A veces me sorprendo sonriendo ante tu mirada, a veces quisiera no entrar en razón cuando me hablas, a veces me descubro creyéndole a tu voz, a veces quisiera no haberme dado cuenta de que nada es cierto, volver a vendarme los ojos y que todo siga igual, a veces quisiera dejar de amarte en un instante con un chasquido de mis dedos, pero entre tantas razones, cuando te veo frente a mi quedo perplejo, y me insultan en la cara los motivos de sobra que poseo para desearte lejos.
A veces me repudio soñándote despierto, a veces suspiro y la conciencia me confronta, a veces quisiera seguir ignorando las cosas que ahora sé, a veces me hipnotizan todavía tus ojos almendrados, a veces caigo bajo los efectos de tu dulzura, a veces se me olvida que no es más que otra de tus tantas posturas.
A veces me atrapo pensándote y la memoria me reprocha lo que siempre olvido, me escupe el corazón si te dedico algún latido, todavía te quiero y me abofetea el orgullo si intento excusarte, a veces quisiera como a grafito borrarte, pero te sigo escribiendo, y cada letra es una aguja clavada en mi deseo inconstante de evitar extrañarte.
Todavía me alegra verte, aunque el diluvio por dentro me ahoga el alma, todavía tu remolino trae calma, todavía eres esa luz que me encandila y a la vez enciende mi tristeza, aún me estremezco buscando entre tanta frialdad algo de tu tibieza, mariposa luminosa que se posa con su nebulosa sobre mi llaga, quisiera que se extinga lo que siento, pero ni un mar de lamentos lo apaga.
Memoria Selectiva.
«En una foto tomada a finales de aquel viaje a Francia se nos puede ver en los Jardines de Luxemburgo. Mis hermanos y hermanas en fila india. Mi padre, bigotudo, vestido con una gabardina con forro de piel. Mi madre, al sonreír, enseña las perlas relucientes de los dientes, con los ojos almendrados bajo el tupé gris. Entre sus piernas, yo, delgaducha, esforzándome en ser fea, con el ceño y los morros fruncidos en esa mueca de enfado que cultivé hasta mí adolescencia, hasta que el destino, que siempre se reserva el peor golpe para los hijos ingratos, hizo de mí una huérfana con solo veinte años.»
CORAZÓN QUE RÍE, CORAZÓN QUE LLORA, Maryse Condé (Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 11 de febrero de 1937- 2 de abril 2024)
Me cansa el inglés y por eso escribo aferrada, maníacamente, en español. En este blog que no lee nadie.
Hola. No quise decir nadie. Tú sabes.
Respiro y anhelo el día en el que el Codelo logre entenderme. Me enojo sola, me frustro, doy vueltas por el cuarto maldiciendo en español, odio pensar y repensar mis dichos, odio traducirme, odio repetirme.
Pero luego acaba la tarde y se me aplaca la manía y me arrepiento de mis pensamientos. Desde el otro cuarto el Codelo me grita que vamos a cenar. Estoy listo, dice en español, estoy listo para salir.
Y se me ocurre que, en inglés, logro editarme, que la traducción simultánea es un filtro que no debería desdeñar. ¿No será que es el inglés lo que me ha salvado? En español ya le habría gritado desde las cinco de la mañana: ¡Pinche Codelo a ver a qué horas me vas a entender! En vez de eso, lo tengo aquí a mi lado mirándome con sus ojos almendrados, enormes, ojos de macaco tibetano, ojos de Xing Xing, mirándome mirándolo, y lo amo tanto, pinche Codelo lo amo tanto, y le digo que sí con la cabeza, sí amor, yo también estoy lista, Codelo, ya vámonos a cenar, y etcétera, y así.
Pese a los años que habían pasado desde entonces, en la piel de sus brazos aún podía percibir el familiar cosquilleo del viento y el roce de la corteza del árbol tras el que había intentado esconderse.
Aún podía rememorar cómo la voz de su padre había retumbado por el campo, interrumpiendo el silencio que tanto se habían esforzado en mantener. Desafortunadamente, el apresurado ritmo de su corazón en aquellos momentos también le había impedido comprender sus palabras.
Los segundos de silencio que lo prosiguieron le habían parecido eternos.
Y más cuando, a pesar de que el árbol ocupaba la mayor parte de su campo visual, era plenamente consciente de que la figura de su padre continuaba al otro lado.
La segunda vez que su padre había hablado, él había sido capaz de reconocer su nombre y había tragado saliva antes de reunir el valor suficiente para salir de detrás del árbol y caminar en su dirección.
Aunque la vegetación a sus pies jamás le había resultado tan interesante.
El pesado suspiro de su padre no se había hecho esperar.
(Estaba bastante seguro de que, si al tragar saliva no hubiese hecho tanto ruido, era muy probable que hubiese podido escuchar alguna que otra risa de los que proseguían escondidos).
Su padre le había reclamado que lo mirase a los ojos tras haber recorrido poco más de la mitad del trayecto. Él había tragado saliva antes de obedecer, aunque su atención se había visto atraída de inmediato por un destello a la altura de su pecho, aislado del que emitía la armadura de por sí.
El brillo, según había podido apreciar, provenía de una serie de ornamentos metálico acoplados en la superficie de una pequeña vaina de madera. Un pequeño pomo alargado sobresalía de uno de sus costados, con una capa de barniz tan brillante y suave que ni siquiera parecía del mismo material que la carcasa.
Apenas se había dado cuenta de que tenía la boca abierta hasta que su padre le había puesto una mano bajo el mentón y había juntado sus dientes.
—E-Esto... —Había alzado su rostro hasta encontrarse con los ojos almendrados de su padre—. ¿E-Es...?
Las comisuras de los labios del hombre se habían alzado.
Y, a continuación, había hincado una rodilla para quedar a su altura y extender la funda en su dirección.
—Ya es hora de que tengas una propia y dejes de destrozar las de madera. —Su padre había rodeado su fina muñeca con sus dedos y le había obligado a sujetar la vaina.
En cuanto su padre la había soltado, el peso le había obligado a utilizar ambas manos. Y, aun así, había necesitado apoyar la punta en el suelo para evitar que se le escapase de su agarre.
Había sentido sus mejillas enrojecer ante la sonora carcajada de su padre. Sus labios se habían presionado entre sí mientras se esforzaba para que el picor de sus ojos no fuese a más.
Una presión en su hombro le había obligado a alzar de nuevo su rostro hacia él.
—Adelante, pruébala. Sácala para acostumbrarte a ella.
Él había parpadeado antes de agachar su rostro de nuevo hacia la carcasa. Había retirado con lentitud una mano temblorosa de la vaina y la había apoyado sobre la empuñadura.
Sus dedos se habían presionado en las pequeñas hendiduras que podía percibir, prácticamente imperceptibles a simple vista, y se había sentido con la necesidad de inspirar hondo.
Con un simple tirón, el filo de la espada se había encontrado libre de la vaina. El retroceso en respuesta había hecho que su agarre sobre la empuñadura se aflojase, aunque los dedos callosos de su padre sobre los suyos habían evitado que la espada se le escapase por completo.
También le habían permitido captar con mayor exactitud cada uno de los detalles del mango, incluyendo una pequeña inscripción a un costado.
