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#El Cordobés
mundillotaurino · 7 months
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Les résultats du Vendredi 29 septembre : Corella, Arnedo, Algemesi, Guadarrama
Corella, Vendredi 29 septembre 6 toros de Guadalmena pourEl Cordobés : salut avec blessureEmilio de Justo : salut et 2 oreillesJoselito Adame : une oreille et une oreille Arnedo, Vendredi 29 septembre 6 novillos de Murteira Grave pourMario Navas : silence et silenceTristan Barroso : salut et une oreilleAlejandro Chicharro : une oreille et silence Algemesi, Vendredi 29 septembre 4 novillos de…
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manaosdeuwu · 6 months
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elbiotipo · 3 months
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Está Llaryora en LN+ puteando a Milei pero mal mal, mi hermano en Perón vos fuiste el primero en transar con él, vos sabías que te iba a cagar
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locura-azul · 10 months
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Me he cruzado con más argentinos acá en la ciudad.. dos grupos diferentes.. identificados por tener una persona con la camiseta puesta en cada grupo y por escuchar su dejo 🤣
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sambuchito · 7 months
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mis condolencias se van a myriam que debe ser la mas calificada y coherente en el debate teniendo que bancarse a un panqueque una borracha mononeuronal uno que se hace la paja con ayn rand y el emperador palpatine cordobés
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automundoarg · 1 month
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W2RC: Al-Attiyah y Schareina celebraron en Portugal
La tercera fecha del Mundial contó con la participación de varios pilotos argentinos. El más destacado fue el cordobés Nicolás Cavigliasso.
El Mundial de Rally Raid (W2RC) tuvo su tercera cita del año, el BP Ultimate Rally-Raid Portugal. El qatarí Nasser Al-Attiyah (Nasser Racing by Prodrive), en autos; y el español Tosha Schareina (Monster Energy Honda), en motos; fueron los ganadores de las categorías principales en una competencia que contó con la presencia de varios argentinos. En Ultimate, la principal división de las cuatro…
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jartitameteneis · 1 year
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"Érase un hombre a una nariz pegado"
...................
Es conocida la rivalidad entre Luis de Góngora, poeta cordobés, y, el satírico y burlesco poeta madrileño, Francisco de Quevedo, ambos probos y eximios poetas del Siglo de Oro de la literatura española.
Según sus biógrafos, ambos se conocieron probablemente en Valladolid en 1601, cuando las cortes decidieron cambiar de lugar, de Madrid a Valladolid por orden del rey Felipe III. Desde 1601 hasta1606 la movida cultural de la época se destacó y descolló en Valladolid, el traslado de las cortes implicó una renovación de aire cultural barroca, inédito y sin precedentes, el teatro y la comedia vallisoletana fue intensa y productiva, así, la Cofradía de San José albergó compañías de teatro en un número permitido hasta de 8, eran, las que estaban auditadas y avaladas por la corona, Francisco de Sandoval y Rojas, (Duque de Lerma) el válido del rey, dedicado a la administración, además, entre otras funciones, se dió el tiempo para supervisar y permitir que la estancia de la corte en tierras vallisoletanas sea amena, divertida y con espacios culturales.
También, muchas de las obras literarias fueron impresas en sus talleres editoriales gráficos del editor Luis Sánchez, como, la obra de Cervantes " El ingenioso hidalgo Don Quijote...." Salió a la luz en una edición limitada en 1604, y así, muchos autores editaron sus libros.
Del mismo modo, el movimiento cultural vallisoletano era promovido por la corte, la esposa del rey, era amante y gran aficionada al teatro, a orillas del Pisuerga se organizaban eventos, kermes, danzas, murgas, iluminando también la actividad cultural en las noches, del mismo modo, los poetas y literatos estaban presentes, como se dijo antes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, y otros más, estuvieron a lo largo de ese lustro de desborde cultural, derrochando arte y talento ya que el medio así lo exigía.
La producción artística y literaria en Valladolid no tuvo similitud alguna, "El Siglo de Oro" estaba en ebullición.
Es probable que el conceptista y satírico - burlesco poeta, Francisco de Quevedo, aún no haya escrito esos versos irónicos dedicado a Góngora, el superlativo en su prosa era su sello, así se descuelga
Érase un hombre a una nariz pegado
Érase una nariz superlativa
................
Érase una nariz sayón y escriba
Un Ovidio Nazón mal narigado
::::::::::::::::::::::::::::::::::
El poeta y dramaturgo no reparaba en burlarse incluso de la prominente nariz del poeta Oviedo, las comparaciones burlescas y superlativas eran siempre direccionadas, en este caso, al poeta cordobés, Quevedo lo resaltó irónicamente, burlandose de su apariencia física, su homosexualidad y acusar a Góngora de ser judío, lo mismo, que hizo con el válido del Rey Felipe IV - el Conde de Olivares - en otros poemas
Acá, unas letras de Quevedo resaltando su antisemitismo dirigido al poeta cordobés
Yo untaré mis obras con tocino
Porque no me las muerdas
gongorilla
Perro de los ingenios de Castilla
docto en pullas, cual mozo de camino
apenas hombre, sacerdote indino
que aprendiste sin cirrus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla
......,............... ....
No cabe duda, el ataque y humillación a Góngora al resaltar su origen judío ( los judíos por normas del kashrut no pueden corner carne de cerdo), Góngora en 1576-80 estudia teología en Salamanca, pero no llega a graduarse, por tal motivo, el cordobés pierde la Capellanía real que el rey Felipe III le había concedido por no ser aún sacerdote, de ahí, que Quevedo arremete con su frase "sacerdote indino" aludiendo a sacerdote descarado e impropio.
Por su parte, Góngora, ya mayor, tenía ganada reputación incluso antes que Quevedo editará sus poemas, aún así, se refería como " Quebebo"
Resaltamos unos versos dedicados a Quevedo
Anacreonte español, no hay quien os
tope
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de
arrope.
:::::::::::::::::::::::::::::::::
Góngora no se quedaba atrás, los insultos eran finos y directos, se sabe que Quevedo era adepto a la bebida y cojeaba de un pie, de ahí que " vuestros pies son de elegía" nótese en ésta frase, el uso de elegía, acusándole de desgracia e infortunio, o cosa que no tiene remedio - Pie zambo - una cojera congénita que simula el andar al pie equino, Góngora prosigue " vuestras suavidades son de arrope" el arrope es una bebida que se destila de la uva mostillo maduro, en la edad media, se cocía la uva con jugos o frutos para relajarse a jarabe, sí se rebajaba aún más, era un licor popular y barato, se sabe que Francisco de Quevedo era de familia pudiente y trabajó en puestos cortesanos y políticos, por eso, su denigración a libar bebidas populares era la ironía que Góngora hacía gala.
El culteranismo y la fineza de los poemas gongorinos no escatima en seguir insultando al poeta madrileño
Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,
que en oro engasta, santa insignia,
a lo que, a San Trago camina, donde
llega:
que tanto anda el cojo como el sano.
::::::::::::::::::::::::::::::
"Este landre claudicante Roque" Vemos que hace alusión a su movimientos rectos como "Roque", pieza de ajedrez, o también, una persona que camina de manera mono-direccional, y landre, son tumores que salen en sobacos o en la ingle, quizás se refería a su andar cojeando.
En fin, ambos poetas del Siglo de Oro, una vez más nos demuestran su fina poesía, la sátira,- burlesca, tanto Góngora con el estilo poético culteranismo y Quevedo usando el conceptismo y valiéndose de la sátira burlesca y la ironía en sus poemas, fueron dos pesos pesados en la literatura barroca de inicios del siglo XVII
Toda una polémica
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fabylin · 10 months
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En la edición revisada del diccionario de español moderno de Hakusuisha, la definición de kokoro dice así: ‹‹Corazón, mente, alma, espíritu, pensamiento…». Se trata, por tanto, de un concepto de difícil traducción que los no nativos en lengua japonesa debemos resignarnos a entender solo a medias, por mucho que nos empeñemos en desentrañar la complejidad de un término que se ajusta como anillo al dedo a una forma peculiar que tienen los japoneses de entender el mundo: curiosa, aparentemente sencilla, ambigua, pero en el fondo muy escurridiza. Kokoro es uno de esos términos ‘ambientales’ que implican una atmósfera determinada, una sensibilidad específica.
Dos años después del fin de la Era Meiji, Natsume Sōseki publica la primera entrega de la que sería considerada su obra maestra y, en general, una de las grandes obras de la literatura japonesa. Como bien lo explica la introducción escrita por Fernando Cordobés, esta obra maestra está profundamente ligada a la Era Meiji, que fue un período determinante en la historia de Japón, marcado por una serie de cambios políticos, sociales y culturales sumamente importantes. En ella, Japón experimentaba una gran modernización y occidentalización con el fin de igualar a las potencias extranjeras; debido a esto, los valores tradicionales japoneses se vieron amenazados y arribaron los choques entre la cultura tradicional y la influencia occidental. Kokoro se desarrolla dentro de este contexto histórico, mostrando tenuemente el retrato de una sociedad japonesa en plena transición.
A través de la historia de amistad entre un joven estudiante y un enigmático hombre mayor, Sōseki se sumerge en la exploración de temas universales como la soledad, la búsqueda de la identidad, el distanciamiento social, la antipatía por la humanidad, el remordimiento y cómo este sentimiento de culpa puede resultar insuperable. En resumidas cuentas, es una novela que ahonda íntimamente en la complejidad de las relaciones humanas y en los dilemas emocionales individuales. Los temas que explora Natsume Sōseki en su obra crean en el lector un ambiente impregnado de extrema fragilidad y melancolía.
Algo que me sorprendió a sobremanera fue la facilidad con la que se lee esta novela clásica. Yo, que me puedo quedar estancada en el mismo libro durante meses, digo que es una novela sencillamente escrita y extremadamente digerible (a pesar de que toca temas tan profundos) que me tomó menos tiempo en terminar del que me esperaba, pero esto no la hace menos notable, que no por nada es una de las novelas más sonadas cuando se habla de literatura japonesa.
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j-biedma-de-ubeda · 1 year
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LA LLAMADA DEL CUCO
Me alegra mucho oír al cuco. Siento entonces que Primavera se ha soltado el pelo para tomar vuelos. Ya los almeces y los olmos están completamente vestidos, cuelgan moras de las moreras, se acaban de dorar los nísperos y en la cima de las alcachoferas cimarronas se espinan los alcauciles.
Los aldeanos vascos consideran el canto del cuco señal de buen tiempo. Pero lo que sea el buen tiempo es muy discutible, aquí sería bueno y hasta extraordinario si lloviese. Sobre el cuco abundan las supersticiones. Dicen también que si se le oye cantar y el momento te coge con monedas en el bolsillo, tendrás dinero todo el año, y al contrario, si no las tienes, miseria asegurada.
Se le llama ahora el AVE OKUPA. OKUKA, Oh cuca, la cuca. Es verdad que la hembra, como no podía ser menos, pone huevo en nido ajeno, del que saldrá un cuco gordo y fratricida. No es la Naturaleza maestra edificante, así que no esperes de la tuya, tu natura cuca, intenciones sólo buenas. Muchas lo serán, pero no todas.
Aprende oficio, después pon casa y, por último, casa con buena mujer. En este orden recomendaba Maimónides, el sabio hebreo cordobés, que se hicieran las cosas. Lo hice del revés: me casé, viví en casa de mi suegra y luego alcancé oficio y sueldo. No me salió mal la cosa. No puedo quejarme ni puse el huevo en casa de otra.
El cuco hace le suyo cazando y devorando insectos, tiene oficio depredador, pero eso de edificar casa se le hace muy pesado. No es que la robe, es que deja a sus hijos al cuidado de otros. También esto, por desgracia, es muy común entre nosotros.
Pero muchas pájaras seguirán respondiendo a la llamada del cuco. A mí también me mola. Hasta esa llamada de reloj alpino, toque de hora. Cu-cú, cu-cú, cu-cú...Todas hieren; la última mata.
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mundillotaurino · 10 months
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Retour sur la Féria de Burgos 2023 : Juan Pedro Domecq, Daniel Luque, Talavante, El Fandi...
Retour sur la Féria de Burgos 2023
Triomphalisme dans tous les sens en conclusion de la Féria de Burgos 2023 avec une pluie d’oreille distribuée à la majeure partie des toreros présents. Sur 12 matadors engagés, 7 sont sortis a hombros lors de cette Féria. Un toro de Juan Pedro Domecq a été indulté par Daniel Luque le mercredi après-midi avec une sortie a hombros des trois toreros et du ganadero. Des résultats à prendre avec des…
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cuadernodeliteratura · 8 months
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«El paraíso, el espacio exterior», Mariano Blatt.
El Paraíso, el Espacio Exterior, un viaje en lancha por el Río de la Plata, una charla confusa con un perro, 3 pibes caminando por el medio de la calle. El olor de una panadería, de un porro y de después de coger en verano. Una buena mesa en una pizzeria. Un vaso de cerveza, un chico en cueros. Un pibe con cara de drogado en el subte. Un ventilador de esos de pie que me tira aire a mí, a vos, a él, a vos, a mí de nuevo y así toda la tarde. El Paraíso, el Espacio Exterior, un camino entre árboles re altos, las siete de la mañana, una pila de libros, varios pibes jugando a la pelota en un descampado y otros destrozados por la droga y por el amor, especialmente por el amor. El Paraíso, el Espacio Exterior, una foto de un lugar abierto, el ruido que hacen las estrellas y el que no nos dejan hacer. Gente del otro lado del alambrado. Los diferentes tipos de drogas que usamos para estar bien, el sol dándote de lleno en la parte de arriba de la cabeza.
El olor de una pileta techada, la luz en el vestuario de chicos, los chicos. Un buen nadador, un chico del interior andando en motito de delivery. Un montoncito de yerba usada tirada atrás de un campo de deportes. Un pibe con buzo de Tigre andando en bici por la plaza de Lobos. Un campo de deportes a las cinco de la tarde. El Paraíso, el Espado Exterior, un chico re lindo bailando re. La luz de una estrella, la de muchas, un pibe extasiado mirándote de cerca a los ojos y otro con cara de extasiado buscando perdido a su grupo de amigos. El Paraíso, el Espacio Exterior, un buzo de los Minessota Timberwolves. El primer día de vacaciones de cuando tenías diecisiete y se te marcaban los abdominales. El montoncito de mochilas en la playa, un pibe dándole la mano a otro. El Paraíso, el Espacio Exterior, el olor de fumar porro los sábados a la tarde. Una casa con las ventanas abiertas, las cerámicas frías de la cocina, una pileta en la parte de atrás.
