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Cuando los muertos hablan en Moche
INTRODUCCIÓN.
La arqueología denomina indistintamente Moche o Mochica a una compleja cultura pre-inca, cuyo pueblo vivió en gran parte de la costa norte del actual Perú,desde inicios de nuestra era hasta mediados del siglo IX. Lo que hasta fi nes de la década de los 80sfue pensado como un Estado Moche monolítico y centralizado (Larco 1945), ha sido re-interpretadoen los últimos años como una serie de entidades políticamente independientes pero interrelacionadas por la ideología (Bawden 1995; Castillo y Donnan1994), cuya complejidad social se dio a diferentes niveles, en los diferentes territorios que los moches ocuparon (Castillo y Uceda 2008). Una de las variables en las que se observa las particularidades de las diferentes entidades políticas moches, es la de los patrones funerarios (Kaulicke 2001: 245).
Autores: Henry Gayoso Rullier y Santiago Uceda Castillo
Titulo original: Cuando los Muertos Hablan en Moche. Los Patrones Funerarios en un Conjunto Arquitectónico del Núcleo Urbano
El complejo arqueológico Huacas del Sol y de la Luna es considerado como uno de los sitios moches más importantes, acaso la ciudad capital del denominado Estado Moche del Sur (Castillo y Donnan 1994). Éste habría ocupado los actuales valles de Chicama y Moche, ambos considerados como el área nuclear, desde donde los moches se habrían expandido, en su época de máximo esplendor, hacia los valles sureños de Chao, Virú, Santa y Nepeña. Los restos de la otrora ciudad de Huacas del Sol y de la Luna se ubican en la zona sur del valle de Moche, en su parte baja, a 6 kilómetros de la línea costera y a 5 kilómetros de la moderna ciudad de Trujillo. La ciudad se asienta al oeste del río Moche y al este del mítico Cerro Blanco. Si bien hubo estudios anteriores muy puntuales desde fi nes del siglo XIX (p.e. Uhle 1915; Topic 1977), el sitio se ha estudiado de manera intensiva y continua desde el año 1991, gracias al Proyecto Huaca de la Luna, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Trujillo. Los estudios del Proyecto han permitido establecer en el área arqueológica nuclear, que ocupa un espacio de aproximadamente 750,000 m2, tres elementos mayores: la Huaca del Sol, la Huaca de la Luna (ambos, sus edifi cios mayores) y el Núcleo Urbano.
Fig. 1. Mapa General del sitio y detalle de ubicación del CA35.
La Huaca del Sol se ubica en el extremo oeste de la ciudad. Es una estructura piramidal de adobe que, en su último proyecto arquitectónico, llegó a tener 345 m de largo, 160 m de ancho y 30 m de altura máxima, siendo considerada una de las pirámides de barro más grandes de América. Huaca de la Luna, es un complejo arquitectónico compuesto por dos templos de adobe, ambos ubicados a los pies del Cerro Blanco, en el extremo este. El Templo Viejo, que está compuesto por dos plataformas y tres plazas, ocupa un espacio de 31.806 m2, donde su estructura mayor, la Plataforma I, destaca con sus 100 m de lado y 24 m de altura, con forma de pirámide escalonada, y su eje principal en sentido norte-sur. El Templo Nuevo, compuesto por una plataforma aterrazada y acaso una plaza, se ubica inmediatamente al este del Templo Viejo y su eje principal se orienta de este a oeste; los trabajos en este templo son aún iniciales. Los muros de ambos templos fueron primorosamente decorados con motivos iconográfi cos policromos. Finalmente, el Núcleo Urbano se halla en la planicie que separa las dos huacas, donde se ubicaron las áreas residenciales, de producción, de almacenaje, administrativas y de relaciones sociales recíprocas (fi gura 1). Prácticamente en todas las publicaciones sobre el sitio arqueológico, se menciona y describe tumbas moches. Sin embargo, el estudio específi co sobre sus prácticas funerarias se inició con el trabajo de Donnan y Mackey (1978), quienes publicaron un libro sobre patrones funerarios antiguos, a partir del análisis de tumbas excavadas en el valle de Moche, incluyendo las Huacas del Sol y la Luna; luego Tello, Armas y Chapdelaine (2003), hicieron un estudio comparativo de las prácticas funerarias moches, a partir de tumbas del Núcleo Urbano y de la Huaca de la Luna, excavadas entre 1991 y 1998.
Fig. 2. Fotografía aérea del CA35.
Para cumplir con el objetivo de la presente investigación, hemos tomado como muestra un grupo de tumbas registradas en el Conjunto Arquitectónico 35 (CA35). Este Conjunto tiene un área total de 495 m2; se ubica en la zona central del Núcleo Urbano, unos 120 metros al oeste del Templo Antiguo de Huaca de la Luna. Ha sido estudiado entre los años 2000 y 2005 (Tello et al. 2006; Tello et al. 2008; Tello et al. 2004; Tello et al. 2005; Seoane et al. 2006). Se ha excavado y registrado la mayor parte de su extensión, hasta el sexto piso de ocupación, salvo en el ambiente 35-5. En este ambiente se excavó hasta la capa estéril, 8 metros abajo, lográndose defi nir 13 pisos de ocupación cultural asociados a los estilos cerámicos Moche II, III y IV. Un muro grueso divide el CA35 en dos subconjuntos: el subconjunto 1, al este, ha sido defi nido como un área pública administrativa, mientras el subconjunto 2, al oeste, como un área residencial y de producción de chicha. Es probable que al menos durante el periodo Moche IV, el CA35 haya formado parte de un bloque arquitectónico complementado con los CAs 17 y 21 (Chiguala et al. 2006: 199), ambos identifi cados como talleres de producción artesanal, probablemente controlada por los habitantes del CA35. Los límites del CA35 no han variado en los últimos seis pisos de ocupación; por lo tanto, es muy probable que dicho Conjunto haya sido, a lo largo del tiempo, la residencia del mismo grupo social. De allí la relevancia del estudio de su variabilidad a través del tiempo (fi gura 2). Los resultados obtenidos nos han permitido establecer patrones de enterramiento típicamente moches (Donnan y Mackey 1978), pero también algunas variantes particulares. Algunas características observadas en nuestra muestra coinciden con las informaciones recuperadas por los cronistas sobre las costumbres de enterrar muertos, particularmente en los pueblos de la Costa Norte. LAS
TUMBAS Y SUS ASOCIACIONES
La muestra procedente de este Conjunto agrupó un total de 25 tumbas entre los pisos de ocupación 7 y 1, asociados a las fases estilísticas de cerámica Moche III y Moche IV (fi gura 3). A partir de fechas radiocarbónicas obtenidas para el Núcleo Urbano (Uceda et al. 2008), podemos decir que las tumbas asociadas a la fase estilística Moche III se ubican cronológicamente entre el 240 y el 600 d.C. Para esta fase, contamos con 18 tumbas. Las 7 tumbas Moche IV se ubican entre el 600 d.C. y el momento de abandono del sitio, hacia el 850 d.C. No se ha registrado tumbas anteriores al piso 7, menos aún asociadas a la fase estilística Moche II, probablemente debido a que el CA35 no ha sido excavado en su totalidad hasta el nivel estéril. Características estructurales de las tumbas Según las características constructivas, las tumbas del CA35 se clasifi can en tumbas de fosa y tumbas de cámara, siguiendo la clasifi cación previa hecha para las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna (Tello et al. 2003:154-155). Si hacemos un cruce entre las características constructivas de las tumbas, y el número de individuos que contienen, son cuatro los subtipos de tumbas identificados dentro de los límites del CA35: (1) las tumbas de Fosa de entierro Individual (FI); las tumbas de Fosa de entierro Grupal (FG); las tumbas de Cámara de entierro Individual (CI) y las tumbas de Cámara de entierro Grupal (CG).
