Noviembre 2019 - Una noche de pasti por Caballito y una faca tumbera en mi camino
Una tormenta imprevista había atacado aquellas semillas recien germinadas de las que iban a ser nuestras plantas este año. El fuerte viento las arrojó y las empujó por nuestro balcón, estaban en pequeñas macetitas. Vera me dio la noticia mientras estaba en mi trabajo.
Tengo una buena y una mala noticia para contarte, me dijo. Pude rescatar sólo una.
Volví del trabajo un poco apenada, las semillas las había comprado en Chile. Una automatica, la otra feminizada. Compré una cerveza en un puesto de cervezas artesanales, la más cargada de alcohol.
Ya estabamos con el ritmo del fin de año, diciembre nos tocaba la puerta. Ella volvía del acto de cierre de los talleres en los que se desempeñaba todo el año como tallerista frente a un grupo de adolescentes en un programa sobre promocion de derechos. Siempre hablaba de su trabajo, de sus alumnas. Era parte de mi rutina escucharla, si se quejaba o si traía alguna anécdota. Ella siempre era la que más hablaba, llevaba la delantera en cualquier conversación. Siempre se interrumpía para preguntar si estaba hablando mucho. Yo podría dejarla hablar horas. En el fondo sabía que algún día extrañaría su voz o que me repita las mismas anécdotas divertidas y locas de su vida o de sus amigas.
Esa noche de viernes, mes de noviembre, a pocos días de haber vuelto de las últimas vacaciones, decidimos romper con la tragedia de nuestras pequeñas plantitas. Pusimos música, tomamos la cerveza, compartimos una picada. No vamos a amargarnos. Recordé que en una latita había guardado media pastilla de éxtasis. La compartimos. Bailamos un rato. Ella estaba hermosa, de negro, los labios rojos, el pelo corto.
Salgamos un rato. Veamos qué nos ofrece esta ciudad para hacer. Se me ocurrió de pronto decir. Buscamos eventos, no era una fecha muy prometedora. Encontramos pocas opciones. Una fiesta en Niceto. No nos convencía pero algo debíamos hacer. En el fondo ya nos estaba matando la rutina.
Encaramos la caminata. La pastillita empezaba a hacer su trabajo. Ella no paraba de hablar. Sus ojos verdes brillaban, la noche estaba hermosa. Era epoca de fiestas de egresados. Pendejos por todos lados. Recordé que la rola, según una teoría propia y por experiencias leídas en internet, me afectaría las hemorroides, entonces decidí no mezclar con alcohol. Lo decidí tarde, Vera ya había comprado cuatro latas que después intentamos venderselas a los adolescentes que hacian previa por las calles.
La pastilla te suelta la lengua, te saca el velo, te deshinibe, te hace sacar a la luz todos tus deseos hasta entregarte con ellos.
A Vera le pegó y no paraba de hablar y de sentir. Se hizo una maraña de sentimientos y de expresiones y de necesidad de liberar algo.
No hacía otra cosa que hablar de libertad, directa e indirectamente. Esa noche comprendí que ella ya empezaba a soltarme, quizá no se dio cuenta, pero ella sentía que algo debía cambiar. Yo la escuchaba y compartía todo lo que me decía. Ella ya no quería sentir celos, no quería arrinconarme, quería liberarme, quería un amor libre. Yo también.
Me hubiese gustado que funcione.
Decidimos y proyectamos mudarnos de nuevo al conurbano. Hablamos de lo miserable que es la gente de Capital.
Nuestras charlas coincidian la mayor parte del tiempo. Si puediera lamer su cerebro lo haría. Extraño su inteligencia, su sed de conocimiento, a veces nos potenciabamos. Con ella sentía que era la pieza del rompecabezas que encaja perfecta. Nuestros cuerpos en la intimidad de nuestras sabanas congeniaban tan bien. La unión entre nosotras era exquisita en muchos sentidos. No digo que era perfecta, recuerdo muy bien nuestros roces, nuestros choques, mi forma abusiva de ponerme a veces en victima. Después de todo...el drama también nos unía.
Nos pusimos a merodear nuestro barrio. Caballito. Tan menemista todo. Las dos estabamos un poco hartas de lo mismo. Nos sentamos en una vereda, en los escalones de la entrada de un edificio, nos poníamos a criticar y a hablar de la vida. Ya no tengo esas charlas con alguien así de especial.
