Tumgik
#desmedrado
ochoislas · 1 year
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EL MIRLO     a la compaña de aquel miércoles 18 de mayo de 1988
Frailuco cenceño es el mirlo con su ronca salmodia y sus rezos torpes todo el año, mas que en primavera oficia en los lustrosos plátanos, en los mismos lugares y consabidos árboles de cuando llovía, venteaba y hacía frío, de cuando nevaba, y él se agarraba a los negros granos de la yedra para nutrir su parvo cuerpezuelo, y luego se quedaba en una rama, negra flámula en la nieve, esperando,           hasta que en primavera llega algo que le suelta el nudo que tenía en la garganta, y surte una voz que lo sobresalta, cebada de silencio y de carencia, y el mirlo se torna ministro de una oscura religión, y de una diosa que sólo lo atormenta, produciendo cazadores y gatos y comadrejas para asustarlo y que cante,             mientras pueda, hasta que caiga otra vez de plano en el invernal letargo de su voz.
Mijalis Ganás
di-versión©ochoislas
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ΤΟ ΚΟΤΣΥΦΙ       στή συντροφιά ἐκείνης τῆς Τετάρτης, 18.5.88
Λιγνό καλογεράκι τό κοτσύφι μέ τεριρέμ βραχνά καί προσευχές ἀδέξιες ὅλο τό χρόνο, ἀλλά τήν ἄνοιξη μές στά λαμπρά πλατάνια λειτουργεῖ σέ τόπους γνώριμους καί δέντρα εἰπωμένα, τότε πού ἔβρεχε, πού φύσαγε κι ἔκανε κρύο, τότε πού χιόνιζε κι αὐτό κρεμότανε στά μαῦρα σπόρια τοῦ κισσοῦ γιά νά ταΐσει λιγοστό κορμάκι κι ὕστερα σ’ ἕνα κλαδί ἀφηνόταν, μιά μαύρη φλόγα μές στό χιόνι περιμένοντας,              ὥσπου τήν ἄνοιξη ἔρχεται κάτι καί τοῦ λύνει τόν κόμπο πού ’χει στό λαιμό κι ἀναπηδάει φωνή πού τό ξαφνιάζει, θρεμμένη ἀπό σιωπή καί στέρηση, καί γίνεται ἐφημέριος μιᾶς σκοτεινῆς θρησκείας καί μιᾶς θεᾶς πού ὅλο τό παιδεύει, βάζοντας κυνηγούς καί γάτες καί νυφίτσες νά τό φοβερίζουν γιά νά τραγουδάει,                   ὅσο προλάβει, μέχρι νά πέσει μπρούμυτα καί πάλι στή χειμερία νάρκη τῆς φωνῆς του.
Μιχάλης Γκανάς
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bocadosdefilosofia · 2 years
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«Uno de los efectos de aquella guerra fue hacer imposible para mí vivir en un mundo de abstracción. Solía ver a los jóvenes que embarcaban en los trenes militares para ser asesinados en el Somme por la estupidez de los generales. Sentía una dolorosa compasión por aquellos muchachos y me sentía unido al mundo real en un extraño matrimonio de dolor. Todos los ampulosos pensamientos que había tenido acerca del abstracto mundo de las ideas me parecían desmedrados y más bien triviales a la vista del inmenso sufrimiento que me rodeaba. El mundo no humano seguía siendo ocasional refugio, pero no el país en que construir un hogar permanente».
Bertrand Russell: La evolución de mi pensamiento filosófico. Editorial Aguilar, págs. 243-244. Madrid, 1964.
