La pierna rota
Primera parte
Era la tercera semana del curso universitario y el campus bullía de vida y actividad. Alex y David, compañeros de dormitorio, habían congeniado desde el principio. Ambos asistían a las mismas clases, compartían comidas en la cantina y pasaban horas juntos en el gimnasio. Alex era rubio y tenía un cuerpo atlético. Lo que más llamaba la atención de su complexión era su culo respingón. A pesar de su timidez, disfrutaba de la compañía de David. Este, moreno y más cachas, emanaba una confianza y una presencia dominante que Alex encontraba embriagadora. Los dos eran muy guapos pero vírgenes.
Una tarde, David volvió de la biblioteca cargado de libros y apuntes, solo para encontrar a Alex en la cama con una pierna enyesada.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó dejando sus cosas a un lado y acercándose a él.
Alex suspiró, claramente molesto.
—Tuve una caída tonta en las escaleras. Me he roto la pierna y el médico ha dicho que evite apoyarla durante un mes entero.
David frunció el ceño.
—Vaya. ¿Te duele mucho?
—Sí, pero me han dado algo para el dolor. Lo peor es que no puedo moverme bien y no sé cómo voy a asistir a clase.
David se sentó en el borde de la cama de Alex, poniendo una mano reconfortante en su hombro.
—No te preocupes por eso. Me encargaré de pasarte mis apuntes para que no te quedes atrás.
—Gracias.
—Y olvídate de ir hasta la cantina. Yo te traeré comida para llevar.
Alex lo miró con gratitud
—Qué haría sin ti.
David se levantó, su expresión firme.
—Estoy aquí para ayudar. Vamos a superar esto juntos.
Con esa promesa, David se dispuso a cuidar de Alex durante las siguientes semanas.
En su primer día como enfermero, David se levantó temprano para asistir a clase, dejando a Alex durmiendo en la habitación. Regresó al cabo de unas horas con comida rápida en una bolsa de un restaurante del campus.
—Te traigo algo de comer —dijo poniendo la bolsa en una bandeja sobre la cama de Alex—. Yo me voy a la cantina ahora y luego al gimnasio. Por la noche iré a buscarte la cena.
—Gracias.
Alex, hambriento, echó un vistazo a su comida. La devoró rápidamente. Hamburguesa, patatas fritas y un batido. Se sintió un poco culpable por consumir tantas calorías, pero el hambre y el aburrimiento hicieron que ignorara esos pensamientos.
Cada día seguían un patrón similar. Y las noches se convirtieron en su tiempo para estar juntos. David salía a por la cena y los dos se acomodaban en la cama de Alex para ver películas y series en el portátil. Compartían risas y conversaciones. David solía observar a Alex comer, notando pequeños cambios en su cuerpo. Sus músculos tonificados empezaban a suavizarse y una pequeña capa de grasa se acumulaba alrededor de su cintura y muslos. Alex también notaba los cambios. Al principio se sentía incómodo y avergonzado, aunque había algo intrigante en todo aquello.
Una noche, disfrutando de una película juntos, Alex miró a David.
—Creo que he ganado algunos kilos —murmuró.
David asintió.
—Sí, lo he notado. Pero estás bien, Alex.
Las palabras de David hicieron que Alex se sonrojara y también despertaron algo en él.
A medida que los días pasaban, ambos se encontraban pensando más y más en el aumento de peso de Alex. La noche antes de quitarse el yeso, estaban en la cama, mirando una película. David dejó que su mano descansara en el abdomen de Alex, sintiendo la suave curva que se había formado. Alex se tensó al principio, pero luego se relajó, permitiendo que la mano de David se quedara ahí.
—No sabía que me gustaría tanto... esto —admitió Alex en voz baja y mirando a David con ojos brillantes.
David sonrió, su pulgar acariciando suavemente la piel de Alex.
—Yo tampoco.
Compartieron una mirada cargada de significado. La tensión sexual era palpable. David, con su mano aún sobre el abdomen blando, decidió dar el primer paso. Se inclinó y rozó sus labios con los de Alex. Este respondió al beso, primero tímidamente y luego con creciente fervor. Cuando se separaron, respiraban con dificultad.
—Tu cambio físico me excita, Alex —confesó David.
