Amante a los fanfics 🫦 Genshin Impact, HSR, Capitano 💋, etc. Me encantan las músicas de genshin! 💓🔥 Estoy recién comenzando jeje
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Capítulo 5

Al otro día, te despertaste de tu letargo, dándote cuenta de que Capitano, anoche, había puesto un manto extra sobre ti antes de que te quedaras dormida. Tocaste el manto, te percataste de que seguía tibio… posiblemente tenía algún mecanismo o energía elemental que lo mantenía así, aunque desconocías su funcionamiento. Después de darte un baño y cambiarte de ropa a tu otra muda de uniforme de sirvienta, bajaste las escaleras para preparar el desayuno de tu amo. Vivir sola te había hecho aprender gran cantidad de platillos, solamente experimentando y por como habías visto que tu amo cocinaba. Ahora, te las arreglaste para hacer pan horneado, algunos huevos revueltos, su café, y una jarra de jugo natural. Esperaste media hora, y después de eso fuiste directamente a si habitación para tocar la puerta, a lo que no recibiste respuesta. Te diste cuenta de que él se había ido.
La intriga te mantuvo enferma mínimo una semana, hasta que te acostumbraste a vivir con ella. Cuando comenzaste a trabajar con Capitano, te habías convertido en una persona muy estricta con los horarios, con la higiene y con las tareas, así que, que él no te haya avisado que se fue, y mucho menos cuando va a llegar, derrumbaba los muros de tu tranquilidad, ya que no tenías idea de qué tareas hacer. Siempre que él llegaba, le esperabas con un baño caliente, comida caliente recién hecha (y postres, los que él adoraba), la casa totalmente limpia, la mesa puesta… entre muchas otras cosas, tareas que habías solamente si él llegaba a casa. Por una semana estuviste haciendo esas tareas, esperando que él llegue, pero no lo hizo. Te acostumbraste nuevamente a la soledad, aunque, en tu cabeza, no dejaban de vagar ideas tontas de que él tal vez te había abandonado, de que posiblemente nunca vaya a regresar… o mucho peor, a él le había pasado algo malo y por eso no regresaba. Apartaste esos pensamientos negativos de tu mente mientras, un mes y medio de la partida de Capitano, te encontrabas mirando por el gran ventanal de tu habitación. La temporada helada estaba terminando, solo para dar paso a la floreada primavera… pero en la transición de ambas, solo había lluvias torrenciales todos los días, cosa que, sin entenderlo, te deprimía bastante. Por alguna razón que desconocías, el agua te traía bastantes sentimientos ajenos y tristes.
Para tu fortuna, Capitano no se había llevado todo consigo… había dejado su abrigo, el que te prestó aquella noche nevada en la que viste el exterior por primera vez. Justo ahora, mirabas la lluvia descender por tu ventana mientras te envolvías en el calor del abrigo, inundándote con el aroma masculino igual que cada noche que te sentías sola y abandonada por la única persona que pensabas que no lo haría.
Era medianoche, y sentada, viendo la luna, te estabas quedando dormida en la silla hasta que escuchaste el rechinar de la puerta principal al abrirse. Estabas en pijama, te pusiste las pantuflas y rápidamente bajaste las escaleras, saltándote algunos escalones para llegar al primer piso.
Y ahí estaba él, venía totalmente empapado, de pies a cabeza, sus botas militares llenas de barro ensuciaban la pulcra cerámica que limpiabas sin falta cada día. Su ropa estaba cubierta de lluvia, y sangre, ya que las pequeñas gotas estilaban, eran de color rojizo, lo que indicaba un previo sangrado.
Te paralizaste en la base de las escaleras, no estabas preparada para su llegada, mucho menos a esta hora, no, no tenías nada preparado para él y te aterraba su enojo.
“¿Q-Quiere que le prepare su alcoba? ¿Que le cocine…? ¿T-tiene heridas? ¿D-debo lavar su ropa? ¿P-preparar la tina? Oh, y el piso… ahora está sucio, también debo limpiarlo” Cada palabra que salía de tu boca no hacía más que llegar a la cabeza de Capitano en forma de un fuerte zumbido, estaba adolorido y cansado, y lo último que quería era escucharte tartamudear.
“Calla. Ve a la cocina, trae algunas hierbas, la caja bajo el lavaplatos y entra en mi baño. No tengo hambre, y nadie se va a morir si hay un poco de barro, y te apuras” no fue necesario que dijera otra cosa, comenzó a subir las escaleras con pesados pasos mientras tú cumplas con su recado. Subiste rápidamente las escaleras, viendo las huellas de barro que había dejado él segundos antes, y entraste a la habitación. Eran muy escasas las veces que tenías ese privilegio, generalmente él te prohibia entrar allí. No quisiste hacerlo esperar más, y seguiste las pisadas hasta el baño, donde tocaste la puerta y él te dio la orden de entrar.
En serio se veía demacrado, estaba sentado en un taburete. Te acercaste, dejando la caja de lado, y preparaste el baño, con agua bastante caliente, temías que estando así de empapado pudiera enfermar, pero él no parecía importarle en lo más mínimo.
“¿Sabes atender heridas, Rose?” Te preguntó directamente “No… pero puedo aprender” respondiste. Esa determinación en tu voz remeció el interior de Capitano, el que te quedó mirando un rato, y luego te extendió su mano enguantada. “Después de mirar lo que hay bajo el cuero de mi ropa, no hay vuelta atrás, Rose. ¿Estás segura de que tienes la suficiente determinación como para seguir?”
Aquellas palabras te hicieron conectar varios puntos en tu mente, el primero, era el hecho de que Capitano cargaba su casco en todo momento. No sabías si dormía con él, aunque algo dentro de ti te decía que si, además, de que ocupaba varias prendas de ropa. Tú eras muy observadora, aquella era una virtud que te había enseñado tus años de cautiva en el laboratorio; mirar y analizar. Nunca se había quitado una prenda frente a ti, mucho menos, nunca habías visto su piel. ¿Había algo horrible detrás de todo esto?
SIn dudar, tomaste su mano enguantada, la que era considerablemente más grande que la tuya, y con cuidado te deshiciste del guante. Te sorprendió mucho la verdadera piel de aquel hombre; era una mezcla entre piel oscurecida por cicatrices, algunas extrañas heridas, que claramente no eran normales y eran bastante profundas, tanto así, que podías ver los huesos de su mano, era similar a la podredumbre de tus compañeros en el laboratorio de Dottore. Menos mal no salía olor a podredumbre. Además de esas peculiares heridas, habían heridas de las normales, algunas eran quemaduras llenas de ampollas, y otras eran algunos que otros raspones sobre sus nudillos,
“Sabía que no podías manejarlo. Mejor vete de aquí, mierda, no te quiero ver” Gruñó, apartando su mano bruscamente de tí, como si quisiera esconder esa parte de sí mismo de tus ojos. Rápidamente, te dedicaste a… parece que por primera vez, desebedecerlo. Tomaste su mano suavemente de vuelta, atrayéndola a ti.
“No… solo… eh… estaba pensando en que tal vez las hierbas que traje no serían suficiente, y que la medicina… eh… pues… no surta mucho efecto en esas heridas grandes, en el laboratorio veía que es difícil que curen… pero claro, haré lo que me ordene, señor” murmuraste, mirándolo. De nuevo estaba ahí ese brillo que a Capitano le gustaba; la determinación, las ganas de ayudar, y lo servicial que podías ser.
“Ayúdame a quitarme la ropa. Tengo de estas en todo el cuerpo, no te sorprendas. La sangre seca se suele pegar a la ropa, no tengas compasión y solo quítame todo. No pierdas el tiempo tratando las heridas oscuras y profunda, solo cura las quemaduras y raspones” él te dio órdenes directas para dejar de sentir ese extraño hormigueo en el pecho cada vez que notaba esa determinación e tu mirada. Así comenzaste a desnudarlo, siguiendo sus instrucciones. Después de quitarle los guantes, seguiste con la chaqueta y luego la camisa, era la primera vez que veías el cuerpo de un hombre de su tipo; su espalda, a pesar de estar cubierta de heridas, era fuerte, ancha y tonificada, al igual que su pecho y sus brazos, el grosor de uno de sus brazos fácilmente podía ser del grosor de tu cabeza. Tragaste saliva y ayudaste a quitarle las botas militares y los pantalones. Después de unos minutos, solo quedaban dos prendas importantes cubriendo su cuerpo; el casco, y sus calzoncillos. Cuando estiraste tus brazos para quitarle el casco, él rapidamente tomó tus brazos, alejándote, y te llamó la atención.
“No, ese no lo saques, nunca me saques el casco, Rose, nunca me veas sin él. Es una órden, ¿Entendiste?” Tensa, bajaste la mirada y asentiste, sin comprender del todo su mal humor respecto al tema, si ya prácticamente habías visto todo su cuerpo desnudo. Decidiste no darle más vueltas al asunto y deshacerte de la otra prenda, a lo que él de nuevo te apartó. “No, ese tampoco, ¿Estás loca, mujer? Estás muy rara hoy…” Capitano rápidamente te dio la espalda y se dirigió a la bañera, metiéndose dentro de ella.