TGO
@bocadosdefilosofia
@dias-de-la-ira-1
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comunidadgolf · 2 years
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Cobra Golf 2021 Radspeed Fairway Gloss Black-Turbo Yellow para hombre
Cobra Golf 2021 Radspeed Fairway Gloss Black-Turbo Yellow para hombre
La calle Radspeed cuenta con una forma ancestral con un equilibrio de peso radial delantero y trasero (16 g + 7 g) para ofrecer un giro desmedrado, con trayectorias de lanzamiento altas para una distancia máxima desde el tee y afuera del césped. Tecnología de peso radial: el peso radial es la colocación estratégica del peso en memoria con el CG para optimizar la celeridad, la indulto y la…
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deportefree · 2 years
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VENUM Challenger-Espinilleras, Unisex-Youth
Deporte en Lugo Desarrollado en Tailandia, las espinilleras para niños tienen un apagón estructurado complementado con refuerzos de espuma de inscripción densidad. Así tus hijos estarán proporcionadamente protegidos en sus luchas. Estas espinilleras Venum Challenger para niños están compuestas por dos cierres de velcro y una partida elástica desmedrado el pie y el talón para una mejor…
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josemaph · 2 years
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"PERO LOS HIJOS DE PUTA DE LOS FISCALES, ANTES LA SINVERGÜENZA DE DOLORES DELGADO Y AHORA EL SINVERGÜENZA DE ALVARITO GARCÍA, NO HICIERON NADA Y MIRARON PARA OTRO LADO, Y PORQUE UN GRUPO DE MÚSICA, EN UNA DE SUS CANCIONES DIGA VOLVER AL 36, SE PONEN DESMEDRADOS Y LO VANA INVESTIGAR COMO POSIBLE DELITO DE ODIO, Y LO DE HB-BILDU, NÁ DE NÁ 👎😡!!". (en Errentería, País Vasco, Spain) https://www.instagram.com/p/Cjim6cOqxQUJIioZeul4SYLXSCZHqQa1lUVaKk0/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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claudio-pa · 2 years
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Puerto de partida.
Mientras mi provecto bajel porfía a la superficie, la zozobra invade mi mente, y la tempestad amenaza con turbar mi camino, escribo en mutismo mi última despedida, con aflicción me despido de todos aquellos que se eclipsaron de mi premiosa partida, ahito de anónimos perdones, noto la brújula perdiendo dirección, desde inicios era sabido que ningún mapa podría guiar este ruin camino, navegando a la deriva, mi llanto desborda, arrepentido a deshora reflexionó un regreso que da como fruto la pesadumbre de la realidad: las estrellas perdidas, brillan en cielos lejanos, y mi ausencia será eventualmente descartada. Siendo este desmedrado camino la ideal opción. Actuando con pánico me aferro al ancla, no tocamos suelo por semejante tempestad, el camino es imparable y lacerante, entre alaridos exhorto auxilio, mientras el mar me ahoga en silencio, la luna me arrulla en medio de la borrasca. Implorando con ahínco un abrazo recubir... la tormenta me lleva consigo.
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cmatain · 3 years
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«La pérdida de partes esenciales de su estructura territorial [durante el reinado de Carlos II] suponía el fin de la Monarquía. Sin embargo, éste resultaba difícilmente evitable desde mediados del siglo, cuando se consumó la derrota y desapareció la hegemonía política. Un imperio sólo es viable mientras ocupa una posición dominante en el ámbito internacional; necesita de la supremacía para subsistir. Por ello, la desintegración de la vieja herencia de Carlos V y Felipe II era sólo una cuestión de tiempo. Pero mientras sobrevivió el último y desmedrado de sus descendientes por línea masculina, la Monarquía de los Austrias españoles se mantuvo a flote, como un viejo galeón, desvencijado pero experto en todas las aguas, vientos y corrientes. Seguramente ésa fue su mayor grandeza.» [Luis Ribot, «Historia y memoria de la Monarquía. El Centenario olvidado de Carlos II», en _El arte de gobernar. Estudios sobre la España de los Austrias_, Madrid, Alianza Editorial, 2006, p. 225] [Ilustración: Claudio Coello, «Retrato de Carlos II» (entre 1680-1683). Museu Nacional dʼArt de Catalunya (Barcelona)] #CarlosII #CarlosIIdeEspaña #Austrias #CasadeAustria #MonarquíaHispánica #SiglodeOro #Historia #Pintura #ClaudioCoello https://www.instagram.com/p/CT7I087spYi/?utm_medium=tumblr
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ochoislas · 1 year
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NO LEÁIS LIBROS
No leáis libros... no compongáis versos... Leer libros los ojos seca hasta las cuencas; escribir versos lleva las voces del alma. Dicen que los libros recrean... dicen que los versos divierten... Si los labios remedan sin cesar al grillo os veréis desmedrados y viejos precoces; desmedrados y viejos... ya no digo eso... están también los otros, a quienes cansáis. Cuánto mejor sentarse, cerrando los ojos, barrer, prender pebete, bajar la persiana; atender a la lluvia, al viento; gustar ambos: repuesto, pasear; cansado, ir a acostarse.