Alex tragó saliva.
—A mí también me excita —admitió en voz baja—. Y el hecho de que hayas sido tú el que me haya traído toda esa comida, que seas en cierto modo el culpable de que haya cambiado... me pone mucho.
Las palabras de Alex animaron David. Con una sonrisa traviesa, le quitó la camiseta, exponiendo su pecho y su vientre. Alex hizo lo mismo con él, desnudándolo con manos temblorosas pero decididas. Las tetas de Alex, antes firmes, mostraban una ligera capa de grasa y sus pezones eran más prominentes. La barriga había perdido definición y se veía suavemente redondeada. David bajó las manos hasta los pantalones de Alex, desabrochándolos y tirándolos hacia abajo. Alex copió a David. Se quedaron en calzoncillos slip ajustados. La tela marcaba claramente sus dolorosas erecciones. David, con una mezcla de deseo y curiosidad, deslizó los calzoncillos de Alex hacia abajo, liberando su polla. Después dejó al descubierto su propio miembro erecto. Se estudiaron durante un momento, absorbiendo la visión del otro, antes de que David tomara la iniciativa.
—Te has puesto increíble —murmuró, su mano deslizándose por el abdomen de Alex.
Su voz estaba cargada de deseo. Empezó a trabajar la polla de Alex con movimientos lentos y firmes. Alex cerró los ojos y dejó escapar un gemido. Cada sacudida incrementaba el placer.
—David —jadeó Alex—, voy a... oh... Dios...
David aumentó el ritmo de la mano mientras su propia erección era atendida por sí mismo con igual intensidad.
—Déjate llevar, Alex —susurró David, sus ojos clavados en los de su compañero de dormitorio.
Con un último gemido, Alex llegó al clímax. Se corrió en la mano de David, quien alcanzó el orgasmo poco después y se tumbó. Sabían que acababan de cruzar una línea, una que no estaban dispuestos a retroceder. Sus vidas habían cambiado para siempre y estaban ansiosos por explorar todo lo que el futuro les tenía preparado.
A la mañana siguiente, sábado, Alex salió del consultorio del médico con una sensación de alivio y entusiasmo. Después de semanas con la pierna enyesada, finalmente podía moverse con mayor libertad. Se había puesto un chándal, ya que todos los vaqueros le iban demasiado apretados. Al abrir la puerta del dormitorio, encontró a David esperándolo con una gran sonrisa y comida dispuesta tentadoramente sobre uno de los escritorios.
—¡Bienvenido de vuelta a la libertad, Alex! —exclamó acercándose para abrazarlo—. Pensé que deberíamos celebrarlo a lo grande.
Alex sonrió, sintiendo un calor especial en su interior.
—Gracias, David. Joder, cuánta comida.
Se sentaron en la cama y David empezó a servirle porciones generosas en una bandeja. Alex, emocionado, devoró cada bocado mientras David lo observaba con satisfacción. A medida que comía, David no pudo evitar comentar los cambios en el cuerpo de Alex.
—Has engordado mucho, especialmente en el culo —dijo con gesto travieso—. Se ha vuelto más grande y redondo. Me encanta.
Alex sintió un rubor subir por sus mejillas, pero no podía negar que le gustaba la atención de David.
—Sí. Este chándal es de lo poco que me vale —Admitió entre bocados.
—Y no solo en el culo —continuó David pasando su mano por el abdomen de Alex—, tu barriga también ha crecido.
Tras un buen rato masticando, tragando y bebiendo, Alex estaba lleno y satisfecho. David, sin embargo, tenía más planes para él.
—Quiero darte algo más, como premio por habértelo comido todo —dijo con voz seductora.
David se arrodilló frente a Alex y empezó a bajarle los pantalones, dejando al descubierto sus calzoncillos ajustados.
—Uf, qué apretados te quedan, Alex — murmuró antes de liberar su semierección y empezar a darle placer con la boca.
Los gemidos de Alex llenaron la habitación mientras David trabajaba con maestría. Cuando Alex llegó al orgasmo, la grasa reciente de su cuerpo tembló. David se incorporó, lamiéndose los labios, y se inclinó para besar a Alex.
—Quiero verte crecer más. ¿Te gustaría eso?
