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#confesiones de una gorda
mividasg · 20 days
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Thinspo!!!
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itzzkeshastrip · 11 days
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robando-oxigeno · 5 years
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Mírame... Y besame.
Es tan profundo he irresistible el deseo que tengo por sentir tus labios, tus manos, tu aliento.
Por favor bésame, abrázame...
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laannie0803 · 4 years
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La reina Rhaella Targaryen fue hija del rey Jaehaerys II Targaryen y su hermana esposa, la reina Shaera Targaryen. A instancias de su padre, se convirtió en esposa de su hermano Aerys.
Cuando era aún una princesa, sus damas de compañía incluían a Joanna Lannister y a la madre del príncipe Doran Martell. Joanna había llegado a la capital en 259 d.C. para asistir a la coronación de Jaehaerys II Targaryen y se quedó como doncella de la princesa Rhaella.
Antes de casarse, la princesa Rhaella estaba locamente enamorada de Ser Bonifer Hasty, quien llevó su prenda y ganó un torneo, nombrándola Reina del Amor y la Belleza. Tuvieron un breve pero apasionado romance hasta que Ser Bonifer fue considerado de muy bajo nacimiento para una princesa Targaryen.
Por instancia de una bruja de los bosques amiga de Jenny de Piedrasviejas, el entonces príncipe Jaehaerys decidió casar a sus hijos adolescentes; el rey Aegon V, en desacuerdo, se lavó las manos frustrado. De acuerdo con Ser Barristan Selmy, no había afecto entre Aerys y Rhaella en el día de su matrimonio.
Tras la Tragedia de Refugio Estival, ocurrida en 259 d.C. y donde murieron el rey Aegon V y su hijo mayor, el príncipe Duncan el Pequeño, Aerys se convirtió en el príncipe heredero, con Rhaella como su futura reina. El mismo día de la tragedia, Rhaella dio a luz a su primer hijo, Rhaegar. Aerys y Rhaella eran jóvenes y se anticipó que tendrían muchos hijos, cuestión de vital importancia en ese momento, cuando los posibles herederos de la Casa Targaryen habían disminuido a un número alarmante.
El matrimonio entre Rhaella y Aerys fue muy infeliz. Aunque Rhaella hacía la vista gorda a la mayoría de las infidelidades de su esposo, la reina no podía soportar que convirtiera a sus doncellas en sus amantes. La relación entre el rey y la reina se hizo aún más tensa al ser Rhaella incapaz de dar a Aerys más hijos. La reina Rhaella tuvo abortos involuntarios en 263 y 264 d.C., seguido por la princesa Shaena, nacida muerta en 267 d.C. El príncipe Daeron, nacido en 269 d.C., sobrevivió sólo medio año. Luego vino otro niño nacido muerto en 270 d.C., otro aborto involuntario en 271 d.C. y el príncipe Aegon, nacido dos meses prematuro en 272 d.C. y muerto al año siguiente. Al principio, el rey consoló a Rhaella en su dolor pero con el tiempo su compasión se volvió sospecha. Para 270 d.C., el rey Aerys II había decidido que la reina le era infiel y que esa era la razón de que no pudiera darle otro hijo; afirmó que ninguno de los niños nacidos muertos, abortos y bebés muertos habían sido engendrados por él.
A partir de entonces, Aerys II prohibió a Rhaella salir del Torreón de Maegor y decretó que dos septas compartirían su cama cada noche para que la reina permaneciera fiel a sus votos.
Durante los años siguientes el comportamiento del rey Aerys II se hizo cada vez más errático, aunque pareció disminuir en 274 d.C. cuando la reina Rhaella dio a luz a un hijo. Tan profunda fue la alegría de Aerys que pareció restaurar su antiguo carácter. Sin embargo, el príncipe Jaehaerys murió más tarde ese mismo año, sumiendo a Aerys en la desesperación. En su rabia decidió que la nodriza del príncipe era la culpable de su muerte y decapitó a la mujer. No mucho tiempo después Aerys anunció que Jaehaerys había sido envenenado por su propia amante, la joven y bonita hija de uno de sus caballeros. El rey hizo torturar a la muchacha y a todos sus parientes; antes de morir todos confesaron el asesinato aunque los detalles de sus confesiones no coincidían.
En 275 d.C. el rey Aerys ayunó durante quince días e hizo una "caminata de arrepentimiento" por toda la ciudad hasta el Gran Septo de Baelor para orar con el Septón Supremo. A su regreso, el rey anunció que en adelante sólo dormiría con su legítima esposa, la reina Rhaella. Esta nueva fidelidad fue aparentemente bien recibida por la Madre pues al año siguiente la reina Rhaella dio al rey otro hijo. El príncipe Viserys, nacido en 276 d.C., era pequeño pero robusto y más hermoso que cualquier niño que Desembarco del Rey hubiera visto nunca. No obstante, el nacimiento del príncipe Viserys no logró cambiar el comportamiento del rey; se volvió aun más obsesivo y temeroso, llegando a poner caballeros de la Guardia Real para cuidar que nadie tocara al bebé sin su consentimiento, ni siquiera la reina Rhaella.
En 280 d.C., cuando el príncipe Rhaegar volvió a la Fortaleza Roja para presentar a sus padres a su primera hija, la princesa Rhaenys, la reina Rhaella acogió al bebé con cariño mientras que el rey Aerys se rehusó a tocar o sostener a la niña, quejándose de que "olía a dorniense".
En años posteriores, la relación entre Rhaella y su esposo se deterioró. Sólo dormían juntos cuando Aerys había ejecutado y quemado a alguna persona; Jaime Lannister recordaba que quemar a alguien siempre excitaba a Aerys. La última vez fue cuando Aerys quemó a Lord Qarlton Chelsted; Ser Jaime escuchó a Rhaella llorar mientras era abusada. Al día siguiente fue enviada a Rocadragón para escapar del inminente sitio de Desembarco del Rey por los rebeldes durante la Guerra del Usurpador. Sus doncellas dijeron que había hematomas, marcas de mordidas y arañazos por todo el cuerpo de la reina.
En Rocadragón la reina se enteró que estaba embarazada. Cuando la capital cayó dos semanas después, ella, su hijo nonato y el pequeño príncipe Viserys eran los últimos sobrevivientes conocidos de la Dinastía Targaryen. Cuando se tuvieron noticias sobre el saqueo de Desembarco del Rey, Rhaella proclamó rey a Viserys. La reina pasó todo su embarazo en Rocadragón, donde dio a luz a su segunda hija, Daenerys. Murió poco después del estrés producido por el parto.
No tengo mucho que decir, ella merecía una vida mejor que estar con un hombre sin amor y que cada vez se volvía mas violento, mas paranoico y mas salvaje. Al menos tiene el consuelo de que su hija y su posible nieto lucharan por el trono que les corresponde, al final ella sembró el futuro de la Casa Targaryen.
Queen Rhaella Targaryen was the daughter of King Jaehaerys II Targaryen and her sister wife Queen Shaera Targaryen. At the urging of her father, she became the wife of her brother Aerys.
