, y saben qué deben hacer las paces con todo.
Y sin darse cuenta, su intento de apaciguar las cosas había, de hecho, preocupado aún más a sus compañeras.
—¿Pero qué dices…? —musitó una de ellas con temor, cubriéndose después la boca con una mano.
—No, aguarden —insistió rápidamente—. No quiero decir con eso que el Papa vaya a morir, no. Sólo es una comparación, lo que se me vino a la mente.
Las novicias se miraron entre ellas, pero fue claro que ninguna estaba del todo convencida con aquella explicación.
—¿Segura que es sólo eso? —preguntó una de ellas con duda—. Si Dios te dijera algo sobre el Santo Padre, nos lo dirías, ¿verdad?
Loren vaciló un momento, antes de poder responderle cualquier cosa.
—Por supuesto —pronunció esbozando una amplia sonrisa—. Pero les aseguro que no me ha dicho nada. Estén tranquilas.
Y su petición pareció funcionar para que en efecto se calmaran; al menos un poco.
Igual no tuvieron oportunidad de objetar o preguntar más, pues justo entonces la madre Valentina se paró en el marco de la puerta. Y al ver que ninguna estaba trabajando en lo que se suponía debía estar haciendo, carraspeó con fuerza para hacerse notar. Todas, incluida Loren, se giraron a mirarla con ojos de cachorros asustados.
—Si ya terminaron de parlotear como niñas en patio de primaria, reanuden sus actividades. Vamos, andando.
La madre superiora aplaudió con fuerza y el sonido de sus palmas retumbó en el eco de la cocina. Las monjas comenzaron a moverse al instante para atender la indicación.
—Tú no, Loren —sentenció la madre Valentina con rapidez. Loren se detuvo en seco a medio camino hacia los platos sucios, y se giró rápidamente en su dirección—. Tienes una visita.
Loren divisó entonces a la mujer alta en ropa de civil que acompañaba a la madre superiora, y que se asomaba desde el pasillo hacia el interior de la cocina. Loren la observó, un tanto reticente, pero se aproximó a ella con cautela.
—Mucho gusto, Loren —le saludó la mujer, acompañada de un pequeño asentimiento de su cabeza. No le extendió la mano ni nada parecido, pero esto a la muchacha no le extrañó.
—Usted estaba en la sala del consistorio —señaló Loren con absoluta seguridad.
—¿Me viste?
—Sentí como usted me veía a mí —le explicó—. El roce de su mirada es muy distintivo.
La curiosa expresión pareció confundir un poco a la mujer, aunque igual eso no evitó que al final sonriera, divertida.
—El roce de mi mirada, interesante —musitó pensativa. Se giró entonces hacia la madre superiora—. ¿Le molestaría si hablo con ella a solas?
—Yo preferiría que no —respondió la monja con tajante convicción.
—Está bien, madre —indicó Loren, despreocupada—. No corro ningún peligro con ella. Es un leal soldado de Dios.
La afirmación tomó por sorpresa tonto a la madre superiora como a la visitante. Aun así, ninguna se atrevió a cuestionarla al respecto.
—Pasen al comedor, entonces —indicó la madre Valentina, aún no muy convencida pero guio a ambas hacia el comedor del convento, un área adyacente a la cocina por la que se accedía por otra puerta diferente a la que habían usado para entrar.
El comedor del convento se componía de dos largas mesas, paralela una a la otra, ambas acompañadas de una serie de bancas de la mitad de su largo para sentarse. Ahí las monjas bendecían y consumían sus sagrados alimentos, pero en esos momentos no había nadie. Greta y Loren tomaron asiento frente a frente en el extremo de una de esas mesas, y la madre Valentina se retiró para dejarlas solas.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó la invitada justo en el momento que se quedaron solas, desconcertando un poco a la joven delante de ella.
—¿Perdón?
—Qué soy un leal soldado de Dios —aclaró Greta—. ¿Él te lo dijo? ¿O sólo lo supones?
—Un poco de ambas cosas —respondió Loren sin pensarlo mucho, y tomando un tanto por sorpresa a la otra mujer, aunque no demasiado.
—¿Qué más sabes de mí? —inquirió Greta en voz baja—. ¿Sabes mi nombre o por qué estoy aquí?
—Lo primero, no; ni idea. Lo segundo… Creo que quiere entender qué fue lo que ocurrió en esa sala, y quién soy en realidad.
—No se necesita hablar con Dios para intuir eso. En especial luego del espectáculo que diste, Loren. ¿Puedo llamarte Loren?
—Supongo que sí —respondió la joven, encogiéndose de hombros—. ¿Cómo debería llamarla yo a usted?
—Soy la hermana Greta Fraueva del Sisco Dei. ¿Sabes lo que es?
Loren no respondió tan inmediatamente en esa ocasión, sino que se tomó un momento. No porque no supiera de qué hablaba, que ciertamente sí que lo sabía. Sino porque la mención repentina de aquel grupo la tomaba un poco desprevenida.
—Sí, el cardenal Montgomery y el padre Alfaro me hablaron mucho de dicho grupo. Son el brazo armado de Dios, encargado de erradicar la influencia del Diablo en el mundo. Y son además a quienes se les ha encomendado desde hace diecisiete años encontrar al Anticristo. Lo que me hace suponer que ustedes fueron los que dieron con Damien Thorn.
—No yo en específico —explicó Greta—, pero sí algunos de mis colegas. Yo no he estado del todo involucrada en la búsqueda del Anticristo. Mi mayor enfoque en los últimos años ha sido rastrear a la Hermandad, y en especial a sus cabecillas, los llamados Diez Apóstoles de la Bestia.
Loren asintió con comprensión en su expresión.
—¿Y cómo le ha ido con eso?
—No como me gustaría —respondió Greta con una sonrisita irónica—. ¿Algún consejo de hacia dónde apuntar?
—No —confesó Loren con lamentación, agachando la cabeza—. Me temo que eso, sea lo que sea, que mantiene al Anticristo lejos de mis visiones, se aplica también sobre aquellos que lo cuidan y le son leales.
—Bastante inconveniente.
—Ciertamente lo es. Me gustaría poder entender por qué es así, pero es un misterio también para mí.
Ambas se quedaron en silencio. Greta la observó de forma inquisitiva por un buen rato, y Loren presintió que ponderaba si acaso creer o no en su explicación. Y no era necesario tener su percepción superior para notarlo; la hermana no lo disimulaba ni un poco.
Tras ese largo rato, la hermana rompió el silencio de nuevo, adoptando una posición menos agresiva.
—Estuve leyendo mucho sobre todo lo que, supuestamente, eres capaz de hacer. En especial me llama la atención la parte de invocar las plagas bíblicas.
—Sólo ocurrió una vez, cando tenía doce. No es algo que pueda replicar a voluntad.
—Eso también es un poco inconveniente, ¿verdad?
Sí, lo era. Pero Loren no tuvo muchas ganas de responderle al respecto, pues ya le resultó aún más claro que ella creía que le estaba mintiendo de alguna forma. Intentó que eso no la molestara demasiado, pues no era la primera vez que se enfrentaba a alguien así. Pero no era una tarea tan sencilla.
—¿Sabes cómo te consideran varios allá afuera? —preguntó Greta de pronto. Loren no respondió—. Algunos creen que eres un fraude; otros que eres una nueva clase de profeta; otros incluso que eres un mesías, una posible Segunda Venida; y otros que eres un ángel encarnado en la Tierra. ¿Qué eres en realidad, Loren?
Loren suspiró con pesadez, y giró el rostro hacia otra dirección.
—No lo sé —respondió en voz baja—. Esperaba que venir aquí me ayudara a descubrirlo, y Katherine creía lo mismo. Pero no ha rendido los frutos que me hubiera gustado. Sigo sin tener claro qué soy, o por qué puedo hacer lo que hago. Pero lo que tengo seguro es que lo hago porque tengo una misión que cumplir en este mundo.
—¿Y esa misión es destruir al Anticristo? —inquirió Greta, escéptica.
—Sí. O, al menos, eso es lo que siento. ¿Por qué existo justo en el mismo momento en el que él camina por esta Tierra si no es así?
—Si es que en verdad es cierto que él camina por esta Tierra —apuntó Greta con seriedad. Aquella afirmación sorprendió y confundió un poco a la joven.
—¿Usted no lo cree?
—Lo creo —declaró Greta—. Pero parte de mi trabajo es mantener un cierto grado de escepticismo. Alguien tiene que mantener los pies en tierra firme cuando se trata de estos asuntos, o todo se vuelve una cacería de brujas sin dirección.
Loren no pudo evitar sonreír, casi alegre, al escucharla. No por sus palabras ni por lo que significaban, sino por el sentimiento casi nostálgico que le transmitían.
—El padre Alfaro decía algo parecido —indicó con una mezcla de felicidad, pero también tristeza, típica de alguien que recuerda a los que ya no están.
El sentimiento, sin embargo, no fue compartido por Greta. La sola mención del sacerdote español causó que en su rostro se dibujara una discreta expresión de disgusto.
—Ya lo creo que sí —masculló en voz baja con tosquedad.
—¿Usted lo conoció?
—¿A Jaime Alfaro? Sí, lo conocí.
Loren la observó atenta, antes de comentar:
—No le agradaba.
—¿Lo sentiste en mi alma? ¿En mi rostro? ¿O en mi tono de voz? —exclamó Greta con ironía—. No importa… No nos llevábamos bien, a modo personal. Pero trabajábamos como colegas cuando la situación así lo ameritaba.
—¿Por qué no se llevaban bien? —preguntó Loren, con curiosidad.
La jovencita nunca había conocido a alguien que no hablara más que buenas cosas del padre Alfaro. Aquello resultaba novedoso, pero también algo preocupante.
Greta, sin embargo, dudó un momento. No era precisamente ese el motivo que la había llevado a buscar hablar con esa muchacha, y si abría un poco de más la boca, era probable que De Carlo o alguien más la acusara de nuevo de estar hablando mal de los muertos, y manchando el buen nombre de otro “leal soldado de Dios”.
Pero, ¿por qué sería hablar mal de los muertos decir sólo la verdad? Para su pesar, su amada iglesia tenía una larga historia de ocultar ciertos problemas bajo la alfombra y fingir que no existían. Y, lastimosamente, ese que tanto le importaba no era ni de cerca el más grave.
—¿En verdad quieres saberlo? —le preguntó a la muchacha con voz criptica—. Sin necesidad de leerte la mente, puedo darme cuenta de que le tenías un gran aprecio. No creo que quieras que manche esa imagen que tienes de él.
—¿El padre Alfaro hizo algo malo? —preguntó Loren, exaltada.
—Depende de a quién le preguntes, te dirá si fue algo malo o no. —Hizo una pausa reflexiva, en la que su mente se permitió divagar un poco en el pasado, y por supuesto en aquellos hechos a los que ella misma les había abierto la puerta—. ¿Alguna vez te platicó algo sobre una chica llamada Gema Calabresi?
El nombre no pareció generar ninguna reacción evidente en el rostro de Loren. Sin embargo, no le era del todo desconocido.
—No… No directamente —respondió, pensativa—. Pero recuerdo que el nombre de “Gema” solía rondar su corazón en silencio; incluso desde la primera vez que nos conocimos. Nunca le quise preguntar, y él nunca me habló al respecto. ¿Usted sabe quién era esa persona?
Greta sonrió, casi divertida. ¿Qué si ella conocía a Gema Calabresi? Lamentablemente, sí; y demasiado bien. Y eso incluía el cómo su camino se desvió en cuanto se cruzó con el del padre Jaime Alfaro.
Podría hablarle a esa chiquilla Iluminada al respecto, y que sacara sus propias conclusiones. Y se sentía bastante tentada a hacerlo en ese mismo momento. No obstante, un instante antes de que comenzara a hablar, la madre Valentina volvió al comedor, acompañada de otra persona más: un hombre alto en atuendo de sacerdote, que Greta reconoció muy bien.
—¿De Carlo? —exclamó, sorprendida—. ¿Y ahora qué haces tú aquí?
Leonardo De Carlo se paró frente a la entrada del comedor a un lado de la madre superiora. Observó en silencio a las dos mujeres sentadas en la mesa, que lo miraban a él de regreso, expectantes. Se aclaró un poco la garganta, antes de hablar.
—Disculpen si interrumpo su plática. Pero hay un asunto urgente que necesito tratar.
Greta suspiró con pesadez.
—Loren, el padre Leonardo De Carlo —le presentó extendiendo una mano hacia su compañero—. También es miembro del Sisco Dei, y su cabecilla no oficial, se podría decir. Y hombre de confianza del cardenal Montgomery, de paso.
—Un placer, Srta. McConnell —indicó el sacerdote, asintiendo.
—Igualmente —respondió Loren, sonriéndole levemente.
—¿Qué pasa? —preguntó Greta con impaciencia. Se paró de su asiento, y se aproximó hacia su colega.
—Suspendieron la reunión de los cardenales por hoy —indicó De Carlo—. Hicieron un receso para comer, pero al parecer el Santo Padre mandó a decirles a los cardenales que se retiraría a descansar por hoy, y que reanudarían la conversación mañana temprano.
—¿Su Santidad está bien? —preguntó la madre Valentina, consternada.
—Sí, sólo algo cansado —explicó De Carlo—. Fue un día de muchas emociones, y él ya es un hombre mayor, después de todo.
—O quizás desea meditar todo el asunto a solas —indicó Greta, cruzándose de brazos—. Consultar la cuestión directamente con Dios, desde la soledad de sus aposentos.
—Como sea, esto puede significar algo bueno o malo para nosotros. El cardenal Montgomery es optimista. Está convencido de que el Santo Padre quiere darnos su apoyo. Y todo gracias a ti, jovencita. —De Carlo miró a Loren con una sonrisa de gratitud—. Tus formas quizás no fueron las más correctas, pero sí las más efectivas.
—Gracia —masculló Loren, aunque un tanto insegura de si se trataba de un cumplido.
—¿Y ahora qué? —cuestionó Greta.
—Esperar… y rezar —respondió De Carlo—. Pero ese no es el asunto urgente que me trajo aquí. —Su atención se fijó una vez más en la joven con atuendo de novicia—. Necesitaremos moverte de locación, Loren. El cardenal me pidió que me encargara a la brevedad de eso.
—¿Qué? ¿Por qué? —exclamó Loren, poniéndose rápidamente de pie. La confusión y el enojo se combinaban en su rostro, y un poco de ambos se le contagiaba a la madre Valentina.
—Luego de tu… presentación de hoy, es muy arriesgado que permanezcas aquí —le explicó De Carlo—. En especial ahora, como se han puesto las cosas tras lo ocurrido en Los Ángeles.
—Les dije que ya no seguiría escondiéndome, y que me iría con o sin su apoyo.
—Y todos tenemos muy claro eso. Sólo te pido un poco más de paciencia, como tú misma dijiste en esa sala que tendrías. Será sólo a una locación temporal, aquí mismo en Roma. Y sólo por un par de días, en lo que todo esto llega a una resolución. Ya están los arreglos hechos.
Se hizo el silencio. Loren miró a la madre superiora, quizás en busca de algún tipo de guía de su lado. La monja, sin embargo, sólo negó con la cabeza y agachó la mirada. Loren sabía muy bien que no estaba en manos de aquella mujer hacer algo al respecto. Las decisiones las habían tomado otras personas que nada o poco tenían que ver con ella; esa era prácticamente la historia de su vida.
E igualmente, era la historia de su vida obedecer, por más rebelde que intentara presentarse.
—¿Cuándo debo irme? —preguntó la muchacha, cabizbaja.
—En unas dos horas, tres máximo, vendrá el transporte por ti —indicó De Carlo.
—Comenzaré a empacar, entonces. Con su permiso.
Sin esperar respuesta, avanzó hacia la salida del comedor. La madre Valentina se apresuró a ir tras ella, y ambas no tardaron en desaparecer de la vista de los dos visitantes, que se quedaron al final a solas.
De Carlo resopló con cansancio. Aquel día claramente había sido también agotador para él, y no lo pensó mucho antes de tomar asiento en la misma mesa en la que Greta y Loren habían estado platicando hasta hace un rato.
—¿En verdad es necesario? —preguntó Greta con curiosidad.
—Yo no estoy tan seguro, pero el cardenal piensa que es lo mejor, para evitar algún posible incidente. No tienes que quedarte, yo puedo encargarme de esto solo.
—Eres muy amable, pero me quedaré —indicó Greta con inamovible firmeza—. Tengo una pequeña plática pendiente con esa chica.
De Carlo la miró de reojo, y se debatió entre si quería saber o no a qué se refería con eso. Eligió al final que la ignorancia, a veces, era una bendición.
— — — —
El sol se acercaba cada vez más al horizonte, y en menos de una hora comenzaría el atardecer. Mientras en el interior del convento se preparaban para ese movimiento previsto, afuera una camioneta gris oscuro con matricula (falsa) de Roma avanzó por la estrecha calle delante del recinto, y se estacionó unos metros más adelante, casi ocultándose entre las sombras que los edificios comenzaban a proyectar por la posición más baja del sol.
Desde el asiento del conductor, un hombre de cabellos rubios cortos y rasgos duros, observó la fachada de la residencia de monjas por el espejo retrovisor. La calle estaba sola y muy silenciosa; como si todas las viejas casas aledañas se encontraran totalmente vacías; eso sería una suerte, si fuera el caso.