Alex, todavía sintiendo las olas de placer, asintió. David sonrió con satisfacción.
Segunda parte
Otro mes pasó, uno en el que David se dedicó a alimentar a Alex con dedicación. Cada noche, después de la cena en la cantina, se aseguraba de que la barriga de su compañero de dormitorio acabase bien llena. Alex, por su parte, tragaba con entusiasmo, disfrutando tanto de la comida basura que compraban en los restaurante de la zona como de los múltiples dulces.
Una tarde de domingo, después de un almuerzo particularmente copioso, Alex se encontraba en soledad frente al espejo del baño. Llevaba solo unos slips que ahora le quedaban extremadamente ajustados. Se giró para ver su reflejo desde diferentes ángulos. Su barriga había crecido notablemente, redondeándose y proyectándose sobre la goma elástica de la ropa interior. Sus muslos se habían ensanchado y sus flancos sobresalían por los lados. Pero lo que más llamaba la atención era su culo: se había vuelto aún más grande y redondo, llenando por completo la parte trasera de los calzoncillos y estirando la tela casi hasta el límite. David entró en el cuarto en ese momento con una caja de donuts en la mano. Al ver a Alex admirándose en el espejo, una sonrisa de orgullo y deseo se dibujó en su rostro.
—Mírate —dijo David acercándose y pasando sus manos por las caderas de Alex para apretar la grasa con adoración—. Estás tan gordo...
Alex se estremeció con el tacto de David y al escuchar sus palabras.
—Es por tu culpa —murmuró Alex con excitación.
David se acercó más, presionando su cuerpo contra el de Alex.
—Lo sé —le susurró al oído antes de ofrecerle un donut—. Come.
Alex tomó el donut y lo mordió, disfrutando del sabor dulce y de la sensación de estar siendo cebado. Mientras Alex comía, David dejó la caja sobre el lavabo, se desabrochó los pantalones y se bajó los calzoncillos, liberando su erección inmediata. Sin dejar de mirar el reflejo de Alex en el espejo, deslizó sus apretados slips hacia abajo con dificultad, exponiendo sus cachetes gordos.
—Este culazo hay que follarlo —dijo David rozando la punta pegajosa de su polla entre las nalgas voluptuosas.
Mientras Alex continuaba comiendo los donuts que David le daba, David lo penetró muy lentamente, sus gemidos mezclándose con los sonidos de Alex masticando. Cada embestida era un recordatorio de cuánto había cambiado, de cómo su cuerpo se había transformado. David no dejaba de susurrar en su oído lo gordo que estaba. Alex, completamente entregado, sentía oleadas de placer recorrer su cuerpo. Su barriga rebotaba ligeramente con cada movimiento y sus pezones duros rozaban contra el espejo. Terminó el último donut justo cuando llegó al clímax, sus gritos resonando en el baño. David continuó moviéndose, prolongando el placer para ambos, antes de correrse. Se quedó unos momentos dentro de Alex, respirando pesadamente.
—Quiero verte más gordo —dijo.
Alex, todavía sintiendo la polla de David en el culo y los donuts en su estómago, asintió.
—Sí. Engórdame más.
Al día siguiente, Alex y David decidieron que no irían a clase. El deseo de pasar el día juntos disfrutando de la intimidad y del proceso de transformación del cuerpo de Alex era demasiado fuerte. David se despertó temprano y salió a comprar una gran cantidad de comida. Regresó al dormitorio con varias bolsas llenas de comida rápida, dulces y refrescos. Alex, todavía en la cama, observó con ojos curiosos y llenos de anticipación cómo David colocaba la comida sobre el escritorio. El aroma de las hamburguesas, las patatas fritas, las pizzas y los postres hacían que su estómago rugiera de hambre. David se acercó a la cama con una porción de pizza en la mano y la sostuvo frente a los labios de Alex.
—Hoy vamos a asegurarnos de que esa grasa siga aumentando —dijo con una sonrisa seductora.
Alex abrió la boca y mordió la pizza, sintiendo el queso aceitoso en su boca. Mientras Alex comía, David se sentó a su lado acariciando la barriga redondeada. Se balanceaba si la sacudía. Por otra parte, los flancos resultaban tan irresistibles también que David no podía dejar de tocarlos tampoco.
