Editorial: Palabras del Alma..
EDITORIAL: WORDS OF THE SOUL
María Piña Periodista – Escritora Consejera Global Delegada de La Mujer
A todos nuestros lectores en el mundo… A quienes nos siguen en el dia a dia, a todos aquellos “mis lectores” que desde el dia uno decidieron apostar por mis trocitos del alma plasmados en mis líneas, en mis letras. Quien suscribe la presente, María Piña Consejera Global Delegada de la Mujer de…
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El juego «del “I Ching”»
Había un juego que Hugo a veces ensayaba, que él mismo llamaba «del I Ching». Consistía en abrir un libro al azar por una página cualquiera, sin mirar, y ver qué le salía al encuentro. Se trataba de una variedad, personal y sui generis, del juego que los adeptos de la adivinación practicaban con el famoso libro chino «de las mutaciones» (I Ching), barajándolo para indagar en el futuro y sondar, mediante una serie de sencillas consultas técnicas, los caprichos del destino. El pasatiempo a más de uno le podría parecer una tontería, pero el mismísimo Jung había sido entusiasta del milenario método de adivinación oracular, en su versión original; al margen de que, puestos a examinar tonterías, tal vez no la hubiera más grande —Hugo estaba un pelín destemplado esta madrugada— que levantarse por las mañanas, y sin embargo todos lo hacíamos, una jornada sí y otra también. Para Hugo, no obstante, el divertimento no era más que una forma de distracción mental, con unas «gotitas» añadidas de «y si…». O sea: su juego «del I Ching» era un juego, como casi todos los juegos (incluido el de la lotería) del «Y si» («¿Y si me toca?»). Todo en la vida era «y si», al fin y al cabo.
El aleatorio turno de interrogación libresca le había correspondido el día anterior a Góngora. En su dormitorio tenía Hugo una abigarrada mezcolanza de volúmenes, distribuidos desordenadamente por un par de estanterías dispuestas, una junto a la otra, frente a la cama. El cuadrante superior izquierdo de una de las dos altas columnas de anaqueles lo ocupaba una colección, completa y creciente, de los títulos de su propia cosecha, archivados por duplicado. En la parte inferior derecha había un poco de todo: libros de autoayuda, glosarios técnicos, diccionarios especializados, obras de vates hispanos, novelas de Simenon, antologías varias, y viejos manuales de los tiempos de la mariacastaña, que había tenido que manejar en su época de estudiante, en Inglaterra, a finales de los setenta y principios de los ochenta. El libro extraído al azar de entre aquel caótico surtido resultó ser un ejemplar de bolsillo de las Soledades, de don Luis de Góngora y Argote, en la célebre y magnífica edición de Dámaso Alonso, tal como el autor de Hijos de la ira la había preparado y publicado en 1927 en la Revista de Occidente. En la página setenta del libro, había dado Hugo con esto:
En tanto pues que el palio neutro pende
y la carroza de la luz desciende
a templarse en las ondas, Himeneo
—por templar en los brazos el deseo
del galán novio, de la esposa bella—
los rayos anticipa de la estrella,
cerúlea ahora, ya purpúrea guía
de los dudosos términos del día.
Versos 1.072 al 1.079 de la Soledad Primera. ¡No estaba nada mal! La cosa, a decir verdad, era espléndida. Que Himeneo anduviera por allí (¡siendo además, como era, día de San Valentín!) podía considerarse especialmente feliz circunstancia; la «búsqueda de esposa» —o de esposo— era, por decirlo de alguna manera, lo que después de todo justificaba la mayor parte de los desvelos de nuestra existencia (en su lejano siglo el Arcipreste habló, como sabemos, de mantenençia y juntamiento, binomio impepinable que regía nuestro paso por el mundo).
A continuación Hugo leyó, en la interpretación de Dámaso Alonso, la versión en prosa de los versos arriba citados:
En tanto que queda indeciso a cuál de los tres zagales se le debe el palio de vencedor [de la campestre competición de velocidad que acaba de tener lugar entre diversos pastoriles figurantes del poema], y mientras la carroza del Sol baja a refrigerarse en las ondas del mar, el dios de las bodas, para que el galán esposo temple también su deseo en los brazos de la desposada, anticipa la aparición del lucero Venus (purpúreo heraldo por la mañana, cuando sale por oriente, cerúleo heraldo por la tarde, cuando se pone en el mar, de los dos dudosos crepúsculos del día).