Su padre había sujetado su mano y había guiado su brazo en una estocada; un gesto demasiado familiar si no hubiese sido por el peso de la hoja. Y aquella sensación no había hecho más que empeorar cuando su padre le había soltado y había vuelto a apoyar el filo en el suelo.
Él no se había visto capaz de apartar sus ojos de la punta, cuya superficie reluciente había quedado enturbiada por el barro.
—Solo tienes que limpiarla. —La voz de su padre le había hecho sobresaltarse, aunque no lo suficiente como para alzar su rostro. Tampoco las manos que había depositado sobre sus hombros—. Te acostumbrarás a utilizarla con el tiempo. Confío en ti.
A continuación, se había puesto en pie y le había dado la espalda. Apenas había podido escuchar cómo sus pasos habían ido perdiendo fuerza; sus manos estaban presionadas con tanta fuerza en la empuñadura que sus nudillos se habían quedado blancos.
Y había intentado levantarla.
Hasta que lo había conseguido.
Y después había tratado de controlar sus movimientos con ella.
Hasta que lo había conseguido.
Después de todo, era un regalo de su padre.
Y la había llevado consigo incluso después de su muerte, aunque, con el tiempo, la empuñadura había quedado tan desgastada que había tenido que cambiarla por una de latón. No mucho tiempo después, había tenido que fundir la integridad de la hoja para asemejar sus dimensiones a las de los siglos posteriores.
Pero la había mantenido junto a él la mayor parte del tiempo.
Hasta el momento en el que había tenido que entregarla como herencia.
Cuando la poesía es tan espléndida mis huesos se retuercen en lo grotesco de mi más íntimo anhelo. Vomito restos de tu infantilismo que se acallan junto al silencio de una bizarra y tétrica noche fúnebre donde tú, hambriento de dulzura, hundes tus raíces en mi corazón, desolado, lúgubre como mis sueños.
Escupo las flores que bombeas dentro de mi boca, y dispersas vuelan como pequeñas polillas.
Cuando el solitario Hori se encuentra afiebrado noche tras noche, sus hostiles y sexuales sueños se combinan con la fría realidad alterada. Un corazón enfermo, un amor no correspondido y los suspiros húmedos que evocan miles de recuerdos; unas manos que le acarician la piel y una risa que le tranquiliza. Todas las noches se avasalla con su ex amante quien seduce su melancolía y le tiende la mano para conducir su nostalgia hacia un triste ensueño.
Entre el delirio de la fiebre y el agrio romanticismo, se pregunta entonces si es real o si se trata del espectro de su rechazada soledad.
ÚNICO
La pequeña aguja marca el primer número de dos dígitos y el débil y pálido cuerpo del enfermo comienza a sudar entre pétalos de rosas cuyo olor casi oxidado es indigno de ser su auténtica fragancia. Su cuerpo cae exhausto mientras los suaves pétalos vuelan por el impacto de su caída y se estacionan en el sudoroso rostro cuyos rasgados ojos tan tiernamente tristes posan su perdida mirada en el moho del techo que a veces forma figuras que toman la postura de las pesadillas que su inconsciente le recita en medio del descanso. Los párpados le pinchan y las gamas plateadas se interponen en su vista dejándolo casi ciego incluso si cierra los ojos para dar vuelta sobre los viejos pétalos que se impregnan sobre la ropa cargada de sudor; el calor le sube dejando una sensación tan fría en sus pies que le asusta, y cuando estos tiemblan él se enrosca entre las sábanas y se desprende lentamente de sus ropas. Hori en soledad es aún más peligroso que un diablo melancólico.
Su piel tan pálida como la leche arde en llamas bajo el tacto de sus gélidos dígitos que acarician su abdomen en busca de remover el sudor que se desliza en pequeñas gotas que parten su extenso viaje desde su frente húmeda para deslizarse por el ancho de su nariz para acariciarle los pomposos labios rosados, delicadas pero apuradas, el rocío de su hirviente sudor se desliza por su mandíbula y en el trayecto en lo largo de su elegante cuello sus clavículas dejan que el sudor descanse en éstas inundando su espacio para que cuando rebalse desciendan sensuales y diminutas por sus pectorales para fallecer en su abdomen. Sus refinadas manos de gentiles dedos que se lucen largos, elegantes y delgados, tocan su piel caliente para limpiarse el sudor que no deja de producirse por la alta fiebre. Ante su incomodidad suspira exhausto de cansancio y en desespero se deshace de su ropa inferior.
¡Cuánto añora sentir algo tan frío como eterno que se apoye sobre su piel! Y en un suspiro, el joven afiebrado recuerda la sensación de los fríos labios que alguna vez besó y que le han auxiliado en reiteradas ocasiones en las que le era difícil conciliar el sueño.
Mientras su mente divaga entre recuerdos desfigurados y sensaciones que han muerto pero que reviven cuando se llama a la fantasía, antes de que su fiebre suba por completo para entrar en un infinito delirio Hori se encamina a tratar de conciliar el sueño porque sabe perfectamente que si se halla de pie frente a su añorada fantasía entonces no existiría nada más que el trámite de tristes emociones que le enfermen peor de lo que ya está; porque desde la fecha en la que su amor se ha gastado que el pobre joven de corazón roto no hace otra cosa que suspirar flores que se deslizan sutilmente de sus rosados labios algo pálidos por la fiebre y repletos de sudor, la suavidad de los pétalos se fusiona impulsivamente con el agrio sabor de la sangre volviendo la poesía en una ópera de tortura. Sus hermosos ojos almendrados se cierran lentamente y el latir de su corazón va disminuyendo, el sudor en la piel aún se luce como una hermosa seda color leche y sus músculos se comienzan a relajar.
Entre la fiebre él romantiza el sonido de la gotera que pierde el grifo de la cocina y que se escucha algo lejos de la habitación, suena como un Feng Shui que irónicamente lo relaja ayudándole a descansar. A la lejanía se escuchan los autos que conducen con cuidado, el tren que se ubica a pocas manzanas de su hogar y que se oye mejor durante la temporada de invierno. La puerta de su casa se abre silenciosamente y deja el eco de un pequeño chirrido, el peculiar sonido de las llaves siendo colocadas en la pequeña mesita de madera a un lado de la entrada principal, luego se escucha un gemido masculino en medio de la acción de quitarse el calzado antes de entrar. El joven afiebrado se siente extrañamente familiar y con la queja apunto de desprenderse de su lengua entonces escucha:
—¡Estoy en casa!
Esa voz. La misma melodía que aún resuena entre las sábanas, la misma voz que calienta los costados de su cama cuando la melancolía se apega a su depresivo corazón. ¿Por qué se aparece entre las paredes de su casa y se hace escuchar como si aún fuera real? El corazón de Hori da un vuelco cuando oye esas palabras provenientes de aquella misteriosa y cálida voz. Una tranquila risa se escucha al lado de su oreja y su melodía melancólica resuena en su interior; una sonrisa que simpática le agita el corazón, y se ve tan dulce que el corazón se le acelera ingenuo, infantil. Preso del deseo Hori abre los ojos para mirar a su lado y encontrarse con el rostro que ha estado deseando ver desde hace ya una primavera. Su compañero no emite palabra, pero el oscuro en sus ojos le miran gentilmente esperando una respuesta; su preciosa risa tan sincera, las pocas palabras que de sus finos labios salen ahora juzgan la tristeza en los ojos de Hori que evoca el recuerdo de su primer encuentro con la persona que más ha amado en su casta vida.