Mirabamos a nuestro al rededor y todo era tan superficial. Queriamos bailar pero esa fiesta en Palermo no nos inspiraba para nada. Pusimos musica en el celular, bailamos en la vereda como si estuviesemos en un bar. Lo bueno de Vera es que podíamos ser nosotras mismas y no nos importaban los demás. Teníamos una burbuja hermosa a veces. Pero las burbujas tarde o temprano deben explotar.
Quisimos ir a Quilmes a ver a Damas Gratis. Esperamos mas de una hora el 85, eran más de las doce de la noche. Teníamos un delirio a esa altura. Ella no paraba de hablar y de expresar. Esa noche me dijo cien veces lo que yo significaba para ella. Ella para mi en ese momento era el cielo.
Ahora me doy cuenta que ese momento inauguraba una despedida y anticipaba un gran cambio en nuestras vidas. No existen los “para siempre”, aunque hoy, urgando en una vieja libreta que ella me regaló con mi nombre grabado, encontré un dibujo que hizo. Estamos las dos agarradas de la mano y están nuestros gatos. Nuestra familia. Fuimos un refugio durante cuatro años. Ahora sólo pienso que fuimos dos almas que se necesitaron en ese lapso de tiempo, en ese momento. Duramos todo un mandato presidencial con el peor canalla manejando el ´país. Tuvimos las agallas de ser compañeras en la macrisis, ahora agradezco esos momentos duros, no son nada comparado al año que venimos llevando. Ahora estamos obligadas a este aislamiento.
A veces junto valor y te espío sabiendo que está mal y que me va a romper un poco por dentro. Hay gente nueva al rededor tuyo, volviste a bailar, remodelaste la casa, disfrutas de las plantas, pintaste los muebles, tiraste las almohadas con las huellas de mi baba, cambiaste las cosas de lugar. No debo stalkear.
Cuatro años de amor pasaron volando, el olvido puede durar una eternidad sin embargo. Hoy mi mente es mi enemiga. Hoy tengo presente ese recuerdo, esa noche, esa ultima pastilla que compartimos juntas, ese ultimo paseo por nuestro barrio.
Nunca fuimos a Quilmes, nunca nos fuimos a ningun boliche. Nos quedamos esa noche atrapadas en Caballito. Terminamos ranchando en un kiosquito, ahi en la esquina de la calle Rosario. Nos metimos a charlar con dos extraños, tan típico de nosotras involucrarnos con extraños.
Antes de eso ranchamos con un flaco que nos pidió cigarros, armamos un tabaco y le compartimos la cerveza que yo no me atrevía a tomar. Hablamos de la vida, vos siempre con tu empatía y tu curiosidad. Amaba tu valentía, me excitaba tu forma de desenvolverte con la gente, nunca te va a costar hacerte nuevos amigos, sabes que sos interesante, sos segura de vos misma, Vera, así me conquistaste, así viniste una noche de repente a encararme. Me sorprendiste y me atrapaste. Tu parte de hacerte la dura y lo que mostras de vos para decir “yo soy esta Mostra, dispuesta a todo”. Tenés un lado humano hermoso, te haces siempre del dolor del otro, pero aprendiste a poner límites y ya me tenía que llegar algún día a mí también.
Después le terminamos yendo a comprar leche a un hombre que nos pidió ayuda, estaba en situación de calle, necesitaba una leche para su beba de seis meses y nos acompañó al kiosco. Esa noche yo no reventé de amor y no sé por qué no lo hice. Debí hacerlo. Esa fue la unica vez que la pasti no nos provocó terminar cogiendo, todo lo contrario, llegamos algo cansadas y ya de día a casa. Todavía tengo la imagen grabada en mi cabeza y nos veo a las dos regresando de la mano, saliendo de ese kiosquito después de haber fumado y escabiado con esos dos extraños, el que atendía el kiosquito era un pibe salteño y el otro un gede amigo de él haciendo ahi tiempo tocando en la viola canciones de rock nacional. Qué deprimente y bizarro y mágico a la vez.
Con vos podía resultar cualquier plan.
Al llegar a casa te desvaneciste en el sillón. Yo te miré quedarte dormida, esa imagen para mi era un montón, podría hacerla un cuadro. La luz que entraba por nuestro ventanal te pegaba en esa hermosa cara, tus labios rosados entreabiertos, tus pestañas largas cayendo. Te saqué las botas y te llevé a la cama y te besé, tenías un poco de baba. Cerré la persiana y me acosté al lado tuyo.