El Paraíso, el Espacio Exterior, el viento del Río de la Plata en la rambla de Montevideo, un pibe rubio de ojos negros haciendo juego consigo mismo y la camiseta de Peñarol. El olor del barro seco entre los tapones del botín, el pantaloncito de fútbol manchado con pasto, una droga nueva muy rica que viene en gotero. El Paraíso, el Espacio Exterior, la sensación de empezar a estar drogado en una super fiesta, una foto del campo a las cinco de la tarde, un amigo pasándote el brazo por atrás de la cintura para empezar a saltar juntos. El Paraíso, el Espacio Exterior, un chico en la cancha de Quilmes agitando una bandera de palo de Argentinos. Un jugador de fútbol bailándole cumbia al banderín del córner, un puente muy largo de cruzar. Gente saltando porque su equipo va ganando, un policía más chico que vos revisándote los bolsillos. Quince micros parados al costado de la ruta a cincuenta kilómetros de entrar a Córdoba, unos pibitos que estuvieron tomando Fernet todo el viaje jodiendo a unas vacas para matar el tiempo, un policía cordobés yéndolos a buscar. Una foto desde el cielo, la hinchada visitante cantando mucho más fuerte que la local. El Paraíso, el Espacio Exterior, la única forma de entrar a un lugar. Un pueblo de pocos habitantes, un camión heladera llevando lácteos al almacén, los yogures, el chico que los descarga, un billete de dos pesos volando en el medio de cualquier lado. El Paraíso, el Espacio Exterior, la terraza de un edificio, la parte más alta. Una buena manera de empezar a bailar, saber que tenés más éxtasis en el bolsillo del pantalón. Una charla graciosa con un amigo, dos pibes hablando con los anteojos puestos, siete amigos bailando exactamente igual por un ratito , 3 pibes caminando por el medio de la calle. E l Paraíso, el Espacio Exterior, una escalera que no termina nunca más, un amigo jugando al ajedrez contra la máquina, un pibito que no entiende lo que está pasando. La droga de los buenos, la de los mejores,
la de los increíbles. Una foto satelital de altísima resolución, un chico haciéndote una pregunta interesante. Un abrazo sincero. Muchos recuerdos juntos que te hacen cosquillas en las piernas. El Paraíso, el Espacio Exterior, un chico con los ojos cerrados, unas zapatillas para saltar mejor. Un perro de la misma raza que el chico que te gusta, un amigo hablándote del campo a las cinco de la tarde y en el momento en que iba a escribir que tomaba mate tomo mate. El Paraíso, el Espacio Exterior, un chico imitando el ruido del viento con la boca, una esquina mal iluminada. Dos pibes con capucha fumando porro. Un poema que empieza y termina como vos querés. El Paraíso, el Espacio Exterior, un chico que te lo jura por dios, una canción que viene con un sonidito increíble. Un sueño re lindo, un m omento agradable para estar en. El Paraíso, el Espacio Exterior saber que está todo bien. Un chico con un tatuaje de Michael Jordan, una pastilla que te pone como superhéroe. El Paraíso, el Espacio Exterior, un pibe bailando con las mejores zapatillas, un tema que te da ganas de vivir y otro, que viene después, que te da ganas de vivir más arriba. El Paraíso, el Espacio Exterior, un festejo de gol que no te vas a olvidar nunca más, los mejores chicos para estar enamorado de. Un poema fácil de escribir, un chico re lindo de ver sin remera, ' un arquero que achica bien en el mano a mano. El Paraíso, el Espacio Exterior, la sonrisa de éxtasis más grande de la fiesta, mucha gente levantando las manos al mismo tiempo. Estar bien, estar re bien. El árbol más alto del pueblo, un tema que te hace despegar. El Paraíso, el Espacio Exterior, una carrera de acá a la esquina, una cosa que se me acaba de ocurrir, un poeta con la mirada puesta en
Las cosas que nadie entiende. Una lancha que te lleva a mil lugares que querías conocer, media pastilla de éxtasis en el bolsillo de la campera que más te gusta, una cosa interesante que te quería contar. El Paraíso, el Espacio Exterior.
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elbiotipo · 7 months
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SOY CORDOBÉS ME GUSTA EL VINO Y LA JODA Y LO TOMO SIN SODA PORQUE ASÍ PEGA MÁS (PEGA MÁS PEGA MÁS)
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locura-azul · 5 months
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Compartiendo ahora que esto ya no es relevante jejeje
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fashionbooksmilano · 1 year
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Vestir es Soñar
Breve historia de la moda española
De Fortuny a Palomo
Luis Sala, Dolores Cortés, Paloma Simón,  Mario Ximénez
Turner Publ., Madrid 2022, 256 pag., ISBN  978-84-18895-95-1 
euro 68,00
email if you want to buy :[email protected]
Vestir es soñar: breve historia sobre la moda española hace un recorrido de cien años por la moda nacional desde el nacimiento en la costa vasca del genio que revolucionó la moda, Cristóbal Balenciaga, hasta terminar en el cordobés pueblo de Posadas con el nacimiento del actual reinventor de la moda genderless, Alejandro Gómez Palomo, diseñador y director creativo de la firma Palomo Spain. Por estas páginas, viajamos por el hilo invisible de Sybilla Sorondo, los colores de Ágatha Ruiz de la Prada, los Hangisi de Manolo Blahnik, la reivindicación de la moda del ballroom de Ana Locking, el recuerdo que nos dejó David Delfín, la recién llegada María Rodríguez al mando de REVELIGION, el talento de Paloma Picasso con sus joyas, la reivindicación de la artesanía de Teresa Helbigy Lorenzo Caprile, los estampados de María Escoté, la eterna lucha de Dolores Cortés por conseguir el bañador perfecto y mucho más.
07/03/23
orders to:     [email protected]
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nyxlvslicha · 7 months
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Cumpleaños - [ CutiGarnaLicha ]
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Palabras: 16.8k
Género: Smut
ღ La selección argentina se junta para celebrar el cumpleaños de Lisandro.
O donde Alejandro quiere hacerle un regalo a Licha pero no sabe qué, así que le pide ayuda a Cristian, sin saber que él también estaría incluido en el pack del regalo. ღ
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Era 17 de enero.
Mañana era el cumpleaños de Lisandro y no sabía qué regalarle. Había estado hace una semana con ese tema en la cabeza y no se había podido decidir por algo.
Había hablado con el mejor amigo del argentino, Cuti, en busca de ayuda, pero realmente no había esperado tener esa conversación con el chico. A veces cuestionaba lo sin filtro que podían llegar a ser los argentinos.
—Deja que él te coja, estoy seguro de que eso le va a encantar —le había dicho el cordobés, pero Alejandro no supo si aceptarlo.
Quería darle algo que pudiera atesorar y fuera algo especial, no sabía si una cogida llegaba a ese nivel.
Una parte suya quiso indagar sobre cómo el defensor sabía que ellos dos estaban juntos, pero temió por su integridad mental. ¿Cuántas cosas más sabría? Entendía que fuera el mejor amigo de Lisandro, pero el castaño no tenía que contarle todo, ¿o sí? 
Le parecía un poco invasivo, pero pronto Cristian le demostró que era alguien de confiar y no iba a ir por ahí contando sus intimidades.
Así el cordobés se enteró que también tenía un collar y que Lisandro se lo había regalado. Probablemente incluso sabía todas las cosas que hicieron a partir de ese momento. 
Al final, terminó convenciéndolo con su descabellada idea porque tampoco era como que se le hubiera ocurrido algo más.
—¿A dónde vamos? —preguntó mientras era arrastrado por el cordobés que, si era sincero, apenas conocía. 
De la selección mayor, además de Licha, Cristian era con el que más había tenido contacto porque era con quien más hablaba el gualeyo. Varias veces ya había estado en una misma habitación con él porque básicamente no le gustaba separarse de Lisandro cuando se trataba de los argentinos, lo intimidaban un poco. Pero cuando tuvo la oportunidad de hablar con él, le cayó bien y no pareció tener ningún problema con él.
A excepción de que había tenido algo con Lisandro.
No sabía cómo definir ese algo, porque tampoco sabía lo que habían hecho, y tampoco quería saberlo—al menos no de la boca de Cristian, porque lo conocía lo suficiente como para saber que lo haría en un tono burlesco para molestarlo por esa otra faceta que él no conocía del número 6 del United—. Solo era consciente de que habían tenido sexo, porque eso es lo que le había dicho su ahora novio, pero no estaba del todo seguro si era una relación que seguían manteniendo esporádicamente o no.
Todavía no terminaba de entender cómo era que Lisandro experimentaba sus sentimientos porque él recién estaba viviendo su primera relación amorosa y sexual. Era todo muy nuevo para sí mismo.
—Es una sorpresa —respondió, provocando que el rubio rodeara los ojos, molesto porque el mayor no fuera directo—. No me hagas los ojos así, ¿o le tengo que decir a Licha que te castigue porque te estás portando mal?
Lo miró mal por unos segundos antes de desviar la mirada y ocultarle su rostro al ajeno por la vergüenza que sintió por su comentario. Cristian lo había mirado con burla, claramente mofándose por cómo había reaccionado y Alejandro se quiso golpear por actuar de esa manera.
Además, había un pequeño brillo en sus ojos que no quería averiguar su significado.
A su mente llegó la imagen del defensor agarrando la correa mientras golpeaba su piel hasta que estuviera roja y el cordobés mirándolos. Sintió su rostro caliente y se tuvo que morder la mejilla interna para provocar algún tipo de dolor que lo sacara de su fantasía, donde estaba descubriendo que tal vez no le parecía tan mala idea que alguien más los mirara.
—Ya llegamos —anunció el argentino, deteniéndose en una tienda peculiar que había encontrado en Mánchester hace unos meses, donde había ayudado al entrerriano a elegir el collar.
Si antes Alejandro se había avergonzado por un comentario de ese calibre, ahora su rostro se asemejaba más a un tomate al ver el tipo de lugar en donde estaban parados.
—No voy a entrar ahí —dijo con rapidez, retrocediendo unos pasos para huir de ahí. 
Pero el cordobés agarró su brazo con fuerza antes de que pudiera irse.
—Dale, boludo, ¿no le querés hacer un buen regalo a Licha?
Garnacho no sabía dónde meterse para no morirse de la vergüenza. Ahora se arrepentía de haberle hecho caso al cordobés, tal vez podría haberle solamente regalado un reloj o algo así y ya, en lugar de meterse en eso.
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Era 18 de enero.
Varios de la selección ya habían empezado a llegar, por lo que Licha iba de un lado a otro para darles la bienvenida y que se sintieran cómodos en su casa, a pesar de que Muri ya le había dicho varias veces que le dejara ese trabajo a ella y que él solo disfrutara.
Alejandro, por su parte, estaba sentado en uno de los sillones con Cristian a su lado, pasando su brazo por detrás de su cuerpo sobre el respaldar del sillón, tal vez con demasiada libertad. El cordobés frunció el rostro al ver a su mejor amigo sin poder quedarse quieto, por lo que se vio obligado a levantarse para ir a buscarlo.
Arrastrándolo, lo trajo de los hombros hacia donde estaban ellos dos, sentándolo en el medio.
—Te quedas quieto acá, la puta madre —le recriminó y Lisandro se sintió ofendido, por lo que lo miró mal.
Aunque su mueca desapareció totalmente al mirar en dirección al menor, quien había preferido estar en silencio porque tampoco sabía qué decir, los nervios lo carcomían por dentro.
—¿Cómo estás, solcito? —dijo, llevando una de sus manos hasta su cintura por detrás de su espalda, apretando la zona ligeramente mientras lo miraba con una pequeña sonrisa al notarlo un poco distante.
Ante el apodo, el delantero se removió en el lugar para acomodarse, algo apenado porque lo llamara de esa forma en público y al lado de su mejor amigo. Desde que se había teñido el pelo, Lisandro no había dejado de ponerle apodos de absolutamente cualquier cosa que fuera de color amarillo y no era algo que le molestara, solo le avergonzaba que el resto supiera que estaban juntos.
—Bien —respondió con una sonrisa, sin impedir el contacto físico—. Yo debería preguntarte eso más bien, eres el cumpleañero —agregó, animándose a llevar una de sus manos hasta la mano ajena para tomarla con gentileza y acariciarla.
Licha sonrió por el contacto, mirando sus manos unidas para después volver sus ojos al rostro del menor.
—Estoy bien, solo estoy nervioso porque es la primera vez que me festejo el cumpleaños en Mánchester y quiero que todos estén bien —respondió, pegando nuevamente su espalda al respaldar del sillón, donde el cordobés había vuelto a poner su brazo.
—Nos divertimos pateando una pelotita, ¿qué te hace pensar que no podemos divertirnos con cualquier cosa? —comentó Cristian, llevando a sus labios el borde del vaso que había abandonado en la mesa cuando fue a buscar al entrerriano.
Probablemente fernet, pensó Alejandro, viendo el líquido negro que estaba tomando el central. Además en la mesa había una botella del alcohol y varias de coca cola.
Lisandro iba a contestarle pero se quedó callado al mirar lo que estaba tomando, o más bien en qué. 
—Qué puto, cómo vas a tomar fernet en un vaso así —se medio burló, parándose para buscar un copón.
—Cuál hay, los otros están muy lejos como para tomar con ellos y mansa paja buscar algo más —se quejó por el insulto gratuito que le dio el cumpleañero, viéndolo volver con un vaso que se parecía más a una jarra que a un vaso.
El chico le arrebató el vaso y echó lo que quedaba en él dentro del copón para luego inclinarse hasta la botella de fernet.
Alejandro vio fascinado cómo preparaba el trago, resultándole casi hipnótico como parecía saber a la perfección lo que estaba haciendo. Se notaba que ya había preparado muchas veces el trago.
Después de ponerle el alcohol puro y amargo, se movió de nuevo para buscar hielo y terminó por preparar la bebida.
—Qué hijo de puta, ¿no te vas a quedar quieto? —Cristian volvió a agarrarlo del brazo sin levantarse para tirar de su cuerpo y que se volviera a sentar—. Te voy a robar el collar de Ale y te lo voy a poner a vos a ver si así te quedas en un solo lugar —le "amenazó", viendo con una sonrisa cómo su cuerpo reaccionaba a su comentario, casi de forma inconsciente.
El madrileño miró a su alrededor, un poco preocupado de qué alguien hubiera escuchado eso, obteniendo una carcajada de parte del cordobés al ver que también le había afectado lo que había dicho.
Capaz le empezaba a gustar demasiado eso.
Lisandro solo se quedó en silencio, dándole un trago largo al fernet que acababa de preparar, intentando ignorar lo que había dicho Cristian. Sintió que su cuerpo se calentaba y tuvo que morderse la lengua en un intento de no llevar a más los pensamientos que habían surgido en él por culpa del otro central.
La mano del argentino bajó del respaldar, hasta llegar a su espalda baja, aplicando una ligera presión solo para que recordara su presencia y de cierta forma, supiera cuál era su lugar. Tal vez Alejandro no lo sabía, pero Lisandro conocía muy bien cómo actuaba Cristian y qué significaban cada uno de sus movimientos.
Ese, por ejemplo, significaba que quería dominarlo de alguna forma.
El español se quedó quieto mirando lo que hacía el cordobés, sintiendo un pequeño hormigueo en su pecho y su estómago revolviéndose ligeramente en una sensación que no sabía si le gustaba o no.