Mientras entraba en las calientes aguas, tu le mirabas la tonificada espalda, imaginando lo fuerte que era aquel hombre… imaginabas muchas cosas, la verdad. Un cosquilleo se extendió por tu vientre, y apartaste la mirada para eliminar esa sensación, así que mejor fuiste a buscar las hierbas y ungüentos.
Capitano, en cambio, se apresuró entrar en el agua, queriendo esconder la prominente erección bajo su ropa interior. Se sentía, después de muchos años, emocionado por la compañía de una mujer dentro de las mismas cuatro paredes, se sentía eufórico por tu toque… se reprendió a si mismo esas actitudes que no eran de un hombre, sino de un puberto con falta de iniciativa.
“¿Quiere que le limpie las heridas, señor?”
Santa mierda, Capitano tragó duramente saliva antes de asentir, casi contra su voluntad. Ni siquiera él mismo se entendía, lo estabas volviendo loco de formas que él no entendía, y realmente jamás desearía que tú te involucraras de esa forma con alguien como él.
Con tus manos, le limpiaste las heridas de la espalda con el agua caliente de la regadera, suavemente. Capitano, para distraer su mente, hizo lo mismo con las heridas que tenía en el pecho y el tórax, esperando que su mente no divague en la tranquila y tierna forma que limpiabas su espalda. No podía dejar de imaginarlo, el dolor en su entrepierna se hacia insoportable con el pasar de los minutos. ¿Esto era lo que le había enseñado sus años de capitán? Siglos de enseñarle a sus subordinados el valor de la disciplina, y ahora él estaba cayendo en sus fantasías solo al dejar que su sirvienta le toque un poco el cuerpo. En su defensa, se dijo mentalmente, hace mucho no sentía la calidez de una mujer sobre su cuerpo… mucho menos había tocado alguna. Cerró los ojos y se dejó llevar por las manos trabajando en su espalda, por los aromas de las hierbas dentro de la bañera, que perfumaban su cuerpo y relajaban el ambiente por el vapor creado, se relajó escuchando tu respiración tras su espalda. Nuevamente, su mente divagaba, imaginando como sería obtener más de ti, soñando en cómo seria sacarte pequeños jadeos de placer y hacer que tu respiración se agitara con la excitación… enseñarte lo que eran los placeres carnales que él podía mostrarte, hundirse en tus pliegues por horas hasta que ninguno pudiera soportar más. Esa última imaginación llevó un escalofrío por todo el cuerpo de Capitano.
“Rose, prepara mi cama. Lleva la caja contigo”
Fue una suerte que te fueras rápidamente, así él pudo tratar de calmar el duro problema que tenía tras su ropa interior… sin tanto éxito. Ni siquiera funcionó tratar de complacerse a sí mismo…
Después de diez minutos pensando en cosas asquerosas para bajar el endurecimiento de su erección, se calmó. Mientras, tú te encontrabas ordenando su cama, las almohadas, y él salió del baño justo cuando prendías unas velas aromáticas con aromas relajantes. Él se había cambiado ropa a ropa interior seca, y además, una bata negra que le cubría hasta las rodillas. Se sentó en la cama y suspiró, fatigado.
“Coloca parches y el ungüento” manda, y eso hiciste. Ahora él se veía considerablemente mejor que hace media hora. Tus pensamientos seguían a todo galope, sensaciones que no entendías, y que eran nuevas para ti. Mientras ponías parches con ungüento por su cuerpo, tu mente divagaba mucho.
“¿Qué edad crees que tengo?” Preguntó él, de la nada.
Lo miraste unos segundos, pensando en cuál sería la mejor respuesta para él. “¿30…?” Titubeas. Una ronca risa fue su respuesta.
“Rose, tengo 529 años”
El silencio fue tu reacción. No entendías.
“En una antigua guerra, me maldijeron. Por eso tengo esas heridas por el cuerpo, porque, técnicamente… debería de estar muerto, ser un cadáver” asientes ante lo que te dice, aunque te cuesta comprender como alguien puede vivir tanto tiempo “Mi cara esconde aún más enigmas, así que te prohibo verla”
Asientes, no podías ver sus ojos a través del casco que cubría las facciones del capitán… pero podías notar sus ojos fijos en tí, su mirada penetrante que hacía que te sintieras pequeña.
“Eres afortunada de ser humana, Rose. Cuando todo se calme, tienes la libertad de hacer lo que quieras con tu vida, incluso si eso significa que no podré verte más”
Aquello sonaba como una promesa por cumplir, la promesa de que él te dejaría libre, de que no eres una esclava para él… que quiere que tengas una vida feliz, aunque eso signifique no volver a verte.
“Me gusta trabajar aquí” dices, terminando con la conversación, dando por hecho que, aunque muchas oportunidades se te presenten, te gustaría seguir en la finca, trabajando para él.
“Rose, tu…” él te sujeta el brazo, llamando tu atención. Se quedan unos segundos en silencio, hasta que te soltó. “Vete a tu alcoba, gracias por tu ayuda”
Asientes, y después de agachar la cabeza en una reverencia, te retiraste. Después de limpiar el lodo de las cerámicas, te fuiste a tu lecho, te recostaste dentro del abrigo como muchas veces, ahora, en lugar de imaginar como se sentirían sus brazos alrededor tuyo, solamente recordabas la calidez de su cuerpo bajo las palmas de tus manos preocupadas.
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Capítulo 4

Asustada, te respingaste en el suelo, lentamente levantaste la mirada hacia él, tu mirada vagaba desde el gran hombre parado frente a ti y la estufa que emanaba calidez, no sabías muy bien qué hacer frente a aquella situación tan vergonzosa.
"Yo... Eh... Señor... Yo tenía frío" tartamudeas, tratando de justificar tus acciones, que ahora mismo te parecían muy tontas. Te quedaste mirándolo, y en tu mente algo se activó, haciendo que te pusieras de pie para arreglar la manta que habías traído para formar tu improvisado lecho.
"¿Tú tienes... Frío?" Repite Capitano, sin tratando de entender tus acciones. Él se quedó mirando fijamente como te ponías de pie y te ponías a ordenar rápido. "Podrías haberlo mencionado hace un rato, Rose" masculló "no venir a echarte frente a la estufa como un perro... Con razón la leña se había acabado..." Murmura, con impaciencia, pero tú le miras un tanto confundida... Porque no sabías qué era un perro. Capitano niega, frustrado de tu ignorancia, y trata de arreglar la situación "Es un animal de cuatro patas que... bueno, no importa. Mira, mañana en la mañana vamos a hablar de ciertas... Reglas, ¿Está claro? Ahora vete a tu cuarto, y no andes vagando de noche por la finca... Ya me diste muchos problemas, no quiero una mocosa enferma en mi casa".
Obedeciste sin chistar, recogiste tu manta y te fuiste a encerrar a tu cuarto y a tratar de conciliar el sueño a pesar del frío que hacía. Antes de irte a la cama te habías puesto a mirar por la ventana, la oscuridad de la noche no te permitía ver más allá del jardín, aunque podías ver claramente la creciente nevada, y no tenías idea de qué era. Ya en la cama, trataste de entrar en calor, sin éxito, aún así, comenzaste a dormirte poco a poco con los pies entumecidos por el frío, y adormecida, escuchaste unos ligeros toques de puerta, a los cuales no respondiste. Lo siguiente que recuerdas antes de caer totalmente dormida, fue que sobre tu cuerpo cayó un gran manto que te hizo entrar rápidamente en calor.
"Duerme bien, Rose" fue lo último que escuchaste. Se podría decir que fue un sueño bastante reponedor.
Con el pasar de los días, Capitano se daba cuenta de que su sirvienta era bastante inteligente algunas veces... Percatándose de que, para comenzar, aprendía bastante rápido y era obediente, cualidades que El Capitán respetaba bastante. Las reglas que él te dio no eran más que cosas que cualquier humano normal haría, aunque claro, tú no eras normal. Calmadamente te explicó como funcionaba la etiqueta, el decoro, y por qué no podías dormir echada frente a la estufa... Entre otras cosas.
Cierta tarde, estaba en su oficina, haciendo algo de papeleo, y te llamó, y rápidamente llegaste con una bandeja que contenía té y algunas galletas caseras, aquello era tu especialidad, cocinar cosas dulces. Tú te habías aprendido de memoria aquellas cosas que a tu jefe le disgustaban, gustaban, y cómo. Te aprendiste la cantidad de azúcar y lo cargado que debía de estar el té de tu amo, además de la cantidad de galletas que él comía para acompañar a su té. Una de las cosas que agradecías de tu amo, la monotonía, tu jefe jamás te sorprendía con algún regaño particular por el sabor de las galletas, el té, o la forma en la que la casa estaba ordenada. Capitano trataba que tu confiaras más en él, para que al menos el temblor que sacudía tu cuerpo cuando el heraldo se encontraba alrededor... Se calme un poco. A pesar de los claros indicios del Capitán para intentar agradarte, tú aún seguías teniendo miedo de él, o mucho respeto, no sabías diferenciarlo.
"Rose, ve a buscar leña para la estufa, te vas a congelar esta noche si no la enciendes" demandó Capitano un día al atardecer, los días seguían siendo nevados y helados, y tú te mantenías encerrada siempre. Ante la orden, te paralizaste. "¿Qué estás esperando?" Masculló Capitano, acercándose a ti rápidamente. No entendía tu parálisis.