Yang Wanli
di-versión©ochoislas
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書莫讀
書莫讀   詩莫吟 讀書兩眼枯見骨   吟詩銜字嘔出心 人言讀書樂   人言吟詩好 口吻長作秋蟲聲   只令君瘦令君老 君瘦君老且勿論   傍人聽之亦煩惱 何如閉目坐齋房   下簾掃地自焚�� 聽風聽雨都有味   健來即行倦來睡
楊萬里
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comunidadgolf · 2 years
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TaylorMade SiM 2 Max Fairway
TaylorMade SiM 2 Max Fairway
Hemos tomado CG más desmedrado para llevarte más aflautado cuando trajimos V Steel™ y lo combinamos con SIM, nuestro objetivo era pasmado. El CG más desmedrado de cualquier calle que hayamos creado. En 2021, lo hemos acción de nuevo. Con un CG más desmedrado, puedes lanzarlo más aflautado con SIM2 Max. Construcción multimaterial. Un diseño de representante de 190 cc más grande cuenta con un peso…
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enmnoticias · 3 years
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EL JUDÍO ERRANTE
POR: TEODORO COUTTOLENC Llega el judío errante. Flaco, con mirada huidiza y sin sonrisa en la vacía boca. Alegaba que no podría ponerse jamás dentadura postiza. Los judíos locales lo recibieron y le preguntaron por qué venía tan desmedrado. Los miró con sus ojillos azules terrosos, espantados… -“Nos das lástima. En veinte siglos cualquier judío se hubiera adueñado del mundo. Pero tú estás muy…
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«Mi primer ganso», Исаа́к Эммануи́лович Ба́бель.
Savitski, el jefe de la Sexta División, se levantó al verme; quedé sorprendido ante la belleza de los grandes músculos de su cuerpo. Se levantó, y con la púrpura de sus pantalones de montar, con su gorra carmesí ladeada, con las condecoraciones que le colgaban del pecho, cortó la isba por la mitad como corta un estandarte el cielo. Olía a perfume y a fresco y empalagoso jabón. Sus largas piernas, fuertes cada una, parecían muchachas embutidas hasta los hombros en relucientes botas de montar.
Me sonrió, golpeó la mesa con la fusta y echó mano a la orden que acababa de dictar el jefe del estado mayor. Era una disposición dirigida a Iván Chesnokov para que avanzara en dirección Chugunov-Dobrivodka con el regimiento que tenía a su mando, y para que, al entrar en contacto con el enemigo, lo aniquilara…
… El siguiente aniquilamiento —empezó a escribir el jefe de la división embadurnando toda la hoja— confío a la responsabilidad del nombrado Chesnokov, responsabilidad sometida a las más extremas medidas que le aplicaría en el acto, circunstancia que vos, camarada Chesnokov, no podéis poner en duda, pues no es el primer mes que trabajáis conmigo aquí en el frente…
El jefe de la Sexta División firmó y rubricó la orden, la arrojó al ordenanza y volvió hacia mí sus ojos grises en los que burbujeaba cierto regocijo.
Le entregué el documento que acreditaba mi destino al estado mayor de la división.