When she was still a princess, her ladies-in-waiting included Joanna Lannister and Prince Doran Martell's mother. Joanna had arrived in the capital in A.D. 259. to attend the coronation of Jaehaerys II Targaryen and stayed as princess Rhaella's maiden.
Before getting married, Princess Rhaella was madly in love with Ser Bonifer Hasty, who wore her garment and won a tournament, naming her Queen of Love and Beauty. They had a brief but passionate romance until Ser Bonifer was considered a very low birth to a Targaryen princess.
At the behest of a forest witch friend of Jenny of Oldstones, then-Prince Jaehaerys decided to marry his teenage children; King Aegon V, in disagreement, washed his hands in frustration. According to Ser Barristan Selmy, there was no affection between Aerys and Rhaella on the day of their marriage.
After the Summer Refuge Tragedy, which occurred in 259 AD. and where King Aegon V and his eldest son Prince Duncan the Younger died, Aerys became the crown prince, with Rhaella as his future queen. On the day of the tragedy, Rhaella gave birth to her first child, Rhaegar. Aerys and Rhaella were young and it was anticipated that they would have many children, a matter of vital importance at the time, when the possible heirs to the Targaryen House had dwindled to an alarming number.
The marriage between Rhaella and Aerys was very unhappy. Although Rhaella turned a blind eye to most of her husband's infidelities, the queen could not bear to make her maids her lovers. The relationship between the king and queen was further strained as Rhaella was unable to give Aerys more children. Queen Rhaella had miscarriages in 263 and 264 AD, followed by Princess Shaena, stillborn in 267 AD. Prince Daeron, born in 269 AD, survived only half a year. Then came another child born dead in A.D. 270, another miscarriage in A.D. 271. and Prince Aegon, born two months premature in 272 A.D. and died the following year. At first, the king comforted Rhaella in his pain but over time his compassion became suspicious. By 270 AD, King Aerys II had decided that the queen was unfaithful to him and that this was the reason why he could not give her another child; She claimed that none of the stillborn children, abortions, and stillbirths had been fathered by her.
Thereafter, Aerys II prohibited Rhaella from leaving the Maegor Keep and decreed that two septas would share their bed each night so that the queen remained faithful to her vows.
During the following years, the behavior of King Aerys II became increasingly erratic, although it seemed to decrease in 274 AD. when Queen Rhaella gave birth to a son. So deep was Aerys' joy that she seemed to restore her former character. However, Prince Jaehaerys died later that same year, plunging Aerys into despair. In his rage he decided that the prince's nurse was to blame for his death and beheaded the woman. Not long afterward Aerys announced that Jaehaerys had been poisoned by his own lover, the pretty young daughter of one of his knights. The king tortured the girl and all her relatives; Before dying, everyone confessed to the murder, although the details of their confessions did not match.
In 275 A.D. King Aerys fasted for fifteen days and made a "walk of repentance" throughout the city to the Great Sept of Baelor to pray with the Supreme Septum. Upon his return, the king announced that he would henceforth only sleep with his legitimate wife, Queen Rhaella. This new fidelity was apparently well received by the Mother because the following year Queen Rhaella gave the king another son. Prince Viserys, born AD 276, was small but robust and more handsome than any child King's Landing had ever seen. However, the birth of Prince Viserys failed to change the behavior of the king; He became even more obsessive and fearful, even going so far as to put knights of the Royal Guard to see that no one touched the baby without his consent, not even Queen Rhaella.
In 280 AD, when Prince Rhaegar returned to the Red Fort to introduce his parents to their first daughter, Princess Rhaenys, Queen Rhaella welcomed the baby fondly while King Aerys refused to touch or hold the girl, complaining that "it smelled of Dorniense".
In later years, the relationship between Rhaella and her husband deteriorated. They only slept together when Aerys had executed and burned someone; Jaime Lannister recalled that burning someone always turned Aerys on. The last time was when Aerys burned Lord Qarlton Chelsted; Ser Jaime heard Rhaella cry as she was abused. The next day, she was sent to Dragonstone to escape the imminent King's Landing site by the rebels during the Usurper's War. Her maids said there were bruises, bite marks, and scratches all over the queen's body.
In Dragonstone the queen found out she was pregnant. When the capital fell two weeks later, she, her unborn son, and little Prince Viserys were the last known survivors of the Targaryen Dynasty. When news of the looting of King's Landing was heard, Rhaella proclaimed Viserys king. The queen spent her entire pregnancy on Dragonstone, where she gave birth to her second daughter, Daenerys. She died shortly after the stress of childbirth.
I do not have much to say, she deserved a better life than to be with a man without love and who became more and more violent, more paranoid and wilder. At least she has the consolation that her daughter and her possible grandson fought for their rightful throne, in the end she sowed the future of House Targaryen.
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xxxmonachopsisxxx · 4 years
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La culpa pesa más que el hambre.
–Confesiones de una gorda
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tequila-y-limon · 7 years
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Siempre miro mi cuerpo y digo: "voy a adelgazar, dejare de comer." Sin embargo, cuando menos me lo espero ya estoy comiendo de nuevo.
Miss Meroxi.
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unmontondeages · 6 years
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Confesiones de invierno
Sí, luego de hacerse desear, el invierno llegó. A menos de una semana con temperaturas mínimas de un grado por debajo de los dos dígitos, la mayoría de la gente ya quiere que vuelva el verano. Yo no, yo me voy a confesar como persona con predilección por el invierno. Por más que se me enfríen las manos y no se me vuelvan a calentar hasta setiembre y que los labios estén agrietados y al borde de explotar y que corran los chorros de sangre.
Hay dos cosas que hacen que me guste el frío: el té con leche y mi salto de cama.
No sé por qué, pero a nadie parece gustarle el té con leche. Tengo dos teorías: lo preparan mal o se lo daban de tomar de chicos sus abuelas, probablemente también mal preparado. Pero el té con leche no es una bebida para niños. Si nos dieran cerveza a los seis, probablemente de grandes tampoco nos gustaría. No se hace con cualquier té. Se prepara generalmente con tés de tonalidades cítricas como el clásico Earl Grey. Hay muchas leyendas de cómo fue que el buen amigo Conde de Grey, Primer Ministro Británico entre 1830 y 1834, fue a dar con la receta de este té, pero lo cierto es que como lo tomaba seguido, la gente de la época, cuando lo iba a comprar, decía: “dame del que toma el Conde de Grey” y ahí le quedó el nombre. 
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Gracias, Conde de Grey
Es una mezcla de té negro fermentado, que procede de la India o de la actual Sri Lanka (antiguamente Ceilán), aromatizada con aceite de bergamota. La bergamota es la fruta de una planta cítrica fragante, de la que se utiliza el aceite, extraído más de la piel que de la pulpa. El aceite esencial de mejor calidad se consigue de los frutos de Calabria, en el sur de Italia. Todo esto me es muy familiar porque mi padre es calabrés y mi abuela tenía un árbol de bergamotas en el fondo. La temperatura y el grado de adiposidad de la leche son fundamentales, por lo tanto, se debe agregar, a mi humilde entender, una nube de leche gorda fría. Así queda premium. Ir agregándole la leche a un té con leche tiene un efecto visual hermoso, tenés una tormenta amarronada en una taza. Para mí, el té con leche aporta felicidad.
