#CASA SORDERA
Explore tagged Tumblr posts
Text
"Casa Sordera" y su "Herencia cantaora"
“Casa Sordera” and its “Herencia cantaora” TERESA FERNANDEZ HERRERA Periodista, Escritora Directora Gral. de Cultura Flamenca. Prensa Especializada Vicente Soto Sordera, su hermano Enrique Soto y su hija Lela Soto, cantaores gitanos del histórico Barrio de Santiago de Jerez de la Frontera, dejaron ayer viernes 23 de febrero su Herencia cantaora, acompañados por las guitarras de Vicente…

View On WordPress
#23 DE FEBRERO#ANGEL PEÑA#ANTONIO MALENA#BARRIO SANTIAGO DE JEREZ DE LA FRONTERA#CANTAORES GITANOS#CASA SORDERA#CULTURA FLAMENCA#ENRIQUE SOTO#España#HERENCIA CANTAORA#Lela Soto#lomasleido#lomasvisto#MANUEL SOTO#MUNDO#SALA DE CAMARA DEL AUDITORIO NAIONAL#TERESA FERNANDEZ HERRERA LA MEJOR PRENSA ESPECIALIZADA 2023#VICENTE SANTIAGO#VICENTE SOTO
0 notes
Text
Julia Alcayde (1855-1935) pintora española.

Nació en Gijón. Era la menor de los tres hijos del matrimonio formado por Manuel Alcayde, militar profesional que llegó a General, y por Julia Montoya.
Siendo muy niña, la familia se trasladó a vivir a la capital, donde desarrolló toda su vida personal y profesional, si bien no perdió nunca el contacto con su tierra natal, regresando a Asturias siempre que le era posible.

En su juventud se sintió atraída por la poesía, logrando a lo largo de su vida conocer y tratar a famosos poetas.
Su hermano Fermín, gran dibujante y pintor aficionado, le inculcó la afición a la pintura y le enseñó los fundamentos técnicos del arte pictórico, aunque como su padre, era también militar. Gran amante de la pintura, dejó grandes cuadros que confirmaban su talento, dirigiendo la primera formación artística de Julia, que continuaría de forma autodidacta.

Su habilidad como dibujante hizo que ganara el primer premio del concurso de pintura que organizó el periódico “El Noroeste” de Gijón, lo que la llevó a frecuentar el estudio de Manuel Ramírez, que por entonces dirigía la Escuela de Artes y Oficios de Madrid.

Animada por su profesor, comenzó a presentarse a las exposiciones nacionales a partir de 1885, siendo la primera pintora asturiana en presentarse a las mismas y concurriendo desde entonces de forma regular y asidua a las mismas.

Su desahogada posición económica hizo que pudiera dedicarse por entero a la pintura.

En la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1890, la reina María Cristina le compró un cuadro titulado Frutas.
Julia llevó siempre una vida sencilla dedicada a la pintura.

Su última exposición tuvo lugar en 1935, cuando contaba ya con 80 años, a partir de la cual se retiró de la vida artística y social.

Su estado de salud comenzó a resentirse, y la profunda sordera que padecía la obligaron a permanecer en casa, ya que se veía obligaba a comunicarse por signos, pero esa sordera no impidió que dejara de pintar ni de exponer.

Permaneció soltera toda su vida y murió sin herederos en su domicilio de la madrileña calle Columela de Madrid.
Le ponemos cara con su Autorretrato.

0 notes
Text
Track 03: Samsa
A decir verdad, cancelar al psicólogo a la mitad de una sesión no era algo que había pasado una sola vez, de hecho, ya había pasado con el primero. Aunque por ese entonces Haru todavía mantenía distancia conmigo, así que todas las quejas iban a Kaito.
Algunos días, se quedaba en el hospital por varias horas, así que me pidió que me pasara por la oficina temprano. Me puse mi traje de detective, y antes de ir, traté de investigar todo lo que pude sobre el tema.
A las malas aprendí, que Haru tiene una fijación rozando lo obsesivo con las palabras y su significado, por lo tanto eso hace la comunicación muy importante. Pensé que era porque constantemente tiene que preocuparse por ello, pero hay algo más.
Haru tenía múltiples barreras, la sordera era solo una de ellas.
—¡No, no los llamware! —insiste— No es… necsrio.
—Es la forma correcta de—
—¡Ellos me… abndnron!
Mantén la calma.
—¡Ellos no me aman, ellos nunca me amaron!
Las memorias del pasado son todo un lío, están las piezas faltantes sí, pero también este sentimiento frío— el pomo de la puerta principal, el viento, la lluvia y cuando ambos se combinaban durante tormentas.
Estar afuera me alejaba del ruido, pero el frío no me abandonaba… estaba por todas partes, cuando aquella mujer— mi primera madre me abrazaba no… no sentía el calor. «Bienvenido de vuelta» o «me alegro» nunca me dijeron eso.
El único breve calor que recuerdo es cuando esa persona me abofeteó… creo que ha sido la única cosa que pude recordar del pasado porque fue algo tan fuera de lugar.
—Esos ojos… no quiero ver esos ojos otra vez… quiero ir a casa…
«Hogar» es cálido y aquel sitio no lo era. A papá le pareció extraño que aceptaran ceder la custodia tan rápido, pero no había nada extraño. Mi hogar estaba lejos, en un lugar que no podía recordar.
°❀⋆.ೃ࿔*:・
El hogar de Haru estaba con los Kagibara.
Recuerdo ver a Doremi cruzar la calle y volver a casa jalando a Haru consigo, a Minori preguntarle si le gustaba el curry primero antes de invitarlo a cenar. Y a Yamino lanzarle piedras a su hermana el día que los niños de la escuela le regalaron un tirabeque «Encontré al bakemono» pensé que se había llevado el juego que tuvieron a la salida a casa.
Me reí, era divertido irritar a la hermana de Haru, era como si tuviera un botón fácil de presionar con poco esfuerzo.
—Te…nía que huir… no lo entien…de —Haru es en cierta forma similar, es fácil hacerle llorar— ¡Yo… yo no soy un co…bare! No puedo ir a casa hasta que…
—Haru. —salí del escondite y fui a tomarle la mano, que le temblaba— Ya está bien, podemos irnos.
°❀⋆.ೃ࿔*:・
—Hui porque ese lugar no era mi hogar, tampoco lo era el hospital... ¿Qué… hay de malo en eso?
—Fight or flight, ambas son reacciones normales a cosas que asustan. —cuando me miró, le sonreí— flight está mal vista porque muchas veces abandonas a otros, en caso de estar acompañado.
Pero no abandoné a nadie.
—Lo intenté.
—Sip, hiciste tu mejor esfuerzo.
—¡Ah!
Hicimos un sacrificio, abandonamos nuestro hogar y volvimos al bosque humano por alguien.
—¿Qué ocurre?
—Yami… se pierde demasiado fácil si no hay sendero y Ruru… aunque puede arriesgarse a ir más profundo, tu papá dijo que no podías ir a las áreas donde los árboles tapaban el sol…
—¿Lo recuerdas?
—En invierno Ruru ya estaba conmigo, entonces… la persona que estaba buscando en invierno era…
Sus ojos brillan de manera casi hipnótica.
—Ruru, ¿Dónde está el Arakawa?
—En Tokio.
—To— ¿¡Tokio!?
—Katsura es uno de los ríos de Kioto, el vecindario de los Raymond está por esa zona. Incluso más cerca del mío está Kamogawa.
—Tokio… —se entristece— entonces no puedo encontrarla... a Yami… Tokio está demasiado lejos de casa…
—A Mi3 les gustaba pescar en Kamogawa, creo que te habían llevado algunas veces.
—La persona que estaba con Yami en el concierto, esa geisha… dijiste que se llamaba Maeno… ¿Dónde está ella?
—Es… mi vecino.
- ͙۪۪̥˚┊❛ ❜┊˚ ͙۪۪̥◌
Haru tiene la manía de obsesionarse con las cosas que le interesan, como «ISO/late», un mini-álbum de Hitorie, que había conseguido firmado. Aunque ahora estaba escuchando «Unhappy refrain», de wowaka, y ahora mismo sonada «World’s end dancehall».
Es normal sentirse triste por el fallecimiento de alguien aún si no eran tan cercanos. Haru es un caso un poco particular que me tomó un tiempo entender— pues si le llegasen noticias de que algún familiar lejano había muerto por causas naturales o enfermedad jamás reaccionaría.
Como Sukiru, tendría éstas largas conversaciones conmigo al respecto, preguntándose si algo estaba mal consigo. Por supuesto, intentaba animarlo de la mejor forma posible siempre.
Solo se entristece por noticias así cuando se trata de su artista favorito, de momento no ha perdido a nadie cercano. Las personas que considera cercanas, aunque pocas están saludables.
Que se preocupe por mí, aunque hace tres años no me recordaba me hace feliz. Haru, Yami… ambos se mudaron pero nunca… se olvidaron de mí...
—¿En qué piensas, profe?
—¿Por qué es Gil tan amado?
Por enésima vez, estaba admirando aquel álbum de fotos de Gigamesh de Reika.
—Por su épica, y Babylonia.
—No se ve como el Gil que conozco.
Hasta lo había confundido con un personaje de otra serie.
—Porque el Gil de la portada es caster Gil, profe. —sonreí— Todavía no ves Faith Babylonia, veámoslo juntos, ¿Vale?
Asintió.
Hubo silencio hasta que terminó de sonar la última canción, Haru había ido a dejar el álbum de fotos a su sitio y se volvió a sentar en la cama.
—Dime Ruru, ¿Soragyo Hime merece un final feliz?
—Ya te dije que si te cuesta readaptarla, puedes dejarlo y escribir una canción nueva en su lugar, pero sí, lo merece tanto como tú.
Le vi sacar su móvil.
«Ayer soñé que era un dragón.
Compartía casa con mi primera familia, pero realmente nadie notaba mi presencia, salía a buscar más oro, a veces peleaba con alguno de ellos. Pero continuaba estando solo en una montaña de monedas doradas.
Cada vez que uso el baño y me cruzo con el espejo me inquieta ver el reflejo, no quiero que llegue el día en el que se vuelva desagradable.
Tengo miedo.
Antes solía soñar con personas gentiles como vosotros, con los años se transformó en una sola entidad— una oni que se asemejaba a personas importantes que amo… nunca me dijo su nombre así que la llamé Nise—Rinne.
Me tomó más de diez años recordar a quienes he estado buscando, encontrar algo similar al refugio que perdí hace díez años.
Aunque encuentre la salida, la puerta del laberinto está cerrada, no puedo volver a casa…. tengo miedo».
—Ruru, tú… ¿Eres real?
Dejé la silla del escritorio y me subí a la cama para abrazarlo por la espalda
—Sí, soy real.
—¿Soy… feo?
—Nunca lo fuiste.
Su padre me contó que le gustaba ir a pediatría solo para meterse en la librería y mirar lo que tenían, tiene preferencia por los pop ups y se llevaba los de vocabulario.
Es así como le gusta aprender a vocalizar las palabras más largas o complicadas. Pero un libro de niños no tiene ese nivel de vocabulario, ha sido difícil convencerlo de conseguir libros similares más avanzados.
Es adorable.
—¿Sabías de esto, profe? La película animada de la Bella y la Bestia tiene un error muy gracioso ya que intentaron hacer al cuento apto para nuevos públicos— implica que la bruja transformó al príncipe en bestia cuando era un niño, así que nunca hizo algo incorrecto al no dejarla pasar.
—Eh…
—La manera en la que Bella conoce a Bestia en el cuento original es muy diferente. Y en el suceso real, la «Bestia» siempre fue un humano, lo que lo hacía «desagradable» era un defecto genéticos del que no tenía potestad.
Miró al piso.
—No hay manera de que el reflejo de mi Haru se vuelva desagradable porque su esencia siempre ha sido hermosa. —tomé su rostro, era bastante suave— Por eso, mantén los ojos abiertos cuando te mires al espejo, te darás cuenta de que no hay nada feo al respecto.
Siempre encontré al acto de tener sexo como algo desagradable, o más concretamente, hablar de ello;, supongo que es lo que pasa creciendo con geishas— Maeno llegó a decir que los niños salen de las lechugas y que el embarazo era obra divina.
Estaba jugando conmigo, justo como Yamino y yo nos burlamos de la hermana de Haru. Mi madre lo detuvo cuando empezó a vender la anatomía de Bárbara como real.
Siempre me gustó Haru, pero él no tuvo ese interés por mí hasta que nos volvimos a encontrar, incluso ahora no sabe cómo amar pero con el tiempo se ha adaptado.
Su cara suave, sus labios en una posición indiferente... amo besarlos, amo cuando nuestras lenguas se entrelazan y en casos como este la dopamina se pone a tope, tocar su cabello, verle tan cerca a esos ojos suyos tan... bellos, quisiera que no nos faltara el aire o no nos cansaremos, quisiera estar en esta cercanía por siempre.
—Debes estar cansado... hoy me encargo yo ¿vale? —sonreí, abrazándolo.
Honestamente él estaba contento con sólo este nivel de cariño con la pasión al mínimo, creciendo con tan poca comida disponible— las migajas eran un banquete. Deseando por más, siendo incapaz de conseguirlo en el lugar que debería tenerlo.
Me había dicho en varias ocasiones que tenía momentos a solas solo para «sentir algo» y que era un acto asqueroso porque simplemente termina agravando sus sentimientos de soledad.
Se hacía daño.
No estoy segura si encuentra hacer esto repulsivo, estuvo muy evasivo la mañana siguiente a nuestra primera vez— pensé que me había odiado por un largo tiempo, resultó que su mal de estómago era solo eso.
Su mirada está llena de desprecio propio, pero al mismo tiempo indiscutible cariño por mí persona... es atractiva. Realmente se esfuerza por acostumbrarse al amor que nunca tuvo, entender migajas como migajas y banquetes como banquetes.
—¿Desde cuándo?
—No lo sé, ¿llevas la cuenta?
Se sonrojó.
—Qué será, qué será.... —no me importaba la respuesta, solo sabía que mis ganas por hacerlo con él superaban en cantidad a las veces que lo hemos hecho hasta ahora.
Haru continuó besándome, acariciando mi cuello y cabello con gentileza. Ah... estaba a nada de perder la cabeza y empezar a decir comentarios rebosantes de calentura.
Cuando nos separamos me di cuenta que me había sentado en su regazo, tal vez lo hizo él o tal vez fui yo; de cualquier forma, adoro sentarme en su regazo, por muy cómoda que sea mi nueva silla de trabajo su regazo era simplemente superior.
Nuestras manos se entrelazaron.
—Están tibias.
—Son los —antes...
—Lo sé~ —miré a la mesita de noche, ahí estaban esos viejos guantes que tanto le gustaban.
Aunque últimamente ya no los lleva tanto, no entiendo cómo usar guantes iba a ocultar sus ronchas en los brazos, si solo basta con llevar camisetas de manga larga, yo lo veía como algo estético, seguramente era porque no quería pasar frío.
Según Natsume, Haru tenía manos pequeñas. Tal vez no lo notaba porque era yo, una persona mucho más diminuta a su lado, algo que me encantaba.
Debería comprarle guantes nuevos mañana.
—¿Quieres que te quite la camiseta?
—No. —negándose a ser asistido al cien por cierto, se despoja de sus prendas superiores.
Su complexión había mejorado, después de mucho esfuerzo ya no era tan delgado como antes, era más... estándar, más saludable. La forma de su rostro es curioso, aunque es ligeramente afeminado, tampoco tenía un rostro excesivamente masculino, era más neutral... bishonen.
Se terminó por desnudar al completo.
—¡Ay que emoción! La última vez que lo vi habías olvidado poner el cartel de ocupado en el baño
—No avi…saste que regrsabas tan pronto.
—¡Oye, te mandé un mensaje! —repliqué— pensé que te bañabas de noche.
—Solo cua…ndo no paso ocpado el re…sto del día.
—Si, sí. —sus ojos me miraban como si silenciosos dijeran «pervertida» mientras me dejaba espacio para que mi mano alcance su miembro por alguna razón siempre me terminaba por sentir insegura por mis pedidos, Haru dice que no debería de preocuparme porque mis pechos no sean exactamente voluminosos, pues considerando mi altura técnicamente sí eran grandes.
Algo difícil de creer en primera instancia, pues antes había admitido que las chicas de pechos grandes se le hacían atractivas—le pregunté sobre qué opinaba si me llegaría a operar.
Terminó dando todo un discurso sobre lo tonta que era la idea porque iba a arruinar un montón de conjuntos de ropa bonitos e incluso comparó lidiar con dolores de espalda el chocarse con el marco de la puerta por ser alto. Que al final del día la estética era lo menos importante porque era un factor adaptable.
Cielos, cuánto le amo.
—Ruru—
—Oh vaya, ya despertó —supongo que me dejé llevar demasiado— parece que no estabas tan de mal humor después de todo~ —me levanté a por la caja de condones, lo hacíamos tan esporádicamente que todavía estaba media caja llena.
—¿Qué haces?
—Reviso la caducidad —siempre olvido que realmente duran más de lo que imagino— ¿debería usar la boca? —cómo moría por un día hacerlo juntos sin nada... pero eso estaba fuera de mi alcance, Haru tiene sus inseguridades.
Era como pedirle que fuese un poco más sádico, simplemente se rehúsa a alzar una mano en mi contra voluntariamente, aunque me basta con que sea verbal sobre su disgusto a esta parte de mí y me llame asquerosa.
Aunque últimamente lo evade, listillo, sabe cómo evadir indirectas... ¡Pero no me voy a rendir!
—¿Por qué?
—Hmmm... cierto, saben mal —no eran de aquellos saborizados— ¡Bueno, sigamos! Recuerda, hoy me encargo yo. —ya no podía esperar, verlo desde arriba era entretenido.
—Ay no... qué pena... —su cara se enrojeció toda cuando nos conectamos, él se rehúsa a reconocer que hubo una primera vez en absoluto, fue bastante desastroso así que no le culpo.
Me he decidido a atesorar cada momento que pasamos juntos, los buenos y malos ya que no recuerda su pasado— este apartamento es mi cueva de tesoros, y tú el guardián de todo ello es el más precioso de todos.
Creo que empiezo a verlo, qué es lo que falta, por qué Yami dijo que no sería el mismo la próxima vez que le viéramos.
—No lo pienses mucho, es servicio.
Pero a pesar de ello se esforzaba, lo sabía por la forma en que siempre terminaba llevando la mano a «esa parte» de mi muslo, acercándose a mí a por un beso profundo con tanto cariño...
—Vale… —se resigna.
Es mejor así…
Ruru es muy bonita, ¿no? Diciendo que aún nos amará cuando inevitablemente tome tu lugar— si llega a pasar.
Pero es una pena, hoy tampoco pudimos decirlo, que estás muriendo. ¿También crees en sus palabras? Entiendo, prometo amarla tanto como tú. A Ruru, a tu familia y amigos.
No quiero... no… otra vez.
Tengo que encontrarlo, antes de que me harte de retrasar todo esto. Puedo tener a ambos, el hecho de que mis hermanos me encontraron lo prueba.
Este nuevo corazón tuyo, me gusta— está lleno de gula, realmente te has convertido en oni, no sé qué pensará Hoshi—mama de esto pero Shuten Douji debería estar orgulloso.
°❀⋆.ೃ࿔*:・
Kikuriha es terrible con la tecnología moderna y yo… quedé fuera de de servicio por un largo tiempo así que tampoco soy mejor. Me regaló este álbum hace algunos años «Rinne’s phenomenon» tal vez no quería explicarme qué había ocurrido con esa dulce niña, Ameguchi.
Y la canción que hizo a este álbum vender tanto— tiene algo, me recuerda a esa sensación tranquila que percibí cuando pasamos por aquel restaurante familiar.
«Una hermosa flor para un hermoso sol.
Huye, sol mío.
Es demasiado tarde para mí, los monstruos de este bosque ya me han consumido.
Huye—
Antes que el daño que te he hecho sea irreparable.
Deja este bosque mi sol, no mires atrás».
—Hinata.
—Ah… Shizuku.
Realmente tengo que agradecerle, que haya podido comprender un poco de cómo funciona este lado del mundo exterior porque su pasatiempo son las computadoras.
—Ya que conoces ese álbum supongo que puedes darme una segunda opinión en esto. —me prestó su tablet, estaba leyendo algo.
—Es… una novela.
«Es una pena que haya muerto, tenía tantas ganas de apuñalarlo por haber cortado mis alas».
Los ancianos son muy supersticiosos, Mumei era el peor de ellos. Ahora recuerdo, guardé mis opiniones sobre Kikuriha hasta su final. Sin embargo, cuando lo oí hablar mal de mis hermanos, empuñé a Imanotsurugi e intenté matarlo.
Debe ser entonces cuando empezó a llamarme «Majin» olvidó mi nombre, mi rostro, todo.
—Las letras tienen algo, está encantado.
—Hmmm, parece ser el conjuro de un kitsune. Es fuerte, será de Tamamo… cómo se hace llamar entre humanos… ¿Maeno?
—¡Lo sabía, está encantado! —exclama revindicada, su padre no le había creído.
Ah, esto también… el autor— es la misma persona, ya veo.
—Déjalo estar, no es maligno.
—Debe ser uno de esos niños que viven en ese vecindario que tanto le gusta. —suspira— creo que lo observaré un poco más, con suerte podré cuestionarle directamente.
—Deberías ir en persona.
—Lo sé, qué fastidio…
Recuerdo… que a padre le llegó una petición desde Fukushima, los Meguro eran iguales al consejo. Querían «sanar» a su hija, quitarle el demonio de encima.
Padre dijo que esa era la tercera ocasión que intentan contactar con nosotros, la primera y segunda ocurrieron cuando la esposa principal tuvo a sus hijos.
Los rumores de la pianista también nos alcanzaron, aparentemente era el alma gemela de Meguro Daiki, el mal augurio— la madre de Tomori también la culpó «las almas gemelas también poseen mal» dijo.
Irónico, muy irónico.
La culpa no fue de ninguno de ellos, ni Daiki, ni esa pianista— fue un doppelganger.
—Oí que también te peleaste con Akihiko.
Asentí.
—Sé que está aterrado, pero no puedo huir y tampoco puedo exiliar a mi padre, sí… él también se aleja de mi territorio sería fatal.
El consejo aún prefiere obedecer a padre, pero también está aterrado, como ellos… de mis manos….
—Encierro domiciliario eh… tu masoquismo me da asco, en serio.
°❀⋆.ೃ࿔*:・
—¿Y si usamos todos los condones?
—No. Djalo pra otro día.
—Awww —siempre cruel, como me gusta— pero podrían expirar... —intenté insistir, aunque sabía que no tenía caso.
—Eso no pasrá tan pronto… no te hags tonta….
—Vaaaaale.
—Molestas, Ruru. —con la palma de la mano me dio un golpe en la cabeza, que rápidamente se volvió caricia, mostrándome una sonrisa pequeña.
—No es divertido cuando no sigues la corriente, profe. —protesté con un puchero— pero te quiero, aunque seas aguafiestas. —me acurruqué, pensando en dormir—¡Oh, olvidé preguntarte!
—¿Qué…? —estaba medio dormido.
—¿Qué debería llevar a la siguiente convención? —le miré— ¿Nero novia? ¿Luka V4X? ¿o Aoba—?
—Moca. —vaya que te gusta BanGReve! Eh…
—Vaaale. Entonces haré a Codename: Mocha. —le sonreí— Buenas noches, Haru.
𓆝 𓆟 𓆞 𓆝
Canciones incluidas:
▶ Samsa (ザムザ) Teniwoha ft. Hatsune Miku
▶ Hunger (空腹) mafumafu
▶ Check Check Check One Two! (チェチェ・チェック・ワンツー!) Wada Takeaki ft. Yuzuki Yukari
▶ Tale of Abandonment on a Moonlit Night (
置き去り月夜抄) mothy ft. Kagamine Rin & Len
0 notes
Text
La energía es ruidosa
Octubre 2024
Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde! Aunque esta expresión se utiliza con más frecuencia en el entorno romántico, es ampliamente aplicable a todo aspecto de la vida. Últimamente me apetece aplicarlo en la practicidad de la falta de luz. No era consciente de lo importante que es el ciclo natural del planeta para la comodidad que nos brinda la energía eléctrica y que damos por sentada.
La vida cotidiana moderna, demanda un consumo permanente de energía, tanto en la movilización, porque qué básicos que han sido los semáforos!, tan importantes que hasta se nos ha olvidado quién tiene la preferencia al cruzar las calles; como en las labores diarias, para conservar nuestros alimentos, los quehaceres domésticos, la vibrante compañía de la música, las comunicaciones, y un largo etcétera.
Que imperceptible y lejana hasta ahora, era la producción y el comercio, eso no nos preocupaba, por allá lejos el problema de los empresarios, pues resulta que la energía se requiere para producir bienes y que para producir bienes se necesita mano de obra, y si la energía es itinerante, los puestos de trabajo se ven en riesgo… pero si me dan luz en la casa, no importa que le corten a la industria, porque eso sería justo ¿no? Espero que mañana tengas trabajo para que puedas pagar la planilla…
Lo que si es cercano y estridente, es que, no sabíamos la paz que teníamos, perdimos la tranquilidad, y no solo por la inseguridad de no tener luz en algunos sectores donde la negra oscuridad lo envuelve todo, sino que como los cortes se producen en horas productivas, la solución más a la mano son los generadores a combustible, subsidiado o no, pero que contaminan acústicamente la bella ciudad Patrimonio de la Humanidad. No sabíamos que lujo de ambiente teníamos, donde lo más fuerte que se escuchaba eran la benditas alarmas sin monitoreo o eventualmente un bus acelerando para competir por quien llega primero a la siguiente parada, o quizás un motociclista trasnochado que olvidó que el escape es justamente para bajarle los desniveles al motor.
En todo caso hoy arrullados por los infames motores, algunos nos desvelamos porque hay negocios nocturnos que tienen que generar, no energía porque esa es tarea del Estado, por ahora, sino ingresos para poder pagar los salarios de la gente para la que a su vez mañana, ellos puedan pagar la energía que hoy ruidosamente les pasa una factura no hidroeléctrica sino, de energía no renovable que sale del bolsillo de todos los que pagamos impuestos para construir las maravillosas infraestructuras que hoy están vacías de caudal.
No sabíamos que teníamos el privilegio del ambiente limpio, hasta que hoy paseas por las calles coloniales del centro histórico y el olor a combustión te marea, el ruido te aturde y el polvo te enferma… que ruido ensordecedor es el grito del planeta, que busca que en medio de la sordera de la humanidad, hagamos algo para revertir el daño y recuperar el ciclo de vida, de lluvias, de naturaleza perdidas… que ruidosa es la energía, pero más grave es la sordez…