Resultaba interesante comprobar, cada vez que regresaba uno a los clásicos, cómo las más variadas y fecundas referencias empezaban al instante a dispararse: en el verso «de los dudosos términos del día» se escondía un eco, al revés, nada menos que de Camilo José Cela, cuyo primer volumen de poemas llevó por título, precisamente, Pisando la dudosa luz del día, que era por lo visto (en ello Hugo hasta ese momento no había caído; y quizá debiera añadir que no había leído el poemario de Cela) un claro guiño gongorino. ¡Por no volver a hablar, en este concreto caso y en un plano más festivo, de la coincidencia de Himeneo con San Valentín! Estas pequeñas y deleitosas sorpresas estaban en todas partes: era la sincronicidad —¡junguiana!— que gobernaba el universo.
El fragmento de Góngora se hallaba casi al final de la Soledad Primera; saltando con los ojos hacia delante, en rápido barrido, Hugo posó la vista en el último verso de la composición: «a batallas de amor campo de pluma». ¡Memorable endecasílabo, donde los hubiera! La primera vez que Hugo lo había leído, muchos años atrás, había sido en el epígrafe de un poema de Verlaine, que lo citaba en español para encabezar una de sus poesías; y Hugo mismo se había hecho eco de él, lustros después, en una de las piezas de su libro de 2014, Vasta como el tiempo es la esperanza. ¡Ah, Jung! ¡La feliz cascada, irrefrenable y generosa, de las caprichosas o no tan caprichosas sincronías de la vida!
A punto había estado Hugo de registrar en audio una bella muestra gongorina, y subirla a su página web. Pero el derroche de energía se le antojó después demasiado fastuoso, y se había decantado por un soneto del archienemigo de Góngora, Francisco de Quevedo; con lo cual se había ido por otros cerros, o más bien por otros valles, profundos y preñados de meditaciones pesarosas, en los que un Quevedo aterido de solemne pena y arrepentimiento volvía hacia Dios la voz y la mirada, renunciando a las vanidades del mundo y encomendándole a Él sus esperanzas.
Era otro cantar. ¡O tal vez fuera el mismo! En el mismo mar nacían y morían, después de todo, cuantos cantares existían. El arte era como el ciclo del agua. I Ching, «y si»…; y hete aquí que alboreaba ya el 15 de febrero.
15 de febrero de 2021
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»Regiones pise ajenas,
O clima propio, planta mía perdida,
Tuya será mi vida,
Si vida me ha dejado que sea tuya
Quien me fuerza a que huya
De su prisión, dejando mis cadenas
Rastro en tus ondas más que en tus arenas.
»Audaz mi pensamiento
El cénit escaló, plumas vestido
Cuyo vuelo atrevido
—Si no ha dado su nombre a tus espumas—
De sus vestidas plumas
Conservarán el desvanecimiento
Los anales diáfanos del viento
»Esta, pues, culpa mía
El timón alternar menos seguro
Y el báculo más duro
Un lustro ha hecho a mi dudosa mano,
Solicitando en vano
Las alas sepultar de mi osadía
Donde el Sol nace o donde muere el día.
»Muera, enemiga amada,
Muera mi culpa, y tu desdén le guarde,
Arrepentido tarde,
Suspiro que mi muerte haga leda,
Cuando no le suceda,
O por breve o por tibia o por cansada,
Lágrima antes enjuta que llorada.
»Naufragio ya segundo,
O filos pongan de homicida hierro
Fin duro a mi destierro;
Tan generosa fe, no fácil onda,
No poca tierra esconda:
Urna suya el océano profundo,
Y obeliscos los montes sean del mundo.