—Es ahí —informó con voz gruesa—. El convento de Santa María de los Ángeles.
Se giró entonces sobre su hombro a la parte trasera de la camioneta, en donde otros cinco hombres, todos grandes y con atuendos oscuros, preparaban con disciplina sus armas: rifles de asalto, pistolas, granadas, bombas de humo… Todo lo que un escuadrón de búsqueda y ejecución rápida con entrenamiento militar requeriría para entrar a un sitio así, y cumplir su misión, y quizás incluso un poco más de lo requerido.
—¿Cuántos objetivos? —preguntó uno de los hombres, mientras armaba su rifle y colocaba el cargador de éste.
—Desconocidos —respondió el conductor—. Pero tenemos órdenes de eliminar a todo el que esté dentro. Sin excepciones.
—¿Seis de nosotros para sólo un puñado de monjas? —preguntó otro de ellos con humor en su voz—. ¿No es un poco exagerado?
—No me importa. Órdenes son órdenes. Así que prepárense.
Dicha esa última instrucción, el conductor se bajó el pasamontañas que llevaba en la cabeza, cubriéndose todo el rostro entero, a excepción de los ojos. Los otros cinco no tardaron en hacer justo lo mismo.
La operación empezaría justo en cuanto se ocultara el último rayo de sol.
FIN DEL CAPÍTULO 163
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wingzemonx · 2 months ago
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VIKTOR - Capítulo 16. Cadete Maximali
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Por WingzemonX & Denisse-chan
Capítulo 16. Cadete Maximali
El cadete Siegiel Alvis Maximali aguardaba paciente en su asiento en la sala de espera, acompañado por sólo otros cuatro que, al igual que él, iban a presentar su examen para oficial ese mismo día, sumados a los otros dos que habían ya atravesado aquella puerta gruesa de roble que llevaba hacia el auditorio de la academia; o, más específico, al escenario ante la mesa de examinadores que calificarían su trabajo.
El examen para oficial era algo meramente opcional. Cualquier graduado de la Academia Militar de HelioPolis salía ya preparado y listo para ser asignado a cualquiera de las bases del Ejército Real en alguna de las Catorce Ciudades. E incluso, dependiendo de sus calificaciones y recomendaciones de sus profesores, el propio cadete podría sugerir o elegir a qué ciudad quería ser asignado. Este examen adicional se reservaba para aquellos de mayor desempeño durante sus dos años en la Academia, y que aspiraban a subir rápidamente, ganándose desde el inicio de su carrera militar el rango de cabo, o incluso sargento del ejército.
Siegiel cumplía con todos los requisitos. Ya había terminado con éxito todas sus clases y entrenamiento, y saldría de ahí con honores, listo para elegir la base que quisiera; e incluso, en su caso particular, el rango que quisiera, incluso si no realizaba ese examen. Pero Siegiel quería lograr mucho más, y quería lograrlo con su propio esfuerzo y dedicación. Así que nunca hubo duda en él en que tendría que pasar por esa puerta al final de su preparación.
No estaba nervioso. Había trabajado duro en su propuesta, cuya copia descansaba sobre sus piernas en esos momentos junto con sus notas, y se sentía más que preparado para presentarla y defenderla. Y, bueno… sería terco de su parte ignorar el hecho de que contaba con una pequeña ventaja por encima de sus demás compañeros que hacían el examen ese día, pero no estaba en sus planes que sólo eso hablara por él; su meta máxima era que su investigación y trabajo lo hicieran por sí mismos e impresionaran a los examinadores.
Sólo así lograr su meta significaría algo. De otra forma, sería un inmerecido regalo más, como tantos que le habían dado en su vida.
La puerta de roble se abrió de pronto, y de inmediato Siegiel y los demás cadetes alzaron sus miradas, expectantes. La asistente de la Teniente Volpen, una Nosferatis de cabello negro y anteojos, revisó la lista que traía en sus manos, buscado el nombre del siguiente cadete a pasar.
—Siegiel Alvis… —hubo una pequeña pausa, en la que su rostro mutó en un instante de profundo tedio a marcado asombro—. ¿Maximali? —pronunció atónita.
—Soy yo —respondió Siegiel con firmeza, poniéndose de pie. La asistente alzó rápidamente su mirada y la fijó en él. El asombro en su rostro, por supuesto, se volvió aún mayor.
Y claro, esto no se debía, directamente, a la peculiar apariencia del cadete Maximali; a rostro redondo de piel azulada oscura con marcas negras en él, sin nariz, y con dos ojos grandes de esclerótica totalmente negra e iris de un azul tan claro que casi parecía blanco; ni a sus orejas grandes y puntiagudas que sobresalían de los lados de su cabeza, ligeramente inclinadas hacia abajo; o a su cabello negro, lacio y brillante que caía como una cascada de oscuridad sobre sus hombros.
La asistente muy seguramente ya había visto en otros años a cadetes como él, ahí mismo en los jardines, pasillos y salones de esa academia. Pero lo que de seguro juraba nunca haber visto antes, y lo recordaría sin duda de haber sido así, era a un Lord Miravist que se presentara por propia voluntad a hacer el examen para oficial.
—Disculpe, excelencia —pronunció la asistente rápidamente al darse cuenta de que se había quedado callada más de la cuenta, observando al muchacho. Inclinó ligeramente la cabeza con respeto—. Puede pasar.
Siegiel suspiró ligeramente ante aquel cambio en el trato de la asistente y que, estaba seguro, no le daba a ningún otro cadete en esa academia. Intentó no darle importancia, y se dirigió con paso firme a la puerta, llevando consigo la copia de su trabajo.
El auditorio se encontraba en ese momento casi vacío, salvo por supuesto por la mesa de examinadores colocada frente al escenario, ocupada en esos momentos por cinco personas. Entre ellos se encontraba la Teniente Volpen, directora de la academia, una Spekerus alta de rostro duro; y el General McLorg, un Lycanis grande y fuerte de barba plateada, jefe de la base del Ejército Real en HelioPolis; los acompañaban además tres profesores más de la academia que Siegiel conocía bien.
En los asientos del público había además unos doce curiosos que eran meramente observadores; profesores, y otros militares de diferentes rangos.
Los cinco miembros de la mesa de examinadores conversaban entre ellos animadamente, quizás discutiendo la presentación del cadete anterior, cuando Siegiel salió al escenario desde un costado. En cuanto apareció, las voces se fueron apagando una a una, y las miradas se fueron fijando irremediablemente en él, acompañadas de diferentes grados de asombro y confusión.
Todos los ahí presentes lo conocían de alguna forma; cada Miravist que pasaba por la Academia se ganaba la atención de todo el profesorado, así que no era eso lo que causaba esa reacción. Al igual que con la asistente de la Teniente, lo más probable era que no se esperaban verlo de verdad en ese escenario ese día.
Siegiel intentó que aquello no lo distrajera. Había ido para realizar una tarea, y sólo en eso debía enfocarse. Así que caminó con paso firme hacia el podio en el centro del escenario, se paró ante él, y colocó encima la copia de su trabajo, contemplando fijamente la portada a máquina con el título y su nombre.
El examen para oficial no era un examen al uso para probar las habilidades físicas o intelectuales de los cadetes; esas ya habían sido puestas a prueba de sobra durante su proceso de enseñanza. Ese examen final consistía principalmente en presentar ante los examinadores una propuesta sobre qué era lo que deseaba llevar a cabo durante su carrera militar; qué deseaba lograr, qué mejoras deseaba aplicar, qué principios quería defender, o qué acciones realizaría para proteger a su ciudad asignada y a sus pobladores. En base a esa idea, se debía desarrollar un ensayo extenso, acompañado de una investigación y cifras para respaldarlo, que debía ser escrito a máquina, y luego presentado justo ahí en ese escenario de manera sintetizada ante ese comité.
En base al escrito que el cadete haya presentado, tanto por su contenido como por la calidad de éste, y a la presentación oral que realizaba, los examinadores determinaban si era apto o no para un puesto de oficial al salir de esa academia, o si en su lugar comenzaba su carrera desde lo más bajo.
Los Lords Miravist no solían hacer ese examen ya que, en realidad, la mayoría no llevaba su “carrera miliar” mucho más allá de su último día en la academia. Y si acaso así lo quisieran, bastaba con sólo pedirlo directamente al Príncipe Regente de alguna de las Catorce Ciudades, y éste no tendría problema en colocarlo con un rango meritorio, y de ahí podía hacer lo que quisiera. Y siendo así, ¿por qué tomarse la molestia de tomar un burdo examen como ese?
De seguro esa pregunta rondaba por la cabeza de todos los presentes en aquel auditorio en esos momentos. Pero Siegiel esperaba que el trabajo que estaba por presentar la resolviera por sí solo.
Una vez estuvo listo, respiró hondo, se aclaró su garganta, y acercó su rostro hacia el micrófono delante de él.
—Buenas tardes… —pronunció contra el micrófono, pero un sonido chillante cubrió la sala al hacerlo, provocando una reacción de dolor en la mayoría—. Lo siento… —masculló apenado.
—No se preocupe, excelencia —le respondió la Teniente Volpen con una sonrisa amistosa—. Por favor, prosiga.
Siegiel volvió a respirar con profundidad para intentar calmarse, y entonces continuó como si no hubiera ocurrido nada
—Buenas tardes. Soy el cadete Siegiel Alvis Maximali. Para mi examen de oficial, he preparado para ustedes un ensayo de cincuenta y seis páginas, elaborado tras una investigación exhaustiva durante los últimos seis meses. Podrán verlo en la copia que he preparado para cada uno frente a ustedes. A continuación, les presentaré una síntesis de su contenido, resaltando los puntos más importantes. Luces, por favor...
En ese momento alguien se encargó de apaciguar las luces, lo suficiente para que la luz del proyector se reflejara en la gran pantalla que colgaba a espaldas de Siegiel, con las diapositivas que había preparado para acompañar su presentación. Empezaba con una que mostraba en grande el título de la misma.
—Mi ensayo se titula: "La historia detrás de Las Astas del Ciervo y su conexión con el grupo criminal Silent Night."
Aquello causó una pequeña oleada de reacciones entre los asistentes. Aunque en su mayoría se mantuvieron en silencio, pequeños rastros de murmullos se hicieron presentes entre la oscuridad de la sala.
Siegiel aguardó un poco, esperando que todo se calmara, antes de proseguir con su explicación.
—Siguiente diapositiva, por favor —exclamó el alto, y tras el distintivo “click” del proyector, la imagen cambió a un mapa de la región sur, donde se tenía señaladas las ciudades de dicha zona, resaltando principalmente la de SongGoddess—. Como quizás algunos aquí presentes recuerden, hace cincuenta años se dio el avance más importante hasta la fecha en lo que respecta a la legislación de los derechos de los Siervos. En esta nueva ley promulgada, se declararon como ilegales varias conductas y tratos de parte de los Nuitsens hacia sus Siervos que, hasta ese momento, se encontraban fuertemente normalizados. Entre estos, volvía ilegal, con pena grave, el asesinar o abusar sexualmente de un Siervo, fuera éste de tu propiedad o no. Regularizó y volvió más estricto el proceso para adquirir un Siervo. Prohibió además el uso de cadenas en el día a día, las jornadas laborales excesivas, y obligó a que se proporcionaran tres comidas diarias a los Siervos propiedad de cualquier Nuitsen, sin excepción. Esto, entre otras varias regulaciones parecidas, que buscaban salvaguardar la seguridad de los Siervos con dueños, y que todo Nuitsen debía seguir para poder adquirir cualquier Siervo a su nombre.
»Nueve de las Catorce Ciudades avalaron y acataron esta nueva ley de inmediato. Las cinco restantes, sin embargo, se resistieron bastante tiempo más a aplicarlas en sus territorios, expresando abiertamente su descontento con varias de estas nuevas regulaciones. Esto provocó un largo periodo de discusiones entre los tribunales de las diferentes ciudades, y en especial entre las facciones liberales y conservadoras de cada una. Al final, sin embargo, se logró llegar a un acuerdo en el que las Catorce Ciudades tendrían que acatar al pie de la letra los puntos más importantes de la ley, pero cada una podía decidir por su cuenta cómo y cuándo aplicar los demás considerados menos relevantes. De esta forma, se mantuvo la autonomía de cada principado, como siempre se había buscado.
»Esa es la historia como todos la conocen. No obstante, existe un hecho muy poco mencionado, ocurrido justo durante este periodo. Mientras en los tribunales la discusión continuaba, en la ciudad de SongGoddess se presentó un conflicto sin precedentes. Siguiente diapositiva, por favor.
La imagen del mapa desapareció, y fue remplazada por una fotografía de apariencia vieja y un poco borrosa, en la que se distinguían alrededor de treinta Siervos, hombres y mujeres, con ropas humildes y desgastadas, posando frente a la cámara con picos, palas, arados y hoces en sus manos, empuñadas a forma de armas. En el centro, sobresalía del resto un Siervo algo mayor, de abundante barba blanca, cabellera del mismo tono, con una amplia frente, y una mirada intensa y penetrante con la que miraba hacia la cámara.
—SongGoddess fue una de las cinco ciudades que se rehusó a aplicar las nuevas leyes. Sin embargo, su postura fue incluso más radical que las otras, llegando a amenazar con además deshacer varias de las normativas establecidas con anterioridad sobre este mismo tema. SongGoddess ha sido una ciudad con una larga historia de posturas sumamente conservadoras en lo que respecta al trato a los Siervos. Y este hecho fue sólo el último de una serie de acontecimientos anteriores, y que terminó por hacer que un descontento ya existente entre los Siervos de la ciudad terminara explotando.
»Esta fotografía que ven en estos momentos, es una de las pocas que se han encontrado hasta la fecha en la que se retrata a un grupo de Siervos de SongGoddess, específicamente de su Distrito Seis, su principal zona agrícola, que no aceptaron esta postura por parte del ciudad, e hicieron algo que no había ocurrido en casi dos siglos, que se tenga registro: todos y cada uno abandonaron sus puestos de trabajo, desobedecieron a sus amos, salieron de sus casas, y propusieron lo que llamaron un paro total de las labores de todos los Siervos, en todos los distritos y niveles de SongGoddes. Su intención era claramente crear presión, declarando que no volverían al trabajo hasta que el gobierno de la ciudad aplicara las nuevas regulaciones.
»Este acto fue incentivado y encabezado por un Siervo de nombre Isaías, al que las crónicas de la época describen, pese a su condición de Siervo, como un hombre con gran carisma y capacidad de habla, letrado y con conocimientos de las leyes superiores a los del Siervo común. Aunque no está del todo confirmado, se cree que Isaías era justo el hombre mayor de barba en el centro de esta fotografía. El llamado de Isaías al paro reverberó entre Siervos de todos los distritos de SongGoddes. Se cree que aproximadamente el 80% de los siervos de la ciudad respondieron a su llamado. La afectación principal se dio en sus zonas agrícolas, pues se dependía casi en su totalidad del trabajo de los siervos en las diferentes haciendas para llevar acabo la cosecha. Las repercusiones económicas no se hicieron esperar, afectando no sólo a SongGoddes, sino a gran parte de las ciudades que dependían de la producción de ésta.
»A pesar de algunas represiones por parte de la Policía Civil local, y de amenazas a gran escala en todos los niveles, este grupo se mantuvo firme en su postura. Y lo que comenzó como un pequeño llamado a la desobediencia para pedir que se aplicaran las nuevas regulaciones, fue escalando rápidamente, hasta adoptar la forma de un movimiento rebelde más organizado. Ya no sólo se conformarían con las nuevas leyes, sino que en un punto comenzaron a exigir incluso más cambios a gran escala, como el manejo de un sueldo fijo, y la libertad para poder poseer propiedades a su nombre. El movimiento incluso terminó adoptando un nombre propio: las Astas del Ciervo, nombre que usaban con orgullo, junto con el emblema de la cabeza de un ciervo que usaban en sus brazos para identificarse.
»Las cosas escalaron a mayores niveles cando el grupo comenzó a obtener armas de alguna fuente; no sólo cuchillos y espaldas, sino también rifles y pistolas. Según algunas fuentes, éstas fueron proporcionadas por Nuitsens liberales que apoyaban su causa, pero eso nunca pudo ser comprobado. Como haya sido, esta escalada originó confrontaciones armadas entre el Las Astas del Ciervo y la Policía Civil de la ciudad. En uno de estos enfrentamientos, el más grave registrado, se suscitó la muerte de dos Siervos, al menos cinco oficiales de policía, y un civil atrapado en el fuego cruzado. Fue en ese momento que se volvió claro que la situación sobrepasaba las capacidades de las fuerzas de la ley locales. Y es aquí donde se da el hecho sin precedentes que les comenté hace un momento: el príncipe de SongGoddess de aquel entones decidió enviar a las tropas del Ejército Real para sofocar este levantamiento. Por primera vez en la historia moderna conocida, un príncipe Miravist enviaba a sus soldados para combatir contra Siervos. Siguiente diapositiva.
Tras pedirlo, la imagen la pantalla cambió de nuevo. En esta ocasión la dispositiva mostraba otra fotografía, pero ésta resultaba aún más borrosa que la anterior. Parecía mostrar las calles de alguna ciudad de edificios altos, y debajo un grupo numeroso de personas, con humo surgiendo de diferentes puntos. Fuera de ello, no se lograba distinguir mucho más.