—Estás tan gordo, Alex. Me encanta cómo se mueve toda esta grasa gelatinosa —dijo David con voz baja y cargada de deseo.
Sus manos recorriendo cada lorza, cada pliegue, admirando cómo el cuerpo de Alex se había transformado. Alex, con la boca llena, sólo pudo gemir de placer. Las caricias de David y sus palabras de admiración le hacían sentirse increíblemente sexy. Siguió devorando una porción tras otra, todas ofrecidas por su compañero de dormitorio. David se inclinó y comenzó a besar la barriga de Alex.
—¿Engordarás más para mí? —preguntó levantando la mirada para encontrarse con los ojos de Alex.
—Sí —respondió Alex con voz entrecortada debido a la excitación.
David sonrió y bajó los calzoncillos humedecidos de líquido preseminal de Alex, revelando su miembro. Mientras se terminaba la pizza, David se dispuso a masturbarlo lentamente, sus manos moviéndose con habilidad. Alex se estremeció de placer, sintiendo cómo su cuerpo se volvía cada vez más sensible al tacto de David. Su barriga rebotaba ligeramente con cada sacudida y sus pezones también. David observó a Alex con fascinación. No pudo resistir más. Lo giró y se colocó detrás de él, bajando sus propios pantalones y calzoncillos.
—Te voy a follar, Alex. Y mientras lo hago, quiero que te comas esta hamburguesa —dijo acercándosela.
Alex emitió un gruñido afirmativo. David deslizó con una mano su polla en el interior de Alex y con la otra empujó la hamburguesa hacia su boca para que se la comiera a la vez que lo embestía. Llegaron rápidamente al clímax.
Los primeros exámenes finalmente llegaron a su fin y el estrés acumulado de semanas de estudio se disipó. Un día, a David se le ocurrió comprar una báscula. Regresó al dormitorio con una sonrisa. Alex, quien había pasado los últimos meses disfrutando de la comida con la que David lo cebaba, estaba tumbado en la cama, absorto en una serie.
—Alex, ven aquí —llamó David con una mueca traviesa en los labios.
Alex se levantó con algo de esfuerzo, su cuerpo claramente más voluminoso y pesado. Se acercó a David, quien colocó la báscula en el centro del cuarto.
—Es hora de ver cuánto has crecido —dijo David, su tono de voz lleno de anticipación.
Alex se subió a la báscula y ambos observaron cómo los números se estabilizaban.
—95 kilos —leyó David en voz alta—. Joder, has subido 25 kilos.
Alex miró a David y se fijó en su entrepierna. Sin decir una palabra, se arrodilló frente a él, bajó sus pantalones y empezó a chuparle la polla. David gimió, sus manos enterrándose en el cabello de Alex mientras este lo tomaba profundamente en su boca. La vista de Alex, más gordo y dedicado a darle placer, era una visión que lo volvía loco.
—Sí, Alex, sigue así —dijo temblando de placer.
Alex lo chupaba con fervor, disfrutando del poder que tenía para excitar a David. La polla de David estaba durísima y cada gemido que emitía lo animaba a seguir. David no pudo contenerse más. Levantó a Alex y lo empujó hacia la cama.
—Vaya culazo —susurró David bajándole los calzoncillos extremadamente ajustados y dándole una palmadita.
Entró en él despacio, saboreando cada segundo.
—Te has puesto tan gordo para mí... —dijo al comenzar a moverse.
Alex gimió, sintiendo la presión y el placer mezclándose en su cuerpo.
—Sí, David, y me encanta estar así para ti —respondió moviéndose al ritmo de las embestidas de David.
David aumentó el ritmo, sus manos agarrando los flancos de Alex con firmeza.
—Eres tan sexy, tan... obeso —murmuró.
Ambos llegaron al orgasmo a la vez, sus cuerpos sacudiéndose en sincronía. Al acabar de correrse, David se desplomó sobre Alex, jadeando y sudoroso. Después de unos momentos, se apartó y se tumbó junto a él.
—David —comenzó Alex, girándose para mirarlo a los ojos—, tengo algo que confesarte. Verás... quiero que los dos engordemos. Me gustaría verte a ti con unos kilos extra.