0 notes
Text
El náufrago lector del Quijote
Contra el rostro del hombre que yace en la playa, los embates de las olas estrellan un revoltijo de arena, espumas y algas. Despierta y se sorprende, juntamente con unos tablones astillados, varado por el mar. A lo lejos, intenta distinguir algún rastro del galeón mercante de la Corona Española abarrotado con los tesoros de El Dorado que, los furibundos corsarios, liderados por el legendario Richard Hawkins, han bombardeado y saqueado.
Cuando se incorpora, lo deslumbra la esplendidez del paisaje de la isla desierta: el rumor de las olas al deslizarse por la arena mojada, la luz intensa del sol candente esparcida por todo el orbe, la brisa cargada con partículas de agua salada; y, al girar, descubre, a sus espaldas, la ampulosa vegetación. Todo en contraste, piensa, con el habitáculo del depósito húmedo del navío, abarrotado con las riquezas de las Indias que él debía vigilar, condenado a oír el sonsonete del mar, estrellándose contra el maderamen, por días y noches interminables de navegación.
Al salir el galeón mercante de la Habana, el contramaestre del barco lo designó como guarda de la bodega, encomendándole no despegar los ojos del oro y de la plata del Perú ni de la porcelana y especias de las Antillas, que debían ser entregadas al Rey. El valor aproximado del cargamento oscilaba en unos varios millones de Reales de la corona. A él, el encargo, lejos de disgustarlo le cayó como anillo al dedo. A diferencia de la tripulación y de los marinos que preferían tener la vista al mar abierto, formar círculos de charlas, jugar a los dados con ron de por medio, o hacerse chanzas y armar peleas abordo, él prefería el aislamiento. En el último desembarco y, luego de recibir su paga por el capitán del navío, invirtió unos cuantos reales en la adquisición de aquel volumen tan elogiado por la Realeza. La novela, plagada de aventuras caballerescas, había sido escrita por un ex combatiente de la Batalla de Lepanto, oriundo de Alcalá, apodado El Manco. Hacía unos años que había sido publicada en Madrid y él la había adquirido en la casa de Francisco de Robles, librero del Rey. Durante la travesía, la lectura lo tenía absorto y colmado de placer.
Aquella noche, en la bodega del galeón, encendió los hachones de mecha de esparto para iluminar la bóveda y volvió a tomar el libro. Se aprestaba a retomar la lectura, recostándose contra la puerta y apoyando los pies en un bloque de plata, cuando oyó el estruendo que hizo volar en pedazos los tablones de cedro del armazón del navío. Al instante escuchó el griterío y las correrías de los artilleros en la cubierta y el zafarrancho ordenado por el capitán. Supo entonces que los corsarios venían por el tesoro, obligándolo, además, a interrumpir la lectura de esa maravillosa novela. Sir Richard Hawkins, quien fuera apresado por un asalto frustrado en las costas del Callao y luego deportado a Inglaterra, había vuelto e intentaba nuevamente hacerse del botín. Cogió el arcabuz y se parapetó a la entrada del almacén, pero otra gran explosión lo arrojó por los aires haciéndolo caer sobre el tesoro. Desesperadamente intentó abrir la puerta de la bodega para no ser arrastrado juntamente con el cargamento hacia las profundidades del océano. Eso era lo poco que recordaba entre el aturdimiento y la repentina sordera mientras los violentos chorros de agua inundaban, incontenibles, el habitáculo, hasta que la naturaleza marina se le presentó en toda su inmensidad, inmisericorde, absorbiéndolo hacia sus inescrutables entrañas.
Ahora camina por las blancas arenas de la solitaria isla. A los lados, esparcidos, ve los tablones que le han salvado la vida. El mar está en calma y en el horizonte no hay rastro del Galeón. Los piratas, en alta mar, deben estar henchidos de satisfacción por el gran golpe, con sus gargantas carrasposas y humedecidas por el ron, navegando hacia el reino de Inglaterra. En eso, cuando las olas dejan de lamer la orilla y se repliegan dejando a la vista una gran porción de la ribera del mar, descubre, encallado entre la arena —casualidades de la vida—, la tapa de piel de cuero del libro. Al instante, rescata de entre la arena a El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Hojea sus páginas con satisfacción y, con el rostro lleno de gratitud, da la espalda a la actividad de la colonización y se interna en la soledad de la paradisíaca isla.
0 notes
Text
⠀⠀⠀⠀⠀ 𝙿erfil.
⠀⠀⠀• ⠀ nombre : ⠀ Gideon Dovecote
⠀⠀⠀• ⠀ apodo : ⠀ Theus, Prometheus
⠀⠀⠀• ⠀ edad : ⠀ 21 años
⠀⠀⠀• ⠀ f.d.n. : ⠀ 31 de mayo
⠀⠀⠀• ⠀ nacionalidad : ⠀ inglés / japonés
⠀⠀⠀• ⠀ género : ⠀ masc. ( he / him )
⠀⠀⠀• ⠀ orientación : ⠀ demisexual, demirromántico
⠀⠀⠀• ⠀ faceclaim : ⠀ Beomgyu, TXT
⠀⠀⠀• ⠀ año : ⠀ cuarto
��⠀⠀• ⠀ casa : ⠀ Gryffindor
⠀⠀⠀• ⠀ estatus : ⠀ purasangre
⠀⠀⠀• ⠀ bando : ⠀ neutral
⠀⠀⠀• ⠀ mascota : ⠀ Iris, cuervo
⠀⠀⠀• ⠀ patronus : ⠀ zorro
⠀⠀⠀• ⠀ boggart : ⠀ oscuridad
⠀⠀⠀⠀⠀ 𝙳escripción.
Físicamente, Theus mide 1.8 metros y pesa 56 kilogramos, su cabello es de color marrón al igual que sus ojos que son marrón claro. No tiene mayores cicatrices más que algunas producto de caídas con su escoba cuando era pequeño.
En cuanto a su personalidad, es un muchacho bastante extrovertido a pesar de su sordera y su mudez, dispuesto a hacer nuevos amigos y participar en diferentes instancias académicas. También es muy inteligente y curioso por el mundo, siempre buscando aprender de diferentes temáticas: ¿Astrología? ¿Mitología? ¿Superhéroes muggles? ¡De todo!
Su varita está hecha de madera de vid, un material poco común, y atraída hacia aquellos magos y brujas que buscan un propósito mayor y que tienen una visión más allá de lo tradicional. Su núcleo es de fénix, el tipo de núcleo más raro en una varita, exigente cuando se trata de propietarios potenciales para ganarse su lealtad. Su longitud es de 14 ½ pulgadas con flexibilidad flexible.
⠀⠀⠀⠀⠀ 𝙳isclaimer.
Este personaje cuenta con sordera severa y mudez, se comunica principalmente por lengua de señas. Aún así, a sabiendas que no todo el mundo tiene conocimiento de este idioma, lleva consigo una pluma y un pergamino hechizados que escriben todo lo que se escucha a su alrededor para que Theus pueda leerlo, el mismo que traduce lo que el chico responde mediante lengua de señas. Su mascota, Iris, aprendió a decir «Hola» y «Adiós», así que es ella quien anuncia sus llegadas y retiradas en los lugares donde Theus se encuentre.
⠀
0 notes
Text
´´¿Cuántos años tienes?´´
Es lo agudo, como el pitido en mi odio,
no comprendo la problemática,
pero el llanto se aproxima, y se prolonga.
Y se repite: "¿cuántos años tienes?"
creo que he sido una niña toda mi vida
temerosa de crecer.
Creo que soy una niña más,
de esas que se enfermaron en el proceso,
así que ya no escuchan y la sordera que se cargan, incluso las cega.
A veces cómo una niña,
a veces cómo un adulto; quiero herir, quiero llorar y romper todo en un descontento.
Quiero dejar la casa caer y partirme las manos,
tan solo con la esperanza de que todo termine en un perdón y está bien.
Qué los niños me perdonen por lo que haré,
ellos siempre me querrán, aun cuando les haga llorar.
Tan solo soy un niño más, como ellos, que ya no soporta el llanto del otro.
Y hay tanta rabia,
que ya no tengo formas de encontrar la redención;
Me atraganto de mi ego,
así voy a lo insano,
me aprieto las manos y rezo,
para que el mañana me acompañe, para que nunca me suelte,
porque un día les haré llorar.
#escritos#pensamientos#letras#notas#textos#poemsandquotes#o#sentimientos#frasesdeldia#escritosdiarios#palabras#leer#poetry#poeta#instagram#tumblr#frase#inspiracion#quotes#poetas#instafrases#escritura#poesias#textospoeticos#frases
0 notes
Text
Las víctimas: 11 deportistas de la delegación israelí, más un policía y cinco terroristas, fedayines –los que se sacrifican– palestinos del Movimiento Septiembre Negro. Todo por una causa política: pedían la liberación de 238 presos. Andreas Baader y Ulrike Biraam del Ejército Rojo, confinados en Alemania, y el resto privados de libertad en Israel. Luis Carlucho Martín ¿Quién puede dudar que el deporte es un fenómeno social, político y de amplio espectro cultural, con intrínseco componente formativo, de salud e histórico? Mira este ejemplo: Hoy hace 51 años de la Masacre de Munich, acción terrorista que tuvo como escenario los juegos olímipicos de 1972 y como protagonistas, a 11 deportistas de la delegación israelí, más un policía y cinco terroristas, fedayines –los que se sacrifican– palestinos del Movimiento Septiembre Negro. Moshe Weinberg (entrenador de lucha libre), Yossef Romano (halterofilista), Ze'ev Friedman (halterofilista), David Berger (halterofilista), Yakov Springer (juez de pesas), Eliezer Halfin (luchador), Yossef Gutfreund (árbitro de lucha libre), Kehat Shorr (entrenador de tiro), Mark Slavin (luchador grecorromano), Andre Spitzer (entrenador de esgrima), Amitzur Shapira (entrenador de atletismo), es la lista de los atletas y entrenadores asesinados. Se suman a las cifras rojas, los secuestradores Luttif Afif (alias Issa líder), Yusuf Nazzal (Tony), Afif Ahmed Hamid, Khalid Jawad, Ahmed Chic Thaa. Y otra víctima fue el policía alemán Anton Fliegebauer. Sobrevivieron los terroristas Mohammed Safady, Adnan Al Gashey y su sobrino Jamal Al-Gashey, arrestados y liberados dos meses después…y luego protagonizaron el secuestro de un avión de Lufthansa... Todo por una causa política: pedían la liberación de 238 presos. Andreas Baader y Ulrike Biraam del Ejército Rojo, confinados en Alemania, y el resto privados de libertad en Israel. El criminal acto y su fatal y triste desenlace fue otro duro golpe para la imagen de los teutones, porque cargaban en sus espaldas el peso histórico de los Juegos de Berlín 36, donde la supremacía nazi y la tan promovida superioridad aria fueron mancilladas por la capacidad atlética de un “negrito” estadounidense, estudiante de Ohio, un tal Jesse Owens, quien no solo humilló a Hitler en su patio al colgarse cuatro preseas doradas: 100 metros con registro de 10:3; 200 metros con marca de 20:7; salto largo con 8.06 metros y relevo 4x100, con 39:80, sino que además batió 8 marcas mundiales. En Munich la mancha fue de sangre. Quedó al desnudo la incapacidad de los alemanes para poner orden en su casa. Los reportes indican que varios expertos en seguridad habían previsto escenarios de terrorismo, como el acontecido, pero la torpe sordera de los organizadores abrió la puerta a tan sombrío capítulo. Pronunciamientos, exequias y algunas lógicas retiradas, pero los juegos de Munich 72, a pesar del atentado, en segunda semana de actividad, no se suspendieron. ...Casi en tono trágico Estados Unidos cae sorpresivamente en la final del baloncesto masculino 51-50 ante su mega rival de la Guerra Fría, URSS. No obstante, como cobrando venganza, el rey de estas ensangrentadas competiciones fue el tritón estadounidense Mark Spitz, con siete doradas: 100 y 200 libres con registros de 51:22 y 1:53:73, respectivamente; 4x100 y 4x200 libres con marcas de 3:26:42 y 7:35:78; además de 100 mariposa con 54:27; 200 mariposa con 2:00:7 y 4x100 estilos con 3:48:16… Aquello fue una terrible experiencia de sentimientos diametralmente opuestos. La sensatez y el humanismo, quizás, esperaban la cancelación del certamen. Por otro lado, la mascota Waldi y los más de 7 mil 123 atletas convocados de 122 países se toparon porque la competencia es la base del deporte de alto rendimiento, más aún en cita olímpica, que por vez primera tuvo el juramento de los atletas en una mujer, la anfitriona velocista Heidi Shuller. Así queda demostrado que deporte y política están indisolublemente atados por una cuerda histórica...¿o
no?. Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo El Pepazo
0 notes
Text
Sabías que...
1. Si un gato te lame las manos, la cara o el cabello, tómalo como un gran cumplido: te está acicalando como a uno de los “suyos”
2. Si un gato se acuesta boca arriba al verte significa que te tiene confianza, ya que en esta posición no podría defenderse de un ataque.
3. Las personas que tienen gatos tienen menos estrés y tienen menos ataques al corazón.
4. Los gatos consideran que ellos son los dueños de la casa donde cohabita con el humano.
5. Cuando un gato se frota contra tí, es porque te está marcando como parte de su territorio.
6. Un gato casi nunca se comunica con un “miau” a otro gato, este sonido lo utiliza para comunicarse con los seres humanos.
7. Si un gato levanta la cola y la mantiene totalmente estirada hacia arriba, significa que está saludando.
8. Los gatos les hacen más caso a las mujeres que a los hombres, porque reaccionan mejor ante un tono de voz agudo.
9. Si tu gato se enferma y deja de lavarse, lávalo tu, ya que puede perder las ganas de vivir solo de verse sucio y olvidado.
10. Los gatos tricolores o de hasta cuatro colores, son exclusivamente hembras. Con pelaje de tres colores negro, rojo y crema-(variedad carey) y cuatricolor cuando llevan el blanco. Se da la particularidad, que los tricolores y cuatricolores, son solo hembras, y en los extrañísimos casos de algún macho, estos son estériles.
11. Los gatos no comprenden los castigos, pero sí las recompensas cuando hacen algo bien.
12. Los gatos duermen de 16 a 18 horas diarias. Pero aún dormidos, están alertas a cualquier estímulo.
13. Los gatos tienen una excelente visión nocturna.
14. Después de comer los gatos se lavan inmediatamente. Es un instinto de supervivencia que los lleva a actuar así para que los depredadores no huelan la comida y así puedan atacarlos.
15. El gato camina y corre moviendo las patas delanteras y traseras del mismo lado. Sólo el camello, la jirafa y el gato tienen esta particularidad
16. Los gatos odian el olor de la naranja y de los limones
17. El ronroneo de los gatos tiene la capacidad de tranquilizarlos a sí mismos cuando están enfermos o asustados.
18. Los antiguos egipcios se afeitaban las cejas en señal de luto cuando su gato fallecía.
19. Así como los seres humanos tenemos huellas digitales y están son únicas, el diseño del cojín de la nariz del gato es único, no hay dos gatos con el mismo diseño.
20. Los gatos negros son generalmente más tranquilos que los blancos, que están siempre muy nerviosos.
21. La lengua de los gatos está formada por pequeñísimos ganchos, que le ayudan a desgarrar la comida. Por eso se siente rasposa al tacto con la piel
22. El chocolate es tóxico para los gatos
23. La mayoría de los gatos blancos con ojos azules son sordos, a no ser que tengan un ojo de color distinto al otro. Esto es cierto en parte, existe un mayor porcentaje de gatos con sordera. El gen de la sordera, es un gen propio de los gatos blancos, se llama “alelo w” y es el causante del color blanco y la sordera en los gatos. No todos los gatos blancos son sordos, sólo lo son los que presentan dicho gen. El gen w hace que el gato sea blanco aunque sus genes digan que es un gato negro, o marrón, este gen tiene la particularidad de “enmascarar” el resto de los colores para hacerlos blancos. Estos gatos además suelen tener los ojos azules o verdes.
24. Los oídos de los gatos son ultrasónicos. Esto quiere decir que pueden escuchar frecuencias inaudibles para ti. ¿Cómo cuáles? Como los sonidos que los roedores usan para comunicarse.
25. Existe una planta que fascina a los gatos. Les hace disfrutar de momentos sublimes durante unos minutos. Se trata de la nepeta cataria o también llamada menta de los gatos, de la familia del tomillo y la lavanda. Su perfume desencadena un comportamiento en el animal💜💜💜