Tal vez sí siguen teniendo algún tipo de relación más allá que amistad, pensó. Inmediatamente después de eso, se sintió celoso y un poco fuera de lugar, porque no sabía cómo incluirse en la situación. Cristian sabía perfectamente qué hacer y él apenas tenía experiencia en eso por lo que Lisandro le había enseñado.
Ellos dos se conocían de hace mucho más tiempo de lo que él conocía a Lisandro y sentía que eso lo ponía en desventaja de alguna forma. Pero él era su pareja actual, ¿no? ¿Estaba bien que actuara para proteger lo "suyo"? Sabía de sobra que Cristian no intentaba robárselo ni nada por el estilo porque se lo había dicho explícitamente en la extensa charla que habían tenido el día anterior, pero esa inseguridad dentro suyo no dejaba que viviera la situación en paz.
—¿Ves lo fácil que es volverlo sumiso, Ale? —soltó el cordobés, llamando la atención del chico de doble nacionalidad.
—Dejá de decir pelotudeces —respondió el gualeyo, logrando salir de ese trance en el que se había metido por unos cortos minutos. Agarró la mano de Cristian con la suya y la separó de su espalda, dejándola sobre las piernas del mismo.
Cuti solo sonrió y le sacó el vaso con fernet para imitarlo y tomar el alcohol después de sentir la boca seca por la sed que tenía—o por el alcohol que había tomado antes—.
—¿Querés? —consultó el central a su novio, llevando una de sus manos hasta el muslo ajeno al notar lo distraído que parecía estar.
—Bueno.
A pesar de que aceptó, no estaba del todo seguro de si quería tomar o no, lo aceptó principalmente porque no le gustaba negarle nada a nadie. Por un lado, no era fanático del fernet porque era bastante más amargo a lo que estaba acostumbrado a tomar; y por otro lado, el alcohol solía pegarle rápido y no quería estar inconsciente para más tarde, sabía que eso iba a preocupar a Lisandro y un disgusto era lo que menos quería que viviera cuando era su cumpleaños. 
Además de esa parte enterrada dentro suyo que quería recordar cada una de las expresiones del mayor cuando viera su sorpresa.
Hizo una mueca de desagrado por el amargo sabor bajando por su garganta debido al largo trago que le pegó y rápidamente le devolvió el vaso al entrerriano, quien rió por su expresión. 
—¿Todavía muy amargo para vos? —mencionó el más bajito de los tres, Alejandro asintió con la cabeza. Cristian le arrebató el copón—. Le pondría más coca pero hay un psicópata que me dejaría sin hijos por hacerlo.
—Eh, qué bardeas —se quejó Cuti, dándole un suave empujón con su mano libre—. No es mi culpa que sean unas mamis, no voy a insultar a mi patrimonio terrenal por ustedes —soltó, con más dramatismo que normalmente, porque así se ponía Cristian cuando se trataba de la provincia en donde había crecido.
Alejandro rió levemente por su comentario, un poco más relajado al respecto. Capaz ya le había hecho efecto el alcohol. Sí, así de rápido era su organismo.
—Se dice natal, no terrenal, pelotudo.
Alejandro miró la pelea de los dos mejores amigos con gracia, sonriendo mientras pasaba una mano por la espalda del defensor hasta llegar a su cintura.
Lisandro cortó lo que iba a decir ante la acción, sorprendido por el repentino movimiento. Normalmente, el madrileño no solía ser de contacto físico, o al menos no ser quien daba el primer paso, por eso cuando sintió que lo abrazaba y apoyaba su rostro en su hombro, su cuerpo se tensó y se puso nervioso.
—¿Qué hacés? —preguntó mientras le dirigía una mirada a su novio, aunque sin poder conectar sus ojos por la posición. 
La respiración del menor contra su cuello hizo que se le erizara la piel y Lisandro culpó a Cristian por haberlo descolocado hace unos minutos, porque ahora apenas podía controlar su cuerpo para no parecer un adolescente hormonal de 15 años.
—¿No puedo abrazar a mi novio? —respondió y a Licha se le secó la boca por el tono ligeramente grave que había usado.
Ahora que tenía alcohol en su sistema, no pensaba demasiado en si estaba bien o no hacer eso, simplemente lo hacía. Y en ese momento solo quería dejarle en claro a Cristian que él era el novio de Lisandro para que no se tomara tantas libertades que no tenía, según el menor. 
—Ohh, ya veo por qué te gusta tanto, aprende rápido —los interrumpió el cordobés, sonriendo al leer el lenguaje corporal del gualeyo.
—Soy su cachorrito obediente… —murmuró sobre su cuello, cerrando los ojos mientras aspiraba el perfume dulce que se había puesto el defensor.
Lisandro solo se mordió el labio inferior, sintiendo una sensación electrizante recorrer su columna vertebral hasta terminar en su entrepierna, puteando en su mente por estar en esa situación con las dos personas a las que era débil.
Tal vez con Alejandro era aún más débil porque estaba enamorado de él, pero de cierta forma sabía que si Cristian le ordenaba que se arrodillara en medio de la sala, su cuerpo no se iba a oponer ni le iba a importar que estuvieran sus compañeros de selección ahí.
—Te pegó fuerte el fernet, me parece —comentó, intentando calmarse y fingir que ese comentario no lo había puesto duro debajo de sus pantalones. 
Una cosa era que él llamara con esos apodos al madrileño y muy distinto era que el menor lo admitiera como si todo ese juego fuera realmente de verdad.
Con gentileza, agarró las manos del delantero que seguían presionándolo contra su cuerpo, para poder separarlas de él con la ilusa esperanza de que no volviera a hacer un movimiento así de nuevo.
—Voy a buscar más comida —informó el entrerriano, levantándose del sillón y dejando el espacio vacío entre ellos dos.
Cristian y Alejandro lo miraron alejarse hasta la cocina.
El cordobés fue el primero en moverse, ocupando el espacio entre ambos mientras pasaba su brazo por los hombros del chico para atraerlo hasta su cuerpo. 
—Si se pone así por un par de comentarios, imaginate cómo se va a poner cuando te vea babeando y abierto para él… —murmuró cerca suyo, sin ánimos de que alguno de los argentinos lo escuchara.
Alejandro no pudo evitar soltar un pequeño jadeo, sintiendo una mezcla de nervios, ansias y gusto por aquello.
Había empezado a gustarle, tal vez demasiado, el efecto que tenía en el cuerpo del entrerriano con cualquier cosa que hiciera. 
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Cuando entró a la cocina, se encontró con Emiliano y Otamendi charlando con una botella de birra cada uno. Se distrajo hablando con ellos por un rato, casi olvidándose de que venía a buscar comida para Alejandro y Cristian, aunque le sirvió para calmar su cuerpo y su mente de lo que habían estado diciéndole su mejor amigo y su novio.
Después de un rato, agarró un plato y lo llenó de sanguchitos de miga para llevarles a los dos chicos. Al salir de la cocina, varios de sus amigos se acercaron a él para despedirse puesto que ya habían pasado varias horas desde que empezó la fiesta y varios tenían que volver a sus respectivos clubes.
Les agradeció por haber venido y los acompañó a la salida, despidiéndolos con un medio abrazo por lo que seguía cargando el plato de comida con una mano.
Después de eso, volvió a donde habían estado los tres sentados y frunció el ceño ligeramente al ver que solo estaba Cuti ahí. 
—¿Y Ale? —consultó, sentándose a su lado mientras le ofrecía los sanguchitos.
El cordobés se quedó callado, con una sonrisa que ni siquiera pudo esconder atrás del pedazo de sanguche que se llevó a la boca. Lisandro lo miró atentamente, notando lo dilatadas que estaban las pupilas de su amigo y, que él supiera, no podía deberse por ninguna droga porque les había prohibido meter esas cosas a su casa.
Así que solo quedaba una opción. 
—Cristian, ¿dónde está Alejandro? —volvió a insistir, dejando el plato con comida en la mesa, para así poder mirarlo con seriedad. Siempre que el chico de los Spurs actuaba así, era porque estaba escondiendo algo.
Y en ese caso, algo que lo extasiaba.
—Calmate un toque, está bien —le aseguró, llevando su mano libre de comida hasta el muslo del número 6 del United, apretándolo ligeramente—. Está preparando algo… Cuando se vayan todos te llevo a donde está.
Casi en ese instante, Lisandro miró a su alrededor, un poco ansioso de que las tres personas que quedaban se fueran para ver qué estaban tramando esos dos.
A veces quería arrepentirse por haber hecho que se conocieran, porque Cuti era una mala influencia, y no por tomar mucho alcohol o fumar. Tal vez una mala influencia que sólo él conocía. 
Pasaron alrededor de treinta minutos en los que Emiliano, Otamendi y Muri se sentaron junto a ellos, conversando de cosas triviales a las que Licha no pudo prestarle atención por lo concentrado que estaba pensando en qué tanto estaba haciendo Alejandro y lo bien que se sentía la mano grande del cordobés apretando su pierna para mantenerlo en la realidad.
Muri fue la primera en levantarse y los otros dos chicos la imitaron después de que quedaran en que ella los iba a dejar de pasada en los hoteles donde se hospedaba.
Nicolás miró a Cristian.
—¿Y vos?
—Me voy a quedar un rato más con Licha, después me tomo un taxi —respondió con una sonrisa que probablemente ninguno tomaría como algo malo.
Pero el gualeyo lo conocía muy bien cómo para saber las intenciones detrás de sus palabras y de sus gestos.
Los tres asintieron y se despidieron de ambos, con Lisandro agradeciéndoles por haber venido. La puerta se cerró y se giró directamente hacia el cordobés. 
—¿Me vas a decir ahora por qué tanto misterio? —mencionó mientras se acercaba al menor, que se hacía el pelotudo fingiendo elegir un sanguche.
—Ale te quería hacer un regalo especial, así que lo ayudé un poco —respondió, dejando de lado su tarea, para simplemente girarse hacia el entrerriano. 
A paso lento se acercó a él hasta poder agarrarlo de la muñeca. Lisandro lo miró confundido y desconfiando de él, le llegaba a haber hecho algo a Alejandro y era capaz de no hablarle por meses porque Cristian acostumbraba a hacer cosas descabelladas sin pensar en las consecuencias. 
Caminaron por el pasillo de su casa hasta que llegaron a su pieza y el cordobés abrió la puerta para que entrara. 
Apenas dio unos dos pasos dentro y se quedó estático, mirando la escena enfrente suyo. Cristian cerró la puerta detrás de ambos y se dio cuenta que la puerta nunca había estado trabada. Cualquiera había podido entrar y ver eso.
Las manos del cordobés terminaron en su cintura, pegando su pecho a su espalda y metiendo sus manos por debajo de su remera ligeramente, acariciando su piel caliente.
—¿Te gusta tu regalo? —La boca se le secó y tuvo que relamerse los labios mientras sentía los labios del central en su cuello.
Frente a ellos, estaba Alejandro de rodillas en el piso sin dejar ni una mínima porción de su piel cubierta con alguna prenda de ropa, a excepción de su cuello, el cuál estaba cubierto con el collar que le había regalado al rubio mientras que la correa caía sobre su pecho, el cual bajaba y subía por la agitada respiración que tenía el chico.
Su piel brillaba por el sudor y por la baba que caía por su mandíbula al no poder contenerla debido al pedazo de plástico en forma de bola que tenía en la boca, ajustada detrás de su cabeza con dos cintas de cuero, similar al formato del collar. El pigmentado color rojo del plástico combinaba con el lazo rojo en forma de moño que tenía el madrileño en la argolla donde estaba enganchada la correa, como si realmente fuera un regalo. 
La puta madre.
Vio los brazos del chico detrás de su espalda y asumió que estaba atado de alguna forma, indicándole que de ninguna manera Alejandro había hecho eso solo.
—Ese es su regalo —mencionó el chico contra su oído, provocando que su piel se erizara por lo grave que sonaba su voz, más de lo normal—. Este es el mío. —Una de las manos del cordobés se separó de su cintura para ir al bolsillo tomando un pequeño aparato que terminó entregándole.
Lisandro observó el pequeño control que constaba de una pantalla digital que mostraba un "02" junto a una lucecita de color verde. Debajo de esta solo habían dos teclas rectangulares en un costado, con un relieve en forma de una flecha que apuntaba hacia arriba y otra hacia abajo; y en el otro costado, dos botones más, pero esta vez en forma circular. Si lo observaba bien, encima de uno de ellos podía leer la inscripción "rhythm".
—Se usa así —le indicó, acompañando su mano para oprimir el botón con la flecha hacia arriba, provocando que el número de la pantalla cambiara a "03".
El efecto fue casi inmediato. Alejandro gimió contra el plástico en su boca y su cuerpo se contrajo por la deliciosa sensación vibrante que aumentó en su interior, golpeando insistentemente contra su próstata. Lisandro se tuvo que morder el labio inferior al observar cómo el miembro duro del menor se contraía y expulsaba el característico líquido transparente que había visto muchas veces antes. Sus ojitos, llorosos, lo miraron como si quisiera decirle algo con la mirada. 
—Tiene doce niveles y diferentes vibraciones —siguió con su explicación hablándole con la misma normalidad con la que le hablaría si estuviera explicándole cómo hacer un pase en la cancha.
Pero de normal no tenía nada, porque podía sentir el miembro del cordobés presionando contra su espalda y el fuerte agarre en su cintura que probablemente dejaría una marca por cómo clavaba sus dedos en su piel.
Licha miró el aparato en su mano por unos segundos, volviendo a sentir los labios del menor en su cuello, esta vez siendo acompañado por sus dientes. 
La mano del número 17 del Tottenham terminó en su mandíbula, levantando su mentón mientras sus labios subían hasta su oído, obligándolo a ver fijamente al rubio, quien no parecía poder quedarse quieto o dejar de soltar pequeños gemidos que terminaban sonando ahogados. 
—Si se pone así con el nivel tres, imaginate con el doce. —La idea se plantó en su mente y no pudo dejar de pensar en cómo Alejandro gemiría fuerte por lo que le producía aquello en su cuerpo—. Podrías hacer que se corra una y otra vez sin tocarlo hasta que ya no salga nada de él.
El menor no pudo evitar llorar por el placer en conjunto que terminó agregándole esas palabras del cordobés. No estaban demasiado lejos de él, y Cristian tampoco planeaba que no lo escuchara.
—¿Hace cuánto está así? —se animó a hablar, haciendo un esfuerzo para que no le tiemble la voz por lo débil que se sentía por toda esa situación. 
De cierta forma, sabía que Cristian estaba intentando dominar también a su novio, probablemente porque el español quisiera dejarle en claro quién era su novio. Y esa tonta pelea lo calentaba a mil, sabiendo que se peleaban por él.
—Mhmm, no sé, ¿una hora tal vez? —Su respuesta lo sacudió por completo, pensando en que hace una hora había estado con Dibu y Ota. Desde que los dejó solos.
No necesitaba mirar a Cuti para saber que tenía una sonrisa en su rostro, porque su tono burlesco lo delataba. Claramente era su forma de mostrarle poder a Alejandro, como si estuviera castigándolo por haberse creído más listo que él.