Fig. 3. Correlación de las tumbas del CA35
Tumbas de fosa
Las tumbas de fosa son las más simples en términos estructurales. Para nuestra muestra contamos con 20 tumbas, de las cuales 18 son FI y 2 son FG (cuadro 1). Son hoyos que se excavan en el suelo, de dimensiones variables, generalmente oblongas. En algunos casos tienen la base en forma de «v», probablemente debido al tipo de herramienta utilizada para su excavación. Para su construcción, se tuvo que romper pisos de arquitectura y los rellenos de dichos pisos. La variable que parece determinar el tamaño de la fosa es el número de individuos que contiene, pues las fosas más grandes son del subtipo FG. Sin embargo, en el caso específi co de las tumbas FI, no es clara cual es la variable que determina el tamaño de la fosa aunque el rango o estatus, traducido en la cantidad de ofrendas, parece ser más importante que el tamaño del individuo (incluido edad y género). Por ejemplo, la tumba que contiene la mayor cantidad de cerámica (tumba 23), contiene un niño de entre 12 y 18 meses de edad, y la fosa mide 200 cm de largo por 150 cm de ancho y 62 cm de profundidad. La fosa de la tumba 11, que también contiene un infante de entre 8 y 16 meses de edad, tiene apenas 65 cm de largo por 37 cm de ancho y 30 cm de profundidad. La tumba del individuo de mayor estatura (tumba 20) tiene sólo una vasija de cerámica y mide 170 x 70 x 56 cm. Un ejemplo «clásico» de tumba de fosa es la Tumba 4 (fi gura 4), de subtipo FI. Está asociada al piso 3 (Moche III) y tiene como dimensiones: 170 cm de largo, 70 cm de ancho y 56 cm de profundidad. El cadáver se encontró en posición decúbito dorsal o supino, con la cabeza al sur y los pies al norte. El cráneo estaba ligeramente inclinado sobre el hombro izquierdo, mirando al oeste. Los miembros superiores e inferiores estaban extendidos. Se registró un efecto de pared en ambos lados del cuerpo, lo que indicaría la presencia de un ataúd al momento de su inhumación. Se trata de un adulto mayor, posiblemente una mujer. La estatura se estimó en 153,3 cm (± 3,82 cm). Sobre los pies se ubicó una botella. De la boca se recuperó una lámina gruesa de cobre; sobre la pelvis, una lámina delgada, asociada a la mano izquierda. Junto a la tibia izquierda, se ubicó un hueso de extremidad de camélido (Tello y Delabarde 2008: 133-134).
Cuadro1. Características constructivas de las tumbas del CA35.
Tumbas de cámara
Son las tumbas formalmente más complejas. Se denominan así porque su estructura está conformada por 4 muros de adobes construidos dentro de una fosa, sin que la altura de los muros llegue hasta la boca de dicha fosa. Los 4 muros forman una cámara de dimensión paralelepípeda. Puesto que el primer paso es excavar una fosa, también se tuvo que romper pisos de arquitectura, y los rellenos de dichos pisos, para su construcción. En nuestra muestra, se ha registrado 5 tumbas, de las cuales una es del subtipo CI (tumba 5), y las cuatro restantes son CG (cuadro 1).
Fig. 4. Dibujo de planta y fotografía de la tumba 4, de subtipo fosa individual.
Tres de las tumbas de cámara registradas en el CA35 (tumbas 9, 10 y 14; fase estilística Moche III) presentan un techo compuesto por un nivel de vigas de «algarrobo» (Prosopis pallida) o de «caña de guayaquil» (Guadua angustifolia) dispuestas a lo largo de la cámara descansando sobre las cabeceras de los muros norte y sur. Estas vigas a su vez soportaban un nivel de «caña brava» (Gynerium sagittatum), dispuesto de manera transversal a dichas vigas. Sobre el nivel de cañas, iba un nivel de adobes, para finalmente ser sellado por un relleno, es decir, un nivel de tierra de entre 20 y 97 cm de espesor, hasta alcanzar la boca de la matriz. Este relleno final estuvo generalmente compuesto por tierra y adobes, tanto enteros como fragmentados, muy compacto. Tello y Delabarde (2008: 147) asumen que el relleno fue humedecido y apisonado durante su depósito en la matriz. En los otros dos casos (tumbas 5 y 6, fase estilística Moche IV), las cámaras eran simplemente selladas por el mismo relleno de la tumba y un piso, sin arreglo de techo alguno (cuadro 1). Los adobes de los muros que configuraban las cámaras están dispuestos, en la mayoría de los casos, de soga, salvo en el caso de una cámara (tumba 10, fi gura 5) que tiene hornacinas en los muros este y oeste, donde los adobes están colocados tanto de soga como de canto. Las paredes de los muros de las cámaras estuvieron enlucidas con barro, sin evidencia de pintura. La base de las cámaras también era tratada mediante un apisonamiento compuesto por una capa de barro que descansaba sobre una capa de arena, o de arena y tierra.
Las dimensiones de las cámaras también varían, y no es clara ninguna variable que las determine. La cámara más pequeña (tumba 9), de subtipo CG, tiene en su interior 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de profundidad. La más grande (tumba 14), también del subtipo CG, tiene en su interior 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad.
Una tumba de cámara «clásica», desde el punto de vista formal, es la tumba 14. Se trata de una cámara de adobes construida dentro de una fosa excavada desde el piso 6. La fosa tiene 257 cm de largo por 178 cm de ancho y 125 cm de profundidad. Dentro de ella se habilitó la cámara, de 226 cm de largo por 140 cm de ancho y 85 cm de profundidad, cuya base estaba constituida por una capa de tierra apisonada de unos 5 cm de espesor. Dentro de ella se colocaron los cuerpos de tres individuos, de los cuales uno es el entierro original y los dos restantes, re-entierros. La cámara se rellenó con arena semi-compacta, mezclada con pedazos de piso, adobes quebrados y fragmentos de material cultural. La cámara presentó un techo compuesto por tres «cañas de guayaquil» dispuestas a lo largo sobre los muros norte y sur, sobre las cuales se colocó una trama de «caña brava» de manera transversal, para fi nalmente ser cubierto por una capa de adobes. Sobre este techo se colocó un relleno, compuesto de tierra y pedazos de adobe, hasta sellar la tumba (Tello en prensa: 179-184) (Figura 6).