11 notes
·
View notes
Text
Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 135. Me necesitas

Resplandor entre Tinieblas
Por WingzemonX
Capítulo 135. Me necesitas
Una tarde como cualquier otra durante su estancia en casa de los Coleman, Leena Klammer se acomodó en el banquillo frente al piano de Kate, y comenzó a pasar sus habilidosos dedos por las teclas pulidas y brillantes, haciendo que en conjunto lograran hacer sonar la hermosa Sonata de Claro de Luna de Beethoven, llenando todo aquel silencioso y solitario espacio de un aire melancólico y pesado.
Era agradable poder soltar sus dedos de vez en cuando, y no tener que fingir todo el tiempo que no entendía siquiera las escalas más básicas, sólo para complacer los deseos maternales de la aburrida y frígida de Kate. Aunque claro, no podía dejarse tan en evidencia, por lo que sólo podía hacerlo en ocasiones en las que se encontraba sola; o, más bien, “casi” sola. Después de recogerlos en la escuela y dejarlos en casa, Kate se había ido a la sesión con su loquera. John, por su parte, estaba metido en su estudio trabajando, tan enfocado en ello y en su música para concentrarse a todo volumen que era improbable que los escuchara siquiera gritar; y eso que se suponía que él los estaba cuidando. Y Daniel... bueno, Esther no sabía dónde estaba con exactitud, sólo que había salido por la puerta trasera en cuanto llegaron de la escuela.
«Debe estar en su casita del árbol jalándosela con su revistas» concluyó con cierto humor.
Tocar y dejar que la música fluyera por sus dedos siempre le había ayudado a pensar, y ciertamente necesitaba hacer eso justo en esos momentos. No podía negar que había sido divertido interpretar el papel de huérfana desvalida con otra familia, o que la casa y las comodidades que le habían brindado eran ciertamente un goce luego de pasar todo ese tiempo en aquel sucio orfanato con todas las mocosas llenas de pulgas. Y claro, tampoco pasaba por alto que su nuevo “papi” era un deleite a la vista; un hombre de verdad que estaba como quería, totalmente hecho a un lado ya que su esposa apenas y le ponía atención.
Lo sensato habría sido, ya que estaba al fin fuera del orfanato, tomar todo el dinero y joyas que pudiera, escaparse de ese sitio la primera noche, y ponerse en camino a California como siempre había sido su plan al querer ir a América. Deseaba ir a Hollywood, donde la esperaban la fama y la fortuna; donde personas “diferentes” como ella no eran discriminadas o ridiculizadas, sino elogiadas como estrellas… o al menos eso creía. Pero no lo había hecho, y no estaba muy segura si seguía siendo lo que quería en realidad.
Estaba cómoda ahí. Estaba segura que si jugaba bien sus cartas, podía pasar una agradable temporada ahí antes de seguir con su viaje. Lo único que tenía que hacer era deshacerse de un par de estorbos, entre ellos Kate y el estúpido de Daniel. Así podía quedarse a solas con John y ser su hija y, por supuesto, su única mujer.
Bueno, quedarse con John y claro, quizás también con…
La presencia de una persona cerca no pasó desapercibida para Esther, pero aquello no la desconcentró ni un poco. Miró por el rabillo del ojo hacia un lado, y pudo ver la cabecita de rizos dorados y los ojos saltones de la pequeña Max, asomándose por encima del último escalón que llevaba al área del piano. Al notar que se volteaba ligeramente hacia ella, la pequeña ocultó más su rostro, aunque sus risos quedaban claramente a la vista de todas formas.
Esther soltó un suspiro de exasperación y se giró de nuevo hacia el piano.
—Sabandija estúpida y molesta —soltó en alto acompañando a su melodía, lo suficiente para que cualquier otra persona en el sitio de Max pudiera escucharla, pero por suerte ella no; un pequeño regalo cortesía de su sordera.
De hecho, era también por eso que aun sabiendo que su nueva “hermanita” menor rondaba por ahí, podía tomarse la libertad de tocar así. Al no poder escuchar la melodía, ni tener conocimiento de la técnica que ésta implicaba, de seguro pensaría que simplemente estaba practicando las lecciones que tenía con su madre, sin saber que se encontraba muy por encima de lo que Kate Coleman podía enseñarle.
Al mirar de nuevo discretamente por encima de su hombro, notó que Max volvía a asomar los ojos para observarla desde su posición. Esther se preguntó qué vería de interesante de estar ahí mirándola, sin siquiera ser capaz de escuchar la canción; incluso con sus aparatos auditivos, era probable que no lograra captar más que escasas vibraciones en el aire.
Aunque claro, era bien sabido por todo amante de la música que Beethoven había sido capaz de componer la Oda a la Alegría estando ya prácticamente sordo en su totalidad. Aunque claro, él había tenido la ventaja de no haber nacido así, y de haber experimentado la magia de la música por tantos años, hasta el punto de que ésta se quedara arraigada y presente en su mente, incluso si ya no era capaz de oírla directamente. Y ese, lamentablemente, no era el caso de la pobre Max Coleman, que lo más seguro era que nunca pudiera saber cómo sonaba lo que Esther tocaba en ese momento, o cualquier otra cosa.
Una vez que terminó de tocar, separó las manos de las teclas y se estiró un poco para desentumecer los músculos de sus brazos. Esa evidentemente fue suficiente indicación para Max de que había terminado, lo que al parecer estaba esperando. Salió de su no tan brillante escondite, y se dirigió con paso presuroso hacia ella; su rostro radiaba de emoción, adornado con una amplia sonrisa que dejaba a la vista todos sus dientes de leche. Se aproximó hacia ella y se sentó en el banquillo a su lado.
—¡Ah!, ¡Max! —exclamó Esther con una muy forzada y sobreactuada sorpresa—. Pero, ¿de dónde saliste? —le preguntó igual de (supuestamente) azorada, apoyándose de sus labios pero también del lenguaje de señas—. Me sorprendiste.
Max rio divertida, aunque fue una de sus usuales risas silenciosas que se reflejaban más en su expresión pues de su boca solía dejar escapar algo más parecido a un quejido; de seguro así como la música, tampoco sabía cómo sonaba una risa real.
La niña le extendió entonces a su nueva hermana lo que traía consigo en sus manitas: un pedazo doblado de papel, con varias rayas de colores en él. Un dibujo, sin duda.
—¿Y esto qué es? —preguntó Esther con curiosidad, tomando el papel para mirarlo de cerca.
Era un dibujo, ciertamente. Y uno realmente “feo”, por decirlo de forma amable. Aunque bueno, considerando que lo había hecho una niña de cinco años, suponía que podría haber sido peor. En él se veían, hechas con lápices de colores, las figuras de dos niñas: una de cabellos amarillos, camiseta roja y pantalones, y la otra de cabellos negros con dos colitas y vestido verde, paradas una a lado de la otra, y con lo que parecía ser una sonrisa en sus rostros, y un vago intento de fondo verdoso y un cielo detrás de ellas.
No tenía que ser una experta en arte para adivinar de quiénes se trataba, o al menos a quiénes se intentó que se parecieran.
—¡Oh!, ¡somos nosotras! —exclamó Esther con (falsa) emoción, a lo que Max respondió sonriendo y asintiendo—. Está muy bonito, Max. Pero, ¿y Daniel?
Max hizo una mueca de disgusto, y con señas le respondió:
“No, él no es bonito.”
Esther no pudo evitar soltar una risa divertida por el comentario; ésta resultaba de hecho bastante más sincera.
—Tienes razón —le respondió con señas, pero también hablando en voz alta—. Él afearía el dibujo con su sola presencia.
Max volvió a reír, de la misma forma casi silenciosa que antes.
“Me gustaría pintar igual que tú”, mencionó la niña rubia con sus manos. “O tocar el piano como lo haces con mami.”
«Sí, suerte con eso» pensó Esther con ironía, pero procuró que esto no se reflejara en su rostro y se limitó a seguir sonriendo.
—Bueno, si quieres te puedo enseñar a dibujar y pintar como yo lo hago —propuso con una sonrisita amistosa. La idea evidentemente emocionó mucho a Max, y de inmediato la abrazó fuertemente.
Aquel repentino acercamiento tomó un poco por sorpresa a su receptora, y por unos momentos no estuvo del todo segura de cómo se suponía que debía reaccionar. Por suerte no tuvo que soportarlo por mucho, pues unos momentos después se escuchó la puerta principal abrirse, y luego la distintiva voz de Kate pronunciando en alto:
—¡Ya volví!
Con sus aparatos al parecer Max logró escuchar lo suficiente para distinguir la voz de su madre, pues de inmediato se paró y corrió emocionada hacia la entrada. Como todo niño, quizás esperaba que le hubiera traído algún obsequio.
Una vez sola, Esther se sacudió un poco, temerosa de haberse impregnado del olor dulzón y pegajoso de su hermanita menor. ¿Por qué a las niñas siempre les gustaba tanto abrazar? En el orfanato se las había arreglado para que las otras se abstuvieran de ese tipo de actos. Al final apenas y le hablaban, lo que de cierta forma hacía todo mucho más sencillo para ella.
Echó un vistazo más al feo dibujo. Su boca se torció en una aguda mueca de desagrado.
—Qué porquería —susurró despacio para sí misma y se dispuso en ese momento a romperlo en pequeño pedazos para luego tirarlos en el bote de la cocina. Luego le inventaría a Max que lo había perdido o algo.
Sin embargo, antes de hacerlo, pareció titubear un instante. Volvió a echarle un vistazo al dibujo. Si lo veía desde cierta perspectiva, no era en realidad tan feo. Incluso podía ver que Max se había tomado la molestia de dibujar sus pecas, así como los listones de sus muñecas y cuello; incluso buscó el color verde más apropiado para el color de sus ojos.
Esther resopló, y en lugar de romperlo lo dobló y lo guardó en un bolsillo de su suéter, sin estar muy segura del porqué.
«Quizás pueda usarlo luego para sacarle un poco de plática a John. ¡Mira papi!, mira el bonito dibujo que Max me hizo… Algo así, tal vez»
Se paró entonces del banquillo y se encaminó también hacia la puerta.
* * * *
Los ojos de Esther se abrieron abruptamente, al ser sacada de su sueño sin razón aparente. Todo su cuerpo se puso tenso al instante; ni siquiera recordaba haberse quedado dormida. Miró rápidamente a su alrededor, mirando fugazmente los demás asientos, así como los rostros de los otros pasajeros; algunos igualmente dormidos, mientras que otros leían un libro, se concentraban en sus teléfonos o se distraían con el paisaje seminevado que se apreciaba por las ventanillas.
Seguían en el autobús al que se habían subido hace… no sabía qué tanto tiempo, pero debía ser al menos una hora; quizás dos. Por la ventanilla se veía el cielo nublado, por lo que era difícil determinar qué hora era, pero debía ser más de media tarde.
Se permitió calmarse un poco y volver a respirar con normalidad. Y sólo hasta ese momento sintió la presión contra su hombro izquierdo. Y al girarse hacia un lado, no tardó en percibir el rostro totalmente dormido de Lily, sentada a su lado, con su cabeza contra su hombro y su boca abierta babeando un poco su chaqueta. La peluca rubia de su disfraz se encontraba ligeramente desacomodada, dejando a la vista parte de su cabello castaño debajo de ésta.
Esther soltó una maldición silenciosa, y sin reparó agitó su hombro con violencia, empujando la cabeza de Lily hacia un lado. La niña de Portland se agitó asustada por el exabrupto, soltando un pequeño chillido al aire. Miró desconcertada a su alrededor, tardando unos segundos en comprender lo que había ocurrido.
—¿Cuál es tu problema? —exclamó molesta, mientras se limpiaba la baba de su boca con una mano.
—¿El mío? ¿Por qué te quedaste dormida, tonta? —exclamó Esther con severidad, mientras con una mano le acomodaba de forma poco cuidadosa la peluca a Lily—. Se supone que debemos estar alerta.
—¿Por qué tú te quedaste dormida? —le respondió Lily con ímpetu, agitando una mano para quitarse las de ella de encima—. Tú eres la fugitiva paranoica, ¿recuerdas?
—¿Por qué no lo gritas más alto? —masculló Esther entre dientes con enojo.
Cada una volteó a su respectivo lado, y no dijo nada más. Sin embargo, Esther ciertamente se cuestionaba lo mismo: ¿cómo se había permitido quedarse dormida estando en la situación tan apremiante en la que se encontraban? Aquello ciertamente había sido un gran descuido de su parte, y en esos momentos el más mínimo descuido podría resultar fatal.
Habían pasado ya unos cuatro días desde aquella desastrosa noche en Los Ángeles, pero por suerte ambas habían logrado salir de la ciudad antes de que las cosas realmente explotaran; figurativa y literalmente. Habían tenido que pasar primero rápidamente al antiguo departamento de Esther en el barrio bajo, que una perra drogadicta ya había reclamado como suyo. Por suerte ésta no había encontrado su escondite en el muro tras la cama en donde había guardado su dinero, un par de armas, y algunas joyas que había robado para emergencia. Se puso difícil, pero al final lograron salir por la puerta con todo lo suyo, mientras que la nueva inquilina salía por la ventana y estrellaba su cabezota con el pavimento. No estaba muy alto, así que con un poco de suerte (si se podía decir así) seguiría con vida.
Salieron de Los Ángeles en tren hasta Phoenix esa misma noche, en donde tuvieron que pasar un par de días. Esther se contactó con una persona que conocía de su tiempo de fugitiva, luego de su encuentro final con Kate Coleman, para vender las joyas y obtener más efectivo para transporte, disfraces, y en especial más balas. Aquel individuo era un truhán aprovechado que les vio la cara dándoles apenas la mitad de lo que las joyas valían, pero por las prisas no les quedó más que aceptarlo.
Una vez que tuvieron el dinero, las armas y mejores disfraces, tomaron un autobús hasta Albuquerque en un extenuante y cansado viaje de más de nueve horas. En Albuquerque se las arreglaron para poder descansar una sola noche tranquila (aunque “tranquila” era quizás decir mucho). El plan era seguir hacia el este rumbo a Oklahoma. Sin embargo, a la mañana siguiente algo ocurrió en Los Ángeles que alteró por completo a Esther, junto con sus planes: una conferencia de prensa en la televisión en dónde anunciaban que Samara había sido rescatada… y se mencionaba repetidas veces el nombre de “Leena Klammer”.
La tranquilidad se esfumó de un sólo golpe.
Ninguna se quedó el tiempo suficiente para ver qué más decían con exactitud, y de inmediato emprendieron la huida como si el mismísimo demonio viniera detrás de ellas. En su desesperación, Esther hizo que tomaran el primer autobús que salía de la estación, sin siquiera preocuparse demasiado de su destino. Lo único que deseaba era ponerse en movimiento, para que si acaso alguien veía la dichosa conferencia y le venía a la mente que había visto a dos niñas hospedándose o viajando solas en Albuquerque, ya estuvieran a varios kilómetros de ahí y les resultara complicado descubrir hacia qué dirección habían huido.
Y ahora ahí estaban, rumbo al norte al parecer, sin un destino claro, y con un paisaje desprovisto de mucha vegetación, pero con pequeños rastros de nieve blanca cubriendo el páramo y mojando las ventanillas. ¿Y qué harían después? Esther aún no lo tenía claro. Pero en definitiva lo que menos debía hacer en ese momento era quedarse dormida en un autobús rodeado de gente que, a pesar de su astuto disfraz de peluca castaña clara, anteojos y ropas nada llamativas, podría llegar a preguntarse quiénes eran esas dos niñas viajando solas.
«Y aún nos faltan al menos unos cuatro mil kilómetros hasta Maine. No llegaremos muy lejos a este ritmo»
Eran alrededor de las cuatro de la tarde (aunque por el cielo nublado parecía bastante más tarde) cuando el autobús ingresó a lo primero que parecía ser una ciudad, o algo remotamente parecido a ello, por lo que Esther consideró que era momento de bajarse. Así lo hicieron justo en la siguiente parada, y se dirigieron presuras hacia afuera de su transporte, cada una cargando el escueto equipaje que llevaban consigo, compuesto principalmente por dos bolsos de viaje con apenas unas cuantas prendas que habían conseguido en Phoenix para cada una, y claro las armas y el dinero, aunque Esther igualmente tenía un poco de esas dos cosas guardadas en una cangurera en su espalda, oculta bajo su chaqueta; siempre a la mano por si se ocupaba.
En cuanto pusieron sus pies fuera del bus, un aire frío les pegó en la cara, y Lily por mero reflejo se abrazó con fuerza, temblando un poco.
—Pero qué maldito frío hace —soltó con voz trémula—. Creía que Nuevo México era un desierto, ¿cómo es que hay nieve?
—La nieve depende de la altura a la que nos encontremos —le respondió Esther con ironía—. ¿Qué no aprendiste nada en la escuela?
—Sí, aprendí a decir: “¿qué te importa?” en francés y español, aunque no en el que sea el idioma que hablen en tu extraño país. Mejor dime, ¿en qué culo del mundo estamos ahora?
—Lamento decirte que de seguro estamos aún bastante lejos del culo del mundo —le respondió Esther de malagana.
La parada en la que se encontraban estaba justo al costado de un gran edificio, así que una vez que el autobús se alejó dejándolas atrás, avanzaron un poco hacia dicho edificio en busca de alguna pista de en dónde se encontraban. El edificio color arena era al parecer un hospital, cuyo nombre divisaron en lo alto de éste con letras grandes y azules: “Los Alamos Medical Center.”
—Supongo que debe ser Los Alamos, Nuevo México —susurró Esther como escueta conclusión.
—Genial, no tengo ni la menor idea de dónde queda este sitio —indicó Lily con sequedad.
Esther sólo se limitó a encogerse de hombros. Si estaban en algún pueblo pequeño y escondido, sería más fácil moverse sin llamar la atención. Incluso quizás podrían pasar un par de días ahí antes de tener que volver a moverse.
Avanzaron con todo y sus maletas en dirección a la fachada frontal del hospital para buscar alguna parada de taxis.