Con sutileza se separó del cordobés, algo preocupado porque el menor hubiera estado en esa posición por tanto tiempo, probablemente sus extremidades estaban entumecidas y después dolerían más que por cualquier otro ejercicio que hubiera hecho el rubio en el gimnasio.
Una vez a su lado se agachó junto a él, llevando sus manos hasta la hebilla de la mordaza, desajustándola para que Alejandro pudiera hablar.
—L-licha… —fue lo primero que soltó y su voz temblando lo puso peor. No podía ponerse así por algo tan simple, por dios, solo era su voz—. Necesito… —murmuró entre jadeos sin poder terminar su petición, ansiando un contacto por más mínimo que fuera.
Su mano libre fue hasta la mejilla del chico, quien gimió por el sutil tacto. Su piel estaba caliente y, de no ser por la situación, pensaría que estaba enfermo y tenía fiebre.
—¿Qué necesitas, mi amor? —La pregunta estaba de más, lo sabía. Sabía qué quería pero algo dentro suyo necesitaba que lo dijera en voz alta, casi como queriendo demostrarle a alguien el efecto que podía tener en otra persona.
Tal vez ese alguien era Cristian, o tal vez solamente era para sí mismo. No lo sabía exactamente. 
El cuerpo del chico se recargó sobre su cuerpo, buscando un abrazo que terminó aceptando. El cuerpo del rubio temblaba y sabía que no era producto del frío clima de Mánchester. Algo en la forma en la que se retorcía lo llamaba, invitándolo a sumergirse en esa oscura fantasía que le ofrecían los dos chicos.
—Tócame, por favor —le pidió con un hilo de voz, conteniéndose para no gemir mientras hablaba.
Sus hebras plateadas chocaron contra su cuello una vez que el menor apoyó su cabeza contra su hombro y le produjo leves cosquillas. Una parte dentro de él estaba preocupado por el estado en el que se encontraba el chico, no parecía ser él y se preguntó qué había hecho Cristian para que terminara de esa forma.
Bajó su mano libre desde su mejilla hasta el miembro ajeno, sintiéndolo contraerse en su mano apenas lo tocó. El cuerpo del chico se volvió a mover, algo brusco, teniendo un espasmo por el placer que recorrió todo su cuerpo, sin poder evitar el gemido que terminó ahogando contra las prendas de ropa del entrerriano.
—¿Así? —consultó con un tono de voz más bajo que lo normal, queriendo que fuera algo más íntimo para que se sintiera seguro, que dejara ir cualquier pensamiento y principalmente dejara de luchar contra esa fuerza que tenía nombre y apellido.
Alejandro solo pudo asentir con la cabeza, deshaciéndose en sus brazos como si fuera un líquido. 
Lisandro era consciente de que estaba ensuciando toda su ropa con los líquidos corporales del chico, pero realmente no pudo importarle menos cuando tenía a Alejandro de esa forma. Tan frágil.
Las piernas del cordobés aparecieron en su campo de visión y lo vio sentarse a un lado en la cama que había detrás del madrileño. Casi por instinto su cuerpo se acurrucó contra su cuerpo, como si quisiera escapar de algo. O alguien.
Ahí comenzó a conectar varios puntos.
El peso del control que tenía en su mano lo trajo a la realidad, deteniendo un poco sus movimientos en el miembro ajeno para poder bajar el nivel de vibraciones. Alejandro gimió por la reducción del ritmo y se removió, casi llorando de nuevo por la pérdida de estimulación.
—¿Qué le dijiste, Cristian? —Habló con firmeza, mirando con seriedad al cordobés. 
Supuso que su tono había salido más duro de lo que pensaba, porque el cuerpo del menor se removió, asustado.
—¿De qué?
El argentino no parecía tomar el tema con la misma seriedad que él, a pesar de que era algo que sabía perfectamente que podía ocurrir.
Todo cambió cuando su mirada se topó con la fija y molesta mirada del más bajito. Una mirada amenazante que solo le dedicaba a otras personas mientras estaba en la cancha y querían pasarle por encima.
—Solo le dije que fuera un buen chico para vos —se sinceró. Cristian no creía que hubiera sido algo tan grave, pero tal vez era porque no conocía de verdad a Alejandro y cómo funcionaba su mente. 
Lisandro tomó sus palabras e intentó no enojarse más de lo que ya estaba.
No había querido que todo terminara ahí, pero él no podía disfrutar con el español en ese estado cuando nunca antes lo había hablado con él. Se sentía como un abuso—tal vez porque en cierta medida sí lo era.
—No vuelvas a darle órdenes a Ale —le pidió, volviendo su atención al control en su mano, optando por apagarlo por completo—. Él no es como yo.
Cristian sintió que iba a llorar en ese momento y se tuvo que morder el labio inferior para no hacerlo. 
Se sintió regañado y con ganas de vomitar por esa faceta que estaba viendo del mayor con cosas que él le había enseñado. Una parte suya se sentía orgulloso por cómo actuaba pero la otra parte suya quería abrazarlo y pedirle perdón por arruinar su cumpleaños.
—Pero yo quería… —escuchó el leve murmullo del rubio junto al tintineo metálico de las esposas que aprisionaban sus brazos en su espalda, queriendo desesperadamente abrazarlo porque sentía que en cualquier momento su novio se iba a separar y lo iba a dejar ahí. 
La dependencia emocional que se creaba en ese estado era algo que ya había vivido una vez con Alejandro, un día que tuvieron relaciones después de un partido en el que perdieron. Al principio, le impactó ver sus ojos llorosos de un momento a otro, lágrimas que no eran de placer y se debían a haberse deslizado demasiado. 
Ese día terminaron los dos abrazados mientras Lisandro dejaba besos cortitos en su cara hasta que el chico puso salir de ese estado en el que sus inseguridades lo hacían actuar sin pensar en su propia salud, tanto física como mental.
—Y-yo quiero ser bueno —habló entre sollozos y en ese momento se dio cuenta que el chico estaba llorando sobre su hombro.
Se apresuró a quitarle las ataduras, sacándole el cuero de sus muñecas para dejarlos sobre la cama, haciendo lo mismo con la correa del collar y el control en sus manos.
—Ya sos bueno, Ale —le aseguró, acariciando su cabello rubio para calmarlo. No le gustaba verlo temblar de tristeza.
Dejó un recorrido de besos sobre su hombro y su cuello, hasta llegar a su rostro, donde siguió con su camino hasta sus labios, manteniendo el contacto por unos segundos más mientras sentía el débil agarre del chico, buscando su cuerpo para acercarlo a él.
—Pero ahora tenemos que parar, ¿si?
Ante sus palabras, el chico empezó a negar con su cabeza, con una expresión que le rompió el corazón al ver lo desesperado que estaba por hacerlo sentir bien.
—No, por favor… Estoy bien, soy bueno —rogó. 
—Alejandro —lo llamó esta vez con un tono más serio. Sabía que su tono de voz podía alterarlo más, pero intentó mantenerse sereno para no asustarlo—. Ya hablamos de esto, no necesitas pensar en nada ahora mismo, yo me voy a hacer cargo.
De reojo miró al cordobés, quien parecía estar con la mirada fija en algún punto, con los ojos vacíos solo reflejando los sentimientos negativos que lo habían invadido.
Tal vez Alejandro no era el único que se había deslizado.
La gente que optaba por el rol dominante también podía deslizarse de más y estaba completamente bien.
—Cuti —lo llamó y el chico se sobresaltó por la voz que lo sacó de su burbuja—. ¿Podés traer algo para comer y para tomar? —consultó, con la esperanza de que pudiera mantener su cabeza ocupada en otra cosa mientras cuidaba al madrileño.
El cordobés solo asintió con su cabeza, levantándose para salir de la pieza lo antes posible.
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Cuando Cristian regresó con el tupper de sanguchitos que habían sobrado, tres vasos y una botella de agua, lo primero que vio fue a Lisandro sentado en el borde de la cama, acariciando gentilmente el cabello del menor, quien sonreía por el lindo tacto mientras miraba a su novio con un brillo en los ojos.
Habían vuelto a brillar, de buena forma.
Su pelo se veía húmedo, así que supuso que se había bañado antes de acostarse. En su cuello todavía tenía puesto el collar sin la correa, tal vez porque le generaba seguridad usarlo.
—Perdón —fue lo que le salió decir, se sentía para la mierda pensando en que había lastimado, no solo a Alejandro, sino también a su mejor amigo—. No quería hacerles daño… —Su voz salió en un hilo y temió por sí mismo, dudando en si iba a poder controlar sus lágrimas o no.
—Vení acá —lo llamó el entrerriano, palmeando el lugar al lado de ellos dos.
Alejandro, aún acostado, se movió sobre la cama para dejarle un espacio, cubriendo su cuerpo con la sábana encima suyo porque en esos momentos le daba vergüenza que lo vieran desnudo, aunque se hubiera puesto un bóxer. 
A Cristian no le quedó otra que hacerle caso,  dejando las cosas en la mesa de noche.
Los brazos de su mejor amigo lo recibieron y no pudo seguir conteniéndose, sintiendo que solo podía sacar esa presión en su pecho llorando. 
—Está bien, Cris, no te disculpés —lo consoló, acariciando su espalda para que se calmara—. No lo sabías, tampoco tenías cómo saberlo.
—Podría haberme dado cuenta antes de dejarlo. —Alejandro sintió cierta responsabilidad de esa situación también, así que se removió en la cama, dejando de lado su vergüenza para poder unirse al abrazo.
—Perdón por asustarte, ya estoy bien bien, ¿sí? —le prometió el menor y Cristian se separó ligeramente para mirarlo.
Casi de inmediato una ligera sonrisa adornó su rostro al ver que el moñito rojo seguía enganchado en su cuello. 
Lisandro los miró con cariño, más calmado porque pudieran hablar bien sobre ese tema. Definitivamente no era su estilo no charlar las cosas antes y menos cuando sabía lo que podía pasarle a Garnacho.
—Primera regla —empezó a hablar, ganándose la mirada de los dos—. Siempre hablar ante cualquier cosa.
Cristian asintió ligeramente con su cabeza, un poco intimidado porque parecía ser una indirecta demasiado directa para él. Pero Lisandro no lo decía específicamente por Cuti, era algo para ambos.
Necesitaba saber qué era lo que pasaba por la mente de los dos con antelación porque sino podían pasar ese tipo de situaciones que prefería evitar por el bien de los tres.
—Segunda regla, no darle órdenes a Ale que puedan malinterpretarse. —Esta vez sí habló directamente al cordobés porque no quería que volviera a inducirlo a ese estado—. Tercera regla, respetar los límites del resto.
—¿Y cómo sé qué puede malinterpretar? —agregó el otro central.
Alejandro solo se quedó en silencio mientras los escuchaba, pensando que tal vez Lisandro sabría explicar ese tema mejor que él, después de todo, el defensor lo conocía más que lo que él mismo hacía. 
—Es el arte de dominar, deberías saberlo —bromeó, más tranquilo porque estuvieran mejor entre ellos—. Simplemente no le hagas comentarios como el de antes, podés halagarlo si él quiere, pero no con comentarios que puedan provocarle algún tipo de dependencia. —Cristian asintió y sintió que el peso en su pecho desaparecía al ver al gualeyo sonriendo.
Licha dirigió su mirada hasta el rubio, quien lo miró de vuelta con la vergüenza plasmada en sus mejillas por ser el único que estaba desnudo.
—¿Te gustaría que Cuti te halagara? —Alejandro se quedó en blanco por su pregunta, sintiendo que su rostro se calentaba más de lo que ya estaba. 
Ya había hablado antes sobre algunas cosas con el cordobés y se había muerto de la vergüenza, tener que volver a hacerlo lo apenaba más aunque sabía que era necesario.
—No me molesta… —respondió, jugando con sus manos mientras tapaba sus piernas desnudas con la sábana. 
—No es lo que pregunté, Ale —mencionó, provocando que el español lo mirara, sin entender del todo sus palabras—. ¿Te gustaría o no? —insistió. 
Licha vio la inseguridad en sus ojos y pudo suponer por qué, por lo que llevó una mano a su mejilla para acariciarlo, sin querer que cambiara su respuesta por él.
Sabía lo mucho que a Alejandro le costaba aceptar que le gustaba algo de todo eso, por lo que quería hacerlo sentir cómodo para que se sincerase y pudiera expresarse con libertad, sin ese miedo constante de lo que dirían.
—Sí… —murmuró tan bajo que, de no ser porque era de noche y los únicos allí, no podrían escucharlo.
El gualeyo sonrió y Cristian no pudo evitar imitarlo, llevando una mano hasta el cuello del menor para enganchar su dedo en la argolla, tirando de esta hacia su lado para que lo mirara.
—Qué lindo sos —soltó, sonriendo mientras lamía sus labios y observaba la vergüenza y lo tímido que se puso el chico con esa simple acción—. Si no fueras el novio de Licha, te robaría —siguió hablando—, serías un buen sumiso, siguiendo todas las órdenes que te dé. 
Alejandro se preguntó qué curso de oratoria había hecho para hablar de esa forma y producirle tantas cosas en su cuerpo, como si lo conociera desde hace años.
—No te vayas de tema, Cris —le recriminó el otro central, porque no había terminado de hablar con su novio como para sentirse del todo cómodo con esa situación. 
El de piel morena hizo un suave puchero y soltó su agarre en el collar, como diciéndole que siguiera hablando.
—¿Qué no te gustaría que hiciéramos Cuti o yo?
—Que se besen. —Respondió casi al instante y Lisandro solo pudo sonreír por lo rápido que había contestado cuando se trataba de él.
No había querido referirse a eso, pero igual tomó en cuenta sus palabras, sin separar su mano de la mejilla ajena.
—¿Cómo querés que no nos besemos?
—En la boca, no quiero que te bese en la boca, ni a mí —respondió, notablemente más cómodo hablando sobre eso.
Cristian lo miró con esa mirada y Lisandro supo que estaba tramando algo, que tampoco llevó mucho tiempo en descubrir qué era.
Los labios del moreno se pegaron a su cuello después de que se inclinará hacia él y sintió que un escalofrío recorría su cuerpo, erizándole ligeramente la piel al sentir su respiración tan cerca.
—¿Lo puedo besar así, entonces? —El mayor notó su tono de voz y terminó por confirmar que al cordobés le encantaba sacar de quicio al rubio por la cercanía que tenían los dos.
El mayor de los tres no pudo evitar soltar un leve quejido en forma de gemido al sentir los dientes del de piel morena clavarse en su cuello. Probablemente dejaría una marca bastante grande porque empezó a mordisquear también los alrededores.
Su mirada se conectó con la del rubio y esa vez no supo descifrar qué pasaba por la mente del chico. Había un brillo en sus ojos que no había visto nunca antes, pero no creía que fuera algo malo en sí.
—Apuesto a que le encantaría ver cómo te cojo —agregó el cordobés y Licha pudo ver la mirada inquieta del menor, nervioso.
