Tumgik
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Novela traducida por capítulo: El billete de un millón de libras (Parte VI)
RICO PERO POBRE
Por: Mark Twain Traducción: Elżbieta Bujakiewicz 
Comencé a comprar todo lo que quería exactamente de la misma manera. Al cabo de una semana vivía una vida de lujos. Me alojaba en un hotel caro de Hanover Square. Cenaba allí, pero desayunaba en el restaurante de Harris, donde había comido, por primera vez, con el billete de un millón de libras. Aquel sitio se hizo famoso gracias a mí. Yo era el excéntrico que llevaba el billete en el bolsillo del chaleco. Era el santo patrón del lugar que, para entonces, rebosaba de clientes. Harris estaba muy agradecido y me prestaba dinero. Yo era pobre, pero vivía como un rico. Había un lado trágico en todo aquello. Durante las noches, en la oscuridad, pensaba en las posibles consecuencias de mi situación y no podía dormir. No obstante, durante el día, me olvidaba de ello y me sentía enormemente feliz. Era natural, porque, para entonces, yo era una de las famosas personalidades de la gran metrópoli del mundo. Aparecía en todos los diarios. Mi prestigio crecía a cada momento. Era más importante que duques y obispos. Por último, aparecí caricaturizado de la famosa revista Punch. Era famoso. La gente me reconocía dondequiera que fuera. Nadaba en la gloria. De vez en cuando, me ponía mis viejas ropas para ir a una tienda a comprar algo. El dependiente me insultaba y entonces yo le mostraba el billete de un millón de libras. Sentía un gran placer al ver la expresión en su cara. Pero mis prendas llegaron a ser tan familiares que la gente me reconocía inmediatamente. Algunas veces, los dueños me querían vender todo lo que había en la tienda. Después del décimo día de fama, visité al embajador de Estados Unidos, quien me recibió con entusiasmo. —¿Por qué no ha venido a visitarme antes? —me preguntó—. Esta noche doy una cena, tiene que venir. Empezamos a hablar y descubrimos que él y mi padre habían ido al mismo colegio. También habían ido juntos a Yale, y continuaron siendo amigos hasta la muerte de mi padre. Me pidió que lo visitara con tanta frecuencia como me fuera posible. Me sentía contento por eso. Quizás él podría salvarme del posible desastre futuro. No podía decirle la verdad. Era demasiado arriesgado.
………………………………………………………………………………………
📌 N. de la T.: iré actualizando esta novela dos veces por semana subiendo un capítulo nuevo.
El capítulo en su idioma original (inglés americano) lo pueden leer aquí, disponible en PDF para que lo descarguen (si quieren).
Nos vemos la próxima para saber cómo continúa esta historia. Espero que les haya gustado.
Elżbieta
😘
………………………………………………………………………………………
Artículos relacionados: El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo I) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo II) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo III) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo IV) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo V)
0 notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Novela traducida por capítulo: El billete de un millón de libras (Parte V)
ROPA NUEVA Por: Mark Twain Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
Comencé a caminar de nuevo por las calles. Vi una sastrería. Quise comprarme ropa nueva, pero no tenía nada en el mundo, excepto un millón de libras. Pasé frente a la tienda, pero la tentación de entrar fue muy grande. Antes de entrar, pasé seis veces. —Me gustaría comprar un traje que sea poco llamativo —dije a varios empleados de la tienda. Finalmente, uno de ellos dijo: —Ya estoy con usted. Me llevó a una sala al fondo donde había un montón de trajes. Eligió el peor para mí. Me lo probé. No era de mi agrado ni mi talla, pero era nuevo. Lo quise. —¿Podría pagárselo dentro de unos días? No tengo cambio. El vendedor me miró de forma sarcástica y dijo: —Ah, ¿no tiene cambio? Bueno, claro, los caballeros como usted sólo tienen billetes grandes. Eso me molestó y dije: —No debería juzgar a un forastero por las prendas que lleva. Puedo pagar este traje, pero tengo un billete muy grande. —Por supuesto que podemos cambiar un billete grande —respondió. Le di el billete diciéndole: —de acuerdo, discúlpeme. Recibió el billete con una gran sonrisa, pero ésta se desvaneció al verlo. Se quedó inmóvil. Luego vino el propietario. —¿Qué sucede? —preguntó. —Nada, estoy esperando el cambio —dije. —Dale, Tod, dele el cambio. —«¡Dele el cambio!», es fácil decirlo, señor, pero mire el billete. El propietario lo miró e hizo un silbido. Luego empezó a buscar otro traje. —Tod es un imbécil, no sabe diferenciar entre un millonario y un vagabundo. Aquí está lo que buscaba. Por favor, sáquese ese traje y tírelo al fuego. Póngase esta camisa y estre traje. Lo hicimos para un príncipe extranjero, Su Majestad Serena, el Hospodar de Halifax. El pantalón le queda bien, el chaleco también, ahora la chaqueta… ¡Hombre, mírese ahora! Es perfecto. Quedé satisfecho. —Por ahora está bien —prosiguió—, pero permítame que le haga algo a medida. Tod, papel y lápiz. Pierna, 32… Antes de que yo dijera una palabra, él ya estaba encargando camisas, trajes y toda clase de cosas. Al final, dije: —Si no puede esperar indefinidamente a que le pague, no puedo encargar todo esto. —«Indefinidamente» es una palabra blanda, señor, una palabra blanda. «Eternamente» mejor, señor. Tod, envíe todo esto a la dirección del señor. Los clientes menos importantes pueden esperar. —Me voy a cambiar de domicilio. Vendré otro día y le daré la dirección. —Por supuesto, señor. Un momento, permítame que le acompañe. Que tenga buenos días.
………………………………………………………………………………………
📌 N. de la T.: iré actualizando esta novela dos veces por semana subiendo un capítulo nuevo.
El capítulo en su idioma original (inglés americano) lo pueden leer aquí, disponible en PDF para que lo descarguen (si quieren).
Nos vemos la próxima para saber cómo continúa esta historia. Espero que les haya gustado.
Elżbieta
😘
………………………………………………………………………………………
Artículos relacionados: El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo I) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo II) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo III) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo IV)
0 notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Novela traducida por capítulo: El billete de un millón de libras (Parte IV)
LOS HERMANOS DESAPARECEN
Por: Mark Twain Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
La casa estaba en silencio y eso me tranquilizaba. Estaba seguro de que aún no se habían dado cuenta del error. Toqué el timbre y apareció el mismo criado. Le pedí que me dejara ver a aquellos caballeros. —Se han ido —dijo en un tono frío. —¿Se han ido? ¿Y a dónde? —De viaje. —¿Pero dónde? —Al Continente, creo. —¿Al Continente? —Sí, señor. —¿Hacia dónde han ido? ¿Por qué camino? —No lo sé, señor. —¿Y cuándo volverán? —Dijeron que dentro de un mes. —¡Un mes! ¡Ay, esto es terrible! Ayúdeme a hacerles llegar este mensaje. Es muy importante. —No puedo. No tengo idea a dónde han ido, señor. —Entonces tengo que ver a algún miembro de la familia. —La familia tampoco está. Han estado fuera durante meses; en Egipto y en la India, creo. —Mire, ha habido un terrible error. Volverán antes del anochecer. ¿Podría decirles que estuve aquí y que continuaré viniendo hasta que este asunto quede resuelto? —Se lo diré si vuelven, pero no creo que así sea. Dijeron que usted regresaría en una hora y haría preguntas, pero debo decirle que no se preocupe. Ellos estarán aquí en el momento previsto y le esperarán. De modo que tuve que marcharme. ¡Todo era una confusión! Ellos volverían «en el momento previsto». ¿Qué significaba eso? Ah, quizá la carta lo explicaría. La saqué y la leí. Decía: Usted es un hombre inteligente y honrado. Creemos que es humilde y forastero. Aquí encontrará una suma de dinero. Es un préstamo por treinta días, sin intereses. Regrese a esta casa una vez pasado este período. He apostado por usted. Si gano, puedo ofrecerle una posición muy buena. No firmaba, ni había dirección ni fecha. Aquello era un enigma profundo y oscuro para mí. No tenía idea de cuál era el juego. Me dirigí a un parque y me senté. Reflexioné sobre mi situación y sobre lo que debía hacer. Después de una hora, había llegado a una conclusión. Quizás las intenciones de aquellos hombres eran buenas o quizás malas. Era imposible saberlo. ¿Habían planeado un juego o algún tipo de experimento? También era imposible de saberlo. Si pidiera al Banco de Inglaterra que pusiera el billete en la cuenta de la persona a quien pertenecía, lo harían. No conocía el nombre, pero ellos sí. Entonces me preguntarían cómo había llegado el billete hasta mí. Si les dijera la verdad, me llevarían al manicomio. Si mentía, me meterían en la cárcel. Lo mismo pasaría si intentaba poner el billete en el banco o pedir un préstamo. Tenía que guardarlo hasta que aquellos hombres volvieran. No me quedaba otra. No me servía de nada, pero tenía que cuidarlo. Tampoco podía dárselo a nadie. No lo aceptarían. Los hermanos se encontraban en una posición segura. Incluso si yo lo pidiera o lo quemara, su posición seguiría siendo segura. Ellos podían impedir su pago. Tendría que aguantar un mes sin ganar dinero, a no ser que ayudara a ganar la apuesta y obtuviera la posición que me habían prometido. Aquello me agradaba. Estoy seguro de que la gente rica como ellos puede permitirse ofrecer una muy buena posición. Comencé a ilusionarme. Tendría un buen salario y eso empezaría en un mes. Así que todo sería perfecto. Me sentí bien.
………………………………………………………………………………………
📌 N. de la T.: iré actualizando esta novela dos veces por semana subiendo un capítulo nuevo.
El capítulo en su idioma original (inglés americano) lo pueden leer aquí, disponible en PDF para que lo descarguen (si quieren).
Nos vemos la próxima para saber cómo continúa esta historia. Espero que les haya gustado.
Elżbieta
😘
………………………………………………………………………………………
Artículos relacionados: El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo I) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo II) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo III)
0 notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Novela traducida por capítulo: El billete de un millón de libras (Parte III)
EL BILLETE Por: Mark Twain Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
La pera ya no estaba en la calle y yo estaba disgustado. Abrí el sobre. ¡Había dinero dentro! Lo que pensaba de aquellos hombres cambió. Puse el billete en el bolsillo y corrí hasta el restaurante barato más cercano. ¡Comí hasta más no poder! Cuando ya no pude más, saqué el dinero. Observé y por poco me desmayo. ¡Un millón de libras! ¡Cinco millones de dólares! Luego noté que el dueño del local estaba observando el billete. Tenía miedo. No se podía mover. Le di el billete y le dije: —Deme el cambio, por favor. —Disculpe, pero no puedo cambiarle este billete —respondió. No quiso ni tocarlo. Sólo observarlo. —Perdone si le molesto —dije—, pero insisto, es lo único que tengo. —No se preocupe —dijo él—, puede pagarme en otra ocasión. —Es posible que no venga por aquí en mucho tiempo. —Tranquilo, puedo esperar —dijo—. Puede pedir todo lo que quiera. Págueme cuando pueda. No desconfío de un caballero rico como usted sólo porque esté vistiendo con ropa vieja, entiendo que quiera despistar a la gente. Entró otro cliente y guardé el billete en el bolsillo. Luego el dueño me señaló la puerta. Me dirigí, de nuevo, hacia la casa de los hermanos. Tuve que aclarar aquel error antes que la policía comenzara a buscarme. Estaba muy nervioso. De hecho, tenía miedo, aunque, desde luego, yo no tenía la culpa de aquella situación.
………………………………………………………………………………………
📌 N. de la T.: iré actualizando esta novela dos veces por semana subiendo un capítulo nuevo.
El capítulo en su idioma original (inglés americano) lo pueden leer aquí, disponible en PDF para que lo descarguen (si quieren).
Nos vemos la próxima para saber cómo continúa esta historia. Espero que les haya gustado.
¡Hasta la próxima!
Elżbieta
😘
………………………………………………………………………………………
Artículos relacionados: El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo I) El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo II)
0 notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Novela traducida por capítulo: El billete de un millón de libras (Parte II)
LA APUESTA Por: Mark Twain Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
   Ahora debo contarles algo. Unos días antes de que llegara a casa, algo muy extraño había ocurrido. Aquellos dos hermanos, ya viejos, habían discutido y decido zanjar tal discusión con una apuesta. La discusión consistía en lo siguiente:     El Banco de Inglaterra había emitido, en cierta ocasión, dos billetes de un millón de libras cada uno. El primero fue utilizado para una transacción pública con otro país y, por alguna razón, el otro aún se hallaba en el banco. Los dos hermanos se preguntaron qué le pasaría a un forastero honrado e inteligente en Londres, sin más dinero que aquel billete de un millón de libras.
    El hermano A decía que moriría de hambre, mientras que el otro opinaba lo contrario. El hermano A decía que no podría hacerlo efectivo en un banco porque la policía lo arrestaría de inmediato. El hermano B decía que apostaría veinte mil libras a que el hombre podría vivir treinta días sin ir a la cárcel. El primero aceptó la apuesta, de modo que el hermano B fue al Banco de Inglaterra y compró el billete.
     Era un tipo muy rico. Dictó una carta a su secretario y los dos hermanos esperaron en la ventana a que apareciera el forastero apropiado.      Vieron a muchos, pero siempre encontraban algún inconveniente. Algunos eran muy pobres, pero no parecían ser listos. Otros parecían listos, pero no eran pobres o no parecían lo suficientemente honrados. Finalmente, me vieron a mí.      Empezaron a hacerme preguntas y después decidieron que yo era la persona apropiada. Me alegré y les pregunté qué querían que hiciera. Entonces, uno de ellos me entregó un sobre.
     —La explicación se encuentra dentro —dijo.
Quise abrir el sobre, pero no me dejó. Quise hablar del asunto, pero ellos no. Así que me fui. Me sentía confundido y ofendido. Pensé que me estaban jodiendo.
...................................................................................................
📌 N. de la T.: iré actualizando esta novela dos veces por semana subiendo un capítulo nuevo.
El capítulo en su idioma original (inglés americano) lo pueden leer aquí, disponible en PDF para que lo descarguen (si quieren).
Nos vemos el lunes para saber cómo continúa esta historia. Espero que les haya gustado.
¡Hasta la próxima!
Elżbieta
😘
...................................................................................................
Artículos relacionados: El Billete de un millón de libras, por Mark Twain (capítulo I)
0 notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Novela traducida por capítulo: El billete de un millón de libras (Mark Twain)
Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
Tumblr media
Cuando tenía veintisiete años trabajé para una empresa de corredores de bolsa de San Francisco. Nuestra especialidad eran las minas. Me encontraba solo en el mundo y dependía de mi inteligencia y reputación. Pero me haría rico y aquel pensamiento me hacía feliz. Tenía libres las tardes de los sábados y solía ir a la bahía a navegar en un pequeño bote. Un día me alejé demasiado y fui arrastrado mar adentro. Ya había perdido toda esperanza hasta que un barco pequeño me rescató. Se dirigía a Londres. Fue un largo viaje y tuve que trabajar en el barco sin paga alguna.
Los dos hermanos Cuando llegué a Londres, mis prendas estaban en unas condiciones lamentables y sólo tenía un dólar en el bolsillo. Veinticuatro horas más tarde, no tenía nada para comer ni a dónde ir. Al día siguiente, a las diez de la mañana, caminaba por Portland Place cuando vi una pera en la calle. Me detuve y la observé. Quería comérmela, pero cada vez que intentaba tomarla, alguien me miraba y eso hacía que no me animara. Sin embargo, estaba tan desesperado que decidí perder la vergüenza y agarrarla. En ese momento, se abrió una ventana detrás de mí y un caballero dijo:
—Entre, por favor.
Un criado abrió la puerta y me llevó hasta una habitación lujosa, donde estaban sentados dos caballeros. El criado abandonó la habitación y yo me senté. Los restos de desayuno aún estaban sobre la mesa. Tenía mucha hambre, pero no me ofrecieron nada, de modo que sólo podía contemplarlos.
                   .......................................................................................
📌 N. de la T.: iré actualizando esta novela dos veces por semana subiendo un capítulo nuevo. 
El capítulo en su idioma original (inglés americano) lo pueden leer aquí, disponible en PDF para que lo descarguen (si quieren).
Nos vemos el miércoles para leer el capítulo dos de esta gran obra de Twain. Espero que les haya gustado. 
Elżbieta
😘
0 notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Cómo el reino animal puede ayudar a la salud mental
Peculiaridades evolutivas descubrieron que el reino animal puede ayudar a nuestra comprensión para prevenir enfermedades.