Góngora, Soledades
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VENEZUELA ENTRE DOÑA BÁRBARA Y YO, CON RÓMULO GALLEGOS
Me enamoré de Doña Bárbara desde que subí a aquel bongo que remontaba el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha. Dos bogas lo hacían avanzar mediante una lenta maniobra de galeotes. Imáginate que llegas a Venezuela y te dicen que allá en las riberas del Río Negro sigue viviendo la devoradora de hombres, la trágica guaricha, fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la sombría sensualidad de la india, y cuyo origen se perdía en el dramático misterio de las tierras vírgenes.
¿Qué tendrá Venezuela?, me pregunté, cuando las siniestras intenciones del taita vuelven cada cierto tiempo. Ella sólo recordaba que había caído de bruces, derribada por una conmoción subitánea y lanzando un grito que le desgarró la garganta. Y luego el festín de su doncellez: Ahora podemos vendérsela al turco, aunque sea por las veinte onzas que ofreció enantes. Veinte onzas, ¿serán menos que treinta monedas?
Si su belleza había perturbado la paz de la comunidad, ahora perturbaría toda la llanura, que sería para ella, incluyéndome a mí. Su primera víctima fue Lorenzo Barquero, yo he sido la última, hasta ahora. El Orinoco es un río de ondas leonadas; el Guainta las arrastra negras. En el corazón de la selva, aguas de aquél se reúnen con las de éste; más por largo trecho corren sin mezclarse, conservando cada cual su peculiar coloración. Ese era el límite de civilización y barbarie, donde viví con ella. Yo adoro los ríos y sus desembocaduras y los cotos y las marismas y las junglas; nací en ellos. Cómo no iba a caer a los pies de Bárbara. Con su belleza, la barbarie iba a dominar a la civilización como ha hecho siempre, porque no es bueno dejar el futuro sólo en manos de hombres cultos y civilizados, ¿dónde nos han llevado estos? Pues a El Miedo. Pero lo que ellos no se dieron cuenta es que El Miedo ahora es de doña Bárbara.
Y doña Bárbara no quiere hombres, salvo para su provecho y ambición, ya fue violada, maltratada, y disfrutaron de su belleza sin que ella lo autorizara, por veinte onzas. Ahora esa belleza domina todo el cuadro del Arauca: Hombres ha habido y no principios, desde el alba de la República hasta nuestros brumosos tiempos: he aquí la causa de nuestros males. a cada esperanza ha sucedido un fracaso y un caudillo más en cada fracaso y un principio menos en la conciencia social.
Todavía recuerdo la cena con aquel señor venezolano, a la que me invitó su hija para que lo conociera: Te va a gustar, mi padre es profesor de literatura en Barquisimeto. Hablamos de literatura, sobre todo de Góngora, aunque yo sólo quería hablar de Rómulo Gallegos y doña Bárbara: - Santos Luzardo, que significa el progreso, la ley, la civilización, quiere vender toda la tierra y huir a Europa, ya no puede más; porque la barbarie se instaló como siempre en Venezuela, una barbarie que controla las llanuras, que ejerce el mal y agota toda riqueza; aquí, en Venezuela, por mucho que Rómulo Gallegos se empeñara en su novela, no va a haber final feliz. Va a ser muy difícil que desaparezca la cacica del Arauca.
Bueno, Norberto, dijo rápido, volvamos a las Soledades de Góngora y al conceptismo, y se puso a declamar: Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa (media luna las armas de su frente, y el Sol todos los rayos de su pelo), luciente honor del cielo, en campos de zafiro pace estrellas.
Aquel día de hace muchos años no entendí a aquel señor de Barquisimeto mientras comíamos arepas hasta reventar. Ahora lo entiendo un poco más: Va a ser muy difícil que desaparezca la cacica del Arauca.
Despierta Venezuela, sé libre. Haz que desaparezcan todas las cacicas y caciques desde el Arauca al Orinoco.
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Busco A Mi Padre
Una de las consultas más populares es ¿Cuánto gana un diseñador industrial en Colombia? tengo 55 años, soy argentina, profesional independiente, me encantaria contactarme con gente de mi edad y mi condicion puesto que estoy separada.quisiera me indicaran sobre las asambleas para poder asistir y conocer gente de buena onda. si maricel,no hay inconveniente. necesito año de nacimiento, lugar y si es posible nombre de los padres.