—¿Por qué te ves tan cansado? —pregunta el hombre de rodillas a un costado de la cama, su aliento huele a chocolate caliente y en las manos que acarician el rostro afiebrado se impregnan notas de crema y vainilla—. ¿Por qué no avisaste que estás enfermo, Hori? Ahora debo cambiar el menú.
Dijo sonriendo. Su sugerencia no suena como un regaño usual, en su voz hay tranquilidad y aquello entra en dicotomía con los recuerdos casi invisibles que afloran en la memoria de Hori: un ex novio imprescindible, egocéntrico y más neurótico que lo estándar. Ahora tiene a su lado un hombre de manos gentiles y de sonrisa tan preciosa que le es similar al primer recuerdo que tuvo de él cuando se conocieron, se trataba de un joven esperanzado y un poco tímido, pero que luego comenzó a soltarse cada vez más hasta el punto en el que su sonrisa se apagó.
En un principio el introvertido Hori se había enamorado de la gentileza en los ojos de su compañero cada vez que este sonreía, no es como si tuviera una preferencia por cierto género, él ha de ser endulzado por la dedicación y profesionalismo de su mayor. Primero se enamoró verdaderamente de su cocina, y a medida que el tiempo pasaba su acercamiento creció cuando ambos cayeron en cuenta de que tenían infinitas cosas en común más allá de compartir el mismo nombre, tanto que Sawamoto creyó que estaba mirándose al espejo.
Un húmedo primer beso que se ha dado bajo una lluvia de verano donde las risas eran la música que persiguieron la bestialidad con la que la lluvia golpeaba la ciudad, la cercanía que creció de un momento al otro hasta estallar en pequeños fragmentos divididos en momentos impulsivos donde la intimidad era inefable porque carece de identidad. Lo compartían todo. Incluso el corazón de Hori tenía escrito el nombre de su compañero, ¡Hasta su alma le pertenecía, y lo admitió bajo el ocaso donde los rayos dorados del sol bañaron la arena de la playa donde ellos se habían escapado! Cuando Hori creyó haberse hallado en su mejor momento entonces la felicidad que lo rodeó había comenzado a caer tempranamente como meteoritos que dejan restos de cenizas que como lluvia lo queman todo al pasar. Momentos de convivencia, noches que se han desvelado y el insomnio que les acompañaba a los jóvenes amantes pasaron a ser memorias que sólo viven desde que Hori se ha enfermado tras su rechazo inesperado han de ser la secuencia de una monotonía que los ha distanciado lentamente; las paredes oliva de su habitación ahora están apagadas y decoradas de humedad, su gélida cama rechina cuando su cuerpo descansa sobre ella. Y vomita suave pétalos con sabor a lágrimas.
Desde que ha enfermado que anhela el auxilio de su primer y único amor, y ahora que lo divisa frente a sus ojos se siente extrañamente inquieto.
Sawamoto había dejado una hostil impresión en el acongojado Hori, y las veces que ambos tenían que verse en el trabajo eran suficientes como para alimentar la intriga en el enamorado de corazón roto.
Pero ahora, Hori se encuentra con la suavidad en su ex amante, y extrañado le mira aquél par de ojos tan oscuros como el vacío que hoy se hacen ver curiosamente perturbador. Pero no sólo aquello era extraño, todo en Sawamoto se luce distinto; desde sus brazos tonificados hasta la tela del pantalón que aprieta sus muslos, sus manos de piel morena al hallarse desnudas así se lucen elegantes, renovadas, como la expresión en su rostro. No hay ojeras que oscurezcan su figura, o un peinado desprolijo que lo haga ver apagado, solamente hay algo que no termina de cerrarle exactamente.
Pero la incertidumbre es diminuta si ha de compararse con la ansia de revivir el placer.
—Si no dices nada entonces deja que te prepare la cena por mi cuenta —se responde a sí mismo tras un breve intervalo. Cuando se pone de pie se sacude el polvo en sus rodillas y al darse la media vuelta para marcharse como un fantasma de la habitación, Hori le toma débilmente de la mano para detenerlo.
En su rostro sudoroso yace una expresión de abundante preocupación con ligeros rasgos de tristeza, sus ojos almendrados estaban entrecerrados y ligeramente colorados no sólo por la fiebre sino por culpa del llanto.
—Por favor quedate conmi-...—la petición no sale completamente de sus labios cuando siente el cálido cuerpo de su ex amante rodeando su cuerpo en un abrazo.
Los brazos rodean su cuello con un peso suave apoyándose a su lado sobre el colchón de pétalos que volaron nuevamente tras el impacto.
Siente un beso húmedo y profundo haciendo que Hori abandone su estado de confusión. Su delirante cerebro se quema lentamente cuando siente el par de manos suaves y vivas que acarician su cintura, no recuerda la última vez que su cuerpo reaccionó así, ante la suave caricia Hori suspira entre medio de los besos e iluso sonríe cuando mira aquél par de ojos negros que entrecerrados reflejan la lujuria que se ha escondido desde un primer momento. Los labios de Sawamoto se humedecen bajo el sudor del cuerpo de Hori acunando el rostro en su cuello. Mientras, desliza sus manos dentro de las ropas de su compañero quien se muestra extrañamente dócil pese a su carácter dominante e irascible, aunque le debería intrigar se siente anexado con la excitación, y sonrojado peina sus húmedos cabellos desprolijos para mirar a su compañero quien sonríe debajo suyo, permisivo, se vuelven íntimos cómplices bajo la luz de la luna llena que se trasluce a través del ventanal.
—Te extraño con locura —recita Hori entre el íntimo momento, y la única respuesta que recibe es una tenue sonrisa por parte de Sawamoto.
DOS
No recuerda la última vez que durmió tan bien. Ni siquiera recuerda cómo terminó anoche, o si siquiera pudo limpiar bien su cuerpo. Cuando se despertó a la mañana siguiente, su cuerpo se sentía muy agotado como si toda la energía que estuvo adquiriendo se hubiese gastado por completo. Aunque ilusionado, se sentía contento; le basta con recordar la tranquilidad en la voz de Sawamoto, sus besos como así también el volumen alto de su voz que celestial se ha escuchado. El vacío en la cama aún existe tras su espalda, no había rastro de la silueta de Sawamoto, ni tampoco de las sábanas cubiertas de sudor ni mucho menos de los pétalos que suaves ha expulsado. Hori supuso vagamente que su compañero le había ayudado a ordenar su departamento (el cual solía ser compartido por ambos), por lo que se vistió rápido y torpe con las prendas de vestir que descansaban sobre el suelo para así levantarse de la cama. Aseguró que fuera de su habitación se encontraría un ligero orden, tal vez la comida preparada que Sawamoto le había prometido esa misma noche, pero al salir del dormitorio parece que no era así, no había rastro de cierto orden, ni la comida preparada, tampoco habían pistas de sus pertenencias, ni siquiera habían huellas en la alfombra.
Quizá él tenía alguna emergencia, pensó incrédulo. Y relajado se dirige hacia la puerta principal para chequear si afuera de la susodicha había algún regalo del joven antes de dejarlo a solas en el departamento. Con el corazón agitado toma el picaporte y tras abrir la puerta se enfrenta sorpresivamente con el rostro asustado de su vecino de piso y también compañero de trabajo, Sota.