Por: Adam Taylor Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
Tumblr media
Como humanos, podemos sentirnos bastante afortunados acerca de nuestra evolución. Nuestra esperanza de vida es mayor que muchos otros animales y dicha expectativa continúa creciendo gracias a una mejor alimentación, avanza en la medicina y mejora la salud pública. Pero nuestra búsqueda por detener el envejecimiento y las enfermedades que vienen con la edad no para. Los índices de osteoartritis, por ejemplo, se han duplicado desde la mitad del siglo XX. Enfermedades cardíacas en países desarrollados representan cientos de miles de muertes cada año: alrededor de una muerte cada tres minutos.
Observando el reino animal, puede ser un buen punto de encontrar nuevas formas de prevenir y tratar estas condiciones. Nuestro ADN puede ser muy parecido al de los chimpancés y otros animales, pero son las diferencias los que pueden ayudarnos a descubrir nuevas formas de comprensión y tratamiento de enfermedades en el futuro. Y utilizando técnicas de edición genética como los CRISPR(1), podríamos ser capaces de utilizar el conocimiento que obtenemos de los animales para desechar enfermedades por un día: aunque eso aún es una posibilidad bastante lejana.
CHIMPANCÉS Y ENFERMEDADES CARDÍACAS Como humanos hemos evolucionado, nuestra composición genética ha cambiado ubicándonos en mayor riesgo de arterias tapadas. Cuando se combina esto con la mayor ingesta de carne roja y otros alimentos que aumentan las probabilidades de tener enfermedades cardíacas, se tendrá que poner más entusiasmo en la cocina. Estudios recientes muestran que fue la pérdida de un gen específico que aumentó el riesgo de enfermedades cardiovasculares, a comparación de otros animales, incluyendo nuestro pariente más cercano: el chimpancé. Demostraron también que ratones genéticamente modificados tienen la misma mutación que nosotros, dando como resultado una duplicación de mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, en comparación con ratones normales. En el futuro, podríamos aplicar la ingeniería genética para reducir el riesgo de estas enfermedades.
RATAS TOPO LAMPIÑAS Y CÁNCER La rata topo lampiña puede ser una imagen fuerte, pero este roedor de madriguera es de gran interés para los científicos, porque no contrae cáncer. Las ratas topo lampiñas podrían, también, enseñarnos algo sobre la longevidad. Dado su tamaño, deberían vivir un período de tiempo similar al de sus cercanos, los glíridos(2) (alrededor de cuatro años). No obstante, suelen vivir siete años más. Estos roedores poco atractivos están poco a poco cediendo sus misterios a la ciencia y algún día nos ayude a desarrollar nuevas terapias para vencer al cáncer y enfermedades relacionadas con la edad.
CANGUROS Y OSTEOARTRITIS La osteoartritis tiene muchas causas, pero la obesidad, mala postura y articulación deficiente son los principales riesgos. Muchos primates y carnívoros tienen problemas en las articulaciones similares al hombre, mostrando algunas de las más altas prevalencias de enfermedad articular. Los canguros, por otra parte, pueden balancearse a una velocidad de 64 km/h, con un bajo riesgo de artritis hasta una edad avanzada. Una excepcional estructura cartilaginosa en sus rodillas les permite resistir las fuerzas de la constante inclinación y el impacto de aterrizaje. El arreglo de ligamentos también mejora la estabilidad de la articulación, el cual es importante para mantener bien la salud articular. Estudios como éste podrían ayudar a mejorar los materiales utilizados para la prótesis de rodilla en seres humanos.
PEZ CUEVA Y DIABETES La diabetes es un problema global de salud y es la mayor causa de ceguera, insuficiencia renal, ataques cardíacos, apoplejía y amputación. Uno de cada diez adultos lo padecen e índices de diabéticos están en una trayectoria ascendente. La solución a esta enfermedad (si la hay) pueden proceder del Astyanax mexicanus(3) . Estos pececitos se atracan de las algas y pueden comer en exceso sin hacerse daño, como son los únicos adaptados para sobrevivir sin reglamentar el azúcar en sangre. Esto significa que los síntomas, normalmente, son vistos en los diabéticos quienes tienen resultados variantes de niveles de glucemia, algo que no parece ser un problema para estos peces. Científicos esperan que, al entender más sobre estas especies, podremos algún día descubrir un tratamiento mejor para esta enfermedad.
Tumblr media
ZEBRA Y ÚLCERAS En un ambiente cada vez más pacífico, somos más conscientes de la salud mental. Pero a menudo pasamos por alto cómo esto puede afectar nuestra salud física. Como humanos, nuestro más alto centro de procesamiento en el cerebro almacena, a menudo, cosas complicadas de nuestra vida. Esto quiere decir que experimentamos estrés crónico durante largos períodos. Con el tiempo, esto puede provocar úlceras gástricas. Animales como la cebra, por lo general, sienten tensión durante períodos más cortos, como cuando buscan alimento o tratan de evadir a depredadores. Raras veces sufren de períodos crónicos de estrés por más tiempo. Pero estudios han demostrado que exponer animales como ratas a la persistencia, largos períodos de estrés pueden producir úlceras similares a la de los seres humanos. Esto sirve como un buen recordatorio que nuestro actual y estresante estilo de vida son siempre malos en todos los aspectos de la salud. La relación entre animales y enfermedades no es unidireccional. Hay muchos casos en donde utilizamos una comprensión humana de enfermedad para ayudarlos, como llevar nuestra comprensión de clamidia(4)  a koalas, donde la enfermedad puede provocar esterilidad, ceguera y muerte.
. . . N. de la T.: (1) Familias de secuencias de ADN en bacterias  (2) Familia de roedores esciuromorfos conocidos popularmente como lirones, que se pueden encontrar en Eurasia y África. (3) Especie de peces de la familia Characidae.  (4) Enfermedad de transmisión sexual común. Es causada por la bacteria Chlamydia trachomatis.
. . . Artículo original de The Independent: How zebra can help your mental health
0 notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
La clave estoica para la paz mental: Séneca y el antídoto para la ansiedad
«Hay más cosas que nos pueden asustar más que abrumarnos; sufrimos más por lo que imaginamos que por lo que pasa realmente.»
Por: Maria Popova Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
«Lo cierto es que sabemos muy poco acerca de la vida, no sabemos, en verdad, lo que es bueno y malo», observa Kurt Vonnegut al estudiar Hamlet durante una importante conferencia para conformar historias. «Todo el proceso de la naturaleza es un proceso integrado de enorme complejidad y es realmente imposible decir si todo lo que sucede es bueno o malo», escribió Alan Watts a una generación anterior en su caso aleccionador de aprender a no pensar en términos de éxito o fracaso. Sin embargo, la mayoría de nosotros pasamos gran parte del día preocupándonos por posibles eventos que consideramos negativos, pérdida de potenciales impulsados por lo que percibimos como «malas noticias». Ya en 1930, un párroco enumeró la ansiedad en las cinco categorías de la preocupación, cuatro de las cuales son imaginarias y la quinta, «preocupaciones que tienen un fundamento real» ocupando, en lo posible, el 8 % del total.
Tumblr media
Un ciclo de noticias de veinticuatro horas que se basa en esta propensión humana tiene, sin duda, agravado el problema y se incrementó un 8 % de su aparición, pero en el centro de esta torsión de la realidad se encuentra una antigua tendencia mental muy arraigada a nuestra psique, que existe, independientemente, de acontecimientos externos. El gran filósofo romano del siglo I, Séneca, lo estudió. El único verdadero antídoto, con una perspectiva poco común de su correspondencia con su amigo Lucilio el Menor, publicadas luego como Epístolas Morales a Lucilio, el tesoro atemporal de sabiduría que nos dejó Séneca sobre la verdadera y falsa amistad y la disciplina mental de superar el miedo.
Tumblr media
En su decimotercera carta titulada «Miedos infundados», Séneca escribe:
«Hay más cosas que nos pueden asustar más que abrumarnos; sufrimos más por lo que imaginamos que por lo que pasa realmente.»
Con la mirada puesta en el contraproducente e inquietante hábito humano de prepararse para los desastres imaginarios, Séneca aconseja a su joven amigo:
«Lo que simplemente te aconsejo es que no seas desgraciado antes de tiempo como cuando aquellas eventualidades que, tenidas por inminentes, te provocaron pánico: quizás no lleguen nunca; en todo caso, no llegaron. Algunas cosas en efecto nos atormentan mucho más de lo que deben, otras antes de que deban, incluso otras nos atormentan tan bien que de ninguna manera deben hacerlo; o bien agrandamos el dolor, o bien lo adelantamos o lo fraguamos.»
Tumblr media
Luego Séneca ofrece una valoración crítica de inquietudes razonables y poco razonables, utilizando una elegante retórica para iluminar la insensatez de desperdiciar nuestras energías mentales y emocionales de última clase, el cual comprende la gran mayoría de las ansiedades:
«Investiguemos entonces la cuestión con diligencia. Un mal futuro puede ser verosímil: no quiere decir que sea certero. ¡Cuánto lo no esperado llegó! ¡Cuánto muy esperado no compareció nunca! Incluso, si un mal futuro debe necesariamente acontecer, ¿quién te obliga a sufrir su dolor ahora? Pronto sufrirás lo suficiente, cuando llegue; así que mejor espera cosas mejores. ¿Qué es lo que ganas? Tiempo. Muchas veces sucede que un peligro cercano o incluso inminente detiene su curso, desaparece o pasa a otra persona: el incendio abre un camino para la fuga; a veces un derrumbe te hacer caer despacio, o la espada se frena justo antes de tu cerviz: muchos sobreviven a sus verdugos. Hasta la mala fortuna tiene sus caprichos: puede que llegue, puede que no; entretanto no. Imagínate algo mejor.»
Dieciséis siglos antes, Descartes examinó la relación vital entre el miedo y la esperanza, Séneca considera la postura en mitigar nuestra ansiedad:
«No pocas veces, sin la mínima señal aparente que haga presagiar un mal, se forman en el ánimo falsas representaciones: o bien tergiversamos para peores palabras de significación dudosa o nos imaginamos que ofensas que proferimos tienen mayor entidad que las que realmente poseen y cavilamos, no sobre cuánto enojo pudieron haber provocado, sino sobre todo aquello que podría hacer el ofendido. Así, ninguna razón para vivir habría ni sistema para enumerar las miserias, si se teme todo lo que pudiera temerse. En esto, la prudencia ayuda, aquí la robustez del ánimo rechaza incluso el miedo que ostensiblemente tiene razón de ser. En caso contrario, neutraliza por lo menos la debilidad con la debilidad y tempera al miedo con la esperanza. De todo esto, nada es tan certero, como que nada de eso que tememos es certero ni que nuestros temores cesen y que nuestras expectativas nos decepcionen.»
Pero el mayor riesgo de la preocupación infundada, advierte Séneca, es que al mantenernos en constante tensión contra un peligro imaginario, nos impide vivir en plenitud. Finaliza la carta con una cita de Epicuro que ilustra este punto de reflexión: ¿Qué hay más torpe que un senil que comienza a vivir?
Complemente este especial pantallazo de las absolutas e indispensables Cartas a Lucilio de Séneca con Alan Watts sobre el antídoto en tiempos de ansiedad, Ítalo Calvino sobre cómo disminuir la preocupación y Claudia Hammond con lo que nos enseña la psicología de prevención de suicidio sobre el control de nuestras preocupaciones diarias; luego vuelva a Séneca para disfrutar al máximo esta vida y la clave para salir adelante ante una pérdida.
. . . 📌 N. de la T.: texto original del fantástico blog de Maria Popova, Brain Pickings: A Stoic’s Key to Peace of Mind: Seneca on the Antidote to Anxiety.
1 note · View note
mejorunatraduccion · 5 years
Text
¿Por qué sentimos el calor o frío como dolor?
Cuando sentimos algo demasiado caliente o frío, nuestros sentidos experimentan dolor. ¿Por qué? ¿Cuáles son las causas?
Por: Jason G Goldman Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
Al parecer, una plancha de gofres calientes no parecería tener tanto en común con un trozo de hielo. Pero ambas cosas comparten la misma capacidad de infligir dolor. El calor y frío extremos son capaces de ocasionar una fuerte reacción en la piel humana, y sucede que el cerebro controla estos extremos térmicos de manera similar.
A menudo se cree que la piel (y las células que hay en su interior) son los principales responsables del sentido del tacto; pero, en realidad, lo que los biólogos denominan «somatosensorial», abarca una amplia gama de sentidos.
Por supuesto, se siente por sí mismo: el reconocimiento de estímulos mecánicos por parte de la piel. Pero también hay propiocepción o la capacidad de percibir la orientación y ubicación del cuerpo; y la nocicepción, que es la capacidad del cuerpo para detectar estímulos nocivos. Sentir dolor es la respuesta del cuerpo a la nocicepción.
Tumblr media
Sea mecánico, químico o térmico el estímulo de dolor, la nocicepción nos lleva a intentar evitarlo. Pon tu mano en el fuego y como resultado sentirás el ardor, lo que provoca que tu cuerpo te haga retirar la mano lo más rápido posible. Resulta desagradable, pero el dolor es la prueba de que tu cuerpo funciona arduamente para estar a salvo. El asunto es serio si se pierde la capacidad de sentir dolor.
«El principio básico es que las neuronas sensoriales que se proyectan en todo el cuerpo tienen un conjunto de canales que se activan directamente ya sea por temperaturas altas o bajas», afirma el neurobiólogo Jorg Grandl de la Universidad Duke. Al estudiar ratones genéticamente modificados durante los últimos quince años, investigadores han podido demostrar que estos canales (proteínas incrustadas en membranas neuronales) responden directamente a la sensación de temperatura. Se los conoce mejor como Receptor de potencial transitorio V1 o TRPV1 y responde al calor extremo. Por lo general, la proteína TRPV1 no se activa hasta que un estímulo alcance los 42 °C, que tanto los humanos como los ratones consideran, por regla general, como extremadamente caliente. Una vez que la piel alcanza ese límite, el canal se activa, lo que a su vez activa todo el nervio, y una señal se transmite al cerebro con la simple respuesta de dolor: ¡Ay!
«En principio, para el frío, se aplican los mismos mecanismos», asegura Grandl, sólo que la proteína en cuestión se denomina TRPM8 y, en vez de reaccionar al frío extremo, este canal se activa al exponerse a temperaturas frescas, no frías. Esto elimina a la proteína TRPA1, que es, quizás, la menos estudiada de las demás proteínas. Si bien, investigadores han descubierto que se activa en respuesta a estímulos extremadamente fríos. Lo que no está claro es si está involucrado en el trabajo de su propia detección.
Estas tres proteínas juntas: TRPV1, TRPM8 y TRPA1 permiten que la piel detecte un rango de temperaturas y que el cuerpo responda en consecuencia. Debido a que son nociceptores, el trabajo de estas proteínas ayudan a evitar ciertas temperaturas en lugar de atraerlas. Ratones con anomalías del receptor TRPM8, por ejemplo, ya no evitan temperaturas frías. Eso quiere decir que estos roedores (y nosotros, quizás) no buscamos, de forma activa, temperaturas agradables; más bien se evita, de la misma manera, el frío y calor extremo, lo que explica por qué parecen preferir ambientes cálidos y frescos.
Si bien, investigadores han definido los límites térmicos en los que los receptores TRP se activan (eso no quiere decir que puedan ser modulados). A fin de cuentas, un baño con agua tibia puede sentirse demasiado caliente si se tiene una quemadura de sol. «Se ha comprobado que esto se debe, en concreto, a que la inflamación de la piel sensibiliza el canal TRPV1, reduciendo el límite en el que estas células comunican al cerebro la sensación de dolor», afirma Grandl.
Tumblr media
Pero la temperatura no es lo único que activa estos receptores; las plantas también. Tal vez no sea una sorpresa saber que TRPV1, que se activa con el calor extremo, también lo hace con la capsaicina, un compuesto químico que hace que los ajíes sean picantes. Y TRPM8 responde a la potencia frigorífica de la menta, un compuesto que se encuentra en las hojas de ésta, mientras que TRPA1 se denomina «receptor de wasabi» gracias a que se activa tras exponerse a compuestos nocivos en plantas de mostaza.
¿Por qué las plantas desarrollaron sustancias químicas que activan los receptores y estos, a su vez, activados por la temperatura? Como explica el biólogo molecular Ajay Dhaka de la Universidad de Washington, la capsaicina no hace nada para TRPV1 en peces, aves o conejos, mientras se une al mismo receptor en humanos y roedores. «Tal vez las plantas desarrollaron la capsaicina para que algunos animales no comieran de ella, mientras que para otras criaturas resulta apetitoso», asegura. Al parecer, fuerzas similares reaccionaron tras el desarrollo de la menta y la mostaza.
