Tumgik
#dear followers today i offer you
fastbreakpoints · 2 years
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justavibevibing · 7 months
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57 y/o pirate who just went through the most traumatic period of his life: *shirtlessly practices with his sword*
Me [saw his hairy tits and got so hard i got nauseous]: i think i hauve Covid
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process-analog · 2 months
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put your helmets back on, idiots. (inspired by this, once again)
bonus, because this scene made me laugh:
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bonus bonus:
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kaiju-dayo · 1 year
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enemies to lovers, my beloved
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argentinosaurus · 6 months
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The need to use another word in place of the more obvious, more simple, more neutral one (have—experience; go—walk; sweep—whip) may be called the synonymizing reflex—a reflex of nearly all translators. Having a great stock of synonyms is a feature of "good style" virtuosity; if the word "sadness" appears twice in the same paragraph of the original text, the translator, offended by the repetition (considered an attack on obligatory stylistic elegance), will be tempted to translate the second occurrence as "melancholy." But there's more: this need to synonymize is so deeply embedded in the translator's soul that he will choose a synonym first off: he'll say "melancholy" if the original text has "sadness" and "sadness" if the original has "melancholy." We concede with no irony whatever: the translator's situation is extremely delicate: he must keep faith with the author and at the same time remain himself; what to do? He wants (consciously or unconsciously) to invest the text with his own creativity; as if to give himself heart, he chooses a word that does not obviously betray the author but still arises from his own initiative. I am noticing this right now as I look over the translation of a small text of mine: I write "author," and the translator translates it "writer"; I write "writer," and he translates it "novelist"; I write "novelist," and he translates it "author"; where I say "verse," he says "poetry"; where I say "poetry," he says "poems." Kafka says "go," the translators, "walk." Kafka says "no element," the translators: "none of the elements," "no longer anything," "not a single element." This practice of synonymization seems innocent, but its systematic quality inevitably smudges the original idea. And besides, what the hell for? Why not say "go" when the author says "gehen"? O ye translators, do not sodonymize us!
—Milan Kundera, Testaments Betrayed.
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yvtro · 1 year
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not to code gotham as eastern europe but eastern europe is the gothic literature locus classicus so i'm in full right to do it and it's just such a good parallel because. for westerners/outsiders it looks like a literal nightmare but the locals find comfort and humour in all things that throw the foreigners off. you have to find hope in a place that the others claim to be unlivable. if you give up and leave, it will always stay in your heart like an open wound.
also it just never ceases to amaze me how there are so many similarities between gothic lit & eastern european lit of the period that we would never call 'gothic' because our ghosts and our supernatural elements are not portrayed as the Other most of the time. they're there to bring you closer to your culture and heritage. they are horrors that bring you home and connect you with your people. tell me this is not the perfect approach for gotham.
i think this is also why i hate the portrayal of the city as some unsalvageable monstrosity with no kidness to be found. often places where the circumstances seem the most dire, the cultures that are branded gruesome because of the focus on the dead produce the most loving communities, as they are needed.
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sunflowerinc · 11 months
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vimbry · 5 months
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rivennell · 2 years
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what are you looking at (happy chiscara day)
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madnessofthespirits · 11 months
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hey so on the general subject of cu alter being underrated in terms of relatability, have you considered how in EPU he's basically just a guy who hates his job but is doing it anyway?
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arcueidbrunestud · 1 year
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Hibichika cozy reading time
(click for better quality!)
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oliver-do-the-twist · 2 years
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au where everything is the same but harrow wears green crocs
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lilrobinbird · 6 months
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Ahh lol nvm mistake noticed wip deleted
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dangoarts · 1 year
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enjoy the manic art rampage while it lasts because motivation is a bitch and college burnout is even worse
listened to jon bellion during this
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argentinosaurus · 5 days
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EL FANTASMA por Enrique Anderson Imbert
Se dio cuenta de que acababa de morirse cuando vio que su propio cuerpo, como si no fuera el suyo sino el de un doble, se desplomaba sobre la silla y la arrastraba en la caída. Cadáver y silla quedaron tendidos sobre la alfombra, en medio de la habitación.
¿Con que eso era la muerte?
¡Qué desengaño! Había querido averiguar cómo era el tránsito al otro mundo ¡y resultaba que no había ningún otro mundo! La misma opacidad de los muros, la misma distancia entre mueble y mueble, el mismo repicar de la lluvia sobre el techo… Y sobre todo ¡qué inmutables, qué indiferentes a su muerte los objetos que él siempre había creído amigos!: la lámpara encendida, el sombrero en la percha… Todo, todo estaba igual. Sólo la silla volteada y su propio cadáver, cara al cielo raso.
Se inclinó y se miró en su cadáver como antes solía mirarse en el espejo. ¡Qué avejentado! ¡Y esas envolturas de carne gastada! “Si yo pudiera alzarle los párpados quizá la luz azul de mis ojos ennobleciera otra vez el cuerpo”, pensó.
Porque así, sin la mirada, esos mofletes y arrugas, las curvas velludas de la nariz y los dos dientes amarillos, mordiéndose el labio exangüe estaban revelándole su aborrecida condición de mamífero.
-Ahora que sé que del otro lado no hay ángeles ni abismos me vuelvo a mi humilde morada.
Y con buen humor se aproximó a su cadáver -jaula vacía- y fue a entrar para animarlo otra vez.
¡Tan fácil que hubiera sido! Pero no pudo. No pudo porque en ese mismo instante se abrió la puerta y se entrometió su mujer, alarmada por el ruido de silla y cuerpo caídos.
-¡No entres! -gritó él, pero sin voz.
Era tarde. La mujer se arrojó sobre su marido y al sentirlo exánime lloró y lloró.
