A veces tengo "recaídas", no en el sentido de una adicción (disculparán que no se me venga un mejor término) sino en el sentido que mejorar y sanar es un camino increíblemente enredado y a veces, en paralelo, veo dónde estuve. Y se vuelve difícil diferenciarlo de dónde estoy. Y entonces me da el arrebato de volver a dejar de comer, de volver a dejar de dormir. Dejar de hablar.
Sé que no soy la misma. Sé que no estoy en el mismo lugar. Pero es tan fácil olvidarlo. Y perderme.
Voy a comer. Y dormir. Y hablar con la gente porque no soy un ser despreciable no merecedor de algo tan mínimo.
Aunque nunca deje de ser difícil.
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«La cuestión de si el comportamiento ético está biológicamente determinado puede desdoblarse en los dos problemas siguientes: 1) ¿Está determinada por la naturaleza biológica del ser humano la capacidad para la ética —la tendencia a juzgar las acciones humanas como buenas o malas—; y 2) ¿están determinados biológicamente los sistemas o códigos de normas éticas aceptadas por los seres humanos? El primer interrogante es el más fundamental; plantea si la naturaleza biológica del ser humano es tal que éste se ve inclinado de necesidad a hacer juicios morales y aceptar valores éticos para identificar ciertas acciones como buenas o malas. Cualquier respuesta afirmativa a esta primera pregunta no determina indefectiblemente cuál será la correspondiente a la segunda. Con independencia de que la persona humana sea o no ética de necesidad, queda por determinar si los preceptos morales particulares están en verdad reglados por la naturaleza biológica de nuestra especie, o si son producto de la elección de la sociedad o el individuo. Aun cuando hubiéramos de concluir que las personas no pueden evitar tener pautas morales de conducta, cabría que la elección de las mismas fuera arbitraria. La necesidad de tener pautas morales nada nos dice acerca de cuáles serán dichas pautas, lo mismo que la capacidad para el lenguaje no determina qué idioma hablaremos.»
Franciso J. Ayala: La naturaleza inacabada. Editorial Salvat, pág. 292. Barcelona, 1994
TGO
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Acarició el cabello húmedo con dedos dulces, bañada por la luz perenne de la luna. Aún recordaba los tiempos en que las caras lunares eran tres, la sabia, la madura y la doncella. Los años pasaban, el poder de los Soberanos latía en las Gnoses de ciertos arcontes, sin embargo, los mortales seguían decantando en los pormenores de su propia mortalidad.
El rostro inmóvil de una niña morena descansaba sobre su regazo. Cross le acarició el pelo negro en los tonos más tiernos que era capaz de articular. Le recorrió la frente con los dedos. Los labios infantiles se amorataron con el frío. Estaba pálida, tan pálida como la luna misma, parecía una estatua de piedra moldeada a sus piernas.
Levantó los ojos solo cuando Alhaitham la encontró. No supo qué parte de su inmensa personalidad lo orilló a salir de la comodidad de su hogar para buscarla. Amor, miedo, preocupación… Supuso que respondían a la misma razón. Cross no sabía cantar, pero intentó tararear una cierta canción que cierto Arconte le enseñó años atrás.
—La encontré junto al río, fría y sola —dijo, los dedos hundiéndose en el cabello moreno de la chiquilla—. Se fue hace un rato ya, pero nunca terminé de entender qué hacer con las cascarones vacíos. Mis hermanas son más adeptas a los ritos de sepultura que yo. Pero… —miró a Alhaitham con ojos penitentes —. No quería abandonarle.
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El descenso de las suelas de sus botas sobre la complexión delicada de las hojas procuró ser empático con el tarareo de su canción. El Escriba no la interrumpió. Aguardando, pacientemente, por ese momento en el que fuese apropiado hincarse sobre una rodilla a su lado; aquel que le permitiese observar de cerca a la niña.. y brindar consuelo a la diosa.
—¿Es sepultura lo que quieres darle?— Otra vez, Alhaitham esperó, un extenso minuto o dos, antes de preguntarle. Quizás, a modo de cerciorarse.
Los brazos que tantas veces, con cariño, la habían rodeado, saliendo a su encuentro, en ese momento, a recaudar parte de la confianza que, sabía, ella en ellos había depositado. Para pedirle, sin uso excesivo o innecesario de palabras, como él a veces acostumbraba, que le permitiese ayudarla, separarla del cuerpo despojado de vida de la pequeña; cargarla, a no ser que la diosa misma le insistiera en hacerlo. —Lo primero es acercársela al Bimaristán..
Alhaitham no albergaba ningún tipo de falsas esperanzas. Si Cross había dicho que se había ido, la niña se había ido. Si había dicho que la había encontrado sola, no había nadie, entonces, que él se pudiera imaginar a los pies de profesionales y graduados de Amurta, pidiendo por ella. Lo que sugería era, simplemente, parte de un protocolo.
Ella podía pensar que el mundo mortal estaba plagado de esos.—Parece un sinsentido— Concordó él, después de un rato. —Pero sólo allí podrán prepararla para despedirla.. Quizás, averiguar qué fue lo que le pasó. Se supone que eso contribuya a su descanso..
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