Además, me gusta el invierno porque puedo usar mi prenda de vestir favorita: mi salto de cama. No sé si ya hablé de él en algún otro post en algún otro lado. Mis problemas de memoria hacen que una de mis preguntas más recurrentes sea “¿ya hablamos de esto?”. En fin, iba diciendo que mi salto de cama me aporta mucha felicidad. Creo que es simplemente un tema del tacto. Se siente muy bien a pesar de que me quede grande, tenga una mancha de agua jane bastante grande y que el capitoneado se esté deshilachando. Es bastante viejo, creo que era de mi madre. Y está bueno que me quede grande porque me puedo hacer bichito bolita y tengo mi propio capullo personal. Brinda la temperatura perfecta, ni mucho calor, ni poco. La verdad es que sabía que era prodigioso y lo amaba, pero ahora que enumero sus cualidades, les sugiero que se consigan uno. Si no tengo que salir de casa, no hay manera de que me lo saque.
Luego de mi redacción escolar “pensamientos para el té con leche y mi salto de cama”, procedo a lo que nos compete: la nada mismo y un poco de canciones desordenadas que ensalzan el frío y dan ganas de lo de siempre: estar guardado en el salto de cama, tomando té con leche y escuchando música. Salen como churros.
Confesiones de invierno de Sui Generis 
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La cantamos con mis amigas en segundo de liceo en la clase de música. Era tipo una tarea. Afortunadamente no había celulares y no quedaba registro de ese tipo de cosas. Aunque me acuerdo que la profe nos grababa. Un peligro. También es un peligro escucharla si no estás bien arriba.
White Winter Hymnal de Fleet Foxes
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Y si les pareció que es una canción muy dulce, van a hacer plop! cuando sepan que el sello que editó el primer disco de Fleet Foxes se llama Bella Unión. En fin.
Winterlong de Neil Young
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Esta canción salió en el disco recopilatorio de 1977, Decade. Años más tarde la versionaron los Pixies. Lo que me pasa con las versiones de canciones de Neil Young es que siempre me quedo con las de Neil Young. No hay con qué darle.
Winter Winds de Mumford and Sons
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Canción perfecta para una prometedora tarde de domingo de invierno. Todas las canciones parecen coincidir en que el invierno está ideal para abrigarte en los brazos de alguien. 
Invierno de Antonio Vivaldi
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Hay cuatro estaciones y Vivaldi lo tenía claro. Metió un concierto para violín y orquesta para cada una, cosa de quedar bien con todos. Fue compuesto tipo por 1721. Cada uno de los conciertos tiene unos sonetos. Hay uno que termina:
“Siroco, Bóreas, y todos los vientos en guerra
Esto es el invierno, pero tal, que alegría nos trae”
Lo dijo todo.
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jc-psic90 · 6 years
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Confesiones de una ex gorda expandiendo sus horizontes... #consejos #vida #advise #confesiones #nota #mente #humor #crudo #negro #sarcasmo
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mividasg · 23 days
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Mi sueño resumido en una foto:
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itzzkeshastrip · 16 days
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deberia irme a kilos mortales
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isabella880 · 4 years
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15 Frases que a menudo escuchamos de nuestros padres, pero no se las diremos a nuestros hijos
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Nuestros padres, sin lado a dudas, nos querían y nos deseaban lo mejor. Pero a veces su sistema educativo dejó una huella profunda, que incluso con el paso de muchos primaveras sigue influyendo en nuestras vidas. Las frases, inofensivas a primera pinta, del tipo “Obedece a los adultos”, “Las niñas no hacen eso” y similares pudieron afectarnos en gran medida e incluso perjudicarnos. Por eso, no nos gustaría que estas se dijeran a nuestros hijos.
Parte de la redacción de Genial.guru se acordó de las historias de su infancia, aquellas que todavía no nos dejan en paz. Los usuarios de las redes incluso tienen varias confesiones sentimentales que añadir.
“Te llevaré de vuelta al hospital materno”
Si me portaba mal, mi matriz me decía: “Te voy a entregar a ese hombre” o “Te llevaré de vuelta al hospital materno”. Y una vez, positivamente, llamó a algún lado diciéndome que quería devolverme. Me asusté mucho pidiéndole a mi matriz que dejara de hacerlo. Se quedó contenta y yo todavía lo remembranza horrorizada. Desde entonces, estoy convencida de que si no me porto adecuadamente, se desharán de mí, no me van a flirtear. A causa de esto, entablaba relaciones tóxicas, sometiéndome.
“Debes ser la mejor”
Cuando llevaba a casa buenas calificaciones pero no la máxima nota, justificándome diciendo que el tema era complicado y que toda la clase obtuvo malos resultados, mi matriz me decía: “No me importa toda la clase, tú debes ser la mejor”. Y incluso la frase típica de “Y si todos saltan de un puente, ¿tú también saltarás?”. Fruto de esto, me convertí en una perfeccionista hasta la núcleo y esto me impide disfrutar de la vida.
“Cuando crezcas, lo entenderás”
A mis numerosos “por qué”, mi matriz solía replicar con frases cortas: “Cuando crezcas, lo entenderás”. También me decía: “Cuando llegues a mi edad, hablaremos”. Esto positivamente me ponía triste y, finalmente, abortó mi curiosidad. Constantemente me fijaba en los chicos mayores, quería ser amigo de ellos, ganarme su confianza. Ya en la adolescencia, me rodeé de malas compañías, comencé a absorber y fumar. Simplemente, quería crecer lo antaño posible. Para que finalmente me notaran, me oyeran y tener derecho a expresar mi propia opinión.
“No sabía que era un secreto”
Me gustó una chica cuando tenía unos 10 primaveras. Era un sentimiento robusto, pero no correspondido. Mi matriz se dio cuenta de que yo andaba triste y me pidió que le contara lo que me sucedía. Lo negué. Al fin y al final, el acto sexual despejado de los niños es una cuestión muy íntima. Pero me di por vencido y se lo conté todo como un gran secreto. Por la tarde-noche, volví a casa y oí voces femeninas y risas en la cocina. Las amigas de mi matriz habían ido a verla y en ese momento hablaban animadamente de poco. Y, de repente, me di cuenta de que se trataba de mí y de mi “amor no correspondido”. Todas se reían y luego se fijaron en que estaba presente. Enseguida, le dije a mi matriz: “¿Cómo pudiste haberlo hecho? Lo prometiste”. Y ella respondió: “Bueno, ¿pero qué pasa? No sabía que era un gran secreto”. Desde entonces, no le he vuelto a contar ausencia más, ella se ofendió terriblemente. Y todavía lo remembranza todo como si fuera ayer. © Molotokmark / Pikabu
“Mejor lo hago yo”
Si yo intentaba hacer poco, ayudar a mi matriz, entonces ella decía: “Bueno, deja que lo haga yo, que tú no lo haces bien”. Y cuando me convertí en adolescente, comenzó a quejarse con todo el mundo de que yo dependía demasiado de ella; no recogía la casa y ni siquiera sabía hacerme unos huevos fritos. Pero, ¿cómo se suponía que tenía que hacer poco si no me confiaban ausencia? Incluso cuando tuve a mi propio hijo, mi matriz me llamaba para explicarme sencillamente que tenía qué hacer, porque tan “tontita” no lo sabría por mi cuenta. Mi hijo aún es pequeño, pero trato de persistir su curiosidad. Aunque luego de él, todo se quede desaseado o poco no le salga adecuadamente, al menos, lo está intentando.