—Te hicieron una pregunta, Ale —le recordó y el chico cayó en cuenta que no había hablado en esos minutos donde parecía más interesante ver cómo la lengua y los dientes del defensor hacían contacto con el cuello de su novio.
Lisandro llevó sus manos hasta los brazos del capitalino, aplicando cierta presión para que se separara de su cuerpo. Cristian sonrió al ver cómo la zona que había estado mordiendo se volvía rojiza de a poco. No había cosa que disfrutara más que ver la piel del otro central de color roja—o morada a veces— por las marcas que le dejaba.
—Sí, así si puedes… —le respondió al cordobés y el número 6 del United sonrió por lo sincero que estaba logrando ser el menor.
Sintió que tenía que darle un premio o algo que le calmara ese pensamiento que sabía que tenía sobre si estaba haciendo las cosas bien o no, por lo que terminó acercándose a él para besarlo.
Llevó sus manos hasta la cintura desnuda del chico y el contrario soltó un pequeño gemido contra sus labios por el agarre firme que aplicó en la zona.
Los labios del menor eran suaves y carnosos, tanto que se había vuelto una adicción para él besarlos, lamerlos y morderlos. Le encantaba el color rojizo que tomaban después de un beso intenso, casi imitando el color de sus mejillas cuando se avergonzaba y, si se esmeraba un poco, casi llegaba a parecerse al color de sus camisetas del Manchester United.
Y los soniditos que el rubio soltaba cada vez que se besaban lo volvían loco, recordándole constantemente lo bien que se sentía el chico estando con él. Lo bien que lo hacía sentir.
Sintió una mano colarse por debajo de la sábana y Alejandro gimió contra sus labios por el contacto que hizo la mano del cordobés con uno de sus muslos.
—¿A vos también te puedo besar como a Licha? —mencionó mientras la pareja seguía besándose. 
Lisandro abrió ligeramente sus ojos, pudiendo observar de reojo al otro central dejando pequeños besos en el hombro del español para después bajar a su clavícula. 
El entrerriano cortó el beso y separó una de sus manos de la cintura del rubio para darle un empujón al cordobés antes de que hiciera algo.
—No —respondió por el chico de doble nacionalidad—, ni se te ocurra dejarle alguna marca —lo amenazó mirándolo serio.
Cristian sonrió con una mueca burlona, con gracia por la actitud posesiva que tenía en esos momentos su mejor amigo, principalmente porque ni siquiera con él era así y tampoco creía que alguna vez hubiera sido así con Muri.
Alejandro lo miró con ternura por la forma en la que estaba protegiéndolo, así que no pudo evitar agarrar al mayor del mentón para que volviera a mirarlo y poder dejar un corto beso en sus labios. Casi en un segundo, Lisandro sonrió y se olvidó por completo lo que acababa de querer hacer el cordobés. 
Genuinamente pensaba que el madrileño era como un solcito porque lograba alegrarlo con pequeñas cosas.
—Ahora, ¿qué cosas no querés que nosotros te hagamos a vos? —siguió con su cuestionario mientras se levantaba de la cama para agarrar un poco de agua y servirse en un vaso.
El rubio los miró en silencio por un momento, pensando en qué cosas no le gustaban. O al menos en qué cosas no quería de parte de Cristian, porque la confianza que tenía con Licha era diferente.
—Sangre —soltó casi sin pensar demasiado lingüísticamente—, no quiero nada que provoque sangre, ni a mí ni a Lisi.
El cordobés sonrió por el apodo que le puso al entrerriano y no pudo evitar pensar que el chico era bastante tierno, a pesar de que su mandíbula marcada y sus facciones serias a veces podían intimidar a alguien si no lo conocías lo suficiente. 
Solo hacían falta un par de conversaciones para darse cuenta que, en realidad, Garnacho era un niño en el cuerpo de un joven adulto.
Lisandro le sonrió y lo miró con una expresión que se traducía en "¿qué más?". Simultáneamente, estiró su mano hasta donde había dejado todos los regalos, agarrando la correa. 
—Tampoco quiero que me digan cuándo correrme —agregó, tal vez con la leve esperanza de que no se lo negaran después de la libertad que le estaba dando el chico con reflejos rubios.
Cristian soltó una pequeña risita al ser incluido en la petición, siendo casi como algo normal que él también estuviera involucrado. Tal vez era algo a lo que podía acostumbrarse.
Licha lo miró por unos segundos y después soltó una pequeña risita, enganchando de nuevo la correa a su collar. Su mano se envolvió en las cadenas conectadas al gancho y tiró de estas, provocándole un jadeo al rubio por la presión en su cuello.
—Eso no lo decidís vos, lindo —respondió, mirando el puchero y el ceño fruncido que puso el menor por no haber conseguido convencerlo—. Por ahora solo vamos a usar el collar y la correa. Y solo yo puedo sostenerla —agregó mientras soltaba las cadenas para agarrar la correa desde la manija de cuero.
Ante su comentario, Cristian chistó con la lengua, no muy de acuerdo con lo que estaba diciendo el defensor del United.
—Qué aburrido sos.
Alejandro no pudo evitar sonreír para sus adentros por lo protector que estaba siendo con él, lo hacía sentir seguro y mucho más en ese ambiente en el que tal vez no sería tan abierto y confiado de no ser por Lisandro.
—Mi novio, mis reglas —respondió, haciéndole una mueca de burla al cordobés para después mirar al rubio.
Se encontró con el chico divagando con su mirada en la cama y agitó ligeramente las cadenas de la correa para llamar su atención después de lo perdido que se veía en sus pensamientos. 
Le daba miedo que volviera a caer en ese trance por lo reciente que había sido la experiencia.
Cuando sus ojos se volvieron a encontrar, vio un brillo diferente en su mirada, un brillo de deseo pero también de inseguridad.
—¿Qué pasa, Ale? —Su mano libre acarició la mejilla del menor, intentando motivarlo a que le dijera qué pasaba por su cabeza.
—Me da vergüenza decirlo… —murmuró, inclinando su cuerpo hacia él para abrazarlo y encontrar algún tipo de protección física en su cuerpo, por lo vulnerable que se sentía al pensar aquello.
Lisandro rió con ternura y acarició su cabello dorado.
—Podés decirnos cualquier cosa, no te vamos a juzgar —lo animó, dejando un pequeño beso detrás de su oreja. 
Pasaron unos cortos minutos y Alejandro logró separarse de él, tomando la valentía para separarse de sus brazos.
—¿Puedo usar… las esposas? —El chico no fue capaz de mirarlo a los ojos pero el central dejó que fuera así porque no quería obligarlo a nada.
Perfectamente podía pedirle que lo pidiera bien o que le preguntara a los dos solo para ver sus mejillas volverse rojas por la vergüenza, pero lo evitó porque en esos momentos solo quería que Alejandro se sintiera bien. 
—Bueno —respondió con simpleza, sonriéndole e inclinándose para agarrar las esposas y cumplirle el capricho porque tampoco era fuerte como para negarle algo al menor cuando se ponía así de tímido. 
—Lo consentís demasiado, yo ya le hubiera metido la pija hasta el fondo para que se calle. —Lisandro vio el efecto que tuvo sus palabras en el cuerpo del rubio y sonrió sutilmente, sintiéndose tranquilo porque a Alejandro le gustara Cristian. 
—Y hacelo, tanto que hablás —respondió mientras se levantaba de la cama, agarrando las esposas con sus manos. 
Se quedó parado a un lado de los dos chicos, mirándolos porque necesitaba asegurarse antes que todo estuviera bien entre los tres. Sabía que Alejandro haría lo que él quisiera, así que era una preocupación menos al saber cuándo detener todo.
—Ale, hacenos el favor de arrodillarte en el piso enfrente de Cuti —le pidió, sonriendo al ver lo rápido que le obedeció. 
Cristian lo miró con las pupilas dilatadas y la típica expresión que ponía en la cancha cuando estaba concentrado. Lisandro sabía perfectamente cómo se ponía el cordobés cuando estaba excitado y era algo que en el fondo quería ver. Ver cómo otra persona también podía sentir placer gracias a su novio era algo que nunca esperó que fuera a gustarle. Pero era agradable y lo hacía sentir orgulloso, porque al final, Alejandro era solo suyo y él le había enseñado todo eso.
—Entonces… ¿Puedo hacerle lo que quiera mientras no incluya besos, marcas y sangre? —mencionó mientras miraba al mayor, intentando asegurarse de que tenía completamente el permiso del entrerriano para tocar al menor.
Lisandro solo afirmó a su pregunta con una sonrisa en su cara y se acercó al menor, quien se había ubicado entre las piernas del cordobés y luchaba por encontrar un lugar donde fijar su mirada para que no fuera incómodo o vergonzoso.
—Te tengo una buena noticia, Cris —empezó a hablar, agachándose a un lado del chico para poder tomar sus brazos y colocarle las esposas en sus muñecas—. A mi juguetito le encanta que le tiren el pelo —agregó y sonrió al escuchar el jadeo que soltó el rubio por el apodo.
Cuando enganchó entre sí las dos argollas de las esposas, tiró ligeramente de estas para verificar la movilidad que tenía el menor y se quedó conforme con que pudiera mover sus brazos pero no separarlos.
—Vamos a ver entonces qué cosas le has enseñado —mencionó el cordobés, envolviendo sus dedos en las hebras doradas del chico y tirando de estas con fuerza.
Alejandro gimió por el trato brusco y se vio obligado a acercarse más al central, arrastrando sus rodillas y causando fricción en estas al ser su único soporte para mantener el equilibrio. Esta vez, su mirada se mantuvo en Cristian, viendo la sonrisa engreída que tenía en su rostro al ver su expresión de gusto. 
—Dale, putita, desnudame —le ordenó y el madrileño se sintió nervioso por la situación, sabiendo que estaba haciéndolo a propósito porque no podía usar sus manos. 
Lisandro apoyó su mano en la espalda baja del chico para intentar calmarlo de alguna forma, obteniendo una mirada de parte del rubio. La sonrisa del gualeyo logró calmarlo un poco y solo hizo falta un movimiento de cabeza para indicarle que lo hiciera, como si estuviera dándole permiso. 
Alejandro se sintió motivado, así que se giró de vuelta hacia el cordobés. Con timidez acercó su boca al pantalón del capitalino, agarrando con sus dientes la parte superior del pedazo de tela con el agujero enganchado en el botón. Tiró de esta con algo de fuerza pero frunció el ceño al no poder mover la tela mucho más que unos centímetros.
Un pequeño sonidito que se asimilaba a una carcajada ahogada llamó su atención y pronto su vista se encontró con la del mejor amigo de su novio, quien lo estaba mirando con una sonrisa burlesca. En el fondo sabía que solo estaba provocándolo porque le gustaba mostrarle, de cierta forma, que él también podía "dominarlo" como Lisandro, pero de todas formas no podía evitar caer en su truquito. 
Le molestaba mucho la actitud engreída que tenía Cristian con él, solo quería mostrarle que sólo se sometía—si es que podía llamarlo así— a Licha y que no le afectaba su trato, aunque fuera mentira. 
Retomó su tarea y esa vez aplicó más fuerza para desabotonar por fin el jean del cordobés, llevando sus dientes ahora hasta el cierre de sus pantalones para poder bajarlo.
Una parte suya estaba ansioso por lo que fuese a hacer el contrario, pero en ese momento se dedicó a admirar lo fuerte que parecía el cordobés. Antes había visto fotos suyas desnudo y con esos shorts que dejaban ver los músculos de sus piernas cuando regresaron a Argentina después de ganar la copa del mundo, pero definitivamente tenerlo enfrente suyo, aunque estuviera vestido, era muy diferente.
Si así era su cuerpo, no quería imaginar cómo sería su miembro.
—¿Vas a hacer algo más o…? —sugirió con impaciencia. El cordobés había estado jodiendo con que iba a hacerle esto y aquello, y ahora le molestaba que hubiera sido puro palabrerío.
—Cuidá tu tono, Alejandro —le advirtió el entrerriano y el menor frunció el ceño porque lo regañara a él y no a Cuti por estar burlándose—. Si querés algo, pedilo bien —comentó, sin poder separar sus manos del cuerpo ajeno, o más bien, sin querer hacerlo porque se sentiría inseguro dejándolo solo con alguien más. 
—Si, Ale, pedime lo que querés —le siguió Cristian, dándole una mirada que terminó por calentar su cuerpo y producirle un hormigueo en su piel.
Alejandro no sabía qué odiaba más, lo engreído y soberbio que era Cristian, o que de verdad le gustara que lo tratase así. 
—¿Puedo… —se cortó a sí mismo, sintiendo la vergüenza y la pena invadir su cuerpo.
Era humillante pedirle eso al cordobés porque sentía que mandaría a la mierda el poco orgullo que le quedaba en ese momento. Pero al fin y al cabo era lo que quería y había estado deseando desde que Cristian se lo insinuó.
—¿Puedo chupártela? —terminó soltando. 
Una parte suya quiso voltearse hacia su novio para asegurarse que estuviera bien, para que le dijera que realmente podía hacer eso sin hacerlo sentir mal pero la guerra de miradas que estaba teniendo con el central parecía ser más importante en esos momentos porque estaba su orgullo en juego. 
—¿Chuparme qué? —se burló Cristian, llevando una mano hacia el cabello del chico, entreteniéndose con lo suave que era.
—La polla.
El cordobés estuvo a punto de seguir jodiéndolo de no ser porque su mirada se conectó con la del entrerriano, quien había decidido empezar a repartir pequeños besos y mordiscos por la piel desnuda del menor, queriendo dejar marcas en su cuerpo que le recordaran a quién pertenecía, sin importar con cuántas personas estuviera.
La mirada oscura, con las pupilas dilatadas, del mayor lo miraron atentamente, casi como una advertencia no dicha de que no siguiera molestándolo si quería que él lo dejara estar con Alejandro.
Cristian, lejos de admitir que se sintió intimidado por Lisandro, simplemente le sonrió al madrileño, soltando su cabello para poder terminar de quitarse los pantalones y luego el bóxer, deleitándose con los ojitos brillosos del rubio mientras miraba su cuerpo.
Alejandro se relamió los labios y Cuti no supo si era por deseo o por deshidratación. Ciertamente era una mezcla de ambas, porque el español sintió que se le secó la boca al pensar en cómo se sentiría tenerlo dentro suyo, llenándolo y ahogándolo a su antojo. 
—Chupame, entonces —le ordenó, agarrando los mechones de su cabello para acercarlo a su miembro, mientras que con su otra mano acariciaba la base.
Con un poco de vergüenza, el chico de doble nacionalidad sacó la lengua para hacer contacto con la piel sensible del capitalino, jadeando al sentir el gusto salado en sus papilas gustativas. Probó un poco el terreno con su lengua, intentando mantener la mirada fija en Cristian, quien estaba luchando por no gemir por lo bien que se sentía el contacto de su lengua. 