—¿Ah, sí?
—Te pone la grasa, es obvio. ¿No te preguntas cómo sería sentirla en tu propio cuerpo?
—Bueno, la verdad es que tengo algo de curiosidad, sí.
—Creo que deberíamos empezar estas vacaciones de Navidad. Las pasaremos aquí, en el campus, y podemos dedicarnos a comer y a disfrutar juntos.
David sonrió, su rostro iluminado con la misma excitación que sentía Alex.
—Podemos probar.
Se miraron con una mezcla de amor y lujuria, sabiendo que el camino que habían decidido tomar juntos estaría lleno de placer y descubrimientos. Y así, con una nueva determinación, se prepararon para el próximo capítulo de su historia compartida, listos para ver hasta dónde podían llegar.
Tercera parte
Las vacaciones de Navidad estaban llegando a su fin y, para Alex y David, esos días habían sido una transformación completa, no solo en sus cuerpos, sino en su relación. Desde el día en que Alex había confesado su deseo de que ambos engordaran juntos, los dos habían dedicado cada momento a cumplirlo. Cada mañana pedían desayunos copiosos a domicilio: montones de tortitas cubiertas de mantequilla y jarabe de arce, salchichas, huevos y vasos de batidos ricos en calorías. A mediodía, se turnaban para salir a buscar comida rápida; que consistía en hamburguesas, pizzas y enormes raciones de patatas fritas. Y la cena siempre era un festín, con postres que parecían no tener fin. Comían, reían, y compartían caricias mientras sus cuerpos se expandían día a día.
El resultado de esas semanas de indulgencia era innegable. Alex, quien había empezado con un cuerpo rechoncho, había ganado aún más peso. Su barriga ahora se derramaba sobre el borde de sus pantalones, suave y redondeada. Sus muslos rozaban entre sí. Y su culo, por naturaleza respingón, se proyectaba con un volumen adicional que lo hacía muy prominente. David, por otro lado, había comenzado su transformación con un cuerpo más musculoso. Pero la constante ingesta de comida y el abandono temporal del gimnasio le habían añadido kilos de una manera distribuida. Su ombligo, profundo de por sí, se perdía en una barriga que empezaba a redondearse. Sus pezones grandes parecían más prominentes bajo el tejido suave de sus camisetas ajustadas, y sus caderas y muslos habían adquirido una capa de grasa que le daban un contorno más voluptuoso. Su trasero, siempre firme, ahora tenía una blandura que lo hacía rebotar ligeramente cuando se movía.
Era una tarde de domingo cuando ambos decidieron enfrentarse a los resultados de su dedicación. Se miraron el uno al otro, sus ojos llenos de complicidad y deseo, y se dirigieron a la báscula. Primero fue Alex.
—105 kilos —anunció David con rostro triunfante—. Has ganado otros 10 estas vacaciones.
Alex sonrió, sintiendo orgullo y excitación. Se bajó de la báscula y le hizo un gesto a David para que tomara su lugar. David subió y esperó que los números se estabilizaran.
—91 kilos —leyó Alex—. Tú has ganado casi 20 kilos. ¿Cómo es posible?
Sin decir una palabra, se bajaron los calzoncillos, que les apretaban incómodamente alrededor de sus cinturas y traseros.
—Me encanta cómo estás —murmuró David, acercándose a Alex y deslizando una mano por su barriga.
—Y a mí me encanta cómo te has puesto tú —respondió Alex, sus manos recorriendo los flancos de David.
Celebraron con un beso lo que habían creado juntos y David llevó a Alex hacia la cama.
—Voy a darte todo el placer que te mereces —susurró David—. Cada kilo que has ganado es por mí, y eso me vuelve loco.
Sus labios besaron el cuello de Alex mientras sus dedos jugaban con sus pezones. Alex gimió, sus manos buscando los pezones de David, pellizcándolos suavemente y disfrutando de la reacción que eso provocaba.
—Y cada kilo que has ganado tú es por mí —respondió Alex.
David sonrió abrazando a Alex, cuya polla estaba dura y goteando.
—Comamos un poco más —sugirió David, alcanzando una tarta de chocolate cortada en porciones generosas que había dejado en su escritorio el día anterior—. Quiero verte devorar esto mientras te follo.