"Yo... No he salido, señor" aquellas palabras calaron hondo en Capitano, se quedó mirándote un rato antes de volver a hablar "¿No sales? Pero si has estado sola por semanas, podías salir al patio si querías" se adelantó a decir "¿Te da miedo?"
Agachaste la mirada ante lo que te dijo, ahora te sentías muy tonta por tenerle miedo al exterior nevado de los jardines de la finca.
"Pensé que estaba prohibido" te defiendes, en un hilo de voz.
"Rose, no soy Dottore. Puedes salir si quieres, aunque claro, solo a los jardines, si quieres ir a dar una vuelta por el pueblo tienes que avisar y esperar que alguien te acompañe... Solo por tu seguridad. No quiero que te pase algo malo allá fuera"
Te quedaste un poco sorprendida ante las palabras del heraldo, él te permitía salir, y se preocupaba por ti. De hecho, no recordabas la última vez que alguien, además de él, se haya preocupado por tu bienestar. Los ojos te picaron un poco por las crecientes lagrimas que se avecinaban, las limpiaste rápidamente con el dorso de la mano.
"Ven, Rose, vamos" sin chistar, le perseguiste. Un escalofrío recorrió tu cuerpo cuando él abrió la entrada principal de la mansión y te dejó salir primero, el viento helado te golpeó en la cara y te revolvió el cabello, y los copos de nieve se quedaron enredados en las hebras de tu pelo. El heraldo te tendió un brazo para ayudarte a bajar las escaleras "Baja con cuidado, Rose, está resbaloso aquí" te indicó. Temerosa, tomaste su brazo y bajaste con cuidado las escaleras, te encontrabas viendo todo el paisaje exterior, los árboles que en esta temporada se encontraban secos, los amplios jardines, una pequeña estatua que había en una fuente con agua congelada... Y muchas cosas más que te llamaban la atención, porque era la primera vez que las veías, era la primera vez que estabas fuera de algún edificio.
Capitano te soltó el brazo y se agachó, y en su mano, recogió un poco de nieve para mostrarte más de cerca. Te quedaste viendo maravillada aquella estructura, que parecía ceniza, pero helada, la tocaste. "Es el agua, solo que está congelada" explica Capitano. Con el pasar de los minutos, tu seguías en silencio, admirando el paisaje aunque te estuvieras congelando poco a poco. Sentiste una reconfortante calidez en tus hombros, miraste en su dirección, él habia puesto su abrigo sobre tus hombros, te embriagó la calidez masculina que nunca habías sentido, un sentimiento diferente te revolvió las entrañas.
Te sentiste tan extraña que te quedaste muy quieta, esperando que el momento no terminase nunca. Era un tipo de calidez diferente, no era una calidez solo física... Iba más allá de las barreras del cuerpo. Extrañamente, por primera vez te sentías cómoda al lado de aquel enmascarado, de aquel heraldo al que le habías tenido tanto miedo el primer día en que lo viste, pero ahora, no había otro lugar más en el que te gustaría estar. Con manos temblorosas, pegaste más hacia ti el abrigo de piel, inundándote en el aroma masculino del heraldo, en aquella sensación de protección y bienestar que te podía dar aquella prenda.
"Perdona, no te he comprado mucha ropa, no sé tratar mucho con mujeres, ni las modas de ahora" dice él de pronto "te hace falta un abrigo, y más ropa caliente para estas fechas, ahora entiendo que pases tanto frío durante las noches, debes de tener una pijama bastante delgada" agrega "Si quieres algo, solo tienes que decírmelo, Rose, no soy adivino, y mucho menos tengo idea de las cosas que utilizan las chicas"
"Yo... Yo no necesito más, señor, así me encuentro bien" dijiste, apretando el abrigo más hacia ti, y sin mirarlo a él directamente. "¿Estás segura? Sé que a las mujeres les gusta comprar ropas, zapatos y joyas... Y que tienen su... Eh... Asunto mensual" Murmura, aún sin quitar las manos de tus hombros, tu te encontrabas de espaldas a él, mirando la nieve que cubría tus zapatos, aunque no entiendes a qué se refiere con el asunto mensual, solo callas. "Me siento bien así, señor" repites. "Justo ahora... No hay nada más que necesite. Me siento bien así. Agradezco su preocupación"
Capitano decide no ir en tu contra, y solo asiente. Suelta tus hombros "entra a la casa, yo llevaré leña, no quiero que te enfermes"
Obedeces las órdenes y entras en la casa, te acuestas en el sofá y pasados los minutos, él llega con leña, y enciende la estufa de la sala de estar, cerca de donde te encuentras. Se sienta a tu lado un rato. Las flamas de la chimenea te hipnotizan, y el calor reconfortante que te entregaba el abrigo te hacía sentir en paz, sin contar la protección que se encontraba a tu lado, leyendo un libro. Poco a poco, comenzaste a quedarte dormida.
"Rose, ¿Te estás durmiendo?" Te interrumpe Capitano. Te sientas rápidamente y te disculpas "Perdón, señor, ¿Quiere que le traiga té y galletas? ¿O que prepare el baño para usted?" Él te detiene rápidamete, riendo un poco. Nunca lo habías escuchado reir, hasta cierto punto era un poco escalofriante "Rose, solo quería confirmarlo. Puedes dormir tranquila, no hay problema en eso. Este sofá es agradable para tomar una siesta de vez en cuando"
Con eso ya dicho, no hiciste nada más que volver a cerrar los ojos mientras la calidez y el aroma masculino te envolvía, era un aroma realmente embriagador y cautivador. Capitano se quedó mirándote cuando te quedaste dormida, y llamó tu nombre suavemente un par de veces para corroborar que ya estabas en brazos de Morfeo. Al corroborarlo, dejó su libro a un lado, y una mano se posó cerca de tu cuerpo. Él siempre ocupaba guantes y bastantes capas de ropa sobre su cuerpo bajo la premisa de que vivía en una nación helada. Puras patrañas, él ni siquiera podía sentir una brisa fría. Ocupaba capas y capas de ropa solamente para esconder a su verdadero yo que se ocultaba bajo ellas, aquel guerrero de Kaenri-ah que hace quinientos años había entregado todo por su nación, lo habían maldecido, y el precio de aquello era la inmortalidad de su cuerpo, su carne pudriéndose, heridas que no sanaban con nada, el dolor que se arrastraba tras él, hace años que le dolía simplemente respirar. Estaba cansado, claramente. Su deber, las almas de sus compañeros de batalla que habían muerto hace siglos, la interminable búsqueda de las gnosis de los arcontes, su trabajo para la Arconte Cryo... Todos podían irse bien a la mierda, él estaba agotado.
A veces se encontraba tan abrumado, que se le olvidaba lo que era una vida normal, hace siglos que aquello había sido expulsado de su vocabulario. Añoraba eso, una vida normal, varias veces se había preguntado a sí mismo si tenía madera para poder ser un hombre común y corriente, si podía conseguir un trabajo común que no tenga que ver con comandar un ejército o enseñar diferentes técnicas de como matar... Se preguntaba si era capaz de conquistar a alguna dama, uff... Era bueno con ellas hace algunos siglos, pero ahora la simple idea de tener que hacerse el coqueto para poder acercarse a un ser humano del sexo opuesto le generaba escalofríos, mucho más si se trataba de llevarlas a la cama, temía no ser tan bueno con las chicas como en el pasado, hace años no practicaba aquel arte. Muchas veces pensó en pagarle a alguien para al menos quitarse la creciente incomodidad entre las piernas, un poco de liberación de vez en cuando no mataba a nadie... Pero creía que ninguna dama merecía estar con un monstruo como él, así que simplemente dejaba de lado el tema.
Nuevamente se sorprendió a sí mismo con la suavidad que podía manejar, aunque sea con una sola persona; reconocía que, contigo, era increíblemente suave, te tenía mucha paciencia, y por su mente jamás había pasado hacerte daño. Quería cuidarte, verte crecer, verte irse, verte ser libre. Creía que, al menos con un acto de piedad, sus muchos actos despiadados serian perdonados.
Lentamente se quitó un guante, el de su mano diestra, y por unos segundos miró su mano, erosionada y herida por el paso de los años y el peso de la inmortalidad sobre él. Acercó una mano a tu rostro, tu dormías yacida a su lado, con su mano desnuda quitó un poco de cabello que te caía de forma deliberada por la cara, apartando las hebras para poder apreciar tus juveniles facciones femeninas. Después de ello, con sus nudillos tocó suavemente una de tus mejillas tibias. Tibio, cálido. Hacia años que había perdido toda sensibilidad, pero al menos... Aún podía sentir un cuerpo cálido junto al suyo, el cuerpo de una joven mujer que dormía bajo su protección. Acarició tu mejilla solo unos minutos más, apreciando tu rostro y una calidez que hace tiempo no sentía. El crepitar de las llamas sonaba de fondo mientras él se deleitaba con tu calor. Se reprendió a si mismo por sucumbir a deseos humanos, siendo que ya no se consideraba a sí mismo como uno, y apartó rápido su mano, sintiéndose humillado de caer en tentaciones tan banales como querer tener una mujer a su lado después de años sin compartir el lecho con alguien ni una sola noche helada. Suspiró y se puso de pie, dispuesto a irse a su alcoba a distraer su mente con alguna otra absurda tarea que seguramente la Arconte Cryo había delegado para él, el trabajo solía ser su escape cuando su mente se llenaba de pensamientos indeseados... Pero, al darse cuenta de que seguías dormitando en el sofá, volvió y te tomó entre sus brazos con el cuidado suficiente para no despertarte, te acomodó dentro del abrigo que anteriormente te había pasado, y subió las grandes escaleras contigo hasta llegar a tu alcoba. Te quitó los zapatos, y, con algo de ansias, desabrochó un poco tu vestido, solamente para que no te asfixies tanto mientras duermes. Te cubrió y arropó con mantas, y trató de quitarte el polvoriento abrigo que te había pasado antes, pero no te despegabas de él, así que solo te lo dejó. Capitano se quedó mirándote por algunos momentos antes de abandonar la habitación y sumergirse en las montañas de papeleo que requería la Zarina.