“No se debe ofender a las chicas”
Cuando tenía 8 primaveras, le gusté mucho a una compañera de clase. Pero esta no encontró ausencia mejor que mostrar su simpatía con violencia: un día me rompía la mochila, otro me golpeaba la inicio con un volumen. Yo lo aguantaba. Porque mis padres siempre me decían que no se debía ofender a las chicas. Solo que mi cerebro de niño percibió estas palabras de otra guisa: no tienes derecho a defenderte si te ofende una chica. Pero un día no pude soportarlo más y la empujé con fuerza. Obviamente, se lo contó a la profesora y esta me obligó a pedir perdón delante de toda la clase. En casa, incluso fui castigado. Ahora, si me grita una mujer, me silencioso paralizado, perdido. No sé cómo representar y esto me molesta muchísimo.
“Los hombres no lloran”
“Bueno, qué llorón”, “Los hombres no lloran”, “Sécate las lágrimas, llorar es de chicas”. Probablemente, a muchos niños les dijeran eso. Nunca oí a mi padre decirme palabras de acto sexual, pero no importa, lo que necesitaba era que me compadeciera, al menos una vez me abrazara y notar que le importaba. A mi esposa le molesta que hasta ahora no haya aprendido a mostrar mis emociones, a replicar a su ternura y ser sincero. Y sí, no lloré por Hachiko, aunque positivamente tenía muchas ganas. Simplemente, no pude.
“Es solo un juguete”
Tenía un artefacto privilegiado: poco para tirar anillas parecido a un teléfono móvil. Era especialmente importante para mí porque no simplemente me lo regalaron: me lo gané. Fue mi premio, me lo entregaron entre aplausos en una ceremonia frente a todo el campamento de verano. Una vez, descubrí que mi artefacto no estaba en su lado. Mi matriz me dijo: “Vino mi amiga Tania con su hijo. Daniel se aferró a él y gritó, pues, decidí dárselo”. Tenía internamente tanto resentimiento y enojo que mis padres se quedaron muy sorprendidos. “Es solo un juguete, no debes enojarte tanto. No es algo por lo que gritar”, esa era la respuesta a mi discurso de enfado. Mi hija tiene tan solo 21 meses, pero ya le enseño a no tomar las cosas ajenas sin preguntar. Y no le daré sus juguetes a nadie. No podemos entender qué tan querido puede ser cualquier cosa para un caprichoso. © Lozbenidze / Pikabu
“He hecho tanto por ti, y tú…”
Mi abuela siempre me apoyaba tanto en la infancia como en mi época de estudiante: me ayudaba con las tareas, me daba consejos bártulos, me mandaba cuartos, aunque no se lo pedí. Y luego, si yo hacía poco mal, me decía: “He invertido tanto en ti, tanto he hecho por ti”. Siempre me sentía muy avergonzada e incómoda por mis acciones “equivocadas”. Y más delante, cuando me convertí en adulta, comencé a enfadarme y notar resentimiento por estas palabras. Por eso, desde mi infancia tengo dos complejos: por un banda, siempre trato de ser una de los mejores y, si poco no me sale, me preocupo mucho; por otro, muy raras veces pido ayuda a cierto, incluso si positivamente la necesito, simplemente para no deberle ausencia a nadie.
“No te vayas a quedar premiada”
Mis padres siempre le contaban a todo el mundo con una sonrisita que su hija todavía no había aprendido a atrapar la pelota. Me molestaba mucho, pero aprendí a replicar a esto al conmover a los 20 primaveras. “¿Y qué hicieron ustedes para que yo aprendiera a atrapar esta maldita pelota?”. No solo no desarrollaban mis habilidades, sino que ni siquiera me dejaban salir a la calle. Decían poco parecido a “y si me caigo y me rompo algo, mejor leer libros en casa”. Tenía prohibido ir a la piscina, siquiera podía personarse a clases extraescolares. Cuando crecí un poco, aumentaron el control para que “no quedase premiada” (sí, así de claro me lo decían). Han pasado muchos primaveras, pero los resentimientos infantiles todavía me atormentan. Mis hijos se ríen de mí, diciendo que su matriz solo sabe trabajar y adivinar libros. © Zy26 / Pikabu
“Te lo compramos ahora, pero es por tu cumpleaños”
Mi cumpleaños nunca se celebraba de guisa singular. Se reunían familiares y amigos de mis padres, se sentaban a la mesa y luego se iban. Y me regalaban poco muy importante y necesario diciendo lo venidero: “Te lo compramos ahora, pero es por tu cumpleaños”. Por Dios, ¿ni siquiera pudieron alguna vez hacerme una sorpresa, regalándome alguna oropel sencilla? Además, nací en verano, por eso ni siquiera me felicitaban en la escuela. Todavía no he aprendido a alegrarme por ese día y no siento que sea festivo.
“¡Pero si eres una niña!”
Cuando mi hermano anciano montaba en biciclo, jugaba a policías y ladrones y corría para nadar en el río, yo llevaba un vestido recién planchado, coletas adecuadamente recogidas (cada mañana aguantaba las lágrimas mientras me peinaban) y miraba a los niños varones con envidia. Si quería juguetear con ellos, entonces mi matriz me cortaba diciéndome: “¡Pero si eres una niña!”. Y me llevaba de dorso a casa. Qué triste y apenada me sentía: incluso quería divertirme y “romperme las rodillas”. Por eso, no debe sorprender a nadie que a los 13 primaveras de antigüedad me cortase mucho el melena, llevara solo zapatillas de lienzo y jeans rotos. Ahora entiendo que esta fue mi guisa de protestar. Estoy gestante y a mi hija no le inculcaré estos terribles estereotipos.
“Qué gran diferencia hay entre mi hija y Anastasia”
Tengo una prima, Anastasia. En aquel momento, ella tenía unos 18 primaveras y yo, unos 9. Tuvo la oportunidad de irse a Alemania para existir e ingresar allí en la universidad, por otra parte, en este lado le esperaba su novio. Por supuesto, se estaba preparando robusto para los exámenes. Y una vez, mi padre, delante de mí, dijo: “¡Miren, qué gran diferencia hay entre mi hija y Anastasia! Anastasia es tan persistente”. Sus palabras me parecieron del todo injustas. Hoy, con frecuencia, me comparo con los demás y en casi todos mis amigos busco poco que pueda envidiarles y en lo que ellos puedan envidiarme a mí.