—¡Oh, me has asustado! —dice el jovencito con una graciosa expresión en el rostro—. Vine a traerte algo de comida porque no veo que salgas, me preocupa verte mal, sabes, los chicos han preguntado por tí.
Dice su compañero, extendiendo una pequeña bolsa con una botella de energizante y una pequeña vianda dentro de ella. Hori la toma entre sus temblorosas manos agradeciéndole confundido.
—¿Sawa no les ha dicho nada? —pregunta extrañado.
Los labios de Sota forman una expresión confusa, frunce la nariz y el entrecejo al mismo tiempo mientras forma un puchero con la boca.
—¿Ustedes siguen en contacto? —pregunta con ingenuidad en su voz—. Tenía entendido que ustedes dos ya no eran cercanos.
Ahora mismo se encontraba incluso mucho más confundido que antes, evadiendo la conversación decide dejar que la pregunta flote en el aire, no obstante antes de cerrarle la puerta en la cara una pregunta fugaz pasa por su mente.
—Sota...
—¿Hm?
—¿De casualidad tú pasaste la noche en casa? No he escuchado tus movimientos nocturnos, ni tus pasos al bailar —sonríe para sostener la mentira en aquella pregunta.
El jovencito sonríe gentilmente y niega con la cabeza, Hori suspira relajado.
—He pasado la noche con Taiki y Sawa, luego ellos siguieron con su camino cuando volví a casa para descansar aunque estoy muy agradecido...
El mundo entero de Hori se ha pausado desde el momento en el que su compañero comenzó a relatar la anécdota entre risas, su voz se pierde en los pensamientos demenciales que con dolor comienzan a pasarle por encima con brutalidad. No era la respuesta que esperaba oír, de hecho, estaba lejos de toda posibilidad aunque ahora se halla paralizado sin mover tan sólo un músculo mirando fijamente a su compañero mientras él sigue relatando su anécdota. Hori jamás imaginó que su cuerpo sería capaz de producir sudor tan gélido que comenzó a temblar en ese momento, asimismo, cuando Sota se encontró con el silencio del más alto, preocupado, pone una mano sobre su hombro.
—Oye, ¿Está todo bien? —pregunta suavemente, y Hori aún sin poder pestañear dirige su mirada a los ojos adversos, quien espantado ante semejante fría tétrica expresión da un paso atrás—. Te ves pálido...
—No, yo...estoy bien —trata de sonreír, disimulando el terror que ha comenzado a susurrarle detrás de su nuca.
Sota lo mira preocupado y elevando las cejas intenta relajar un poco la situación.
—¿Lo dices por lo de la madrugada? —pregunta, intentando hacerle burla a su compañero—, ¡No te preocupes! Te he dicho mil veces que no debes preocuparte por mí cuando tú tienes visitas.
El cuerpo entero de Hori se puso rígido en el momento, temeroso dedujo hacia dónde iban sus pensamientos. Si Sota, quien vive al lado de su departamento, ha escuchado todo aquello que sucedió la noche anterior entonces nada de lo sucedido fue mentira, pero, sus pensamientos vuelven a entrar en confusión cuando recuerda haber escuchado de la misma boca de su compañero decir que Sawamoto siguió ensayando la noche entera.
—Lamento no haberte avisado de antemano —apagado, Hori finaliza la conversación alejándose temeroso del umbral de la puerta y sin despedirse avienta con fuerza la puerta cerrando la susodicha frente al rostro de su compañero.
¡Claro que no fue parte de su alucinación! Si bien la casa aún seguía desordenada y no había rastros de comida preparada su vecino escuchó todo la misma noche, aquello justificaba el cansancio en su cuerpo y el dolor en su espalda baja, las marcas de amor que subyacen sobre su opaca y pálida piel siguen intactas. Frente al espejo su rostro enfermo le devuelve una irreconocible expresión de miedo, sus ojeras se resaltan en contraste con la piel de color semejante a la de un muerto, las pecas que decoran su rostro eran más oscuras de lo usual, y en sus labios resecos aún habían marcas de mordeduras. Aún así, Hori desea con sus fuerzas que todo fuera parte de su alucinación ya que lo acontecido carece de sentido, prometió frente a su desesperado reflejo relajarse en lo que resta del día, empero su mente quedó atrapada en la ilusión que no debería haber sido real.
Otra vez la triste imagen del espejo comienza a desfigurarse cada vez más, la vacía habitación que alguna vez fue alegre y ruidosa ahora era tristemente solitaria, sus luces bajas le daban un aspecto abandonado en conjunto con el desorden ilegible que ni siquiera Hori podía reconocer. Las náuseas ilimitadas vuelven a florecer en la boca de su estómago y un viscoso aleteo golpea sus órganos. En desespero, Hori se lleva ambas manos hacia la boca para retener aquello que comienza a revolotear dentro de su cavidad bucal y que lentamente se llena dentro de la susodicha, entre sus dedos los labios comienzan a entreabrirse y de aquellos se asoman unas pequeñas patitas que luchan por escapar entre la jaula que forman sus elegantes y largos dedos, luego le sigue una amarronada ala que se desprende del interior de su boca hacia el exterior y que aún sigue luchando con un movimiento desesperado, frenético, escapa de sus manos y de su boca una oscura polilla cubierta de la viscosa bilis cual no le permite aletear provocando que lentamente se arrastre por el piso dejando un ensangrentado camino en ella.
Y visualizar eso no provocó otra sensación en Hori que no sea la de querer vomitar, volviendo a sentir como los pétalos de su interior se deslizan por su boca como también por sus fosas nasales volviendolo loco, desesperado por querer volver a ser normal, sintiéndose un esclavo de su propia locura la fiebre amenaza con volver, y entre pétalos vuelve a caer.
TRES
Sus apariciones no han dejado de cesar, en la psiquis extraviada del hombre enfermo las visitas del espectro de su amante se vuelven un carácter de su vida normal. En su quinto día estando enfermo Hori ha tenido un sueño que ha permanecido junto a él durante toda la noche, en aquél sueño su cuerpo flotaba entre un lecho de rosas carmesí cuyas espinas le rozan la espalda, sus espinas eran caricias que maternaban el llanto que comienza a surgir cuando se da cuenta que entre el vacío e inmensidad de incontables rosas él está en absoluta soledad. Y cuando cae en cuenta de aquél hecho, desesperado, busca llamar la atención, sin embargo por más que se desesperara tanto por ser salvado su cuerpo comienza a hundirse más y más en la profundidad del infinito abismo de líquido denso; su cuerpo comienza a caer entre las espinas encrucijadas que incluso en ese instante siguen sin pinchar su piel. Y en el instante en el que absorto, lúcido, cree que morirá entre los tallos interminables del sufrimiento una mano se sumerge y le acaricia delicadamente el rostro.
Se despierta exaltado tomando una gran bocanada de aire para recuperar todo lo que creyó haber perdido en el onírico escenario, a su lado está Sawamoto cuya expresión preocupada se asemeja a los recuerdos de los tiernos primeros momentos con el chico donde el susodicho era ingenuamente atento con él.
—Hori, estás sudando —dice Sawamoto a sus espaldas y coloca una mano sobre su camisa empapada de sudor—. No esperes sentirte bien si te dejas las ropas así de húmedas.