—¿Qué tan lejos seguimos de Maine? —preguntó Lily con voz cansada mientras avanzaba unos pasos detrás de Esther.
—Bastante lejos.
—No sé por qué quieres ir hasta allá sí en la televisión dijeron que Max y Daniel, o como se llamen, los iban a mover de sitio. En otras palabras, podrían estar en cualquier lugar del mundo, menos ahí.
—En algún lugar debemos empezar a buscar —declaró Esther con vehemencia—. Si acaso nos lo puedes facilitar rastreándolos de alguna forma, eso haría las cosas más sencillas.
—Ya te dije que yo no puedo hacer eso. No como la tal Mabel lo hace, definitivamente. Quizás hubiera sido buena idea no matarla después de todo.
Esther calló, meditando un poco sobre aquellas palabras. Ciertamente tener a alguien como aquella mujer capaz de encontrar dónde se hallaba la gente aunque fuera en sitios remotos, sería una habilidad útil en esos momentos. Pero no habría forma de que pudiera confiar en ella ni un poco. Aún ni siquiera era como si confiara del todo en Lily, aunque tenerla a su lado resultaba muy conveniente.
Por ejemplo, en ese mismo momento, en su camino al frente del hospital, casi se cruzaron directamente con una patrulla de policía estacionada delante de la entrada principal. Y antes de que alguna se planteara dar media vuelta, un oficial uniformado se bajó del vehículo, vistiendo una gruesa chaqueta de piel y un sombrero de ala ancha, y sosteniendo un vaso de café en una mano. Al dar un par de pasos hacia la entrada, su mirada inevitablemente se fijó en las dos niñas que se aproximaban desde la parada.
«Genial» pensó Esther con abrumador sarcasmo.
—Lily —susurró despacio, y ésta no ocupó mayor indicación para saber qué hacer.
—Estoy en eso.
En un segundo el oficial divisó a las dos pequeñas caminando en su dirección, pero de un momento a otro las perdió de vista cuando terminaron escondidas detrás de una gruesa columna. El oficial avanzó unos pasos intentando volver a divisarlas. Sin embargo, para su sorpresa y total confusión, detrás de la columna ya no había rastro alguno de las dos niñas. Y mirando hacia todos lados, siguió sin mirarlas en ningún sitio. Aquello ciertamente lo desconcertó, pues no parecía haber algún lugar en el que pudieran haberse metido tan rápido, y sin que se diera cuenta.
¿Las habría imaginado?
Mientras el policía parecía comenzar a convencerse de esa posibilidad, no se dio cuenta de que de hecho las dos niñas en cuestión habían pasado justo a su lado, escondidas por completo a sus sentidos por obra de Lily.
Lo cierto era que los poderes de la niña de Portland habían sido de gran ayuda durante esos días de escape. Cada vez que se cruzaban con algún oficial o alguien que les ponía demasiada atención, Lily se las arreglaba para ocultarlas o cambiar su apariencia. Era una carta que era útil tener a la mano. Sin embargo, Esther sabía muy bien que no les serviría por siempre. Al final alguien las reconocería a pesar de sus disfraces, o alertaría a las autoridades sobre dos niñas viajando solas de una punta del país a otra.
—Tenemos que encontrar la forma de ser menos llamativas —masculló Esther mientras dejaban detrás al molesto oficial—. Necesitamos a un adulto.
—Sí, porque Dios sabe que la que tengo en estos momentos no sirve para el papel —indicó Lily con ironía.
—¿Y no podrías cambiar tu apariencia para verte como una adulta? ¿O a mí? Eso solucionaría nuestros problemas.
—Podría, pero recuerda que te dije que para crear una ilusión necesito proyectarla en la mente de cada persona que deseo que la perciba. Y en el momento en el que deje de hacerlo, como por ejemplo si me quedo dormida, todo vuelve a la normalidad. Así que sería mejor buscar algo más permanente.
—Valiente demonio poderoso resultaste ser —indicó Esther de forma hiriente.
—Mejor ni te quejes, que estoy haciendo por ti más de lo que te mereces. Y no me llames demonio, que el único monstruo aquí eres tú, ¿recuerdas?
A Esther no le pareció nada divertido aquel comentario, pero lo dejó pasar. Al menos de momento.
Encontraron un taxi vacío estacionado justo en la acera frente al hospital. El chofer estaba distraído leyendo un periódico con su asiento reclinado hacia atrás, y no se dio cuenta de las dos niñas que se aproximaban hacia su vehículo hasta que abrieron la puerta y se metieron al asiento trasero, trayendo consigo parte del frío del exterior.
—Hola —le saludó Esther con tono jovial, esbozando una amplia y adorable sonrisa. El conductor las volteó a ver por encima de su hombro—. ¿Podría llevarnos a algún motel de por aquí, por favor? Hace frío, y estamos cansadas.
El chofer inspeccionó detenidamente a ambas, visiblemente inquieto.
—¿Acaso están viajando solas, niñas? —les preguntó con discreción.
—Ella es mucho más vieja de lo que parece —indicó Lily con demasiada honestidad, señalando con su pulgar hacia Esther. Ésta le picó un brazo con su codo, usando más fuerza de la debida, lo que quedó claro por el quejido de dolor que Lily soltó después, y como se agarró su brazo.
—Disculpe a mi hermana —pidió Esther, acompañada de una risita socarrona—. Le está llegando su primer periodo, y las molestias la hacen decir tonterías.
Lily dibujó una expresión de molestia, pero no dijo nada. Por su lado, el chofer obviamente no quiso saber más del primer periodo de la niña, pero también era evidente que el transportar a dos mocosas tan sospechosas no le convencía del todo.
—Hagamos esto —indicó Esther con voz entusiasta. Llevó entonces una mano hacia su espalda, introduciéndola en su cangurera oculta. Sus dedos rozaron ligeramente el contorno del arma, pero se enfocó más en extraer un billete de los que tenía ahí guardados—. Llévenos a un motel que conozca que sea barato y discreto, sin hacer preguntas… y puede quedarse con el cambio.
Esther extendió entonces el billete hacia el hombre del asiento delantero. Éste lo miró, al parecer no muy impresionado por la propina propuesta.
—¿De un billete de un dólar? —bufó incrédulo.
—No. ¿Por qué no lo mira mejor? —insistió Esther, mientras miraba de reojo a Lily. Ésta suspiró, y de nuevo no necesitó mayor indicación.
Cuando el conductor miró de nuevo el billete que aquella niña le ofrecía, de un parpadeo a otro le sorprendió ver que no era más de un dólar con la imagen de Washington en él. Ahora lo que él veía era un billete de ni más ni menos que cien dólares, con la imagen de Benjamin Franklin devolviéndole la mirada. Aquello ciertamente despertó su interés, y sin vacilación alguna se apresuró a tomar el billete, antes de que aquella niña se diera cuenta o cambiara de opinión.
Y aceptando en silencio la oferta, el chofer encendió el vehículo y comenzó a conducir hacia el lugar que le habían solicitado.
—Bien hecho —susurró Esther en voz baja, sentándose a lado de su acompañante. Ésta se encogió de hombros, indiferente.
—Las mentes simples son fáciles de engañar.
Sería una decepción para el amable taxista cuando llegara a su casa y se diera cuenta que el billete en efecto sí era de un dólar después de todo, sin tener ni la menor idea de cómo era que se había confundido de esa forma.
— — — —
El motel barato y discreto al que las llevó se encontraba a las afueras, aunque sobre una carretera secundaria que salía del pueblo hacia el oeste, lejos de… cualquier cosa, al parecer. El taxi las dejó justo al frente del establecimiento, y en cuanto se bajaron salió disparado dando media vuelta para volver por dónde había venido, de seguro ansioso de quitarse de encima la responsabilidad de preocuparse por las dos niñas, y pasársela a alguien más.
Aquel sitio, cuyo nombre evidentemente era “Motel Blackberg” de acuerdo al letrero grande de luces de neón rojas que se alzaba alto para ser apreciado por los automovilistas, se componía principalmente de un edificio alargado de tres niveles. Desde el frente no se apreciaban las habitaciones, sólo una fachada de apariencia rústica color arena, como al parecer era común en la arquitectura de esa región, con detalles en azul. En el centro de la fachada se encontraban unas puertas de cristal que evidentemente llevaban a la recepción. A un lado de las puertas había una escalera hacia los niveles superiores, y un pasillo lateral que llevaba a la parte trasera. El estacionamiento del frente estaba totalmente vacío, salvo por una vieja camioneta color rojo opaco de vidrios polarizados estacionada a dos lugares de la puerta de recepción.
En general la apariencia del lugar era “normal”, e incluso se atreverían a llamarlo “bonito”. Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran los alrededores, pues el motel parecía estar construido en un páramo un tanto desolado, en donde además de los edificios que lo conformaban sólo se apreciaban árboles y colinas, una parada de autobús a orillas de la carretera con apariencia de abandonada, y una vieja cabina telefónica en el mismo estado a un lado. A lo mucho se lograba apreciar lo que posiblemente era una gasolinera más adelante en el camino, pero lo suficientemente alejada para no resultar atrayente la idea de caminar hasta allá.
En esencia, aquel era casi un sitio "a mitad de la nada" como se decía coloquialmente.
El tipo de lugar en dónde nadie te oirá gritar.
—Bienvenidos al Bates Motel —soltó Esther con sátira. Lily volteó a mirarla, confundida.
—Ahí dice que se llama Blackberg —indicó señalando hacia el cartel grande sobre sus cabezas.
—Es una referencia a una vieja película. No te gustaría.
Aunque el lugar se veía lúgubre y aterrador, ciertamente parecía cumplir con el requerimiento de ser "discreto". Y no sólo por la ubicación, sino por la ventaja de que las puertas de las habitaciones no eran visibles desde la calle y eso les ayudaría a moverse con mayor libertad. Así que en parte era el sitio perfecto para dos prófugas como ellas.
Avanzaron hacia las puertas de la recepción, que para su sorpresa se deslizaron en automático hacia los lados en cuanto se acercaron. El interior estaba bastante más cálido y agradable que el exterior, lo que ambas (en especial Lily) agradecieron enormemente. Era pequeña, pero acogedora. Tenía incluso una pequeña salita de espera con dos sillones, plantas de plástico como decoración, algunos cuadros con fotos locales colgadas en las paredes, y, quizás lo más llamativo, la cabeza de un ciervo disecado colgado justo encima del mostrador. Todo estaba muy bien iluminado y olía a limpio
La sorpresa en ambas fue evidente, pues ninguna se esperaba que aquel sitio fuera tan… bien cuidado, podría decirse; mucho más de lo que uno pensaría que sería un motel olvidado en la carretera. Tanto así que Esther comenzó a cuestionarse si quizás el precio por noche podría superar lo que estaba dispuesta a pagar. Sin embargo, al aproximarse al mostrador y ver la tabla de precios colgada en la pared, estos de hecho no parecían muy distintos a otros lugares en los que se habían hospedado durante sus viajes de esas semanas.
«Sospechoso» pensó Esther, aunque quizás no lo era tanto. Su primera deducción era que el ingreso principal no venía de los turistas (que por la ubicación y la ciudad muy seguramente no eran muchos), sino de otras fuentes menos legales. Venta de drogas o prostitución serían sus apuestas. Se había cruzado con un par de sitios así en su múltiples etapas huyendo, e incluso habían sido su hogar por una temporada. Aunque no recordaba alguno tan limpio y cuidado como ese.
No había nadie detrás del mostrador, por lo que Lily se tomó la libertad de aproximarse rápidamente y hacer sonar con una mano la pequeña campanilla sobre éste repetidas veces; muchas veces con bastante insistencia. Y no se detuvo hasta que Esther la tomó firmemente de la mano y la hizo detenerse.
—Ya voy —se escuchó que pronunciaba con fuerza una voz masculina desde la oficina trasera.
—Déjame hablar a mí —le susurró Esther despacio a su acompañante.
—No se me ocurriría hacer otra cosa —respondió ésta con ironía.
Tras una corta espera, alguien salió por la oficina, esbozando una amplia y radiante sonrisa al tiempo que se pasaba un paño por sus manos para limpiarlas. Era un hombre alto, de hombros anchos y complexión al parecer fornida. Parecía estar en sus cuarenta, con una cabellera corta totalmente oscura, y una barba recortada del mismo tono; ambas demasiado negras y sin ninguna cana a la vista para ser naturales. Tenía los ojos claros, grandes y seductores, frente a los cuales usaba un par de anteojos redondos de armazón discreto. Usaba un suéter color marrón y jeans azules ajustados.
En cuánto lo vio, Esther no pudo disimular demasiado su impresión, ni la forma en la que su mirada lo recorrió de los pies a la cabeza. Era, sin lugar a duda, un hombre muy, muy atractivo. Y en cuanto se paró delante de ellas y centró su mirada justo en la mujer de Estonia, ésta sintió pequeñas mariposas revoloteando en su estómago.
—Hola, señoritas —les saludó el hombre con voz afable—. Bienvenidas al Motel Blackberg. Mi nombre es Owen. ¿En qué puedo servirles?
Había algo curioso en su voz. Era cálida y amigable, en efecto. Sin embargo, aunque hablaba inglés bastante fluido, tenía un pequeño rastro de acento, apenas apreciable para un oído entrenado; como el de Esther. Sin embargo, ésta se encontraba de hecho lo suficientemente distraída para no darle demasiada atención a ese detalle.
Tanto Lily como aquel hombre aguardaron a que Esther diera algún tipo de respuesta, pero ésta no llegó pues la mujer parecía totalmente sumida contemplando fijamente al apuesto hombre de barba. Y no reaccionó hasta que Lily la picó fuerte con su codo en las costillas (en parte como venganza por lo que ella había hecho en el taxi hace rato).
—Ah, sí —pronunció Esther rápidamente, intentando recobrar su compostura, aunque su sonrisa inocente y el tono dulce de su voz dejaba en evidencia que se había metido bastante más de la cuenta en su actuación de niña inofensiva—. ¿Podría darnos una habitación?, por favor. Por una noche por lo pronto… aunque quizás nos quedemos un poco más si nos gusta por aquí.
Su voz sonaba juguetona, aunque con un pequeño toque de coqueteo que para cualquiera resultaría de seguro incómodo; ciertamente para Lily lo era. Pero aquella persona de nombre Owen no pareció molestarle, o quizás no lo notó. Sólo les sonrió, y observó a ambas con detenimiento, para después preguntar lo más esperado:
—¿Acaso están viajando solas, chicas? —cuestionó con ligero tono de acusación.
—No, no —se apresuró Esther a responder por mero reflejo, aunque se corrigió casi de inmediato—. Bueno… algo así. Pero no se preocupe, a pesar de cómo me veo tengo de hecho… —vaciló un poco antes de responder—. Dieciocho, recién cumplidos.
Lily la miró de reojo, incrédula de que en serio hubiera dicho eso. Por supuesto que tenía más años que eso, pero dudaba que alguien le creería siquiera si decía que tenía más de trece o catorce.
—Oh, ¿en serio? —pronunció Owen con tono amistoso—. Y supongo que tendrás una identificación que lo pruebe, ¿verdad?
—De hecho, la tengo —indicó Esther con bastante seguridad.
—¿La tienes? —soltó Lily por mero reflejo.
Esther no le respondió y se enfocó en esculcar en su bolso de viaje hasta extraer de éste justamente una identificación, misma que extendió al encargado. Ésta tenía una foto suya con su disfraz actual (peluca castaña corta y anteojos), una fecha de nacimiento precisamente de dieciocho años atrás, y el nombre de Jessica Coleman.
—¿De dónde sacaste eso? —le susurró Lily despacio cerca de su oído, mientras el encargado inspeccionaba la credencial.
—Del imbécil de Milo —susurró Esther entre dientes, refiriéndose a aquel “amigo” de Phoenix al que le habían vendido las joyas—. Es un estafador, pero sabe hacer este tipo de cosas…
—Muy convincente —indicó Owen de pronto, extendiendo la credencial de regreso hacia Esther—. Apuesto a que te dejan entrar a los bares con ella.
—No precisamente —susurró Esther, soltando una pequeña carcajada divertida como si aquello hubiera sido un chiste.
—¿Acaso escaparon de su casa, niñas? —preguntó Owen con tono ligeramente severo.
Ambas guardaron silencio unos segundos.
—Si fuera el caso —comentó Esther tras un rato—, ¿no sería lo correcto darnos hospedaje por una noche en lugar de dejarnos vagar afuera en la oscuridad por estos parajes tan desolados? Quién sabe qué enfermo con una camioneta podría intentar hacernos algo.
Lily soltó una pequeña maldición silenciosa, y se giró hacia un lado para intentar disimular su expresión de exasperación. Evidentemente la tonta calenturienta de Esther no estaba pensando con claridad, y estaba por tirarlas a ambas de cabeza. Lo mejor sería que le causar una pesadilla a ese individuo, y salieran disparadas de ese sitio lo antes posible. Y estaba muy dispuesta a hacer eso, cuando entonces aquel hombre pronunció:
—Bueno, ciertamente no me atrevería a arrojar a dos niñas inocentes a la noche con este frío. Está bien, pueden quedarse por esta noche a descansar, y mañana hablaremos más seriamente de esto si se sienten listas, ¿de acuerdo?
Tanto Lily como Esther se sorprendieron al escuchar aquello. Su voz sonaba sincera, y su mirada igual. Parecía genuinamente preocupada por ellas… lo que no dejaba de parecer bastante sospechoso.
Owen se viró para tomar una de las llaves del mueble detrás de él, colocándola sobre el mostrador cerca de ellas.
—Habitación 304 en la planta de abajo, justo frente al área de juego. Si salen por esta puerta —indicó señalando con un dedo hacia una puerta de cristal posterior que al parecer daba hacia el interior del motel, opuesta a la puerta principal—. Sólo caminen hacia la derecha rodeando la piscina y verán el área de juegos. La 304 es justo la de en medio; no hay pierde.
—¿Tienen piscina? —preguntó Lily con curiosidad.