En otras palabras, estas curiosas relaciones entre plantas y la temperatura podrían reflejar más sobre la historia evolutiva de las especies vegetales en lugar de los animales. Es posible que las plantas encontraran una manera de apropiarse de las capacidades de detección térmica de nuestros cuerpos, desarrollando compuestos que activan los mismos receptores como el calor y frío extremos por mera circunstancia. El hecho de que transpiremos cuando comemos chiles jalapeños no se debe a ninguna propiedad inherente de los pimientos, sino que tanto la capsaicina como el calor activan, de la misma manera, las células de la piel (y por consiguiente del cuerpo).
Tumblr media
Al aprovechar un receptor que ya está sintonizado con estímulos nocivos, estas plantas desarrollaron un truco para evitar ser devoradas, al menos hasta que encontrásemos una manera de disfrutar el ardor de las comidas picantes y el sabor del wasabi que irrita los ojos. Así que la próxima vez que notes que tu corazón se acelera luego de comer un plato de ajíes, detente un momento a reflexionar sobre la posibilidad de que lo que sientes es el resultado de una constante batalla evolutiva entre animales y vegetales. Una batalla que, al menos por el momento y al parecer, estamos ganando. . . .
Artículo original de la BBC: Why do we feel hot and cold as pain?
2 notes · View notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
La vida secreta de una mormona porno
Por: Amy Bond Traducción de: Elżbieta Bujakiewicz
Tumblr media
Conocí a Aaron en un estudio pornográfico en una finca del valle de San Fernando. Mi representante, Jim, me había dicho si me gustaría trabajar con él. «Es agradable, honesto y puntual», decía. Un profesional de Artes marciales retirado, los músculos de Aaron se hinchaban como los de un héroe en acción. Su piel brillaba con ese clásico tono de cualquiera de las mensuales afiliaciones ilimitadas de 29.99 dólares en los salones de bronceado de Los Ángeles, pero cuando sonreía, era como una especie de sonrisa cursi de seductor, como algo que reconocía.
—¡Wendy! —me llamó por mi nombre artístico.
Levanté la vista, como si no lo estuviese viendo a través de los reflejos dorados de mi largo flequillo, y le sonreí.  —Jim me contó que eres mormón. ¡Yo también!
Era 2003 y yo era nueva, tanto en Los Ángeles como en la industria del entretenimiento para adultos. Crecí siendo mormona en los suburbios de Virginia y Minnesota y me mudé a Los Ángeles para ser actriz, pero nunca pude pasar las primeras audiciones. Me di cuenta, observando a las otras actrices amateur en las salas de espera, con sus alisados brasileños, uñas perfectamente esculpidas y con cartas de presentación extensas y satinadas, que tenían algo que yo no: capital para invertir en belleza y referentes de sus bellas imágenes. Comencé siendo prostituta, dando masajes en lujosos hoteles de Beverly Hills, luego posando desnuda en revistas y así generar mis primeros ingresos. A partir de ahí, fue un salto ligero hacia el entretenimiento adulto, donde podía hacer más videos. «Era un desvío poco tradicional», me decía. Ganaría 50000 dólares para invertir en mí misma y luego me iría.
Tumblr media
Sin embargo, no podía negar que estaba viviendo totalmente una doble vida: ir a la iglesia los domingos y hacer escenas de pornográficas durante la semana. Mis dos mundos chocaron cuando conocí a Aaron la primera vez.
Una hora después de que nos conocimos, estábamos ambos transpirados por los postes de luz que rondaban sobre nosotros, mientras nos movíamos haciendo distintas posturas para la escena: misionera, en la postura de la amazona, encima de mí. Hacía mi parte, deslizando mi mano por mi costado y por mi pecho, poniendo los ojos en blanco y gritando «¡Más, más!».
Cuando la escena terminó, me puse de nuevo la minifalda fucsia y me quité el maquillaje de mi carita de niña de 19 años. Aaron volvió por mí, vacilante: —Em, ¿querés ir Baja Fresh? —preguntó.
—Por supuesto —le dije. Estaba sola en la ciudad y ansiaba amistad, alguien en quien pudiera confiar y ser honesta.
Diez minutos más tarde, nos sentamos a almorzar en el patio del centro comercial de Devonshire. Aaron comió su burrito de un bocado, sin molestarse en masticar, y hablando mientras tragaba. Supe que pronto vivía la vida como comía: rápido. Me contó que una vez había mentido acerca de estar en el departamento de bomberos para zafar de una multa por exceso de velocidad. Reí hasta las lágrimas. También mentí para salir de las multas por exceso de velocidad, alegando abuelos en el hospital, pero la policía nunca me creyó. Siempre fui demasiado obvia. Admiraba la destreza y la audacia de Aaron. Nuestro mormonismo compartido y trabajos diurnos me hacían sentir como si lo conociera desde siempre.
La índole de nuestro trabajo no implicaba ninguna tensión sexual cuando salíamos, y nos hicimos amigos rápido. Aaron entendía lo que se sentía vivir una doble vida, con una pasión por Jesús y un cheque que pagaba el porno. Mi novio, a 2660 millas de distancia de la ciudad de Arizona y la gente de la iglesia jamás lo entenderían. Me había acostumbrado a mentirles acerca de todo, desde qué tipo de audiciones iba hasta cuánto dinero tenía, por lo general fingiendo ser una actriz con dificultades, a pesar de que estaba haciendo dinero de verdad.
Durante el almuerzo, le conté a Aaron que todavía seguía yendo a la iglesia los domingos, daba el diezmo de mi dinero porno y mantenía una relación a distancia con un hombre mormón, Wade, con quien creía que algún día me casaría en el templo mormón. «Estoy haciendo esto por dinero, para poder pagar las clases de actuación, estudiar actuación y comprar un auto cuando me convierta en una verdadera actriz», le dije a Aaron. Fue lo mismo que me dije a mí.
—Sí, me metí en lo porno como un trabajito extra. Sé que no estoy en el camino correcto, pero de cualquier foma, Dios nos perdonará  —decía Aaron, sonriendo. Esperaba que fuera así, pero estaba empezando a dudar de la iglesia. No estaba preocupada por la ira de Dios (Él me perdonaba cuando me arrepentía lo suficiente), sino que Wade encontrara fotos mías, desnuda, en Internet. Él trabajaba para una empresa de consultoría que gestionaba la reputación de famosos. Era solo cuestión de tiempo para que pusiera en práctica sus habilidades de investigación. Pero me aferré a Wade porque me ataba a lo familiar, mientras yo navegaba sola por entretenimiento adulto.
El domingo siguiente, cuando me preparé para la iglesia, Wade y yo nos mensajeábamos, diciendo que soñábamos con conocer a nuestras familias, que algún día nos mudaríamos a Utah, nos casaríamos en la iglesia mormona y formamos una familia con muchos niños. En nuestra primera cita, almorzando espinacas con queso en un bufé indio del centro comercial, nos habíamos maravillado de cómo ambos queríamos siete hijos, un número impar como para ser cualquier cosa, además del destino o la voluntad del Señor. Amaba a Wade, pero cuando estábamos solos, era difícil ser «buenos» con nuestros cuerpos e inocentes cuando no lo éramos. Iríamos demasiado lejos, frotando nuestras manos debajo de la ropa, algo que la iglesia llamaba «manoseo», un pecado ante los ojos de Dios. Siempre nos deteníamos hasta la hebilla del cinto y cuando Wade iba corriendo al baño para que no pudiera ver, hacía como que no sabía lo que estaba pasando. Por mensaje, cuando volvía a Washington, Wade me recordaba lo que la iglesia nos enseñó: nuestros cuerpos era como un templo y nuestro deber era no rendirnos a las tentaciones de Satanás.
—Tenemos que controlarlo la próxima vez que estemos juntos —me dijo, reafirmando la culpa que sentía siempre que caía en la tentación.
Pero últimamente, estaba empezando a preguntarme si eso tenía sentido. Estaba cansada de sentir tanta vergüenza por mi sexualidad. Trataba de ignorar el hecho de que el sexo que tenía en el trabajo era malo, y decidí que esos pensamientos debían ser obra del maligno.
No le dije a Wade con detalles de lo que estaba haciendo para ganar dinero, porque me dije a mí primero que no era infidelidad, era trabajo; no compromiso, no amor, trabajo. Un día, después de que gané los 50000 dólares que buscaba, me acordaba de esto y me arrepentía. Acudía a Wade y a los ancianos de la iglesia, les explicaba cómo había tenido sueños imposibles e hice de todo para alcanzarlos. Me imaginaba siendo famosa cuando explicaba estas cosas, y me convencí a mí misma de que creían que los fines justificaban los medios. Verían que lo que había hecho en el trabajo era simplemente el sueño americano: mejorar la situación con mi propio esfuerzo, en mi caso, con lencería en oferta. Pero supe que si Wade se enteraba antes todo esto, me creería irremediable. Él no vería más allá del sexo, a pesar de que nos amábamos. No lo culpo, nos enseñaron que las mujeres debían permanecer puras para sus esposos, de lo contrario, les estaríamos dando a nuestros maridos restos de nuestro ser más sagrado, privándoles de nuestra virginidad. Aun así, no quería creer que nuestro amor estaba condicionado por la pureza de mi cuerpo, aunque la iglesia nos enseñara eso.
Cuando conocí a Aaron, fue un alivio y un placer saber que alguien podría saber la verdad sobre mí y amarme igual. Después de ese primer almuerzo, él me llevó a casa. Había una tabla de surf blanca en el asiento trasero, perfumando el auto con un olor a mar salado.
—Vive la vida como el surf  —me dijo Aaron—, cuando te derriben, debés saber que nadie en el mundo vendrá a salvarte. Así que levántate.
Cuando me trajo a casa, chocamos nuestros puños.
Mientras Wade creía que Dios tenía el control de nuestras vidas, Aaron sabía que yo era lo suficientemente fuerte como para tomar mis propias decisiones. Me había demostrado siempre eso y lo quería por creer en esa versión de la realidad.
Cuando comencé a hacer más escenas porno, conocí a otros actores y directores que se deleitaban con el cuerpo humano en vez de sentir vergüenza por ello. En pleno acto, expulsé un gas y luego grité de vergüenza, seguramente Dios me había hecho emitir un sonido para recordarme lo mal que estaba con mi cuerpo. El director, Mike, hizo una mueca: —¿Qué problema hay? Es sólo un pedo vaginal. A todas las mujeres les pasa. Eso ocurre porque hay aire ahí —rió.
Mientras filmaba otra escena, un actor llamado Nacho me enseñó a sacudir mis nalgas para que bailaran. Todavía no superaba la idea de que estuviera mal con mi cuerpo, había comido del fruto prohibido y ofrecido a los demás, llevando a todos a la perdición. Nacho desafió eso.
—No hay necesidad de ser tan rígida —dijo mientras yo posaba—, ¿qué tal si cerrás los ojos y te tocás un ratito —propuso.
Mis músculos se relajaron cuando sonreí y arrastré mis dedos por mi piel mientras miraba la cámara, sintiendo la suavidad de mi cuerpo, descubriéndolo como un explorador. Fue divertido y excitante.
En otra escena, interpreté a una enfermera perversa, actuando como respaldo nuevo. Al lado había una chica llamada Violet. Ella reía mientras defendía las poses, extendiendo sus manos hacia el cielo como un gato cuando se tira al sol. Cuando garchaba, me guiñaba un ojo y tiraba su cabello. Nunca había visto a una mujer disfrutar tan abiertamente de su propio cuerpo, riendo mientras actuaba, como si fuera una diversión, no solo trabajo. Comencé a preguntarme sobre lo que la iglesia me había enseñado acerca de mi propio cuerpo, tal vez no era algo que se ocultara y negara, algo que se guardara para mi futuro esposo.
Tumblr media
Aaron y yo empezamos a dormir fuera de casa los viernes por la noche, hablando toda la noche, envolviéndonos entre las sábanas y cuchareando. Le contaría sobre posibles actuaciones y él me diría qué directores eran buenos y a cuáles escuchó que me pedirían acostarse conmigo una vez que las escenas hubiesen terminado. Siempre habíamos acordado que éramos pecadores, pero el pecado era temporal. Ahora comenzaba a cuestionar eso, y debatíamos la posibilidad de nuestra entrada al reino de los cielos, pegándonos con almohadas.
—Nuestro sexo no nos marca para siempre —dijo—, tendremos un camino verosímil hacia la rectitud.
Asentí, pero estaba empezando a volverme loca, la idea de que algo tan simple y superficial como disfrutar de nuestros cuerpos, las cosas que crearon la vida verdadera, nos impedirían alcanzar la salvación. ¿Qué ocurre con lo más importante, como tratar a los otros y ser buena persona?
Cuando junté suficiente dinero, Aaron me ayudó a comprar mi primer auto en el estacionamiento de una estación de servicio en Westwood, un Pontiac Sunfire convertible usado de 1998. Me enseñó a buscar un cupón en la parte posterior de la revista AutoTrader para que pudiera pintarlo de color rojo cereza a un buen costo. Empecé a conducir, me prostituía a la noche e iba al estudio pornográfico de día. Con los discos de Prince sonando al palo, me sentía como toda una perra, una que podía decidir qué tipo de vida quería llevar, sin que el peso de la iglesia me haga sentir que lo que decidía era algo a mi favor.
Con Wade lejos, no era difícil mantener a raya sus sospechas, pero al final, un miembro de la iglesia encontró fotos mías desnuda en Internet y se las mostró a los ancianos de la iglesia. El grupo de improvisación mormona con el que hacía alabanzas me echó sin miramientos en un aparcamiento antes del culto.
—No podemos permitirte actuar de buena fe cuando vas por un mal camino, Amy —dijo el líder, Eric, retorciendo las manos con vergüenza—, esperamos que te arrepientas y sigas viniendo a la iglesia —continuó. Se sorprendieron cuando me defendí y, por primera vez, me di cuenta de que ya no sentía vergüenza.
—¿Pero qué hay del chico que encontró mi foto? —le pregunté. Sin duda fui impura para hacer eso, pero él fue impuso para verlo.
—No estaba viendo nada malo, solo una ventana emergente se abrió en su pantalla y te reconoció.
Me sentenciaron por el pecado. Era como María Magdalena, una marginada hasta que me arrepentí y volví a ser buena. Pero ahora entendí que no quería ser su versión de buena, que ya no creía que mi bondad y valor como mujer dependía de algo tan estúpido como mi virginidad. No me lamentaba, pero sabía que solo era cuestión de tiempo hasta que Wade se enterara y rompiera conmigo también.
Cuando vino de visita, Wade insistió en conducir mi auto. Mientras conducía, no podía aguantarlo más. Le dije que se detuviera y le conté todo sobre mi vida porno; cómo todos sabían, no había ido a la iglesia en dos semanas. Él lloró. Yo también lloré, pero eran las lágrimas de la actriz que era. Me disculpé por haber sido una cobarde y hacerle daño, pero ya no lamentaba mis decisiones. Entre el porno y la iglesia, las únicas personas con las que podía ser honesta, las únicas que me aceptaron, eran personas como Aaron. Wade rompió conmigo de inmediato. Me sentí aliviada cuando terminamos. Por fin pude dejar esa parte de mi vida: la vergüenza, la negación, el temor a Dios… ahora en el pasado.
En ese momento, me di cuenta de que tenía todo lo que necesitaba en mí, que podía dejar de lado la culpa que la iglesia me había inculcado. Finalmente, no me sentía avergonzada de mi cuerpo o mi sexualidad. Solo más tarde me di cuenta de que había cambiado un campo dominado por hombres por otro: el mormonismo por la pornografía. Pero al menos en el porno podía ser honesta acerca de mi vida y descubrir que mi iglesia me había dicho que estaba equivocada cuando disfrutaba de mi cuerpo. Con el tiempo, dejé el negocio del porno, no porque sentía que estaba mal, sino porque simplemente seguí adelante con mi vida. Decidí entrar en un colegio comunitario, fijándome una nueva meta: un título de cuatro años. Pero aunque dejé la prostitución, no me sentía mal por haberlo hecho. Ya no creía que necesitaba arrepentirme por el amor propio que adquirí. Conocer a Aaron fue como mirarme en un espejo y ver la hipocresía de la iglesia en mi propio reflejo. La idea de que la salvación se basaba en la vergüenza de un cuerpo que desde entonces había aprendido a amar, disfrutar y respetar se convirtió en una historia que ya había superado.
. . . Artículo original en Narratively: Secret Life of a Mormon Porn Star
1 note · View note
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Confesiones de una exmonja lesbiana
Historia de: Patricia Dwyer Traducción de: Elzbieta Bujakiewicz
Tumblr media
«He decidido abandonar el convento. Estoy segura de que soy homosexual», le anuncié a mi madre mientras almorzábamos en un pintoresco restaurante victoriano en Cape May, Nueva Jersey. Corría el año 1990 y había hecho esta peregrinación para comunicar lo que supe que sería chocante.