Alex se giró, su respiración acelerada por la expectativa. Mientras David lo penetraba despacio, comenzó a comer las porciones, una tras otra, cada bocado llenándolo tanto de comida como de placer. Sus gemidos llenaban la habitación a la par que David se movía dentro de él y le susurraba "estás tan obeso" y "me encanta tu culo gordo". Álex le pidió que comiera tarta también y David obedeció. Se la acabaron rápidamente. Cuando llegaron al orgasmo, David se desplomó sobre Alex, ambos cubiertos de migas.
—Sigamos así —murmuró Alex, su voz apenas audible—. Engordemos más.
David asintió, besando la frente de Alex.
El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas, despertando a Alex y David. Se estiraron en sus camas, sintiendo el peso adicional de sus cuerpos después de unas vacaciones de indulgencia. Se miraron y rieron, sabiendo que hoy tendrían que enfrentarse a la realidad de sus nuevos tamaños.
—Deberíamos probar la ropa de ir a clase antes de que se reanude el curso —dijo David levantándose de la cama—. Dudo que algo más que un par de camisetas grandes y pantalones de chándal nos queden bien.
Alex sintió una mezcla de nervios y excitación al pensar en cómo su ropa se ajustaría a sus nuevas curvas. Empezaron a buscar en sus armarios. David fue el primero en probarse una camiseta. Era una de sus favoritas, de color negro, que antes le quedaba perfectamente ajustada. Ahora, al deslizarla por su torso, la tela se estiraba notablemente sobre su barriga y sus pezones abultados se notaban más que nunca.
—Me va ridícula —dijo David mirando su reflejo en el espejo del baño y luego a Alex.
Alex no pudo evitar morderse el labio inferior ante semejante prueba del engorde de David.
—¡Estás hecho una vaca! A ver yo —dijo sacando unos vaqueros elásticos.
Se los subió por sus anchos muslos con dificultad.
—¡Uf! No puedo abrocharlos —comentó girándose para ver que la tela se estiraba peligrosamente en sus caderas.
David observó cómo los pantalones desabrochados de Alex no cubrían su trasero, acentuando su nueva redondez.
—Tú sí que eres una vaca. Las costuras de ese pantalón van a reventar en cualquier momento —se burló David.
Siguieron probándose diferentes prendas, con risas y comentarios eróticos. Estaba claro que necesitaban ropa nueva.
Salieron de la residencia malvestidos y caminaron hacia la tienda más cercana. Cada paso hacía que sus cuerpos se movieran de manera llamativa: las barrigas rebotaban ligeramente y los traseros se bamboleaban sensualmente.
Regresaron a su dormitorio habiendo adquirido varias piezas grandes, incluyendo ropa interior, y excitados por las visiones en los cambiadores.
—Hoy me he dado cuenta de lo gordos que estamos realmente —dijo David acariciando la barriga de Alex y sintiendo la suavidad bajo sus dedos.
—Lo sé —dijo Alex agarrando las tetas de David.
La habitación se llenó de susurros, caricias y gemidos, cada movimiento una promesa de placer.
El primer día de clases después de las vacaciones transcurrió con cierta normalidad para Alex y David. Se levantaron temprano, se vistieron con sus nuevas prendas y asistieron a clases. Todo el mundo comentó lo mucho que habían engordado durante la Navidad, pero ellos se limitaron a encogerse de hombros. Al acabar la mañana, se dirigieron a la cantina para almorzar. Y aunque la comida era saludable, comieron más de la cuenta.
Se tumbaron en las camas de vuelta en su dormitorio.
—¿Deberíamos volver al gimnasio? —preguntó Alex, aunque sin mucha convicción.
David lo miró y sonrió.
—Prefiero pedir una pizza y seguir disfrutando de esto —dijo dando una palmada en su propia barriga.
Alex rió y asintió.
—Suena mejor. Pero ¿pizza? Si acabamos de comer.
Decidieron hacer una pequeña travesura. Se pusieron los calzoncillos más pequeños que tenían, unos que no había tirado apropósito. La goma se les clavaba en las carnes y mostraban descaradamente la raja de sus culos.