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Capítulo 3


Capitano no se disgustó al verte devorar la comida como un animal, podía entender tu hambre, y no se atravía a quitarte el plato de comida, que para él, se veía muy desabrido. Después de mandarte a cambiar a la habitación, se quedó pensando en lo que había hecho. Tal vez no habia sido una buena idea recoger a una de las ratas de laboratorio de Dottore para sacarla de su habitat. Pero la verdad, era que tu historia había tocado en lo poco que le quedaba de humanidad, le recordaste que, antes de ser un fatui, un guerrero y un luchador, era un humano, o bien lo fue hace bastante tiempo, la carne podrida de su cuerpo evidenciaba lo contrario. A pesar de la máscara de indiferencia que mostraba su casco en toda ocasión, sintió que algo en él se agitaba cuando le pediste piedad, cuando le pediste un descanso de todo el sufrimiento de tu vida, además de que no podía creer que una chica estuviera en tales condiciones en un laboratorio. Antes de muchas cosas, también era un caballero, no estaba acostumbrado a ver mujeres en tal estado. Además de aquellas excusas que utilizó para raptar a un sujeto experimental, tenía otra muy buena, que además, era la más importante; cabrear a Dottore. Odiaba tanto a ese adefesio que con solo joderle el día, podía alegrar su maldita existencia. Se recordó a si mismo que tendría que mantener a la chica en secreto para más intriga.
Recordó la forma en la que te trajo aquí, te había envuelto en su abrigo de piel para esconderte de las miradas curiosas, y sin pensarlo mucho te sacó de ese asqueroso laboratorio, que se encontraba en Sumeru, te subió a un carruaje y se fueron rumbo a su finca, en Snezhnaya. No se asombró al ver que pudiste dormir todos esos días de viaje, te acurrucabas en el abrigo y dormías sin ningún problema, y seguiste durmiendo tres días más aún después de llegar a la finca, en una de las camas de invitados que se encontraba en la finca de Capitano. Le dieron muchas ganas de tirarte a una tina de agua fría para despertarte y ver tu verdadero color de piel, porque detrás de tanta suciedad no podía ver tu tez con claridad, pero al final no lo hizo. Cocinó una cantidad de arroz blanco para tu estómago que estaba acostumbrado a comer poco, de hecho, no sabía exactamente qué te darían de comer antes.
Mientras tanto, tú volvías a paso apresurado a la habitación, dispuesta a cumplir sus órdenes al pie de la letra. Buscaste algún lugar para lavarte y descubriste un baño, uno bien grande. Con algo de dificultad entendiste el mecanismo de la regadera. Nunca te habías bañado con agua caliente. Fueron los mejores 15 minutos de tu vida, en abonaste tu cuerpo con lo que encontraste, y te sorprendió el aroma exótico y cítrico que desprendían esas lociones. Después de un rato, pero hasta la gran maraña de pelos que caía tras tus espaldas, tu cabello llegaba hasta tu cintura después de ser cepillado como era debido. Estabas realmente maravillada con la situación. Si Capitano quería jugar así contigo antes de asesinar te, era realmente un buen tipo, te estaba dando unas comodidades que nunca habían estado a tu alcance. Saliste de la bañera y viste tu reflejo; aún tenías heridas y moretones, el agua de la bañera estaba sucia, haciendo evidencia de tu inmundicia. Te secaste el cuerpo con cuidado de no abrirte más algunas heridas que recién habían logrado cicatrizar. Con algo de dificultad te vestiste con lo que encontraste en uno de los muchos muebles, había lo necesario. Nunca en tu vida habías visto un sujetador, pero te las ingeniaste para colocartelo, las bragas, y un vestido largo, además de medias y zapatos. Volviste con Capitano hacia la cocina, él estaba sentado en un taburete, mirándote fijamente.
"Ah... así que si eras blanca debajo de toda esa mugre" se burló él, mientras la observaba. "Ven, niña, siéntate"
Obedeciste, sentándote en el taburete frente a él, separados por la mesa. Te negabas a mirarlo de frente, de cierta manera te aterraba, aún no confiabas en él del todo.
"Dime niña, ¿Cómo te llamas? ¿Qué edad tienes?"
Te quedaste en silencio, y tartamudeaste una respuesta "Sujeto 301" respondió ella, insegura "y... no sé que edad tengo"
Capitano no dijo nada ante aquello, solo suspiró. No podía llamar a la chiquilla por un número, miró alrededor de la cocina, buscando ideas para un nombre, su mirada se posó en un ramo de flores, de rosas, que le había regalado la Zarina después de completar una misión larga hace unos días "Te llamarás Rose si quieres vivir aquí" te dijo, poniéndose de pie "Las escobas están en el armario, junto con los trapos. No entres a mi habitación y tampoco te metas en mi escritorio, si lo haces, te mataré. Adiós".
Él se fue sin decir más al respecto, sin dar explicaciones, y abandonó la finca. Los primeros días te preocupaste, no tenías ni idea de qué hacías aquí, pero bueno, no tenías la intención de hacerlo enojar,así que, por milésima vez, obedeciste sus órdenes al pie de la letra. Te sorprendiste de la soledad de su hogar, era una finca bastante grande, repleta de bibliotecas, salas para entrenar, habitaciones lujosas, huertos y escaleras por doquier, era bastante solo para una persona. Por un momento pensaste que él te había dejado sola viviendo ahí para hacerte engordar y después comerte. Definitivamente te estabas volviendo loca al vivir sola durante tantos días. A pesar de todo eso, no te quejabas, estabas comiendo una comida al día, y te dabas relajantes baños de tina durante la noche con agua caliente, así que, comparado a tu antiguo hogar, estabas viviendo en el paraíso. Estabas recién saliendo de tu ducha diaria, cuando escuchaste un portazo proveniente de la planta baja. Sentiste toda la piel de tu cuerpo crisparse del susto.
"Mocosa de mierda, escapó" Escuchaste que dijo Capitano, podías sentir como el suelo temblaba ante las grandes zancadas que él daba mientras subía las largas escaleras. Te apresuraste para vestirte, aunque era complicado teniendo el cuerpo mojado por el reciente baño. Como pudiste te pusiste solo el vestido justo a tiempo antes de que él abriera la puerta del baño de un manotazo. Notó la incomodidad y miedo en tu cara, pero no le importara mucho.
"Pensé que te habías escapado. Estarías en problemas de ser así" murmuró, entrando en el cuarto de baño, notando la atmósfera tibia de él "que bueno que la higiene se haya transformado en parte de tu rutina, no toleraría una mocosa sucia en mi finca" se apoya en la bañera, cerca de ti, mirándote "¿No dirás nada? ¿no vas a saludar siquiera?"
Tragaste saliva y formulaste las palabras en tu mente antes de decirlas en voz alta "Buen... buen día, mi señor" tartamudeaste, manteniendo la mirada baja por respeto "Las bañeras... me gustan mucho"
Capitano se rió de ti, enrojeciste de vergüenza por lo que habías dicho, aunque no era mentira, en serio te gustaban mucho los baños relajantes de tina.
"No te quitaré la tina, puedes estar segura de ello" su voz gruesa te ponía los pelos de punta. El sonrojo bajó poco a poco, pero te asustaste más cuando él tomó tu antebrazo "¿Ya cerraron las heridas? tuve que hacer una incisión para sacarte el rastreador"
Aquel era un dato que habías ignorado completamente estas dos semanas viviendo en el paraíso, tu sabías que, en alguna parte del cuerpo, te habían puesto un sensor que monitoreaba tus signos vitales, además de que al mismo tiempo era un rastreador (esa no te la sabías). Miraste con duda al primer heraldo, el que agregó: "Cerca de tu seno, tenías insertado el rastreador. Lo saqué antes de salir del laboratorio, así que él no sabe que estás aquí"
Capitano te generaba demasiadas dudas más que respuestas, seguías sin entender por qué te había sacado de aquel laboratorio. Claro, estabas bastante agradecida con ello, pero más que eso, querías entenderlo. Él era una mala persona, estabas segura de eso. Por inercia tanteaste tu seno, dándote cuenta de que la herida que había aparecido ahí hace unas semanas no había sido hecha en los laboratorios, sino que él había sacado el rastreador de ese lugar.