—¡Cúmplase la orden! —dijo el jefe de la división—. Cúmplase la orden e inscríbasele a este muchacho en la lista de todos los placeres habidos, excepción hecha de los de abajo. ¿Sabes leer y escribir?
—Sí, sé leer y escribir —respondí envidiando aquella fuerza y musculatura férrea y florida—. Estudio jurisprudencia en la universidad de Petersburgo…
—Eres un niño bonito —exclamó riéndose—, con tus gafitas en la nariz. ¡Qué desmedrado! Os envían sin encomendarte a Dios ni al diablo, y aquí os degüellan con lentes y todo. ¿Te quedas, pues, con nosotros?
—Me quedo —respondí, y me fui a la aldea con el furriel en busca de alojamiento.
El furriel llevaba a la espalda mi baulito. La calle del pueblo se extendía ante nosotros, redondeada y amarilla como una calabaza, mientras el moribundo sol exhalaba hacia el cielo su rosado hálito.
Nos acercamos a una casa de adornadas vigas. El furriel se detuvo, y de pronto, sonriendo con aire culpable, dijo:
—Tenemos aquí un buen problema con lo de las gafas, y no hay forma de arreglarlo. A un hombre de todas prendas le sacan aquí de inmediato. Pero deshonre usted a una dama, desflore a la dama más pura, y verá cómo le aprecian los soldados. Deshonre a una dama…
Titubeó un poco con mi baúl sobre los hombros, se aproximó hasta casi tocarme con cariño, luego retrocedió desalentado y se dirigió rápidamente a la primera casa. Había unos cosacos sentados sobre el heno afeitándose con dedicación los unos a otros.
—Bueno, soldados —dijo el furriel dejando mi baúl en el suelo—. De acuerdo con las órdenes del camarada Savitski, tenéis la obligación de admitir a este hombre en vuestro alojamiento. Sin hacer tonterías, pues se trata de alguien que ha pasado lo suyo en su oficio de estudiar…
El furriel se puso colorado y partió sin volver la cabeza. Apliqué la mano a la visera de la gorra y saludé a los cosacos. Un joven de lacios cabellos, con el hermoso rostro de los naturales de Riazán, se acercó a mi baúl y lo arrojó por la puerta hacia fuera. Luego volvió hacia mí sus enormes y redondas posaderas y con gran habilidad empezó a emitir unos oprobiosos ruidos.
—Cañón número dos cero —le gritó el cosaco de mayor edad echándose a reír—, fuego rápido…
El joven agotó su poco complicado arte y se marchó. Entonces, arrastrándome por el suelo, empecé a recoger los manuscritos y las agujereadas prendas que se habían salido del baúl. Lo reuní todo y me lo llevé al otro extremo del patio. Junto a la casa, colocado sobre unos ladrillos, había un caldero en el que se cocía carne de cerdo. La vasija humeaba como humea en la lejanía la casa paterna en medio del pueblo, y enmarañaba mi hambre con una soledad sin parangón. Cubrí de heno mi destrozado baúl convirtiéndolo en almohada y me tendí en el suelo para leer en Pravda el discurso de Lenin al Segundo Congreso del Komintern. El sol caía sobre mí por entre las dentadas cimas de las colinas, los cosacos pisaban mis piernas al pasar y el joven se burlaba de mí incansablemente. Mis líneas predilectas se perdían por un camino de abrojos y no podían llegar hasta mí. Entonces dejé a un lado el periódico y me acerqué a la patrona, que estaba secando hilazas en el porche.
—Patrona —dije—, necesito comer…
La vieja levantó hasta mí sus ojos ciegos, de difuminado blanco, y volvió a bajarlos de nuevo.
—Camarada —repuso después de un silencio—, estas cosas me dan ganas de ahorcarme.
—A Dios Nuestro Señor voy a colgar, madre —murmuré entonces con disgusto, y empujé a la vieja poniéndole el puño en el pecho—. Cómo voy a meteros en la cabeza que…
Y al volverme vi un sable abandonado en el suelo no lejos de allí. 