“Eres gorda, pero alguien sentirá lástima y te casarás”
Mi matriz, desde mi primera infancia, me transmitía que yo era gorda y añadía: “Pues, sí, eres gorda. Así naciste. Nada, alguien sentirá lástima y te casarás”. ¿Sabes qué es lo que más duele? Yo nunca positivamente fui gorda. Sí, no era flaca, pero tenía una figura natural, con cintura. Sin retención, por pecado de mi matriz, crecí llena de complejos e inseguridad de mí misma y por mucho que hiciera deporte y me pusiera a dieta, seguía sintiéndome fea. Cuando los hombres estaban interesados ​​en mí, pensaba que simplemente sentían queja por mí. Pensaba así, incluso cuando me casé. Solo al suceder los primaveras pude creer que mi cónyuge positivamente me quiere y soy una mujer hermosa. © “Habitación № 6”
“Hay que respetar a los adultos y obedecerles”
Mamá siempre me decía que a los adultos había que respetarlos y obedecerles. Hasta ahora, me cuesta tratar de tú a las personas poco conocidas, incluso cuando estos me lo piden, porque este mensaje está figura a fuego en mí. Pero lo peor es que una vez, cuando tenía 6 primaveras, un automóvil se paró calibrado al banda de mí. Un hombre desconocido me dijo que tenía que ir con él, diciendo que así lo había pedido mi matriz. Y si no le obedecía, entonces ella me castigaría. Ya estaba dispuesta a subir al automóvil, pero nuestro vecino lo vio y aquel hombre se asustó y se fue. Si no hubiera sido por este vecino, probablemente, ya no estaría y todo por lo que me habían inculcado: los adultos son siempre una autoridad incondicional. A mi hijo trataré de explicarle que los adultos incluso pueden ser malos e incluso estúpidos, por eso no siempre hay que hacerles caso.
Los psicólogos dicen que todos los traumas provienen de la infancia. ¿Qué frases de tus padres tú no se las dirías a tus propios hijos?
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lacronicacoruna · 4 years
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15 Frases que a menudo escuchamos de nuestros padres, pero no se las diremos a nuestros hijos
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Nuestros padres, sin lado a dudas, nos querían y nos deseaban lo mejor. Pero a veces su sistema educativo dejó una huella profunda, que incluso con el paso de muchos primaveras sigue influyendo en nuestras vidas. Las frases, inofensivas a primera pinta, del tipo “Obedece a los adultos”, “Las niñas no hacen eso” y similares pudieron afectarnos en gran medida e incluso perjudicarnos. Por eso, no nos gustaría que estas se dijeran a nuestros hijos.
Parte de la redacción de Genial.guru se acordó de las historias de su infancia, aquellas que todavía no nos dejan en paz. Los usuarios de las redes incluso tienen varias confesiones sentimentales que añadir.
“Te llevaré de vuelta al hospital materno”
Si me portaba mal, mi matriz me decía: “Te voy a entregar a ese hombre” o “Te llevaré de vuelta al hospital materno”. Y una vez, positivamente, llamó a algún lado diciéndome que quería devolverme. Me asusté mucho pidiéndole a mi matriz que dejara de hacerlo. Se quedó contenta y yo todavía lo remembranza horrorizada. Desde entonces, estoy convencida de que si no me porto adecuadamente, se desharán de mí, no me van a flirtear. A causa de esto, entablaba relaciones tóxicas, sometiéndome.
“Debes ser la mejor”
Cuando llevaba a casa buenas calificaciones pero no la máxima nota, justificándome diciendo que el tema era complicado y que toda la clase obtuvo malos resultados, mi matriz me decía: “No me importa toda la clase, tú debes ser la mejor”. Y incluso la frase típica de “Y si todos saltan de un puente, ¿tú también saltarás?”. Fruto de esto, me convertí en una perfeccionista hasta la núcleo y esto me impide disfrutar de la vida.
“Cuando crezcas, lo entenderás”
A mis numerosos “por qué”, mi matriz solía replicar con frases cortas: “Cuando crezcas, lo entenderás”. También me decía: “Cuando llegues a mi edad, hablaremos”. Esto positivamente me ponía triste y, finalmente, abortó mi curiosidad. Constantemente me fijaba en los chicos mayores, quería ser amigo de ellos, ganarme su confianza. Ya en la adolescencia, me rodeé de malas compañías, comencé a absorber y fumar. Simplemente, quería crecer lo antaño posible. Para que finalmente me notaran, me oyeran y tener derecho a expresar mi propia opinión.
“No sabía que era un secreto”
Me gustó una chica cuando tenía unos 10 primaveras. Era un sentimiento robusto, pero no correspondido. Mi matriz se dio cuenta de que yo andaba triste y me pidió que le contara lo que me sucedía. Lo negué. Al fin y al final, el acto sexual despejado de los niños es una cuestión muy íntima. Pero me di por vencido y se lo conté todo como un gran secreto. Por la tarde-noche, volví a casa y oí voces femeninas y risas en la cocina. Las amigas de mi matriz habían ido a verla y en ese momento hablaban animadamente de poco. Y, de repente, me di cuenta de que se trataba de mí y de mi “amor no correspondido”. Todas se reían y luego se fijaron en que estaba presente. Enseguida, le dije a mi matriz: “¿Cómo pudiste haberlo hecho? Lo prometiste”. Y ella respondió: “Bueno, ¿pero qué pasa? No sabía que era un gran secreto”. Desde entonces, no le he vuelto a contar ausencia más, ella se ofendió terriblemente. Y todavía lo remembranza todo como si fuera ayer. © Molotokmark / Pikabu
“Mejor lo hago yo”
Si yo intentaba hacer poco, ayudar a mi matriz, entonces ella decía: “Bueno, deja que lo haga yo, que tú no lo haces bien”. Y cuando me convertí en adolescente, comenzó a quejarse con todo el mundo de que yo dependía demasiado de ella; no recogía la casa y ni siquiera sabía hacerme unos huevos fritos. Pero, ¿cómo se suponía que tenía que hacer poco si no me confiaban ausencia? Incluso cuando tuve a mi propio hijo, mi matriz me llamaba para explicarme sencillamente que tenía qué hacer, porque tan “tontita” no lo sabría por mi cuenta. Mi hijo aún es pequeño, pero trato de persistir su curiosidad. Aunque luego de él, todo se quede desaseado o poco no le salga adecuadamente, al menos, lo está intentando.
“No se debe ofender a las chicas”
Cuando tenía 8 primaveras, le gusté mucho a una compañera de clase. Pero esta no encontró ausencia mejor que mostrar su simpatía con violencia: un día me rompía la mochila, otro me golpeaba la inicio con un volumen. Yo lo aguantaba. Porque mis padres siempre me decían que no se debía ofender a las chicas. Solo que mi cerebro de niño percibió estas palabras de otra guisa: no tienes derecho a defenderte si te ofende una chica. Pero un día no pude soportarlo más y la empujé con fuerza. Obviamente, se lo contó a la profesora y esta me obligó a pedir perdón delante de toda la clase. En casa, incluso fui castigado. Ahora, si me grita una mujer, me silencioso paralizado, perdido. No sé cómo representar y esto me molesta muchísimo.