Proceso de enterramiento
Los datos etnohistóricos proporcionados por los cronistas coloniales indican que, en el mundo andino, la muerte de una persona era un acontecimiento importante dentro de su familia y de su comunidad, y su importancia variaba según su posición social. La importancia social infl uía en el tiempo de duración del velatorio, dónde era enterrado, cómo y con qué era enterrado, la cantidad de asistentes a su sepelio, entre otros aspectos. Se desconoce en qué momento del velatorio el muerto era amortajado y/o colocado en un ataúd. De un dato proporcionado por Bartolomé de las Casas (1939 [1550], capítulo XV), respecto a que durante el velatorio «Ponenle cada dia ropa y vestidos nuevos sobre los que tiene, sin quitalle nada» se deduce a priori que la colocación del difunto en la mortaja y/o ataúd se debió hacer en las instancias finales.
Luego del velatorio, que podía durar varios días dependiendo de la clase social del difunto1, se procedía al entierro. El difunto era llevado por sus parientes y amigos en procesión hasta la sepultura, Según Bernabé Cobo (1964 [1653], capítulo VII), «Celebraban las obsequias acompañando al muerto sus parientes y amigos hasta la sepultura con cantares lúgubres, bailes y borracheras, que duraban tanto más tiempo cuanto era mayor la calidad del difunto».
En el caso de la tumbas de fosa, el proceso de enterramiento parece fácil de deducir. Uno o dos sepultureros cavaron la fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas 2. Luego se procedió a colocar el cuerpo del difunto (o difuntos), el ajuar funerario y ofrendas correspondientes. Finalmente, los sepultureros rellenaron la fosa con tierra hasta sellarla; incluso, se pudo sellar con un piso arquitectónico.
En el caso de las tumbas de cámara, los sepultureros cavaron una fosa hasta alcanzar las dimensiones deseadas y dentro de ella arreglaron la disposición de los 4 muros que dan forma paralelepípeda a la cámara. La disposición de los adobes dependerá de la presencia o no de hornacinas. Se niveló la base de la cámara con barro, a manera de piso, y se procedió a la deposición del cuerpo o cuerpos humanos, y las asociaciones correspondientes. Las tumbas de cámara Moche III del CA35 fueron rellenadas hasta la base de la cámara, luego de lo cual se colocó el techo, para fi nalmente rellenar el resto de la fosa hasta la boca. Las tumbas de cámara Moche IV fueron rellenadas hasta la boca de la matriz, sin colocar techo alguno.
Este proceso «clásico» presenta dos variantes en el CA35, defi nidas por cuerpos inhumados fuera de la cámara, pero dentro de la fosa3 (tumbas 5 y 6). En el caso de la tumba 5, el difunto-ofrenda se entierra primero, en la base de la matriz de fosa, luego se rellena con tierra y se elabora el piso de la cámara. Luego se construye la cámara, es decir sus 4 muros, y en su interior se deposita el cuerpo. En la tumba 6, el proceso es el mismo, con la diferencia de que en el interior de la cámara se depositan el entierro principal y más difuntos-ofrenda4.
Fig. 5. Tumba 10. a. Plano de parte de la cubierta; b. Plano de planta de restos óseos y cerámica en la cámara; c. Plano de ubicación de las hornacinas de la cámara; d. Reconstrucción isométrica de la cámara.
Fig. 6. Tumba 14. a. Plano de planta de la cubierta; b. Plano de planta de las osamentas y de la cerámica.
Asociaciones
Las asociaciones se pueden separar en aquellas que están en directa relación con el cuerpo (relación directa) de aquellas que no lo están (relación indirecta). De los cronistas obtenemos descripciones sobre las asociaciones que acompañaban a los difuntos de elite. Las tumbas de los difuntos más importantes incluían en su ajuar a sus mujeres, sirvientes, vestidos, ornamentos, objetos de cerámica, objetos de metal, armas, instrumentos de ofi cio, comida y chicha, etc. Tomaremos como ejemplo, la descripción que hace Bernabé Cobo, quien describe con qué se enterraba a los difuntos:
«… aderezados y compuestos de las vestiduras mas preciosas, de todas las joyas y arreos con que solían engalanarse cuando vivían, con las armas que usaban en la guerra, y en muchas partes con los instrumentos del ofi cio que habían ejercitado en vida, como, si era pescador, con las redes y demás adherentes; y a este modo de los otros ofi cios. Ponían sobre el cuerpo difunto de sus comidas y bebidas; y con los caciques y señores enterraban parte de sus criados y de las mujeres mas queridas; destos, unos ahogaban antes y los echaban muertos, y a otros, habiéndolos primero emborrachado, los metían vivos en la sepultura, a que muchos de su voluntad se ofrecían» (Cobo, op. cit., capítulo VII).
Asociaciones de relación directa
Aquí incluimos aquellos objetos que están en contacto directo con el cuerpo, como objetos en la boca, manos y/o sobre diferentes partes del cuerpo; máscaras, collares, orejeras, narigueras y otros ornamentos puestos en sus sitios correspondientes o al menos dentro de receptáculos como ataúdes o fardos (Kaulicke 2001: 91) (ver cuadro 3).
Cuadro 3. Asociaciones directas e indirectas en las tumbas del CA35.
Ornamentos de metal
Generalmente los ornamentos que forman parte de la indumentaria del difunto son de metal, principalmente cobre. Sólo en siete tumbas se han registrado ornamentos completos o casi completos de metal reconocibles. Entre los ornamentos reconocidos se encuentras restos de máscaras, narigueras, orejeras, colgantes, collares, cuchillos, así como partes de ornamentos no identifi cados, como cuentas, láminas y discos. La tumba más rica en ofrendas de metal es la tumba 9, asociada a la fase estilística Moche III, que registra 2 orejeras de oro, un collar conformado por 12 grandes conos de cobre dorado en forma de búho y una cuenta alargada de este mismo material; un par de láminas alargadas con agujeros, de cobre dorado; un conjunto de pequeños discos de cobre dorado; pequeños discos y cuatro pequeños objetos globulares debajo de la mano del individuo principal (Figuras 7 y 8).
Fig. 7. Vista en primer plano, in situ, de asociaciones de ornamentos del difunto principal de la tumba 9.
Fig. 8. Ornamentos de metal de la tumba 9. a. Orejeras de oro;
b. Colgante en forma de cono; c. Objeto laminar alargado con
agujeros.
Fragmentos de metal, cerámica y conchas
Fig. 9. Tumba 13. Asociaciones directas de fragmentos de
cerámica.