Un ganso de aire severo vagaba por el patio y se limpiaba imperturbablemente las plumas. Lo alcancé y lo aplasté contra el suelo. La cabeza del ganso crujió bajo mi bota; crujió y empezó a sangrar. El blanco cuello quedó extendido sobre el estiércol y las alas se juntaron por encima del ave muerta.
—¡Ahorcaré a Dios Nuestro Señor, madre! —exclamé atacando al ganso con el sable—. Cuécemelo, patrona.
La vieja, echando destellos por sus ojos cegatos y por sus lentes, recogió el ganso, lo envolvió en el delantal y se lo llevó a la cocina.
—Camarada —dijo después de una pausa—, siento deseos de ahorcarme. —Y cerró tras sí la puerta.
En el patio, los cosacos se habían sentado alrededor de su caldero. Estaban inmóviles, tiesos como viejos magos, sin mirar al ganso.
—Este chico nos gusta —dijo uno de ellos refiriéndose a mí. Guiñó y sacó una cucharada de sopa de coles.
Los cosacos empezaron a cenar con la reservada elegancia de los mujiks que se respetan mutuamente. Yo limpié el sable con arena, salí al portal y volví a entrar consumido de impaciencia. La luna pendía sobre el patio como un arete barato.
—Hermano —me dijo de pronto Surovkov, el mayor de los cosacos—, siéntate a comer con nosotros mientras tu ganso se cuece…
Sacó de la bota una cuchara de recambio y me la entregó. Nos tragamos aquella sopa de col y nos comimos la carne.
—¿Y qué dicen los periódicos? —preguntó el joven de los cabellos lináceos y el rostro hermoso, haciéndome sitio.
—Lenin escribe en el periódico —dije sacando Pravda—. Lenin escribe que nos falta de todo…
Y con voz fuerte, cual sordo triunfante, leí a los cosacos el discurso de Lenin.
La tarde me envolvió en la vivificante humedad de sus sábanas crepusculares. La tarde aplicó su mano maternal a mi ardorosa frente.
Leía y me entusiasmaba, pero en medio de mi entusiasmo seguía con atención la misteriosa curva de la recta leninista.
—La Verdad cosquillea las narices de cualquiera —dijo Surovkov cuando hube terminado—, pero es difícil sacarla del montón, mientras que él la pilla al instante, como la gallina el grano.
Esto dijo de Lenin, Surovkov, jefe de destacamento en el escuadrón del estado mayor. Luego nos fuimos a dormir al henil. Dormimos allí los seis, dándonos calor unos a otros, dándonos el amor materno con las piernas entrelazadas bajo aquel techo agujereado que dejaba pasar las estrellas.
Soñé, y vi mujeres en mi sueño, pero mi corazón, manchado por el asesinato, crujía y sangraba entre el amor y las piernas de los cosacos.
Autor: Исаа́к Эммануи́лович Ба́бель
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insoportablo · 4 years
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ASCHENBACH SONREÍA Ya casi habían acabado el desayuno. Faltaba el muchacho. Aschenbach sonreía: «¡Mi joven amigo! —pensó—. Parece que gozas del privilegio de dormir hasta cuando quieras.» Y sintiéndose de pronto muy contento, recordó silenciosamente el verso: «Atavío variado, baños calientes y reposo»   COSAS SERIAS Con cierto sentimiento de disgusto, comprobó luego que su sitio resultaba muy alejado de la familia polaca. Durante toda la interminable comida, cansado y, sin embargo, presa de una gran agitación espiritual, Aschenbach caviló sobre cosas serias y hasta trascendentales, reflexionó sobre la misteriosa proporción en que lo normal tenía que conformarse con lo individual para engendrar la belleza humana; pasó después a pensar en problemas generales del arte y de la forma, y acabó comprendiendo que sus pensamientos y conclusiones se parecían a ciertas ficciones del sueño, felices aparentemente y que luego, a la luz de un ánimo sereno, resultan vacías e inútiles. Después de cenar se entretuvo paseando y fumando por el parque, fuertemente aromatizado; luego se acostó temprano y pasó la noche en un sueño continuo y profundo, pero animado por diversas visiones.   