“Ah… aprendí entonces que una debe intentar cambiar las cosas tristes del mundo mientras aún es joven… sino… después… el mundo la cambia a una.
Ya no me interesa averiguar si lo que aquí termino de contarte ocurrió en realidad o fue un producto de mi fantasía infantil. Al fin y al cabo, todo lo que podemos imaginar o soñar también es un capítulo de nuestra vida. ¡Qué importa que lo vivamos en un reino imposible o en un tiempo que no deshoja almanaques ni impulsa las manecillas de los relojes!
De vez en cuando, tan pronto como el pájaro de la tristeza apoya sus patitas sobre mi corazón, pongo a Bilembambudín en medio de Buenos Aires.
Sí; lo pongo aquí, entre sus imponentes edificios, en mitad del tránsito febril de sus calles céntricas, sobre las sensatas conversaciones de tanta gente adulta, como yo, que habitualmente me rodea y a la que me da vergüenza preguntarse si cree en la magia…
Lo pongo y me callo.
Y el aire dulzón de mi inolvidable Bilembambudín me aligera de este difícil “oficio de ser grande” en una gran ciudad…
Ahora te toca a ti —que acabas de conocer mi reino— descubrir el tuyo antes de que crezcas.”
Querida Elsa, a dos años
¿Cómo va todo? ¿Seguís dedicando cuentos a tus miedos allá en donde estás? ¿Pudiste reencontrarte con tu niñita de alas rubias? ¿Disfrutar de aquellos cuentos narrados por abuelas? ¿Podés vivir ahora por siempre en tu soñado Bilembambudín?
Yo creo que sí, Para mi seguís existiendo en cada página de la historia de Aldana, en cada grulla y cada nomeolvides. Ocupaste en mi infancia y ocupás en mi presente “mucho, mucho espacio”…
Te fuiste un día, tan de repente, de la noción que tenía del plano de la realidad. Como Jeremías, extendiste tus manos y te envolviste en una capa de maga mientras mirabas al cielo. Dejaste detrás muchas Aldanitas como yo, que, aunque no fuese mi primera pérdida, sentí la noticia increíblemente punzante y desgarradora. “Se fue, se fue el último mago” (pensé aquel día) “se fue y dejó Bilembambudín con sus sueños y deseos infantiles, con su punto de vista tan certero de mujer capaz de mirar con ojos de niña”.
Leer tus epílogos agradecidos por las cartas que te mandaban los lectores me provoca pena y verdadera rabia, pero rabia por lo imposible de forzar el tiempo. Pocas veces (en realidad, nunca) he deseado con tanta fuerza nacer en otra época, una mísera década atrás, aunque sea, sólo para poder enviarte una carta. “No imaginás cuánto y por cuánto lloré con El cuento de los angelitos”, “Hoy encontré una edición del ‘89, magnífica la portada″, “Me gustaría poder conocerte”, “Gracias por tanto miedo, por tanto torrente de emociones”, “Gracias, muchas gracias”. Ahora solamente te puedo (me puedo) escribir ésto.
Decir que plagaste mis años de primaria de miedo y noches en vela no es ninguna novedad. Escuchando a algunas personas o leyendo comentarios en Internet puedo obtener reflejos idénticos de mi pavor infantil. ¿Cuántas veces imaginamos a nuestras espaldas la sombra de un jardinero alzando su hoz? ¿Cuántas veces nos revolvió el estómago una mezcla de inquietud y tristeza al pensar manos espectrales buscando refugio en las nuestras, en la oscuridad? ¡Y ni hablar de aquel cuento, cuyo título por suerte he olvidado, que me impidió dormir con seguridad por unos seis años.y cuyas páginas establecían que había que guardar silencio sobre el secreto!
Encontré en Bilembambudín, a los once años, un auténtico alivio y la causa de mi adoración hacia tu persona, tu mente y tu corazón. Sé que es extraño que lea con devoción un libro para 8 años cuando ya tengo más de el doble de edad. Extraño, sí, pero incorrecto jamás. Escribías para chicos, comprendías el corazón joven porque el tuyo mismo seguía siendo joven y a la vez cuajado por los años, y por eso todas tus historias tienen un tinte de añoranza en el que puedo encontrar, sobre todo en El último mago… un mensaje para aquellos que te leemos y ya no somos tan chicos.
Yo ya tenía muchísimos Bilembambudines y pude amar enseguida al tuyo porque lo sentí cercano a los míos, a aquellos otros mundos que fueron surgiendo en mi cabeza porque las fantasías humanas son necesarias e imposibles de parar, y porque es imposible no amar a tu Bilembambudín, a tu Aldana de ojos que no parpadean incrédulos, a tu Jeremías que era como un niño entre los adultos, a tu Naturalia que sólo reivindicaba su derecho a existir, y a Tasilo, que es como el hombrecito necesitado de afecto que vive en un rincón adentro de todos.
Cada vez que lo leía una nueva idea surgía. “¿Y si acá quiso decir ésto? ¿O esta otra cosa?”. Seguramente sonará soberbio, pero… yo sentía que comprendía lo que quisiste decir con Bilembambudín. Todavía siento eso. O tal vez lo que pasa es que necesito sentir que lo comprendo, y necesito que vos sientas que lo comprendo. Por eso escribo esto para mí.
Como a Jeremías, a ellos no les gustaban las despedidas…
Y yo acababa de entender que a mí tampoco.
Años pensé en cuánto me gustaría poder conocerte, hablarte del Bilembambudín que tan cercano sentía, de lo cercana que te sentía… y entonces ese 24 de mayo de hace dos años recordé de golpe que vos también eras humana y estaba atada al tiempo, y fue como si ya nunca más pudiera volver a hablar con una confidente imaginaria acerca de ésto que estoy escribiendo ahora, porque no puedo dejarlo ya en otra parte.
No pretendía extenderme tanto. No lo pude evitar, pero ya termino.
Gracias, Elsa, por escribir desde los ojos de los chicos y no desde los ojos de una adulta pensando en los chicos.
Gracias también por pensar como adulta en los chicos.
Gracias por tantas lágrimas y tantos “¡Ésto no puede terminar así!” en la cabeza y en el corazón.
Gracias por tanto terror, que me impulsa a inundar a la gente de sensaciones con las palabras.
Gracias por tanta comprensión.
Gracias por Bilembambudín.
Gracias, Elsa, por brindarte en las historias.
—Cuando llegue la mañana
sonará una gran campana
para ti —mi dulce hermana —
anunciándote, por fin,
que has llegado a hora temprana
a ¡Bilem… bam… budín!
3 notes
·
View notes