Sugiere con el característico tono de voz cálido que Hori recuerda hasta en sus momentos más febriles. Dejado, pasivo, se recuesta sobre la cama mientras deja que el hombre cuyos suspiros se adueña comienza a desabotonar su húmeda camisa: aquellos finos dedos que acariciaban sutilmente los botones despojandolos de la apertura son el deseo encarnado de un hombre necesitado de amor, vagamente Hori sube la mirada hacia el rostro sonriente de Sawamoto para analizarlo perfectamente, quizás con amor, o tal vez con una secreta y cínica intención detrás de sus rasgados y tranquilos ojos.
El joven afiebrado aún está en sus cabales, lo suficiente como para ser consciente del posible terror que podría generarle esta situación si estuviera en su pleno estado de salud, pero, ahora anhelaba ser amado, llenado y besado ¡Por lo que sea!, por el Sawamoto de verdad, o por la criatura que se halla sentada encima de su pelvis la cual está terminando de desnudar su húmedo cuerpo cubierto del sudor de la pesadilla provocada por la fiebre.
Ansioso por ser acariciado en este pálido escenario sus dedos se deslizan a través de los fuertes brazos del hombre acariciando lentamente los susodichos, bajo sus dígitos su piel morena carga con una tangible característica: la suavidad sobre su tez que al ser acariciada le provocan cosquillas. Sawamoto se acomoda sobre el cuerpo del joven de mirada abrumadora, le toma gentilmente la mano para conducirla encima de su cabeza. Aprisionado, un poco desesperado, Hori lo mira rendido con su lento parpadeo y de sus hermosos lunares se cubren gotitas de sudor que son limpiadas por los labios de Sawamoto que remueven el sudor con pequeños besos por su rostro que se conducen desesperados hacia su cuello, a gusto Hori ronronea de placer acariciando los cabellos de su antigüo amante, sintiéndose que en segundos se volvería loco por sentir la realidad de los gélidos labios que se hacen brasas sobre su piel de lava.
Sus pieles se pegan desesperadas y se reencuentran tras su último contacto el cual Hori recuerda con claridad, distinto a la primera vez que se han visto entre el lecho de pétalos y el aroma a sudor. Las manos de la viva imagen del tormento acarician la cintura que perfecta se delinea con su color oliva, su tamaño es justa para ser tomada por las manos de su amante que entre besos mojados y suspiros hirvientes besa apasionado cada parte de su ser y cada rincón de su alma llenándola del amor que Hori tanto anhelaba.
Sus largas piernas rozan la ancha espalda del varón que se desenvuelve cual diente de león que parece estar a punto de desvanecerse ante la brisa más ligera, sus rasgados ojos observan la expresión de placer que a riendas de la luz de la luna se observa tan expresiva que le dan ganas de devorarlo en vida, pero no es más que un intento de realización de deseo, o eso es lo que Hori cree si es que se halla en su estado más consciente.
Y la idea de sentir que podría estallar de excitación no hace otra cosa mejor que hacerle sollozar en medio de la oscuridad y del brillante en los ojos de Sawamoto. Hori exhala su tristeza contenida llevándose la mano en la boca para contener su llanto, pero sus lágrimas brotan como el cerezo en primavera de sus ojos, y su rostro no sólo está empapado del sudor de la fiebre sino también del salado de sus lágrimas. No obstante siente sus mejillas ser acariciadas por el dorso de la mano del gentil Sawamoto, aleja la mano del chico de su boca y deposita un lento camino de pausados y tranquilos besos desde la punta de sus dedos hasta su hombro desnudo, luego deja otro sobre la comisura de sus labios y dice:
—Es hora de que llores tan fuerte hasta que le des misericordia a la luna —sonríe y continúa —, ella te verá tan vulnerable que te mecerá en sus pálidos brazos.
—Pero, no puedo hacerlo —contestó Hori sintiendo la angustia crecer cada vez más.
—¿Qué es lo que te abstiene tanto a querer mejorar?
Pregunta, y las dudas se plantan como pequeñas semillitas que si las riegas con lágrimas entonces crecerán hermosas flores.
—Son las raíces que me envuelven los pulmones y no me dejan respirar —dice cansado—. Me duelen tanto que ni siquiera puedo llorar.
Cuando Sawamoto sonríe tan gentil, como respuesta, sus rasgados ojos se cierran hasta no poder ver el desesperado y melancólico rostro de Hori. El hombre contesta:
—Yo puedo extirpar esas raíces si me permites.
—¿Y cómo? —Hori pregunta exasperado.
En su defecto, Sawamoto sonríe tiernamente dejando que el adverso repose su cuerpo completamente sobre el colchón de sábanas blancas que anteriormente estaban sumergidas en sudor. Las amables manos de Sawamoto acarician la suavidad en su rostro, con ternura y empatía en su mirada le observan detalladamente hasta llegar a sus labios que con el pulgar presiona ligeramente el labio inferior del chico quien acata la orden pasivamente. Como la suavidad de dos gajos del más amargo cítrico sus labios se abren al merced de su dominancia que entretenida busca curarle el mal en su alma, y con sus dedos acaricia el paladar que áspero es su sentir bajo la yema de sus dedos, con el filo de las uñas cosquillea su interior pareciendo que ansía por tener su permiso para poder entrar en él como la totalidad que tanto cree que le falta. Luego acaricia su lengua con afabilidad y su viscosidad hace que sus dedos se deslicen aún más cerca de su rojiza garganta que enferma se le ve asomados los primeros pétalos que comienzan a brotar desde el profundo de su interior; el primer pétalo es tan suave que su rostro se muestra con una expresión de sorpresa, y lo toma entre sus manos cual madre que mece con ternura a un recién nacido.
En la desesperación de querer ser despojado de las raíces de un amor que le ha dañado al punto de provocar fiebre, Hori evoca un pensamiento de si el insomnio sufrido era una fría realidad o si seguía inducido en un extraño sueño donde el amante que más amó en su casta vida se encontraba ahora mismo sentado sobre sus caderas inspeccionando su cavidad bucal como si fuera un cofre de abundantes y brillantes tesoros encontrándose con quién sabe cuántos pétalos que brotan desde lo interno de su cuerpo cuales lágrimas que Hori ha llorado todo este tiempo por él. Siente un poco de conmiseración por él, por la situación, si ésto fuera real entonces qué sentido tendría demostrar ser tan seriamente fuerte cuando el hombre que lo ha alejado ahora ve su lado más patéticamente frágil.
No supo si fue por el reflejo de sentir los finos dedos de Sawamoto acariciarle la garganta, o si es por la oleada de sentimientos que golpean su desnudo y febril cuerpo como si de la melancólica marea se tratase, siente la necesidad de volver a llorar como si estuviera reelaborando su primer vivencia de dolor.
Uno, diez, cincuenta, los pétalos de diversos colores tenues y apagados se vuelven incontables para su psique que confusa sigue divagando en un eterno viaje entre la realidad y la fantasía, sufriendo por el dolor que siente en sus pulmones aleja el cuerpo de Sawamoto bruscamente, y con vergüenza en su hermosa mirada almendrada de lágrimas que brotan con rencor él le pide que por favor se aleje porque el mero escenario le provoca vergüenza, y en vista a espaldas del varón que entiende su petición y procede a cumplirla, Hori comienza a toser dejando un lecho de flores como si fuera parte de un ensueño.