«No podés ser lesbiana». Los penetrantes ojos verdes de mi madre se agrandaron mientras vacilaba con mi declaración, explicando que estaría sacando licencia de las Religiosas de San José. Imagino a la hija que ella visualizó sentada en la mesa, no coincidía con su imagen estereotipada de una lesbiana, si tuviera una en absoluto. Observaba su rostro. ¿Fue chocante? O peor, ¿indignante? O quizá la vergüenza con que yo misma tuve que lidiar durante años. En nuestra familia católica irlandesa, fuimos educados con la creencia de que los homosexuales eran pervertidos. Yo no era eso, me lo he dicho infinidad de veces. No podía ser uno de ellos.
Revelaciones similares a cada uno de mis hermanos y hermanas, el mismo discurso bien aprendido y controlado, recibieron apoyo, aliento y unas pocas miradas de asombro. Estoy segura de que se preguntaron cómo pude llegar a esta conclusión luego de ser una monja católica durante 21 años. No entro en detalles.
—Créeme  —dije—, es sólo una licencia, necesito descubrir quién soy.
Si hubiese entrado en detalles, habría empezado por 1969, en Chestnut Hill, Pensilvania, cuando tenía 18 años.
El Buick LeSabre de 1968 de nuestra familia, poco a poco, llegó hasta el sendero alboreado en esta etapa de estaciones; las hojas se inclinaban hacia el cambio y se desordenaban más en matices que colores vivos. Se adaptaba a la atmósfera de nuestro viaje mientras nos acercábamos al antiguo edificio de piedra, cubierto de hiedra llamado La Academia Fontbonne Hall, donde pasaría mis próximos nueve meses como candidata o «postulante», como lo llamaban, ser una religiosa del San José. Mis dos establecidos hábitos de gabardina negra de cuerpo entero habían llegado a casa una semana antes. La ropa, la única que usaría en un futuro no muy lejano, lo consideraba ajeno y extraño. Tal vez lo novedoso también me hizo sentir especial (medias negras opacas, zapatos de charol que parecían como de hombre, pero con zueco y una toca negra).
Tumblr media
La razón principal por la que conseguí entrar al convento a tan temprana edad fue que el movimiento de derechos civiles y las temáticas de justicia social eran un grito de guerra a servir. Hermanas de la escuela parroquial no sólo me educaban sino también nos invitaban, varias veces, a amigos y a mí al convento los viernes por la tarde, a ayudar a limpiar lo que ellos denominaban sus «cambios». Estaba fascinada por el ingenio amigable, las risas, ese lado hasta ahora invisible de nuestra estricta clase de quinto grado. Más tarde, me ofrecí de voluntaria con mis compañeros de secundaria en una humilde parroquia al oeste de Filadelfia donde las religiosas trabajaban. Eran jóvenes, divertidas y comprometidas. Esta era mi oportunidad de ser parte de este momento histórico. Estaba segura de esto. Pero persistir casi en la superficie era un miedo que, en cierto punto, llevaría, como era de esperarse. Tenía sobrepeso y me gustaban las chicas más que los chicos. No tuve citas; prefería estar con mis amigas. En el convento me sentía segura. Me ofreció un camino más que aceptable para eludir grandes cuestiones que ni siquiera sabía que tenía.
Apenas unos días antes de este viaje, había regresado a mi antiguo colegio secundario, con otras dos de la clase en la que me gradué y que también entraron al convento, arregladas para nuestra primera aparición pública con atuendo religioso. Este ritual anual era nuestra oportunidad para ver a nuestros profesores y algunos de nuestros compañeros más jóvenes, pero también una manera de apoyar a la rebelión de tercer y cuarto año de contar con sus «vocaciones» y potenciales.
Al volver a mi secundaria, recordé el equipo de hockey, mis posiciones de liderazgo, las religiosas que me instruían, amigas especiales y Carol, mi «gran hermana» de un colegio diseñado para «relaciones» arregladas que ayudan a los estudiantes de primer año a aclimatarse. Una amiga y estrella del deporte, Carol me había elegido para ser su hermanita. La adoraba. Se iba al colegio en un alto Cutlass, sabía donde estacionaba y su horario de llegada. Memoricé su horario de clase y el momento exacto que pasaríamos al curso de geometría o historia. Ella asentía y sonreía, su lacio pelo rubio enmarcaba una mirada sugerente, su hombro, a veces, rozaba el mío mientras andábamos por el pasillo lleno. Ella sonrió tímidamente y se disculpó. Eso nunca me molestaba.
La navidad en primer año, algunos de nosotros han llevado a nuestras hermanas al centro de la ciudad de Filadelfia a ver Lo que el viento se llevó y salir a comer en el Crystal Tea Room de Wannamaker. Apenas pude dormir la noche anterior, ansiosa por nuestro momento juntas. Al final del día, Carol me dio una cajita envuelta en papel azul y plateado.
«¡Un anillo de compromiso!» dije mientras abría el estuche de cuero y vi el brillante anillo dorado con mis iniciales escritas en las letras más lindas. Busqué a tientas para sacarlo del pliegue satinado. Se cayó con facilidad; estiré mi brazo, con las manos extendidas para contemplar su brillo y diseño.
Los penetrantes ojos marrones de Carol me observaban con timidez. «Quería traerte algo especial. Después de todo, eres mi hermanita en Cristo. Quería que supieras cuánto significa eso».
Tumblr media
En ese momento, estaba segura que el anillo evocaba imágenes de que todo iba muy en serio, aunque no reconocía el límite romántico de mis sentimientos hacia Carol. Ahora, a pesar de la Directiva que habíamos recibido de los supervisores del convento para dejar toda la joyería en casa, el anillo aún seguía conmigo.
Tumblr media
Fui afortunada al entrar al convento. En 1969, el impacto del Concilio Vaticano II, una red mundial reuniendo a obispos y cardenales católicos, iba influenciando los rituales católicos americanos, con muchos de los atavíos de la antigua iglesia siendo abandonada por más prácticas religiosas y espirituales. En Fontbonne Hall, nosotras, las nuevas postulantes acogimos estos cambios con alegría, pero las religiosas mayores con quienes vivíamos no parecían muy entusiasmadas, mostraban su descontento con profundos suspiros y uno o dos gruñidos estando en los bancos de atrás. En lugar de rezar el rosario, estudiábamos el torturado trayecto de los grandes místicos: La Noche Oscura del Alma de Juan de la Cruz nos asustaba; Las Moradas de Teresa de Jesús nos daba esperanza de que nosotras también podíamos ser esposas de Cristo.
Con el paso de los años, sin embargo, mis encuentros ilícitos intensificaron. Estaba agradecida por los largos y alfombrados pasillos, un búfer a mis pasos ligeros mientras andaba en puntitas de pie por los baños, el cuarto vacío lo usaba para planchar; las habitaciones de mis hermanas, cerradas y seguras, cada huésped se acomodaba por la noche.
Era tarde y a las seis de la mañana arrancaba el rezo. Mientras salía de la habitación oía unos ronquidos intermitentes. Paré y contuve la respiración, procurando de no despertar a la que roncaba o cualquier hermana cerca que pudiera estar durmiendo levemente. Una transeúnte cerca de la mañana, seguramente, formularía preguntas. Lentamente continué mi constante progreso al final del pasillo y, con cuidado, llamé despacio a la habitación de mi derecha. Esperé. La puerta se abrió. Anna me había estado esperando.
—Te ves cansada —susurré—, creo que no es buena idea esta noche.
—No —me respondió enseguida, tomando mi mano y llevándome a la cama. Se metió debajo de las frazadas y las sostenía en alto para que me uniera a ella. En las camas individuales, las colchas de algodón nos cubrían sin problema. Permanecí inmóvil, su cuerpo tibio cerca, inclinándose. Se levantó para mirarme, recostando la cabeza con la mano y el codo doblado. En el más absoluto silencio, compartió detalles de su día: las travesuras de cuarto grado, luego seguía la reunión de padres y docentes. Asentí y tomé su mano, acariciaba sus dedos con suavidad, uno por uno. He aprendido, con el paso del tiempo, a compadecer sin decir una palabra.
La oscuridad de su cuarto daba seguridad. Nunca me había gustado mi cuerpo y sus manos la exploraba, pegada a mí, pero sin ver, tal como lo quise. Le pedí que apagara la luz. Su dedo trazó mi mentón, nariz y labios. Se acercó para besarlos suavemente y después con más pasión. Sentía mariposas en el estómago. Ella sabía cómo seguir con esto.
Llevaba puesto un camisón de algodón celeste, el cual ella intentó arrancarlo de un tirón. «Todavía no», murmuré. En su lugar, entre las sábanas, ella, con delicadeza, rodeaba mi pecho, moviéndose desde el centro hacia afuera y luego, despacio y de forma deliberada, volvía hacia al centro. Enderecé mi espalda. Quise gemir, pero no podía. Todo debía estar tranquilo. Las hermanas estaban durmiendo. En mi mente, oía los insultos de los niños del barrio en los suburbios de Filadelfia, corriendo por la casa del vecino de al lado, ridiculizando al homosexual rumoreado que lavaba el auto. Ni en un millón de años podría imaginarme a mí misma como uno de ellos.
Tumblr media
En enero de 1991, me puse de pie en medio de la habitación de un convento del barrio Georgetown en Washington, donde viví con otras cinco religiosas mientras hacíamos el doctorado de literatura americana en la Universidad George Washington. Di un último repaso a cualquiera de los temas olvidados. El escritorio, menos la computadora que había producido innumerables trabajos académicos durante los últimos 18 meses; la cama con su lamparita para leer, ya no estaba en casa con la foto de mi madre y mi padre y mi vela con aroma a vainilla; y el armario, donde sólo algunas perchas colgaban la vara, no había blusas o pantalones para sujetar. Ya lo tenía decidido: estaba sacando la licencia de las Religiosas del San José.
¿Por qué no? Estaba por cumplir 40 años y eso, de alguna forma, se había convertido en una presión. No pude cruzar sin llegar a un acuerdo con preguntas acerca de mi sexualidad, lidiando con la realidad de que podía ser homosexual y enfrentando mi temor hacia la reacción de mi familia católica. Los votos que había tomado, pobreza, castidad y obediencia estaban chocando con un deseo sexual del que me avergonzaba; mi admiración por las hermanas y mi compromiso a un propósito mayor se oponían a mis encuentros clandestinos y transgresiones sexuales; mi persona externa que reflejaba integridad y honestidad contradecía una vida interior plagada de culpa por mi engaño. Nunca habiendo experimentado una vida adulta fuera del convento, necesitaba dejar de descubrir quién realmente era. La idea de abandonar la sororidad, mi comunidad era terrible, pero también liberadora; no más secretos por descubrir. No más duplicidad. No más culpa.
Me llevó meses de terapia y oración, largas discusiones con amigos queridos y encuentros con el Consejo y la Superiora General de la congregación para tomar mi decisión. Incluso tuve que escribir una carta al Papa, explicando mi necesidad por esta separación. El mismo día recibí la carta de dispensación de mis votos. Estaba en el convento de Chestnut Hill en mi última reunión con la Superiora general. Era sensible y comprensiva y me agradeció por mis años de servicio. Renuncié a la cruz que había recibido cuando hacía mis primeros votos y a la horquilla congregacional que había usado por años, identificándome como religiosa del San José.
Mi Honda de 1989, que justo una semana antes lo compré por 1500 dólares, ya estaba preparado. Había quedado en un empleo de cuidadora en un asilo de ancianos llamado Leisure World, en un suburbio de Maryland a 40 minutos de Washington. No era exactamente la casa moderna lésbica que esperaba, pero la tasa de «no se alquila» se impuso al estilo. A través de mi ayudantía en el George Washington, continuaría como ayudante de cátedra y recibiría un sueldito. La realidad de pagar facturas e impuestos por primera vez era difícil.
Abandonar el convento para descubrir «quién soy» significaba experimentar el mundo totalmente de nuevas formas. Recuerdo perfectamente el día que hice cola en el cajero del banco, larga, con clientes impacientes, sus abrigos apretados contra el fresco aire de enero. Los cajeros estaban ubicuos en ese momento, pero este era mi primer intento para enfrentar a la máquina que me daría 20 dólares de andá a saber dónde. Estaba aterrada. ¿Y si no retiro? ¿O las direcciones no eran claras? Con las manos sudorosas y la tarjeta preparada, me acerqué a la ventanilla con brío, esperando que mi confianza fingida calmara mis manos temblorosas y palpitaciones. Una pequeña y delgada ranura parecía el mejor lugar para comenzar, aunque implicó uno o dos intentos para insertar la tarjeta en la dirección correcta. Como por arte de magia, la ventanilla con instrucciones se iluminó, con este positivo giro de acontecimientos, mi ánimo lo hizo también. Luego de presionar aquí y allá, salí con tres billetes de veinte en la mano y una sensación de triunfo.
Incluso lo más intimidante fue salir con mujeres por primera vez. En la secundaria, había ido al baile de graduación con un chico, pero siendo extrovertida y abierta, como lesbiana, estaba aterrada y excitante a la vez. Decidida a empezar mi nueva vida, tomé una copia del Washington Blade, el periódico semanal LGBT del área metropolitana de Washington, y encontré una lista de Hora Feliz lésbica en un bar de Dupont Circle.
Dirigiéndome al bar, comencé a tener dudas. ¿Por qué creía que esto era una buena idea? Había usado un vestido de jean que me compré en la tienda de segunda mano, Junior League de Georgetown, y decidí, al llegar, que la ropa era el problema. Debí haber usado jeans y una remera. ¿En qué estaba pensando? Esa crisis se convirtió en otra. ¿Quién estaría ahí? ¿Encajaría? Caminé por la cuadra varias veces meditando sobre los siguientes pasos. «Es sólo una Hora feliz», me dije. Una hora. Yo puedo. Pero cada vez que doblaba la manzana y veía el bar en frente, lo pasaba, continuaba reflexionando acerca de mis opciones. Después de tres o cuatro de estas rotondas, viendo las mismas tiendas de ropa y restaurantes modernos, decidí enfrentar al toro. Abrí la pesada puerta de madera y entré.
El interior de la vieja taberna estaba oscuro, pregunté a la primera persona, que parecía ser el funcionario del encuentro de grupo de mujeres, por una hora feliz. Simplemente no pude sacar de mi boca la palabra «lesbiana». Un joven caballero me llevó hacia los estrechos pasillos de pisos de madera ancha y techos bajos de la habitación de atrás; acogedor y atractivo. Un grupo de unas 10 o 12 mujeres de todas las edades se sentaron en una larga mesa de madera, bancos altos por un lado y butacas por el otro. Bebiendo vino, cerveza y tragos afrutados, picando papas fritas y galletitas saladas, se reían a carcajadas por un comentario que alguien hizo. Quise unirme con discreción, tomar un lugar donde no llame la atención al final de la mesa y, de a poco, entrar en clímax. No tuve suerte. Alguien decidió que podía ser divertido ir por ahí y hablar un poco sobre cada uno de nosotros. «Ay, no», pensé. ¿Qué voy a decir? Ni siquiera me sentía segura si era lesbiana. ¿Cómo dar una versión corta de mi situación actual? Quería zafar.
Jugando con la servilleta de papel en frente mío y sorbiendo mi vino blanco, oía como cada una había conocido su pareja, razones de mudanza del área metropolitana e historias tristes de una pareja de solteros sobre una reciente ruptura. Finalmente, llegó mi turno.
—Bueno —dije—, mi historia es un poco diferente.
Tumblr media
Relaté mi reciente renuncia de las Religiosas del San José y expliqué que quería explorar la comunidad LGBT en Washington. Esta nueva organización social parecía una buena opción y estaba ansiosa por conocer mujeres en ambientes cómodos como este. Debí haber estado mirando mi servilleta aquel momento, porque cuando terminé mi relato no oí nada. Silencio. He levantado la cabeza para ver rostros que parecieran sorprendidos, atónitos, pero al mismo tiempo, amables y alegres por completo.
De inmediato, fui bombardeada de preguntas: ¿Cuánto tiempo fuiste monja? ¿Por qué entraste? ¿Qué te hizo renunciar? ¿Llevas tus hábitos? (mientras descubriría en encuentros posteriores como este, la pregunta por los hábitos era la preferida, sobre todo entre los hombres homosexuales). El resto de la hora feliz daba vueltas en historias contadas por una monja. Recuerdo intercambiar números con Michelle y aceptar una invitación al almuerzo del domingo, en casa de dos mujeres que vivían en Chevy Chase. Mi vida de lesbiana oficialmente se había iniciado.