“Los hombres no lloran”
“Bueno, qué llorón”, “Los hombres no lloran”, “Sécate las lágrimas, llorar es de chicas”. Probablemente, a muchos niños les dijeran eso. Nunca oí a mi padre decirme palabras de acto sexual, pero no importa, lo que necesitaba era que me compadeciera, al menos una vez me abrazara y notar que le importaba. A mi esposa le molesta que hasta ahora no haya aprendido a mostrar mis emociones, a replicar a su ternura y ser sincero. Y sí, no lloré por Hachiko, aunque positivamente tenía muchas ganas. Simplemente, no pude.
“Es solo un juguete”
Tenía un artefacto privilegiado: poco para tirar anillas parecido a un teléfono móvil. Era especialmente importante para mí porque no simplemente me lo regalaron: me lo gané. Fue mi premio, me lo entregaron entre aplausos en una ceremonia frente a todo el campamento de verano. Una vez, descubrí que mi artefacto no estaba en su lado. Mi matriz me dijo: “Vino mi amiga Tania con su hijo. Daniel se aferró a él y gritó, pues, decidí dárselo”. Tenía internamente tanto resentimiento y enojo que mis padres se quedaron muy sorprendidos. “Es solo un juguete, no debes enojarte tanto. No es algo por lo que gritar”, esa era la respuesta a mi discurso de enfado. Mi hija tiene tan solo 21 meses, pero ya le enseño a no tomar las cosas ajenas sin preguntar. Y no le daré sus juguetes a nadie. No podemos entender qué tan querido puede ser cualquier cosa para un caprichoso. © Lozbenidze / Pikabu
“He hecho tanto por ti, y tú…”
Mi abuela siempre me apoyaba tanto en la infancia como en mi época de estudiante: me ayudaba con las tareas, me daba consejos bártulos, me mandaba cuartos, aunque no se lo pedí. Y luego, si yo hacía poco mal, me decía: “He invertido tanto en ti, tanto he hecho por ti”. Siempre me sentía muy avergonzada e incómoda por mis acciones “equivocadas”. Y más delante, cuando me convertí en adulta, comencé a enfadarme y notar resentimiento por estas palabras. Por eso, desde mi infancia tengo dos complejos: por un banda, siempre trato de ser una de los mejores y, si poco no me sale, me preocupo mucho; por otro, muy raras veces pido ayuda a cierto, incluso si positivamente la necesito, simplemente para no deberle ausencia a nadie.
“No te vayas a quedar premiada”
Mis padres siempre le contaban a todo el mundo con una sonrisita que su hija todavía no había aprendido a atrapar la pelota. Me molestaba mucho, pero aprendí a replicar a esto al conmover a los 20 primaveras. “¿Y qué hicieron ustedes para que yo aprendiera a atrapar esta maldita pelota?”. No solo no desarrollaban mis habilidades, sino que ni siquiera me dejaban salir a la calle. Decían poco parecido a “y si me caigo y me rompo algo, mejor leer libros en casa”. Tenía prohibido ir a la piscina, siquiera podía personarse a clases extraescolares. Cuando crecí un poco, aumentaron el control para que “no quedase premiada” (sí, así de claro me lo decían). Han pasado muchos primaveras, pero los resentimientos infantiles todavía me atormentan. Mis hijos se ríen de mí, diciendo que su matriz solo sabe trabajar y adivinar libros. © Zy26 / Pikabu
“Te lo compramos ahora, pero es por tu cumpleaños”
Mi cumpleaños nunca se celebraba de guisa singular. Se reunían familiares y amigos de mis padres, se sentaban a la mesa y luego se iban. Y me regalaban poco muy importante y necesario diciendo lo venidero: “Te lo compramos ahora, pero es por tu cumpleaños”. Por Dios, ¿ni siquiera pudieron alguna vez hacerme una sorpresa, regalándome alguna oropel sencilla? Además, nací en verano, por eso ni siquiera me felicitaban en la escuela. Todavía no he aprendido a alegrarme por ese día y no siento que sea festivo.
“¡Pero si eres una niña!”
Cuando mi hermano anciano montaba en biciclo, jugaba a policías y ladrones y corría para nadar en el río, yo llevaba un vestido recién planchado, coletas adecuadamente recogidas (cada mañana aguantaba las lágrimas mientras me peinaban) y miraba a los niños varones con envidia. Si quería juguetear con ellos, entonces mi matriz me cortaba diciéndome: “¡Pero si eres una niña!”. Y me llevaba de dorso a casa. Qué triste y apenada me sentía: incluso quería divertirme y “romperme las rodillas”. Por eso, no debe sorprender a nadie que a los 13 primaveras de antigüedad me cortase mucho el melena, llevara solo zapatillas de lienzo y jeans rotos. Ahora entiendo que esta fue mi guisa de protestar. Estoy gestante y a mi hija no le inculcaré estos terribles estereotipos.
“Qué gran diferencia hay entre mi hija y Anastasia”
Tengo una prima, Anastasia. En aquel momento, ella tenía unos 18 primaveras y yo, unos 9. Tuvo la oportunidad de irse a Alemania para existir e ingresar allí en la universidad, por otra parte, en este lado le esperaba su novio. Por supuesto, se estaba preparando robusto para los exámenes. Y una vez, mi padre, delante de mí, dijo: “¡Miren, qué gran diferencia hay entre mi hija y Anastasia! Anastasia es tan persistente”. Sus palabras me parecieron del todo injustas. Hoy, con frecuencia, me comparo con los demás y en casi todos mis amigos busco poco que pueda envidiarles y en lo que ellos puedan envidiarme a mí.
“Eres gorda, pero alguien sentirá lástima y te casarás”
Mi matriz, desde mi primera infancia, me transmitía que yo era gorda y añadía: “Pues, sí, eres gorda. Así naciste. Nada, alguien sentirá lástima y te casarás”. ¿Sabes qué es lo que más duele? Yo nunca positivamente fui gorda. Sí, no era flaca, pero tenía una figura natural, con cintura. Sin retención, por pecado de mi matriz, crecí llena de complejos e inseguridad de mí misma y por mucho que hiciera deporte y me pusiera a dieta, seguía sintiéndome fea. Cuando los hombres estaban interesados ​​en mí, pensaba que simplemente sentían queja por mí. Pensaba así, incluso cuando me casé. Solo al suceder los primaveras pude creer que mi cónyuge positivamente me quiere y soy una mujer hermosa. © “Habitación № 6”
“Hay que respetar a los adultos y obedecerles”
Mamá siempre me decía que a los adultos había que respetarlos y obedecerles. Hasta ahora, me cuesta tratar de tú a las personas poco conocidas, incluso cuando estos me lo piden, porque este mensaje está figura a fuego en mí. Pero lo peor es que una vez, cuando tenía 6 primaveras, un automóvil se paró calibrado al banda de mí. Un hombre desconocido me dijo que tenía que ir con él, diciendo que así lo había pedido mi matriz. Y si no le obedecía, entonces ella me castigaría. Ya estaba dispuesta a subir al automóvil, pero nuestro vecino lo vio y aquel hombre se asustó y se fue. Si no hubiera sido por este vecino, probablemente, ya no estaría y todo por lo que me habían inculcado: los adultos son siempre una autoridad incondicional. A mi hijo trataré de explicarle que los adultos incluso pueden ser malos e incluso estúpidos, por eso no siempre hay que hacerles caso.