En algunos casos, se ha registrado la costumbre de colocar piezas de cobre (láminas y fragmentos de láminas delgadas y gruesas, piezas pequeñas enteras y fragmentadas, en algunos casos dobladas, etc.) en la boca del difunto, a veces envueltos en un fragmento de textil de algodón. Estas piezas habrían sido deliberadamente dobladas o rotas antes de ser colocadas en las tumbas. Según Donnan y Mackey (1978:86) esta costumbre «is an extensión of the Salinar and Gallinazo practice of placing metal objects in the mouth». Estos investigadores señalan que esta práctica es muy común en las culturas prehispánicas subsecuentes (Ibid.). Sin embargo, su signifi cado simbólico, al menos en el mundo mochica, es desconocido5. Esta costumbre fue practicada, a decir del Padre Calancha (1934 [1638], capítulo 12), hasta algunas décadas después de la conquista:
«En los primeros años de su conversion desenterravan los difuntos de las Iglesias o cementerios, para enterrarlos en sus guacas, o cerros o llanadas, o en su mesma casa, i entonces beven, baylan i cantan, juntandose sus deudos i allegados, i les ponian como antes oro i plata en la boca, y ropa nueva tras la mortaja, para que les sirva en la otra vida. Esta supersticion mando arrancar el Concilio segundo Limense del ano de 1567 (…)».
La boca no es la única parte del cuerpo donde se colocaban pequeños objetos o fragmentos de objetos de metal. También se colocaron en antebrazos, manos, tórax, pelvis, piernas y pies. Esta costumbre no discrimina edad ni sexo, pero si el rol funerario del difunto, al menos en el CA35: de 36 individuos, al menos 12 tenían metal en algunas de las partes del cuerpo señaladas, pero ninguno de ellos es un acompañante o difunto-ofrenda, por lo cual esta costumbre está asociada a los difuntos principales. Otra costumbre que parece ser análoga, es la de colocar fragmentos de cerámica en vez de metal, pero esto sólo se da, al menos en el 35, en tumbas de fosa (Figura 9). Existe un caso donde el difunto tiene en las manos valvas de concha (ver cuadro 3).
Cinabrio
Si bien el uso del cinabrio (sulfuro de mercurio) para fi nes funerarios estuvo muy difundido en la zona central andina, no es común a todos los contextos mortuorios. En las Huacas del Sol y de la Luna se ha registrado cinabrio en las osamentas, en los arreglos (ataúd, envoltorio) o en las ofrendas asociadas (cerámica, metal, mates) de algunas tumbas, así como en algunos contextos arquitectónicos rituales. Pero no es lo común. En el caso específi co del CA35, se detectó en dos tumbas: tumba 5 (radio derecho del individuo principal) y tumba 19 (cuello).
Otros
Además del material descrito, también se pueden encontrar en las tumbas objetos de piedra y hueso, principalmente en forma de cuentas que habrían formado parte de collares.
Asociaciones de relación indirecta
En este grupo incluimos ofrendas que, estando dentro de la estructura funeraria, están separadas del individuo aunque ordenados en relación a él (Kaulicke op. cit.). En este grupo destacan la cerámica y las ofrendas de animales, especialmente camélidos (ver cuadro 3).
Objetos de Cerámica
Se ha registrado en total 143 piezas de cerámica, completas o casi completas, asociadas a las fases estilísticas Moche III (79 piezas) y Moche IV (64 piezas). Las formas de cerámica más recurrentes son las botellas y los cántaros6. Prácticamente todo el grupo de vasijas son fi nas; la calidad de la cerámica es buena en términos generales. Sin embargo, la cerámica de las tumbas Moche III (Figura 10) es de mejor acabado que la de las tumbas Moche IV (Figura 11). Cualitativamente, las piezas de cerámica registradas son piezas fi nas, escultóricas y/o pictóricas, de uso restringido. En un sólo caso, el ajuar cerámico incluye una vasija de cerámica para uso doméstico: una olla (tumba 23, ocupada por un infante)7.
Fig. 10. Muestra de vasijas de cerámica de tumbas Moche III del CA35. a. Botella asa-estribo con decoración pictórica; b. botella asaestribo escultórica.; c. Cántaro con decoración pictórica; d. Cántaro con decoración escultórica; e. Cuenco; f. Canchero; g. Olla; h. Crisol; i. Miniatura que representa un vaso escultórico.
No se han hecho estudios específicos para determinar si los objetos cerámicos fueron elaboradas ex profeso para la tumba o son piezas de uso restringido usadas por el difunto en vida. En el estudio sobre las tumbas del Núcleo Urbano y Huaca de la Luna previamente mencionado, al hablar sobre el ajuar cerámico, Tello y colegas (2003: 163) aseguran que sólo algunos ceramios de la mejor calidad, que posiblemente formaban parte de los objetos personales del difunto, presentaron huellas de uso; en la mayoría de los casos, no presentaban evidencias de uso y se tratarían de vasijas fabricadas ex profeso para el entierro. La presencia de vasijas crudas en algunas tumbas Moche IV de Plataforma Uhle (Chauchat y Gutiérrez 2006, 2008) indicaría también una tendencia a elaborar piezas de cerámica estrictamente para fi nes funerarios.
Normalmente, las ofrendas de cerámica en las tumbas de fosa, tanto Moche III como IV, oscilan entre 1 y 4 piezas. Los dos casos excepcionales son las tumbas 7B y 23 (9 piezas cada una). La tumba 23 contiene 1 olla, 1 botella asa-estribo escultórica, 2 cántaros y 5 miniaturas8. Esta tumba es la única en donde se registran una olla y miniaturas. Es en las tumbas de cámara donde se ha hallado la mayor cantidad de cerámica por tumba; en líneas generales, el número de piezas de cerámica en este tipo de tumba es muy variable, y no guarda relación con el número de individuos que la ocupan. Por ejemplo, la tumba 5 posee la mayor cantidad de ajuar cerámico, contando con 44 piezas de cerámica, y solamente fue ocupada por un individuo dentro de la cámara, y una ofrenda humana bajo la misma, la cual no posee cerámica asociada. Sin embargo, la tumba de cámara 14, que fue ocupada por 3 individuos, sólo contó con 8 vasijas asociadas.
Casi todas las tumbas tenían vasijas de cerámica. Sin embargo, cinco no contuvieron vasijas de cerámica como parte de su ajuar funerario (tumbas 13, 18, 19, 21 y 22)9. En los 5 casos se trata de tumbas de fosa ocupadas por infantes, de las cuales tres pertenecen a un mismo piso de ocupación (tumbas 18, 19 y 22, piso 4). Estos infantes, en 4 casos, presentaron fragmentos de cerámica doméstica en asociación directa al cuerpo, aparentemente de manera análoga a la costumbre de colocar láminas o fragmentos de láminas de metal, como ya se ha visto.