En los años venideros, encontraba, a menudo, a mi yo profesional de 40 años en desacuerdo con mi capacidad emocional de 18 años bastante atrofiada, pero con el tiempo, encontré mi lugar. Tal vez más gratificante, me sentía arraigada y aceptando en lo que me había convertido, nunca me aburría de buscar nuevos trabajos ni de presentar a mi esposa Connie como una «amiga especial». En 2005 nos unimos por civil y más tarde nos casamos cuando se legalizó el matrimonio igualitario. Juntas hemos superado los grandes desafíos de la vida, como la muerte de su padre y la de mi madre y un diagnóstico de cáncer de mama. Todos los momentos del día a día: su paciencia con la tecnología me salva (un montón) cuando estoy confundida; el «¡cuidado!» que pronuncia mientras nos desplazamos por las veredas desparejas; su brazo que se cruza con el mío mientras recorremos la ciudad; rutinas, como hacer las valijas y llegar temprano al aeropuerto; la alegría que ambas sentimos ante las hojas verdes en primavera sobre las áridas ramas de invierno; el aroma a romero y tomillo que sale de su sopa favorita; el total encanto que sentimos cada vez que nuestros perros nos reciben en casa.
Mi vida es maravillosa y plena. Y, quizás lo más importante, honesta. . . .
Artículo original de Narratively: Confessions of a Lesbian Ex-Nun
1 note · View note
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Cinco mitos acerca de la soledad
Se ha denominado a la soledad una epidemia moderna. ¿Pero va empeorando realmente?
Por: Claudia Hammond Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
En algún momento de nuestras vidas, lo más probable es que tú y yo nos sintamos solos. Es un problema que está recibiendo mucha cobertura en este momento. El Reino Unido incluso tiene un nuevo Ministro de Soledad encargado de trabajar en diversos departamentos gubernamentales para abordar la cuestión. Es un tema importante y que causa tanta miseria, pero hay muchos mitos que lo rodean. Aquí los cinco más importantes:
1. La soledad tiene que ver con el aislamiento Sentirse solo no es lo mismo que estar solo. La soledad es un sentimiento de desconexión. Es la sensación de que nadie a tu alrededor te entiende realmente y de que careces de una clase de conexiones significativas que te gustaría. El aislamiento puede ser un factor, pero no es el único. Podés sentirte solo entre la multitud, así como podés sentirte plenamente feliz, incluso aliviado/a, de pasar tiempo solo. Cuando la BBC realizó el test de descanso en 2016, de las cinco mejores y más populares actividades tranquilas, todas eran las que solían hacerse solas. A veces queremos estar solos, pero si no contamos con pasar tiempo con gente que nos entiendan, ahí es cuando la soledad ataca.
2. Hay una epidemia de soledad en este momento La soledad está, sin dudas, recibiendo mayor visibilidad, pero eso no significa que un mayor porcentaje de gente se sienta sola ahora, en comparación a hace algunos años. Recurriendo a estudios de 1948, Christina Victor de la Universidad Brunel ha demostrado que la tasa de gente mayor que experimenta soledad crónica ha permanecido estable por 70 años, entre un 6 y 13 % afirman que se sienten solos la mayor parte del tiempo. Pero es verdad que las cifras reales de personas solitarias aumentan sólo porque hay más gente en el mundo. Así que no cabe duda que la soledad está provocando mucha tristeza.
Tumblr media
3. La soledad siempre es mala La soledad lastima. Pero lo bueno es que, a menudo, es temporal y no debe verse como todo negativo. En cambio, puede ser signo de que nos haga buscar nuevas amistades o encontrar una manera de mejorar nuestras relaciones actuales. El neurólogo social John Cacioppo sostiene que hemos evolucionado hasta experimentar la soledad para inducirnos a mantener nuestras conexiones con otros. Él lo compara con la sed. Si tenés sed, tomás agua. Si te sentís solo, buscás compañía. Durante miles de años, la humanidad pudo salvarse al vivir en grupos cooperativos, por eso tiene sentido tener un mecanismo de supervivencia que nos llevan a conectar con otros. Aunque la soledad suele ser temporal, es verdad que cuando se vuelve crónica, las consecuencias pueden ser graves. Hay buenas pruebas de que puede reducir nuestro bienestar, influir en la calidad de nuestro sueño y conducirnos a la tristeza. También puede dar lugar a un círculo vicioso en el cual la gente se siente tan sola que se apartan de situaciones sociales, que a su vez los hace sentir aun más solitarios. Estudios han demostrado que si una persona se siente sola, el riesgo de experimentar síntomas depresivos un año después es mayor.
4. La soledad trae enfermedad Éste es menos complicado. A menudo se observa estadísticas citadas en el efecto que la soledad puede influir en nuestra salud. Revisiones de la investigación han descubierto que podría aumentar el riesgo de cardiopatía y apoplejía alrededor de un tercio, esa gente solitaria tiene presión arterial más alta y una esperanza de vida más baja. Estos presentan efectos graves, pero la mayoría de los estudios son transversales, como sacar una foto a tiempo, por lo que no podemos estar seguros de la causalidad. Es posible que las personas desgraciadamente aisladas sean más propensas a enfermarse. Pero también podría suceder lo contrario. Las personas podrían volverse aisladas y solitarias porque ya tienen una mala salud, el cual les impide socializar. O las personas solitarias pueden manifestarse en las estadísticas como menos saludables porque la soledad les ha robado la motivación de cuidar su salud y, por supuesto, no tiene por qué ser un caso de que está sucediendo en una dirección u otra. Funciona en ambos sentidos.
Tumblr media
5. La mayoría de personas de edad son solitarias La soledad es más frecuente durante la vejez que en la adultez, pero en su Crítica de la Soledad a lo largo de la Vida, Pamela Qualter, de la Universidad de Manchester, descubrió que también hay un máximo en la adolescencia. A todo esto, estudios muestran que entre el 50 y 60 % de la gente de la tercera edad no suelen sentirse solas. Aún hay mucho que ignoramos acerca de la soledad. Por eso queremos llenar algunos de aquellos vacíos de la literatura científica con el Experimento de Soledad de la BBC, ideado por psicólogos de Manchester, las universidades de Brunel y Exeter en colaboración con el Wellcome Collection. Buscamos personas en el mundo entero que respondan a la encuesta, ya sean jóvenes o viejos, solitarios o no. El objetivo es descubrir más sobre la amistad, confianza y encontrar soluciones a la soledad que realmente funcionen, de modo que más personas puedan sentirse conectadas.
Realizar la encuesta aquí.
Advertencia: La totalidad de contenidos que integran este artículo está provista únicamente de información general y no debe considerarse como sustituto de asesoramiento de su propio médico u otro tipo de atención médica profesional. La BBC no se hace responsable de cualquier diagnóstico efectuadas por un usuario basadas en el contenido de este artículo. Tampoco se hace responsable de los contenidos de enlaces externos ni respalda ningún producto o servicio comercial mencionado o recomendado. Ante cualquier duda, consulte con su médico.  . . . Artículo original de la BBC: Five myths about loneliness. 
1 note · View note
mejorunatraduccion · 5 years
Text
La enigmática historia de fotos de fantasmas
Así como la cámara tecnológica ha avanzado, también las tomas de extrañas apariciones. Howard Timberlake descubre que estos también aparecen en fotos sacadas con teléfonos.
Por: Howard Timberlake Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
Febrero de 2015. Palacio de Hampton Court. Holly Hampsheir, de doce años, agarra su iPhone para sacarle una foto a su prima Brook, mientras camina sola por los majestuosos apartamentos del Palacio real. Saca la foto. No es sino hasta el otro día que descubren que Brook no estaba sola en la foto. Según parece, una alta y pálida silueta femenina sale detrás. En otras fotos, esta extraña anomalía no aparecía. ¿Era una asombrosa imagen de un alma en pena haciendo una extraña representación ante las cámaras o algo más, quizás, perceptible?
La respuesta, como descubriremos, dice más sobre cómo los smartphones sacan fotos, que algo sobrenatural. De hecho, este espíritu es sólo la última aparición de una fascinante historia de fotos de fantasmas. Desde que se inventó la cámara, espectros han aparecido en ellas y, con cada avance tecnológico, nuevos tipos de rastros fantasmagóricos han aparecido (o sido deliberadamente invocados). «Soy un escéptico desde la perspectiva de un fotógrafo y, como alguien que no cree en fantasmas, no hay mucho ahí que no pueda ser atribuido a algún tipo de técnica fotográfica», declara Michael Pritchard, Director general del Royal Photographic Society.
Tumblr media
SEXTO SENTIDO Y SENSIBILIDAD Los orígenes de la fotografía espectral se remontan en el siglo XIX. Durante los años 50 y 60, muchos fotógrafos experimentaban con nuevos efectos, como imágenes estereoscópicas y sobreimpresión. Pero algunos fotógrafos, sin escrúpulos, pronto se dieron cuenta que estas técnicas podrían ser explotadas con fines de lucro. 
Se cree, con iniciativa, que un fotógrafo amateur estadounidense llamado William Mumler es la primera persona en capturar un espíritu en una foto a comienzos de 1860. Esta imagen trascendental apareció para caracterizar la aparición de su primo difunto. Visita fantasmal o no, no fue mucho después que, la habilidad de Mumler para capturar gente fallecida en video (por lo general un pariente) se ha vuelto muy popular. Al principio, expertos lograron encontrar algo falso en las fotografías fantasmales de Mumler. Y así, el amateur se convirtió en un profesional (con un negocio lucrativo impulsado por los familiares que murieron en la Guerra de Secesión), dispuesto a establecer algún tipo de conexión sobrenatural con sus seres queridos. Mumler pudo haber logrado esto al insertar antes una lente positiva preparada, donde se observa al difunto; frente a una lente sensible y sin uso de la cámara, el cual se utilizó después para fotografiar a un cliente. Esta doble técnica de exposición no sólo capturó la imagen del cliente sino también la imagen espectral de la lente frontal. En una de las actividades más famosas de Mumler, el «fantasma» de Abraham Lincoln aparece en una foto de su esposa, Mary Todd Lincoln. La lista de clientes crecía y también la de sus críticos. Un escéptico particular del trabajo de Mumler fue el empresario Phineas Taylor Barnum, quien alegó que las fotos de fantasmas era simplemente víctimas de familiares o personas llenas de dolor. Esto llevó a Mumler a ser acusado de haber entrado en casas y robar fotos de familiares fallecidos, cuando algunos de los «espíritus» que aparecían en las fotos no habían muerto todavía.
Tumblr media
Mumler fue sometido a juicio por fraude y Barnum testificó en su contra. El momento más abrumador del juicio fue cuando, de forma deliberada, se presentó una fotografía falsa, para demostrar lo sencillo que era hacer una de las fotos de Mumler. Fue el golpe de gracia de Barnum, él mismo aparecía con el «fantasma» de Abraham Lincoln. Al parecer, Mumler era un cazafantasmas.   A pesar de las pruebas contundentes, Mumler fue absuelto de fraude, pero el daño ya estaba hecho. Su carrera como fotógrafo de espíritus se acabó. Las técnicas que utilizó se basaban en otros. A fines del siglo XIX, mientras la popularidad por el espiritualismo y fotos místicas crecía, las acusaciones de fraude continuaban en contra de este tipo de trabajo.
Tumblr media
Un sacerdote y médium inglés, William Stainton Moses, fue uno de los primeros investigadores de imágenes fantasmales. Mientras Alan Murdie, presidente del Club Fantasma (fundado en 1862, considerada como la organización dedicada a la investigación de fenómenos paranormales más antigua del mundo) explica: «En 1875, había examinado a más de 600 presuntas fotos de fantasmas. El punto de vista era que, probablemente, no más de una docena podrían pasar a ser parte de algo sobrenatural. Había gente ahí que reconocerían una sábana y una escoba como su ser querido difunto». Sin embargo, mientras la propiedad de cámaras crecía, la fotografía «fantasmal» resonaba. «Hacia 1880, nadie pudo tomar la cámara y sacar una foto: se abría la puerta para uno de los charlatanes que tenían interés en alentar y jugar con los sentimientos de la gente», afirma Pritchard.
En ese tiempo, se sacó una de las fotos místicas más famosas. En 1891, Sybell Corbet tomaba una foto de la biblioteca de la abadía Combermere en Cheshire, Inglaterra. Sentado en una silla, en una toma de primer plano, se puede ver una tenue figura de la cabeza, cuello y brazo derecho de un hombre. Se dice que es el alma de Lord Combermere que había fallecido al ser atropellado por un carro tirado por caballos, y fue sepultado en el momento que se tomó la foto. La exposición fotográfica tardó una hora, lo que llevó a muchos escépticos a suponer que un sirviente había entrado en la habitación y se había sentado con rapidez en la silla, mientras se realizaba la exposición. Sin embargo, lo que más afirmó el personal doméstico es que estaban en el funeral de Combermere en ese momento.
Tumblr media
MEMORIA Para la Primera Guerra Mundial, el espiritismo y la fotografía de fantasmas habían ganado algunos partidarios notables, entre ellos, el novelista Sir Arthur Conan Doyle, miembro del Club Fantasma. La sensación de pérdida que en muchos países se sintió después de la guerra llevó a algunos a querer compartir una reunión con sus familiares y amigos fallecidos. El inglés William Hope, siendo ya un fotógrafo de fantasmas establecido, era uno de los que estaba muy decidido a compartir su experiencia. Al igual que Mumler, Hope fue perseguido por demandas de fraude e investigado por la Sociedad para la Investigación Psíquica en 1922, dirigida por el famoso investigador de lo paranormal, Harry Price. Price realizó una investigación que declaraba a Hope como estafador por utilizar una doble placa de vidrio al mismo tiempo: una que ofrecía imagen fantasmal y la otra para captar la combinación del cliente y del «fantasma». A diferencia de Mumler, Hope siguió como médium y fotógrafo de fantasmas luego de la exposición, con el apoyo de muchos de sus fervientes seguidores. Más de una década, Price investigó también un caso más desconcertante. En 1936, se fotografió a dos hombres de la revista Country Life de pie, al fondo de una gran escalera en Raynham Hall, Norfolk, Inglaterra. El fotógrafo, el capitán Hubert Provand y su asistente, Indre Shira, estaban a punto de fotografiar la escalera principal cuando Shira vio de repente «una figura vaha dándose, poco a poco, la apariencia de una mujer» y se dirigía hacia ellos bajando las escaleras. Segundos después, se tomó una foto a la ligera. La imagen fue publicada en Country Life con el nombre de La Dama de Brown. Algunos pensaban que era la figura de Lady Dorothy Townshend que, según se cuenta, ha perseguido el salón desde su misteriosa muerte en 1726.
Tumblr media
Price consideraba que la prueba fotográfica no fue controlada. «Desde luego que quedé impactado. Me contaron una historia simple: Indre Shira vio que la aparición bajaba las escaleras justo en el momento en que el capitán Provand cubrió su cabeza con la tela negra de la cámara. Un grito, la tela estaba mal y el flash encendido, con los resultados que ahora vemos. No podía rebatir la historia ni tenía el derecho de desconfiar de ellos. Sólo la colusión entre los dos hombres daría cuenta del fantasma si fuera falso. Lo malo es que es totalmente ajeno a cualquier falsificación», afirmaba Price. Otros, sin embargo, se sentían menos seguros. En 1937, la Sociedad para la Investigación Psíquica determinó que era sólo porque la cámara había sido movida por unos seis segundos durante la toma. «Solía pensar que tal vez había algo en la Dama de Brown de Raynham Hall, hasta que encontré el archivo de investigación original de la organización», dice Murdie. Como muchos investigadores, Murdie ha visto una gran cantidad de lo que la gente cree que son fantasmas capturados en video. «Creo que hay muy pocas fotos que podrían considerarse como pruebas de algo paranormal», señala.
DESCANSA (DIGITALMENTE) EN PAZ Las cámaras digitales de hoy pueden crear una falsa aparición. La «Dama Gris» en Hampton Court, por ejemplo, es casi seguro un capricho de la tecnología. A diferencia de la película analógica, los teléfonos tienden a sacar una foto por etapas, de la misma forma que un escáner pasa sobre una hoja. Es un proceso más lento, especialmente en lugares más oscuros, donde los sensores de imagen de teléfonos con cámara necesitan más tiempo para registrar suficiente información de la imagen. Esto se conoce como «Anti-aliasing espacial». Como resultado, cualquier cosa que se mueva frente a la toma en ese momento, puede salir distorsionada.  También se puede ver cómo renace las imágenes de fantasmas en memes, como Slender Man, un personaje sobrenatural que mucha gente ha utilizado en fotos para asustar.