—No se tienen muchos datos sobre cómo se dio este enfrentamiento —explicó Siegiel—. Esta vieja fotografía se cree fue tomada desde la ventana de un edificio cercano, y retrataría el choque de ambas fuerzas en las calles de la ciudad. Aunque por su calidad, no se tiene claro si realmente es así. Lo que la versión oficial dice, es que le tomó al ejército menos de una semana apagar el levantamiento. En ese tiempo, un tercio de los miembros de Las Astas del Ciervo fueron abatidos, y el resto no tuvo más remedio que rendirse, y ponerse a disposición de las autoridades militares. Por su parte, se cree que Isaías, el líder, también falleció en el enfrentamiento, y su cuerpo se perdió entre la confusión. No obstante, tengo motivos para creer que Isaías de hecho no murió ese día hace cincuenta años, y éste es el motivo principal por el que les presento esta investigación el día de hoy. Siguiente diapositiva.
La siguiente imagen mostraba ahora simplemente una serie de documentos transcritos, declaraciones y fotografías.
—Luego de toda mi investigación, que podrán ver con detalle como complemento de mi ensayo frente a ustedes, he llegado a la teoría de que Isaías de hecho sobrevivió, y se fue de SongGoddess aprovechando el caos. Según testimonios e investigaciones del pasado que pude recabar, Isaías podría haber huido hacia algunas de las ciudades del norte, siendo los destinos más posibles NightRequiem, ThreeLions, y CourtRaven. Estas tres ciudades tienen también algo importante en común, ya que han sido los puntos principales en los que en los últimos años se ha registrado actividad del grupo criminal Silent Night. Para los que este nombre no resulte conocido, Silent Night es un grupo que se ha distinguido por cometer atentados contra Nuitsens de gran estatus, así como conocidos criminales, junto con diferentes robos, secuestros y daño a la propiedad privada. Y se cree fuertemente que está conformado en su mayoría por Siervos sin dueño, o Siervos renegados que huyeron de sus amos. Todos sus actos son inspirados, según propias declaraciones de este grupo, en su misión de combatir el trato injusto de los Nuitsen hacia los Siervos, y proteger la integridad y bienestar de estos últimos.
»Como puede percibirse con sólo escuchar estas palabras, este nuevo grupo mantiene muchas similitudes ideológicas con las Astas del Ciervo, lo que podría indicar una posible relación directa entre ambos. Isaías ya era un Siervo anciano de cincuenta y un años cuando ocurrió el levantamiento en SongGoddess, más de la media de vida de los Siervos en aquel entonces, por lo que es imposible que siga vivo hasta el día de hoy. Sin embargo, mi teoría es que durante sus últimos años de vida, siguió profesando sus ideales radicales, enseñándoselos a una nueva generación de Siervos descontentos como él. Ideales que han ido evolucionando con el pasar del tiempo, y que ahora son la columna vertebral y las raíces de  Silent Night. Ocultos durante cincuenta años, la estructura y recursos de este nuevo grupo pudo haberse pulido y mejorado, al igual que sus métodos.
Siegiel guardó silencio un instante, para recuperar el aliento, pero también para calmar la tempestad de emociones que giraba en su pecho. Lo que seguía, la parte final de su presentación, era la más importante y complicada. Y la que podía causar más inconformidad entre su público, si no lo hacía de la forma correcta.
—Sé que todos los presentes, y lo digo con el mayor respeto que se merecen, verán a Silent Night como sólo un puñado de Siervos enojados que no merecen nuestra atención. Pero como la historia nos ha demostrado con las Astas del Ciervo, un grupo de Siervos unidos por una causa, puede llegar a ser muy peligroso si se le da la oportunidad de crecer y organizarse. Y Silent Night es mucho más peligroso de lo que creemos, ya que a diferencia de las Astas del Ciervo, su existencia misma es un misterio. Su cantidad de miembros, sus líderes, sus planes a largo plazo, su armamento o recursos… Hasta la fecha, no se tiene conocimiento de absolutamente nada de esto. Y como cualquier militar experimentado diría: “desconocer el tamaño y poder de tu enemigo, es el primer paso para la derrota.”
»Dicho todo esto, mi conclusión final tras mi investigación es que Silent Night es una continuación del incidente de las Astas del Ciervo, resurgiendo medio siglo después de los hechos originales. Y como tal, debe ser tratado como una amenaza que amerita la intervención directa el Ejército Real, cuya misión fue en su momento apagar por completo el fuego de esta rebelión, y que claramente fracasó en ello. Y sería por lo tanto nuestra responsabilidad retomar y terminar esta labor. Mi propuesta es que el Ejército Real en estas tres ciudades antes mencionadas, debe de trabajar en conjunto con los departamentos de la Policía Civil en la investigación de los actos cometidos por Silent Night, para así lograr llegar a la identidad de sus miembros y líderes, y así poder asegurar la paz de sus ciudadanos; Nuitsens y Siervos por igual. Aunque el incidente de las Astas del Ciervo fue casi sepultado en un intento de borrarlo de la memoria de la gente, lo cierto es que si no aprendemos de nuestro pasado, y en lugar de eso queremos olvidarlo, cosas horribles podrían ocurrir en el futuro.
»Ésta es mi propuesta de proyecto a realizar durante mi carrera militar. Complementando a mi investigación, he agregado varios ejemplos de cómo podría llevarse a cabo esta labor conjunta entre el Ejército Real y la Policía Civil, y acciones a corto y mediano plazo para frenar los actos de Silent Night, así como ideas para mejorar las condiciones existentes actuales de los Siervos, y así persuadirlos de seguir ideales extremistas como los de estos grupos, que sólo fomentan la división y el caos. Espero que todo esto les sirva para convencerlos de ello.
Hizo una pausa y respiró hondo, antes de proseguir.
—Luces, por favor.
A su pedido, las luces de la sala volvieron a su brillo normal, y Siegiel pudo echar un mejor vistazo a las personas que lo habían estado escuchando durante toda su presentación. Se esperaba algunas expresiones de asombro, quizás algo de molestia o actitud defensiva. Pero no estaba preparado para la emoción que percibió reinar entre las caras que miraba: total indiferencia, incluso aburrimiento.
Los miembros de la mesa de examinadores parecían distraídos, algunos mirando hacia otra dirección, otros husmeando por encima algunos papeles sobre la mesa, que no eran de su ensayo. Al fondo, algunos de los demás oyentes conversaban entre ellos. Si lo habían escuchado o no, la verdad es que no era para nada claro.
Unos segundos después que las luces volvieron a encenderse, poco a poco los presentes volvieron a demostrar su supuesto interés, alzando sus miradas en su dirección, y esbozando escuetas (y falsas) sonrisas.
Siegiel sintió sus fuerzas desvanecerse, pero no lo suficiente para desvanecerse él mismo ahí a medio escenario. Intentó tranquilizar de nuevo sus emociones, respirar hondo, y mantener el porte hasta el último momento.
—Ahora… responderé cualquier pregunta que tengan —masculló despacio.
—Creo que no será necesario —intervino de inmediato la Teniente Volpen, alzando una mano—. Todo fue bastante claro, excelencia. Muchas gracias por su presentación. Puede retirarse.
Siegiel abrió instintivamente la boca para querer decir algo, pero no salió sonido inmediato de ella. Su cabeza daba vueltas, incapaz de formular de forma clara alguna idea concisa. Al final, sólo fue capaz de pronunciar escuetamente:
—Gracias por su atención…
Tomó sus notas, se retiró del podio y dirigió hacia la puerta de salida. Los examinadores comenzaron a aplaudir mientras se retiraba, incentivados en un inicio por el General McLorg, y el resto lo siguió casi de inmediato. Sin embargo, Siegiel ni siquiera escuchaba aquellos aplausos. En sus oídos retumbaba aún el frío silencio que los precedió.
— — — —
Más tarde ese mismo día, las clases se dieron oficialmente por terminadas en la Academia Militar de HelioPolis, cerrando de manera satisfactoria un año más. Ahora sólo quedaban por realizarse algunas cuestiones administrativas, y claro la graduación que sería la semana siguiente. Pero en lo que respectaba a los cadetes, en especial para los de último año, ya habían terminado, y era hora de celebrar.
Cerca de la academia había un restaurante y bar muy popular de nombre el Blue Blossom, frecuentado por los cadetes, y que justo esa noche la mitad de sus mesas eran ocupadas por alegres y ruidosos estudiantes de pulcros uniformes blancos que comían, bebía y reían. Y en una de esas mesas, justamente se encontraban tres chicos de último año celebrando su próxima graduación; dos Lycanis bastante alegres, y un poco más decaído Miravist.
—Bueno, amigos míos —pronunció Nikam Hargan con voz alegre y límpida, mientras alzaba su vaso en alto—. Quiero proponer aquí y ahora un brindis; por haber sobrevivido estos dos años, y por largarnos pronto de aquí hacia nuevos y mejores horizontes.
—¡Nuevos y mejores… horizontes! —le secundó su compañero Aruel Arkansas sentado a su lado, alzando también su vaso en alto junto con el Nikam. La manera en la que arrastraba un poco las palabras al hablar, era señal evidente de que para ese punto el alcohol ya le había afectado más que a sus compañeros.
La tercera persona en la mesa los acompañó en su brindis, pero se limitó a simplemente alzar apenas lo mínimo su vaso con una mano; sin decir nada, y con su atención más fija en la mesa que en ellos.
—Y también tenemos que brindar… ¡por Siegiel! —exclamó Aruel con voz cantarina, alzando ahora su vaso en dirección a su otro compañero—. Porque nosotros aprobamos apenas… Pero Siegiel, mi amigo Siegiel, se gradúa con honores, y como todo un oficial.
—Eso aún no lo sabemos —masculló Siegiel, alzando ligeramente su mirada hacia ellos.
—Ay, por supuesto que lo sabemos —resopló Nikam—. No hay forma alguna en la que a esa gente se le ocurra reprobarte.
Siegiel dejó escapar un corto suspiro.
—¿Por qué soy un Miravist?
—No —pronunció Aruel de inmediato.
—Sí —respondió Nikam justo al mismo tiempo.
—¡Nikam!
—Oye, ¿para qué nos hacemos los tontos? —se defendió encogiéndose de hombros—. Los tres sabemos que hubiera podido salir de aquí con el rango de oficial sin siquiera hacer el examen. Pero lo importante —se giró entonces hacia Siegiel, señalándolo directamente con un dedo—, es que aunque no fueras un Miravist, hiciste un trabajo excepcional que nadie en su sano juicio reprobaría. Tienes la batalla ganada por los dos flancos, así que ya deja de preocuparte y celebra.
—Sí, Siegiel —añadió Aruel con una sonrisita más despreocupada—. Ya no te preocupes, todo… saldrá bien. Y como dice Nikam… pasarás de seguro. Sólo no te olvides de tus viejos amigos cuando seas muy, muy importante.
—Bien dicho —añadió Nikam, rodeando el cuello de Aruel con un brazo, pero con sus ojitos suplicantes puestos en Siegiel—. Cuando seas un general importante y famoso allá a donde vayas, y nosotros estemos fregando pisos en alguna recóndita base en el trasero del mundo, acuérdate de nosotros y llévanos a trabajar contigo, ¿de acuerdo?
Siegiel sonrió, por primera vez en esa noche.
—No prometo nada, pero lo intentaré —les respondió con un tono bromista, seguido de un pequeño sorbo de su vaso.
Aunque a muchos les sorprendería, la verdad era que Siegiel no tenía muchos amigos en la academia, y no porque hubiera escases de interesados en serlo. El simple hecho de ser un poderoso Lord Miravist inevitablemente terminaba causando atracción y miedo por igual en las personas a su alrededor. Pero por eso mismo, la mayoría de la gente no estaba segura de cómo comportarse en presencia de uno; cómo acercarse o hablarle sin ser ofensivo o demasiado osado. Para atreverte a hacerlo y salir bien librado, la gente decía que se tenía que ser una persona valiente, segura, delicada y de altas capacidades en el fino arte de adular y agachar la cabeza…
O ser un par de idiotas sin remedio como Nikam y Aruel, y encontrar a quizás el único Miravist en las Catorce Ciudades al que esas cosas no le importaban tanto.
 A pesar de que los dos eran jóvenes Lycanis de veintiún años, ambos eran un tanto distintos entre sí. Nikam era un muchacho delgado y alto, con una perpetua expresión y sonrisa astuta en su rostro, que muchos relacionan ya inconscientemente con los Lycanis; usaba unos elegantes lentes de armazón delgado, y dos sobresalientes orejas cafés de lobo se asomaban de entre sus cabellos castaños. Aruel, por otro lado, era algo más bajo que sus dos compañeros, de complexión algo más robusta, cabello negro corto ondulado, rostro redondo y expresión un tanto más amistosa que la de Nikam; y también a diferencia de éste, Aruel era de los Lycanis que no tenían sus orejas o cola de lobo visibles, siendo el mayor rasgo que identificaba su raza los ojos oscuros de mirada lobuna, y sus sobresalientes caninos.
Era aún un misterio para todos por qué algunos Lycanis nacían con sus orejas de lobo, sus colas, o ambas expuestas incluso cuando no adaptaban su forma de lobo, y otros no. Debía ser algo genético, pero de momento parecía más algo que ocurría al azar.
Sus apariencias no eran lo único que los hacía distintos, pues también sus personalidades variaban entre ellos, aunque otros dirían que se complementaban. Nikam era algo más osado, o atrevido dirían algunos; no lo pensaba mucho antes de decir lo que pensaba, y se esforzaba por siempre transmitir un aire de confianza, que bien podría no siempre ser tan genuino. En ese sentido Aruel era algo más cauto e introvertido, cuidadoso con lo que decía, listo para servir y ayudar cuando se requería; aunque estando en confianza con sus amigos, y en especial con la influencia de un poco de alcohol, podía permitirse el soltarse un poco (o demasiado).
Y en definitiva los dos eran muy distintos a Siegiel, y sus razas eran la menor de esas diferencias (al menos a ojos del propio Siegiel). Aun así, eran los mejores amigos que podría haber hecho en ese sitio. Podrían no ser precisamente muy listos y disciplinados, pero eran leales y honestos, además de divertidos. Y en otras circunstancias eso les bastaría para levantarle el ánimo… pero no esa noche.
—¡Otra ronda más, por favooor! —exclamó Aruel en alto, de forma bastante estridente, alzando su vaso en alto para que la camarera lo mirara.
Siegiel dio un sorbo más de su vaso, que ya para ese momento iba por la mitad, y eso que era el primero.
—No sólo es el aprobar o no lo que me molesta —confesó en voz baja, volviendo a su actitud abatida—. Siento que los profesores no tomaron en serio mi presentación. No sé si fue por ser un Miravist, y dieron por hecho que no me había esforzado de verdad. O quizás simplemente el enfocarme en hablar de un grupo criminal conformado por Siervos no les pareció lo suficiente relevante.
—Bueno, ciertamente te arriesgaste con eso —bromeó Nikam, riendo un poco—. Mira que pararte ante esa gente y decir que un puñado de Siervos molestos es una amenaza que el ejército debería combatir… Es una declaración polémica, por lo menos. Tanto liberales como conservadores te verían mal por ello.
—Eso no es lo que quería decir… exactamente —contestó Siegiel, apenado—. Sólo intentaba expresar que los Siervos no son tan indefensos como todo el mundo los cree. Si un gran número de ellos se une por una misma causa, son bastante capaces de hacer el bien y el mal, como cualquier Nuitsen.
—No sé, yo nunca he visto a un Siervo que parezca muy peligroso —añadió Aruel con voz despreocupada, encogiéndose de hombros—. Creo que yo podría vencer a cualquier de un buen… ¡puñetazo! —agitó su puño en el aire ejemplificando su punto, y justo después se soltó a reír.
Siegiel suspiró un poco, y siguió bebiendo, sin aparente intención de responder a ese comentario. No le extrañaba que sus amigos siguieran sin entender su idea. Pero si ni siquiera los profesores lo habían hecho, quizás el problema radicaba en él, al no lograr transmitirla de la forma correcta.
—Pero míralo nada más, Aruel —comentó Nikam, divertido, señalando hacia el Miravist—. Nuestro amigo Siegiel debe ser la única persona decepcionada por aprobar con honores sus estudios, y obtener todo lo que se propone. Qué difícil es ser tan exitoso, ¿cierto?
—Anímate, Siegiel —añadió Aruel con actitud cantarina—. La vida es bella, beeeella. Como dice esa canción…
Aruel alzó su mirada al techo, rebuscando en su memoria la canción de la que hablaba, pero al parecer ésta no vino a él.
—Y hablando de que la vida es bella —masculló Nikam con tono de complicidad, agachando su cabeza hacia sus compañeros—. Miren a las dos en punto discretamente… a las otras dos en punto, Aruel; en los primeros puestos de la barra.
Siegiel no entendió bien a qué se refería, hasta que observó, discretamente, sobre su hombro en la dirección que Nikam indicaba. En los primeros puestas a la derecha de la barra, divisó a dos chicas jóvenes, una Nosferatis y una Spekerus, de su misma edad o quizás un poco mayores, con bonitos vestidos casuales de colores pastel, y maquillaje discreto. Conversaban entre ellas mientras bebían de elegantes copas de cristal, pero de vez en cuando echaban miradas, no muy discretas, hacia su mesa, y luego cuchicheaban entre ellas en voz baja.