John Montgomery War, quien estuvo en Grandes Ligas durante diecisiete temporadas (mil ochocientos setenta y ocho-mil ochocientos noventa y cuatro), con los Grises de Providence, los Gigantes de la ciudad de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn, había natural de Bellefonte, Pennsylvania, y murió, un día después de cumplir los 65 años de edad, el cuatro de marzo de 1925, en Augusta, Georgia.
El Homo sapiens sapiens es una subespecie de origen africano , aparecida hace unos cuarenta y cinco ó cien años, que se ha extendido por todo el planeta, incluyendo la Antártida Su expansión por Europa coincide con la extinción de su contemporáneo (el hombre de Neanderthal , Homo neanderthalensis ). Últimamente, ha llegado incluso a pasearse fuera de su planeta y visitar La Luna puntualmente.
En el año mil novecientos quince encontramos una circunstancia principal en la biografía del escritor: entra por vez primera en su círculo Clemente Colling, organista de la Iglesia de los Vascos en Montevideo, y en lo literario, personaje central de En los tiempos de Clemente Colling. Gracias a él, Felisberto Hernández mejora sus conocimientos de composición y armonía, puestos en práctica en los oficios a que le empuja la necesidad; primero como pianista en salas cinematográficas, y luego en el improvisado conservatorio que organiza en su domicilio. Tampoco aquí faltan memorables episodios. De hecho, esta última actividad le sirve como medio de indagación romántica, pues durante una clase de piano viene a verle su novia, María Isabel Guerra, con quien se casará en 1925.
IV. Como juez. De Samuel diríase que "juzgó a Israel todos y cada uno de los días de su vida." Incluso después de que el gobierno de Israel había cambiado de la de una teocracia a una monarquía, Samuel aún actuaba como un juez de circuito, pasando de un lugar a otro dando el juicio divino sobre las cuestiones morales y espirituales, y el mantenimiento en los corazones y las vidas de las personas de la ley y la autoridad de Jehová (1 Sam. 7:15-diecisiete). El nombramiento de sus hijos como jueces para que le sucediese (1 Sam. 8:1) fue un error de los progenitores, por su maldad le dio la razón la gente para exigir un rey (1 Sam. 8:5).
11:10 por el hecho de que esperaba la urbe que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. soy una chavala de treinta y seis años con unos meses me da clases una chavala que me atrae muchisimo.quisiera saber si siento lo mismo y quien dara el paso inicial. Centro integral de dos a dieciocho años. Servicio de comedor. Colegio Trilingúe.
Otros muchos de los sonetos se dirigen, claro está, a la que sin duda es la mujer que se oculta en la dedicatoria, la esposa Josefina Manresa, que sería el enorme amor de Miguel Hernández. Por poner un ejemplo «Me tiraste un limón, y tan amargo», que recuerda una anécdota real, cuando Josefina le tira un limón a la cara y le hace una herida. Todos y cada uno de los sonetos de este libro son magistrales, y resisten de forma cómoda la comparación con los más grandes sonetistas del idioma, Góngora, Quevedo y Lope.
buenas tardes, quisiera saber los requisitos para sacar un auto okm. con certificado de discapacidad. atte. Hay que entender que el hecho de que Jesús predicase no significa que llevaba el mensaje de salvación, puesto que meridianamente la Palabra establece que ni los demonios ni los condenados se pueden salvar.
Por supuesto que en el momento en que hemos sido justificados debemos pasear en justicia guardando la Torah. Pero nuestro mensaje siempre y en toda circunstancia he de ser que: SIN YAHSHUA NO HAY SALVACION, NO HAY JUSTIFICACION Y NO HAY VIDA ETERNA (Jn. 3:18;14:6;I Jn. 5:12).
He aprendido que no hay solamente valioso y que me dé más dicha que el abrazo la sonrisa de mis hijos. El ser madre me ha enseñado a querer intensamente, a oír, a ser paciente, y a aceptar que hay que darle espacio a nuestros hijos para crecer y localizar su propio camino. Esta última parte es quizás una de las etapas más difíciles para una madre. Dejar que nuestros hijos "vuelen", que encuentren su independencia y que sean responsables de sus vidas da una dimensión nueva a nuestro rol de padres.