—Claro. Pero normalmente la clausuramos desde mediados de noviembre por la temporada de frío. Lo siento.
Lily pareció decepcionada, pero tampoco era que la nieve de afuera le dejara muchas ganas de nadar en realidad.
—Muchas gracias, señor —comentó Esther con tono jovial, mientras sacaba algunos billetes de su bolso para pagar.
—No, déjalo así —le indicó Owen, extendiendo una mano en señal de rechazo a su pago—. Mañana veremos lo del pago, si es que se necesitara uno, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —pronunció Esther sonriente guardando su dinero y tomando la llave—. Es usted una persona muy considerada.
—Se hace lo que se puede. Disfruten su estancia.
Owen las despidió con un gentil ademán de su mano y una sonrisa aún más ancha que la anterior; ambos gestos le parecieron desconcertantes a Lily.
Ambas se dirigieron rápidamente a la puerta que les había indicado, saliendo al patio central del motel, que en efecto era ocupado en su mayoría por una piscina cubierta por una gruesa lona azul, y una pequeña área de juegos con columpios, un resbaladero, y barras para escalar.
Una vez que se alejaron una distancia prudente de la puerta, Lily se inclinó hacia Esther y le murmuró despacio:
—¿Por qué no eres más obvia y te pones en la frente un gran cartel que diga: “tengo cuarenta, estoy caliente, desesperada, y con serios problemas paternales” como en los anuncios de internet?
—Tienes una boca muy grande para ser tan pequeña —susurró Esther con desdén, sin mirarla.
—Sólo digo que evidentemente es tu tipo, ¿no? Hombre… viejo… y eso es todo; tus estándares son un poco bajos. Pero quiero realmente convencerme de que no estás tan embobada como para no darte cuenta de que todo eso fue demasiado extraño.
La verdad era que Esther siempre había tenido un punto ciego en lo que respectaba a hombres adultos, atractivos e inteligentes, y el tal Owen parecía encajar bien en esa descripción. Sin embargo, también era cierto que en ese momento tenían demasiadas complicaciones encima como para meterle un adicional como esa. Y sí, los ojos profundos, casi hipnóticos, de aquel individuo no evitaron que también dudara de que sus intenciones fueran del todo buenas y caritativas.
—No estamos en condiciones de ponernos exigentes —masculló Esther despacio—. Como sea, conseguimos hospedaje por esta noche, y mañana temprano nos largamos antes de que quiera hacernos más preguntas.
—Si es que no llama a la policía antes de eso y nos arrestan a mitad de la madrugada —susurró Lily con fastidio.
Miró entonces pensativa a su alrededor mientras rodeaban la piscina y se dirigían hacia su cuarto. El lugar estaba bien alumbrado, limpio y al parecer recién pintado. El césped en el área de juegos era claramente artificial, aunque había un par de árboles, que en esos momentos estaban ya casi completamente pelones de hojas. Hasta ese momento todo seguía transmitiendo esa sensación de un sitio nuevo y bien cuidado… pero desconcertaba el gran silencio y soledad que se sentía. ¿Serían acaso los únicos huéspedes?
Intentó concentrarse a ver si recibía la señal del pensamiento de alguien más detrás de cualquiera de esas puertas, aunque fuera un rezago de miedo, cansancio, alegría, o cualquier emoción. Sin embargo, no le llegaba nada parecido a ello, lo que le hacía en efecto suponer que no había nadie más. Y aunque considerando que en su estado de prófugas aquello debería ser algo benéfico… la verdad es que al menos a Lily le resultaba bastante inquietante.
De pronto, a pesar de que su mente no logró captar el pensamiento de ninguna persona en aquel espacio, sus ojos sí lo hicieron repentinamente.
Al alzar sólo un poco la mirada, logró divisar en el pasillo de la planta superior la silueta de alguien, de pie frente al barandal, y observando atentamente en su dirección. Aquello tomó a Lily por sorpresa, y la hizo detenerse y contener el aliento. Desde su distancia no lograba verla con total claridad, en especial porque ese pedazo en específico parecía no tan iluminado como el resto pues las luces mercuriales del patio no la alcanzaban, y la luz del pasillo parecía fallar y parpadear un poco, dejándola sólo a la vista por escasos parpadeos.
Parecía ser una niña, o quizás un niño, de cuerpo pequeño y delgado, piel muy pálida y cabello negro rizado, corto hasta sus hombros. Vestía una sudadera negra demasiado grande para ella, y debajo de ésta lo que bien podría ser un vestido amarillo corto, o una camiseta muy larga. Pero sus piernas, tan pálidas como su rostro, estaban totalmente expuestas a pesar del frío. Pero esos detalles palidecieron para Lily, pues su atención estaba fija en su mirada; y en esos ojos que, cuando la luz a sus espaldas se apagaba y la dejaba casi en total oscuridad, parecían permanecer en su sitio, brillando como dos lunas pequeñas. Y Lily podía sentir cómo la miraban a ella, y sólo a ella…
—Oye —pronunció Esther en alto, llamando su atención.
Lily se estremeció y se viró rápidamente hacia ella, dándose cuenta de que se había quedado detrás más de la cuenta, y Esther ya se encontraba a varios metros de distancia, ya delante de la puerta con el número 304 en ella.
—¿Vienes o no? —le insistió Esther con impaciencia.
Lily miró rápidamente el mismo punto en donde hasta hace unos momentos había estado de pie aquella persona en el primer piso. Sin embargo, para su asombro, ya no había rastro de ella. Sólo podía ver el pasillo vacío, y la misma luz tintineante, pero nada más.
Sintió en ese momento una opresión en estómago, y sus pies se movieron por sí solos comenzando a prácticamente correr hasta alcanzar a Esther.
—¿Estás bien? —le preguntó la mujer de Estonia en cuanto estuvo a su lado—. Te ves casi tan pálida como Samara. ¿Qué te pasa?
—Estoy bien —se apresuró Lily a responder de forma tajante. Aunque su voz sonaba firme y agresiva como siempre, los latidos nerviosos de su corazón eran tan intensos que podía casi sentirlos en su garganta—. Entremos de una maldita vez que me muero de frío.
Esther resopló, y sin más sacó la llave y se apresuró a abrir la puerta para que ambas entraran. Lily sólo volvió a sentirse calmada hasta que estuvo dentro del cuarto.
— — — —
La habitación era pequeña, pero confortable (definitivamente más que otros cuartos en los que se habían estado quedando últimamente). La decoración seguía intentando combinar ese estilo rústico pero elegante que mantenía el resto del establecimiento. Olía bien, como si lo hubieran limpiado a conciencia muy recientemente. Tenía dos camas de cobertores cafés, y los colchones estaban suaves y bastantes cómodos. Incluso había unas botellas de agua y dos chocolates con menta de regalo; estos últimos Lily no esperó ni un segundo antes de tomar ambos, sin siquiera plantearse la opción de darle uno a su acompañante.
Esther igualmente se sintió más a salvo al estar en un espacio cerrado, pero no por completo. En cuanto cerró la puerta puso todos los seguros, así como la cadena, e incluso se tomó el tiempo de colocar una silla atrancada contra la puerta. Normalmente Lily habría hecho alguna broma sobre lo paranoica que estaba, pero en esa ocasión la verdad era que no le molestaba la idea.
El ocaso llegó y terminó en el siguiente par de horas. En ese lapso, ambas permanecieron casi por completo en silencio. Lily se entretuvo lo mejor que pudo leyendo algunas revistas de obsequio que había sobre la mesita para comer. Tenía que conformarse con eso, pues Esther tenía totalmente acaparada la televisión, recorriendo cada canal de noticia en busca de cualquiera que estuviera hablando de la maldita conferencia de prensa en Los Ángeles que las había hecho salir disparadas de Albuquerque con tanta prisa.
Por un lado era cierto que era un caso importante, pero estaban a dos estados de distancia, además de que aquello había ocurrido temprano. De seguro la gran mayoría de los comentarios al respecto se habían hecho en el transcurso del día mientras ellas viajaban. Sería más sencillo si buscara la noticia en cuestión en internet, usando el teléfono celular que tenía guardado en su bolso de viaje. Pero Esther sabía que mientras menos rastro digital dejara de que estuvieron en algún sitio, sería mejor. Así que ese teléfono lo guardaba sólo para un caso de excepcional emergencia, y saciar su paranoia y curiosidad no entraba precisamente en dicha descripción.
Al final sí logró encontrar un noticiero que resumía las noticias más importantes del día, y entre las notas comentadas estuvo precisamente la conferencia de prensa. Colocaron parte del video del evento, aunque sin audio mientras el comentarista hablaba. Pero en las imágenes que se mostraron en la televisión, un rostro conocido se hizo presente: el detective de policía rubio que habían visto en Eola, y claro en el pent-house de Damien. El maldito que invocó a todos esos fantasmas.
—Ese desgraciado sigue vivo —señaló Lily, incrédula. Daba por hecho que Mabel y su novio habían acabado con él, o quizás lo habría hecho sus heridas.
Esther no comentó nada hasta que la nota terminó, que en pocas palabras podría resumirse en: Samara había sido heroicamente rescatada, y la culpable de absolutamente todo eran Leena Klammer y sus “secuaces”.
—¡Pero qué puta mierda! —dejó escapar Esther llena de rabia, tirando el control remoto por mero reflejo contra la pantalla, aunque por suerte terminó pasándola de largo para estrellarse contra la pared detrás de ella. Se paró entonces hecha una fiera de la cama, comenzando a caminar histérica de un lado a otro—. ¿Ahora además de asesina serial soy la líder de una jodida banda de secuestradores de niños?
—Bueno, a mí sí me secuestraste, ¿recuerdas? —comentó Lily con humor, sentada en su cama mientras seguía hojeando una revista.
—¿Qué yo fui la responsable de todo? —exclamó en alto, ignorando por completo el comentario de Lily—. Genial, y Damien debe estar ahora cómodamente sentado en su casita tomando chocolate caliente. Mientras que yo encabezo la lista de los más buscados. ¡Maldita la hora en la que me crucé con ese mocoso! ¡Maldita sea!
Lanzó en ese momento una patada con fuerza contra el muro. No lo dañó, más allá de raspar un poco la pintura, aunque la marca de la suela de su zapato quedó bastante marcada.
—Nos van a cobrar eso —susurró Lily, observándola de soslayo—. Y no sé por qué te molesta tanto. En comparación con las cosas malas que sí has hecho, que te acusen de secuestradora no suena tan grave, en mi opinión. Y mira el lado bueno: ahora eres súper famosa. ¿No me dijiste en alguna ocasión que soñabas con ser actriz? Ahora de seguro sí te harán una película.
—Cállate —le gritó Esther con brusquedad.
Respiró hondo, intentando entonces de alguna forma calmarse, aunque fuera un poco. Se sentó en la cama, cerró sus ojos, e intentó despejar su mente.
—Tenemos que pensar en algo —susurró despacio para sí misma—. Aún nos faltan 4,000 kilómetros para llegar a donde ocupamos, y tenemos que hacerlo con toda la policía del país buscándonos.
—¿Buscándonos, dices? —rio Lily con ironía—. Te recuerdo que la criminal y secuestradora eres tú.
—Si no vas a decir nada útil, ¿por qué no mejor te callas y me dejas pensar?
—¿Dependemos de que tú pienses? Entonces sí que estamos perdidas.
Esther se giró lentamente hacia ella, y en sus ojos fue evidente el intenso fuego de furia que la inundaba por completo. Lily sabía muy bien que su acompañante no estaba en lo absoluto de humor de aguantar sus comentarios hirientes. Y, quizás, por eso mismo los hacía.
—Quizás me iría mucho mejor si me moviera yo sola —señaló Esther tajante—. En lugar de estar cargando un peso muerto como tú.
—¿Disculpa? —exclamó Lily, ofendida, parándose rápidamente de la cama—. Si has llegado hasta aquí sin que te pongan las esposas y te metan al primer manicomio que encuentren, es sólo porque yo lo he impedido. No sé cómo has pasado tantos años evitando que te atrapen. Sólo te falta pararte frente a un policía y gritarle a la cara quién eres.
—Yo sé muy bien lo que hago sin necesidad de que metas tu nariz en mis asuntos —profirió Esther, encaminándose hasta pararse delante de ella—. Después de todo para ti todo esto es un juego al que metiste sólo para no aburrirte, y para fastidiarme todo lo que puedas hasta que te hartes, ¿no?
—¿Y? —respondió Lily desafiante, encogiéndose de hombros—. Yo dije muy claro desde el inicio por qué estaba aquí, y aún así me dejaste venir. Como la masoquista pérdida que eres.
—Bueno, quizás ya no estoy de humor para seguir soportando tus niñerías.
—Ay, no me digas. ¿Qué harás al respecto?
Esther llevó de inmediato su mano a su espalda, sacando de su cangurera el arma de fuego, sujetándola con firmeza entre el rostro de ambas.
—Quizás haré que te tragues entero el cañón de mi arma de una vez por todas —respondió con brusquedad, pero Lily no pareció en lo absoluto intimidada.
—De nuevo amenazándome con tu pistolota. Ya cambia de repertorio —masculló Lily con voz risueña, atreviéndose incluso a empujar el arma hacia un lado con sus dedos—. Ya deja de fingir. Ambas sabemos que me necesitas.
Un profundo silencio se formó entre ambas. La mirada penetrante y asertiva de Esther estaba fija en la de la niña de Portland, mientras sus dedos se apretaban tensos contra el mango de su arma. Lily, mientras tanto, sonreía confiada y segura. Sin embargo, eso cambió un poco cuando la propia Esther dibujó ella misma una amplia y astuta sonrisa en sus labios.
—Quieres convencerte a ti misma de eso, ¿verdad? —canturreó Esther, bajando su arma con indiferencia—. Sentir que en verdad hay alguien en este mundo al que no le resultas enteramente repulsiva; alguien para quién incluso eres “valiosa”.
—Debes estar hablando de ti misma, ¿no? —respondió Lily con sequedad.
—Buena respuesta —susurró Esther despacio—. Pero al menos yo sí soy capaz de aceptar lo sola que me siento, y lo mucho que deseo amor. Pero, ¿qué hay de ti, Lilith? ¿Cuándo dejarás tu patética actuación de niña mala y aceptarás lo que eres realmente?
—¿Y eso es?
—¿No es obvio? —Esther dio un paso más hacia ella, hasta que el rostro de ambas quedaron a centímetros de distancia—. Sólo otra niñita pequeña, temblorosa y llorona que no quiere estar sola. Eso es lo que has estado buscando, ¿no? Alguien que te entienda. O, mejor aún, alguien que te aguante tus majaderías y gusto morboso por el dolor ajeno. Y por eso te has pegado a mí como una pequeña sanguijuela. Así que deja de hacerte la importante ya que, en realidad, eres tú quien me necesita a mí.
Esther aproximó una mano juguetona hacia el rostro de Lily para acomodar uno de sus mechones fuera del lugar. Sin embargo ella la apartó rápidamente de un fuerte manotazo antes de que pudiera acercarse demasiado.
—Yo no necesito nada de ti —espetó Lily con agresividad en su voz—. En el momento que me dé la gana, puedo envolverte en tu pesadilla más espantosa, y dejarte viviendo en ella por el resto de tu patética existencia.
Esther bufó con clara burla a aquel comentario.
—De nuevo amenazándome con tus pesadillas. Ya cambia de repertorio —le respondió, imitando el mismo tono exacto que Lily había usado anteriormente.
Los ojos de Lily chispeaban, y sus labios se apretaron entre sí en una mueca de desagrado, junto con sus puños que se abrían y cerraban a sus costados. El aire entre ambas se sentía incluso un poco similar a aquella última noche en el pent-house de Damien, en donde Esther le había arrojado la taza a la frente y esperaba que la niña le respondiera con una de esas pesadillas de las que tanto hablaba, pero no lo hizo. De hecho, su acción resultó bastante parecida a la de ese momento: le sacó la vuelta a Esther, haciendo chocar su hombro contra su brazo, y se encaminó en dirección a la puerta.
—¿A dónde crees que vas? —le cuestionó Esther con severidad.
—¿A dónde más? —soltó Lily al tiempo que jalaba la silla lejos de la puerta—. Afuera. Prefiero estar en el frío que encerrada aquí contigo.
—¡No sin tu disfraz, estúpida! —espetó Esther, arrojándole su peluca que terminó golpeando a Lily en la cara—. Y no te dejes ver demasiado. Se supone que debemos llamar la atención lo menos posible, ¿recuerdas?
—Lo que tú digas, mamá —le respondió con sarcasmo, colocándose torpemente la peluca, y saliendo al momento siguiente dando un fuerte portazo.
Esther suspiró con pesadez y se dejó caer de espaldas contra la cama. Cruzó sus manos sobre su vientre, y contempló pensativa hacia el techo. Era en verdad difícil de entender cómo habían llegado hasta ahí sin matarse la una a la otra; en especial ahora que no tenían a Samara para moderarlas un poco. Aunque era cierto que esa locura de viaje había comenzado de cierta forma con ellas dos, en ese hospital de Portland. Muchas cosas habían pasado desde aquel día… muchas cosas.
Pero no podía, ni quería, dedicarle demasiado tiempo a pensar en Lilith, y el constante dolor de cabeza que representaba su sola presencia. Lo que debía hacer, aprovechando aquel momento de soledad, era justamente pensar cómo había dicho. Pensar en cuál sería su próximo movimiento, y si en efecto le convenía o no seguir arrastrando a esa niña con ella.
FIN DEL CAPÍTULO 135
Notas del Autor:
Y volvemos de nuevo con el dúo favorito de muchos, Lily y Esther, que se han metido en su propia aventura. Y bueno, como pudieron darse cuenta en este capítulo, está pasando algo misterioso cerca de ellas. De seguro algunos ya se están dando una idea de qué con exactitud, pero los que no… no sé preocupen, con suerte en los siguientes capítulos quedará más claro.
#esther#leena klammer#orphan 2009#orphan#lilith#case 39#let the right one in#resplandor entre tinieblas#wingzemonx#fanfiction
2 notes
·
View notes
Text
SIN ESCUCHAR SE PUEDE COMUNICAR
Por Verónica Ramos
“La discapacidad no te define; te define cómo haces frente a los desafíos que la discapacidad te presenta”. Jim Abbott