Fig. 11. Muestra de piezas de cerámica de tumbasMoche IV del CA35.
a. Botella de asa lateral;
b. Cántaro con aplicación
escultórica; c. Cántaro
con decoración pictórica;
d. fl orero; e. cuenco;
f. canchero; g. silbato;
h. pututo; i. piruro.
Ofrendas de animales
Catorce tumbas presentan ofrendas de animales, de las cuales 12 son ofrendas de camélido; en un caso es un roedor (probablemente un «cuy», Cavia porcellus) y en otro caso es un pescado no identificado. Las partes de camélido que se ofrendan de manera más común son el cráneo, mandíbula, vértebras, costillas y extremidades. Parece que ciertas ofrendas de animales no habrían cumplido una función alimenticia en el marco ideológico funerario moche, como ya fue observado por Donnan y Mackey (1978: 210), en base a la pobreza del contenido de carne de las ofrendas de camélido. Recientemente, Nicolás Goepfert analizó una muestra de ofrendas de animales registradas en tumbas de la Plataforma Funeraria Uhle, al oeste del templo viejo de Huaca de la Luna. Corroboró lo observado por Donnan y Mackey y sugiere, haciendo uso de datos iconográficos y etnográficos, una función de psicopompa, «es decir, que el animal ayuda a llevar el alma del muerto al inframundo» (Goepfert 2008: 240). Al menos este parece ser el caso para las ofrendas de camélido, animal que es representado en la iconografía transportando esqueletos en el mundo de abajo.
Adicionalmente, se puede encontrar en algunas tumbas otras piezas como piedras trabajadas y pedazos de cuarzo.
LOS INDIVIDUOS ENTERRADOS Y SU TRATAMIENTO
En total, son 36 los individuos enterrados en las diferentes tumbas registradas en el CA35.
Orientación
La orientación predominante es la S-N, típica de los entierros moches en el sitio, en la cual el cuerpo está enterrado a lo largo de la matriz, con la cabeza al sur y los pies al norte; sin embargo, se han registrado 4 casos en los cuales el cuerpo está orientado en sentido E-W. La predominancia de la orientación S-N es recurrente para cada piso de ocupación. La orientación del cráneo parece ser irrelevante, pues se han registrado casos en que el individuo está con la mirada al frente, así como al este o al oeste (cuadro 2).
Posición
La posición más común del cadáver es decúbitodorsal o supina (DD), con las extremidades superiores e inferiores extendidas. En la mayoría de los casos, las extremidades superiores están recogidas a la altura de la pelvis, y las extremidades inferiores recogidas a la altura de los pies, uno sobre el otro. Sin embargo, existen algunas variantes en la posición de manos y los pies. Las manos pueden estar también paralelas a los costados, a la altura del fémur; recogidas ambas sobre el tórax; o una bajo el cuerpo y otra sobre la pelvis. Las extremidades inferiores pueden estar también extendidas con los pies paralelos, o ligeramente fl exionadas.
La posición DD, con 21 casos de los 36 registrados, equivale al 60% del total de difuntos del CA35. La preferencia por esta posición es constante para cada uno de los pisos de ocupación. Son menos comunes los casos de posición decúbito dorso-lateral o de costado (DDL, izquierda y derecha), decúbito ventral o prono (DV), posición sentada fl exionada (SIT) y posición decúbito ventro-lateral derecha, con las piernas hiper-fl exionadas (DVLd) (ver cuadro 2).
Cuadro 2. Características biológicas y de tratamiento del difunto de las tumbas del CA35.
La posición DV no es aplicada en ninguna de las tumbas de la fase estilística Moche III de nuestra muestra, sólo en las tumbas Moche IV. En los tres casos registrados, los individuos están en tumbas de cámara y en calidad de acompañantes, como difuntosofrenda. En dos casos, boca abajo y en un caso con el cráneo mirando al norte (fi gura 12a).
La posición DDL (de costado) se aplica en 3 tumbas de infantes del subtipo FI (Moche III) y una tumba de adulto de sexo masculino, de subtipo FG (Moche IV). No parece haber ningún tipo de relación entre esta posición y variables como género, fase estilística Moche, tipo de tumba u orientación (figura 12b). De igual modo, en el resto de tumbas del Núcleo Urbano, registradas hasta el momento, se han hallado en esta posición tanto infantes como adultos de ambos sexos, en las fases estilísticas Moche III y Moche IV, tanto en tumbas de fosa como de cámara, orientados en sentido S-N, aunque también en sentido E-W (ver Tello et al. 2003:153, cuadro 5.1).
Fig. 12. Tipos de posiciones de difuntos, no típicos, registrados en el CA35. a. Decúbito ventral (DV); b. Decúbito dorso-lateral (DDL); c. Decúbito ventro-lateral derecho con piernas hiper-fl exionadas (DVLd); d. Sentados (SIT).
Las posiciones SIT y DVLd son aún menos comunes dentro de las prácticas funerarias moches10 y son casos únicos, hasta el momento, en el Núcleo Urbano. El caso del individuo colocado en posición DVLd, corresponde a la tumba 6, la cual se describirá a detalle más adelante (fi gura 12c). El caso de los individuos sentados (SIT) corresponde a la tumba 9 (figura 12d). Esta tumba se ubica en el ambiente 35-5. Es del tipo cámara, conformada por adobes que delimitaban un espacio rectangular de 116 cm de largo por 60 cm de ancho y 88 cm de altura, orientado en sentido sur-norte. La profundidad de la cámara tiene evidentemente que ver con la forma de enterramiento. Al interior se encontraron los restos de dos individuos, ambos colocados en posición sentada, con las piernas fl exionadas. El individuo 1 era un hombre adulto de entre 30 y 35 años de edad, de unos 162,2 cm de estatura (± 3,42 cm) se encontraba sentado de frente hacia el norte, recostado en el muro sur de la cámara. Los miembros superiores se extendían junto al cuerpo y se unían en la pelvis, mientras que los inferiores se recogían hacia el tórax. Las improntas de textiles en los huesos, reducidas a polvo marrón, demuestran que el cuerpo fue depositado dentro de un envoltorio. El cuerpo del individuo 2 corresponde a una mujer joven, de entre 15 y 20 años de edad, con unos 140,9 cm (± 3,82 cm) de estatura. El cuerpo se halló en el extremo norte de la cámara, apoyando la espalda en el muro este, inclinado hacia el lado izquierdo. Al igual que el individuo 1, el cráneo estaba inclinado hacia abajo debido a un deslizamiento de su posición original. Los miembros superiores se hallaron retraídos hacia el tórax, pero con los codos retirados del cuerpo; los miembros inferiores estaban flexionados, pero hacia abajo, permitiendo que las rodillas se separen y sobresalgan hacia arriba, mientras que el pie derecho se superponía al izquierdo (Tello 2003: 176).