Y esta historia guarda un pequeño simbolo muy importante, del que meses mas tarde pude rescatarme. Esa noche encontré una faca tumbera tirada en la calle Doblas, cerca de Alberdi, yo estaba re loca y flashé en agarrarla. Seguro se le cayó a algun pibe que merodeaba la zona buscando a esos pichones egresados de secundaria, adolescentes borrachos, para robarles. Me iamginé toda la secuencia de pibitos que salen corriendo disparando, y que quizás a uno se le haya caido su arma por accidente, y ésta vino a dar conmigo a modo de señal. Una daga casera, un arma blanca punzante y cortante, fue un aviso del universo que me anticipaba que todo iba a ponerse oscuro en cuestion de semanas. Un cuchillo anticipa un corte. Un cuchillo anticipa una futura y posible herida. Esa daga quedó en esa casa, quizás Vera ya la haya tirado, no le gustó nada que la haya tomado, y yo no sé por qué quedé encantada con ese objeto tumbero, envuelto en cinta de papel todo discreto pero que escondía una peligrosa punta con filo.
Esa faca tumbera... no puedo cargarle toda la culpa, también quizás esté flashando, pero yo creo en las señales y esa para mí, fue una clara señal que anunciaba nuestro desgaste. Vos esa noche me despediste y te quedaste dormida y al final no hubo salida. Teníamos que dar ese paseo final.
Ahora no hablamos más, yo no sé en que andará, sólo se que está mutando, se está rearmando, está siendo la persona que quiere ser, estará teniendo nuevos planes, nuevas amigas, estará trabajando y de seguro me estará olvidando cada día un poco más.
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El pibe
-¡La verdad es que no sé cómo llegaste a primer año vos, si no sabés ni escribir!
Está enojado el profe, está harto de ese mocoso que se pasa la hora molestando o durmiendo en el banco, que no presta atención, que mira feo y contesta peor.
El pibe también está enojado. Hace mucho que está enojado.
Se revuelve en el banco y mira al compañero.
-¿De qué te reís vos, pelotudo, querés que te cague a trompadas, maricón de mierda? – escupe, y su mano aprieta el lápiz que se quiebra con un chasquido que resuena como un tiro.
Tiene manos grandes el pibe. Toscas, ásperas, manos que saben manejar el chicote con el que golpea al caballito que arrastra el carro con el que va a cirujear las veces que falta a la escuela, que son muchas. Manos que saben ponerse palmas arriba, atajando la cabeza para defenderse de ese mismo chicote en manos de su padre. Manos que se hacen puño con facilidad, rabia con facilidad, frente a todos los otros pibes que se cagan de risa porque es el más grande de primer año y no sabe escribir.
-¡Suficiente, a mí no me faltas al respeto, salí de mi clase, andá a hablar con la directora, voy a pedir una suspensión! ¡Y agradecé que sos mi alumno y no mi hijo, que si no enseguida te enseñaba respeto!
El pibe se levanta y vuelca la silla, agarra sus cosas, sus pocas cosas y sale. No va a la dirección, se manda a mudar, no se va a quedar, si se queda sabe que lo van a echar igual.
El pibe tiene una mamá que no se anima a defenderlo del chicote, un hermano mayor que ya se fue, una hermanita más chica que llora mucho y casi no habla y un papá que no llora nunca y pega fuerte.
El pibe tampoco llora. Al menos no con lágrimas. El pibe pega. Al caballito de su carro, a los otros pibes de la escuela que murmuran sobre sus zapatillas demasiado grandes y su remera demasiado chica, Y pega en la calle cuando sale a afanar una cartera, un celular, una moto porque el cirujeo no alcanza para lo que tiene que llevar a la casa y el chicote está siempre listo para caerle sobre el lomo. Y también se pega a sí mismo cuando “bolsea” y por un rato la vida, la mierda vida, no le pega a él, o si le pega no le duele.
Y un día el pibe se pega por última vez. Se pega un tiro con la tumbera que armó él mismo con unos caños y unos clavos que encontró en la basura, porque nadie creería las cosas que se encuentran ahí.
Antes, con el lápiz roto y sus letras como palotes escribe:
“Ya me voy, no los voy a molestar más”
El pibe tenía 15 años, esto no lo inventé ni me lo contaron. Lo viví, lo conocí, se llamaba Marcos, se suicidó un 16 de Junio, Día del Padre, fue mi alumno. Y yo también le fallé.
¿Para qué se molestan en bajar la edad en que los podemos encerrar si empezamos a matarlos desde que nacen?
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