"Eh... gracias, señor, por sacarme el rastreador" susurraste, aún con la mirada gacha. Capitano ignoró tus agradecimientos y agregó; "Veo que eres buena limpiando, y parece que no te robaste nada ni escapaste, dime, ¿Te gusta estar aquí?"
No dudaste mucho en responder. "A mi... me gusta mucho, señor. Este lugar es muy... lindo. Siempre hay comida"
"La comida nunca te faltará de nuevo, Rose" aclaró Capitano, tu nunca habías estado más feliz de recibir un nombre "Mira, yo apenas estoy en casa. Te propongo que tú cuides de mi hogar mientras yo no estoy, los alimentos los compra uno de mis soldados y llena la despensa cuando tú estás durmiendo, así que no tienes que preocuparte de salir. Así que de ahora en adelante, trabajarás para mí, y serás... mi empleada, sirvienta, o como quieras decirle" él explicó las cosas sin detenerse "Solo tienes que mantener el orden y ya, y cocinarme de vez en cuando, aunque, para tu mala suerte, yo no estoy mucho en casa, como podrás notar"
Ante la gran cantidad de información que te dio Capitano, nuevamente solo te limitaste a asentir y aceptar sus condiciones, las que de verdad no estaban para nada mal. Antes de que siquiera preguntaras, él ya había respondido.
"Tienes agalllas, y fortaleza. Ambas son cualidades que no deben morir dentro de un mugriento laboratorio en esa nación tan horrible" asientes, aunque aún no comprendes bien su punto.
Capitano se acerca a tí nuevamente, aún sin soltarte del brazo "Sigues sin subir de peso, ¿estás comiendo tus tres comidas diarias, Rose?" te quedaste atónita ante aquellas palabras "¿Puedo comer tres veces al día, señor?" réplicaste. Capitano te soltó del brazo, bufando un poco "Puedes comer tres veces al día, niña tonta, de nada me sirve una sirvienta que pareciera que se fuera a ir volando con alguna brisa" aclara "te obligo a comer tres veces al día, y además, vas a tener que aprender a ocupar cubiertos, en esta finca no soportaré que te sigas comportando como una rata de alcantarilla... como ese doctor" masculló. Asientes, acatando la orden.
Capitano lo último que quería era una loca que llamara mucho la atención, tenías que aprender algunas cosas básicas en tu tiempo libre.
"Noté que habían cenizas en la estufa de la sala..." te dice, tu, asustada, rápidamente interrumpiste "si... yo la encendí, pero no lo haré más, señor, ¡se lo juro!" Ante tu desesperación, Capitano te calló con un gruñido "No es algo malo, Rose, solo quería saberlo, para pedir que traigan mas leña... bueno, te dejaré descansar. Duerme bien"
Y tan rápido como Capitano volvió, él se fue. Tu por fin pudiste soltar una gran cantidad de aire que tenías reprimido en tus pulmones por el nerviosismo, y te pusiste la ropa de pijama. La verdad es que nunca habías pasado tanto frío como lo habías tenido aquí. Esta noche, al igual que unas anteriores, hacía más frío de lo normal, tanto, que no podías dormir, las mantas de la cama no podían calentarte los pies, y por ello no podías conciliar el suelo. Desganada, te envolvíste una manta al cuerpo y caminaste rumbo fuera de la habitación. Tus pies dolían por el frío contacto de la cerámica, el mármol en tu piel. Llegaste a la sala, y encendiste fuego en la chimenea sin mucha dificultad, y te sentaste en el suelo frente a las tibias llamas. Tu cuerpo se calentaba poco a poco, y tú te sentías cada vez más seducida por el bello baile de las flamas sobre los troncos. Apenas estabas juntando los párpados cuando escuchaste su voz, sin siquiera haber escuchado sus pasos antes.
"¿Qué demonios crees que estás haciendo?"
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Segundo Capítulo
Lo primero que hiciste al despertar de tu letargo, fue observar donde te encontrabas. Aquella habitación no tenía nada parecido a lo que conocías antes. Era una habitación bastante espaciosa, te levantaste para sentarte en la cama, aunque aquello te dolió un poco. Moviste tus sucias ropas para ver el estado de tus heridas, las que seguían igual a la última vez. Le diste vueltas a aquello en tu mente, "la última vez", lo último que recordabas era al primer heraldo, que, parece, te había dejado abandonada, gracias a los cielos, no querías pensar en las horribles cosas que te podría hacer el primer heraldo fatui.
Te detuviste algunos minutos solo para contemplar la habitación, tenía grandes ventanales con cortinas que llegaban al suelo, todas de colores azulados y oscuros, los muebles que se encontraban adornando la habitación parecían ser de calidad y del más fino gusto, ya que, para tu desagrado, tenían varios tallados que encontrabas inútiles, eso era algo a lo que te habías acostumbrado en los laboratorios de Dottore; despreciabas lo inútil. Te regañaste a ti misma, tratando de que un simple mueble no te cause desagrado, y seguiste viendo la habitación; la cama era muy suave, supusiste que debías de haber dormido varios días en aquel paraíso, y además, tenía un gran dosel cayendo del techo, rodeando la cama en un halo de cerúleo. Al ponerte de pie, pusiste tus pies en las frías baldosas de mármol, estabas descalza y el frío te caló los huesos. A pasos inseguros, decidiste salir de la habitación para tener una idea de dónde estabas. Justo como pensaste, las cosas fuera de la habitación eran iguales; fríos pisos, grandes ventanas, y refinados muebles por doquier. Te escabulliste, igual que una rata, para que nadie te viera vagar por la gran finca. Bajaste unas escaleras rápido y sin ruido, y comenzaste a correr por el lugar, primero, buscando a algún enemigo, y segundo, buscando comida, no tenías ni idea de cuantos días habías estado dormida (¿y cómo no estarlo? tener una cama limpia era genial, y mejor si no había que compartirla con pulgas, ratas, u otras personas igual de sucias que tú) y tenías mucha hambre. Estabas acostumbrada a pasar hambre, pero ahora, claramente, estabas llegando a tus límites, ya que sentías una nueva debilidad en tus piernas, las que se cansaban rápido y además temblaban. Doblaste una esquina, y chocaste contra un rígido cuerpo. Sentiste la sangre abandonar tus venas cuando te diste cuenta de quién estaba frente a tí, era Capitano, el primer heraldo, al que jurabas haber visto abandonandote.
Las baldosas no podían ser más frías todavía, todo tu cuerpo se había estrellado contra el piso gracias a aquel impacto, el que parecía no haber movido ni un cabello del heraldo, el que se mantenía mirándote a través de su caso, que ocultaba sus facciones detrás de una bruma. Capitano te miraba atentamente, buscando una reacción de tu parte, pero tú no hacías más que temblar bajo su mirada y ponerte pálida. Definitivamente habías metido la pata.
Tenías tanto miedo que ni siquiera podías pensar, las últimas cosas que vinieron a tu mente fueron preguntas tales como; ¿Qué hago aquí? o ¿Cómo llegué aquí?, solamente estabas aterrada, en el suelo, sintiendo de pronto todos los malestares posibles, los que te cayeron encima después de 20 años de experimentación.
"¿Vas a seguir en el suelo o te muevo de una patada?" dijo Capitano, su voz gruesa rápido te sacó del trance, o bien, asustarte más.
No hizo falta la patada, solo miraste sus grandes botas militares y eso fue suficiente para que te pusieras de pie de un salto, alejando de tu mente aquellos dolores que te habían atormetado en los últimos 5 minutos. Con ese movimiento, Capitano no se movió nada, solo te quedó mirando.
"Ah, así que sabes escuchar. Eso es bueno. Sígueme"
Tampoco fue necesario que pensaras tanto qué hacer, de propia cuenta supiste que lo mejor para ti sería no desebedecerlo. Te encontraste siguiendo, con la mirada gacha y a una distancia respetable, al primer heraldo fatui, aquel que emitía un aura asesina y era respetado por muchos (sino que todos) en Teyvat. El pasillo parecía ser interminable, Capitano no dejaba de dar grandes zancadas, a lo que tú tenías que acelerar el paso para no perder el ritmo. Las puertas y las largas alfombras parecían interminables mientras lo seguías, y en eso, tu mente comenzó a dar vueltas; no sabías como habías llegado aquí, ¿Era posible que él te hubiera traído? ¿Dónde estabas? estabas segura que no era la misma base de laboratorio en la que habías estado toda tu vida, aún con tu casi nula educación, podías evidenciar que el clima no era el mismo, aquí era demasiado frío, nada parecido al calor sofocante y hasta a veces húmedo de ese laboratorio. Lo sabías porque la putrefacción avanzaba rápido en tus compañeros. No trataste de descubrir en qué lugar estabas, porque sería imposible, no conocías ni un mapa del mundo ni nada parecido. Después de esa pregunta, saltaste a otra; ¿Él te había traído? ¿Para qué? no lo comprendías, ¿Será que quería experimentar contigo también? no, no podía ser posible, habías estado dormida sobre una cama, descansando, y no te habían inyectado nada raro, ¿tal vez torturarte? tampoco, ¿Quien haría eso por gusto nada más?, y lo último que se te vino a la mente, es que el primero era un sicópata que usaba a sus presas para jugar con ellas antes de matarlas cruelmente. Te quedaste con ese pensamiento rondando por tu mente, cuando él frenó de pronto y tú chocaste con su espalda, a lo que él soltó un bufido.