Ensueño, ensueño adorado. Como una utopía, como el campo de flores con el que ha soñado desde que era un niño. Levantándose débilmente de la cama camina con lentitud hacia la puerta pensando en que es la primera vez en estos días que los pétalos brotan caóticamente de su boca cuando usualmente eran solo un par. Echa un vistazo por encima de su hombro antes de abandonar la habitación para dirigirse hacia el baño, y todo estaba exactamente como lo había dejado: las pálidas sábanas desprolijas que caen dramáticamente de su cama, la incontable cantidad de flores, tallos y pétalos que abunda sobre el suelo formando un caminito hacia la puerta, y Sawamoto. El hombre aún sigue en la misma posición firme, su rostro permanece imparcial, un poco lúgubre para el gusto de Hori, y sin entender por qué, cuando detiene su mirada sobre él siente que su observar es melancólico, como si fuera una despedida de la cuál tanto le ha costado pronunciar.
—Gracias por ayudarme —dice lentamente, pero no recibe respuesta alguna.
Él se mantiene en ese perfil, tan extraño que hasta el último momento le confunde, aún sigue intacto con las mismas prendas de vestir que como Hori recuerda; su conjunto cómodo y de color oscuro que usualmente suele vestir cuando entrenan juntos. Lo que más extraño le resulta de esta situación es que el joven parece estar congelado, quizás se sienta decepcionado porque no lo dejó ayudar, es lo que piensa Hori, y como si todo fuera a la par del orden de este último bizarro escenario el muchacho siente el corazón acongojado como si aún quisiera vivir con él dentro de estas cuatro paredes de suelo floreado.
Dando su primer paso hacia la sala de estar entonces siente que todo lo sucedido ha sido sellado bajo una dramática escena donde sus náuseas vuelven a surgir, y vomita flores que le quiebran las paredes de su esófago, expulsa quién sabe cuántos sentimientos que ha de acumular y que les acompaña el salado en sus gélidas lágrimas que dejan marcas sobre el sudor de su rostro.
Vestigios de su primer amor se plasman sobre las flores que salen de su boca. Y cuando la memoria inviste hacia su parcial descanso, a pocos metros de la habitación, lentamente se acomoda contra la pared deslizándose hacia el cálido suelo dejando que su cuerpo descanse en él, agitado, suspira de dolor y entre un par de lentos parpadeos observa como los rayos del sol comienzan a filtrarse a través de su ventana, y, entre flores y lágrimas su noche por fin culmina junto a la fiebre del mal de amor cayendo finalmente dormido después de cinco días.
Y sin saber si los hechos han formado parte de la ilusión en su roto corazón, Hori por fin siente que está descansando después de una larga pesadilla.
🩶 dedicado a mi amiguita personal coni !!! te quiero mxo y espero que te haya gustado (っ˘з(˘⌣˘ )
La conjunción de nuestras almas fue prevista por el destino incluso antes de coincidir en el camino.
Quizá en una primavera eterna o en un anaranjado otoño del génesis nos conocimos y desde dicho instante el ser que cuida de nosotros sabría que estaríamos unidos en este destino.
Fueron tus manos las que encontraron a las mías, o tal vez fue tu corazón soñador cargado de sueños y amor el cual avistó a mi ser para amarlo con dulzura y con frenesí cada día.
Desde el primer momento juntos hasta este presente el cual nos acoge con la ternura de nuestro amor he logrado experimentar en plenitud el dichoso significado de la palabra “amor”, el cual no vive únicamente en los versos.
Permanece en los besos y en los momentos, perdura a través de los pequeños gestos, en el buen consejo, en el aprecio constante y en las cálidas sonrisas que nos acompañan en cada instante.
Siento que el amor se renueva por cada día que pasamos juntos, me enamora más, me encanta más, me envuelve cada día en su esencia la cual siempre amaré respirar.
Se ha convertido en mi guía, en la estrella que ilumina cada día de mi vida guiándome por esta senda en la cual he conocido que el amor verdadero perdura, que no mengua de noche ni de día, que se mantiene firme por cada día de nuestras vidas.
Es la inspiración de mi vida, por cada segundo en que mis ojos la admiran encuentro un nuevo motivo y una surgente razón por la cual continuar persiguiendo mis metas cada día, por seguir recolectando piezas para cumplir nuestros más anhelados sueños los cuales anhelamos hacer realidad en esta vida.
Esta vida fue la que me dio tanto tristezas como alegrías, más finalmente los años buenos han llegado, años en los cuales he hallado y continúo hallando contentamiento, se regocija mi alma porque ya no estoy solo, la soledad renuncio a seguir custodiándome puesto que, en una luna llena y velada cubierta por las estrellas, fueron unos ojos almendrados y unas manos que llevaban consigo la promesa del mañana las cuales me acogieron para permanecer a mi lado siempre.
Fue desde ese preciso instante que la vida cambió, mi alma que no era soñadora ahora soñaba con cada día observar un nuevo amanecer, y mi corazón que permanecía dormido despertó ante el amor que surgió por usted en mi ser.
Mi amor es algo complejo de explicar porque lo siento tan vivo en mí que es mi aliento de vida, habita tantos meses en mi corazón que se ha convertido en mi impulsor a crear letras de amor tan solo para usted. Es angelado, porque amo a un ángel que llego a morar a mi lado, es único, porque permanece espolvoreado por la esencia de un sol acompañado de margaritas, lirios y tardes de verano.
El amor solía ser un sentimiento lejano, un tanto mundano el cual dudaba experimentar en esta vida con tanta sinceridad y conocerlo en sincera amplitud, me cuestionaba si aquello también había nacido para mí, me preguntaba si en algún punto la vida y el destino se unirían para hacerme sonreír, dubitativo me encontraba en cientos de madrugadas sollozando e incluso lagrimeando un tanto porque no quería vivir esta vida en soledad, detestaba la idea, quería obsequiarle de mi vida, de mis tiempos y destiempos, de mis noches, tardes y mañanas, de mi amor, de mis sueños y alegrías a quien fuese mi compañera de vida.
Y usted, es más que eso, amada mía.
No es únicamente mi compañera de vida quien permanece contagiándome de sonrisas, de consejo y de cariño cada que cae la brisa, no es solo mi novia quien me besa con tanto amor que siento que la vida no podría ser mejor. Es el amor de mi vida, es mi buen amor por el cual espere por tantos años, es el motivo por el cual mi corazón late inquieto y la razón que me motivo a seguir cada día siendo mejor, no solo por mí, sino también por usted.
La pienso con tanta ternura con la cual se piensa a un atardecer frente al mar, te pienso cuando observó la luz del alba colarse por mi ventanal, te pienso cuando junto a las flores de mi jardín moran mariposas, luciérnagas o la luz de la estrellas, te pienso en mis horas bajas y en las horas buenas. Simplemente te pienso mucho, incansablemente, porque por ti es que mi corazón sueña.
Se han cumplido once meses preciosos junto a su alma, onces meses en los cuales hemos pintado nuestro cielo con las tonalidades del mar y de la primavera, once meses con los cuales nuestro amor se ha intensificado entre diversos actos de amor, algunos en los cuales perdura la inocencia como otros en los cuales la pasión cubre todo.