Los psicólogos dicen que todos los traumas provienen de la infancia. ¿Qué frases de tus padres tú no se las dirías a tus propios hijos?
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robando-oxigeno · 5 years
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Mis estados de ánimo últimamente son como el clima: inestables... No se sabe si voy a estar como una tormenta de lágrimas o como una suave brisa en la que mantengo mi melancolía o incluso no sé si de repente voy a ser un sol brillante con ganas de irradiar a todos con positivismo o simplemente quemarlos...
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lacronicacoruna1 · 4 years
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15 Frases que a menudo escuchamos de nuestros padres, pero no se las diremos a nuestros hijos
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Nuestros padres, sin lado a dudas, nos querían y nos deseaban lo mejor. Pero a veces su sistema educativo dejó una huella profunda, que incluso con el paso de muchos primaveras sigue influyendo en nuestras vidas. Las frases, inofensivas a primera pinta, del tipo “Obedece a los adultos”, “Las niñas no hacen eso” y similares pudieron afectarnos en gran medida e incluso perjudicarnos. Por eso, no nos gustaría que estas se dijeran a nuestros hijos.
Parte de la redacción de Genial.guru se acordó de las historias de su infancia, aquellas que todavía no nos dejan en paz. Los usuarios de las redes incluso tienen varias confesiones sentimentales que añadir.
“Te llevaré de vuelta al hospital materno”
Si me portaba mal, mi matriz me decía: “Te voy a entregar a ese hombre” o “Te llevaré de vuelta al hospital materno”. Y una vez, positivamente, llamó a algún lado diciéndome que quería devolverme. Me asusté mucho pidiéndole a mi matriz que dejara de hacerlo. Se quedó contenta y yo todavía lo remembranza horrorizada. Desde entonces, estoy convencida de que si no me porto adecuadamente, se desharán de mí, no me van a flirtear. A causa de esto, entablaba relaciones tóxicas, sometiéndome.
“Debes ser la mejor”
Cuando llevaba a casa buenas calificaciones pero no la máxima nota, justificándome diciendo que el tema era complicado y que toda la clase obtuvo malos resultados, mi matriz me decía: “No me importa toda la clase, tú debes ser la mejor”. Y incluso la frase típica de “Y si todos saltan de un puente, ¿tú también saltarás?”. Fruto de esto, me convertí en una perfeccionista hasta la núcleo y esto me impide disfrutar de la vida.
“Cuando crezcas, lo entenderás”
A mis numerosos “por qué”, mi matriz solía replicar con frases cortas: “Cuando crezcas, lo entenderás”. También me decía: “Cuando llegues a mi edad, hablaremos”. Esto positivamente me ponía triste y, finalmente, abortó mi curiosidad. Constantemente me fijaba en los chicos mayores, quería ser amigo de ellos, ganarme su confianza. Ya en la adolescencia, me rodeé de malas compañías, comencé a absorber y fumar. Simplemente, quería crecer lo antaño posible. Para que finalmente me notaran, me oyeran y tener derecho a expresar mi propia opinión.
“No sabía que era un secreto”
Me gustó una chica cuando tenía unos 10 primaveras. Era un sentimiento robusto, pero no correspondido. Mi matriz se dio cuenta de que yo andaba triste y me pidió que le contara lo que me sucedía. Lo negué. Al fin y al final, el acto sexual despejado de los niños es una cuestión muy íntima. Pero me di por vencido y se lo conté todo como un gran secreto. Por la tarde-noche, volví a casa y oí voces femeninas y risas en la cocina. Las amigas de mi matriz habían ido a verla y en ese momento hablaban animadamente de poco. Y, de repente, me di cuenta de que se trataba de mí y de mi “amor no correspondido”. Todas se reían y luego se fijaron en que estaba presente. Enseguida, le dije a mi matriz: “¿Cómo pudiste haberlo hecho? Lo prometiste”. Y ella respondió: “Bueno, ¿pero qué pasa? No sabía que era un gran secreto”. Desde entonces, no le he vuelto a contar ausencia más, ella se ofendió terriblemente. Y todavía lo remembranza todo como si fuera ayer. © Molotokmark / Pikabu
“Mejor lo hago yo”
Si yo intentaba hacer poco, ayudar a mi matriz, entonces ella decía: “Bueno, deja que lo haga yo, que tú no lo haces bien”. Y cuando me convertí en adolescente, comenzó a quejarse con todo el mundo de que yo dependía demasiado de ella; no recogía la casa y ni siquiera sabía hacerme unos huevos fritos. Pero, ¿cómo se suponía que tenía que hacer poco si no me confiaban ausencia? Incluso cuando tuve a mi propio hijo, mi matriz me llamaba para explicarme sencillamente que tenía qué hacer, porque tan “tontita” no lo sabría por mi cuenta. Mi hijo aún es pequeño, pero trato de persistir su curiosidad. Aunque luego de él, todo se quede desaseado o poco no le salga adecuadamente, al menos, lo está intentando.
“No se debe ofender a las chicas”
Cuando tenía 8 primaveras, le gusté mucho a una compañera de clase. Pero esta no encontró ausencia mejor que mostrar su simpatía con violencia: un día me rompía la mochila, otro me golpeaba la inicio con un volumen. Yo lo aguantaba. Porque mis padres siempre me decían que no se debía ofender a las chicas. Solo que mi cerebro de niño percibió estas palabras de otra guisa: no tienes derecho a defenderte si te ofende una chica. Pero un día no pude soportarlo más y la empujé con fuerza. Obviamente, se lo contó a la profesora y esta me obligó a pedir perdón delante de toda la clase. En casa, incluso fui castigado. Ahora, si me grita una mujer, me silencioso paralizado, perdido. No sé cómo representar y esto me molesta muchísimo.
“Los hombres no lloran”
“Bueno, qué llorón”, “Los hombres no lloran”, “Sécate las lágrimas, llorar es de chicas”. Probablemente, a muchos niños les dijeran eso. Nunca oí a mi padre decirme palabras de acto sexual, pero no importa, lo que necesitaba era que me compadeciera, al menos una vez me abrazara y notar que le importaba. A mi esposa le molesta que hasta ahora no haya aprendido a mostrar mis emociones, a replicar a su ternura y ser sincero. Y sí, no lloré por Hachiko, aunque positivamente tenía muchas ganas. Simplemente, no pude.