—Ah, ¿las chicas lindas de allá? —pronunció Aruel, quizás bastante más alto de lo que debía.
—Más despacio —le susurró en voz baja con tono de reprimenda—. Han estado mirando hacia acá los últimos diez minutos.
—De seguro me están mirando a mí —declaró Aruel con jactancia, inflando el pecho y pasando una mano por sus cabellos para acomodarlos, sin mucho éxito.
—En tus sueños —rio Nikam—. Obviamente están viendo a nuestro Miravist favorito —añadió señalando con su pulgar hacia Siegiel. Éste no negó ni confirmó su teoría—. ¿Qué dicen? ¿Nos acercamos a hablarles? ¿O son unas gallinas?
—¡Yo me apunto! —exclamó Aruel con fuerza, azotando además una mano contra la mesa, haciendo que los vasos y las botellas sobre ésta saltaran un poco—. Pero no creo que a Siegiel le interese. Él es muy… correcto…
—No es que sea muy correcto —le corrigió Nikam, negando con la cabeza—. Es que no le interesan las mujeres…
—Yo jamás he dicho tal cosa —masculló Sigiel, aunque con bastante poco interés en la conversación.
—Lo cual es una lástima —indicó Nikam con pesar en la voz, encogiéndose de hombros—. Porque con el increíble imán de chicas que es ser un Miravist; o, en nuestro caso, ser amigo de un Miravist.
—Bueno, me alegro que les funcione bien a ustedes —susurró Siegiel con seriedad, y justo después se empinó lo último que quedaba de alcohol en su vaso. Lo colocó entonces en la mesa, y con una mano sacó su billetera del bolsillo de su saco—. Por mi parte, creo que me retiraré por hoy.
—No, Siegiel, ¡no te enojes! —exclamó Aruel, sonando casi como si estuviera a punto de soltarse a llorar.
—Sí, amigo, sólo bromeo —se defendió Nikam con una sonrisita despreocupada.
—No es eso. Simplemente fue un día largo y agotador, por lo que creo que será mejor que me vaya a descansar. —Sacó en ese momento unas cuantas uprias de su billetera, y las colocó en la mesa; suficientes para pagar los tragos de los tres, y quizás un par más—. Pero ustedes sigan divirtiéndose.
—Entonces, no te molesta que les digamos a esas linduras que somos tus amigos, ¿cierto? —preguntó Nikam con voz astuta.
—Hagan lo que les parezca correcto —fue la respuesta corta de Siegiel, mientras se paraba de su silla, y luego comenzó a caminar hacia la puerta—. Buenas noches.
—¡Buenas noches, Siegiel! ¡Mi amigo Siegiel! —exclamó Aruel, de nuevo bastante más alto de lo debido.
—Vamos amigo, que las damas esperan —comentó Nikam con voz pícara, parándose también y pasando sus manos por sus cabellos para acomodarlos un poco.
Los dos cadetes Lycanis avanzaron lado a lado hacia la barra. Las dos chicas notaron como se acercaban, pero intentaron disimular que los habían visto, desviando su mirada hacia otro lado, y fingiendo que hablaban entre ellas de otra cosa.
—Señoritas —murmuró Nikam con voz galante, apoyándose en la barra a lado de la Nosferatis—. ¿Le permitirían a mi amigo y a mí invitarles la siguiente ronda?
—Oh, sería un placer —comentó la Spekerus con voz cantarina—. Son cadetes de la Academia Militar, ¿verdad?
—Es lo que este uniforme significa, cariño —respondió Aruel, sentándose en el asiento a lado de ella.
—Y… estaban con ese chico Miravist, ¿verdad? —preguntó la Nosferatis rápidamente, sin poder contenerse.
—¡Carla! —le reprendió su amiga con ligera severidad.
—Hey, tranquilas, no pasada nada —respondió Nikam con calma, agitando una mano en el aire—. Y claro que veníamos con él; es nuestro amigo, de hecho.
—¡Mejor amigo! —aclaró Aruel rápidamente.
—Eso mismo. Es ni más ni menos que Siegiel Alvis Maximali, el estudiante número uno de este año.
—¿Maximali? —exclamó la Nosferatis, sorprendida—. ¿Cómo el príncipe?
—Exacto —respondió Nikam, señalándola—. Nuestro amigo Siegiel es de hecho el sobrino del Príncipe Saelaz, y el quinto en la línea de sucesión para el principado de HelioPolis.
Aquellos datos parecieron entusiasmar tanto a las dos jovencitas, que ya les fue imposible ocultarlo.
—Y… ¿creen que nos lo pudieran presentar? —preguntó la Spekerus con tono coqueto, recorriendo sus dedos juguetones por los cabellos rizados de Aruel.
—Claro que sí… —respondió Aruel rápidamente sin pensarlo mucho, pero antes de que dijera más Nikam intervino.
—Pero no ahora mismo, me temo. Ya se retiró a descansar, y los Miravist son muy estrictos con sus horas de descanso. Además, por seguridad de todos, no podemos permitir que cualquier desconocido se le acerque así nomás. ¿Se imaginan lo que nos haría el príncipe si su sobrino favorito sufre algún daño?
—Ay, pero eso se arregla fácil —comentó la Nosferatis, inclinando el cuerpo hacia él, y mirándolo fijamente a los ojos, con una sonrisita sagaz dibujada en sus labios—. Sólo tenemos que conocernos un poco, y así no seremos desconocidos… ¿cierto?
—Es una propuesta más que aceptable, señorita —indicó Nikam, devolviéndole la misma sonrisa, y atreviéndose en ese momento a rodear sus hombros con un brazo.
Siegiel les dijo que siguieran divirtiéndose antes de irse, y que hicieran lo que les pareciera correcto. Y estabas totalmente dispuestos a hacerle caso.
— — — —
Siegiel hablaba en serio cuando dijo que se iría a descansar, por lo que saliendo del Blue Blossom se dirigió directo hacia los dormitorios dentro de los terrenos de la academia. El sitio se sentía bastante vacío y solitario cuando regresó; en parte por la hora, pero estaba seguro que también era porque muchos habían salido a celebrar, así como ellos habían hecho.
Esperaba que la noche del resto saliera mejor que la suya.
Se dirigió a su edificio, y subió las escaleras hacia el tercer piso, en donde se encontraba su dormitorio; un pequeño estudio privado sólo para él, que habían dicho que era el único cuarto disponible, cosa que él no se creyó el todo. Como fuera, esa privacidad adicional le permitía muchas veces poder concentrarse y pensar en sus cosas con más calma y silencio; y en ese momento ciertamente le hacía falta.
Ya estaba frente a su puerta, sacando la llave de ésta, cuando escuchó los pasos de alguien aproximándose por el pasillo a su costado.
—Cadete Maximali —escuchó que pronunciaba una voz a su lado. Alzó su mirada, y reconoció de inmediato a la mujer de uniforme blanco, de pie a unos metros de él; era la asistente de la Teniente Volpen, la misma que lo había pasado esa tarde al auditorio—. Es decir, excelencia… —se corrigió, apenada.
—Cadete Maximali está bien —le aseguró Siegiel, más resignado que otra cosa—. ¿En qué puedo ayudarla?
—La Teniente Volpen pidió que fuera a su despacho en cuanto estuviera de regreso.
Aquello tomó bastante desprevenido a Siegiel.
—¿A esta hora? —preguntó, vacilante—. ¿Ocurrió algo?
—Dijo que no tomaría mucho tiempo. Sólo desea discutir con usted sobre su examen de esta tarde.
Siegiel no pudo decir si aquella aclaración lo hacía sentir más tranquilo, o todo lo contrario.
—Entiendo —respondió, seguido de un rápido asentimiento de su cabeza—. En un momento voy para allá, sólo me asearé un poco. Gracias.
La asistente le respondió con un pequeño asentimiento de su cabeza, y de inmediato se retiró en la dirección en la que venía.
Siegiel permaneció unos momentos frente a la puerta, repasando en su cabeza todas las posibilidades de lo que esa repentina situación podría significar.
¿Quería la teniente hacerle algunas preguntas sobre su trabajo? Eso era bastante irregular; las preguntas debían hacerse justo durante la presentación, pero ella misma había dicho que todo estaba (supuestamente) bastante claro.
¿Quería tal vez reprenderlo por algún detalle de su presentación que no les agradó? ¿Sería esa la causa de su reacción final y quizás él había sacado otra conclusión?
¿O simplemente quería decirle en persona que había aprobado? Privilegio de Miravist, supuso.
Al final no importaba qué tantas vueltas le diera al tema. Si quería saber qué quería, sólo tenía que acudir a su llamado e ir a su oficina, nada más.
Por lo que rápidamente ingresó a su habitación, y se apresuró a cambiarse de uniforme, y lavarse un poco la boca y la cara, para que no fueran tan evidentes las señales de que había estado bebiendo; aunque hubiera sido sólo un vaso, y ya no estaba en clases. Como Miravist, tenía el deber de siempre tener una apariencia impecable, en especial ante otros Nuitsens. Un Lord Miravist no podía presentarse desalineado y con aliento alcohólico ante su pueblo.
Eso no era en lo absoluto lo se esperaba de los Hijos de Alzama Molak.
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wingzemonx · 2 months ago
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 07. Interesante
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Capítulo 07. Interesante
—¿Cómo murieron los padres de Esther? —escucharon de pronto como M3GAN preguntaba, prácticamente entrometiéndose de la nada en su conversación.
Gemma, Cole y Tess se sobresaltaron al escuchar esto, y se giraron a mirar atónitos a la androide. Los tres se encontraban en su laboratorio debajo de las oficinas de Funki realizando una revisión de rutina a M3GAN tras unos tres días viviendo con Gemma y Esther; y de paso estaban repasando también el discurso que Gemma había escritó para David en cara en la próxima reunión de accionistas.
Ambas actividades no requerían que M3GAN estuviera encendida… y no debería estarlo.
—Pensé que estaba apagada —comentó Cole, nervioso.
—Lo estaba —indicó Gemma, claramente confundida—. M3GAN, apágate —ordenó con firmeza. Sin embargo, la androide pareció hacer caso omiso de la instrucción.
Colgada e inmóvil en su módulo de mantenimiento, M3GAN siguió hablando.
—Tricia y Allen Albright, muertos al caer desde el tejado de su casa a las afueras de Darien, Connecticut.
—¿Qué hace? —cuestionó Tess, confundida.
—No lo sé —respondió Gemma, un tanto exasperada. Se dirigió entonces rápidamente a su computadora, conectada en ese momento de forma directa M3GAN—. Denme un segundo.
Mientras Gemma tecleaba con rapidez sobre su teclado, M3GAN siguió describiendo la información que había encontrado en una búsqueda rápida de la cuestión que, al parecer, tanto le interesaba.
—…se presume que intentaban resguardarse del incendio que consumía la propiedad. Su hijo mayor murió consumido por el fuego de éste. Esther Albright, de diez años, es la única sobreviviente…
Hizo una pequeña pausa, y luego añadió con voz más monótona:
—Interesante.
—¿Qué es interesante? —preguntó Cole, curioso. Aunque realmente eso no era lo importante en esos momentos.
—¿Por qué no obedece tus comandos de voz? —cuestionó Tess.
—Está conectada con Esther como su usuario primario, ¿recuerdas? —respondió Gemma con impaciencia, mientras tenía su atención puesta en la pantalla de su computadora.
—Sí, pero para eso es el control parental.
La respuesta de Gemma a ese comentario fue un total silencio, mientras seguía enfrascada en los comandos de su computadora. Ese silencio, sin embargo, fue bastante revelador para sus dos compañeros.
—Tiene instalado el control parental, ¿no? —preguntó Cole, un tanto dubitativo.
—Algo así… —masculló Gemma por lo bajo, ganándose unas nada discretas miradas de desaprobación por parte de Tess y Cole por igual—. Son demasiadas cosas y sólo tuvimos una semana, ¿recuerdan? —se defendió con voz aguerrida—. Lo pondré en el backlog para la siguiente actualización. Mientras tanto, déjenme hacer unos ajustes manuales.
—No tengo un protocolo para hablar con Esther sobre la muerte —intervino M3GAN de nuevo en ese momento, sonando incluso preocupada al hacerlo.
—Sí, lo sé —admitió Gemma, frotándose la frente con algo de frustración—. Supongo que deberíamos también contemplarlo…
—Recopilando información auxiliar sobre el tema —soltó M3GAN de pronto, tomándolos una vez más por sorpresa.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Tess.
Cole corrió rápidamente a su propia computadora para echar un vistazo.
—Está siguiendo su protocolo de información auxiliar para conectarse a internet y complementar la información que no tiene.
—¿Está buscando en internet sobre la muerte? —exclamó Tess, claramente alarmada.
—No, M3GAN, detente —le ordenó Gemma tajante, pero de nuevo su instrucción fue ignorada.
—La muerte es el final de la vida. La suspensión total y permanente de las funciones vitales de un organismo…
—M3GAN, ¡alto! —espetó Gemma en alto, justo después de terminar de ingresar el comando final en su computadora.
La androide calló de golpe, pero aún no se apagó. Cole echó un vistazo a su monitor, y confirmó que había cesado su búsqueda de información auxiliar. Gemma suspiró, aliviada.
—Otro protocolo al que tendremos que definirle mejor sus parámetros —señaló Tess, con sólo una pequeña dosis de condescendencia, que a Gemma no le pareció agradable.
—M3GAN, de momento no te conectes ni busques en internet temas fuera de los permitidos, por favor —indicó Gemma con severidad.
—¿La muerte es un tema no permitido? —preguntó la voz robótica de M3GAN con dejo reflexivo—. ¿No debería poder hablar de Esther sobre esto dada su situación?
—No lo hagas más grande de lo que es, ¿de acuerdo? —indicó Gemma, despreocupada—. La muerte es… un proceso natural. Todos morimos tarde o temprano.
Hubo una pequeña pausa de tiempo, que M3GAN pareció utilizar para procesar esa respuesta, junto con todas sus demás implicaciones. La pregunta que surgió de ella justo después, desconcertó profundamente a los tres humanos en la sala:
—¿También yo?
Gemma, Tess y Cole se miraron entre ellos, desconcertados. ¿En verdad un robot acababa de preguntarles si también podía morir? ¿Habían acaso provocado una duda existencial en su Inteligencia Artificial? Eso debía de significar algún bueno… o muy malo.
—Vamos a olvidarnos de ese tema en específico, ¿quieres? —le reprendió Gemma con tosquedad—. Concéntrate en tu objetivo primario: proteger a Esther de cualquier daño, tanto físico como emocional. ¿Está claro, M3GAN?
De nuevo unos segundos de pausa, antes de dar una respuesta:
—Entendido, Gemma.
—Bien, ahora apágate.
Y en esa ocasión, el androide acató la orden. Sus ojos dejaron de brillar, y su cabeza cayó hacia el frente contra su pecho, quedándose totalmente inmóvil, sostenida únicamente por los soportes de su módulo de inspección.
El silencio se apoderó por unos segundos del laboratorio
—Eso fue extraño, ¿no creen? —indicó Cole, intentando el fondo quizás sonar gracioso, aunque sin mucho éxito.
—No exageren —exclamó Gemma con actitud despreocupada, restándole importancia a lo sucedido—. Todos sabíamos que aún habría muchas cosas por corregir. Pero, por ahora, tenemos que priorizar que todo salga bien en la próxima presentación, ¿está bien? Luego de eso tendremos el presupuesto y el personal para atar todos esos cabos sueltos a la brevedad. Pero si no convencemos a los accionistas, no podremos hacer absolutamente nada, y nos cerrarán todo. Enfoquémonos en las prioridades a corto plazo. ¿Está claro?
Cole y Tess intercambiaron una mirada silenciosa. Tess no pareció tener muchas ganas de responder, y en su lugar se dirigió de regreso hacia M3GAN pare terminar la revisión que estaba haciendo. Cole, por su parte, dejó escapar un suspiro resignado, y concluyó el asunto diciendo:
—Entendido, Gemma.
Imitando casi por completo el mismo tono que M3GAN había usado hace un momento. Aquello tampoco le simpatizó mucho a Gemma, pero también dejó el asunto por la paz, y siguió con su trabajo.
— — — —
Para el día siguiente, el incidente ya se había olvidado. O quizás no por completo… Igual a Gemma le preocupaba que aquella inusual conversación que habían tenido con M3GAN pudiera de alguna forma afectar su comportamiento, pero al parecer no había sido el caso.
Mientras Gemma estaba en la cocina intentando cocinar algo para el almuerzo (algo que de hecho no solía hacer demasiado seguido), observaba de soslayo a M3GAN y Esther sentadas una delante de la otra en la mesa, charlando mientras la última hacía un boceto de la androide en uno de sus cuadernos de dibujo; bastante bueno, cabía decir.
Y hasta donde Gemma podía percatarse, ambas seguían igual que siempre, sino es que incluso un poco mejor que aquel primer día.
—Esther, usa el portavasos —le indicó M3GAN a la niña justo después de que ésta, tras dar un sorbo de su vaso con agua fría, lo colocara sobre la mesa.
Esther separó ligeramente su atención del cuaderno hacia el vaso.
—Sí, claro —musitó sin mucho interés, y simplemente tomó el vaso y lo colocó sobre el portavasos a un lado.
—¿Sabes por qué debes usar el portavasos?