DESMEDRADO CUERPO Gustavo von Aschenbach era de estatura poco menos que mediana, más bien moreno, e iba afeitado completamente. Su cabeza no estaba proporcionada a su desmedrado cuerpo. El cabello, peinado hacia atrás, algo escaso en el cráneo y muy abundante y bastante gris en las cejas, servía de marco a una frente amplia. Unos lentes de oro con los cristales al aire opri- mían el puente de la nariz, recia, noblemente curvada. La boca era carnosa, tan pronto floja como estrecha y apretada. Las mejillas, flacas y hundidas, y la barba partida, bien formada en suave ondulación. Sobre la cabeza, generalmente inclinada en una postura doliente, parecían haber pasado grandes tormentas. Sin embargo, era sólo el arte lo que había retocado su fisonomía, como sólo suele hacerlo una vida llena de emociones y aventuras. Debajo de aquella frente se habían forjado las frases chispeantes de la conversación entre Voltaire y Federico acerca de la guerra. Aquellos ojos, que miraban cansados tras los cristales de los lentes, habían visto el sangriento horror de los lazaretos de la guerra de los Siete Años. El arte significaba, para quien lo vive, una vida enaltecida; sus dichas son más hondas y desgastan más rápidamente; graba en el rostro de sus servidores las señales de aventuras imaginarias, y el artista, aunque viva exteriormente en un retiro claustral, se siente al fin y al cabo poseído de un refinamiento, un cansancio, y una curiosidad de los nervios, más intensos de los que puede engendrar una vida llena de pasiones y goces violentos.
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adspafa · 4 years
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POC Joint VPD Air Protector de codo, Adulto unisex, Uranio negro, M
POC Joint VPD Air Protector de codo, Adulto unisex, Uranio negro, M
Tiene tejido liga reforzado Viene con aguante suéter para un articulación apacible Es diseñado con un apariencia desmedrado Es concorde para un dicción fornido [amz_corss_sell asin=”B00QKC4Z3U”]
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«Mi primer ganso», Исаа́к Эммануи́лович Ба́бель. Savitski, el jefe de la Sexta División, se levantó al verme; quedé sorprendido ante la belleza de los grandes músculos de su cuerpo. Se levantó, y con la púrpura de sus pantalones de montar, con su gorra carmesí ladeada, con las condecoraciones que le colgaban del pecho, cortó la isba por la mitad como corta un estandarte el cielo. Olía a perfume y a fresco y empalagoso jabón. Sus largas piernas, fuertes cada una, parecían muchachas embutidas hasta los hombros en relucientes botas de montar. Me sonrió, golpeó la mesa con la fusta y echó mano a la orden que acababa de dictar el jefe del estado mayor. Era una disposición dirigida a Iván Chesnokov para que avanzara en dirección Chugunov-Dobrivodka con el regimiento que tenía a su mando, y para que, al entrar en contacto con el enemigo, lo aniquilara… … El siguiente aniquilamiento —empezó a escribir el jefe de la división embadurnando toda la hoja— confío a la responsabilidad del nombrado Chesnokov, responsabilidad sometida a las más extremas medidas que le aplicaría en el acto, circunstancia que vos, camarada Chesnokov, no podéis poner en duda, pues no es el primer mes que trabajáis conmigo aquí en el frente… El jefe de la Sexta División firmó y rubricó la orden, la arrojó al ordenanza y volvió hacia mí sus ojos grises en los que burbujeaba cierto regocijo. Le entregué el documento que acreditaba mi destino al estado mayor de la división. —¡Cúmplase la orden! —dijo el jefe de la división—. Cúmplase la orden e inscríbasele a este muchacho en la lista de todos los placeres habidos, excepción hecha de los de abajo. ¿Sabes leer y escribir? —Sí, sé leer y escribir —respondí envidiando aquella fuerza y musculatura férrea y florida—. Estudio