Pese a nuestro conocimiento de fotos trucadas, parece que algunos aún están dispuestos a creer que se puede capturar espíritus con la cámara. De hecho, según una encuesta de Harris Poll de 2013, el 42 % de los estadounidenses creen en fantasmas; una encuesta similar realizada en 2014 por YouGov sugiere que el 39 % de los ciudadanos de Reino Unido creen que una casa puede estar embrujada. Como las apariciones mismo, nuestra avidez por ver la vida más allá de este cuerpo mortal puede ser inmortal, siempre mutando para encajar con la tecnología y ciencia de la época. . . . . Artículo original de la BBC: The intriguing history of ghost photography
1 note · View note
mejorunatraduccion · 5 years
Text
¿Por qué a veces no recordamos nuestros sueños?
Muchos de nosotros nos esforzamos por recordar nuestros sueños con detalle. Las razones están en el complejo ciclo del sueño.
Por: Stephen Dowling Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
Estoy de pie, afuera de la escuela primaria, cerca de la puerta principal y de los autos estacionados de los profesores. Es un día soleado y radiante y estoy rodeado por mis compañeros. Debemos ser más de cien personas. Tengo la vaga sensación de que algunos de mis profesores se acercan, pero me enfoco en dos adultos, de los cuales no conozco ninguno. Veo a un hombre, con detalles escabrosos, desde el brillo de su cabello lacio hasta las lentillas doradas de sus anteojos. Lleva una especie de dispositivo que emite un grito agudo. Me caigo de rodillas con las manos en los oídos. Todos mis compañeros hacen lo mismo. El hombre se ríe como un loco.
Tuve ese sueño hace casi 40 años, si bien puedo recordar los detalles como si fuera ayer. Sin embargo, si me preguntás lo que soñé hace poco, no me acuerdo. Si he estado soñando (de acuerdo con la biología es más probable que haya sido así), nada ha perdurado lo suficiente en mi mente. Para mucho de nosotros, los sueños son casi una presencia intangible. Con un poco de suerte, sólo podemos recordar lo más efímero al despertar; incluso, quienes recuerden sueños pasados con lujo de detalles, hay días que pueden despertar sin recordar casi nada de lo que soñaron. No obstante, es poco etéreo los motivos por los que esto ocurre. Por qué tenemos sueños y, si podemos recordarlos, están arraigados en nuestra biología y el subconsciente.
Dormir es bastante complejo de lo que alguna vez creímos. En vez de estar en un plano de inconsciencia enmarcado por el sueño todo el tiempo, nuestras mentes en reposo atraviesan un altibajo de estados mentales, con algunas partes llenas de actividad mental. Soñar está más estrechamente relacionado con el estado de sueño conocido como Movimientos Oculares Rápidos (MOR). Este estado del sueño se conoce también como sueño desincronizado, porque puede simular signos de estar despierto. En este estado, los ojos se mueven con rapidez, hay cambios en la respiración y circulación y el cuerpo entra en un estado de parálisis conocido como atonía. Ocurre a un ritmo de 90 minutos durante el sueño y es, en esta etapa, que nuestras mentes tienden a soñar.
Tumblr media
Hay un flujo sanguíneo extra en partes decisivas del cerebro durante el estado MOR: la corteza, la cual se ocupa de desarrollar los sueños; y el sistema límbico el cual procesa nuestro estado emocional. Mientras experimentamos este estado del sueño, disparan con una frenética actividad eléctrica; por ejemplo, los lóbulos frontales, los cuales orientan nuestras capacidades críticas, se apagan. Esto significa que, a menudo, aceptamos a tientas lo que sucede en un sueño carente de sentido hasta que nos despertamos.
El problema es que, cuanto más abigarrada sea la imaginación, más difícil será captar la información. «Los sueños que tienen una estructura más clara son mucho más fáciles de recordarlos», de acuerdo con el docente de psicología y autor Deidre Barrett. Pero hay un componente químico laboral el cual es decisivo para asegurarse de que aquellas imágenes oníricas se mantengan: la noradrenalina. La noradrenalina es una hormona que prepara el cuerpo y la mente para la acción y sus niveles son más bajos naturalmente en el sueño profundo. Francesca Siclari, especialista en investigación del sueño en el Centro hospitalario universitario de Vaud, dice que hay definiciones claras entre los estados de vigilia y del sueño (y no es casualidad). «Es posible que sea algo bueno que lo onírico y la vigilia sean completamente distintos», afirma, «si recordás cada detalle tal como en la vigilia, empezarías a confundir las cosas con lo que sucede en la realidad».
Siclari afirma que la gente que sufre trastornos del sueño, como la narcolepsia, pueden tener dificultades para distinguir la diferencia entre estar despiertos o dormidos, y esto puede dejarles confundidos y nerviosos. «También hay personas que recuerdan muy bien lo que soñaron y, de hecho, comienzan a exportar aquellos recuerdos a lo cotidiano». No es casual que los sueños que más recordamos, vengan de ciertos periodos del ciclo de sueño que los químicos afectan, corriendo por nuestros cuerpos dormidos. «Por lo general, soñamos más vívidamente durante el estado MOR, que es cuando los niveles de noradrenalina son bajos en el cerebro», afirma Siclari. Podemos encontrarnos soñando justo antes de despertar (pero las rutinas mañaneras, de hecho, se interponen en el recuerdo de la imagen. A menudo, nos sobresaltamos del sueño por la alarma, el cual provoca un aumento en los niveles de noradrenalina). De esta forma, nos resulta más difícil retener los sueños. «Ante la pregunta ‘¿por qué no podemos recordar los sueños?’ es porque nos dormimos muy rápido, dormir profundamente y despertar con la alarma», dice Robert Stickgold, investigador del sueño de la Escuela de Medicina de Harvard, «y por lo general responden: ‘¿cómo lo sabías?’».
Tumblr media
Stickgold dice que mucha gente recuerda los sueños al comienzo del ciclo, cuando la mente comienza a divagar y la imagen de ensueño ocurre como personas que van y vienen de dormir (proceso llamado ‘sueño hipnótico’). Hace unos años Stickgold llevó a cabo un estudio donde estudiantes, en un laboratorio, se despertaban bruscamente luego de que comenzaran a entrar en este estado. «Cada uno de ellos recordaba los sueños», afirma. «Esta etapa es la primera que dura cinco o diez minutos después de que uno se durmiera. Si te dormiste rápido (lo cual todos queremos) no vas a recordar nada de esa parte del ciclo del sueño».
¿Y si querés recordar tus sueños de forma activa? Obviamente, cada «durmiente» es distinto, pero existen algunos consejos que pueden ayudarte a retener los sueños. «Los sueños son increíblemente frágiles cuando despertamos y no tenemos una respuesta para el porqué de ello», afirma Stickgold, «si eres el tipo de persona que se levanta de un salto y vive su día, no recordarás lo que soñaste, pero si dormís en un sábado o domingo a la mañana, es el momento adecuado para acordarse. A mis alumnos les digo que cuando despierten, traten de permanecer quietos, ni siquiera abran los ojos, traten de ‘flotar’ y, al mismo tiempo, recordar lo que soñaron. Lo que estás haciendo es examinar los sueños mientras entrás en estado de vigilia y los recordarás al igual que otras cosas». Hay, incluso, métodos seguros para recordar los sueños, «aconsejo que beban tres vasos grandes de agua antes de ir a dormir, no tres vasos de cerveza, porque el alcohol es supresor para el estado de MOR y el agua no. Te despertarás tres o cuatro veces a la noche, al final de este ciclo del sueño, lo cual será natural», dice Stickgold.
Hay otro consejo que algunos investigadores del sueño ofrecen: simplemente repetir hasta dormirte que querés recordar tus sueños y, al despertar, los recordarás. «Funciona de verdad. Si hacés eso vas a recordar más, es como decir ‘no hay nada como estar en casa’, en verdad funciona», dice Stickgold.
Tumblr media
📌 N. de la T.: ¿Y ustedes? ¿Son de recordar sus sueños?
Artículo original de la BBC: Why can’t some people remember their dreams?
2 notes · View notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Reinventando la biblioteca
Por Alberto Manguel Traducción de Elżbieta Bujakiewicz
Tumblr media
En el Timeo de Platón se cuenta que cuando uno de los hombres más sabios de Grecia, el poeta y reformador político Solón, visitó Egipto, un sabio sacerdote le dijo que los griegos eran como simples niños, porque no eran dueños de tradiciones verdaderamente antiguas o nociones «encanecidas». Allí, el sacerdote siguió contando con orgullo: «no hay nada grande, hermoso o notable que se haga aquí, ni en tu país o en ninguna otra parte que no haya sido puesta por escrito y conservada en los templos».
Tal ambición descomunal se incorporó bajo la Dinastía ptolemaica. En el siglo III a.C., más de medio siglo después de que Platón escribiera sus diálogos, los reyes ordenaron que se recojan y coloquen cada libro en una gran biblioteca que habían fundado en Alejandría. Casi nada se sabía de ello a excepción de su popularidad: ni su sitio (que fue, tal vez, una sección del Museion) ni cómo fue utilizado, ni siquiera cómo llegó a su fin. Sin embargo, como una de las imágenes más eminentes de la historia, la biblioteca de Alejandría se convirtió en el arquetipo de todas las bibliotecas.
Estos bellos lugares bibliófilos vienen en innumerables formas y tamaños. Pueden ser como la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos o tan pequeñas como la del campo de concentración de niños en Auschwitz-Birkenau, donde las niñas más grandes estaban a cargo de ocho volúmenes que tenían que ser ocultos cada noche para que los guardias nazis no los incautaran. Se podían construir con libros sacados de la basura, como el Yiddish Book Center en Amherst, Massachusetts, establecido en 1980 por Aaron Lansky cuando tenía 24 años, con volúmenes descartados por las generaciones jóvenes que ya no hablaban la lengua de sus antepasados; o se podían catalogar en la mente de los lectores exiliados, en la espera de la resurrección, como las bibliotecas saqueadas por los soldados israelíes en los territorios palestinos ocupados. Es parte de las bibliotecas adaptarse a los cambios de circunstancias y amenazas y las que están en constante peligro de ser destruidas por la guerra, plagas, incendios, inundaciones o las estulticias de la burocracia.
En la actualidad, el principal peligro que enfrentan no viene de amenazas como estas, sino de cambios apresurados que hagan que pierdan su definida triple función: como conservar el recuerdo de nuestra sociedad, proveer las cuentas de nuestra experiencia y las herramientas para guiarlas y símbolos de nuestra identidad.
Desde los tiempos de Alejandría, las bibliotecas han adquirido una función simbólica. Para los reyes ptolemaicos, una biblioteca era un emblema de su poder; con el tiempo, se volvió el símbolo que abarca a una sociedad entera, un pueblo numinoso donde los lectores podían aprender el arte de la concentración (como argumentaba Hannah Arendt), una definición de la cultura. A mediados del siglo XX, las bibliotecas ya no parecían llevar este significado simbólico y, como simples cuartos de almacenamiento de una tecnología extinta, no se consideran dignas de buena conservación y consolidación.
En la mayor parte del mundo anglosajón (pero no de forma considerable en la mayoría de los países latinoamericanos), el número de bibliotecas ha disminuido. En Gran Bretaña, alrededor de 350 bibliotecas han sido cerradas en la década pasada. En Canadá, las bibliotecas públicas de Toronto fueron amenazadas de cierre por el exalcalde Robert Ford y salvadas a último momento gracias a una campaña dirigida por Margaret Atwood. En Los Estados Unidos, mientras que el número de bibliotecas que han desaparecido es notablemente alto, las públicas han visto reducidas sus presupuestos, esfuerzos, el personal y los horarios de apertura.
Pero las bibliotecas resisten. Decididas a sobrevivir en una época donde el acto intelectual ha perdido casi todo el prestigio, estos maravillosos lugares se han convertido, la mayor parte, en centros sociales. La mayoría de ellas, en la actualidad, son menos utilizadas para sacar libros que para buscar protección de las climáticas adversas y empleos en internet; y es admirable que las bibliotecas hayan contribuido a estos servicios tan necesarios que, tradicionalmente, no se relacionan con la descripción de su trabajo. Una nueva definición de la función de los bibliotecarios podría redactarse al diversificar sus mandatos, pero tal reestructuración debe también asegurar que el objetivo principal de éstos no se quede en el olvido: incentivar la lectura.
Las bibliotecas han sido siempre más que un lugar para leer. Los bibliotecarios de Alejandría no dudaban en coleccionar otras cosas además de libros: mapas, arte, instrumentos; y los lectores puede que vinieran no sólo a consultar libros, sino también acudir a conferencias públicas, dialogar entre sí, enseñar y aprender. Y aún la biblioteca sigue siendo principalmente un lugar donde los libros, en sus diversas formas, fueron almacenados para la consulta y conservación de «tradiciones antiguas o nociones ‘encanecidas’». Otras instituciones desempeñaban otras tareas complementarias, esenciales en una sociedad civilizada: hospitales, asociaciones filántropas, gremios…
Los bibliotecarios de hoy se ven obligados a tomar una serie de medidas en la cual, esta sociedad suya, es demasiado mezquina para llevarla a cabo, y el uso de los escasos medios para enfrentar aquellas imprescindibles obligaciones sociales que disminuye los recursos para comprar libros nuevos y otros materiales. Una biblioteca no es un refugio para indigentes (en la biblioteca St. Agnes de Nueva York, fui testigo de un bibliotecario explicando a una cliente por qué no podía dormir en el piso), una guardería, una feria (el Seneca East Public Library en Attica, Ohio, ofrece fiestas en pijamas), o una fuente principal de asistencia social y médica (que, no obstante, forma parte de la rutina de bibliotecarios estadounidenses de hoy).
Todas estas actividades son buenas y útiles y, una vez más, podrán conceder a las bibliotecas un papel fundamental en la sociedad, pero debemos estar dispuestos a invertir más en los servicios, para que ésta se reinvente. Los bibliotecarios no se forman para desempeñarse como asistentes sociales, personales sanitarios, niñeros o asesores médicos. Todos estos trabajos extras hacen que resulte difícil (pero no imposible) trabajar en eso: bien se ve que los fondos continúan congruentes, examinan con cuidado los catálogos, motivan a los lectores a no perder la iniciativa de leer. Las nuevas funciones que les imponen son las obligaciones de las sociedades civilizadas ante los ciudadanos, y así evitan que sea una mochila pesada para los bibliotecarios. Si cambiamos la función de bibliotecas y bibliotecarios sin mantener el carácter fundamental de la lectura, corremos el riesgo de perder algo irremediable.
Cada crisis económica reacciona, ante todo, reduciendo fondos en la cultura. Pero la supresión de nuestras bibliotecas y su cambiante naturaleza no es sólo una cuestión de economía. En alguna parte de nuestros tiempos, empezamos a olvidar qué recuerdo (personal y colectivo) implica, y la importancia de los eternos sobrevivientes que nos ayudan a comprender nuestra sociedad.
Si las bibliotecas son no sólo depósitos del recuerdo social y símbolos de su identidad, sino lo esencial de los grandes centros sociales, estos cambios deberán hacerse deliberadamente desde una institución intelectualmente sólida que reconozca su papel ejemplar y que nos enseñe lo que los libros pueden hacer: mostrarnos nuestros deberes unos con otros, ayudarnos a cuestionar nuestros valores y minar los prejuicios, darnos valor e ingenio para continuar conviviendo, darnos palabras esclarecedoras que nos haga volar la imaginación. Según el historiador griego de Sicilia, una de las bibliotecas más antiguas que vio en Egipto, en su entrada, un letrero rezaba: «el tesoro de los remedios del alma».
Artículo original en inglés en The New York Times: Reinventing the Library
3 notes · View notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
El gran guionista de Hollywood que odiaba Hollywood
Ben Hecht trabajó con el invento del cine americano moderno, mientras se encontraba proyectando otras cosas.
Por David Denby Traducción de: Elżbieta Bujakiewicz
Tumblr media
Ben Hecht, uno de los más grandes guionistas estadounidenses, trabajó, al final de su carrera, en una locuaz autobiografía: A Child of the Century, en donde nos cuenta lo siguiente: en 1910, a la edad de 16 años, abandonó la Universidad de Wisconsin, luego de haber asistido por tres días, y tomó un tren a Chicago. Contaba con cincuenta dólares. Habiendo dormido sobre una banqueta en la estación de tren de Chicago, trató de ir a ver una obra en el Majestic Theatre, sólo para acercarse a un pariente lejano, Manny Moyses, un vendedor de bebidas con una «gran nariz colorada». Moyses lo sacó de la fila y lo trajo para que conozca a un cliente que también tenía la nariz así, el editor del Chicago Daily Journal, un tal John C. Eastman. Esa noche, el editor estaba preparando una fiesta y necesitaba algo que pudiera destacar. Dijo al joven que lo contrataría si escribía un poema profano: un poema sobre un toro que se traga un abejorro (no pregunten). Hecht escribió el poema mientras Eastman salía a comer y luego iba al trabajo. Durante unos meses, no escribió nada para el diario, pero sirvió para acoger a personas que sufrían alguna que otra tragedia y sacar una foto de la víctima, por lo general una mujer, quien luego saldría en el diario. A los 17 años, trabajó como periodista a tiempo completo y logró lo que él llamaba una ‘ciudadanía por acomodo’ en Chicago. En su libro, Hecht recuerda las obsesiones del periodismo local allá por los años veinte: impresionantes delitos y fraudes municipales, se respiraba un ambiente de autoridad, explotación y estafa. «Los dueños de la manada llevaron a Billy Sunday para distraer a los trabajadores europeos a quienes le pagaban poco, declarando una huelga al gritarles «¡Delirio por Dios!», nos cuenta.