Puesto que Jesús era 6 meses menor que Juan (versículos veintiseis y treinta y seis), sencillamente añadimos este tiempo a la temporada en que Juan nació y tenemos como resultado que Cristo nació a mediados de septiembre. Como podemos ver, nuestro Señor nació en el otoño, y no el 25 de diciembre.
Habían veinticuatro divisiones cursos de servicio durante el año. Los nombres de estos cursos son dados en 1ºC rónicas 24:7-19. De acuerdo a Josefo, cada uno de ellos de aquellos cursos duraban una semanal; la primera semana empezaba en el primer mes, Nisan, al principio de la primavera (diez Crónicas 27: 1-dos). Después de 6 meses, este orden de cursos era repetido para que cada sacerdote pudiese servir un par de veces por año a lo largo de una semana.
Preferimos pensar que Lapidot admirado la capacidad y la influencia de su esposa más visible. Su nombre significa "antorchas" "relámpagos", y podemos imaginar de qué manera en su camino más sosegado que era el animador de Débora en todas sus actividades. Aunque no es tan fuerte y capaz como su esposa, no obstante, fue aclaradora en su propio camino y detrás de las escenas era tan bueno y perceptible en la fe como la mujer que amaba, y en cuya gloria se contentó con tomar el sol. Muchos de los hombres notables del mundo han dado testimonio de el auxilio y la inspiración que recibieron de sus esposas que caminaban con ellos en pleno pacto mientras que subían las alturas. Tal vez el zapato estaba en el otro pie en esa casa temerosa de Dios. Deborah jamás se habría convertido en la figura deslumbrante que lo hizo, si no hubiese tenido el amor, la simpatía, el asesoramiento y el promuevo de un marido que estaba feliz de viajar en el segundo carro.
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[POEMA]: "Soledad primera" de Luis de Góngora y Argote
[POEMA]: “Soledad primera” de Luis de Góngora y Argote
Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo),
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar, que condolido,
fue a las ondas, fue…
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"¡Oh bella Galatea, más süave
Que los claveles que tronchó la aurora;
Blanca más que las plumas de aquel ave
Que dulce muere y en las aguas mora;
Igual en pompa al pájaro que, grave,
Su manto azul de tantos ojos dora
Cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!
"Deja las ondas, deja el rubio coro
De las hijas de Tetis, y el mar vea,
Cuando niega la luz un carro de oro,
Que en dos la restituye Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
Cuantas el blanco pie conchas platea,
Cuyo bello contacto puede hacerlas,
Sin concebir rocío, parir perlas.
"Sorda hija del mar, cuyas orejas
A mis gemidos son rocas al viento:
O dormida te hurten a mis quejas
Purpúreos troncos de corales ciento,
O al disonante número de almejas
-Marino, si agradable no, instrumento-,
Coros tejiendo estés, escucha un día
Mi voz, por dulce, cuando no por mía.
"Pastor soy, mas tan rico de ganados,
Que los valles impido más vacíos,
Los cerros desparezco levantados
Y los caudales seco de los ríos;
No los que, de sus ubres desatados,
O derribados de los ojos míos,
Leche corren y lágrimas; que iguales
En número a mis bienes son mis males.
"Sudando néctar, lambicando olores,
Senos que ignora aun la golosa cabra
Corchos me guardan, más que abeja flores
Liba inquïeta, ingenïosa labra;
Troncos me ofrecen árboles mayores,
Cuyos enjambres, o el abril los abra,
O los desate el mayo, ámbar distilan,
Y en ruecas de oro rayos del Sol hilan.
"Del Júpiter soy hijo, de las ondas,
Aunque pastor; si tu desdén no espera
A que el monarca de esas grutas hondas
En trono de cristal te abrace nuera,
Polifemo te llama, no te escondas,
Que tanto esposo admira la ribera
Cual otro no vio Febo más robusto,
Del perezoso Volga al Indo adusto.
"Sentado, a la alta palma no perdona
Su dulce fruto mi robusta mano;
En pie, sombra capaz es mi persona
De innumerables cabras el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
Por igualarme la montaña en vano,
Y en los cielos, desde esta roca, puedo
Escribir mis desdichas con el dedo?