Número de individuos por tumba
Tanto las tumbas de fosa como las de cámara, pueden poseer un único individuo (de entierro individual) como una cantidad mayor (de entierro grupal). Los dos casos de tumbas de fosas de entierro grupal (tumbas 7A y 7B) son tumbas dobles, es decir, poseen sólo dos individuos11. Las cámaras de entierro grupal pueden poseer dos (tumbas 5,9 y 10), tres (tumba 14) o cuatro (tumba 6) individuos. En los casos de tumbas grupales, tanto de fosa como de cámara, aparentemente nos hallamos ante entierros múltiples, aunque al menos un caso parece ser un entierro colectivo (tumba 14)12.
Atributos paleodemográficos
Fig. 13. Gráfi co sobre periodo de vida y sexo de los difuntos del
CA35.
El grupo de 36 individuos enterrados en las tumbas del CA35 incluye 2 fetos (5,56%), 17 infantes (47,22%) y 17 adultos (47,22%). Tal como se observa en el cuadro 2 y fi gura13, hay dos no natos o fetos, ambos registrados en una tumba de fosa grupal (tumba 7B, fase estilística Moche III, piso 4). Los dos tienen entre 7 y 9 meses lunar in utero. La presencia de una vasija de cerámica escultórica, que representa una curandera, es sugerente, y podría tener relación con la mujer que intervino en el parto fallido de uno o los dos fetos (Tello y Delabarde 2008: 141).
Hay 17 infantes cuyas edades oscilan entre los 6 meses y los 10-14 años. Aunque están presentes en todos los tipos de tumba de la muestra, es en las fosas individuales donde su presencia es abrumadoramente mayoritaria. No se dan casos en que la posición del cuerpo del infante sea DV, SIT o DVLd. Dentro del grupo de los adultos, hay cierto equilibrio en cuanto al género. De los 17 adultos identifi cados, 7 son mujeres, 8 son hombres y en 2 casos el género no se ha podido determinar. También hay un equilibrio en cuanto a su presencia según el tipo de tumba. Las edades oscilan entre los 15-20 años y los 40-55 años. Las mujeres son bastante jóvenes, pues sus edades oscilan entre 15-20 y 18-25 años; mientras que en el caso de los hombres, las edades oscilan entre 18-25 y 40-55 años. Las tallas de los individuos de sexo masculino oscilan entre 160 y 168 cm mientras que las de las mujeres, entre 140 y 153 cm. En nuestra muestra no existen tumbas con difunto de sexo femenino orientado en sentido E-W. Esta afi rmación preliminar se hace extensiva al resto de tumbas del Núcleo Urbano.
Envoltorio
Fig. 14. Caso atípico de uso de tinaja como ataúd. Tumba 23.
La preservación de elementos de origen orgánico es mala debido a la altura de la capa freática, pero sobre todo al uso del espacio en el Periodo Chimú como terreno de cultivo. Esto ha impedido que se conserven componentes como el ataúd, los envoltorios o mortajas, y el vestido. Sin embargo, se conservan algunas evidencias, como por ejemplo las improntas, la descomposición en espacio colmado de la osamenta, o efecto de pared en los huesos, que indican que los cuerpos estuvieron envueltos en textiles y/o dentro de ataúdes de cañas, la igual que en tumbas moches de otras zonas. Al menos en 11 de las 25 tumbas, esta evidencia es clara. En todos los casos de las tumbas de cámara, al menos el individuo considerado el difunto principal presenta evidencias de envoltorio y/o ataúd. En un único caso, la evidencia sugiere que el cuerpo fue depositado desnudo. Es el caso del individuo 2 de la tumba 9, del subtipo CG, una mujer que fue colocada sentada, acompañando a un hombre, también sentado.
Un caso atípico de «ataúd» es aquel de la tumba 23, del subtipo FI. Es una fosa de 150 cm de largo por 200 cm de ancho por 62 cm de profundidad, la cual fue sellada por una torta de barro. Dentro de la fosa se halló una vasija grande carente de borde y fragmentada, tapada por la base convexa de otra vasija. Dentro de ella se acomodó el cuerpo de un infante de menos de 6 meses de edad, «como dentro de un útero» (Tello et al. 2005: 234). Se hallaron ofrendas tanto en la fosa como en el interior de la vasija que contenía el cuerpo del infante. El ajuar cerámico está compuesto por objetos de cerámica, objetos de metal, y en menor medida de otros materiales, además de ofrendas de animales (fi gura 14).
Actores funerarios: principales y acompañantes
En las tumbas de entierro grupal registradas en el CA35 se pueden identifi car dos tipos de actores: el difunto principal y difunto-ofrenda o acompañante.
Los difuntos principales son los muertos que han motivado el ritual funerario. Puesto que tienen la capacidad de ocasionar la muerte de otras personas para que los acompañen en su viaje al mundo de los ancestros, se suponen personas del más alto nivel de la elite. Existen algunos aspectos que confl uyen para identifi carlos dentro de una tumba de entierro grupal. El primero es la orientación y disposición del cuerpo; en el caso moche, el cuerpo que se encuentre en sentido sur-norte, decúbito dorsal extendido, podría ser el difunto principal. Un segundo aspecto a tener en cuenta son las asociaciones. El difunto principal lleva asociaciones directas e indirectas siempre, mientras que los difuntos-ofrenda, como veremos más adelante, no. Las asociaciones indirectas son colocadas, claramente, en dirección al difunto principal.
Los difuntos-ofrenda o acompañantes son inmolados como parte del ritual funerario de entierro, para acompañar a los difuntos principales al mundo de los ancestros; son ofrendas humanas. Dentro de nuestra muestra, al menos 5 individuos presentan evidencias de ser ofrendas humanas. Estos se encontraron inhumados en las tumbas de cámara 5, 6 (Moche IV) y 9 (Moche III). En el caso de la tumba 5, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara mientras el entierro principal se encontraba dentro de la misma.
El individuo considerado ofrenda, una mujer, se encontraba en posición decúbito ventral, ubicado bajo el muro este de la cámara y no tenía ninguna asociación, aunque posiblemente fue inhumado con un envoltorio. En el caso de la tumba 6, una ofrenda humana fue colocada debajo de la cámara, y dos más fueron colocadas dentro de la cámara, junto al entierro principal. Las posiciones de los individuos ofrenda son sugerentes. El individuo-ofrenda que se halló bajo la cámara, de sexo masculino, se encontró en posición decúbito ventro-lateral derecha con los brazos flexionados y las piernas hiperflexionadas, y el muro oeste de la cámara pasaba por encima de su pelvis; su cuerpo se halló sin asociación alguna. Uno de los individuos-ofrenda depositados dentro de la cámara es un adulto de sexo femenino, que se ubicó al costado derecho del individuo principal, en la misma orientación (S-N), pero decúbito ventral y fl exionado. Los miembros inferiores estaban hiperflexionados hacia el abdomen, con las rodillas al nivel del tórax y los pies por debajo del miembro derecho del individuo principal. Esto sugiere que el individuo fue arrojado y que las piernas fueron flexionadas para permitir el depósito del individuo principal. La mayoría de las conexiones están preservadas y la organización de los huesos muestra que no hubo perturbación al momento del depósito de los otros cuerpos, por lo tanto sería un depósito simultáneo. Para Tello y Delabarde (op. cit.), la posición es característica, más de una ofrenda, que de un entierro moche. El otro individuo-ofrenda es un niño de entre 4 y 5 años de edad. Se localizó a los pies del individuo principal, en posición decúbito ventral y estaba dispuesto con la cabeza hacia el noreste y los pies al suroeste. Los miembros inferiores se encontraron extendidos y pasaban debajo de la pierna derecha del individuo 1. Esta forma de enterramiento tampoco es común para los moches y se parece a la inhumación de los otros individuos-ofrenda. Todas las ofrendas materiales de la tumba se encuentran asociadas al difunto principal, inhumado al final (figura 15).