jurisprudencia en la universidad de Petersburgo… —Eres un niño bonito —exclamó riéndose—, con tus gafitas en la nariz. ¡Qué desmedrado! Os envían sin encomendarte a Dios ni al diablo, y aquí os degüellan con lentes y todo. ¿Te quedas, pues, con nosotros? —Me quedo —respondí, y me fui a la aldea con el furriel en busca de alojamiento. El furriel llevaba a la espalda mi baulito. La calle del pueblo se extendía ante nosotros, redondeada y amarilla como una calabaza, mientras el moribundo sol exhalaba hacia el cielo su rosado hálito. Nos acercamos a una casa de adornadas vigas. El furriel se detuvo, y de pronto, sonriendo con aire culpable, dijo: —Tenemos aquí un buen problema con lo de las gafas, y no hay forma de arreglarlo. A un hombre de todas prendas le sacan aquí de inmediato. Pero deshonre usted a una dama, desflore a la dama más pura, y verá cómo le aprecian los soldados. Deshonre a una dama… Titubeó un poco con mi baúl sobre los hombros, se aproximó hasta casi tocarme con cariño, luego retrocedió desalentado y se dirigió rápidamente a la primera casa. Había unos cosacos sentados sobre el heno afeitándose con dedicación los unos a otros. —Bueno, soldados —dijo el furriel dejando mi baúl en el suelo—. De acuerdo con las órdenes del camarada Savitski, tenéis la obligación de admitir a este hombre en vuestro alojamiento. Sin hacer tonterías, pues se trata de alguien que ha pasado lo suyo en su oficio de estudiar… El furriel se puso colorado y partió sin volver la cabeza. Apliqué la mano a la visera de la gorra y saludé a los cosacos. Un joven de lacios cabellos, con el hermoso rostro de los naturales de Riazán, se acercó a mi baúl y lo arrojó por la puerta hacia fuera. Luego volvió hacia mí sus enormes y redondas posaderas y con gran habilidad empezó a emitir unos oprobiosos ruidos. —Cañón número dos cero —le gritó el cosaco de mayor edad echándose a reír—, fuego rápido… El joven agotó su poco complicado arte y se marchó. Entonces, arrastrándome por el suelo, empecé a recoger los manuscritos y las agujereadas prendas que se habían salido del baúl. Lo reuní todo y me lo llevé al otro extremo del patio. Junto a la casa, colocado sobre unos ladrillos, había un caldero en el que se cocía carne de cerdo. La vasija humeaba como humea en la lejanía la casa paterna en medio del pueblo, y enmarañaba mi hambre con una soledad sin parangón. Cubrí de heno mi destrozado baúl convirtiéndolo en almohada y me tendí en el suelo para leer en Pravda el discurso de Lenin al Segundo Congreso del Komintern. El sol caía sobre mí por entre las dentadas cimas de las colinas, los cosacos pisaban mis piernas al pasar y el joven se burlaba de mí incansablemente. Mis líneas predilectas se perdían por un camino de abrojos y no podían llegar hasta mí. Entonces dejé a un lado el periódico y me acerqué a la patrona, que estaba secando hilazas en el porche. —Patrona —dije—, necesito comer… La vieja levantó hasta mí sus ojos ciegos, de difuminado blanco, y volvió a bajarlos de nuevo. —Camarada —repuso después de un silencio—, estas cosas me dan ganas de ahorcarme. —A Dios Nuestro Señor voy a colgar, madre —murmuré entonces con disgusto, y empujé a la vieja poniéndole el puño en el pecho—. Cómo voy a meteros en la cabeza que… Y al volverme vi un sable abandonado en el suelo no lejos de allí. Un ganso de aire severo vagaba por el patio y se limpiaba imperturbablemente las plumas. Lo alcancé y lo aplasté contra el suelo. La cabeza del ganso crujió bajo mi bota; crujió y empezó a sangrar. El blanco cuello quedó extendido sobre el estiércol y las alas se juntaron por encima del ave muerta. —¡Ahorcaré a Dios Nuestro Señor, madre! —exclamé atacando al ganso con el sable—. Cuécemelo, patrona. La vieja, echando destellos por sus ojos cegatos y por sus lentes, recogió el ganso, lo envolvió en el delantal