"Marítimo Alción, roca eminente
Sobre sus huevos coronaba, el día
Que espejo de zafiro fue luciente
La playa azul de la persona mía;
Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
Cuando en el cielo un ojo se veía:
Neutra el agua dudaba a cuál fe preste:
O al cielo humano o al cíclope celeste.
"Registra en otras puertas el venado
Sus años, su cabeza colmilluda
La fiera, cuyo cerro levantado,
De helvecias picas es muralla aguda;
La humana suya el caminante errado
Dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
Albergue hoy por tu causa al peregrino,
Do halló reparo, si perdió camino.
"En tablas dividida, rica nave
Besó la playa miserablemente,
De cuantas vomitó riquezas grave,
Por las bocas del Nilo el Oriente.
Yugo aquel día, y yugo bien suave,
Del fiero mar a la sañuda frente
Imponiéndole estaba, si no al viento,
Dulcísimas coyundas mi instrumento,
"Cuando, entre globos de agua, entregar veo
A las arenas ligurina haya,
En cajas los aromas del Sabeo,
En cofres las riquezas de Cambaya:
Delicias de aquel mundo, ya trofeo
De Escila, que, ostentado en nuestra playa,
Lastimoso despojo fue dos días
A las que esta montaña engendra Harpías.
"Segunda tabla a un ginovés mi gruta
De su persona fue, de su hacienda:
La una reparada, la otra enjuta,
Relación del naufragio hizo horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
Que en yerbas se recline, en hilos penda,
Colmillo fue del animal que el Ganges
Sufrir muros le vio, romper falanges:
"Arco, digo, gentil, bruñida aljaba,
Obras ambas de artífice prolijo,
Y de Malaco rey a deidad Java
Alto don, según ya mi huésped dijo,
De aquél la mano, de ésta el hombro agrava;
Convencida la madre, imita al hijo:
Serás a un tiempo, en estos horizontes,
Venus del mar, Cupido de los montes".
Luis de Góngora, Fábula de Polifemo y Galatea
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Más tardó en desplegar sus plumas grave
el deforme fiscal de Proserpina,
que en desatarse, al polo ya vecina,
la disonante niebla de las aves;
diez a diez se calaron, ciento a ciento,
al oro intüitivo, invidïado
deste género alado,
si como ingrato no, como avariento,
que a las estrellas hoy del firmamento
se atreviera su vuelo,
en cuanto ojos del cielo.
Poca palestra la región vacía
de tanta invidia era,
mientras, desenlazado la cimera,
restituyen el día
a un gerifalte, boreal Arpía
que, despreciando la mentida nube,
a luz más cierta sube,
Cenit ya de la turba fugitiva.
Auxilïar taladra el aire luego
un duro sacre, en globos no de fuego,
en oblicuos sí engaños
mintiendo remisión a las que huyen,
si la distancia es mucha
(griego al fin). Una en tanto, que de arriba
descendió fulminada en poco humo,
apenas el latón segundo escucha,
que del inferïor peligro al sumo
apela, entre los trópicos grifaños
que su eclíptica incluyen,
repitiendo confusa
lo que tímida excusa.
Breve esfera de viento,
negra circunvestida piel, al duro
alterno impulso de valientes palas,
la avecilla parece,
en el de muros líquidos que ofrece
corredor el dïáfano elemento
al gémino rigor, en cuyas alas
su vista libra toda el extranjero.
Tirano el sacre de lo menos puro
desta primer región, sañudo espera
la desplumada ya, la breve esfera,
que, a un bote corvo del fatal acero,
dejó al viento, si no restitüido,
heredado en el último graznido.
Destos pendientes agradables casos
vencida se apeó la vista apenas,
que del batel, cosido con la playa,
cuantos da la cansada turba pasos,
tantos en las arenas
el remo perezosamente raya,
a la solicitud de una atalaya
atento, a quien doctrina ya cetrera
llamó catarribera.
Ruda en esto política, agregados
tan mal ofrece como constrüidos
bucólicos albergues, si no flacas
piscatorias barracas,
que pacen campos, que penetran senos,
de las ondas no menos
aquéllos perdonados
que de la tierra éstos admitidos.