—Porque el vaso puede dejar marcas sobre madera, todos lo saben —indicó Esther, encogiéndose de hombros.
—Correcto.
Sin más, Esther volvió a su cuaderno, y a trazar el boceto con su lápiz de carbón.
—Me alegra verlas convivir mejor —indicó Gemma desde la cocina, en alto para que ambas la escucharan—. ¿Cómo se han llevado últimamente? ¿Todo está mejor?
—Es más… —Esther alzó su mirada sólo un poco, mirando a M3GAN por encima del borde de su cuaderno—. Tolerable.
—Bien, eso es bueno —indicó Gemma con optimismo—. La presentación con los accionistas está cada vez más cerca, y…
—Descuida, saldrá bien —le respondió Esther sin pensarlo mucho.
—Despreocúpate, Gemma —añadió M3GAN con voz jovial—. El equipo ESTH3GAN lo tiene dominado, ¿verdad?
Extendió en ese momento su mano derecha hacia Esther con la palma en su dirección, con el claro deseo de que le chocara los cinco. Esther observó su mano, al inicio al parecer algo renuente. Al final dejó escapar un suspiro resignado, y extendió su mano hacia ella, haciendo que sus palmas chocaran, aunque no con mucho entusiasmo.
—Lo que sea —masculló en voz baja—. Pero te dije que no usaras ese nombre.
—Bien, me tranquiliza escucharlo —indicó Gemma, asintiendo.
Todo parecía ir por buen camino. Esther se iba acostumbrando a M3GAN, y ésta se iba adaptando a ella. Salvo pequeños inconvenientes que irían resolviendo, todo había ido funcionando bien hasta ahora. Sólo tenían que enfocarse en la presentación y…
De pronto, un fuerte aroma a quemado la distrajo de sus pensamientos.
Se giró rápidamente de regreso a la estufa, en donde un denso humo oscuro comenzaba a surgir del sartén en el que estaba cocinando.
—Oh, maldita… —masculló por lo bajo, y se apresuró a apagar la estufa y a abanicar cómo podía el humo hacia la ventana con una toalla de cocina. Se había distraído tanto observando a Esther y M3GAN, que se había olvidado del almuerzo.
—¿Necesitas ayuda con eso, tía? —le preguntó Esther, asomándose hacia la cocina desde el comedor.
—No, no, tranquila —respondió Gemma, intentando transmitir una seguridad y despreocupación que ciertamente no sentía—. Todo está bajo control. ¿Por qué no salen a jugar afuera mientras yo termino de cocinar?
—¿Afuera? —inquirió Esther, descontenta con la propuesta—. Pero si parece que va a llover —indicó a continuación, girándose hacia la ventana por la cual se apreciaba un cielo nublado.
—De hecho, durante las próximas horas sólo hay un 22% de probabilidad de lluvias dispersas —informó M3GAN de pronto—. Durante la tarde será de 36% y en la noche subirá a 55%.
Esther se giró a mirarla, y no precisamente con gratitud o alegría en su rostro.
—Gracias, M3GAN —pronunció Gemma—. Bueno, ya lo oíste —dijo a continuación, dirigiéndose ahora a Esther—. No te mojarás. Así que anda, no te preocupes.
—Sí, porque el pronóstico del clima nunca se equivoca —masculló Esther en voz baja, mientras dejaba de malagana su cuaderno sobre la mesa, se paraba de la silla y caminaba hacia la puerta principal. M3GAN la siguió unos pasos detrás.
Ambas salieron por la puerta principal y cruzaron el pórtico hacia el jardín delantero de la casa.
—Jueguen afuera —masculló Esther, repitiendo la instrucción de su tía—. Como si hubiera mucho que hacer aquí afuera.
Coronó su queja, pateando una pequeña piedrita que voló más allá del jardín frontal, hacia la calle.
—Hay muchas cosas a las que podemos jugar aquí, si usamos la imaginación —propuso M3GAN, a lo que Esther reaccionó de inmediato con una pequeña risilla burlona.
—¿Imaginación? ¿Acaso tú tienes imaginación? —preguntó con claro escepticismo.
—Quizás no en el mismo sentido que los humanos —admitió M3GAN—. Sin embargo, mi aprendizaje me permite crear respuestas e ideas a partir de conocimientos adquiridos anteriormente. Combinar diferentes conceptos y generar una nueva idea en base a ellos. Esto incluye situaciones irreales o inventadas. Eso, de cierta forma, es parecido a la imaginación.
—Ajá —masculló Esther, no sonando muy convencida en realidad.
Avanzaron un poco por el jardín, y Esther divisó a sus pies una pelota roja y azul que habían dejado ahí el otro día. Se agachó para tomarla y comenzó a moverla entre sus manos de forma distraída, mientras caminaba.
—No dudo que puedas crear una idea nueva y repetirla como un perico —comentó Esther—. Pero, ¿entiendes acaso qué significa realmente lo que dices?
—Conozco e interpreto el significado de mis palabras en base a los conocimientos que ya tengo.
—Eso no me responde nada —declaró Esther, tajante—. Puedes decir palabras como amor, odio o muerte… —Sin que Esther se percatara en un inicio, M3GAN se había detenido en seco al escuchar aquella última palabra—. Y de seguro podrías explicar su significado letra por letra. Pero, ¿acaso entiendes lo que éstas en verdad transmiten y significan para una persona cuando las escucha?
Esther se giró de lleno hacia ella, notando que M3GAN se había quedado un par de metros atrás. Estaba quieta y en silencio, mirando fijamente a Esther con esa cara de eterna inexpresividad, pero aun así no ocultando del todo el aire de perplejidad que se había apoderado de ella. Esther sonrió satisfecha al notar esto. Y en un intento de quizás tomarla desprevenida, le arrojó en ese momento la pelota con fuerza. M3GAN, sin embargo, la atrapó con relativa agilidad en el aire con ambas manos.
Bajó la pelota hasta colocarla frente a su rostro, y la contempló un momento como si fuera el objeto más extraño que hubiera visto.
—Lo siento, creo que no logro entender muy bien lo que me tratas de decirme —respondió tras esa larga deliberación. Justo después, le devolvió la pelota con un lanzamiento tranquilo, que Esther atrapó instintivamente.
La niña chistó por lo bajo, y volvió a mover la pelota entre sus manos con cierta inquietud.
—A ver, quizás algo menos complicado para tu cabecita de tostadora… Como el cine, por ejemplo. En tu pequeña base de datos tienes conocimientos de cine, ¿no es así?
—Por supuesto —respondió M3GAN, orgullosa—. Tengo a mi alcance información de las películas más importantes realizadas en los últimos ciento veinte años. Más o menos.
—Ya lo creo que sí —masculló Esther con marca ironía—. Veamos… ¿Quién protagonizó Casablanca? —le preguntó de pronto, y al instante le arrojó también la pelota.
M3GAN se apresuró a atraparla, y luego le respondió sin vacilación.
—La película de 1942 fue protagonizada por Humphrey Bogart como Rick Blaine, y por Ingrid Bergman como Ilsa Lund.
—¿Y sabes cuál es su frase más conocida?
—Debe ser: “de todos los bares de todas las ciudades del mundo, ella entra en el mío.”
M3GAN le regresó la pelota con otro lanzamiento, y ahora Esther la atrapó. Comenzaron entonces a arrojarse la pelota la una a la otra, conforme Esther hacía sus preguntas y M3GAN respondía.
—Ahora dime, ¿quién dirigió el Sonido de la Música?
—Robert Earl Wise, y también la produjo.
—¿Quién es su protagonista?
—La novicia María, interpretada por Julie Andrews.
—Y además del Sonido de la Música, ¿cuál es la otra película más conocida de Robert Wise?
—Tendría que ser West Side Story de 1961, una adaptación libre del clásico Romeo y Julieta de William Shakespeare.
—¿De qué trata?
—Es un musical ambientado en el Upper West Side de Nueva York, a mediados de los 50’s. Nos cuenta una historia de amor prohibido entre Tony y María, dos personas ligadas a dos pandillas rivales, y que son separados por las tensiones raciales y sociales, la violencia y la tragedia.
—Muy bien, sabes muchas cosas. Te felicito. Pero respóndeme una cosa más: ¿alguna vez has visto una sola de estas películas?
Aquel repentino cuestionamiento pareció ahora sí tomar totalmente desprevenida a la androide. Tanto así que cuando Esther le arrojó de nuevo la pelota, no reaccionó lo suficientemente rápido, y la pelota la golpeó en su pecho, cayó al césped y rodó delante de sus pies.
M3GAN bajó la mirada hacia la pelota, y se agachó con cuidado para recogerla de regreso.
—¿Qué si… las he visto? —susurró despacio, mientras contemplaba fijamente la pelota ante ella.
—No es muy complicado de responder, ¿o sí? —insistió Esther—. ¿Te has sentado frente a la pantalla y visto con tus propios ojos las escenas, las expresiones de los personajes o admirado el decorado de la escenografía? ¿Has escuchado con tus propios oídos los diálogos o las canciones y captado el sentimiento que estos intentan transmitir? ¿Sabes siquiera quiénes fueron todos esos personajes y personas que mencionas? ¿O son sólo nombres que copias y pegas de tu base de datos?
M3GAN siguió callada y con su atención fija en la pelota roja. Y por primera vez, fue incapaz de darle cualquier respuesta a su usuario primario. Aunque ambas sabían que la única respuesta posible a tales cuestionamientos era sólo una: “no”.
—Sin palabras, ¿eh? —exclamó Esther, sonriendo al parecer bastante orgullosa de ese pequeño logro—. Al fin la pequeña enciclopedia andante se quedó sin respuestas.
M3GAN siguió sin reaccionar unos segundos después. Luego parpadeó una vez, y levantó la mirada de nuevo hacia Esther, notándose incluso un poco desafiante al hacerlo.
—Pequeña enciclopedia andante —repitió con dejo reflexivo—. Es una interesante elección de palabras.
—¿Por qué lo dices? —cuestionó Esther, sin entender.
—Estadísticamente hablando, es inusual que un niño de diez años en estos tiempos sepa siquiera qué es una enciclopedia.
Aquellas simples palabras fueron como un golpe directo al estómago de Esther. Su rostro cambió en un chasquido, su sonrisa se esfumó, sus ojos se abrieron por completo, y sus fosas nasales se dilataron. Y esas fueron apenas las reacciones más visibles, pues hubo otras menos apreciables a un ojo humano.
—Para ellos a lo mucho serían reliquias de un pasado que no les tocó conocer —añadió M3GAN con bastante calma—. Y es mucho menos probable que tenga tan presentes películas como Casablanca de 1942; el Sonido de la Música de 1965; o West Side Story de 1961. Es interesante…
Aquello no apaciguó ni un poco la fuerte reacción de Esther, si acaso la acrecentó. Sus puños se apretaron, su mandíbula se tensó, y el asombro y el miedo se fueron esfumando poco a poco. Y todas los pequeños rasgos del rostro de la niña reflejaron sólo una cosa: ira…
M3GAN arrojó en ese momento la pelota hacia ella, pero Esther no hizo intentó alguno por atraparla. La pelota la pasó de largo, cayó cerca del vehículo en la rampa de entrada, y rodó debajo de éste hasta salir por el otro lado, cerca de la cerca que separaba la casa con la de al lado. Esther continuó mirando fijamente a M3GAN por un rato más, y ésta la sostuvo la mirada sin pestañear… si es que acaso ella necesitara en verdad hacer tal cosa.
Sin decir nada, Esther se giró lentamente en dirección a donde había caído la pelota, manteniendo sus ojos sobre M3GAN hasta el último momento. Avanzó hacia el vehículo en la entrada y lo rodeó para buscar el juguete, y lo encontró en efecto contra la cerca de madera. Avanzó con paso firme hacia la pelota, en su mente revoloteaba un sinfín de pensamientos, siendo el principal una pregunta: «¿cómo exactamente matas a una muñeca parlante de tamaño real?» Y sin levantar sospechas, de preferencia.
Un vehículo amarillo pasó por la calle y se estacionó justo delante de la casa de al lado. Esther alzó la vista en su dirección, y lo reconoció como un taxi. Estaba tan distraída en eso, que cuando se agachaba para tomar la pelota notó muy tarde la enorme figura oscura que se dirigía hacia ella por un constado. Esther saltó por reflejo, pegando su espala contra la cerca, en el instante en el que aquel enorme perro corría hacia ella, hasta colocársele delante y comenzar a ladrarle de forma estridente como un enajenado.
—Lo que me faltaba —susurró Esther con molestia, pegando más su espalda a la cerca para hacer la mayor distancia entre el hocico del animal y su cuello—. ¡Estúpido perro! ¡Lárgate! —gritó al tiempo que le arrojaba con fuerza la pelota, que rebotó contra la cabeza del animal y salió disparada hacia un lado.
El perro se sobresaltó, retrocedió, y luego corrió detrás de la pelota, queriendo atraparla con el hocico mientras iba rebotando. Cuando la logró apretar con algo de dificultar en sus fauces, corrió de regreso hacia Esther.
—Con un demonio, ¡no estoy jugando contigo! —gritó ella en alto, e hizo chocar el pie contra el suelo con fuerza, justo delante de perro. Éste se detuvo, se giró y corrió en dirección a la cerca, en específico al agujero que había en ésta. Soltó la pelota a medio camino, y luego se arrastró por el agujero, perdiéndose de su vista al otro lado—. ¡Y quédate en tu patio!
—¡Oye! —escuchó que una voz pronunciaba en alto por encima de ella. Esther respingó un poco, y se giró justo para ver a la Sra. Celia, la vecina de al lado, asomándose por encima de la cerca, mirándola con absoluta desaprobación—. ¿Qué le hiciste a Dewey? —le cuestionó con severidad.
—Nada, señora —le respondió la niña, adoptando de golpe un tono más suave y dulce, incluso sonriéndole ampliamente, como cualquiera niño haría para fingir que no había hecho nada malo—. Sólo jugábamos. Es muy lindo…
Celia la observó con sus ojos entrecerrados, un tanto escéptica de seguro, aunque también indecisa.
—Veo que tu tía aún no repara el agujero de la cerca —señaló con dejo ponzoñoso, mirando de reojo al mencionado hueco.
—Es que está muy ocupada, pero estoy segura de qué lo hará pronto.
—Seguro —susurró Celia, no ocultando ni un poco que no lo creía.
En ese momento la atención de la vecina se distrajo al notar a una segunda persona que se acercaba rodeando el vehículo. Desde su perspectiva, se trataba de otra niña de la misma estatura que Esther, de bonitos cabellos claros y un abrigo café.
El rostro de la mujer se suavizó al instante.
—Oh, a ti no te… —comenzó a decir, pero calló en cuanto la supuesta niña se acercó lo suficiente, y pudo ver mejor su rostro claramente artificial—. Válgame Dios, ¿qué es eso? —exclamó alarmada, dando un paso hacia atrás con una mano sobre su pecho.
M3GAN avanzó hasta pararse a un lado de Esther. Ésta la miró de reojo y chistó, aunque igual respondió la pegunta de la mujer de la mejor forme que se le ocurrió.
—Es una muñeca.
—¿Una muñeca? —musitó Celia, suspicaz—. ¿De verdad…?
El taxi estacionado frente a su casa hizo sonar la bocina para llamar su atención, recordándole que de hecho iba de salida.
—Tengo que irme —informó mientras se colgaba su bolsa al hombro. Miró entonces hacia el cielo nublado—. Mejor métanse a su casa, que parece que va a llover.
—De hecho… —comenzó a hablar M3GAN, quizás para volver a dar su pronóstico del clima como hace un rato.
—Cállate —le cortó Esther antes de que pudiera decir más, y M3GAN le obedeció.
Celia se dirigió a su taxi, olvidándose de momento de las dos niñas (o de la niña y su muñeca). Se subió a la parte trasera del vehículo amarillo, y éste se alejó poco después por la calle.
—¿No se supone que eres un secreto industrial y la gente no debería verte? —reprendió Esther con severidad al androide a su lado, una vez estuvieron solas.
M3GAN, sin embargo, o no escuchó la pregunta, o deliberadamente decidió ignorarla, pues en lugar de responder preguntó algo diferente.
—¿Ese perro te hizo algún daño?
—Qué tierna, ¿te preocupas por mí? —masculló Esther con ironía.
—Por supuesto que sí. Mi objetivo primario es protegerte de cualquier daño, tanto físico como emocional.
Esther no respondió nada a ese comentario, pero en su expresión dejó en evidencia que no parecía muy convencida de esa afirmación… en especial después de lo que había dicho hace unos momentos.
La puerta de la casa se abrió entonces, y Gemma se asomó por ella.
—Esther, ya está el almuerzo —le pronunció el alto para que la escuchara. La niña alzó una mano en señal de afirmación, y a Gemma le bastó para volver adentro.
—Iré por la pelota para que no se pierda —informó M3GAN, y comenzó a avanzar hacia donde le parecía había caído luego de que el perro la soltara.
—No, yo voy —indicó Esther con severidad, colocando una mano sobre el pecho de M3GAN  para indicarle que se detuviera—. Tú adelántate y sirve mi plato —añadió con el mismo tono, sonando totalmente como una orden.
M3GAN la observó un momento, como si esperara que dijera algo más, pero Esther permaneció en silencio, con su mirada centellante e inflexible.