El lugar olía exquisito, más de lo que alguna vez hubieras olido, no podías ni siquiera describir el aroma, solo tu estómago gruñía, ansioso, para reclamar comida.
"Sientate" demandó, caminando hacia una de las esquinas de la habitación, revisando en uno de los muebles.
Rápidamente te sentaste, y no le quitaste la vista de encima. Vestía una chaqueta negra militar, con cadenas, y tenía el cabello largo. no te fijaste en los detalles de esta nueva habitación, la que, para tu desconocimiento, era una cocina bastante grande. Capitano puso frente a ti, que estabas sentada junto a una mesita, un plato hondo lleno de arroz blanco.
"Come"
Solo dudaste por 30 segundos, en esos momentos solo te preguntaste si estaba envenenado, pero si lo estuviera, le darías las gracias desde el más allá por darte la libertad de morir, una cosa que venías deseando desde hace ya tiempo. Devoraste todo el contenido del plato sin ningún escrúpulo, ignorando el tenedor que había estado a tu lado todo ese tiempo. No sabías ni como se ocupaba, agarraste el arroz con las manos. Capitano estaba impresionado, aunque la verdad se esperaba una reacción así de una mujer que vivía sin ver la luz del sol. Sabía que estabas desnutrida, así que le daba comidas blandas por ahora, aunque... No iba a permitir esos modales en su mesa. Dottore los hacia vivir como animales, como verdaderas ratas.
Nunca pensó que alguien pudiera ser tan feliz solo comiendo arroz blanco, pero tu lo estabas. Capitano se fijó en tu desaliñado atuendo, y te mandó a cambiar.
"En la habitación hay un baño. Apestas. Peina tu cabello después de lavarte, y en el armario buscas ropa. Te quiero aquí de vuelta en una hora"
Aquello eran cosas que tú entendías, así que volviste en tus pasos, regresando a la habitación en la que habías despertado.
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Escapar nunca fue una opción para ella. Encadenada a un pasado lleno de sufrimiento, la protagonista vivía en un lugar donde la crueldad era la norma. Hasta que él llegó. Capitano, un hombre envuelto en sombras, la arranca de ese infierno con métodos tan cuestionables como su aura intimidante. Para ella, no es más que un villano que ha cambiado una prisión por otra.
Sin embargo, detrás de su imponente máscara y su fría autoridad, Capitano comienza a descubrir los fragmentos rotos de su vida. Cada secreto desenterrado despierta en él un deseo inesperado: ayudarla, a su manera, aunque ella lo rechace una y otra vez.
Atrapados entre el pasado que ella teme y el presente que no comprende, ambos deberán aprender a enfrentar sus propios demonios. Porque a veces, incluso en la oscuridad, puede nacer una chispa de redención... y algo mucho más profundo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
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Il Capitano rara vez hablaba con los otros 10 fatui. No era porque los subestimaba, claro que no, respetaba a cada uno de diferente forma por las cosas que habían hecho, pero había cierto heraldo en específico al cual no soportaba; El doctor.
Ahora mismo se encontraba allí, en su territorio, en su asqueroso laboratorio de humanos. El edificio estaba fétido, el olor a carne humana pudriéndose inundaba sus fosas nasales, y eso que él se estaba pudriendo hace 500 años, y el olor propio no le era tan molesto como el ajeno. Mientras caminaba por el pasillo, trataba de no fijar la mirada en las personas heridas que se quejaban de dolor en el suelo, sin saber qué cosas terribles pudo haberles hecho el segundo heraldo para que estén en aquellas condiciones. Mientras avanzaba, tratando de no poner atención en los demás, centraba sus ojos en cualquier otra cosa, como en la pobre arquitectura del edificio, que parecía en ruinas, las cadenas en el suelo, las puertas con candados para que los prisioneros más importantes no pudieran escapar, los nidos de ratas y sus heces en algunas esquinas, y las moscas por doquier. Estaba increiblemente asqueado, pero no necesariamente por las condiciones espeluznantes en las que se encontraban aquellas personas, sino por la maldad de un ser humano, claro, si es que Dottore podía ser nombrado como humano. Varias veces, El Segundo había demostrado que su curiosidad y su necesidad de poder era demasiado grande como para ser contenida dentro de las moralidades conocidas. Por eso, y por varias cosas más, Capitano apenas lo toleraba, así que ahora mismo, estar husmeando dentro de sus muchas bases de laboratorio dispersas por Teyvat, era algo molesto para él. Se recordó a sí mismo que solo había venido hasta acá para recibir unos importantes documentos, los que no podían caer en manos desconocidas, y ya los tenía, así que se dirigía a la salida dando grandes zancadas con sus botas militares. Otra cosa que se recordó, es que llegaría a mandar a lavar muy bien su uniforme, sentía que la desdicha y el sufrimiento de esas personas se impregnaba en su ropa igual que el fétido hedor.
Dio la vuelta en un pasillo, y sintió que un débil cuerpo chocaba con él, la persona en cuestión cayó al suelo de forma brusca, golpeándose con las baldosas. Capitano se quedó mirando a la criatura y se arrodilló ante ella, la persona, con sus rodillas, trató de empujar para alejarse de él. Aquella chica estaba sucia, llena de polvo, sangre seca, y quién sabe qué más, tenía el cabello largo y totalmente enmarañado, sin contar que lo único que vestía era una túnica que algún día fue blanca, pero que ahora era amarillenta y marrón en algunos sitios. Era sumamente delgada, estaba en pobres condiciones.
Capitano no era tan idiota para no saber quien era, claro, no había visto en su vida a esa mocosa, pero las picadas en sus muñecas, las marcas de grilletes en sus tobillos, y su aspecto sucio solo le podían indicar que era alguno de los sujetos de experimentación de Dottore, y a pesar de como corría, parecía que uno bueno. El capitán sabía que las ratas de laboratorio de Dottore aumentaban en valor cuanto más vivían, cuanto más soportaran, y su esa mocosa andrajosa andaba corriendo por los pasillos y aún no ha muerto después de las innovaciones del segundo heraldo, es porque debe de ser un conejillo de indias bastante bueno.
"¿Qué estás haciendo aquí, ratita?" preguntó, mirándola a través de su casco, la chica pareció soltar un chillido, igual que una rata. Estaba asustada.
Había muchas cosas que esa chica no conocía, no sabía como había llegado a ese laboratorio, no sabía quienes eran sus padres, no sabía cuantos años tenía, y no tenía ni idea de su propio nombre, solamente el número que ha tenido asignado desde siempre. Habían muchas cosas del exterior de las cuales no tenía ni idea, ella se había limitado a vivir dentro de una habitación, aquella que por años había compartido con otros 10 sujetos que estaban en las mismas condiciones que ella; tan solo eran otras ratitas de laboratorio insignificantes, como ella. O eso pensaba. Lo único que sabía, era que la vida apestaba, y que ni siquiera tenía la suficiente fuerza para suicidarse, Dottore inyectaba en cada una de sus ratitas un sensor que le permitía monitorear sus signos vitales, además de ser un rastreador. Al doctor no le gustaba para nada perder a sus ratitas de laboratorio. Se dio cuenta de aquello la primera vez que trató de suicidarse con un cable de una máquina, algunos de los soldados que los vigilaban fueron de inmediato a ella para evitarlo, y como castigo, la dejaron sin comer por días. La última semana las cosas habían cambiado, a ella y a sus 10 compañeros de cuarto, habían sido sujetos de experimentación para una de las tantas cosas que Dottore quería probar, y, para su sorpresa, ella fue la única que quedó con vida, lo que más que ser una bendición, era un castigo más. Las experimentaciones se hicieron más constantes y dolorosas, todo para saber hasta qué punto era capaz de aguantar. Otra de las muchas cosas que ella no sabía, era aquello que le inyectaban.
Claro, habían tantas cosas que ella no sabía, pero entre las que sí sabía, eran sobre los heraldos. Sabía perfectamente que aquel hombre cubierto con un casco, con la cara envuelta en una bruma oscura, impidiendo ver su rostro, era Capitano, el primer heraldo fatui. También sabía que la jerarquía de los fatui iba por el poder que ellos poseían. Este hombre, el que se arrodillaba frente a ella, era más fuerte que el doctor, al que había visto apenas unas tres veces, y aquello había bastado para tenerle un terror tan grande como para desear su propia muerte antes de estar cerca de aquella cosa. Lo primero que se le vino a la mente es que esta cosa arrodillada en frente de él era más poderoso, apenas se lo podía creer. Desprendía un aura asesina que haría que cualquiera alrededor se orine de miedo.
"Y-Yo... l-lo siento m-mucho... por favor, no me mate" rogó ella, temblando de pies a cabeza, tratando de ponerse de pie y agarrar fuerzas de algún lado para escapar en dirección contraria.
"Eso no fue lo que te pregunté, mocosa" la voz de Capitano salió como un rugido, agarrándola bruscamente del brazo para impedir cualquier movimiento en falso. No era tan tonto como para bajar sus defensas ante una de las ratitas de Dottore, claro, la mujer parecía que iba a desmayarse o ponerse a llorar en cualquier momento, pero aún así, no tenía ni idea de lo que podía hacer ella,
"Yo... y-yo iba al... a la habitación de allá... al baño" la chica se las arregló para pronunciar un par de palabras coherentes, o es lo poco que entendió Capitano de sus tartamudeos, Apretó con más fuerza la muñeca de ella, ya que sabía perfectamente que estaba mintiendo.