Alejandro sabía que de él dependía lo que fuera a decir el cordobés de Lisandro y no planeaba dejar mal a su novio después de esos meses donde había adquirido experiencia. 
Conectó sus labios al glande y succionó mientras jugaba con su lengua con la punta, enganchando ésta en el orificio mientras tragaba el líquido preseminal que dejaba salir el de piel morena. Se sintió orgulloso al ver que el contrario cerraba los ojos con una mueca de placer y aplicaba más fuerza sosteniendo su cabello.
Eso lo motivó lo suficiente como para meter más el miembro del cordobés en su boca, teniendo que hacerlo de a poco para acostumbrarse a la longitud. Era similar a Licha pero definitivamente era más largo y tal vez si no iba de a poco se iba a ahogar. 
Hablando del rey de Roma.
Alejandro sintió las manos del defensor en sus caderas y pronto sus rodillas dejaron de tener contacto con el suelo por unos segundos en lo que Lisandro las levantaba y tiraba de ellas hacia atrás para que quedara en cuatro patas—de no ser porque sus brazos estaban atados en su espalda—.
Su cuerpo no soportó mantener el equilibrio y se dejó caer hacia adelante, provocando que el miembro de Cristian tocara su garganta, llenándolo por completo y sacándole un gemido que hizo temblar al cordobés por el efecto que tuvo la vibración en él.
—¿Te estás divirtiendo, mi vida? —se burló esta vez el entrerriano, agarrando la tela del bóxer para quitárselo, mientras el rubio se removía intentando volver a su posición donde pudiera sostenerse—. Yo también me quiero divertir, no te muevas, Cuti —agregó con una sonrisa, observando al capitalino morderse el labio para contenerse y seguir su pedido.
Sus manos acariciaron la pálida piel de los glúteos del chico y se quedó admirando cómo contrastaba el color de piel más oscuro de sus manos con la tez del menor.
—¿Puedo abrir mi regalo? —habló mirando directamente al cordobés, sin poder evitar sentirse bien al ver cómo estaba luchando contra las reacciones propias de su cuerpo al tener al rubio de esa forma.
Cristian abrió los ojos y miró las pupilas dilatadas del entrerriano, jadeando por el doble sentido que había usado en sus palabras. Era una faceta de Lisandro que nunca antes había visto y le gustaba demasiado, si se ponía así cuando estaba con Alejandro, entonces iba a empezar a ayudarlo más seguido.
—S-sí —respondió, mordiendo su labio inferior para contenerse a sí mismo por culpa de los soniditos y movimientos que estaba haciendo el rubio—. Quédate quieto, la puta madre —le ordenó y solo obtuvo un lloriqueó ahogado que lo hizo gemir y aumentar sus ganas de embestir la garganta del menor.
Lisandro llevó una de sus manos hasta la cadera del chico, usando la otra para guiar la mano libre que le quedaba al menor de ese lado, para que así pudiera envolver sus dedos en su muñeca.
—Sabés qué hacer si querés que paremos, bebé —Le recordó, habiendo hablado con anterioridad sobre qué iban a hacer si Alejandro no podía hablar como para pedirles que parasen.
No fue algo que consideró específicamente que tuviera que compartir con Cristian porque justamente no era su novio. Él conocía al madrileño más que nadie—incluso se atrevía a decir que más que sus padres—, así que sabría cuándo detenerse y jamás lo dejaría solo como para no poder ayudarlo.
Aunque el menor se quedó quieto—o eso intentó— por orden del cordobés, no pudo evitar gemir al sentir dos dedos de su novio presionando contra su entrada, literalmente abriéndolo de a poco y con cuidado que terminó agradeciendo porque sino le dolería.
Los dedos de sus pies se curvaron cuando sintió la punta de las falanges ajenas rozar esa zona sensible dentro suyo y no pudo hacer nada más que quedarse ahí para que los dos defensores lo usaran como quisieran. 
Le encantaba que Lisandro conociera tan bien su cuerpo como si fuera el suyo propio, porque eso solo le demostraba lo importante que era para él, recordando cada una de las cosas que provocaban que se derritiera del placer.
Solo hizo falta ese toque para que Alejandro volviera a gemir con fuerza, queriendo desesperadamente perseguir esa sensación por más tiempo. Su cuerpo hormigueaba y se sentía completo, a pesar de que su novio solo estaba embistiendo su entrada con sus dedos.
—¿Se siente bien? —preguntó al cordobés, quien estaba con la mirada perdida en algún punto, siendo más importante lo que sentía que lo que veía. 
La garganta del menor se contraía y se relajaba en lo que intentaba tragar inútilmente su saliva que envolvía el miembro ajeno, sintiendo cómo se deslizaba de a poco por la longitud hasta acumularse en los comisuras de sus labios. Cristian estaba fascinado con la idea de mantener al rubio de esa forma por un tiempo.
Le encantaba cómo su boca parecía amoldarse a su pene y se preguntó si Lisandro había hecho eso antes como para que Alejandro fuera capaz de no ahogarse por estar tanto tiempo en esa situación. 
—Si… Está muy apretado —comentó, seguido soltando un gemido por cómo se sentía que su miembro literalmente vibrara por los sonidos que emitía el madrileño—. Parece como si estuviera hecho para esto.
—Bueno, entrené bien a mi cachorrito, ¿no es cierto? —respondió el entrerriano, curvando sus dedos dentro del menor y provocando que el agarre en su muñeca se afianzara a la vez que le sacaba un gemido al chico. 
No esperaba una respuesta en sí porque claramente Alejandro no podría contestarle con palabras, pero quería que Cristian viera que era capaz de deshacerlo por el placer que le causaban todas las sensaciones.
—Supongo que yo también te entrené bien —soltó, descolocando un poco al mayor y Cuti sonrió por eso.
Licha podía dominar a alguien pero jamás se iba a olvidar lo que era ser dominado por otra persona.
No dijo nada y solo se concentró en darle placer al madrileño porque si el chico la pasaba bien, entonces él también. Y definitivamente sentir las paredes del menor apretándose contra sus dedos a la vez que rasguñaba la piel de su muñeca le producía cosas.
Su burbuja de lujuria se quebró un poco al sentir los pequeños toques que le daba el medio argentino en su muñeca.
—Pará, Cris —le indicó al cordobés, sacando sus dedos del interior ajeno, tal vez un poco más brusco de lo que hubiera preferido pero se alarmó un poco porque Alejandro hubiera usado su seña de seguridad.
Limpió sus dedos en su propia remera y los llevó hasta el collar del chico, metiendo estos entre su cuello y el cuero para así poder aplicar fuerza para levantarlo, junto con su otra mano sosteniendo sus hombros por enfrente de su cuerpo para no ahogarlo.
Cuando el español pudo apoyar su espalda contra el pecho vestido de su novio y recargar su cuerpo contra él, Lisandro quitó su mano del agarre en el collar y llevó esta hasta la cintura del chico para poder acariciarla con cariño.
—¿Estás bien? —preguntó con preocupación en su tono de voz, tenía mucho miedo de que volviera a entrar en ese trance por lo reciente que había sido la experiencia. 
Y se puso peor al no obtener una respuesta. 
—Alejandro —lo llamó, a punto de voltearlo para mirarlo a los ojos.
—Si, si… Estoy bien, perdón —respondió el rubio con la voz algo ronca, al ver que había preocupado a Lisandro más de lo que había querido. 
Solo había estado intentando acostumbrarse a no tener nada en su boca después de lo intenso que había sido eso, y ni hablar de lo agitado y lleno de baba que había quedado. Cristian lo miró con cierta gracia, pero igual acercó sus manos a él para limpiar los restos de saliva que no había podido tragar y se habían escapado por sus comisuras.
—Le acabo de abrir la garganta es lógico que no responda al toque, calmate un poco, Licha —le pidió el cordobés a su amigo, llevando su pulgar hasta los labios hinchados de Alejandro, simplemente apoyándolo encima de su labio inferior mientras el menor tenía la boca entreabierta al intentar regular su respiración.
—¿Por qué usaste tu seña de seguridad, Ale? —insistió casi ignorando a Cristian, solo porque no podía no preocuparse por eso así sin más. 
Estaba a cargo de la integridad tanto física como mental de su novio, no podía no darle importancia. Aunque tal vez estuviera dándole demasiada. 
Licha vio la acción del contrario y solo le manoteó la mano para que no distrajera al rubio de su pregunta, cosa que pareció molestar al cordobés porque lo vio fruncir el ceño mientras lo miraba.
Cuti se inclinó ligeramente hacia adelante con su cuerpo solamente para alcanzar el mentón del entrerriano, apretándolo entre sus dedos para aplicar una fuerza que lo trajera a la realidad y le permitiera mirarlo. Cristian ya había visto cómo era el brillo en los ojos de Alejandro cuando entraba en ese estado y definitivamente ahora no lo veía. 
—Te vas a calmar, Lisandro —le ordenó y el gualeyo se sintió como las primeras veces en las que experimentaron cosas juntos—. Alejandro está bien —le aseguró a la vez que lo miraba fijamente para darle algún tipo de seguridad. 
El gualeyo asintió suavemente para luego bajar la mirada, intentando calmar esa ansiedad que le producía la situación. 
Sus manos terminaron en las esposas del menor y simplemente las destrabó, provocando que los brazos del rubio cayeran a sus costados casi en un peso muerto. Dejó las esposas en el piso y masajeó sutilmente los brazos ajenos porque seguro estaban un poco entumecidos.
Alejandro se escapó con suavidad de su agarre y se volteó hacia él, pasando sus manos por encima de sus hombros para acercarlo a él.
—Estoy bien, Lisi —le aseguró, inclinándose hacia el entrerriano para dejar un corto beso en sus labios en lo que el mayor llevaba sus manos hasta su cintura.
El gentil contacto en su cuerpo lo relajó.
—Si algo te molestó, necesito que me lo digas.
—No, no fue nada de eso —respondió rápidamente, sintiendo su rostro calentarse porque no sabía cómo decírselo y que Cristian no lo escuchara porque le avergonzaba. La expresión de Lisandro era un claro "¿Y entonces?" por la que se vio obligado a contarle aunque se muriera de vergüenza.
Con suavidad terminó de envolver sus brazos alrededor de su novio y apoyó su rostro en la curvatura de su cuello, inspirando el aroma de la colonia del mayor con la esperanza de que eso le diera la fuerza suficiente como para hablar.
No quería decirlo porque lo avergonzaba, y tampoco quería que fuera algo que Cuti usara después para burlarse, era un miedo que tenía que enfrentar porque una parte suya sabía que el cordobés no iba a decir nada, pero tampoco lo conocía del todo como para asegurarlo al cien por ciento.
—Solo… No me quería venir así —murmuró contra su cuello, sintiendo la mano de Lisandro acariciar los mechones de su cabello rubio en una caricia bastante suave y gentil, mientras la otra seguía en su cintura.
—¿Cómo querés hacerlo entonces? —consultó bajando su volumen de voz por lo cerca que estaban ahora el uno del otro, sentía que si hablaba más fuerte iba a perturbar el ambiente.
—Elígelo tú, es tu cumpleaños, yo solo soy tu regalo —le ofreció y Licha rió suavemente con ternura por sus palabras.
—No, también sos mi novio —respondió en cambio, llevando una mano hasta la mejilla del chico para sostenerlo y poder atraerlo hacia sus labios, conectándolos en un beso un poco húmedo, pero sin dejar de mostrarle lo mucho que lo quería. 
En esos momentos ya no le importaba ese juego que estaban jugando, solo quería hacer sentir bien al rubio porque eso le daba placer a sí mismo. Aunque siempre se lo dijera, quería mostrarle al menor lo valioso que era y lo bien que estaba pasándola en su cumpleaños gracias a él y al cordobés.
Cuando se separó del rubio, miró por unos segundos a Cristian, quien no había dejado de mirarlos en ningún momento mientras se besaban. Solo le dirigió una suave sonrisa, con la esperanza que entendiera lo que estaba diciéndole en silencio, antes de volver su atención a su novio.
Lisandro se levantó del piso y agarró la correa de la parte de cadenas para tirar de esta e indicarle a Alejandro que se parara, amando la sensación de ahogar al madrileño con un acto tan simple como ese.
—Levantate —le ordenó, viendo al chico obedecerle con rapidez y sonriendo por eso. Estaba fascinado con lo poderoso que se sentía en ese momento y con el hecho de que Alejandro confiara tanto en él como para dejar que tuviera ese poder.
Lisandro soltó la correa y lo acercó hasta su cuerpo, rodeando su cadera con sus manos mientras llevaba sus labios hasta su hombro, empezando a dejar suaves besos en su piel.
Su mirada se cruzó con la del cordobés y no pudo evitar sonreír con emoción por la idea que había surgido en su cabeza.
—Cuti, ¿podrías ayudarme a prepararlo? —le pidió con los ojos brillándoles por lo mucho que quería ver al menor gimiendo por el placer que le daba el contrario.
—Con gusto —respondió en broma, acomodándose detrás del madrileño aún sentado en la cama, dejando de acariciar su miembro para llevar sus manos hasta los glúteos del rubio y abrirlos, dejando a la vista su entrada—. ¿Cuántos dedos? —consultó, tentado a lamer su esfínter.
Tampoco se privó de hacerlo. Nunca le dijeron que no podía hacer eso.
Lisandro tuvo que mirar por encima del hombro de Alejandro para ver por qué el chico había gemido y la verdad es que le encantó ver al español retorciéndose al sentir la lengua del cordobés abriendo sus paredes y lamiendo lo que podía.
—Cuatro están bien. —Su respuesta llamó la atención del rubio, quien lo miró con confusión y algo de sorpresa. 
Normalmente Licha lo preparaba con dos porque le encantaba sentir el ardor en sus paredes cuando lo embestía hasta que no tuviera otra opción que amoldarse al miembro del entrerriano. Por eso, en esos momentos se preguntó qué pasaba por la cabeza del mayor como para pedirle eso.
De todas formas, no fue algo en lo que se concentró demasiado porque simplemente no pudo hacerlo al sentir cómo dos dedos del cordobés abrían su interior mientras su lengua aún seguía lamiendo la zona erógena, aprovechando para meterla más ahora que con sus dedos estaba abriéndolo como si fueran tijeras.
Alejandro no pudo quedarse quieto, escondiendo su rostro en el cuello de su novio porque le daba vergüenza que viera cómo disfrutaba que otra persona lo tocara. Todavía no sabía cómo iba a aguantar no correrse antes de siquiera poder sentir a alguno de los dos dentro suyo.
Alguno de los dos…
Ese pensamiento hizo que su cuerpo temblara ante el escenario que se imaginó en su cabeza y no pudo sacárselo. Un escenario donde él estaba entre los dos centrales y Cristian embestía su garganta, ahogándolo con su pija, mientras su novio se lo cogía, sin poder hacer otra cosa más que someterse a lo que quisieran hacerle los dos argentinos. 