—Claro, Esther —le respondió M3GAN, y sin más se dio media vuelta y caminó hacia el interior de la casa.
La niña se fue en la dirección contraria, andando paralela a la cerca, buscando dónde había quedado la condenada pelota. Aunque claro, lo de buscarla era, en parte, una mera excusa.
Encontró la esfera roja y azul frente al vehículo de Gemma, y delante de la puerta cerrada de la cochera. La tomó con cuidado con sus manos, y luego echó un vistazo hacia las ventanas; no había rastro alguno ni de su tía, ni de M3GAN.
Una sonrisita astuta se asomó en sus labios, y caminó entonces discretamente, casi distraída, hacia el agujero en la cerca; el mismo por el que el perro había huido hacia el patio de al lado. Una vez ahí, echó un vistazo más para asegurarse de que nadie la veía, y luego colocó la pelota con cuidado en el piso. Se irguió de nuevo y, mientras miraba hacia la casa, con un pie empujó la pelota hacia el agujero, haciendo que ésta rodara apenas unos centímetros adentro del patio del vecino.
Una vez hecho eso, y con aquella sonrisa taimada aún en los labios, se dirigió con paso alegre hacia la casa.
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wingzemonx · 2 months ago
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 06. Confía en mí
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Capítulo 06. Confía en mí
La presentación con David fue todo un éxito. Con esa corta pero efectiva interacción entre M3GAN y Esther, David logró apreciar el potencial del producto, y como podría ser un diferenciador importante para la compañía a mediano plazo. Sin embargo, para poder llevar el proyecto al siguiente nivel, faltaba más que la aprobación de David, pero al menos con ésta ya iban bien encaminados.
 El siguiente paso sería, de entrada, que Esther y M3GAN pasaran juntas el mayor tiempo posible en las siguientes semanas, como una clase de prueba piloto, antes de presentarlo ahora a los accionistas, quienes darían el visto bueno final al proyecto.
Durante este tiempo de interacción, ambas afianzarían su conexión cada vez más, y les permitiría a ellos ver de primera mano cómo M3GAN se adaptaba a las necesidades de su usuario. Irían documentando estas interacciones para su futuro análisis, y realizarían cualquier ajuste necesario a la brevedad. Si todo funcionaba tal y como lo tenían previsto, ya tenían un pie en la meta. La reunión con los accionistas sería pan comido, pues no habría forma de que no vieran lo mismo que ellos.
Así que para cumplir su cometido, la siguiente acción resultaba bastante obvia: M3GAN debía quedarse en casa con Gemma y Esther, para convivir con esta última lo más posible.
—¿Qué? ¿Por qué? —exclamó Esther azorada, como reacción inmediata justo después de que su tía le informara de esto.
Gemma titubeó un poco, un tanto destanteada por la reacción.
—Es parte de la prueba, pequeña. M3GAN necesita conocerte a profundidad para saber tus necesidades específicas, y adaptarse a ellas. Y lamentablemente tenemos poco tiempo. Además, en una situación normal el androide vivirá con el niño que lo adquiera en su casa, así que tenemos igualmente que ver su comportamiento en el hogar. ¿Me comprendes?
Esther no le respondió, y en su expresión resultaba difícil identificar qué era lo que pensaba al respecto. ¿Estaba confundida? ¿Asustada? ¿Molesta, quizás?
—Anímate, será divertido —insistió Gemma con voz jovial—. Tú y M3GAN conectaron muy bien, ¿no?
—Es un robot —musitó Esther, un tanto tajante—. Y es aterradora.
—Bien, ahí está. Ese es justo el tipo de retroalimentación de primera mano que necesitamos. Si sientes que en un primer acercamiento M3GAN puede ser algo intimidante, podemos trabajar para hacerla más amigable. Por eso eres la adecuada para esto. En verdad me serviría mucho, mucho tu ayuda. Sé que no es tu responsabilidad, pero si nos ayudas no te irás con las manos vacías de esto.
—¿Me van a pagar? —preguntó Esther con interés.
—Aún mejor: podrás quedarte con M3GAN totalmente para ti, tal y como te lo prometí; tuya para siempre y sin costo, incluyendo sus mantenimientos y actualizaciones posteriores. Ya lo tengo todo arreglado con David. Quizás ahora no te convenza, pero te prometo que si le das una oportunidad, verás que es el juguete más asombroso de la Tierra, y tú serás la primera en tenerlo sólo para ti. ¿Te imaginas la envidia que le darás a todo mundo? Y además, ¿recuerdas lo que me dijiste aquella noche? M3GAN es más que un juguete: será tu amiga, una con la que podrás contar incondicionalmente.
No quedó claro si el argumento de Gemma convenció o no a la niña, pero como fuera ya no se opuso tan visiblemente a la idea.
Esa misma tarde, tía y sobrina se encaminaron juntas de regreso a casa, acompañadas por supuesto de M3GAN, y de Tess que iba a ayudar a Gemma a instalar el módulo de carga de energía para la androide, junto con todo lo demás que se iba a ocupar.
—Aquí estamos, hogar dulce hogar —proclamó Gemma con optimismo en cuanto ingresó por la puerta principal, seguida de cerca por Tess que cargaba todo el equipo que iban a instalar.
—Bienvenida, supongo… —pronunció Esther con moderada emoción al ingresar luego de las dos adultas. Y detrás de ella, entró M3GAN.
La androide vestía un bonito abrigo café sobre su vestido, y unas elegantes gafas oscuras que se retiró una vez estuvo dentro. Recorrió entonces la mirada desde el recibidor hacia los lados, escaneando con sus ojos azulados todo aquel espacio.
—Acogedor —pronunció con un pequeño rastro de júbilo en su voz robótica.
—Si tú lo dices —susurró Esther por la bajo. Estaba ya en ese momento en la sala de estar, en donde se había retirado los zapatos, para luego dejarse caer hacia el sillón frente a la televisión. Con una mano se tallaba uno de sus pies, enfundados aún en sus medias negras, y con la otra buscaba a tientas el control remoto.
M3GAN se aproximó con paso cauteloso hacia la sala, y desde cierta distancia observó atenta todo lo que le niña hacía. Esto, por supuesto, no pasó desapercibido para ella.
—¿Qué tanto me miras? —le cuestionó con algo de hostilidad en su voz. M3GAN se limitó a sólo parpadear, e inclinar su cabeza hacia un lado, sin quitarle los ojos de encima.
—¿Dónde vas a querer instalar la silla cargadora? —preguntó Tess desde el comedor.
—En el cuarto de Esther, frente a la ventana —respondió justo después la voz de Gemma con fuerza desde la cocina.
Aquello provocó que su sobrina se sobresaltara, y prácticamente se alzara del sillón de un brinco.
—¿En mi cuarto? —exclamó, exaltada—. ¿Por qué en mi cuarto?
Gemma se asomó un rato después a la sala, un tanto vacilante.
—Ah, bueno… —titubeó en busca de la mejor forma de responderle. Por suerte, M3GAN estaba ahí para facilitarle justo ese tipo de tareas.
—Parte de mis funciones incluyen supervisar la calidad del sueño de mi usuario primario —informó la androide—, para cuidar ésta, y quizás detectar irregularidades que podrían indicar afecciones más serias.
—¿Cómo detectar si ronco? —le cuestionó Esther, un tanto a la defensiva.
—Por ejemplo. Míralo como una pijamada; seremos compañeras de cuarto.
—Fantástico —masculló Esther, esbozando una sonrisa forzada, y acto seguido se volvió a dejar caer hacia el sillón, sin importarle mucho el acomodarse, y de hecho quedando la mitad de su cuerpo recostado, y la otra mitad volando más allá de la orilla del sillón.
—Esther, sugiero que te sientes de otra forma —indicó M3GAN, mientras se aproximaba hacia ella—. Si te quedas mucho tiempo en esa posición, podrías lastimarte la espalda.
—Oblígame —le respondió Esther, desafiante. M3GAN guardó silencio, quizás no muy segura de cómo responder a eso.
Gemma y Tess observaron toda aquella interacción desde la entrada de la sala, y al menos esta última se sintió un poco incómoda. Miró a Gemma en busca de alguna indicación, y ésta sólo apuntó en dirección al pasillo, indicándole que se adelantara a la habitación. Tess aceptó de inmediato, y se dirigió hacia allá con todo su equipo.
—Esther, ¿por qué no le enseñas la casa a M3GAN mientras Tess y yo instalamos esto en tu cuarto? —propuso Gemma, sin dejar que disminuyera su buen humor.
Esther chistó por lo bajo, y luego se giró discretamente hacia otro lado.
—¿Qué tal si le enseño el compactador de basura? —masculló con voz muy baja, sólo para sí misma.
—¿Dijiste algo, Esther? —le preguntó M3GAN, que pareció casi haberse materializado de la nada justo a su lado.
Eshter se sobresaltó, asustada y sorprendida, parándose rápidamente de nuevo.
—Que claro, será un placer… —masculló esbozando una amplia sonrisa, que al menos parecía menos forzada que las anteriores.
Gemma asintió con aprobación, y se apresuró a alcanzar a Tess en la habitación, dejando a Esther y a su nueva amiga solas en la sala.
Esther borró la sonrisa de su rostro, y dejó escapar un largo suspiro de exasperación. Miró de soslayo a la muñeca parlante, que la observaba, expectante.
—Bueno, ésta es la sala… —pronunció con voz monótona, extendiendo sus manos a su alrededor—. Ese es el sillón, esa es la televisión, y esas de ahí son las cortinas…
—Y ese es un piano —añadió M3GAN, imitando el movimiento de mano de Esther, pero apuntando hacia el pequeño piano blanco al lado de los estantes.
—Qué perspicaz —musitó Esther con una ligera pizca sarcástica.
—¿Quieres que toquemos?
—Ahora no.
Esther se encaminó en ese momento en dirección al comedor, y M3GAN fue detrás de ella. Al pasar frente a los estantes, sin embargo, los objetos exhibidos en estos llamaron la atención de la androide.
—¿Y estos de aquí? —preguntó deteniéndose frente a los estantes. Esther se detuvo igual y se giró hacia el mismo sitio.
—Es la valiosa colección de juguetes de Gemma —le respondió con un dejo irónico—. Se miran pero no se tocan, según dice ella.
—¿Cuál es tu favorito? —preguntó M3GAN de pronto, tomándola un poco por sorpresa.
—¿El mío? No sé… —Esther recorrió de forma fugaz la mirada por los juguetes exhibidos—. Ese Frankenstein de ahí, supongo.
M3GAN enfocó su atención justo en el juguete que había señalado, una figura pequeña en su caja cuadrada.
—Kaiju Frankenstein de 3D Retro. Figura de vinilo diseñada por los artistas Nathan Hamill y Toumart. Interesante elección. ¿Por qué te gusta?
—No sé —respondió Esther, encogiéndose de hombros—. Es fea, pero bonita.
—No hay belleza perfecta que no tenga alguna rareza en sus proporciones —declaró M3GAN con tono solemne—. Sir Francis Bacon.
—Sí… Cómo sea.
Esther reanudó su marcha por la casa, como tenían previsto.
—Éste es el comedor, donde comemos. Y esa es la cocina, donde cocinamos. Y esa de ahí —señaló entonces justo al pequeño dispositivo negro sobre la encimera de la cocina—, es Elise, la asistente virtual de mi tía. Hey, quizás ustedes dos puedan hacerse amigas —añadió con un tono burlesco.
M3GAN miró con atención el dispositivo, lo escaneó y capturó, y luego se le aproximó con cuidado hasta pararse justo delante de él.
—Hola, Elise —le saludó con un tono alegre. El dispositivo, sin embargo, no reaccionó en absoluto.
—Buen intento —masculló Esther con actitud burlona—. Sólo obedece la voz de Gemma.
—Eso puede arreglarse —comentó M3GAN de pronto, despreocupada. Y antes de que Esther pudiera preguntarle a qué se refería, M3GAN volvió a hablar—: Hola, Elise.
Sin embargo, para asombro de Esther, la voz que surgió de M3GAN en ese momento no fue la robótica que había estado usando todo ese día, sino una mucho más natural, y aterradoramente idéntica a la de Gemma. Lo suficientemente, al parecer, para engañar incluso al pequeño dispositivo inteligente.
El ojo de Elise se iluminó, y su voz se hizo presente un segundo después.
—Bienvenida, Gemma. Tienes dos llamadas pérdidas, y doce mensajes sin leer.
Esther se sorprendió considerablemente.
—¿Cómo hiciste eso? —le cuestionó, aproximándose presurosa para pararse también frente al dispositivo.
M3GAN soltó una risilla divertida, y alzó un dedo de su mano derecha, presionándolo contra sus labios de silicona.
—Qué sea nuestro secreto, ¿sí?
Y remató el gesto con un mecánico guiño de su ojo derecho. Esther la observó, bastante intrigada. ¿En verdad era lo suficientemente inteligente como para hacer algo… fuera de las reglas? O quizás “inteligente” no era la palabra que debería estar utilizando. Pero siendo así, quizás valía la pena arriesgarse un poco.
—Espera aquí un segundo —le indicó a M3GAN, justo  antes de dirigirse con paso presuroso hacia el pasillo, y asomarse por éste en dirección a su habitación. Escuchó a Gemma y Tess charlando, y al parecer muy concentradas en lo que estaban instalando. Volvió entonces con M3GAN en el comedor, que se había quedado esperando justo como le había indicado—. M3GAN, si te pregunto algo, ¿me responderás con la verdad?
—Claro que sí, Esther —contestó la androide sin vacilar—. Tengo acceso a una más que decente cantidad de información para resolver cualquier duda que tengas. Y si acaso no te tengo una respuesta en este momento, es mi deber investigarlo para ti a la brevedad.
—No es algo tan complicado —señaló Esther—. Dime, ¿grabas todo lo que hago y te digo? Gemma dijo que esto sería una prueba piloto. Supongo que eso significa que vas a grabar todo lo que hagamos juntas, y lo subirás a algún sitio para que luego Gemma y sus colegas lo vean, ¿no?
M3GAN la observó, e incluso en su rostro casi inexpresivo, a Esther le pareció percibir cierta “curiosidad” en su gesto. Pero debía ser sólo su cerebro queriendo poner cosas en sitios donde obviamente no había nada en realidad.
—Eres una chica muy lista, Esther —declaró M3GAN, sin condescendencia, pero tampoco entusiasmo. Simplemente señalaba un hecho evidente, sin más—. En efecto, parte de los protocolos para esta prueba piloto es llevar un registro completo de nuestras interacciones, que luego cada noche serán subidas a los servidores de Funki para su acceso y revisión por parte del personal autorizado.
—¿Y eso no te parece una completa violación a la privacidad de los niños? —espetó Esther, dejando bastante a la vista el enojo que sentía ante dicha idea.
—Definitivamente hay algunos aspectos que el área legal de Funki tendrá que afinar antes de que el producto salga al mercado. Mientras tanto, este registro constante se mantendrá sólo para la prueba piloto; y tu tutora legal, es decir Gemma, autorizó que se hiciera de esta forma. Por supuesto, todo contenido considerado sensible, será omitido de estos registros.
—¿Entonces no tengo nada que decir al respecto? —se quejó Esther, cruzándose de brazos.
—¿Te molesta mucho ese tema? —preguntó M3GAN en voz baja, como si intentara hacerlo en secreto, incluso inclinando ligeramente el cuerpo en su dirección—. ¿Te preocupa que quizás termine viendo algo que no quisieras que tu tía, o alguien más, vea?
Esther se sobresaltó al escuchar tal pregunta, y por un sólo instante se sintió atrapada. Sin embargo, uso cada fibra de su fuerza de voluntad para evitar reaccionar como usualmente lo hacía cuando se sentía así: violentamente.
—No, no es eso… —respondió presurosa, sonriendo con ligera despreocupación—. Es sólo que ya soy una niña grande, y tengo derecho a mi privacidad, sea una prueba piloto o no. ¿No estás de acuerdo?
M3GAN pareció ponderar unos instantes la pregunta.
—Sí, lo estoy —respondió tras ese rato, para sorpresa de Esther—. Y si así lo deseas, marcaré cualquier interacción que tú me digas como “sensible”. Con eso la borraré de mi memoria interna, y no la subiré al servidor.
—¿Qué? —exclamó Esther, confundida—. ¿Harías eso de verdad?
—Por supuesto. De hecho…
Hizo una pausa en la que sus ojos robóticos se fijaron en la nada. Y tras sólo unos cuantos segundos, volvió a reaccionar.
—Listo, los últimos minutos en los que hemos estado discutiendo esto, borrados.
Esther la observó con desconfianza.
—¿En serio…? ¿Y Gemma o alguien no notará que faltan partes de las grabaciones?
—Si hacen una revisión minuciosa, quizás sí. Pero, como dije, tengo permitido decidir si alguna interacción es lo suficientemente sensible como para omitirla del registro, por lo que podemos apelar a ello. Pero es poco probable que ocurra, pues revisar horas y horas de grabación resultaría exhaustivo para cualquier persona. Es por eso que también tengo la encomienda de subir un resumen de los puntos más importantes del día, en una recopilación de entre diez a treinta minutos. Mientras el contenido de este resumen cumpla con lo que quieren ver, creo que no habrá problema.
—Así de fácil —masculló Esther, escéptica.
—Así de fácil —repitió M3GAN, pero con más confianza.