¿Es verdad la mayoría de todo esto? En este caso es imposible de saber, a lo mejor no sea así. Como notó Norman Mailer en 1973, «Hecht nunca fue un escritor para decir la verdad cuando un brebaje pudo dar vida a su prosa. El don de Hecht para inventar anécdotas sugiere una razón por la que tuvo tanto éxito como artista de Hollywood. Lo que Hecht obtuvo de sus años periodísticos rufianes formó su temperamento y ese temperamento, a su vez, conformó las películas americanas de los años 30. La crueldad, aspereza, la descarga de insultos y chistes, la fascinación por la violencia y lo ilícito, la división del mundo en el conocimiento (típicamente urbano y masculino) y el Servicio de Policía de Sudáfrica (SPS); tales cualidades hicieron de las comedias y melodramas de la Gran Depresión un nuevo arte americano realista, un arte que avanzaba más rápido y no era tan profunda como la vida.
El curriculum cinéfilo de Hecht es todo un enigma, en parte porque le era indiferente que apareciera su nombre en los créditos, aunque no le pagasen. Trabajó en Underworld, The Front Page (de la cual produjo, de manera sensacional, una versión eficaz de His Girl Friday), Scarface, Twentieth Century, Design for Living, Nothing Sacred, Wuthering Heights, Gunga Din, Notorious; insignificantes pero contundentes películas del cine negro, y más. Algunas de estas eran guiones originales; otras, adaptaciones y colaboraciones (junto a sus colegas Charles MacArthur o Charles Lederer); pocas veces se limitó a presentar y llevar a cabo una historia indeleble. Hecht también reunió y reavivó una película estancada como Gone with the Wind y trabajó, hasta última hora, en arreglar Stagecoach, The Shop Around the Corner, Foreign Correspondent y Gilda. Un hombre tremendamente talentoso. «Inventó el 80 % de lo que se usa hoy en las películas de Hollywood», dijo Jean-Luc Godard allá por 1968. También era frívolo, terco e indeciso. El mejor guionista de Hollywood despreciaba el cine como una «forma de arte» (lo consideraba un anexo de Parnaso), y confiaba poco en la sabiduría de los jefes y productores del estudio («idiotas que estaban a la altura de políticos mediocres que había conocido»). Un escritor siempre estaba inseguro de su identidad. Dijo que nunca se sintió como un judío hasta finales de los años treinta, pero, en los años siguientes, luchó por despertar preocupación en Hollywood y Nueva York sobre las masacres vigentes en la Europa que estaba en mano de los nazis. 
El estupendo libro Ben Hecht: Fighting Words, Moving Pictures de Adina Hoffman (de la saga Yale Jewish Lives) carga con las increíbles contradicciones de Hecht en un compacto de doscientas veinte páginas. Hoffman, nacida en Mississippi, ha vivido en Israel y ha escrito libros sobre la ciudad de Jerusalén y del poeta palestino Taha Muhammad Ali, además de trabajar como crítica de cine para Diario Jerusalem y The American Prospect. En su biografía sobre Hetch, enlaza de manera hábil a Hollywood y Nueva York, enigmas judíos estadounidenses y las complejidades de la política sionista. Inmersa en las novelas y tratados de Hecht (compleja tarea), escribe con un gran estilo sobre una figura marginal en literatura, con una gran influencia en la cultura popular del siglo XX.
Se cree que Hetch nació en 1893, en el Lower East Side de Manhattan, hijo de inmigrantes judíos de Bielorrusia y Ucrania. Pasó los primeros años de su vida en el gueto, junto a sus alegres tíos y con emocionantes visitas de celebridades del Teatro yiddish. Cuando tenía nueve o diez años, se mudó con su familia a Racine, Wisconsin, a orillas del lago Michigan, donde Hecht, por cuenta propia, tuvo alocadas aventuras juveniles, de lectura y sexo. También tocaba el violín y, durante un verano, actuaba como trapecista principiante en un circo local. «Anhelaba, crecía, lloraba, arrasaba, me sumergía en barro y me tiraba en las flores», nos dice, «y nunca salí herido ni lastimé a nadie». Este presuntuoso catálogo intenta hacerse eco de Whitman. Carl Sandburg, quien más tarde conoció a Hecht en Chicago, lo llamó «el Huck Finn judío». Sea como sea, fue un chico audaz que saltó del siglo XIX hasta la vorágine del XX.
Lo que mejor recuerda Hecht sobre sus padres incultos es que adquirieron, como regalo Bar Mitzvah, cuatro cajas llenas de obras de Shakespeare, Dickens y Twain, colecciones de bibliotecas caseras que alguna vez fueron populares en Estados Unidos. Después de eso, no le pedían gran cosa: «que fuera a la escuela, que me quedara despierto casi toda la noche leyendo todo tipo de libros y que los dejara solos. Siempre leía insaciablemente, pero (confiesa), recordaba poco lo que leía y me gustaba menos». Las palabras entraban y dejaban su mente en un caudal incesante.
En los años diecinueve, la prensa de Chicago incluía a periodistas que llevaban a cabo una labor seria como faranduleros o como corresponsales de guerra, pero Hecht estaba fascinado por la subcultura masculina del crimen y la información política, sus cigarrillos y escupideras, sus salones y prostíbulos y su poco trato con las mujeres. Desde sus repugnantes pero, al mismo tiempo, agradables temporadas entre estas escorias librescas (todas citadas por la literatura), Hecht extrajo algo memorable, el mito del periodista. En A Child of the Century, recordó:
Estoy seguro que ni lo mundano ni lo astuto de la mayoría de nosotros puede dirigir como si fuera el amo del mundo. Pero tuvimos un punto de vista. No nos encontrábamos dentro de las rutinas del deseo humano o de pretensiones sociales. No teníamos educación. Nosotros, que no sabíamos nada, hablábamos de cosas tan abrumadoras que yo, por ejemplo, salí un poco descolocado. Los políticos eran corruptos. Los líderes de las causas eran sinvergüenzas. Lo moral era una farsa llena de asesinatos, violaciones... todo «un nidito de amor». Los timadores se comían el mundo y el diablo cantaba bingo. Estos descubrimientos me llenaban de gozo.
Hecht se convirtió en un famoso periodista del pueblo. Luego de trasladarse al Chicago Daily News, escribió una innovadora columna titulada 1001 tardes en Chicago. Deambulaba por la ciudad y pasaba tiempo con gente común y corriente (un adelanto de las columnas motivacionales que Jimmy Breslin y Pete Hamill escribieron años después acerca de los neoyorquinos de la clase obrera). Casi pisando los veinte, pasó en la bohemia literaria de Chicago, bebiendo e intercambiando ideas y manuscritos con Theodore Dreiser, Sherwood Anderson, Sandburg y muchos otros miembros de lo que fue el Renacimiento literario de Chicago. Escribió historias satíricas para Smart Set de HL Mencken y el deslumbrante diario de Margaret Anderson: The Little Review y, en 1921, publicó una pretenciosa novela, Erik Dorn. El libro tiene algunos pasajes llamativos, en los que un hombre solitario divaga en un estado de incertidumbre de una gran ciudad moderna, pero los buenos momentos se pierden en un sinfín de políticas y eróticas reflexiones. Como dice Adina Hoffman, el tipo está en todos lados, volviendo de la libre asociación moderna a una novela romanticona barata. Hecht publicó otros trabajos, incluyendo una novela pornográfica que parece haber sido un intento de caer preso como mártir de la libre expresión. Carecía de paciencia y disciplina para la literatura, aunque pudo haber sido, si hubiese seguido con el periodismo, el nuevo Mencken, clavando la mirada a todo y a todos. La mejor prueba sobre el camino que no se siguió se puede leer en A Child of the Century.
A los veinte años, Hecht se casó con una colega, Marie Armstrong; pero al poco tiempo empezó a salir con la escritora y actriz Rose Caylor, jugando dos puntas, lo que llevó a cada una a escribir un libro denunciando a la otra. Con el pecho fornido, el humo del cigarrillo y la lengua larga, Hecht era, con todo y eso, una especie de trofeo. A los treinta años, se había hartado del periodismo de Chicago. En 1924, él y Caylor, a punto de casarse, se mudaron a Nueva York, donde vivieron felices, dentro de todo, por encima de sus posibilidades. Hecht estableció una asociación de dramaturgos con Charles MacArthur, otro fugitivo del periodismo de Chicago y, por un tiempo, se unió al periodístico y teatral ingenio de la Mesa Redonda del pueblo de Algonquin, algunos de ellos colaboradores del New Yorker. Luego se apartó, como un acto de supervivencia. Era un escritor que aún no encontraba su lugar.  
A fines de 1926, sin un centavo, se acostó en la cama y leyó The Decline and Fall of the Roman Empire, recibió lo que Hoffman describe como «el telegrama más legendario en la historia del cine estadounidense». El mensaje fue de su amigo Herman Mankiewicz, el futuro escritor de Citizen Kane y, más tarde, de otro miembro del grupo de Algonquin, que se había mudado a Hollywood a principios de ese año y no sentía el apoyo por parte de la compañía de Nueva York: 
¿ACEPTARÁ TRESCIENTOS DÓLARES POR SEMANA TRABAJANDO EN PARAMOUNT PICTURES? SE CUBREN TODOS LOS GASTOS. TRESCIENTOS ES UNA MISERIA. MILES LO RECHAZAN Y SÓLO LOS IMBÉCILES PELEAN POR ELLA. QUE NADIE SEPA.
Cuando Hecht llegó a Hollywood, Mankiewicz estableció algunas normas: «El héroe, al igual que la heroína, tiene que ser virgen. El villano puede acostarse con quien quiera, divertirse todo lo que quiera, engañar, robar, enriquecerse y maltratar a los sirvientes. Y al final, matarlos». No todo esto era cierto. Nadie hubiera confundido a la vampiresa del cine mudo Theda Bara con una virgen; las mujeres peligrosas y sexualmente pervertidas prosperaron en las películas sonoras hasta que, en 1934, se impuso el Código de Producción. Pero Hecht da una respuesta considerable. Decidió reemplazar a los héroes y heroínas por una película que contenga sólo villanos y prostitutas, «así no tendría que mentir», recuerda en sus memorias.
Su primer guion fue para la película muda de Josef von Sternberg Underworld (1927) que, según Hecht, estaba basado en las historias que un informante de Chicago que conoció por casualidad, en el pasillo del Hotel Beverly Wilshire, le contó. Trabajó en el guion durante una semana, creando dos mafiosas (una matona y la otra fanfarrona, y un joven que se sentía atraído por ambas). Von Sternberg convirtió la historia en una composición siniestra llena de oscuridad con personajes de poca participación. Hecht, cuya comprensión de la naturaleza visual del cine no era su fuerte, calificó los toques distintivos de von Sternberg como «sentimentales». Para su sorpresa, la historia de Underworld ganó un óscar. Primero rechazó el premio y luego dijo que lo usaría para sujetar la puerta.
Scarface de Howard Hawks (1932) contiene una poesía distinta: la desbordada furia de la guerra continua de bandas, con autos Volvo andando por calles oscuras y relucientes, disparando desde el vidrio. Hecht sabía, desde sus tiempos como periodista, que al público le encantaba los personajes extravagantes que rompieran todos los esquemas y que luego hicieran frente a las consecuencias; así que hizo, para Hawks, una historia sobre los altibajos de un matón inculto, Tony Camonte (Paul Muni), quien silba la melodía Lucia di Lammermoor de Donizetti mientras mata a sus enemigos. Tony comete un acto de violencia tan repentino que te deja con la boca abierta y muere bajo un anuncio que reza «el mundo es tuyo».
La brutal y cínica película Scarface ha sido de inspiración para muchas otras películas gángster, incluyendo, por supuesto, la escabrosa versión de Brian De Palma en 1983, en el que el mismo epitafio de burla aparece en lo alto por un zepelín. Según la versión de De Palma, en la cual Al Pacino protagoniza a un narcotraficante cubano, es lento; el ambiente o es lánguido o es violento. Hawks se mudaba de seguido y con malas intenciones; lo mismo Martin Scorsese, en otra célebre descendencia, Goodfellas (1990), una película gángster de humor barato que presenta el mismo tipo de violencia brusca que la película de Hawks. En The Departed, desde 2006, Scorsese aclamó la antigua película una vez más, colocando el mismo extracto de Lucia en la banda sonora.
Scarface salió un año después de la primera adaptación cinematográfica de The Front Page, una comedia satírica de Broadway que Hecht y MacArthur habían inventado en 1928. Esta obstinada comedia (Tennessee Williams, Kenneth Tynan y Tom Stoppard lo vieron como un hito) se establece en una sala de prensa de la corte, donde un despiadado grupo de periodistas se sientan a esperar a que ahorquen a un inocente anarquista. Los hombres son como cables pelados, provocándose unos a otros insultos, réplicas, calumnias; hablan una y otra vez, gritando a las autoridades de la oficina a través del teléfono: «escucha, Duffy, quiero que arranques toda la primera página. ¡Demonios! ¡No puede aparecer aquí!». La trama es una tormentosa historia de amor homosexual: el periodista estrella, un tipo llamado Hildy Johnson, quiere escaparse para solicitar actas de matrimonio y respetabilidad, y su editor sin escrúpulos, Walter Burns, hace todo lo posible para que siga trabajando en el diario. El material encaja mejor en la versión hetero de la película que dirigió Hawks en 1940, His Girl Friday, en la que Cary Grant interpreta a Walter Burns, un sinvergüenza; mientras que Rosalind Russell, con un traje a rayas, es Hildy, la ex esposa de Walter y la mejor periodista de la ciudad. Gran parte del lenguaje Hecht-MacArthur permanece intacto: escuchamos el ritmo frenético que Neil Simon aprendió para The Odd Couple y muchas otras comedias, todas mucho más tranquilas que ésta, con un estilo verbal más suave, en el que Aaron Sorkin se especializó.
Lo que Hecht y MacArthur crearon se convirtió en uno de los principales arquetipos del cine de los años treinta: el periodista como héroe, un hombre sin ilusiones, despreciado por la sociedad y la autoridad. Clark Gable llevó el papel al máximo en It Happened One Night; Spencer Tracy, James Stewart, Fredric March y muchos otros actores también interpretaron a periodistas arrogantes; mientras que Jean Arthur y Katharine Hepburn, al igual que Rosalind Russell, hicieron las intrépidas versiones femeninas. En los años cuarenta, la violencia y la sexualidad se han incorporado a la trama, produciendo una nueva imagen, el investigador privado, solo pero fuerte, con métodos criminalísticos de confianza. Humphrey Bogart interpretó al dramaturgo Marlowe como un tipo libre e insolente.
Hecht sentía que el público de la ciudad que crecía en la Gran Depresión quería que sus personajes anduvieran a las corridas; quería chistes zafados y sexo desenfrenado. En otra colaboración de Hawks-Hecht, Twentieth Century (1934), la guerra se convirtió en una comedia sofisticada: el productor de teatro de John Barrymore grita a la actriz Carole Lombard y ella se defiende insultando y dejándolo en ridículo. Twentieth Century fue una de las películas que estableció un modelo para un nuevo género, la comedia romántica, con amantes echándose en cara cosas y epigramas: un alboroto verbal que apartó el tono sentimental del entretenimiento convencional. La imagen se burla de los fanáticos religiosos; se trata de Nothing Sacred, la exitosa comedia que Hecht escribió para el director William Wellman en 1937, parodia a la gente lacónica en un pueblo de Vermont, así despierta una detallada y propia admiración en Nueva York. De nuevo, la prensa escrita: un periodista estrella, Wally Cook, y el editor, Oliver Stone, ambos con ganas de un artículo fantástico, se convencen de que una hermosa joven muere por una contaminación radiactiva; imponen esta farsa a sus grandes lectores. Cuando la verdad sale a la luz (la joven está en perfecto estado), el editor se lamenta y el periodista dice:
OLIVER: ¡Será peor que la Revolución Francesa! WALLY: Espero estar aquí cuando me necesites. Daré un discurso a nuestros queridos lectores antes de que nos corten la cabeza. Quiero decirles que hemos sido sus benefactores. Les dimos la oportunidad de simular que sus corazones de piedra derramaban pura bondad.