Cristian separó su boca del interior del madrileño y, en su lugar, llevó su boca hasta sus glúteos, mordiendo la suave y pálida piel solo porque quería ver cómo su tez se volvía roja por la fuerza que había aplicado con sus dientes
Lisandro solo sonrió al ver lo mucho que parecía estar disfrutando por los pequeños temblores que tenía su cuerpo y los gemidos que ahogaba contra su hombro, pero pronto su sonrisa desapareció al ver por qué. 
—Te dije que nada de marcas, Cristian —lo "retó", aunque el cordobés solo lo miró con una sonrisa, sin despegar su mirada de él mientras volvía a morder la piel del chico sin dejar de mover sus dedos dentro suyo.
—¿Quién más va a ver su orto, además de vos? —soltó como si fuera lo más normal del mundo.
En realidad, Lisandro no quería que le dejara marcas porque era posesivo y celoso con su novio cuando quería, y en esos momentos no le gustaba que su piel tuviera marcas de otras personas. 
Pero tampoco supo qué responder porque ciertamente Cristian tenía razón, nadie más además de él lo vería de esa forma. Tampoco era que le enojaba tanto que el cordobés lo hubiera hecho porque bueno, Cuti era Cuti, y a Alejandro no parecía haberle disgustado.
Podía hacer una excepción por esa vez.
—¿Querés que lo prepare solamente? —cuestionó Cristian y Lisandro lo miró por encima del hombro, al no entender a qué se estaba refiriendo el defensor. Le dio un poco de desconfianza aceptar porque aún seguía en su modo "no hieras a mi pichón o te cago a piñas"—. Vos sabés cuál es la mejor posición para esto –soltó por fin, separando sus manos del menor y obteniendo un quejido por la pérdida de contacto.
Licha no dijo nada y solo soltó la correa del collar para que Cristian pudiera hacer lo que quisiera. 
El rubio lo miró a los ojos suavemente con cierto brillo que identificó como miedo, por lo que sus manos acariciaron sus mejillas antes de darle un corto pico en los labios y dedicarle una sonrisa.
—No necesitas pensar en nada, Ale. Yo te cuido —mencionó mientras acariciaba su mejilla.
El mitad argentino lo miró por unos segundos antes de asentir con la cabeza ligeramente, aún un poco tenso por la situación. 
Pero fue muy distinto cuando Lisandro le pidió que se subiera a la cama y apoyara sus manos y sus rodillas en esta. Licha se sentó cerca del respaldar para así poder apoyar su espalda contra esta. En ningún momento soltó la correa y aprovechó el momento para aplicar presión y hacer que Alejandro se inclinará hacia adelante, apoyando su mejilla en la cama.
Vio la expresión de vergüenza en el rostro del chico, por lo que llevó su mano a sus mechones para consolarlo. El madrileño, de igual manera, se removió en el lugar, queriendo escapar de esa posición tan humillante.
La mano que antes era una caricia gentil, ahora aplico presión hacia abajo, reteniendo al menor en el lugar.
—No, te vas a quedar así hasta que Cris termine de prepararte —le ordenó y el cordobés no se hizo de rogar, acercándose a la cama nuevamente para sentarse en el espacio entre las piernas del chico.
Alejandro soltó un pequeño gemido de vergüenza e intentó mover su cara para esconderla y que ninguno de los dos viera su expresión en esos momentos, pero su novio lo retuvo en el lugar, sin dejarle otra opción más que enfrentarse a esa humillación. 
Cuando volvió a sentir la intromisión de los dedos del morocho, no pudo evitar gemir fuerte porque esta vez había metido tres directamente y su interior ardió por la repentina apertura. Cristian se lamió los labios al ver cómo el cuerpo del menor reaccionaba cuando no había hecho nada siquiera.
—Parece que estás tan acostumbrado a que te cojan que tu cuerpo se dilata solo —comentó el cordobés, demasiado atraído por la vista que tenía enfrente suyo. Empezaba a considerar decirle a Lisandro que lo invitara más seguido.
Alejandro no se pudo callar cuando sintió sus dedos llegar hasta ese punto que, gracias a la posición, era mucho más accesible. Los dedos de sus pies se curvaron y jadeo al volver a sentir repetidamente, sintiendo su cuerpo llenarse de pequeñas corrientes eléctricas que recorrían todo su cuerpo.
El rubio solo pudo agarrar las sábanas debajo suyo con sus manos, intentando liberar el placer de otra forma que no sea gimiendo porque le daba vergüenza cómo sonaba su voz, rota y más aguda que de costumbre.
—Dejame cogerlo, Licha —pidió el cordobés, mirando al mencionado mientras seguía moviendo sus dedos dentro y fuera del esfínter, curvándolos y de a poco dilatándolo para lo que harían—. Te prometo que lo voy a hacer disfrutar, le voy a romper el orto hasta que llore y me ruegue que deje de llenarlo de leche.
Lisandro solo pudo jadear ante el comentario de su amigo, habiéndose olvidado de lo mal hablado que era.
Pero la imagen de Alejandro llorando de placer, con el espeso líquido blanco bajando por sus muslos, hizo que su miembro se pusiera más duro de lo que estaba, por lo que optó por soltar al rubio y desabrochar su pantalón para poder liberar su miembro de su ropa. A esas alturas ya empezaba a dolerle que estuviera bajo la apretada tela de su ropa interior.
—N-no… —intentó hablar el contrario, balbuceando mientras su espalda se arqueaba. Sentía que se iba a correr pronto si Cristian seguía presionando esa bolita de nervios—. Necesito-
El chico se trabó con sus palabras, sintiendo su cuerpo temblar por el placer que estaba sintiendo.
—No te entiendo, Ale —se burló Lisandro ligeramente mientras acariciaba su miembro con una mano y con la otra despejaba la frente del rubio de sus mechones húmedos por el sudor.
—Quiero correrme, por favor —le rogó, empezando a babear contra la sábana al no poder cerrar la boca por su necesidad de sollozar.
—Mhmm… —dijo el entrerriano, fingiendo pensarlo por unos momentos—. No —respondió con una sonrisa.
Alejandro lloriqueó en el lugar ante la negación, sintiendo sus ojos cristalizarse por la mezcla de placer y frustración porque no sabía cuánto iba a soportar eso su cuerpo. 
Después de unos minutos donde Cristian lo torturó con sus dedos, los sacó de su interior y el madrileño solo pudo gemir al sentirse nuevamente vacío, con su interior apretándose alrededor de la nada en busca de algo que lo llenara.
Antes de que pudiera hacer algo más, sintió el tirón en su cuello, recordándole que tenía puesto el collar y que Lisandro lo estaba agarrando.
Con los brazos temblándole por la falta de fuerza, se levantó para encontrarse con el mayor masturbándose enfrente suyo. Su mirada no pudo evitar dirigirse hacia su miembro duro, sintiendo un cosquilleo bajo su piel al pensar en la situación en la que se encontraba.
Estaba ansioso y desesperado por sentir al mayor dentro suyo.
—Vení acá —le indicó, dejando de tocarse para palmear su regazo, acomodándose en la cama para estar cómodo.
El chico no tardó más que unos segundos en cumplir su pedido, permitiéndose la libertad de empezar un beso con el entrerriano mientras se movía encima suyo, sintiendo el roce de sus miembros que provocó que gimiera contra su boca y cortara el beso.
—¿Ya estás desesperado? —mencionó mientras acariciaba su cintura. Alejandro solo asintió varias veces con la cabeza, queriendo demasiado que se lo cogiera—. Bueno, si tanto querés, hacé vos el trabajo —dijo, dedicándole una sonrisa media desafiante.
El madrileño se mordió el labio inferior con cierto nerviosismo pero igual se acomodó en sus piernas, queriendo encontrar una posición cómoda para hacer aquello. 
Cuando la punta de su miembro se presionó contra la entrada del chico, jadeó por lo apretado que estaba a pesar de que Cristian lo había preparado. Se preguntó si iba a poder soportar lo que estaba planeando hacer con el otro defensor. Pero pronto dejó aquello en un segundo plano de su mente al sentir las calientes paredes ajenas aprisionar su pene.
Jamás se iba a cansar de ver a Alejandro en ese estado porque era demasiado atractivo ver cómo su cabello rubio se pegaba a su frente por el sudor, sus ojos cerrados por el placer que estaba sintiendo, la boca entreabierta mientras dejaba salir pequeños jadeos cada vez que se movía y sus mejillas con cierto tono rojizo por la vergüenza. 
Terminó ayudándolo con sus movimientos, apoyando sus manos en su cintura para que pudiera continuar con la acción porque a veces se detenía al no poder soportar su propio peso y se quedaba quieto encima suyo.
Enroscó la correa en su mano y tiró de esta para abajo, solo para que cada vez que subiera sintiera la presión y se obligara a bajar con fuerza para no ahorcarse.
Su vista se enfocó detrás del chico y pronto sintió una de las manos del cordobés rozar la suya en la cintura del rubio, mientras la otra terminó en la espalda del menor, empujándolo hacia adelante e interrumpiendo su acción. Alejandro se removió con cierta molestia al sentir que casi ni se podía mover y el pene del entrerriano palpitando dentro suyo no ayudaba para nada.
—Me parece que no estás abriendo bien tu regalo —comentó Cristian, siguiendo con su juego de que Alejandro era el regalo de cumpleaños. 
El madrileño lo miró de costado, algo alarmado por su comentario porque había entendido a dónde quería llegar el cordobés. Y él no sabía si estaba preparado para eso.
Ni siquiera tuvo tiempo de refutar algo cuando sintió el glande del miembro del morocho presionarse contra él, buscando abrir su interior para entrar también. El menor no supo qué hacer en ese momento, optando por esconderse en el cuello de su novio mientras gemía por el estiramiento. 
Los dedos de Cristian se enredaron en los mechones rubios del chico y tiró de estos para despegarlo del cuerpo de Lisandro, provocando que usara sus manos para sostenerse.
—Dale, putita. Mostrale a Licha cómo te encanta que te rompan el orto. —El trato brusco lo hizo gemir y no pudo dejar de hacerlo mientras sentía que entraba cada vez más profundo.
El ardor se apoderó de su cuerpo y sus ojos se cristalizaron por el dolor que invadió su cuerpo en una sensación que no había experimentado nunca. La mezcla de sentimientos hizo que se apoyara con una mano en el pecho de su novio, mientras la otra la llevaba hasta su cintura, donde estaba la del cordobés.
—Duele… —murmuró casi sin aire, sintiendo que cualquier mínimo movimiento empeoraría la situación.
Más allá de eso, le gustaba. Le gustaba sentir cómo su interior se intentaba expandir para acomodarse a sus miembros, contrayéndose y dilatándose contra ambos, encerrándolos entre sus paredes calientes mientras buscaba aferrarse a algo. 
Licha acarició su cintura esta vez queriendo distraerlo del dolor, indicándole con la mirada a Cristian que se quedara quieto y lo soltara hasta que se acostumbrara.
El gualeyo se inclinó apenas para poder conectar sus labios con el menor, buscando alguna forma de que se relajara para que no le doliera más. Cristian dejó unos pequeños besos en su cuello logrando que relajara su cuerpo.
Para cuando el cordobés empezó a moverse, Alejandro rompió el beso con su novio para poder jadear aunque le costara respirar correctamente. Solo pudo cerrar los ojos al pensar bien la situación en la que se encontraba. 
Le daba vergüenza estar disfrutando de que dos hombres lo penetraran y lo trataran de esa forma. Su yo de hace meses se hubiera ido de Mánchester antes de siquiera pensar en esa posibilidad. 
La mirada de Alejandro perdió cierto brillo y Lisandro supo que solo estaba intentando dejarse llevar en esa situación, pero también podía rozar ese punto frágil, así que se mantuvo atento a sus acciones.
Nadie le dijo que iba a ser tan difícil concentrarse en esa situación. 
Los ojitos del madrileño llorosos, mirándolo con deseo mientras no hacía el mínimo esfuerzo para callar los sonidos que estaba soltando, sus manos apoyadas en sus hombros para no caer encima suyo y sus mejillas sonrojadas por la excitación y la vergüenza. Pero se sentía tan lejano que en el fondo le atemorizaba. Solo se podía concentrar en la vista en frente suyo y en el miembro de Cristian rozando el suyo constantemente por los movimientos que hacían sus caderas. 
Llevó una mano hacia la muñeca del cordobés, agarrándola con la desesperación de que lo ayudara a no caer en ese fondo aunque su cuerpo le exigiera que apagara su cerebro y solo disfrutara.
Cristian disminuyó la velocidad de sus movimientos y observó al entrerriano, preocupado por el repentino contacto. No le hizo falta demasiado para entender por qué los ojitos del mayor lo buscaban desesperadamente. 
—Si necesitas relajarte, hacelo, Licha —contestó, queriendo transmitirle confianza. Lisandro negó con la cabeza varias veces, sin querer entrar en ese estado porque le resultaba muy agotador después salir de él.
Lo que más le alarmaba es que no era como había experimentado varias veces, no lo era como cuando lo había experimentado con Cristian. Su necesidad por saber si Alejandro estaba bien y si la estaba pasando bien era mayor a cualquier cosa, pero también se sentía perdido. Se sentía en un limbo entre esa necesidad y querer que el cordobés se hiciera cargo de él para no pensar en nada más que en el placer.
Pero no podía, no se sentía seguro dejándose llevar y dejando al madrileño en ese estado. No porque no confiara en Cristian, sino porque era muy protector con el rubio y no quería que le pasara nada grave.
El cordobés se acercó hacia el delantero y le susurró algo que Lisandro no terminó de comprender.
Los ojitos de Alejandro lo miraron hasta que decidió inclinarse hacia él para darle un beso en los labios mientras acariciaba su piel como podía. Bajó sus besos por el cuello del mayor y Licha no pudo evitar gemir al sentir que chupaba, aprisionando su piel entre sus dientes.
—Ale… —lo llamó, en parte sorprendido por el repentino actuar del menor. Si bien Alejandro a veces era "territorial" con él, no solía ser de las personas que dejaran marcas.
—Estoy bien, quiero que hoy disfrutes —dijo, haciendo una pequeña mueca al sentir cómo Cuti salía de dentro suyo. 
Las paredes del menor se apretaron alrededor de su miembro y gimió por lo bien que se sintió, llevando sus manos a los muslos ajenos para apretarlos, sosteniendo aún la correa de su collar con su mano izquierda.
—Levantate, Ale —le pidió el cordobés, dándole una pequeña palmada en la espalda baja. El rubio le hizo caso y se movió del lugar, sacándole otro gemido al entrerriano por la pérdida de ese calor que lo rodeaba. 
Ahora con más espacio, Cuti pasó sus manos por debajo de las rodillas del entrerriano, tirando de estas para que se recostara en la cama. Su mente se nubló por unos segundos al sentir el agarre firme que lo transportó a recuerdos de los encuentros que habían tenido entre los dos.
El pelinegro hizo que sus piernas quedaran a los lados de su cintura y Lisandro apoyó sus manos en el pecho del cordobés cuando este se intentó inclinar hacia él.