y se lo llevó a la cocina. —Camarada —dijo después de una pausa—, siento deseos de ahorcarme. —Y cerró tras sí la puerta. En el patio, los cosacos se habían sentado alrededor de su caldero. Estaban inmóviles, tiesos como viejos magos, sin mirar al ganso. —Este chico nos gusta —dijo uno de ellos refiriéndose a mí. Guiñó y sacó una cucharada de sopa de coles. Los cosacos empezaron a cenar con la reservada elegancia de los mujiks que se respetan mutuamente. Yo limpié el sable con arena, salí al portal y volví a entrar consumido de impaciencia. La luna pendía sobre el patio como un arete barato. —Hermano —me dijo de pronto Surovkov, el mayor de los cosacos—, siéntate a comer con nosotros mientras tu ganso se cuece… Sacó de la bota una cuchara de recambio y me la entregó. Nos tragamos aquella sopa de col y nos comimos la carne. —¿Y qué dicen los periódicos? —preguntó el joven de los cabellos lináceos y el rostro hermoso, haciéndome sitio. —Lenin escribe en el periódico —dije sacando Pravda—. Lenin escribe que nos falta de todo… Y con voz fuerte, cual sordo triunfante, leí a los cosacos el discurso de Lenin. La tarde me envolvió en la vivificante humedad de sus sábanas crepusculares. La tarde aplicó su mano maternal a mi ardorosa frente. Leía y me entusiasmaba, pero en medio de mi entusiasmo seguía con atención la misteriosa curva de la recta leninista. —La Verdad cosquillea las narices de cualquiera —dijo Surovkov cuando hube terminado—, pero es difícil sacarla del montón, mientras que él la pilla al instante, como la gallina el grano. Esto dijo de Lenin, Surovkov, jefe de destacamento en el escuadrón del estado mayor. Luego nos fuimos a dormir al henil. Dormimos allí los seis, dándonos calor unos a otros, dándonos el amor materno con las piernas entrelazadas bajo aquel techo agujereado que dejaba pasar las estrellas. Soñé, y vi mujeres en mi sueño, pero mi corazón, manchado por el asesinato, crujía y sangraba entre el amor y las piernas de los cosacos. Autor: Исаа́к Эммануи́лович Ба́бель
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encirculos · 5 years
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La noche se iba volviendo día sin dejar de ser noche. ¿Por dónde se infiltran los bultos? ¿Qué venenoso licor hace aparecer las cosas? ¿Qué traición abre las puertas? ¿Qué muerte para las luces de la ciudad se desliza a escondidas? El día nace subrepticiamente. Hasta el viento muere ante tanta felonía, ante tanta muerte. Todo se queda quieto. Lo más lejano, lo alto roba color.  Este adoquín empieza a hincharse de piedra. El día acuda por lo frío y por lo bajo, por lo bajo y lo lejos. La noche recula de miedo, se escurre y oculta. La luz es cobarde y no viene de cara. Vendidas estas amarras, estos mástiles, estas cajas, esta grúa, este reloj, este laúd, esta hélice abandonada, como una rosa de metal, es pañol, estos aparejos, el movimiento de aquel hombre. Lo blanco, lo rojo y lo verde ya se distinguen en esa chimenea ensortijada. Vuelve al agua a batir contra el hierro, la madera, la piedra. El agua salada, el mar. De ti viene la luz, mi cadalso desmedrado y ruin escondedero del sol, más allá de los alcances.
Max Aub, Campo Cerrado
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Cien años de soledad. Gabriel Garcia Marquez. Continuamos.
«Las cosas, tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.» José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aun más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: «Para eso no sirve.» Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. «Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa», replicó su marido. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo xv con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer. -. Continuara.- 
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