—A ver qué cara pone el pizzero —dijo David ajustándose los calzoncillos y admirando su reflejo en el espejo.
Pronto sonó el timbre. David abrió la puerta, dejando al descubierto su cuerpo apenas tapado por los slips. Alex se acercó también, ambos exhibiéndose con descaro. El pizzero se quedó mirando con la boca abierta, sin poder evitar observar las redondeces expuestas.
—Aquí... aquí tienen su pizza —dijo con voz temblorosa entregándoles las cajas.
—Gracias —dijo Alex, tomando la pizza y dándose la vuela.
Estallaron en risas al cerrar la puerta.
—¡Nos miraba como si fuéramos monstruos! —dijo David.
—¡Ha sido increíble! —añadió Alex.
Se despegaron los calzoncillos, se sentaron en la cama de Alex, abrieron la caja y comenzaron a devorar la pizza. Cada mordisco era una mezcla de placer y lujuria.
—Mira lo gordo que estás —balbuceó David.
—¿Y tú qué? Cerdo obeso —respondió Alex.
El deseo creció entre ellos y mientras seguían masticando, se sobaban y se masturbaban mutuamente. Los insultos sobre su obesidad los llevaba a nuevos niveles de excitación. Estaban atrapados en un ciclo de placer y gordura, y ambos sabían que no había vuelta atrás.
Parte final
Después de meses de clases, las vacaciones de primavera, los exámenes finales, mucha indulgencia y sesiones interminables de placer, el curso casi había terminado. Alex y David se despertaron una mañana sintiendo el peso de sus cuerpos, resultado de su voraz apetito y su constante deseo de engordar.
David abrió los ojos primero, su mano rozando la extensión de su barriga antes de levantarse de la cama. Su cuerpo se movió con un esfuerzo notable. La grasa de su abdomen se desbordaba en varios pliegues. Sus pezones, grandes y oscuros, se proyectaban en su pecho blando, rodeados de una masa de carne que temblaba con cada movimiento. Sus brazos, una vez firmes y tonificados, ahora eran gruesos y llenos. Bajó la mirada hacia sus piernas. Sus muslos se habían ensanchado considerablemente y sus pantorrillas estaban rellenas de grasa. Lo más inesperado de su transformación era su trasero. Sus glúteos se habían expandido enormemente, cada nalga gorda y redondeada rebotaba ligeramente al andar. Sus caderas también se habían ensanchado, dándole una forma más voluptuosa.
—Alex, ¿estás despierto? Vamos a pesarnos, gordo. Ya toca —balbuceó David con voz adormilada.
Alex se levantó de la cama. Su cuerpo no se quedaba atrás en cambios. Sus abdominales, antaño firmes y definidos, habían desaparecido bajo una gruesísima capa de grasa. La barriga le colgaba sobre el borde de sus calzoncillos XL, creando una redondez que oscilaba con cada movimiento. Sus pezones también eran más grandes. En cuanto sus brazos, estaban rodeados de una capa de grasa que les daba una apariencia suave. Los muslos le habían crecido considerablemente, al igual que sus pantorrillas, y sus glúteos, una vez firmes y respingones, ahora eran más grandes y redondeados incluso que los de David, una visión tentadora con cada paso que daba.
Se dirigieron juntos hacia la báscula. David subió primero, observando cómo los números subían rápidamente hasta detenerse en 148 kilos.
—¡Hostia! 148 kilos —dijo con una mezcla de asombro y excitación.
Luego fue el turno de Alex. Subió a la báscula. Los números subieron hasta detenerse en 142 kilos.
—142 kilos —dijo Alex orgulloso y preocupado.
David se acercó a Alex para acariciar su enorme trasero, sus manos hundiéndose en la carne suave y rebosante. Apretó ligeramente aquellas nalgas, haciendo que se movieran como gelatina. Las manos de Alex recorrieron la barriga blanda de David para sentir cada centímetro de grasa. Luego sus dedos jugaron con los pezones tamaño salami de David, que se endurecieron al instante. Se miraron el uno al otro con intensidad. Se les había ido totalmente de las manos. ¿Qué dirían sus familias al volver a verlos en verano?
—David, te amo.
—Yo también te amo, Alex.
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