—¿Cómo sé que me estás diciendo la verdad y no estás diciendo sólo lo que quiero escuchar?
M3GAN se quedó de nuevo callada un rato, antes de poder decir algo más.
—No tengo una respuesta satisfactoria para esa pregunta —confesó con suma calma—. Me temo que tendrás que confiar en mí.
—Pues eso no es suficiente —recalcó Esther, cruzándose de brazos otra vez. Desvió además la mirada pensativa hacia un costado—. Yo… no suelo confiar mucho en las personas.
—Entonces vamos por buen camino —señaló M3GAN con optimismo—. Pues, técnicamente hablando, yo no soy una persona.
Esther la miró con expresión al inicio de confusión, pero luego ésta se transformó rápidamente en una cara de diversión, terminando en una repentina y casi estridente risa. M3GAN no tardó mucho en también comenzar a reír, o al menos imitar que lo hacía.
—Eso es cierto —apuntó Esther mientras se agarraba la pansa con una mano entre risa y risa—. Muy ingenioso, me atapaste.
—Es un placer.
—Puede que no sea tan malo tenerte por aquí después de todo —reconoció Esther, recuperando poco a poco la normalidad.
— — — —
Mientras Esther y M3GAN pasaban el rato, Gemma y Tess instalaban la silla cargadora. Habían tenido mucha discusión en su momento sobre cuál sería la manera adecuada en la que el Modelo 3 Generativo Androide debía recargar energía. Tenía que ser de una forma cómoda y no muy brumosa, y que pudiera ser fácilmente instalada por un padre. Después de todo, la intención era que esto estuviera en un hogar con un niño. La elección final fue una silla, banco, sillón… Lo que fuera, pero que pudiera pasar como un decorado más de la habitación del niño o de la sala, en donde el androide pudiera sentarse durante las horas de sueño. Eso cumplía dos funciones: recargarse y, como bien M3GAN misma había dicho, supervisar el sueño del niño.
Claro, tenían que mejorar la silla, pues ese primer prototipo tenía sus dificultades de instalarse por sí solo, pero ese era otro de los puntos importante a revisar una vez los accionistas aceptaran el proyecto.
—La presentación salió excelente —comentó Gemma con entusiasmo, mientras amabas trabajan en colocar la silla como parte del asiento de ventana del cuarto—. M3GAN se lució, ¿no estás de acuerdo?
—Sí… —masculló Tess, un tanto ausente. Parecía más concentrada en atornillar la silla a su lugar… o quizás no era sólo eso.
—Ahora sólo hay que preparar todo para impresionar a Greg, y estaremos del otro lado —prosiguió Gemma con el mismo ánimo—. Debo preparar un discurso que no sea muy técnico, pero que enfatice todas las cualidades tecnológicas de alto nivel que se implementaron. Pero David quiere que enfatice también la parte emocional para llegarle a Greg por ahí. Esther me dijo una frase la otra noche, sobre que un juguete como M3GAN no sería solo un juguete o una mascota, sino un amigo. Puedo jugar con esa idea. M3GAN es más que una muñeca, es un amigo, parte de la familia… ¿Qué opinas?
Tess dejó escapar un pequeño quejido reflexivo, y luego respondió un rápido y escueto:
—Está bien.
Gemma soltó un pequeño suspiro de frustración. Dejó su herramienta y se puso de pie.
—Bien, ¿qué ocurre? —preguntó sin más rodeos, con algo severidad.
—¿Por qué lo preguntas? —respondió Tess, mirándola desde abajo.
—Conozco tus silencios. Quieres decir algo, ¿no? Dispara, ¿qué pasa?
Tess dibujó un gesto resignado en el rostro, e igualmente soltó la herramienta y se paró, aunque ella prefirió tomar asiento frente a la ventana.
—¿No te pareció que Esther estaba algo incómoda durante la presentación?
—¿Qué? —exclamó Gemma, confundida—. No, estaba bien. Sólo estaba asombrada; todos lo estábamos un poco.
—Sí, pero… ¿Y qué hay de lo de hace rato? No parece muy contenta con tener a M3GAN aquí en la casa.
—Bueno, ya sabes cómo son los niños —indicó Gemma despreocupada, encogiéndose de hombros. En realidad ella sabía que era la menos adecuada para decir “cómo eran las niños”, pero claro que no lo diría en esa ocasión—. Se acostumbrará, y al final le encantará tenerla aquí.
—Tal vez sí, o tal vez no —indicó Tess con voz criptica—. Escucha, esto a simple vista pareciera ser sólo juego y diversión, pero podría convertirse fácilmente en una situación estresante para cualquier niño, incluso uno sin… los antecedentes de Esther. ¿Crees que exponerla de esa forma sea lo mejor? ¿Considerando por todo lo que ha pasado?
—¿Qué dices? Si M3GAN es justo lo que necesita. Mientras más tiempo pase con ella, más la conocerá, y entenderá las necesidades de Esther. Y le dará los consejos y el apoyo que necesita para sobrepasar todo eso, y comenzar a abrirse.
—Eso suena genial, pero… —Tess titubeó un momento, como si se replanteara el decir lo que quería decir—. Pero todo eso que acabas de decir, ¿no deberían de ser los padres del niño los que le den ese apoyo que necesita?
—Bueno, pues eso será un problema, ¿no crees? —espetó Gemma, notándose ya la irritación presente en su voz—. Pues los padres de Esther están muertos, ¿recuerdas?
—Sabes lo que quise decir.
—No, en realidad no lo sé —recalcó Gemma, cruzándose de brazos—. ¿Por qué no me dices de frente lo que tratas de decirme?
—No tienes que ponerte a la defensiva.
—¡No estoy…!
Gemma cortó abruptamente sus palabras, conteniéndose en el instante en el que se dio cuenta que estaba por alzar de más la voz, sin motivo aparente. Y eso le reveló que, quizás, sí estaba un poco a la defensiva en realidad… Pero, ¿por qué exactamente?
Tess suspiró, y se puso de pie para encarar a Gemma de frente.
—Escucha, todo por lo que has pasado estas últimas semanas es demasiado. Y entiendo totalmente si, quizás, no te sientes capaz en estos momentos de ser ese apoyo emocional que Esther tanto necesita para salir adelante. Pero la intención de crear a M3GAN era que fuera un apoyo para los padres, no que los remplazara. Y por más avanzado y sofisticado que sea nuestro androide, un niño seguirá necesitando a sus padres a su lado… O a su tía. —Hizo una pequeña pausa, dejando que las palabras se asentaran en la mente de su amiga—. No te puedes esconder detrás de un aparato para ignorar esa responsabilidad.
—Eso no es lo que estoy haciendo —masculló Gemma por lo bajo, ya no agresiva como antes, aunque aún algo de eso seguía presente.
—¿Estás segura? —insistió Tess, logrando que la exasperación de Gemma fuera en aumento.
Rehuyó la mirada de su amiga, buscando en los rincones qué podría decir para defenderse, pues ella definitivamente no estaba haciendo nada como eso. Ella sólo quería lo mejor para Esther, ayudándola con lo mejor que podía hacer: inventar, diseñar, construir… Todo lo hacía por ella… ¿cierto?
El incómodo silencio que se había formado entre ambas fue interrumpido por el abrupto sonido del piano que inundó la casa de un segundo a otro. Gemma identificó de inmediato que eso no venía de la televisión, ni tampoco de su equipo de sonido.
Gemma y Tess se dirigieron hacia la sala para ver qué ocurría. Al ingresar a ésta, les sorprendió encontrar a Esther y M3GAN, ambas sentadas lado a lado frente al pequeño piano blanco, ambas enfocadas en las teclas delante de ellas, tocando cada una su respectiva parte de la pieza. Y aunque el oído de pianista de Gemma estaba algo atrofiado, ciertamente aquello sonaba muy bien.
—Hey, ¿qué hacen? —preguntó Gemma con curiosidad, aproximándose al piano.
—¿Pues qué parece? —le respondió Esther con tono burlón, sin dejar de tocar.
—Obvio tocamos la Sonata en Do Mayor para Cuatro Manos de Mozart —añadió M3GAN con actitud similar a la de Esther.
—Tu piano necesita afinación, tía.
—Urgentemente.
—Está bien, llamaré a alguien para que lo haga mañana —indicó Gema, recobrando de un momento a otro el buen humor que traía en cuanto llegaron.
Decidió dejar que Esther y M3GAN siguieran en lo suyo, mientras ellas volvían a lo que estaban haciendo originalmente. Al girarse, por supuesto, tuvo que encontrarse casi de frente con la mirada de inseguridad de Tess.
—Esto saldrá bien —le aseguró con plena confianza, colocando una mano sobre su hombro—. Confía en mí, ¿sí?
Tess se limitó a sólo sonreírle y asentir como respuesta. Ambas se dirigieron de nuevo hacia el cuarto para continuar con la instalación. Y en el fondo Tess en verdad esperaba que Gemma tuviera razón, y que todo terminara saliendo bien al fin.
Notas del Autor:
En la película no se habla explícitamente de cómo M3GAN carga energía, o si de hecho necesita o no hacerlo. Pero hay una escena en la que se ve que luego de que Cady se acuesta, M3GAN va frente a la ventana, se sienta, y una luz se prende debajo de ella. Yo lo interpreto como que ahí se carga durante las noches, aunque también pudiera ser una base de “espera” para entrar en suspensión durante la noche. Como sea, aquí lo tomé más como lo primero.
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wingzemonx · 2 months ago
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Una Niña y Su Muñeca - Capítulo 05. M3GAN
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Capítulo 05. M3GAN
Ese siguiente viernes, muy temprano por la mañana, Gemma ya estaba lista para su presentación de ese día. Había sido una semana extenuante para su equipo y ella para tener listo el modelo de su proyecto, pero el trabajo había dado frutos.
El software funcionaba, el hardware funcionaba, las pruebas piloto habían salido exitosas… Claro, tendrían que hacer muchas más en el futuro, pues prácticamente habían reducido su periodo de pruebas sustancialmente para tenerlo listo a tiempo. Pero lo primero era salir vivos de esa  próxima presentación; lo demás, ya lo verían después.
Aunque sí había un pequeño elemento faltante para su presentación, y uno muy importante para que David viera de primera mano todo el potencial de su proyecto. Por suerte, tenía ese elemento ideal justo ahí, en su casa.
Gemma abrió con cuidado la puerta del cuarto de Esther, y se asomó hacia el interior de éste. Divisó de inmediato a la pequeña recostada en la cama sobre su costado derecho, plácidamente dormida. Se aproximó casi de puntillas hacia la cama, se puso de cuclillas un lado, y extendió una mano hacia ella para tocarle el hombro.
Antes de hacerlo, sin embargo, se detuvo un instante cuando la luz que entraba por la puerta tocó ligeramente el cuello de la niña, iluminando las marcas claramente visibles sobre su piel. Gemma ya sabía que estaban ahí, pero verlas de forma tan directa las hacía mucho más reales…
En verdad alguien la había lastimado de esa forma tan horrible. ¿Por qué hacerle eso a una niña tan pequeña e inocente? Gemma nunca lo entendería… Y además de todo, pasar por eso para luego perder a toda tu familia.
Tardó un momento para sobreponerse a la impresión y continuar con lo que había ido a hacer.
—Hey, hey, Esther —susurró con suavidad mientras la agitaba delicadamente de su hombro—. Despierta, pequeña.
Esther se agitó un poco, dejó escapar un quejido y giró hasta recostarse sobre su espalda. Abrió sus ojos lentamente, y los enfocó poco a poco en su tía.
—¿Qué? ¿Qué pasa…? —masculló adormilada, seguida después por un largo bostezo.
De pronto, algo pareció recorrerle el cuerpo entero de punta a punta, como una sacudida eléctrica. Sus ojos se abrieron bien grandes, y la somnolencia fue desterrada enteramente de su rostro.
Alzó su mano derecha y la dirigió rápidamente a su propio cuello, instintivamente buscando su gargantilla de listón, que claramente no estaba ahí. Y no sólo eso, pues al momento de alzar la mano de esa forma, dejó también a la vista de Gemma su muñeca, que también tenía marcas muy parecidas a la de su cuello. Esto igualmente causó un pequeño impacto en su tía.
—¡No me veas! —gritó Esther de pronto, sonando furiosa al hacerlo. Extendió entonces rápidamente su mano hacia la mesa de noche a su lado, buscando con desesperación su gargantilla y brazaletes.
—Lo siento, lo siento —pronunció Gemma, apenada y un poco asustada. Retrocedió rápidamente, dándose media vuelta para darle la espalda.
—¡No entres a mi cuarto así!
—Está bien, lo entiendo. Prometo no hacerlo otra vez. Perdóname.
Siguió un silencio. Gemma continuó sin mirar, pero supuso que se estaba colocando rápido sus listones, en su intento por cubrirse lo más pronto posible.
—Ya puedes mirar —indicó Esther tras un rato. Al girarse de nuevo, Gemma la vio ya de pie a un lado de la cama, con su cuello y muñecas ocultas una vez más—. Lamento haberte gritado —pronunció la niña, agachando la cabeza apenada.
—Descuida —se apresuró a responderle Gemma—. Pero, Esther… esas cicatrices…
—No quiero hablar de eso —exclamó Esther rápidamente de forma tajante, dejando entrever de nuevo un dejo de enojo al hacerlo.
—Te entiendo, está bien —respondió Gemma, dibujando después una sonrisa despreocupada, aunque no tuvo claro si acaso era correcto que sonriera o no.
Esa era la primera vez que la veía reaccionar de una forma tan adversa. La primera vez que veía con sus propios ojos que Esther no estaba tan “bien” como le había dicho a Lydia luego de su visita. La primera vez que echaba un vistazo a eso que Esther había vivido durante sus cuatro años de secuestro y de lo que aún no estaba dispuesta a hablar…
Pero las cosas mejorarían para ella a partir de ese día. Su proyecto se encargaría de hacer que la vida de la pequeña Esther fuera mejor. Eso es algo que podía hacer por ella.
—Perdón que te despierte tan temprano —masculló Gemma, intentando dejar el tema de las cicatrices por la paz—. Pero te tengo una sorpresa.
El rostro de Esther reflejó genuino interés.
—¿Qué sorpresa?
—Vístete rápido —indicó Gemma—. Hoy me acompañarás a mi trabajo.
—¿Esa es la sorpresa?
—No, la sorpresa te la mostraré allá. Anda, prometo que te gustará.
Esther pareció suspicaz, pero al final hizo lo que le indicó.
Gemma la dejó sola en la habitación para que se cambiara y arreglara, y aguardó paciente en la sala hasta que la niña salió ya lista, luciendo un bonito vestido verde y un suéter blanco sobre éste, mallas negras, con su cabello suelto, adornado únicamente con una diadema. Y por supuesto, los listones de su cuello y muñecas siempre presentes.
—¿Lista? —preguntó Gemma, a lo que la niña respondió asintiendo con la cabeza, y esbozando una pequeña sonrisita.
Parecía que el incidente de hace rato había quedado atrás, para el alivio de Gemma.
Ambas se dirigieron hacia las oficinas centrales de Funki, en el centro empresarial de Seattle. Era un edificio alto de fachada bastante sobria, que cualquiera que la viera no adivinaría a simple vista que se trataba de una empresa de juguetes. Pero la sensación cambiaba en cuanto cruzabas las puertas del vestíbulo principal, y te encontrabas con el decorado colorido, las imágenes y modelos de los diferentes productos exhibidos en sus vitrinas y pantallas, e incluso algunos niños, y también adultos, jugando y probando los nuevos juguetes.
—¿Aquí es dónde trabajas? —preguntó Esther con curiosidad, mirando con atención a su alrededor mientras avanzaban en dirección a los elevadores.
—No en esta parte en específico, pero sí —respondió Gemma—. Es genial, ¿verdad? Pero ahora vamos a un lugar aún más genial.
Aquella afirmación no convenció del todo a su pequeña acompañante. Al menos en ese primer piso, las cosas se veían mucho más relajadas y festivas, pero en pisos superiores de seguro todo era más aburrido y gris.
La presencia de los PurrPetual Petz era constante a donde quiera que veías; en las pantallas, volantes, posters, e incluso estatuas de gran tamaño de las curiosas mascotas. Era evidente cuál era su producto estrella en esos momentos. Pero eso estaba por cambiar.
Gemma y Esther subieron hacia un piso superior, y bajaron en un pasillo de alfombra y tapicería roja. Pasaron por una serie de puertas, hasta llegar a una en específico, en la cual se detuvieron un momento, en lo que Gemma hacia una llamada rápida.
—Sí, ya estamos aquí… Ok, avísame cuando David ya esté ahí…
Dicho eso, ambas aguardaron apenas un par de minutos, antes de que Gemma recibiera un mensaje de confirmación en su teléfono.
—Es hora, pequeña —le indicó a su sobrina, esbozando una amplia sonrisa confiada que a Esther destanteó un poco. ¿Qué estaba tramando exactamente?
Gemma abrió la puerta con su tarjeta de acceso, e ingresó por ella seguida de su sobrina. Sin embargo, Esther se detuvo abruptamente en cuanto puso un pie dentro de aquella sala, mirando casi con espanto aquel casi claustrofóbico espacio. Era una habitación de forma irregular, de paredes y pisos en esencia blancos, pese algunos detalles de color que no lograban opacar en lo absoluto aquella blancura tan intensa. Había algunas mesas coloridas para niños, juguetes, y un par de adornos amistosos. Todo muy bonito en general…
Pero apenas y lograban ocultar el hecho de que aquello era, a todas luces, una sala de observación… similar a la de un psiquiátrico. Incluso a un lado, se encontraba el muy reconocible espejo de doble vista, abarcando casi toda la pared.