Vida tras vida quiero amarla, no solo para tenerla a mi lado o compartirle de lo mío, en cada vida quiero mostrarle el sinfín de motivos por los cuales su ser, usted, merece ser amada con tanta devoción, ternura y sinceridad. Siento que una sola vida no me bastará para brindarle de los besos, del cariño, del amor y de los versos esparcidos de “Te amo” que deseo brindarle.
Aquella salida en la cual permanecíamos sentados frente a frente, sonrientes mientras que compartíamos miradas hablando de todo un poco, entre silenciosos y pequeños copos de diente de león, todo ello me hizo confirmar que era usted a quién estuve esperando toda esta vida. Lo sabía, mi corazón me lo decía y en mis pensamientos únicamente permanecía resonando la dulzura de su nombre.
En algún sueño me la imagine, en algún momento del pasado en mi memoria las facciones de su rostro se dibujaron y al verla, con solo observarla y tratarla, la certeza me inundó.
Mi amor, su caballero del otoño que lleva consigo la esencia del mar y de las hojas de la estación relacionada con mi nombradía, la ama infinitamente e incluso más de lo que puedo expresarle a través de esta carta conmemorativa por nuestro onceavo cumple-mes.
Que el sol siga cubriéndonos con su manto cálido de alegría y que las noches donde la luz de la luna prevalece continúen atestiguando la dulzura de nuestro amor por mucho tiempo más.
La amo incansablemente, la amo en demasía, amor mío.
opinion controversial pero el almendrado es el helado superior. ojo no es el más rico de sabor, maybe, pero es el más satisfactorio de comer. ningún helado, por más rico que sea, por más que sean mis sabores favorito de mí heladería favorita, me deja tan contento como comerme un buen almendrado. ni siquiera tiene que ser un almendrado excelente! un buen almendrado de una heladería decente es todo lo que necesito. así de simple.
Victor fue el primero en verla. Estaba sentada en un escalón de piedra, completamente inmóvil, con las manos posadas en el regazo. Miraba al frente con expresión vacía, sin ver nada, y a su alrededor, a un lado y otro de la callejuela, la gente iba y venía corriendo con cubos de agua que arrojaba por las ventanas al interior de la cafetería incendiada. Todo aquello en medio de los gritos, las llamas, los cubos de agua y la polvareda. La chiquilla que aún seguía sentada en silencio en aquella piedra, mirando fijamente hacia adelante, seguía sin moverse. Le caía sangre por el lado izquierdo de su cara.
– La de cosas que se hacen hoy en día para no ir a trabajar. — el humor de Victor era peor que el de Daniel Saavedra, aún así la gente en la oficina acababa riéndose. Seguramente por su falta de gracia. Lorena decidió ignorar sus palabras, aún estaba tratando de asimilar lo que acababa de suceder.
Le vio sentarse a su lado, sacó del bolsillo del pantalón un pañuelo blanco y, con cuidado, fue retirando la sangre que comenzaba a alcanzar la zona de la mejilla.
– ¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido?. – su voz denotaba preocupación. Estaba a expensas de saber una respuesta que no se dio cuenta que alcanzó la pequeña brecha en la frente de Lorena. Ella sintió que le abrasaba.
– ¡Aaaaauch! - puso énfasis en cada vocal. Lorena miró los ojos almendrados de Víctor en un intento de asesinato imaginario, más que nada porque su cuerpo parecía no reaccionar de la misma manera…todavía.
– Vaya, pero si sabes hablar.
– ¿Te puedes creer que aún haya sitios en los que no se puede pagar con tarjeta? Bueno… había.
Victor miró la cafetería durante unos segundos, el fuego gracias al esfuerzo de las personas vecinas, había aminorado. ¿Dónde estaban los bomberos cuando más lo necesitaban? Ni siquiera podían escuchar las sirenas avecinarse a lo lejos.
– Por eso siempre llevo suelto encima. – dijo tocándose la billetera por encima de la tela de los pantalones.
– No lo hagas, eso podría salvarte la vida aunque parezca irónico. –ya estaba empezando a sentir el dolor por las magulladuras en el cuerpo.
– ¿A qué te refieres?
– María.
— ¿Qué pasa con María ? – Víctor hizo un barrido con la mirada a su alrededor.
– Estábamos aquí desayunando, me estaba contando más detalles del extraño sueño que había tenido ayer por la noche. Aún sigo sin entenderlo muy bien. Justo íbamos a pagar la cuenta pero… – Lorena se quedó callada.
Víctor empezó a ponerse nervioso, la pierna derecha se le movía de arriba abajo como si estuviera a punto de echar a volar. Su cabeza estaba imaginando lo peor.
– ¿Dónde… está María? – se atrevió a decir.
– Fue a buscar un cajero porque ninguna de las dos teníamos suelto. – el suspiro de Victor fue tan profundo que parecía haberse quitado años de vida. – La he dejado de ver al cruzar la esquina y ahí ha sido cuando todo ha empezado a dar vueltas. Algo ha explotado en la cocina y de la propia explosión ha acabado propagándose por las cortinas del salón. La gente se asustó muchísimo, aunque me parece normal. Lo único que han salido corriendo y han formado una avalancha. He visto a gente ser pisoteada.
–¿Por qué no has ido dónde están las ambulancias?
– Yo estoy bien, hay quienes están peor, mucho peor. Algunos les ha alcanzado alguna llama… no puedo permitir que me estén curando a mí cuando otros lo necesitan.
– Entonces estás tardando en ir a trabajar. – Víctor miró el reloj bañado en plata de la muñeca izquierda, ya eran las nueve y media.
Lorena, incrédula, rodó los ojos. Cada minuto que pasaba le dolía aún más el cuerpo ¿Y Víctor quería que fuera a trabajar después de todo?
– ¿Puedes levantarte, 𝐶𝑎𝑚𝑝𝑎𝑛𝑖𝑙𝑙𝑎?
– Si crees que aún voy a ir a trabajar, vas listo. Espera, ¿Cómo que 𝐶𝑎𝑚𝑝𝑎𝑛𝑖𝑙𝑙𝑎?
– Te pareces a ella. – Víctor se echó a reír mientras se incorporaba. Una muy buena idea para evitar que le diera Lorena un puñetazo. – Déjame llevarte al hospital, por mucho que digas que estás bien, se nota que no lo estás.
La joven aceptó la propuesta con resignación. Desde el principio, habría preferido que fuera Daniel quien la viera de esa manera, pero Víctor no le había dado la espalda. Unos gritos angustiados se abrían paso entre la multitud. A pesar de su estatura de apenas un metro sesenta, María sorteaba a la gente con determinación, sosteniendo la billetera en la mano que no le había dado tiempo a guardar. Se había enterado de lo ocurrido por una pareja que iba en dirección contraria y por instinto había echado a correr en busca de Lorena. Víctor tomó la voz cantante para apaciguar a la joven que parecía estar a punto de llorar, le explicó la situación y ordenó que fuera directamente al trabajo. Él se encargaría de llevar a Lorena cargándola tras su espalda.
MATTEL LANZA UNA MUÑECA BARBIE CON SINDROME DE DOWN
Mattel lanza una Barbie con síndrome de Down para ampliar la representación en sus muñecas
El fabricante de juguetes Mattel presentó su primera Barbie con síndrome de Down en un intento de la marca por hacer más inclusiva su famosa gama de muñecas.