La sátira lo abarca todo: periodistas y lectores se desgastan, lo mismo sus hijos en contra de ellos y las mujeres de principios que se niegan a admitir su encargo. Nothing Sacred es la historia de Sinclair Lewis llevada al cine.
Entonces, ¿cuál era el problema con Hollywood? Hoffman lo estudia con detenimiento. Al inventar géneros, personajes y situaciones, Hecht fue una importante figura creativa. Por años, fue el escritor mejor pagado de la ciudad, una celebridad con todas las letras. Incluso disfrutó, al menos un poco, el ambiente colaborativo del estudio: «escribiste mientras el teléfono no paraba de sonar, con el jefe entrando y saliendo del taller, con el director haciendo muecas y quejándose sin mover un dedo». Suena un poco como las salas de prensa que a él tanto le entusiasmaba, y dista mucho del trabajo forzado con una azada. De todas formas, nunca duró mucho tiempo. Viajó más de veinte veces a la Costa Oeste, llevando a funcionarios, cuadros al óleo y registros suyos, cuando no trabajaba, comía bien y bebía. Luego regresó a Nyack, un pueblo en Hudson a veinticinco millas al norte de Nueva York donde, junto a Rose, vivían cerca de MacArthur, y su esposa, la actriz Helen Hayes.
En los años treinta y cuarenta, muchos buenos y grandes escritores, como Nathanael West, Dorothy Parker, Lillian Hellman, F. Scott Fitzgerald y William Faulkner, les atraía Hollywood porque se ganaba dinero con facilidad y por la oportunidad de hacer algo fascinante de manera artística, para que, al final, terminaran frustrados e incluso indignados. Pero Hecht tenía poco que perder. Como guionista, se quedó con la ética del periodista de trabajar sin esmero y sin preocuparse mucho (o aparentar que no le preocupaba) de los resultados. Al ejercer su derecho de desdén tuvo éxito, al menos en su ánimo, en no terminar siendo una víctima, aunque podría haber sido otra cosa: un cínico que subestimó el arte que lo ayudó a producir.
¿O es que sólo estaba mintiendo? Nadie que fuese completamente pesimista habría sacado tantas buenas fotos. Tampoco habría intentado dirigir películas por su cuenta: siete en total, algunas de ellas hechas con MacArthur, en el estudio Astoria, en Queens, y un par en Hollywood, incluyendo Angels Over Broadway, con Rita Hayworth y Douglas Fairbanks. Ninguno de ellos. Su mando carece de ritmo y, como dice Hoffman, el diálogo de sus películas se volvió rubicundo. Necesitaba reivindicaciones de los cuentos populares, e incluso la intromisión de productores ricachones para así dar lo mejor. La ironía se centra en el temperamento de Hecht, pero era su vida la que estaba envuelta en una ironía de la que no podía salir: lo que anhelaba (la literatura) no lo podía conseguir, y lo que despreciaba (escribir películas) sí lo consiguió. Se parecía un poco a Sir Arthur Sullivan, quien quería ser el británico Mendelssohn y produjo aburridas piezas sinfónicas y música coral, solo para alcanzar la inmortalidad con divertidas y deslumbrantes zarzuelas que escribió con W. S. Gilbert. La delgada línea entre talento y aspiración puede ser triste o no, dependiendo de cuánto sufra el artista. El escritor que se describió como «un recadero con el sueldo de un magnate petrolero» no sufría, pero en Hollywood se sentía vacío, insatisfecho, nunca fue quien quería ser.
Hecht no era creyente en absoluto, e ignoraba las organizaciones judías y las causas políticas en general. Pero en 1937 y 1938, a medida que la amenaza a los judíos europeos avanzaba, escribió una colección de cuentos sobre el tema titulado El libro de los Milagros. En uno de los cuentos, los ciudadanos leían los periódicos y descubrían que «quinientos mil judíos habían sido asesinados en Alemania, Italia, Rumania y Polonia. Otro millón más habían abandonado sus hogares para cazar en bosques, desiertos y montañas». Hecht predijo el Holocausto, como al final fue y, unos años más tarde, se enfureció cuando eso ocurrió y poca gente quería saber de ello. En noviembre de 1942, el ministerio de Asuntos Exteriores confirmó los hechos de que dos millones de judíos habían sido asesinados, sin un final en vista; The Washington Post publicó la noticia en la página 6, The Times en la página 10 y continuó minimizando la catástrofe judía durante la guerra. En 2001, Max Frankel, primer editor ejecutivo del diario, llamó a la cobertura negligente «el peor momento del siglo para el periodismo».
Durante su adolescencia, ha usurpado imágenes ajenas y se ha hecho pasar por otras personas. En tiempos de guerra, se obsesionó con preservar y afirmar una identidad propia. Los recuerdos de familias numerosas y su agitada niñez volvieron de golpe y, harto de la victimización judía, publicó artículos devastadores y anuncios sarcásticos en los periódicos sobre la masacre, con la intención de despertar a los judíos estadounidenses de la complacencia. También hizo una marcha conmemorativa en honor a los difuntos, en el Madison Square Garden, y una obra dedicada a la causa sionista, ambas con música de Kurt Weill, ampliamente considerada. Publicitó a Irgún, una Organización Militar Nacional en la Tierra de Israel, el cual comprometía la violencia contra los británicos que controlaban el territorio. Hecht se volvió tan agresivo que sus películas fueron censuradas en Reino Unido. En Estados Unidos, grupos judíos establecidos e incluso amigos estaban en su contra. Si el Lower East Side pudiese hablar, lo habría llamado Kochleffel, que en idioma yidis literalmente significa «una cuchara para cocinar»: un tipo que revuelve el caldero.
Su nuevo fervor también produjo un gran guion. En Notorious de Hitchcock (1946), una juerguista despreciable (Ingrid Bergman) va a trabajar después de la guerra para un espía estadounidense (Cary Grant) y termina en un peligroso círculo nazi de Río de Janeiro. Hecht perfeccionó y llevó los chistes de las viejas comedias estrafalarias a más ironía, mientras que Hitchcock dirigió con un dominio sin precedentes la tensión sexual. La juerguista encuentra una vida útil, incluso redención; y Hecht, con esta película antinazi, puede que haya querido hacer lo mismo por él.
Después de la guerra, instalado en Nyack, escribió obras de teatro, más ficción, reflexiones oscuras sobre la identidad judía y el nuevo Estado de Israel (un país al que nunca fue). En 1954, publicó A Child of the Century, ese vasto compendio de período de evocación, llenas de anécdotas y crisis existenciales. No se puede revivir su ficción, pero A Child of the Century, un libro tan sincero sobre el anhelo y bondad que se retrata y aprecia, podría ser editado estratégicamente en un clásico estadounidense: la autobiografía de Mark Twain.
Entretanto, antes de que falleciera a causa de una trombosis coronaria en 1964, Hecht continuó trabajando en guiones cinematográficos. Pero la censura británica había averiado su reputación comercial; su costo disminuyó y, a menudo, trabajó bajo seudónimos, como si trabajara en negro. Hollywood cambió: los jefes del estudio que Hecht había ridiculizado han muerto o se han ido; la censura se había desvanecido en parte; los antiguos géneros causaron, en gran medida, un impacto psicológico, mientras que el nuevo emprendimiento de comedias para adultos era, a menudo, explícita y de mal gusto. Aunque las películas fueron hechas con un poco más de soltura, el talento de Hecht para la sátira cínica ya no se adapta, aparte del escaso cine negro de Otto Preminger, produjo cosas poco apreciables. Era el príncipe heredero y a la vez el payaso innato del antiguo sistema. El tribunal cambió a pesar del reconocimiento, porque quien ríe último, ríe mejor.
Artículo original en The New Yorker.
2 notes · View notes
mejorunatraduccion · 5 years
Text
Lamento no haber tenido sexo hasta los 37 años
Traducción: Elżbieta Bujakiewicz
Mientras que la persona promedio pierde su virginidad en la adolescencia, para otros, esto no es así. Joseph, un viudo de 60 años, descubrió que era una fuente de total vergüenza y frustración. Esta es su historia:
Tumblr media
Permanecí casto hasta los 30 años. No tenía idea qué tan raro es eso, pero experimenté un sentimiento de vergüenza y me sentí estigmatizado. Era una persona muy tímida e inquieta, pero no aislada. Siempre tuve amigas, pero nunca fui capaz de convertir esa amistad en relaciones íntimas. En el colegio, hasta sexto año, siempre estuve rodeado de mujeres, pero nunca fui de tirarles onda; algo que, probablemente, es bastante normal para uno. Cuando ingresé a la universidad, tracé una pauta: no tener relaciones era lo que me esperaba. Mucho de eso se debía a la falta de autoestima y un profundo sentimiento de que la gente no me vería como alguien atractivo. Si pasás tu adolescencia y tus veintipocos años sin salir con alguien, no tenés la evidencia que prueba: «sí, puedo gustar a la gente porque, mirá, he salido con ésta y con aquella…», te hace sentir que no eres atractivo para perseverar y ser fortalecido.
Nunca hablé con mis amigos del tema y ellos tampoco me preguntaban. Me habría defendido bastante si lo hacían porque, para ser sincero, estaba empezando a sentir vergüenza por ello. Puede que no sea cierto que la sociedad te juzga por no tener sexo, pero creo que, cuando algo se percibe como fuera de lo normal, empiezas a ser visto como un anormal. Parece que hay una inversión cultural de «éxito» con las mujeres: si te pones a pensar en películas y canciones populares, de la generación, la mayoría se trata de relaciones tempranas, hay un «algo» en lo cultural sobre ser un ganador. Por ejemplo, en la canción Oh what a night de Frankie Valli, habla sobre que la chica se lleva al chico y lo convierte en hombre. Todas esas cosas me han llevado a sentir vergüenza. La mayoría de mis amigos tuvieron novias. Yo era testigo de eso. Comenzaban a salir y después se casaban. Poco a poco, eso tuvo un efecto corrosivo en mi estima. Me sentía solo y deprimido, aunque, al principio, no lo noté. Pudo haber sido por la falta de relaciones sexuales, pero también por la falta de intimidad. Ahora miro hacia atrás y, durante unos 15, probablemente 20 años, ninguna persona; aparte de mis parientes próximos, como mi mamá, mi papá o mis hermanas, me ha tocado un pelo o me han acompañado. Aparte de eso, cualquier otro tipo de contacto físico estaba ausente, no solamente de carácter sexual.
Si veía a alguien que me gustaba, no sentía ningún placer, más bien, mi reacción inmediata era de tristeza y depresión. No tenía esperanza alguna. Tampoco temor al rechazo: la idea de rechazo me era irrelevante, porque estaba tan convencido de que la atracción que yo pudiera sentir por alguien nunca sería recíproca. Por mi parte, pudo haber sido un mecanismo de defensa, pero desarrollé un profundo sentimiento que puede que esté mal acercarme a las mujeres y parecerles un abusivo. Con toda certeza, nunca sería ese tipo que «juega» con las mujeres. Creía que ellas tenían derecho a salir de la rutina y disfrutar de la salida sin que nadie las molestara. Muchas veces hacía amistad con mujeres que me atraían. Sabía que muchas de ellas ignoraban por completo mis sentimientos amorosos. En ese momento, me había convencido de que no me deseaban.
Desde donde estoy ahora, miro hacia atrás y honestamente no sé, no creo tener la capacidad de atracción y confianza. Nunca una mujer me invitó a salir. Me hubiese gustado. Tal vez eso no era tan grato en aquel momento. En mis treinta y largos, llegué a deprimirme a nivel clínico, así que fui a ver a mi médico de cabecera, me recetó antidepresivos y también hice terapia.
Tumblr media
Las cosas cambiaron. Primero gané un poquito de confianza en mí mismo, gracias a la terapia. Después, supe que los antidepresivos hicieron efecto, opino que pueden actuar como una píldora antitimidez. Además, había madurado un poco. Me encontraba invitando a salir a alguien y, tiempo después, se convirtió en una relación temporal. Recuerdo que estaba muy ansioso y nervioso en la primera cita, pero se sentía agradable, me gustaba. Así que de seguido la invité a salir de nuevo, ella aceptó y desde ahí las cosas empezaron a cambiar. Unas semanas después de la primera cita, empezamos a tener relaciones íntimas. Uno oye esos clichés juveniles de la edad del pavo, pero yo ya no era un pibe, así que sabía lo que tenía que hacer. También descubrí que era emocionante y placentero. Algunos dicen que la primera vez no se disfruta, pero yo sí lo disfruté. No le dije a ella que era virgen, pero si me preguntaba, le habría sido sincero. Conocí a mi esposa 18 meses después, en el trabajo. La reconocí de inmediato. Era realmente bella con grandes y hermosos ojos, de mirada angelical. No la invité a salir directamente, le pedí a un amigo que le hablara. Terminó haciendo de casamentero. Nuestra primera salida fue en mi cumpleaños n.º 40 y, 18 meses después, nos casamos. Ella era muy especial.
Fui muy afortunado en conocerla, me dio un completo e incondicional amor, algo poco frecuente y me siento afortunado por haberla tenido. Cuando le hablé de mi situación sexual, ella fue totalmente comprensiva y sin prejuicios, así que estuvo bien. Nuestra relación se basaba en un lazo emocional muy fuerte, nunca hubo una crítica de su parte, estaba tranquilo con ella. Estuvimos casados durante 17 años. Lamentablemente ella falleció hace casi tres años. Fue traumático. Siempre sentí que la conocí demasiado tarde y la perdí demasiado pronto; pero, por otro lado, no estoy seguro de que me haya encontrado atractivo si me hubiese conocido antes. Miro mi juventud con un cierto pesar. Es como si estuviese llorando por algo que no pasó. Siento que hay una pila de buenos recuerdos que no están a mi disposición o una serie de experiencias que no tuve. No sé lo que se siente estar enamorado de joven, no sé lo que es dar esos pasos en la vida con alguien de tu sexo opuesto. Ese empírico y divertido momento me deja con una cierta añoranza. Así que lo primero que le diría a alguien que se encuentra en una situación así es: no te lo tomes a la ligera.
Debemos pensar en intervenir si lo notamos. Cómo lo hacemos, estoy perplejo a decirlo, porque si alguien me hubiese preguntado al respecto, lo hubiera negado. Pero algunos estarán en condición de notarlo. Lo cierto es, que la gente como yo, como era yo, no van a estar en el radar de los demás. Tendemos a preocuparnos cuando los jóvenes hacen cosas aparentemente arriesgadas: consumo de drogas, crímenes de arma blanca, la pérdida temprana de la virginidad y ese tipo de cosas. Así que el hecho de no hacer algo no es motivo de preocupación.  Pero si conocés a alguien que nunca tuvo una novia o un novio, no hay que dar por sentado que así lo desean. Tratá de ayudarlos, no preguntándoles directamente «¿por qué nunca saliste con alguien?», sino dándoles ánimos y explicarles que todos dudamos a la hora de encarar a alguien. Está bien sentir nervios, pero también está bien tener el deseo de querer estar con alguien. Todos estos sentimientos son parte de lo humano, si lo reprimís, reprimís esa parte de una experiencia humana.
El 23 de abril, Alek Minassia inició un atropello masivo de camionetas en Toronto donde mató a diez personas. Él se identificaba con el ‘celibato involuntario’ o la subcultura *Incel. Los que integran esta comunidad virtual creen que jamás tendrán sexo y, a menudo, culpan a las mujeres de sus fracasos sexuales. La existencia de esta comunidad preocupaba a Joseph.
Una de las cosas que más me preocupa sobre la noticia del atropello en Toronto es que, las personas que todavía están buscando un amor, puede que se sientan estigmatizados y avergonzados. Puede perpetuar la idea de que la gente, que todavía no ha encontrado el amor, son socialmente complicados y, de algún modo, poco comunes. Sentí que era perfectamente normal, antes de conocer a mi esposa y después. No cambié. No hay nada fuera de lo común en mí. Hay mucha gente llena de amor buscando amor. Sería una pena si relacionáramos lo que sea que haya llevado al atacante de Toronto con la gente que busca satisfacer una necesidad humana. No hay derecho o expectativas a ser amado o encontrar un amor, pero buscar amor es aún un deseo válido en la vida. No tener pareja no es culpa de nadie, son sólo circunstancias.
*Incel, abreviatura de la expresión inglesa involuntary celibate, celibato involuntario, es una subcultura que se manifiesta como comunidades virtuales de personas que dicen ser incapaces de mantener relaciones sexuales con alguien. (N. de la T.) 
Artículo original de la BBC: 'I'm sad that I didn't have sex until I was 37'
1 note · View note