"No me mientas, mocosa insolente. Todos en este edificio se revuelcan en su propia mierda, aquí no deben tener ni baños" con fuerza, levantó la muñeca de ella hasta que la tuvo más cerca de su mirada "¿Estás intentando escapar, o no?"
Las muñecas de la chica tenían algunos raspones, y estaba enrojecida, además de que su anatomía era algo extraña. Capitano comprendió; ella se había dislocado las muñecas para soltarse de los grilletes. Tal parecía que la ratita no era una ratita promedio, sabía escabullirse.
La chica entró en pánico cuando él descubrió su plan, y trató de soltarse desesperadamente, aunque, sin éxito.
"Piedad, por favor, moriré aquí. Haré lo que sea que usted quiera, puedo hacer lo que quiera" los ruegos de ella eran constantes, y se le sumó el llanto. Comenzó a llorar tanto, que se volvió desesperante para Capitano "Sino, mátame, se lo ruego. No quiero estar ni un día más con vida en esta asquerosa prisión. Se lo rue... rue...go"
Los ruegos de la joven fueron interrumpidos por su desmayo, la mujer cayó de frente a sus pies, mientras veía que una de las heridas sangraba más, una herida en su antebrazo, a la altura de su codo. Parecía que antes había tenido algunos químicos inyectados a esa altura, aunque las heridas eran tan extensas que supuso que ella se había arrancado todo el instrumental para escapar.
Ahora solo tenía dos opciones; una de ellas era pasar de largo y hacer como que nunca había visto nada, y la otra, era tomar a la mocosa en sus brazos y llevarsela a escondidas fuera de ese horrible establecimiento para que ella fuera libre. La segunda opción traía sus pros y sus contras, su único pro sería molestar al segundo, pero de inmediato decidió que hacer aquello solo por una insignificante rata de laboratorio no era lo suyo.
Soltó el brazo de la chica y la dejó en el suelo, se puso de pie y caminó a grandes zancadas hacia la salida, que se encontraba cerca, lo rodeaban las mismas asquerosas paredes, el horrible hedor, y la misma gente sufriendo, llenos de ratas y a punto de morir. Repitió miles de veces en su cabeza que no era su responsabilidad salvar a nadie, solo había venido a buscar algunos documentos, no tenía por qué darle pena una mocosa que seguramente moriría en un par de días más.
Casi cruzaba el umbral de la puerta, cuando se sorprendió a sí mismo que retrocedía sus pasos, y volvía corriendo hacia la chica, solo para sacarse su abrigo de piel y envolverla en él. Para la joven, nunca una prenda había sido tan cálida.
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La nieve caía con más intensidad gracias al pasar de las horas, pero la buena noticia era que, de igual manera, el cuerpo de la joven soldado iba recuperando calor, y parecía estar despertando justo como a las 4 de la madrugada.
"¿Los maté a... todos?"
Capitano dirigió su vista a ella, para sujetarla bien dentro del barril. Tenía el uniforme un poco arremangado, y se había sacado los guantes para cumplir con su tarea, casi nunca llevaba las manos descubiertas en público, pareciera que la podredumbre se hacía cada vez más notoria con el paso del tiempo, más dolorosa y más insoportable, pero eso es algo que la soldado no le dio importancia en aquel momento, así que él tampoco. Capitano soltó un pequeño bufido ante la respuesta de la joven.
"Casi mueres congelada allá fuera, ¿Y eso es de lo que te preocupas? No parecías tan tonta cuando te contraté" murmuró, mientras ella seguía quieta bajo las calientes aguas.
"¿Cumplí mi misión o no?" volvió a cuestionar ella con una voz más demandante esta vez, a lo que Capitano asintió.
"Si, pero no sé qué te pasó a ti, estabas congelada bajo la nieve. Dime, ¿Te sientes mejor?"
"Lo único que me importa es mi misión. ¿Donde está mi ropa?"
Sin ningún ápice de verguenza, la soldado se puso de pie, aún mojada, salió del barril, y buscó sus pertenencias. El ex habitante de Khaenri-ah le tomó con dureza el antebrazo para detener su búsqueda, demandándole, con autoridad, que se quedara quieta para poder recuperarse.
"¿Acaso usted, mi señor, no ha entendido que lo único que a mí me importa es cumplir con mis misiones? ¿No se da cuenta que no puedo hacer aquello estando semidesnuda como ahora?"
"Casi te mueres, mocosa de mierda" le masculló Capitano, dándole un jalón a su brazo, lo suficientemente fuerte para acostarla en un futón en el suelo, pero ella se levantó de inmediato. Capitano iba a regañarla nuevamente, hasta que un brillo azulado hizo presencia entre ambos.
El brillo se veía mágico, y fue descendiendo hasta llegar a la mano desocupada de la chica, la que lo agarró con desconfianza hasta que dejó de brillar. Era una visión, una Hydro. El capitán, si bien había conocido a varias personas con visión, no había sido testigo de cómo una aparecía, solo la suya, Cryo.
"Hydro, ¿eh?" murmuró, viéndola "Personas con un alto sentido de la justicia, que se preocupan por otros, y leales como ninguno. Encaja perfectamente contigo, ya que eres terca como una maldita mula" masculla, ahora jalándole el brazo con más fuerza para mantenerla recostada en el futón.
Ahora la chica si obedeció, sentándose en silencio y cubriéndose con las mantas que habían, sin contar el problema de que su ropa interior estuviera mojada por haber estado dentro de aquel barril de agua caliente. Se quedó mirando el nuevo regalo, aquel que le habían hecho los dioses, un elemento que no haría más que potenciar su poder. Lo primero que se le vino a la mente, es que ahora podría serle de mucha más utilidad a su capitán. La visión emitía un halo de color azulado alrededor de ella, y los adornos de color plateado la resaltaban. La soldado TN Chissan jamás se había preocupado por los dioses, jamás les había puesto más atención de la necesaria, solo era leal a la suya, la Arconte Cryo, la diosa del amor. Aquella le había dado un propósito para vivir, solo por ella se mantenía viva, para cumplir sus órdenes. Solo imaginaba en lo útil que sería ahora con una visión, claro, aunque no tuviera idea de como utilizarla.
Los dioses jamás habían sido amables con ella, así que apenas caía en cuenta de que ahora le hubieran hecho tal regalo. Ella nunca se había auto percibido como una persona especial, mucho menos una que pudiera estar en la vista de los dioses, pero lo estaba, gracias a sus grandes ambiciones. Capitano tampoco se creía esa fachada de que los dioses le tenían estima, él no creía en dioses, solo en sí mismo, los dioses nunca le dieron nada, todo lo tuvo que conseguir con sangre, sudor y lágrimas, además, ¿Chissan, ambiciosa? ella parecía más un perro obediente antes que cualquier otra cosa. Capitano no le pidió explicaciones, no iba a perder el tiempo haciéndole preguntas que esa mujer iba a contestar con desgana, así que se limitó a mirarla mientras ella, pasadas las horas, se quedaba dormida alrededor de su abrigo de piel.
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Fanfic donde Capitano te recluta como su mano derecha, una mujer frívola y sanguinaria que parece no tener sentimientos, y que jamás ha sido tratada como una chica. Poco a poco, vas despertando deseos dentro de él, él desea protegerte de todo peligro y cuidar de ti con su propia vida, a pesar de que eso es algo que a ti te desagrada.
Parte 1
Parte 2
Parte 3
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Capítulo 2
Capitano disfrutaba que sus subordinados fueran obedientes, adoraba la obediencia y disciplina más que muchas cosas en el mundo, pero esto ya era el colmo. Sí, él estaba acostumbrado a que sus subordinados obedecieran sus órdenes al pie de la letra, sin chistar y así, pero su nueva soldado era el colmo. No entendía por qué le molestaba tanto, era una soldado perfecta, obediente, y hasta a veces, parecía solo una maquina de matar sin emociones, no comprendía lo malo de aquello. Curioso, se sorprendió al encontrarse mirando detenidamente a la joven en sus tiempos libres, percatándose de que más allá de obedecer órdenes y pelear para la asociación, ella no hacía nada. No tenía idea de donde vivía la chiquilla, ni de si tenía familia, o amigos, y a todas las preguntas que se formulaba, se le venía un rotundo "no" a la cabeza. Ella no tenía amigos, ni familia, así que mucho menos un hogar.
Pasó poco tiempo para que el desempeño de la chica destacara tanto, que Capitano decidió mantenerla a su lado por más tiempo, pero claro, solo por la utilidad. Después de darse cuenta de que ella no era más que una soldado leal a la que no le interesaban cosas banales, no le dió más importancia, así que tampoco iba a esforzarse en entenderla más.