En un comunicado hecho público, Mattel aseguró que había trabajado con la Sociedad Nacional del Síndrome de Down (NDSS, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos para fabricar la muñeca, que tiene una estructura más corta y un torso más largo que sus otras Barbies.
La cara de la nueva muñeca también tiene una forma más redondeada, y tiene ojos almendrados, orejas más pequeñas y un puente nasal plano, dijo Mattel.
“Las palmas de la muñeca incluyen incluso una sola línea, una característica a menudo asociada a las personas con síndrome de Down“, detalló Mattel.
La muñeca lleva un vestido de mangas abullonadas adornado con mariposas y flores amarillas y azules, colores asociados al síndrome de Down.
Lleva un collar rosa con tres chevrones hacia arriba que representan las tres copias del cromosoma 21, así como tobilleras ortopédicas rosas, según Mattel.
“Nuestro objetivo es que todos los niños se vean reflejados en Barbie y, al mismo tiempo, animarles a jugar con muñecas que no se parecen a ellos”, declaró Lisa McKnight, vicepresidenta ejecutiva y directora mundial NDSS.
“Esta Barbie sirve como un recordatorio de que nunca debemos subestimar el poder de la representación. Es un gran paso adelante para la inclusión y un momento que estamos celebrando”, dijo Kandi Pickard, presidenta y directora ejecutiva de NDSS.
Jongguk recuerda perfectamente bien el momento en que sucedió, cuando por primera vez, conoció al rey de los SsangYong-Pa, cuando ese par de ojos carentes de vida se fijaron en el suyos.
Jongguk conocía bien a cada miembro de las familias importantes dentro de aquel nuevo negocio donde sus padres, decidieron meter la nariz e incrementar el dinero que entraba para los Sung. Era un negocio sucio, turbio, lleno de pérdidas humanas, pero ganancias monetarias y él, un fiel sirvo del dinero, estaba más que dispuesto a aprender a desenvolverse en ese mundo. Doce tiernos años tenía cuando sus ojos almendrados, buscan entre la multitud el rostro de su nuevo asociado, de otro muchacho de edad parecida a la suya que había conseguido lo inimaginable. Los cuchicheos se escuchan, debe haber personas que hablan sobre Daero, rebautizado como Jaeseong cuando consiguió su bien merecido trono. Hay comentarios malos, como aquellos donde hablan de su linaje por parte de madre, un bastardo, un cabrón hijo de puta que se le ocurrió morder la mano que le dio de comer y matar a su medio hermano Daegi mientras dormía, de la forma más cruel y despiadada. Por otro lado, están aquellos que admiran al pequeño dragón que se pavonea por el salón como si fuese le rey de mundo, acompañado de su padre y su media hermana Gyeonghye. No cualquiera tenía la fuerza de voluntad para iniciar una sangrienta guerra entre hermanos, no todos tenían la sangre tan helada como los dragones para cometer tales atrocidades.
Pero Jaeseong la tenía.
Jongguk siente un escalofrío recorrerle la espalda cuando sus ojos conectan con los contrarios, quince años tiene el sanguinario asesino, la grasa de su rostro lo redondea y sus labios abultados le dan un aire adorable a su semblante. Jongguk se lo compraría, si no fuese porque sus ojos están colmados de oscuridad y carecen de brillo. La mirada de un asesino sangriento y frívolo, la mirada de una persona que parece tener los ojos puestos en su presa.
Ya lo detesta.
Jongguk es un chiquillo entrenado para ser un líder, una persona que ha crecido para volverse el chairman de su empresa cuando su padre decida marcharse y había aprendido mil trucos para manipular, para conseguir lo que quería y aun así, se siente pequeño al lado de otro niño. Los Sang se desvían de su primer objetivo porque al parecer, Jaeseong también lo había observado con intensidad, con interés, caminando hasta él. Jongguk tenía solo doce años cuando su primer encuentro con el dragón sucedió, cincelando una sonrisa en su faz mientras extiende una mano en dirección a este y el mayor toma la extremidad para besar galante el anillo en su dedo anular. Jongguk siente asco de inmediato, odiaba sentirse inferior a alguien, y Jaeseong era el único sentimiento que le generaba. Malnacido.
“Jaeseong, ¿Cuál es tu nombre?”
Jongguk tiene doce años cuando experimenta el primer deseo de estrangular a alguien con sus propias manos, conseguir dominar al depredador más fuerte.
Pido disculpas si al escribir esto hay mala redaccion o faltas ortograficas pero necesito expresarme..
Sus ojos son almendrados delgados, comunicando una profunda intensidad, su caracteristico cabello azabache siempre alborotado dandole un toque rebelde a su esencia, su nariz redonda y torcida le da una imagen celestial a sus facciones, hay un estilo tim burton en sus cejas crean una cara inexpresiva y calmada en el..
El me tiene hecha un desastre, desde que se fué, he tratado de vivir sobreviviendo, el es lo que mas amo en esta vida y no soportaria perderlo, sin bargo creo que estoy cansandolo, aburriendolo, odia que lo este hostigando tanto, creo que debe ser por mi que el como persona se sienta alguien que no tiene futuro, que no tiene nada por lo que vivir, y eso me rompe, me colapsa y ya no se que hacer, sinceramente me da miedo saber que pasara en nuestra relacion... Esta todo dificil, solo se que lo amo de forma muy intensa y enferma.. Una parte de mi piensa que no debio haberlo conocido, y otra parte de mi piensa que el amor si existe y tuve la suerte de encontrarme con el... Con el queria tener una familia, y muchas cosas monogamicas, Asi y todo no creo que lo logremos...
Nos hemos destacado por ser dos personas muy intensas, el ama de una forma violenta y controladora y yo simplemente me obsesione con el, tengo claro que es amor, amo todo de el, no podria vivir sin el... Sin embargo nuestros caminos estan oscuros, mas dificiles de superar, nuestra comunicación se deteriora, se limita cada día más, y yo sigo y sigo pensando en el, viendo si esta conectado en instagram, su ultima vez por watsapp, ahora si existiera un romeo y julieta en la vida real definitivamente seriamos nosotros, por ende he pensado en la muerte.
Según mi punto de vista, nuestra relación llego a su fín cuando el se fue del país, prometi esperarlo, sin embargo no creo que pueda seguir, no podre durar para su regreso, ¿Y si nunca regresa? ¿Y si ya se desenamoro de mi? Dios de verdad trate, prometo que trate, nose cuanto mas fingir estar bien, por ahora pensare ideas sobre como callar mis pensamientos, y estare escribiendo regularmente en tumblr hasta dar aviso de cuando lo hare...
Madre, gracias por elegir tenerme como hija y no abortarme, por darme amor cuando mas lo necesitaba y ser fuerte en los momentos mas complicados conmigo.. Padre, siempre estare agradecida de que me hayas elejido como una hija más y darnos una mejor calidad de vida. Siempre estare en deuda con ustedes..
Encontré mi tesoro en un mar profundo y violento, en tiempos de invierno de una vida gris.
Su miraba era dulce, sus ojos almendrados y brillantes, esas manos como ningunas otras, que tan solo con el roce de sus dedos en mi piel, ya sabía que era suya, que pertenecía a una parte de su alma.
Y que cuando caiga la noche en mis días , sabría que con el ya nunca tendría miedo.
Nunca he sido ambiciosa, pero no hay nada más que anhele, que sus latidos tengan mi nombre y que el destello de su mirada me pertenezca.