Sentado del otro lado del monitor se encuentra Martín Gómez, quien viste una gorra roja volteada hacia atrás y porta un cubrebocas blanco. Se acerca a la cámara y escribe en el chat: “no te escucho, habla más fuerte”. Lo hago, pero mis intentos parecen inútiles; mi interlocutor no puede escuchar del todo bien, es hipoacusico (la hipoacusia es una disminución de la sensibilidad auditiva que afecta al oído).
Después de algunos intentos y un intérprete logramos comunicarnos. Martín tiene 36 años y trabaja como asesor en la Casa de Cultura de Sordos del Deportivo Mina. Ahí, enseña español y matemáticas a las personas con discapacidad auditiva.


Para el ser humano la comunicación es muy importante; el no poder escuchar no debe ser un impedimento para transmitir información. La Lengua de Señas Mexicana (LSM), es utilizada por las personas sordas en México, esta posee su propia sintaxis, gramática y léxico.
Martín comenzó a estudiar LSM desde los 5 años en una escuela especial; al cumplir los 13 ingresó a una secundaria regular, en la cual todos hablaban y escuchaban, por lo cual dejó de utilizarla. Años después, se reencontró con algunos de sus amigos de educación especial quienes le ayudaron a practicar LSM de nuevo: “yo le señalaba a mis amigos una imagen, por ejemplo, el refrigerador, y ellos me enseñaban como se dice”.


Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2016, México cuenta con un aproximado de 700 mil personas con sordera, de las cuales solo 40 son intérpretes certificados en LSM.
Para Martín, aprender LSM fue sencillo: “yo desde pequeño he aprendido, simplemente lo que se me complicó fue hacer la traducción”, comenta y prosigue explicando las diferencias entre el español y la LSM. Por otro lado expresa el gran problema que representa no contar con escuelas públicas de todos los niveles educativos incluyente.


—Es muy diferente la lengua de señas, en esta todo es más corto, por ejemplo, en español escrito y hablado diría: mi mamá está trabajando. En lengua de señas solo se dice: mamá trabajar—toca su mentón con la mano derecha extendida y después mueve las manos como si estuviera escribiendo en un teclado— se comen los artículos y el hecho.
Lizette Tututi, JUD de Inclusión y Juventudes de la Alcaldía Cuauhtémoc, comenta que las personas con sordera tienen poco acceso al trabajo debido a la limitación en la comunicación, razón por la cual se sienten más a gusto al trabajar entre sus iguales.

Martín comenta sentirse muy bien en su trabajo como asesor: “ Me siento a gusto, es muy agradable mi espacio mi trabajo y ayudo a las personas sordas a entender las situaciones de conocimiento. También lo que es en la vida social porque no todos tienen la experiencia” , explica con un dejo de alegría en su voz.
Después se torna un tanto oscura y continua explicando las dificultades que se viven en la CDMX: “hay servicios que todavía no tienen intérpretes, por ejemplo, en los hospitales falta interpretación y eso es algo muy importante porque si una persona es alérgica a algo y le dan sin consultarlo resulta peor”. Martín también explica lo difícil que resulta tratar con las personas en los bancos y sus sistemas por teléfono; por último pone sobre la mesa las dificultades legales en las cuales se puede llegar a ver una persona con sordera.

La comunicación es propia del ser vivo, sin ella nos descubrimos perdidos en la nada; cuando el oído falla, esta se ve afectada por lo que la posibilidad de alcanzar una verdadera realización social se reduce de manera importante. Si bien existe la LSM, habría que replantearnos la importancia de conocerla, hablarla y enseñarla, para poder ser verdaderamente incluyentes.
#ciudaddemexico#cdmx#cdmxlife#cdmxparatodos#capitalcultural#Cuauhtémoc#elcorazondemexico#injuve#INJUVEenelBarrio#lenguaje de señas#lengua de señas#inclusión#inegi
8 notes
·
View notes
Text
Metafísicas Urbanas
Michel M. Loeza
Circuitos Impresos
Las ciudades son centros neurálgicos. Puntos de convergencia de la cinemática. Se piensan a menudo como centros económicos, pues la economía está fundamentalmente en el movimiento. Lo económico no consiste estrictamente en lo pecuniario, el dinero es parte de la membresía. Una ciudad es económica en tanto sus individuos van de aquí a allá, como señales eléctricas intentando no interferir entre sí; provocarían choques, molestias, cortocircuitos. El movimiento no puede verse obstruido, la obstrucción representa para el movimiento una enfermedad. Conductos que habría que desazolvar en pos de la fluidez. Lo económico es la metafísica del movimiento, y el movimiento es la metafísica de las ciudades. Ahí, la convergencia cobra sentido, pero no siempre en lo caótico o en lo totalmente armónico, sino en la aleatoriedad del entrecruzamiento. Si pudiéramos mirar la estela, el rastro, de aquello que en una ciudad se mueve en su continuidad infinita, casi la totalidad del mapa estaría lleno de líneas, en una suerte de saturación de los espacios. Mirar una placa de circuito impreso en el corazón de un aparato electrónico, es casi asegurarse de la inspiración y el entendimiento inmanente del trazado de las ciudades: caminos, pistas, edificios, resistores, transistores, bobinas… Un bosque rígido y bioluminiscente. En una ciudad transcurre la energía; energía que se condensa en puntos caloríficos y energía que se desfoga atraída hacia otros centros.
Fisionomía y Verticalidad
Una ciudad es un ecosistema en tanto sus contribuyentes invierten la génesis de lo que ellos no han creado: su gramática emplea el nominativo y el acusativo, violencia: nosotros creamos una ciudad. En relación inversa a todo lo que crece desde el exterior y a su aparente violencia, la ciudad se expande desde un punto germinal; en una especie de rebelión ante aquello que amenaza con su desorden. La metafísica de las ciudades es también la metafísica de la fisionomía: la nomenclatura (nomos) de physis. Su génesis y expansión recuerdan a la instalación de un huésped parásito, que extiende sus dominios sobre otros órdenes en tanto apetece presencia, o exigencia existencial. La gesta de una ciudad recuerda también a la de la mancha, que en un instante, y en otra escala de tiempo, se expande entre las fibras hasta que la energía de su movimiento agota todas las potencias. Pero la soberanía territorial de las ciudades no sólo se da en horizontalidades, a nivel de suelo y en las posibilidades mundanas. La expansión de las ciudades también busca la soberanía vertical. Elevarse sobre los suelos es un imperativo: topografía ascendente. Las ciudades buscan resistencias gravitatorias, ingravidez. Aquello que se eleva, resiste a la caída. El suelo ya no es deseo de nadie. El suelo es el nivel donde lo otro acontece. Los rascacielos, mientras más elevados sean, más delirantes para el apetito megalómano. Aquello que acontece en los pisos más elevados de los rascacielos que buscan ya no rascarlos sino penetrarlos, son fantasías en la búsqueda de alcance. La ascensión, soberanía vertical de las ciudades, busca subsistir; pues aquello que es inalcanzable es aquello in-tocable. Sueños de hombres-pájaro, hombres celestiales. La subsistencia de lo que se eleva es también stare, cualidad de permanecer de pie; un estatuto, una estabilidad, una estatua, substancia, insistencia, persistencia. Pero no únicamente las estructuras habitadas, sino también las vías, arterias y trayectorias buscan poseer el espacio aéreo, saturarlo en la creciente imposibilidad de lo terrestre; pánico irrazonado. El subsuelo es para los intraterrenales, para los que fantasean a la inversa.
Heteróclisis
Ausentes, transeúntes, los seres que trazan las ciudades día a día, también recurren a encuentros. Estos encuentros son distintos de los accidentes. Los accidentes obstruyen, los encuentros producen continuidad de los trazos. Hay en dichas continuidades un filtro por el que se generan indiferenciaciones constantes, que también son llamadas identidades. La heteroclisis es radica en la in-diferencia que también es carencia de lo definitivo. La convergencia de los agentes económicos que arrastran la energía es también la de sus encuentros, donde se gestan constantemente discursos, bajo una dinámica de multiplicidad que también contamina el medio. La heterotopía de Foucault sería lo que Byung-Chul Han llama el continuo sindético de la cercanía: no-condensaciones del dominio de lo analítico, ni miembros eslabones de un sistema o máquina, sino la coexistencia intensa de lo diverso. Sólo que Foucault teme a las marañas, y para Han, la ausencia en lo heteróclito es el no obstáculo de las transiciones. La cercanía de los encuentros en las ciudades posibilita el movimiento de su nuclearidad. Toda transacción semántica se diversifica en ramificaciones de lo no-definitivo. Así se alimenta la cinemática de la flama. Las agrupaciones y los individuos se convierten en predicados de agrupaciones e individuos; no sujetos de sujetos. La sintaxis nunca se quiebra, las oraciones de la continuidad son propias de un lenguaje sindético, que reúne, ensambla, concatena, en cadenas de significantes. La heteróclisis (ἑτερόκλιτος) de las ciudades no es una heterólisis, ni una multiplicidad de puntos aislados, antes bien es una inclinación a lo diverso. Su caos es en todo caso positividad caótica en la que las fronteras entre los encuentros tienden a volverse propensas a la disolución.
Materialidad y aprehensión
Las demarcaciones son signos de control. Toda jardinera es un logro de coerción y aprehensión de la amenaza. La materialidad de las demarcaciones urbanas se traduce en rigidez. Rigidez en los bardeados, rigidez en la diferenciación. «Mi propósito no era otro que afianzarme en la verdad, apartando la tierra movediza y la arena, para dar con la roca viva o arcilla», es la lógica de Descartes en su Discurso del Método, y lógica que puede trasladarse al principio material de las ciudades: el asfalto pretende una firmeza que no es la de la tierra; el concreto pretende una firmeza que no es la de los materiales orgánicos, o la madera; las barandas pretenden rigidez que no es la de las ramas… la materialidad de las ciudades es la materialidad en el delirio de lo estable. La gramática de la estabilidad es la misma que la de la verticalidad o la de la inversión de los ecosistemas no-creados. Los muros de hormigón se inclinan hacia la interioridad impenetrable. Ningún viento de ningún lobo hambriento podría derribarlos; la ingeniería antisísmica es la ingeniería de la resistencia, persistencia, insistencia, subsistencia: mantenerse de pie. Así, la presencia es imperativo de la materialidad y de la construcción. El logro de los ecosistemas urbanos es aquel que extiende el espectro de la permisividad; que engendra una metafísica del control y del dominio de lo aparentemente indomable. La permisividad se da no en virtud de una convivencia verde como antes bien en virtud de un alarde de concesión. Las columnas que sostienen el piso elevado del periférico se revisten de verde, plantas que expresan culpabilidad: disonancias morales, o cognitivas, según sea el caso. La reticulación y el trazo de las calles, así como el de las sendas de los parques siempre expresan severidad. Severidad de las posibilidades. En un bosque no existen sendas más que las que los de nuestra especie han trazado con el objetivo de evitar extravíos. Pero también la materialidad que se expresa vía la arquitectura disuasoria se inclina hacia la exclusión; exclusión de lo anómico, en favor de lo cosmético y de lo fisionómico. Los rebordes tienen pinchos, nadie puede sentarse; los aparcamientos sobre las avenidas gestionan el tiempo; las bancas en los parques incomodan o carecen de respaldos; las señalizaciones son violentas y los el suelo es propiedad privada y privativa. Las demarcaciones de las ciudades son definitivas, los caminos son definitivos, mejor dicho definitorios. Si fuera posible, la soberanía ortopédica construiría caminos directos de la puerta de las casas hacia los trabajos y viceversa. Toda jardinera es un logro revestido de virtud estética. La materialidad de las ciudades se traduce en la materialidad de lo estable, lo demarcatorio y lo substancial.
Polución acústica
Una ciudad silenciosa es una verdadera utopía. El ruido también indica un perpetuo trastorno, torque, inversión de la imaginación de la tranquilidad natural. El ruido de las ciudades es proporcional a su desborde de energía, y su crecimiento es exponencial, acumulativo. Un hombre, en plena calle, grita a otro cómo le fue en su día pues siempre hay alguien o algo que antecede al grito con otros gritos. El grito y el rugido es la pérdida del terror. ¿Qué podría sonar más fuerte que un Boeing a escasos metros sobre los tejados de algunas casas de Londres? Cualquier otra cosa excedería nuestras posibilidades físicas hasta el punto de la sordera. Aquí, a un grado de ésta, el terror al estruendo de los relámpagos se ha esfumado. Ecosistemas creados, la ciudades y sus ruidos son susurros esquizoides: ninguna diferencia entre lo ensordecedor y la molestia de un sonido de alta frecuencia. Quizá también los ruidos sordos son reflejo de una necesidad ilusoria, ¿quién está dispuesto a parar en medio del éxtasis y la vorágine de las ciudades y sus tribulaciones? Hemos perdido el miedo a la amenaza externa. El día que algunos extranjeros hagan su visita, o que algunas plantas echen de más sus raíces sobre territorios inmaculados, podremos ignorar con vehemencia y cortar con frialdad el exceso, pues el exceso está aquí, el exceso es inmanente.
Márgenes, Omisiones y Marginaciones
Toda urbe es nuclear en virtud de la no-nuclearidad que la define: los márgenes. Las periferias de las ciudades son el intersticio, transiciones entre lo que aún no ha alcanzado a ser fisionormado y lo que se define por su marca neurótica; la de la gestión y demarcación de lo indeseable. Los márgenes son los alcances aún no totales de la expansión urbana. Sus características se hallan omitidas y a menudo son lugares en los que el desarrollo, o la neurosis en forma de pulcritud, no ha logrado establecerse. Éstos son también potenciales objetivos de la racionalización de los espacios, de su limpieza y de su apropiación. A menudo en los márgenes, la gramática de expansión urbana que va del centro a la periferia también es suplantada por las expansiones múltiples. Pueden hallarse pequeños oasis de estéticas que a menudo se asocian a las de los núcleos urbanos, tratando de formar nexos con los centros. Los poderes económicos aquí pueden verse reflejados. En este sentido, la idea de los márgenes y sus omisiones no deben imaginarse necesariamente como una geometría de círculos concéntricos, sino como marginaciones y omisiones; focos de diferencia. Pero también, entre las porosidades de la mancha urbana, se hallan anti-oasis que constantemente tratan de ser devorados por la imaginación neurótica de la monstruosidad urbana. Estos anti-oasis son verdaderos intrusos de la identidad del desarrollo y de las imparables materializaciones del poder económico. Todo aquel que ose resistir, aunque resista por ser su última alternativa, a la máquina que engulle, deberá soportar el peso, el éxtasis y la sombra de la megalomanía de las urbes. Los márgenes y sus omisiones son también lugares sucios, donde la limpieza no es sinónimo de buena vida. El comercio, la informalidad y la norma fragmentada son aquí mucho más enfáticos. La vida cotidiana transcurre en una suerte de anti-norma, bajo la cual los imperativos morales de las partes mucho más neurotizadas de la urbe son axiomas constantemente rotos. No pasa que los semáforos, los puentes peatonales, y las señalizaciones en general, sean respetadas. Esto es la ética y la estética que va encontra de los valores burgueses y de otros ensueños que responden a lógicas fantásticas. En los márgenes, o intersticios, el suelo puede ser aún un sitio adecuado para dormir, la sangre de alguna pelea o asesinato nunca es lavada, los pocos espacios de tierra expuesta son propicios para la descomposición de cadáveres de animales, los olores son aún más grasos y penetrantes; ¿quién responde a la norma cuando la norma puede ser franqueada fácilmente? Los espacios intersticiales de la urbe se caracterizan por la ilegitimidad, metafísica que es parte de su fluctuación cotidiana, pues el olvido y la omisión de esta realidad es, en este sentido, unilateral. Los márgenes y sus omisiones también son vistos como receptáculos del desecho. Las urbes producen, como cuerpos agitados y que obligan sus funciones biológicas, excrecencias. Pero las excrecencias son canalizadas a los márgenes. Éstos últimos fungen como lugares propicios para desaparecer (del alcance de la vista) los restos inútiles de la producción. Bordos, lugares donde la sociedad, en su pulsión deseante hacia los centros, también coexiste con la basura y la polución. Esto no es visto en los centros urbanos de características neurótico-idílicas. La limpieza del desarrollo es una limpieza que se sirve de la expulsión y que busca a toda costa desaparecer en una virtualidad donde lo formal de su realidad siempre debe ser soterrado.En los márgenes, la vida indeseable es la vida de la que se alimenta, pero esta indeseabilidad es también su más grande característica y por lo cual se opone a toda imaginación de pureza estética de los núcleos urbanos, donde el mínimo atisbo de heteróclisis, de caos, de anomalía o de anomia (en el sentido clásico de la sociología) y su intento de ocultamiento es señal de su enfermedad. Más que márgenes en sí mismos, idea que parece responder a un paradigma urbano idílico, hablamos de marginaciones en tanto que éstas
son el acusativo de los nominativos; gramática vertical y estigmatizadora.
Sociológica de las marginaciones
Los espacios marginados son también propiciadores de culturas alternas que se gestan bajo su estigma, pero que resignifican su identidad para hacerla una autoadscripción. Los sujetos identitarios de las marginaciones se definen en su no-pertenencia a las ensoñaciones de los núcleos urbanos, entendidos en su homogeneización como sujetos pertenecientes a la capital. En los espacios marginados se gestan grupos sociales que identifican su milieu como lo que los define: si el espacio es excluido, ellos también lo son. La exclusión, o la expulsión de lo distinto, en palabras de Han, hace de su negatividad atribuida un atributo positivo que invierte lo impuesto. Normalmente los espacios marginados son los lugares en los que las micro-socio-lógicas nacen y subsisten para oponerse a la máquina que engulle. Dichas lógicas sociales también fungen como negatividades contaminantes que fragmentan los sueños de homologación del desarrollo. Sin ellos, sujetos anaritméticos, la distribución de lo sensible haría de las suyas al querer igualar el mundo urbano.
2 notes
·
View notes
Photo