Los meses pasaban, lo que no hacia mucho cambio en la fría nación de hielo, allí siempre nevaba, y los lagos siempre se mantenían congelados y majestuosos cubiertos de un manto blanco y helado. Capitano, cuando estaba en Snezhnaya, la pasaba la mayor parte del tiempo en su despacho, haciendo el papeleo que, a pesar de que él creía innecesario, la Zarina y sus subordinados necesitaban, y eso era más que suficiente. No tuvieron que pasar tantos siglos para que Capitano pudiera adaptarse al frío de la nación, para nada, sintió que después de aquella gran guerra que le quitó todo, ya nada podría ser más frío. Por ello, Capitano apenas tenía estufas en su gran finca, la que estaba día y noche vigilada por algunos de sus subordinados y criadas, las que mantenían la ordenanza y la limpieza. Era una casa bastante grande para una sola persona, pero no podía llamarlo hogar. Desganado, dejó los papeles descansando sobre el escritorio unos minutos mientras su vista navegaba por el cuarto, haciendo su mente divagar, quería un descanso, ya eran 500 años de lo mismo.
Aclaró la mente sacudiendo un poco su cabeza para volver a agarrar los documentos y poner atención en ellos, la chiquilla era buena redactando y en el papeleo, varias veces la mandaba a hacer papeleo del sencillo, cosas que ella podía hacer sin ningún problema, aunque, solo hacía esto para ver si su subordinada tenía al menos el mínimo carácter para alegar y negarse a hacer un trabajo que, además de no ser pagado, no le correspondía. A Capitano ni siquiera le sorprendió que la chica solo recibiera órdenes sin chistar, recibía los papeles, y hacía el papeleo sin refutar. Abrió otra carpeta, donde se encontraban algunos papeles en los que se especificaba otra misión, una misión de reconocimiento en otra nación. Liyue no era su nación favorita por muchas cosas, y no específicamente por el clima.
Una misión de reconocimiento, claro, sería fácil, podría ir solo, o bien, llevar a su mano derecha como acompañante.
Durante este tiempo, Capitano dejó de pensar en aquella chica con curiosidad, y solo la vió como lo que realmente era ella; su mano derecha, una soldado, un arma. Así que por dos años, fue lo único que hizo, y aquella mujer tampoco pedía más, estaba cómoda en su puesto. Ella nunca fallaba, ni una sola vez, cumplía sus misiones con rapidez y perfección, y solo por aquello, era respetada ante los ojos de Capitano.
La chica, apodada solo por su apellido, no tenía mayores inconvenientes con las tareas más complicadas, se destacaba por su desempeño perfecto en todo aquello en lo que le pedía su capitán, o eso se mantuvo así hasta una batalla, una en la que ella no pudo ganar.
"Vete por el sur y mátalos a todos por las espaldas. Nos encontraremos frente a frente en 30 minutos" la voz demandante de Capitano se dirigió a ella, la que siempre mantenía la mirada gacha, formando una leve reverencia cuando le iban a dar órdenes "Y no te demores".
"SI, mi capitán" murmuró ella, levantando el rostro. el uniforme de la soldado era característico en sus colores, solo un poco, era un uniforme gris de dos piezas que constaba de una chaqueta y un pantalón, cómodos, además de abrigadores, porque la nevada no cesaba aún en medio de una batalla. La soldado se fue, después de montar uno de los caballos, y desapareció tras los majestuosos bosques nevados.
Pero, pasado el tiempo, Capitano no la encontró en el lugar propuesto. Todo era un mar de sangre y soldados muertos, era más que obvio que su soldado había estado allí, pero ahora ya no. "Ella jamás desobedece" se recordó a sí mismo Capitano, alejando la idea de que ella podría haber escapado o traicionado a los Fatui, aunque, también admitió que no sería tarde para una primera vez.
"Busquen a la soldado Chissan, no nos iremos de aquí sin ella, viva o muerta" demandó el capitán, subiendo a su corcel, cabalgando, buscando.
Él estaba tan acostumbrado a matar gente, a ver gente muerta, que no se conmovió al tener que mover los cuerpos de los fallecidos en batalla, los que, al morir, tenían una expresión de horror en el rostro. Movía los cuerpos de aquellas personas, sin pensar demasiado en aquellas vidas perdidas, buscando a la única vida que le importaba en aquel momento; la de su soldado. Con cada minuto que pasaba la intriga y desesperación se hacían incontenibles, estaba oscureciendo y la nevada no hacía más que complicar la situación. Sus otros soldados, vivos, se estaban congelando mientras buscaban el cuerpo de Chissan, así que los mandó a armar el campamento para descansar, mientras él buscaba. Afortunadamente, la encontró, pero en las condiciones que imaginó. Bajo un árbol, cubierta de nieve y sangre, encontró a la chica. Rápido, la tomó entre sus brazos, para comprobar si estaba viva, lo que era, sin lugar a dudas, una bendición. Sus latidos eran casi imperceptibles, al igual que su respiración, la que apenas podía formar una nube de vapor gracias al frío, ella estaba mojada, totalmente congelada por la nieve, pálida y con sus labios azules. Sus pestañas y su cabello estaban cubiertos por finos copos de nieve. Capitano, sin pensarlo mucho, se quitó su abrigo de piel para envolverla en él. Volvió en caballo al campamento.
"Calienten agua para un barril, ahora" demandó.
Menos mal sus subordinados eran solo un poco menos obedientes que ella, mientras ellos calentaban agua rápidamente en barriles grandes, él entró a su tienda de campaña, la que era lo bastante espaciosa, y comenzó a desnudar sin escrúpulos a la joven. Le quitó casi toda la ropa mojada de su cuerpo con rapidez y delicadeza, porque su cuerpo helado ya tenía suficientes heridas, las que gracias al frío habían detenido su hemorragia. No se permitió a sí mismo abusar de las libertades que le estaba dando la situación, así que mantuvo el brasier de las chicas, además de sus bragas. Rápido, entraron algunos soldados trayendo el barril humeante con agua caliente, admiraron la desnudez de aquella soldado tan fría, y por ello Capitano los echó casi a patadas. Con prisa, metió a Chissan dentro del barril, y la tuvo ahí por horas, esperando que la calidez del agua pudiera hacerla volver a la vida.
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Il Capitano era reconocido por ser el primer heraldo de los Fatui, lo que muchos pensarían que esto lo llevaría a ser, más que el más fuerte de ellos, el más cruel. No podrían estar más equivocados.
Con el peso de una maldición encima, un ejército que liderar, y una misión, Capitano siempre trataba de mantenerse al margen de las cosas, bloqueando sus emociones y actuando de manera deliberada por sus intereses personales. Era sabido que los heraldos eran los que estaban a cargo de recolectar las Gnosis de los arcontes para dárselas a la Zarina, y aunque Capitano no estaba totalmente de acuerdo con ayudar a una arconte, se limitaba a callar y obedecer.
Por ello, solo calló y obedeció cuando la Zarina le envió una carta con órdenes bien dictadas
Capitano, hay una fracción del ejército que se ha revelado ante mi propósito divino. Necesito que acaben con ella. Sé que es difícil, por eso, y de ahora en adelante, dejaré a tu mandado a uno de los mejores soldados del palacio. Espero buenos resultados.
Capitano dejó la carta sobre su escritorio, claro, si es que a aquello se le podía llamar carta, parecía más un telegrama. Sentado frente al escritorio de madera de roble, dentro de su despacho, cerró los ojos y lanzó un suspiro pesado. La idea de matar, a estos puntos de la vida, ya no era una gran molestia para él, se había bañado en sangre más veces de las que quisiera admitir en los 500 años que tenía de vida.
Rara vez recordaba aquello, que era un ser maldito con la inmortalidad, a veces estaba tan repleto de trabajo que sentía la dicha de ser una persona normal al olvidar su derecho de morir. Morir. Era tan lejano para él. Una guerra le había quitado todo, su familia, su hogar, sus amigos, su tierra, y su derecho a poder dejar todo en la mierda y morir en paz, no podía morir, y oh... Claro que lo había pensado, pero el peso de las almas de sus amigos era demasiado grande. Si ellos no descansan en paz, el tampoco lo haría. El descanso eterno para él y sus amigos, era su objetivo, por ello seguía la fachada de robar gnosis para la diosa del amor.
Decidió eliminar aquellos pensamientos de su cabeza, y seguir trabajando en algo de papeleo que quería adelantar. A veces, su trabajo era una bendición dentro de tanto sobrepensar. Hizo los mandados necesarios para arreglar un pelotón, armado, para dirigirse a cumplir las obligaciones de la diosa. Ignoró el hecho de que el supuesto "mejor soldado del palacio" nunca se presentó. O eso creía, jamás pensó que una escuincla tuviera ese rango.
En dos horas tenían planeado el ataque, era de madrugada, y mientras todos preparaban sus armas y municiones, Capitano estaba dentro de su carpa, dónde más bien se encargaba de lo administrativo, de repasar el plan en su mente y de regañar severamente a quien no lo recordase.
De pronto, oyó pasos acercarse a la carpa, venía un subordinado suyo, con una mocosa agarrada del brazo, le pidió permiso para hablar, a lo que Capitano, intrigado y curioso, permitió.
—Esta niña estaba vagando dentro del campamento. Dice ser la enviada de la Zarina, aunque... No creemos que...
La chica se quedó quieta mirando a su capitán, y dió una reverencia.
—Su majestad la Zarina me encargó obedecer, señor —la chica hablaba con mucha frialdad, casi como un muñeco viviente—. Por favor, deme órdenes.
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