Fig. 15. Tumba 6. a. Plano de planta de difunto principal y difuntosofrenda, así como sus asociaciones; b. Plano de planta de difunto ofrenda (individuo 4) bajo la cámara.
En el caso de la tumba 9, la ofrenda humana fue colocada dentro de la cámara, junto al difunto principal. Las posiciones de ambos, son poco ortodoxas, pues se encontraban sentados. El difunto-ofrenda es un adulto de sexo femenino, y su osamenta no mostraba rastros de ningún tipo de envoltorio y no presentaba asociaciones. A partir de la diferencia en el tratamiento del los cuerpos, Tello asume que el hombre sería el personaje principal de la tumba, mientras que la mujer habría sido sepultada desnuda como acompañante. Como ajuar funerario se registró vasijas de cerámica, ornamentos de metal y ofrendas de camélido (Tello en prensa). Todas las asociaciones correspondían al individuo considerado el entierro principal. Manipulación post-entierro En el CA35 hay evidencias de manipulación posterior al entierro, realizada por los mismos moches. Este es el caso de las tumbas 7-A, 14 y 23, consideradas re-entierros, y las tumbas 5 y 10, donde se ha desenterrado la tumba, manipulado los huesos, y vuelto a enterrar.
Re-entierros
La tumba 7-A, de subtipo FG y fi liación Moche IV, ha sido interpretada por sus investigadores (Tello y Delabarde 2008: 140-141) como un re-entierro. Esta ocupada por un adulto de sexo masculino y un infante. Al adulto se le halló sin ningún hueso de la mano izquierda, y los huesos de los pies estaban incompletos; también se registró una perturbación en la organización de la osamenta. Además, al levantar el sacro, se registró dos carpos de la mano derecha de otro individuo adulto. Los huesos faltantes se habrían perdido antes de ser depositado el cadáver en la tumba, aunque no hay ninguna explicación lógica para la presencia de los carpos del otro adulto. La osamenta del niño también se halló con algunas alteraciones: la mayoría de los elementos del tórax y de la cintura pélvica estaban desplazados, las costillas se encontraron en paquete, y el fémur derecho se registró al lado izquierdo, mientras que el izquierdo al lado derecho. Algunos fragmentos de la pelvis se ubicaron hacia los miembros inferiores. Puesto que los cuerpos presentan algunas conexiones preservadas, Tello y Delabarde (2008: 141) sugieren que «el enterramiento se realizó cuando la descomposición del cuerpo no era total (…)».
La tumba 14, de subtipo CG, asociado a la fase estilística Moche III, presenta clara evidencias de re-entierro. En su contexto primario debió ser una tumba individual de un adulto de sexo masculino, que luego se reabrió para colocar dos re-entierros de infantes. Mientras la osamenta del adulto se encontraba articulada, algunos huesos de los infantes, como por ejemplo el cráneo y las extremidades superiores e inferiores, se extendían fuera de sus posiciones anatómicas, de lo cual se deduce que estos habrían sido traídos de otro lugar cuando sus tejidos blandos ya estaban decompuestos (Tello en prensa: 182) La tumba 23, es una tumba FI, donde el cuerpo de un infante fue depositado dentro de una vasija grande, posiblemente una tinaja y esta a su vez, dentro de la fosa. El esqueleto se encontraba en posición DD, pero sus huesos no se encontraban en posición anatómica, lo que indicaría que el cuerpo fue depositado parcialmente descompuesto dentro de la vasija.
Estos son ejemplos que indicarían la costumbre de desenterrar difuntos enterrados en lugares distantes, y que se re-entierran en la ciudad. La práctica de reenterramientos ha sido registrada en otros contextos moches. En la Huaca Cao Viejo, en el Complejo Arqueológico El Brujo (valle de Chicama), se registró una tumba de cámara con evidencias de remoción de la osamenta del personaje principal, remoción de ofrendas, rotura de ofrendas, desplazamiento de parte del ajuar afuera de la tumba y desarticulación de los esqueletos que acompañaban al personaje principal, el cual debió ser re-enterrado en otro lugar, como ha sido registrado en una tumba de cámara en Huaca Cao Viejo (valle de Chicama) (ver Franco et al. 1998, 2003: 165).
Sin embargo, existe la posibilidad de que no se traten de re-entierros sino de entierros primarios de difuntos que fueron trasladados, luego del velatorio, desde lejos del lugar de entierro. Nelson y Castillo (1997) registraron que la osamenta de la mayor parte de los individuos enterrados en tumbas del periodo Moche Medio, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) estuvo desarticulada en zonas como el cráneo, los pies, las costillas y vértebras. Estos investigadores aseguran que cuando se depositaron los cuerpos en las tumbas, estos se encontraban en un avanzado proceso de descomposición, y que esto se debería a un prolongado ritual funerario pre-entierro de algunas semanas de duración, incluido el traslado desde zonas distantes a San José de Moro.
Entierro-desentierro-entierro
La tumba 9, es de subtipo CG y está asociada con cerámica de la fase estilística Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son las siguientes: (1) el centro del relleno de la tumba estaba más suelto, compuesto por arena, y dicho espacio se reducía conforme se ingresaba a la cámara; (2) el techo de adobes y algarrobo había sido removido y cortado; (3) el muro este de la cámara fue parcialmente destruido. Para Tello (en prensa: 174) este proceso tuvo por fi nalidad «depositar o extraer algún elemento de la tumba». Las osamentas de los dos individuos que ocupan la cámara están completas y no presentan huellas visibles de manipulación por lo que se podría suponer que la tumba se re-abrió con la fi nalidad de darle de comer y beber al difunto principal, proceso que incluyó la manipulación del ajuar. Al menos existe evidencia de un cántaro que fue introducido en la tumba «después que se sella la cámara» (Tello en prensa: 177).
Fig. 16. Tumba 10. a. Restos óseos disturbados del primer nivel; b. Restos óseos disturbados del segundo nivel.