-¡Cállate! ¡Lo has echado todo a perder! -gritaba él, pero sin voz.
¡Qué mala suerte! ¿Por qué no se le habría ocurrido encerrarse con llave durante la experiencia. Ahora, con testigo, ya no podía resucitar; estaba muerto, definitivamente muerto. ¡Qué mala suerte!
Acechó a su mujer, casi desvanecida sobre su cadáver; y su propio cadáver, con la nariz como una proa entre las ondas de pelo de su mujer. Sus tres niñas irrumpieron a la carrera como si se disputaran un dulce, frenaron de golpe, poco a poco se acercaron y al rato todas lloraban, unas sobre otras. También él lloraba viéndose allí en el suelo, porque comprendió que estar muerto es como estar vivo, pero solo, muy solo.
Salió de la habitación, triste.
¿Adónde iría?
Ya no tuvo esperanzas de una vida sobrenatural. No, no había ningún misterio.
Y empezó a descender, escalón por escalón, con gran pesadumbre.
Se paró en el rellano. Acababa de advertir que, muerto y todo, había seguido creyendo que se movía como si tuviera piernas y brazos. ¡Eligió como perspectiva la altura donde antes llevaba sus ojos físicos! Puro hábito. Quiso probar entonces las nuevas ventajas y se echó a volar por las curvas del aire. Lo único que no pudo hacer fue traspasar los cuerpos sólidos, tan opacos, las insobornables como siempre. Chocaba contra ellos. No es que le doliera; simplemente no podía atravesarlos. Puertas, ventanas, pasadizos, todos los canales que abre el hombre a su actividad, seguían imponiendo direcciones a sus revoloteos. Pudo colarse por el ojo de una cerradura, pero a duras penas. Él, muerto, no era una especie de virus filtrable para el que siempre hay pasos; sólo podía penetrar por las hendijas que los hombres descubren a simple vista. ¿Tendría ahora el tamaño de una pupila de ojo? Sin embargo, se sentía como cuando vivo, invisible, sí, pero no incorpóreo. No quiso volar más, y bajó a retomar sobre el suelo su estatura de hombre. Conservaba la memoria de su cuerpo ausente, de las posturas que antes había adoptado en cada caso, de las distancias precisas donde estarían su piel, su pelo, sus miembros. Evocaba así a su alrededor su propia figura; y se insertó donde antes había tenido las pupilas.
Esa noche veló al lado de su cadáver, junto a su mujer. Se acercó también a sus amigos y oyó sus conversaciones. Lo vio todo. Hasta el último instante, cuando los terrones del camposanto sonaron lúgubres sobre el cajón y lo cubrieron.
Él había sido toda su vida un hombre doméstico. De su oficina a su casa, de casa a su oficina. Y nada, fuera de su mujer y sus hijas. No tuvo, pues, tentaciones de viajar al estómago de la ballena o de recorrer el gran hormiguero. Prefirió hacer como que se sentaba en el viejo sillón y gozar de la paz de los suyos.
Pronto se resignó a no poder comunicarles ningún signo de su presencia. Le bastaba con que su mujer alzara los ojos y mirase su retrato en lo alto de la pared.
A veces se lamentó de no encontrarse en sus paseos con otro muerto siquiera para cambiar impresiones. Pero no se aburría. Acompañaba a su mujer a todas partes e iba al cine con las niñas. En el invierno su mujer cayó enferma, y él deseó que se muriera. Tenía la esperanza de que, al morir, el alma de ella vendría a hacerle compañía. Y se murió su mujer, pero su alma fue tan invisible para él como para las huérfanas.
Quedó otra vez solo, más solo aún, puesto que ya no pudo ver a su mujer. Se consoló con el presentimiento de que el alma de ella estaba a su lado, contemplando también a las hijas comunes. ¿Se daría cuenta su mujer de que él estaba allí? Sí… ¡claro!… qué duda había. ¡Era tan natural!
Hasta que un día tuvo, por primera vez desde que estaba muerto, esa sensación de más allá, de misterio, que tantas veces lo había sobrecogido cuando vivo; ¿y si toda la casa estuviera poblada de sombras de lejanos parientes, de amigos olvidados, de fisgones, que divertían su eternidad espiando las huérfanas?
Se estremeció de disgusto, como si hubiera metido la mano en una cueva de gusanos. ¡Almas, almas, centenares de almas extrañas deslizándose unas encimas de otras, ciegas entre sí pero con sus maliciosos ojos abiertos al aire que respiraban sus hijas!
Nunca pudo recobrarse de esa sospecha, aunque con el tiempo consiguió despreocuparse: ¡qué iba a hacer! Su cuñada había recogido a las huérfanas. Allí se sintió otra vez en su hogar. Y pasaron los años. Y vio morir, solteras, una tras otra, a sus tres hijas. Se apagó así, para siempre, ese fuego de la carne que en otras familias más abundantes va extendiéndose como un incendio en el campo.
Pero él sabía que en lo invisible de la muerte su familia seguía triunfando, que todos, por el gusto de adivinarse juntos, habitaban la misma casa, prendidos a su cuñada como náufragos al último leño.
También murió su cuñada.
Se acercó al ataúd donde la velaban, miró su rostro, que todavía se ofrecía como un espejo al misterio, y sollozó, solo, solo ¡qué solo! Ya no había nadie en el mundo de los vivos que los atrajera a todos con la fuerza del cariño. Ya no había posibilidades de citarse en un punto del universo. Ya no había esperanzas. Allí, entre los cirios en llama, debían de estar las almas de su mujer y de sus hijas. Les dijo “¡Adiós!” sabiendo que no podían oírlo, salió al patio y voló noche arriba.
FIN
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Mmmm, delicious
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