“Es solo un juguete”
Tenía un artefacto privilegiado: poco para tirar anillas parecido a un teléfono móvil. Era especialmente importante para mí porque no simplemente me lo regalaron: me lo gané. Fue mi premio, me lo entregaron entre aplausos en una ceremonia frente a todo el campamento de verano. Una vez, descubrí que mi artefacto no estaba en su lado. Mi matriz me dijo: “Vino mi amiga Tania con su hijo. Daniel se aferró a él y gritó, pues, decidí dárselo”. Tenía internamente tanto resentimiento y enojo que mis padres se quedaron muy sorprendidos. “Es solo un juguete, no debes enojarte tanto. No es algo por lo que gritar”, esa era la respuesta a mi discurso de enfado. Mi hija tiene tan solo 21 meses, pero ya le enseño a no tomar las cosas ajenas sin preguntar. Y no le daré sus juguetes a nadie. No podemos entender qué tan querido puede ser cualquier cosa para un caprichoso. © Lozbenidze / Pikabu
“He hecho tanto por ti, y tú…”
Mi abuela siempre me apoyaba tanto en la infancia como en mi época de estudiante: me ayudaba con las tareas, me daba consejos bártulos, me mandaba cuartos, aunque no se lo pedí. Y luego, si yo hacía poco mal, me decía: “He invertido tanto en ti, tanto he hecho por ti”. Siempre me sentía muy avergonzada e incómoda por mis acciones “equivocadas”. Y más delante, cuando me convertí en adulta, comencé a enfadarme y notar resentimiento por estas palabras. Por eso, desde mi infancia tengo dos complejos: por un banda, siempre trato de ser una de los mejores y, si poco no me sale, me preocupo mucho; por otro, muy raras veces pido ayuda a cierto, incluso si positivamente la necesito, simplemente para no deberle ausencia a nadie.
“No te vayas a quedar premiada”
Mis padres siempre le contaban a todo el mundo con una sonrisita que su hija todavía no había aprendido a atrapar la pelota. Me molestaba mucho, pero aprendí a replicar a esto al conmover a los 20 primaveras. “¿Y qué hicieron ustedes para que yo aprendiera a atrapar esta maldita pelota?”. No solo no desarrollaban mis habilidades, sino que ni siquiera me dejaban salir a la calle. Decían poco parecido a “y si me caigo y me rompo algo, mejor leer libros en casa”. Tenía prohibido ir a la piscina, siquiera podía personarse a clases extraescolares. Cuando crecí un poco, aumentaron el control para que “no quedase premiada” (sí, así de claro me lo decían). Han pasado muchos primaveras, pero los resentimientos infantiles todavía me atormentan. Mis hijos se ríen de mí, diciendo que su matriz solo sabe trabajar y adivinar libros. © Zy26 / Pikabu
“Te lo compramos ahora, pero es por tu cumpleaños”
Mi cumpleaños nunca se celebraba de guisa singular. Se reunían familiares y amigos de mis padres, se sentaban a la mesa y luego se iban. Y me regalaban poco muy importante y necesario diciendo lo venidero: “Te lo compramos ahora, pero es por tu cumpleaños”. Por Dios, ¿ni siquiera pudieron alguna vez hacerme una sorpresa, regalándome alguna oropel sencilla? Además, nací en verano, por eso ni siquiera me felicitaban en la escuela. Todavía no he aprendido a alegrarme por ese día y no siento que sea festivo.
“¡Pero si eres una niña!”
Cuando mi hermano anciano montaba en biciclo, jugaba a policías y ladrones y corría para nadar en el río, yo llevaba un vestido recién planchado, coletas adecuadamente recogidas (cada mañana aguantaba las lágrimas mientras me peinaban) y miraba a los niños varones con envidia. Si quería juguetear con ellos, entonces mi matriz me cortaba diciéndome: “¡Pero si eres una niña!”. Y me llevaba de dorso a casa. Qué triste y apenada me sentía: incluso quería divertirme y “romperme las rodillas”. Por eso, no debe sorprender a nadie que a los 13 primaveras de antigüedad me cortase mucho el melena, llevara solo zapatillas de lienzo y jeans rotos. Ahora entiendo que esta fue mi guisa de protestar. Estoy gestante y a mi hija no le inculcaré estos terribles estereotipos.
“Qué gran diferencia hay entre mi hija y Anastasia”
Tengo una prima, Anastasia. En aquel momento, ella tenía unos 18 primaveras y yo, unos 9. Tuvo la oportunidad de irse a Alemania para existir e ingresar allí en la universidad, por otra parte, en este lado le esperaba su novio. Por supuesto, se estaba preparando robusto para los exámenes. Y una vez, mi padre, delante de mí, dijo: “¡Miren, qué gran diferencia hay entre mi hija y Anastasia! Anastasia es tan persistente”. Sus palabras me parecieron del todo injustas. Hoy, con frecuencia, me comparo con los demás y en casi todos mis amigos busco poco que pueda envidiarles y en lo que ellos puedan envidiarme a mí.
“Eres gorda, pero alguien sentirá lástima y te casarás”
Mi matriz, desde mi primera infancia, me transmitía que yo era gorda y añadía: “Pues, sí, eres gorda. Así naciste. Nada, alguien sentirá lástima y te casarás”. ¿Sabes qué es lo que más duele? Yo nunca positivamente fui gorda. Sí, no era flaca, pero tenía una figura natural, con cintura. Sin retención, por pecado de mi matriz, crecí llena de complejos e inseguridad de mí misma y por mucho que hiciera deporte y me pusiera a dieta, seguía sintiéndome fea. Cuando los hombres estaban interesados ​​en mí, pensaba que simplemente sentían queja por mí. Pensaba así, incluso cuando me casé. Solo al suceder los primaveras pude creer que mi cónyuge positivamente me quiere y soy una mujer hermosa. © “Habitación № 6”
“Hay que respetar a los adultos y obedecerles”
Mamá siempre me decía que a los adultos había que respetarlos y obedecerles. Hasta ahora, me cuesta tratar de tú a las personas poco conocidas, incluso cuando estos me lo piden, porque este mensaje está figura a fuego en mí. Pero lo peor es que una vez, cuando tenía 6 primaveras, un automóvil se paró calibrado al banda de mí. Un hombre desconocido me dijo que tenía que ir con él, diciendo que así lo había pedido mi matriz. Y si no le obedecía, entonces ella me castigaría. Ya estaba dispuesta a subir al automóvil, pero nuestro vecino lo vio y aquel hombre se asustó y se fue. Si no hubiera sido por este vecino, probablemente, ya no estaría y todo por lo que me habían inculcado: los adultos son siempre una autoridad incondicional. A mi hijo trataré de explicarle que los adultos incluso pueden ser malos e incluso estúpidos, por eso no siempre hay que hacerles caso.
Los psicólogos dicen que todos los traumas provienen de la infancia. ¿Qué frases de tus padres tú no se las dirías a tus propios hijos?
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STAR WARS: The Rise of Skywalker GIVEAWAY!
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Aveces te llama gorda y ni siquira lo hacen con la intención de ofender, partiendo además de que no es una ofensa.
Pero te voy a contar una verdad, que a las 2 de la mañana esa palabra retumba en tu cabeza, y esa fortaleza que mostraste cuando te la dijeron se va a la mierda.
Confesiones tres:
Son las dos de la mañana, me acuerdo cuando mi mamá llegó y me dijo "no te va cerrar el vestido de año nuevo" y estoy llorando, y me estoy odiando. Maldita sea, una estúpida frase me jodio el comienzo de un nuevo año que aún no llega. Pero que bueno que me lo dijo ahorita, con tiempo para ir a buscar una faja, para verme en el espejo y sentir más lástima por mí.
¿Y sabes qué?, sí estoy gorda.
¿Y sabes qué?, si me ofendió la palabra.
¿Y sabes qué?, dejo esto para que no seas como yo.
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