CAMINO DE PINOS. RELATO.
En un laberinto de húmedos pinos huellas del viento resquebrajan cortezas resbaladizas de las menguadas penas. Pequeños diamantes brillan en la luz humedecida de hierba. Fluye un tiempo cóncavo. En la oquedad del corazón de la tarde gritan voces delirantes, ecos en la sordera de los árboles. Promesas incumplidas. Sobornos bajo sonrisas sardónicas. Se va cumpliendo un tiempo trazado en pliegues de su piel. Y una luz al final del verdor envuelve pesados pies … y la llovizna en rocío traza el instante. En las altas resinas se quema todo ese informe de pesares. Y Pericardio sigue caminando lentamente con su mochila de sueños. En casa ella no lo espera. Se fue con el boticario la noche de antenoche. Un nuevo rocío de estrellas van dejando sudores tras él. La noche se hace infinita y sobre su frente se quema un pinal profundamente. Se duerme y el laberinto del pino lo sigue soñando como una retama que arde en su mente y él nada puede hacer.
Rafael Deliso Guerra 29 de octubre 2020 Uruguay
#relatos #escritoresdeinstagram #relatodeamor #prosa #escriturapersonal #escritorespoéticos #escritoresmexicanos #escritoressalvadoreños #escritoresguatemaltecos #escritorescolombianos #escritoresvenezolanos https://www.instagram.com/p/CG8dHh3FPkY/?igshid=1qbqek8er49nd
#relatos#escritoresdeinstagram#relatodeamor#prosa#escriturapersonal#escritorespoéticos#escritoresmexicanos#escritoressalvadoreños#escritoresguatemaltecos#escritorescolombianos#escritoresvenezolanos
7 notes
·
View notes
Text
Gracias, por los tangos, los boleros y Gardel.
Este escrito va acompañado de una serie de canciones que les invito a escuchar mientras lo leen, gracias.
La caída a un abismo que parece no tener fin, inicia con una llamada a las siete de la mañana del lunes. No entiendo porque tenemos la capacidad de percibir cuando las cosas no van bien, esa llamada solo nos comunicaba lo que veníamos esperando hace meses. Mi mamá, sin decirnos una palabra se alista y sale de prisa, yo me quedo en cama pensando que esto no es más que un sueño... A los diez minutos suena de nuevo el teléfono, mi hermano contesta, solo bastaron tres palabras para entender lo que estaba sucediendo, me siento en el borde de mi cama, el llanto no cesa.
Al llegar a la puerta de la casa de mis abuelos, los recuerdos atacan, como si de repasar la vida se tratará, a mi mente llega la tienda de mi tía Mari, quien muy alegre siempre nos saludaba, una tienda llena de dulces y cerveza, la silla larga de madera donde se sientan a descansar los que van subiendo la loma y toman un Tampico, mi tía nos abre la reja y nos deja entrar, pero esta vez no es así, eso ya no está. Cruzó el pasillo, alzó la vista y veo las plantas de mi abuela, subo la escalera y se cruza otro recuerdo, mi abuelo sentado en su silla con su ruana nos saluda levantando la mano mientras ve las noticias, su bigote abundante que hace cosquillas en la mejilla y su cabello blanco que peina de medio lado, pero esta vez no es así, él ya no está. Cómo por inercia voy a la cocina, en donde mi abuela siempre está en la cocina sentada en aquella ventana grande, pero esta vez no es así, ella ya no está.
Mi abuela está en la habitación, su rostro refleja la tristeza de lo que está sucediendo, mi tía Mari no puede hablar, solo se aferra a mí y llora, me siento al lado de mi abuela, solo me dice "Se nos fue, su abuelito se nos fue". Él está en la cama, su cuerpo aún está tibio, sus ojos color azul cielo están cerrados, sus manos tiesas, al parecer no sufrió, solo estaba muy cansado, se durmió y jamás despertó.
Toda la mañana me quedo con mi abuela en su habitación, por primera vez ella me cuenta su historia de cuando era pequeña, de como a los siete años se fue de casa en Mariquita, y de como a los quince años conoció a mi abuelo, un cachaco alto, que era muy elegante, que andaba con su sombrero, al que le gustaba la política y a causa de ello recibió un ladrillazo en la cabeza que casi le cuesta la vida por el partido liberal de aquella época.
En esa habitación veo las serenatas de años pasados, a mis abuelos bailando de una manera muy teatral, mientras ella sonríe y él la toma con una mano de la cintura, de los días en que a mi abuelo tocaba hablarle fuerte porque no escuchaba bien, es extraño todo porque el cuerpo de mi abuelo está, pero en realidad él no está.
La tarde transcurre con rezos y oraciones,con la espera del levantamiento del cuerpo, con anécdotas y llanto. En mi mente van quedando pensamientos sueltos, como el de qué sabemos que día nacemos, pero no el día que vamos a morir, aún así está en nosotros presente la muerte. Alguien deja un vaso de agua debajo de la cama y una vela encendida en la cabecera de la cama, esta casa no había estado tan silenciosa y melancólica en toda la vida.
Siempre se ha tenido la regla de que no se puede tocar las cosas de los abuelos, pero ese día los nietos alistamos la ropa que mi abuelo iba a usar por última vez, el traje más elegante que tenía, esa sería la última vez que se arreglaría para salir.
A las ocho de la noche pasadas mi papá estaba asomado en la ventana y ve llegar la carroza que hará el levantamiento, el llanto en todos es inevitable, sería la última vez que mi abuelito estaría en casa, él ya no estará en su silla, ni tampoco usando su ruana, no habrá con quien compartir la música linda que escuchaba, ni nadie para compartir silencios cómodos en los que se veía las noticias a todo volumen, él ya no estará.
Llega el momento de despedirnos, pasa uno por uno a despedirse, los que le recuerdan por Argentina, el tejo, los viajes, la cerveza, la política, los regaños, las serenatas, las grandes comidas, la buena música... Luego mi abuela, quien con cariño y amor le dice "Si ve mi viejito, estuvimos juntos hasta la muerte".
En la calle esperamos todos, mientras lo sacan de la casa, la carroza fúnebre tiene abierta la parte trasera, es azul rey y pequeña, un auto antiguo, volteó mi mirada al segundo piso, en aquella ventana donde él siempre se encontraba, pero esta vez estaba vacía. Mi primo mayor ayuda a bajar el cuerpo con ayuda de un señor de la funeraria, lo ponen en la carroza, lo cierran, "ATH 303", es la placa del carro y pienso en el número para el chance, lo cual es algo irónico, porque es algo que diría mi abuela. Por última vez me despido y le gritó "Chao abuelito", le digo bien fuerte porque su sordera no lo deja escuchar bien.

A Víctor mi abuelito, quien me dejó el tango, los boleros y Gardel, gracias.
Edith N. Araque
3 notes
·
View notes
Text
Misántropo con causa

[Beethoven retratado por Joseph Karl Stieler en torno a 1820]
Alianza edita un curioso trabajo biográfico en torno a Beethoven, hecho con los retales de sus contemporáneos
Desde el supuesto comentario de Mozart cuando se lo presentaron en Viena en 1787 (“No lo perdáis de vista, algún día dará que hablar al mundo”) al elogio fúnebre escrito por Franz Grillparzer para su funeral del 29 de marzo de 1827 (“nosotros estábamos allí, cuando lo enterraron, y cuando murió, lloramos”, termina) este libro recoge, ordenados cronológicamente, testimonios dejados por aquellos que conocieron a Beethoven.
La recopilación no es nueva: la hizo Oscar George Sonneck para la prestigiosa editorial neoyorquina de Gustav Schirmer en 1926, pero es ahora, aprovechando el Año Beethoven, cuando Alianza Música la ha traducido y editado en español.
El libro se estructura en treinta y nueve capítulos, cada uno de los cuales está dedicado a un comentarista (hay alguna excepción) cuya relación con Beethoven el editor extracta con admirable espíritu de síntesis en un párrafo introductorio.
Entre los notarios se cuentan amigos, biógrafos, intérpretes, discípulos, escritores, compositores (Czerny, Ries, Moscheles, Spohr, Rossini, Weber o Liszt, entre los más célebres)... Algunos de los comentarios son extractos de estudios conocidos (así, la primera biografía digna de tal nombre, que publicó Anton Schindler en 1840), otros aparecen sacados de publicaciones periódicas, memorialísticas o de diversa correspondencia (el tan trillado intercambio epistolar entre Bettina von Arnim y Goethe, por ejemplo).
La mayor parte de los testimonios nos hablan de encuentros con Beethoven posteriores a 1805 y, como era de esperar, las contradicciones son habituales, aunque algunas noticias se repiten con frecuencia para presentarnos el retrato íntimo de un hombre de costumbres sobrias, descuidado en el vestir, despreocupado de la decoración y el orden de las casas donde vivía (que cambiaba continuamente), con opiniones fundadas sobre todo tipo de cuestiones, generoso en el reconocimiento a sus colegas y amable en el trato, a pesar de que el aislamiento social que le provocó su sordera le hicieron ganar fama de huraño y misántropo. La grandeza artística no estaba en duda.
[Diario de Sevilla. 31-05-2020]

Beethoven contado a través de sus contemporáneos O. G. Sonneck, ed. Traducción de Ana Pérez Galván. Alianza, Madrid, 2020. 275 páginas. 19 euros (epub: 12,89 euros).
#o. g. sonneck#ludwig van beethoven#czerny#ries#moscheles#weber#spohr#rossini#liszt#mozart#grillparzer#gustav schirmer#música#music#libros#books
5 notes
·
View notes