Pollos, si de las propias no vestidos,
de las maternas plumas abrigados,
vecinos eran destas alquerías,
mientras ocupan a sus naturales
Glauco en las aguas, y en las hierbas Pales.
¡Oh cuántas cometer piraterías
un corsario intentó y otro volante,
uno y otro rapaz, digo, milano,
bien que todas en vano,
contra la infantería, que pïante
en su madre se esconde, donde halla
voz que es trompeta, pluma que es muralla.
A media rienda en tanto el anhelante
caballo, que el ardiente sudor niega
en cuantas le densó nieblas su aliento,
a los indignos de ser muros llega
céspedes, de las ovas mal atados.
Aunque ociosos, no menos fatigados,
quejándose venían sobre el guante
los raudos torbellinos de Noruega.
Con sordo luego estrépito despliega
(injuria de la luz, horror del viento)
sus alas el testigo que en prolija
desconfianza a la sicana diosa
dejó sin dulce hija,
y a la estigia Deidad con bella esposa.
Luis de Góngora, Soledades
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Láminas uno de viscoso acero,
rebelde aun al diamante, el duro lomo
hasta el luciente bipartido extremo
de la cola vestido,
solicitado sale del rüido,
y, al cebarse en el cómplice ligero
del suspendido plomo,
Éfire, en cuya mano al flaco remo
un fuerte dardo había sucedido,
de la mano a las ondas gemir hizo
el aire con el fresno arrojadizo;
de las ondas al pez, con vuelo mudo,
deidad dirigió amante el hierro agudo;
entre una y otra lámina, salida
la sangre halló por do la muerte entrada.
Onda pues sobre onda levantada,
montes de espuma concitó herida
la fiera, horror del agua, cometiendo
ya a la violencia, ya a la fuga el modo
de sacudir el asta,
que, alterando el abismo o discurriendo
el océano todo,
no perdona el acero que la engasta.
Éfire en tanto al cáñamo torcido
el cabo rompió, y bien que al ciervo herido
el can sobra, siguiéndole la flecha.
Volvíase, mas no muy satisfecha,
cuando cerca de aquel peinado escollo 500
hervir las olas vio templadamente,
bien que haciendo círculos perfectos;
escogió pues, de cuatro o cinco abetos,
el de cuchilla más resplandeciente,
que atravesado remolcó un gran sollo.
Luis de Góngora, Soledades
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Era del año la estación florida
en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,
y el Sol todos los rayos de su pelo),
luciente honor del cielo,
en campos de zafiro pace estrellas,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar, que condolido,
fue a las ondas, fue al viento
el mísero gemido,
segundo de Arïón dulce instrumento.
Del siempre en la montaña opuesto pino
al enemigo Noto,
piadoso miembro roto,
breve tabla, delfín no fue pequeño
al inconsiderado peregrino,
que a una Libia de ondas su camino
fió, y su vida a un leño.
Del Océano pues antes sorbido,
y luego vomitado
no lejos de un escollo coronado
de secos juncos, de calientes plumas,
alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde halló nido
de Júpiter el ave.
Besa la arena, y de la rota nave
aquella parte poca
que le expuso en la playa dio a la roca;
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
Océano ha bebido,
restituir le hace a las arenas;
y al Sol lo extiende luego,
que, lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado fuego,
lento lo embiste, y con süave estilo
la menor onda chupa al menor hilo.
No bien pues de su luz los horizontes,
que hacían desigual, confusamente,
montes de agua y piélagos de montes,
desdorados los siente,
cuando, entregado el mísero extranjero
en lo que ya del mar redimió fiero,
entre espinas crepúsculos pisando,
riscos que aun igualara mal volando
veloz, intrépida ala,
menos cansado que confuso, escala.
Vencida al fin la cumbre,
del mar siempre sonante,
de la muda campaña
árbitro igual e inexpugnable muro,
con pie ya más seguro
declina al vacilante
breve esplendor del mal distinta lumbre,
farol de una cabaña
que sobre el ferro está en aquel incierto
golfo de sombras anunciando el puerto.
Luis de Góngora, Soledades
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