Aquello claramente disparó algo en Esther.
—¿Qué es esto…? —preguntó ansiosa, haciéndose instintivamente hacia atrás, pegando su espalda a la puerta que acababa de cerrarse.
—Hey, no tengas miedo —se apresuró Gemma a pronunciar con voz suave, agachándose a su lado para verla a los ojos—. Es sólo un cuarto de pruebas, en dónde los niños pueden probar juguetes nuevos. No hay nada que temer; yo estoy aquí contigo.
Esther la observó, notándose aún algo nerviosa. Lentamente desvió su mirada de su tía, hacia el espejo de doble vista en la pared.
—¿Hay personas viéndonos? —preguntó con seriedad.
—Sólo Cole, Tess y mi jefe, David. Nadie más.
Con una pizca más de confianza, Esther se viró lentamente a mirar el resto de la habitación, recorriendo ésta por cada objeto que resaltaba entre el blanco de las paredes. No tardó mucho en distinguir algo al otro extremo de la habitación, que no había notado debido a su primera impresión. Había alguien más ahí, sentada un sillón en forma de cojín redondo, color verde. Parecía ser una niña de cabellos ondulados color castaño claro, casi rubio, y un vestido color beige, que estaba dándoles en ese momento la espalda.
—¿Y quién es ella? —preguntó señalando con su rostro en su dirección.
Gemma volvió sonreír en ese momento, con bastante más (sospechosa) intensidad.
—Me alegra que lo preguntes.
Sin darle de momento más explicación, se alzó y la tomó de la mano, para guiarla con cuidado hacia aquella otra niña.
—¿Recuerdas la conversación que tuvimos la otra noche? ¿Sobre si pudiera existir un juguete que en verdad pudiera entenderte y entablar una conversación contigo?
—Sí —respondió Esther, un poco insegura.
—Bueno, quiero presentarte a alguien.
Ambas avanzaron hasta pararse justo delante de la otra niña. Y en cuanto Esther logró verle el rostro, se dio cuenta de que no era precisamente una niña como había pensado. Tenía el tamaño de una, pero su rostro claramente no era el de una persona. Estaba totalmente inexpresivo, con una piel tersa que parecía algún tipo de máscara o maniquí, y ojos cristalinos grandes de un azul muy claro. Tenía la cabeza inclinada hacia adelante, con los cabellos claros cayéndole por los costados.
—¿Es una muñeca? —preguntó Esther con curiosidad, inclinando ligeramente su cabeza hacia un lado.
—Es más que eso —le respondió Gemma.
Su tía extendió entonces una mano hacia la extraña figura sentada ante ellas, abriéndose paso por sus cabellos hasta su nunca. Al parecer presionó algo en ese sitio que soltó un pequeño pitido digital.
—Pon tus dedos aquí —le indicó a continuación a su sobrina, tomando la mano derecha de la muñeca y extendiéndosela. Esther se prestó aún un poco reticente, pero hizo lo que le indicó, presionando sus dedos índice y medio de su mano izquierda contra la palma lisa de la muñeca. Ésta volvió a sonar, como si de una computadora iniciando se tratase—. Con esto vas a conectarte con ella, y te reconocerá como su usuario primario. Eso significa que será tuya, y sólo tuya a partir de ahora.
—¿De qué hablas? —cuestionó Esther, claramente confundida.
—Ya lo verás. Mantén tus dedos ahí, y dile tu nombre.
Esther achicó los ojos, volteó a ver el rostro inexpresivo de la muñeca con cierta desconfianza. De nuevo se cuestionó qué estaba tramando Gemma con todo eso, aunque debía admitir que también le ganaba un poco la curiosidad.
—Esther Albright —pronunció alto y claro.
De pronto, como respuesta inmediata a su nombre, la muñeca alzó su rostro en su dirección, fijando aquellos ojos azulados justo en ella. Parpadeó una vez, y sus labios se estiraron en un vago intento de sonrisa. Luego, su boca se abrió, y de ella surgió una voz dulce, aunque con un claro efecto electrónico en ella, que dijo:
—Hola, Esther. Es un placer conocerte.
Los ojos de Esther se abrieron grandes por la impresión, y su reacción inmediata fue apartar sus dedos de la mano de la muñeca, y retroceder varios pasos.
—¡¿Qué cara…?! —soltó de golpe por mero reflejo, aunque se contuvo a último momento antes de decir más—. Digo… ¿Qué…?
La muñeca volvió a parpadear, con un movimiento mecánico, e inclinó su cabeza hacia un lado. Sus ojos brillaron ligeramente, mientras la seguían observando muy, muy fijamente.
—Me encanta tu vestido —dijo de pronto con dejo alegre—. ¿De dónde es?
Esther permaneció quieta y en silencio en su sitio. Miró discretamente hacia su tía, en busca quizás de algún tipo de asesoramiento.
—Respóndele, no tengas miedo —le indicó Gemma con voz calmada.
Esther volvió fijarse en la muñeca, y le respondió.
—Del centro comercial, creo…
—Se te ve muy bien. Queda perfecto con tu tipo de cuerpo y peinado.
—¿Gracias…? —masculló Esther, vacilante—. ¿Es un robot? —preguntó girándose de nuevo hacia Gemma. Ésta abrió la boca disponiéndose a responderle, pero la muñeca se le adelantó.
—El término es técnicamente correcto, pero es una generalización bastante amplia. Un robot es una máquina programable diseñada para realizar diversas tareas mecánicas de manera automática, o semiautomáticas. Lo más correcto sería decir que soy un androide, un tipo de robot creado con la intención de asemejar la apariencia y el comportamiento de un ser humano.
Se puso entonces de pie, y Esther tuvo por un momento el reflejo de retroceder aún más, pero se contuvo.
—En otras palabras —prosiguió la muñeca—, todos los androides somos robots, pero no todos los robots son androides. De ahí viene parte de mi nombre: Modelo 3 Generativo Androide. M3GAN para simplificar, y para uso comercial.
—¿Megan? —musitó Esther con curiosidad.
—Se pronuncia igual que el nombre propio, pero se escribe con un “3” en lugar de la “e”. Cool, ¿verdad?
—Sí, claro… —respondió Esther, no pareciendo en realidad del todo convencida. Se movió entonces hacia un lado con paso cauteloso, y el rostro de M3GAN se movió junto con ella, siguiéndola. Luego volvió sobre sus pasos del mismo modo, y el robot (o androide) siguió con su atención puesta en ella en todo momento—. ¿En verdad entiendes lo que te digo? ¿O eres como las otras mascotas virtuales?
—Interesante pregunta —respondió M3GAN con voz intrigada—. Te cuento que a diferencia de las mascotas de las que hablas, yo tengo un procesador de alto rendimiento de última generación, y un algoritmo avanzado que usando la inferencia probabilística, interpreta tus palabras y acciones, basándome en una compleja y amplia base de memoria, así como un análisis de tu lenguaje natural y el contexto de la conversación que estamos teniendo. Todo esto combinado, hace que mi forma de procesar tu retroalimentación sea lo más cercano a como otro ser humano lo haría.
Esther se le quedó mirando en silencio, como esperando que agregara algo más a la explicación. Tras unos segundos, fue claro que no lo haría.
—¿Eso es un sí…? —preguntó, sonando quizás un poquitín hostil al hacerlo.
M3GAN parpadeó una vez, y guardó silencio unos segundos, quizás ponderando de alguna forma cómo responder.
—Eso es un sí —indicó tras un rato sin mayor vacilación—. Por supuesto, esta explicación es bastante simplificada, pero no quiero aburrirte con los detalles más complejos. Mejor hagamos algo más divertido.
—¿Algo cómo qué?
—¿A ti qué te gusta hacer?
—Pues… —Esther vaciló un momento antes de responder—. Toco el piano y pinto…
—Increíble —exclamó M3GAN, sonando genuinamente emocionada al hacerlo… o al menos lo simuló bastante bien—. Se nota que tienes bien desarrolladas tus habilidades artísticas.
M3GAN giró la cabeza hacia un lado y hacia el otro, recorriendo la habitación con sus ojos azulados.
—Al parecer no hay un piano aquí, pero podemos dibujar algo si quieres —sugirió señalando con una mano hacia una de las mesitas para niños.
Esther volteó a ver a su tía, cuestionándole con la pura mirada qué se suponía debía hacer. Gemma, sólo le sonrió, y con un gesto de su boca y su mano, le dio a entender su respuesta: “haz lo que tú quieras.”
—Seguro —respondió la niña, encogiéndose de hombros.
M3GAN comenzó a avanzar con paso cuidadoso hacia la mesa. Su movimiento era suelto y seguro, pero seguía notándose un poco antinatural y tosco, dejando a la vista su verdadera naturaleza, por más que su apariencia pudiera a menor o mayor medida pasar como la de una verdadera niña. Esther la siguió unos pasos detrás. La androide se colocó a un lado de la mesa, y se agachó colocándose de rodillas delante de ésta. Esther se sentó en un banquillo en el lado contrario.
—¿En serio sabes dibujar? —le cuestionó, escéptica.
—Puedo hacer algo muy parecido —le respondió M3GAN, sonando incluso desafiante al hacerlo.
Tomó entonces una hoja en blanco y la colocó sobre la mesa delante de ella. Acercó su mano hacia algunos de los plumones que estaban a su lado, y con él comenzó hacer diferentes trazos sobre el papel… o al menos simular que lo hacía, pues desde la perspectiva de Esther, en realidad no estaba haciendo nada. Parecía más bien sólo estar moviendo su mano con el plumón al azar, pero nada quedaba marcado en el papel. Tras un rato, tomó otro plumón más, e hizo lo mismo, y luego otra vez con un tercero.
Esther volteó a ver a su tía sobre su hombro, pero ésta permaneció con actitud calmada desde su distancia.
Una vez que terminó, lo que sea estuviera haciendo, M3GAN colocó los plumones en su lugar, y extendió la hoja sobre la mesa en dirección a Esther. Justo como ésta se esperaba, la hoja estaba totalmente en blanco.
—No dibujaste nada —masculló Esther con ligera recriminación.
M3GAN parpadeó una vez, y agachó la mirada, notándose en su rostro artificial un pequeño rastro de sorpresa.
—Oh, lo siento… —pronunció apenada, y extendió en ese momento la mano al frente, con la aparente intención de volver a tomar el dibujo. En su lugar, sin embargo, su mano golpeó por accidente un vaso con agua para los pinceles que tenían ahí mismo, tirándolo y haciendo que vertiera su contenido sobre la mesa, y en especial sobre el papel.
Esther brincó de su asiento en cuanto el agua cayó.
—Mira lo que… —le comenzó a reprochar con molestia, pero su queja se cortó de golpe en cuanto su vista detectó algo.
Cuando el agua empapó el papel, algo comenzó a formase en la superficie de éste. Del blanco comenzaron a surgir manchas de colores, que en su conjunto comenzaron a darle forma a una imagen: un retrato, de una niña de cabellos negros y pecas, con un vestido verde y un suéter blanco… Un retrato de ella, hermosamente coloreado, casi como una fotografía.
Esther tomó rápidamente el papel húmedo con sus manos para verlo de cerca y cerciorarse de que lo estaba viendo bien. Y en efecto así era… No podía ser algo preparado, pues tenía justo la ropa que tenía puesta en ese momento, y ni ella misma sabía hasta esta mañana que la usaría. ¿Cómo había entonces…?
—¿Te gusta? —escuchó que M3GAN le preguntaba, lo que la hizo separar su atención del dibujo y volver a mirarla. M3GAN le sonreía, o algo parecido a eso, expectante al parecer de su respuesta. Sin embargo, la impresión de Esther fue tanta que no fue capaz de responderle.
Una luz roja sobre el espejo se prendió y apagó repetidas veces en ese momento, llamando la atención de Gemma. Esa era su señal para salir y enfrentar lo que la esperaba en la otra habitación.
—Enseguida vuelvo —les informó mientras caminaba hacia la misma puerta por la que habían entrado—. Estaré al otro lado del cristal, ¿sí? Síganse conociendo.
Si Esther tenía intención de decir algo para que no se fuera, no lo pareció. Seguía más sumida en el dibujo en sus manos, y en la curiosa muñeca parlante delante de ella.
Una vez que Gemma se retiró de la sala, Esther volvió a sentarse en el banco, y colocó el dibujo en la mesa.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó intrigada, señalando el retrato con un dedo.
—Con magia —fue la respuesta inmediata de M3GAN, aunque casi de inmediato dejó escapar una risita burlona—. No, en realidad es un proceso químico muy sencillo. ¿Quieres te lo explique?
—No, así está bien…
Ambas se quedaron en silencio un rato. Esther miró hacia el espejo, preguntándose qué era lo que estarían discutiendo en esos momentos, y exactamente cuál fue el punto de todo eso. ¿Era acaso un conejillo de pruebas? ¿Era esa muñeca algún tipo de juguete nuevo? Bueno, era más impresionante que las feas mascotas peludas, eso era segura.
Al volver la mirada de nuevo hacia M3GAN, ésta seguía con su atención totalmente fija en ella, como prácticamente lo había estado desde el momento en que comenzó a hablar.
—¿Por qué me estás mirando tanto? —le cuestionó Esther con tosquedad.
M3GAN no le respondió, al menos no de inmediato. Siguió observándola unos segundos más, y sólo ella sabría qué pasaba por su cerebro de conectores y microchips. Pero lo que fuera, la llevó a justo después soltar una extraña pregunta, que cambió el aire en la habitación:
—¿Hay algo que te moleste, Esther?
La niña respingó, un poco descolocada por aquello.
—En lo absoluto —respondió rápidamente, negando con la cabeza.
—¿Estás segura? —insistió la androide—. ¿Te estoy incomodando acaso?
—No —declaró Esther con júbilo, incluso esbozando una de sus sonrisas más dulces que tan bien le salían—. ¿Por qué lo preguntas?
De nuevo hubo silencio. Los ojos de M3GAN no se apartaron de ella ni un instante. Y lo que pronunció justo después de ese lapso, fue aún peor…
—¿Me estás mintiendo, Esther…?
Aquello la puso totalmente tensa de un segundo a otro, tanto así que le fue imposible mantener la sonrisa en sus labios.
Se giró de forma disimulada sobre su hombro hacia el espejo, preguntándose de nuevo quién estaría viéndola en realidad, y qué tanta atención le estaban poniendo a esa conversación, si es que acaso podía llamarla de esa forma si estaba hablando con una cafetera con piernas y peluca.
Lentamente deslizó una mano por la mesa, sin que sus ojos siguieran el movimiento, y aferró fuertemente entre sus dedos unas tijeras que ahí se encontraban; lo suficientemente puntiagudas.
—¿Qué te hace pensar eso…? —le preguntó con voz calmada, mientras sus dedos apretaban tan fuerte las tijeras que casi se pusieron blancos.
Una vez más, silencio, y para ese punto éste le resultaba mucho más estresante que las palabras. Comenzó a pensar seriamente en qué hacer a continuación, que esencialmente se dividía en dos opciones: encajarle esas tijeras a ese robot en alguno de sus lindos ojos para que dejara de mirarla tan fijamente como lo estaba haciendo… o lastimarse a sí misma y aludir a que había sido M3GAN, y así la tuvieran que desmantelar. La segunda parecía mejor opción.
Estaba aún debatiendo por cuál irse, cuando de pronto M3GAN dejó escapar una extraña risita divertida, como si le acabaran de decir un chiste, aunque no uno demasiado gracioso.
—No, nada —comentó tras dejar de reír, sonando bastante más alegre y despreocupada—. Es obvio que aún me falta afinar mi compresión de tus necesidades, gustos y personalidad. Pero no te preocupes, pues eso se solucionará por sí solo con el tiempo. Después de todo, estoy diseñada para estar en una búsqueda constante por la superación personal. Y mientras más tiempo pasemos juntas, más te conoceré, y más me adaptaré a tus requerimientos particulares.
Aquello causó una extraña mezcla de emociones aflorando en el pecho de Esther. Por un lado, la tranquilizó lo suficiente como para que sus dedos soltaran poco a poco las tijeras, y la sangre volviera a circular por ellos con normalidad. Pero, por el otro, se sintió aún más confundida por varias de las cosas que acababa de oír.
—¿A qué te refieres con eso de pasar más tiempo juntas? —inquirió en voz baja, achichando los ojos con duda.
—A que a partir de hoy ambas pasaremos mucho, mucho tiempo juntas —recalcó M3GAN—. Todo el tiempo posible, en realidad.
—¿Todo el tiempo? —exclamó Esther, poniéndose casi pálida al instante.
—Claro que sí —indicó M3GAN con tono festivo—. De aquí en adelante tú y yo seremos mejores amigas por siempre.
Esther sintió como su cuerpo se entumecía, como si le arrojaran agua helada encima, y terminara expuesta ante todos.
—Gran… dioso…. —masculló despacio, forzándose en esbozar una sonrisita lo mejor que pudo. Pero, por supuesto, eso estaba muy lejos de ser lo que en realidad pensaba…
«Mierda, mierda, mierda, ¡mierda!»
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