Su mirada se encontró por varios segundos con la suya y Cristian pudo ver el temor reflejado en sus ojos, probablemente por lo mareado que se sentía. O más bien, que él, de alguna manera, lo había hecho sentir.
El cordobés se había hecho la idea de que no iba a poder dirigirle ese trato a él, porque lo abrumaría estar de los dos lados a la vez, por eso estuvo centrando su atención en Alejandro. Pero no estaba muy convencido de que Lisandro la estuviera pasando bien al cien porciento. Presentía que en el fondo tenía pensamientos que no dejaban que se relajara completamente y más por lo que había pasado hace un rato.
—¿Confiás en mí? —preguntó, aunque ya supiera su respuesta. Con una de sus manos acomodó los mechones que caían sobre la frente del mayor, queriendo de alguna forma transmitirle algún sentimiento positivo, queriendo que confiara en él para hacer eso.
—Sí, pero Ale… —murmuró Lisandro, desviando su mirada hacia el chico, quien se mantuvo de rodillas a un lado de ellos, mirándolos a los dos con curiosidad.
Lisandro lo conocía muy bien cómo para saber que no estaba del todo en sus cabales porque si no fuera así no estaría obedeciendo a todo lo que le dijera Cristian. No quería dejarlo solo en ese momento, temía mucho volver a ver esa mirada asustada y vacía que había visto antes.
—Yo lo voy a cuidar, no te preocupes por él —le prometió, acercándose a él con la esperanza de que no lo volviera a detener y poder hacer lo que tenía pensado desde un principio para calmarlo. 
Fue directo a su cuello, dejando pequeños besos en su piel desnuda mientras que con sus manos agarraba el borde de su remera, cortando sus besos simplemente para poder desnudarlo por completo. 
Bajó sus besos por sus hombros, por su pecho hasta que llegó a su abdomen y la posición le permitió hacerlo cómodamente. Acarició su cintura con sus manos y se acercó a él para rozar su miembro en su entrada. Lisandro dejó de pensar realmente cuando sintió al menor presionar contra su entrada, obligando a su cuerpo a recibirlo. El placer que le dio ese dolor le nubló los pensamientos y no pudo decir nada al respecto, dirigiendo su atención a lo mucho que intentaba su cuerpo relajarse.
Sus manos fueron a parar a los músculos de los brazos del cordobés, clavando sus uñas en su piel mientras se retorcía por cómo se sentía el contacto seco.
—Voy a hacer que te acostumbres de nuevo a tener el orto lleno —soltó el pelinegro, moviendo apenas sus caderas para tantear el "terreno" aunque terminó quedándose quieto al ver la expresión de dolor en el rostro del entrerriano.
Cristian acarició su cintura con suavidad, siendo paciente par que se acostumbrara a él porque era lógico que no lo pudiera soportar después de meses desde la última vez que hicieron algo juntos pero sabía que a Lisandro le gustaba cuando era áspero. En el fondo, era un masoquista de mierda.
Alejandro se acercó a su novio, inclinándose sobre él para poder besarlo y ayudarlo también de esa forma a relajarse. Licha no tardó en abrir su boca, recibiéndolo gustoso, uniendo sus lenguas mientras separaba una de sus manos del cuerpo del cordobés para así poder llevarla a la nuca del rubio, atrayéndolo más hacia él con algo de desesperación por tenerlo cerca suyo.
Cristian lo conocía lo suficiente como para saber que disfrutaba de ese trato aunque después requiriera muchos cuidados porque se sentía vulnerable.
A pesar de la insistencia en el beso, el gualeyo se vio obligado a interrumpirlo por un gemido al sentir al pelinegro moverse dentro suyo.
Alejandro se quedó mirando su expresión de cerca, con los ojos brillándoles al verlo de esa forma que nunca había visto en el mayor.
—¿Viste qué lindo que es, Ale? —comentó mientras sostenía con firmeza las piernas del entrerriano para embestirlo con fuerza. El madrileño asintió suavemente y sonrió con ligereza, llevando una mano a la mejilla de su novio para acariciarla.
La mirada de Licha estaba borrosa, no solo por las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos, sino porque no lograba enfocar su atención en ningún punto en específico. Su mente estaba borrosa y solo quería seguir sintiendo esa caricia por parte de Alejandro.
—Tal vez… —empezó a hablar, haciendo una leve pausa en sus palabras y en sus movimientos—. Tal vez debería enseñarte cómo ponerlo así de bonito. —Alejandro se volteó hacia él ante sus palabras, un poco sorprendido por lo que había dicho.
Cristian le devolvió la mirada y sonrió, retomando sus movimientos. No supo qué decir porque nunca había hablado sobre eso con su novio, y a él tampoco se le había pasado por la cabeza cambiar de "roles" alguna vez. 
Pero la idea de que Lisandro estuviera de esa forma por algo que él hacía se plantó en su cabeza y no la pudo sacar de ahí.
—Aunque conociendo a Licha, probablemente seas vos el que llore, pero igual te va a encantar sentirlo en tu pija —acotó con una sonrisa, demasiado orgulloso de que solo con él fuera totalmente sumiso. Si era sincero, le subía el ego.
El entrerriano solo pudo abrir la boca en un intento de hablar y contradecirlo, pero solo terminó gimiendo por lo bien que ahora se sentía con su cuerpo habiéndose acostumbrado al menor abriéndolo.
Aún sentía cómo rozaba ásperamente sus paredes cada vez que se movía en su vaivén, pero se había acostumbrado al ardor y ahora estaba disfrutándolo, al punto de sentir su cuerpo hormiguear donde sea que lo tocaran. No podía pensar una frase coherente y mucho menos abrir la boca sin terminar gimiendo.
Soltó la correa de Alejandro y clavó sus manos en los hombros de Cristian al sentir cómo tocaba ese punto sensible dentro suyo. Cristian solo sonrió y continuó con los movimientos, sintiendo los espasmos que sufrían los músculos de sus piernas bajo su agarre.
—Cris… —logró decir el mayor, mirándolo con la boca entreabierta por lo agitado que estaba. El cordobés no necesitó más que eso para saber que estaba por correrse, así que soltó una de sus piernas y llevó su mano libre hasta el miembro ajeno.
Licha se retorció ante la sobreestimulación y se le terminó de nublar la vista cuando su semen empezó a manchar su abdomen.
Cristian hizo el esfuerzo para no correrse dentro del gualeyo, saliendo de su interior mientras obtenía un quejido por haberlo hecho tan rápido. Se acercó al mayor por un costado y le hizo una seña a Alejandro para que lo imitara, quedando ambos de rodillas a sus lados.
—Abrí la boca, lindo —le ordenó, golpeando ligeramente los labios del chico con el glande de su miembro.
En su momento de bajada del éxtasis, Lisandro le hizo caso, sacando la lengua mientras veía a Alejandro desde su posición, ansioso por sentir el líquido espeso de los dos en su boca.
El madrileño fue el primero en correrse, intentando no dejar caer nada fuera de la cavidad bucal del rubio teñido, y Cristian no pudo contenerse más al ver la imagen de Lisandro intentando no ahogarse con el esperma de su novio.
La mano izquierda del capitalino fue hasta la nuca del mayor, aplicando fuerza para intentar que enderezara un poco la cabeza hacia adelante.
—Cuidado, no te vayas a ahogar, Lisi —le comentó con un tono suave, mirando al chico tragar el líquido espeso como podía, agradeciendo la nueva posición por unos segundos aunque fuera incómoda mantenerla por sí mismo. 
Cuando la respiración de los tres se calmó, el pelinegro se inclinó hacia el otro central, dejando un pequeño beso en su mejilla para después acariciar su cabello, moviendo los mechones que se habían pegado a su frente por el sudor.
Cristian sabía de sobra cómo se ponía después de coger, y más cuando entraba en ese estado, así que supuso que ahora que había ocurrido algo similar, Lisandro necesitaría de que lo trataran y le dijeran cosas lindas. La mirada de los dos centrales se conectaron y Cuti le sonrió con ternura, intentando pensar en cómo sacarlo de ese estado sin lastimarlo.
—Qué bonito sos, portándote bien —lo elogió y se sintió feliz al ver los ojitos ajenos recuperar el brillo.
Alejandro se acostó a su lado y lo abrazó, empezando a dejar besos en su hombro con cariño.
—Voy a ir a buscar algo para limpiarnos, ¿sí? Ale te va a cuidar por mientras —dijo, bajando su mano para acariciarle la mejilla. A pesar de que pudo ver cierto miedo en sus ojos, se obligó a separarse porque quería limpiarlos a los tres antes de dormirse.
El chico de doble nacionalidad lo miró con preocupación porque nunca había cuidado a alguien, siempre era Licha el que lo cuidaba, por eso le daba miedo hacer algo que lo lastimara. Pero de todas formas se armó de valor porque se trataba de su novio y por nada en la vida lo iba a dejar solo.
Cuando se encontró allí solo con el mayor, se inclinó hacia la mesa de noche para alcanzar el agua que había traído Cristian hace un rato.
—Tomá —le ofreció, sentándose a su lado.
Lisandro agarró la botella y se enderezó en la cama, antes de abrirla y beber un poco. Mientras, Alejandro se movió un poco para apoyar su cabeza en el hombro del chico, pasando sus manos por su torso para rodearlo y abrazarlo.
—¿Te gustó el regalo? —consultó con un poco de temor porque no había ocurrido como habían planeado las cosas y tal vez Licha no estuvo del todo cómodo con la situación.
El gualeyo le sonrió y asintió con la cabeza, apoyándola después sobre la suya con cariño.
—Gracias, bonito —comentó, pasando una mano por su espalda, abrazándolo con el brazo que no tenía ocupado.
—No sabía que te gustaba que te trataran así… —mencionó el madrileño, observando las marcas que había dejado el cordobés en su cuello, gustándole cómo la piel morena del chico se había tornado ligeramente morada.
Licha sintió su rostro calentarse por el comentario, sintiéndose tímido por la situación porque ciertamente esa era una faceta que nunca le había mostrado a Alejandro y le había tomado de improvisto. No estaba muy seguro de haber querido mostrárselo, pero en ese momento no lo pensó demasiado.
En el fondo, tenía miedo de que eso cambiara la forma de verlo.
—Son diferentes situaciones —respondió, intentando no pensar demasiado en eso.
—¿Yo también te puedo tratar así?
La pregunta lo tomó desprevenido y se quedó sin palabras por unos segundos, pensando en demasiados escenarios para el poco tiempo que pasó. 
Dejó la botella de agua sobre la cama y usó su mano ahora libre para agarrar la correa que había soltado hace un rato. Tiró de esta, moviendo la cabeza del chico hacia abajo por unos centímetros, lo suficiente como para ahogarlo por unos segundos.
—No te desubiqués, cachorrito —dijo, soltando la correa para que se pudiera mover con libertad.
Alejandro se enderezó y lo miró con un puchero en sus labios y el ceño fruncido. Lisandro solo pudo sonreír por la ternura que le dio el gesto y se inclinó hacia él para conectar sus labios por unos segundos. 
Cuando se separó, vio de reojo a Cristian regresar a la pieza con dos toallas húmedas y él aparentemente ya limpio.
—Después lo hablamos —le prometió, sin descartar la idea por completo porque no le desagradaba pensar en alguna vez dejar que se lo cogiera, aunque probablemente fuera como insinuó el cordobés porque con él tenía un trato especial, no era capaz de experimentar lo mismo con otra persona. 
El morocho se acercó a ellos con una ligera sonrisa al ver que Lisandro ya estaba mejor, por lo que al llegar a su lado lo primero que hizo fue besar su hombro desnudo.
—¿Ya estás mejor? —consultó y el más bajito asintió con la cabeza, dejando que limpiara su cuerpo con una de las toallas no sin antes entregarle la otra a Alejandro para que se limpiara también.
Licha ayudó al menor a asearse y después se levantó para buscar su ropa y la de los dos chicos, sentándose nuevamente en la cama. Él se puso un bóxer y una camiseta, siendo imitado por su novio y Cristian, de no ser porque el pelinegro empezó a ponerse las medias y su pantalón. 
Lisandro tiró de su brazo para llamar su atención. 
—Ya es tarde, ni en pedo voy a dejar que te vayas a esta hora —le comentó, ganándose una sonrisa de parte del chico, aunque era una sonrisa un poco insegura—. No me molesta que te quedes.
—¿Y a tu novio? —preguntó, ganándose la mirada del medio español, con quien conectó miradas y Lisandro terminó uniéndose en las miradas.
Alejandro se sintió un poco intimidado y avergonzado porque repentinamente estuvieran mirándolo los dos, pero solo negó con la cabeza, dándole permiso a quedarse.
Cristian intentó levantarse nuevamente para ir al living a dormir pero Lisandro lo retuvo en la cama, a lo que respondió con una mueca confundida.
—Podés dormir con nosotros —ofreció, un poco tímido porque definitivamente no todos los días dormías con tu mejor amigo y tu novio después de haber cogido.
—¿Qué querés, que mañana te despierte cogiéndote? —bromeó, volviendo a la cama y acomodándose en la cama para acostarse al lado de los dos chicos.
Lisandro se puso colorado pero igual se rió ligeramente, capaz por los nervios.
—Tal vez —respondió, siguiéndole la broma, observando a Alejandro mirarlos con ciertos ojos de recelo.
El menor lo rodeó con los brazos y lo atrajo a su cuerpo, apoyando su mentón en el hombro del teñido.
—Basta, solo te lo presté esta vez —comentó, afianzando el agarre solo porque no quería que Cristian lo volviera a tocar.
El cordobés solo se rió de su actitud, mirándolo con una ceja levantada y una mueca burlesca.
—¿No querés entonces que me lo coga mientras vos lo ahogas y lo hacés llorar? —soltó, sin ningún tipo de filtro.
Ahora era Alejandro el que estaba rojo por la vergüenza.
Lisandro solo pudo pensar que tal vez podía acostumbrarse a esos encuentros y a esa nueva faceta que no conocía de su novio.
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abellinthecupboard · 4 months
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Skin Diving
Cadiz, 1967 The rich girls walked arm in arm, untouchable,  big silver crucifixes below their necks, while the men  in outdoor cafes smacked their lips at peasant girls too poor  to forget their bodies. Each night my blond [sic] wife and I would go out  for shrimp and baby eels or sherry and langostinas, and the men  turned and turned, whispered, made gestures.  At Carnival— amid the floats carried by penitents,  the noise and the crowds— a furtive touching, Spanish boys pressing  into what they couldn't have. Sundays it all exploded; the bulls dipped  into the horses, the matadors into the bulls, then the streets filled again  with a wild vicariousness. One day after El Cordobés had frightened  and aroused us, putting his ear to the tip of a bull's horn,  a Spanish friend taught me how to skin dive for moray eels.  You had to anger them so they'd come at you, shoot the spear  straight down their throats after the huge mouths opened.  I had no desire to do such a thing, but I went down anyway  and later watched him walk the streets with a moray around his neck,  smiling, proud, terribly hurt when my wife stepped back, wouldn't take it,  his gift, in her hands.
— Stephen Dunn, Local Time (1986)
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