La evidencia sobre la costumbre de desenterrar las tumbas para darles de comer a los difuntos y renovar su ropa, dentro de un periodo de tiempo establecido, ha sido registrada por diferentes cronistas, a lo largo de los llanos y la sierra andina (p.e. Francisco de Ávila 1987 [1598], capítulo 28; Cieza de León 1946 [1553], capítulo LXIII; Calancha 1934 [1638], Capitulo 12; Las Casas 1939 [1550], capítulo XV). Por ejemplo, Cieza de León dice que «… usaron en los tiempos pasados de abrir las sepulturas [el subrayado es nuestro] y renovar la ropa y comida que en ellas habían puesto». En el mismo sentido, Francisco de Ávila señala como «… decían a propósito de la fi esta de Todos los Santos que los huiracochas también ofrecían comida de la misma manera que ellos solían hacer a sus cadáveres y a sus huesos [el subrayado es nuestro]; y así, en los tiempos antiguos, llevaban toda clase de comida, toda muy bien preparada, diciendo: ¡Vamos a la iglesia! ¡Demos de comer a nuestros muertos!».
La tumba 10, es de subtipo CG y fi liación Moche III. Las evidencias que indican manipulación post-mortem son varias. La cubierta de adobes rota es la primera evidencia. Una segunda evidencia es las características del relleno: hacia el centro y parte superior, el relleno estaba conformado por tierra con pedazos de adobes, de consistencia compacta, mientras que los extremos y la base estuvieron rellenados con material semicompacto, conformado por arena y algunas concentraciones de tierra, que sería el relleno original. La tercera evidencia está conformada por las osamentas: se identifi caron tres individuos dentro de un depósito de huesos perturbados, los cuales, en algunos casos están en paquete o preservando conexiones anatómicas. En la fosa, pero fuera de la cámara (primer nivel, fi gura 16a), se encontró los miembros inferiores de un niño; dentro de la cámara (segundo nivel, fi gura 16b) se hallaron los huesos de los adultos, pero sin los huesos de la pelvis y el cráneo, lo cual impidió determinar el sexo. El orden en que se hallaron las vasijas tanto dentro como fuera de la cámara, fue muy particular «y estaría indicando que el ajuar funerario también fue disturbado. Es muy posible que se sacaran y/o ingresaran elementos, incluso los ceramios del primer nivel podrían haber estado originalmente dentro de la cámara» (Tello y Delabarde 2008: 154). Este es un proceso tafonómico diferente al de la tumba 9. Belkis Gutiérrez (2008) nos ofrece una primera interpretación de este tipo de contextos. Ella reporta procesos de alteración post-entierro en la Plataforma Uhle, ubicada al pie de la Huaca de la Luna. Según Gutiérrez hay un orden pre-establecido que se inicia con el entierro primario, luego el desentierro del mismo, generalmente cuando el cuerpo está parcialmente articulado. En dicho desentierro, se remueve una parte del cuerpo, o la mayor parte del mismo, quedando algunos huesos como prueba de que el cuerpo estuvo en la cámara. El ritual termina con el re-entierro «sin inhumación, es decir se sella la tumba manipulada dejándola casi vacía»; esto entierros habrían estado ligados a eventos El Niño (Gutiérrez 2008: 248). ¿A dónde se llevan los huesos extraídos? Se han registrado casos en diferentes zonas del complejo arqueológico donde se han hallado partes de cuerpos humanos enterrados en contextos no funerarios. Por ejemplo, en el CA39, Seoane y co-autores reportan el hallazgo de 2 cráneos así como dos miembros inferiores en conexión anatómica en una zona de almacenes (ambiente 6); igualmente extremidades humanas de al menos una mujer y dos adolescentes en otra zona de almacenamiento (ambiente 13), también anatómicamente articulados (Seoane et al. 2007: 183).
Siguiendo las evidencias de la tumba 10, quisiéramos sugerir otra posibilidad de interpretación a la propuesta de Gutiérrez. Podría ser que la osamenta fue sacada de la tumba para cumplir algún ritual donde esta fue manipulada, luego de lo cual fue re-depositada. En el lapso de tiempo entre la extracción de la osamenta y su re-entierro, la manipulación de los huesos pudo ocasionar el desprendimiento y pérdida de algunos de ellos, por lo que al re-enterrarse, los cuerpos se encontraron incompletos. Margarita Gentile reporta, gracias a un documento etnohistórico, la práctica de desenterrar muertos en 1784, en la ciudad boliviana de Cochabamba. Aún cuando esta ciudad está muy lejana de la costa norte del Perú, los datos que proporciona Gentile son muy interesantes. Por ejemplo, cuando habla de la práctica de desenterrar muertos dice que:
«Hasta la tarde brindan y se convidan unos a otros, en el atrio de la iglesia. Luego pasan al camposanto y comienzan a desenterrar los cadáveres enterrados el año anterior, tarea que dura hasta la noche. Después dichos cadáveres son depositados en la iglesia, en féretros, pero las calaveras, y parece que parte de algunos cuerpos, se llevan envueltos en mantas, llamadas también aquí quepes y llicllas (…), a las casas de los alfereces. Allí se baila ‘cargados a las espaldas los huesos, para que también se festejen, y alegren los difuntos’ Al día siguiente, al medio día, los alfereces encabezaban una procesión llevando las calaveras adornadas con fl ores, sostenidas en pañuelos (telas o paños pequeños). Luego sacan los féretros que estaban dentro de la iglesia, adornados con guirnaldas de fl ores, y salen todos en procesión alrededor del camposanto precedidos por un sacerdote con capa negra y otros con túnicas de mangas anchas, acompañados de muchas velas y los alfereces con sus pendones distintivos. El último acto público es el entierro en el interior de la iglesia, posiblemente en una fosa común (…) ya que en esta circunstancia no cabe pensar que se pudiera respetar ninguna manda testamentaria referida al lugar de entierro …» (Gentile 1994: 72-73).
Al respecto, Gentile (1994: 74) sostiene que se trata de una ceremonia «para rogar por el agua necesaria para las chacras…», donde se compromete a los difuntos «a ser buenos intermediarios a cambio de un festejo». Gentile (ibid.) añade que «No hay que perder de vista tampoco que, en los Andes en general, los difuntos no entran en tal categoría sino hasta los tres años de fallecidos, de manera que al año, como en este caso, todavía no se han ido del todo (para expresarlo de alguna forma». La procesión de los alfereces llevando las calaveras adornadas con fl ores «retrotrae sin esfuerzo a las escenas representadas en huacos mochicas y nasca».
SÍNTESIS Y COMENTARIOS FINALES
La información arriba presentada, complementada con los cuadros 1, 2 y 3, nos permite hacer un análisis sincrónico y diacrónico, a partir del cual sintetizar y discutir algunos aspectos interesantes, ligados a rasgos particulares de cada piso de ocupación y variantes temporales, para finalmente acercarnos a conocer parte de la identidad social de los difuntos del CA35.
Sobre el tratamiento del difunto
En líneas generales, dentro de cada piso de ocupación, la posición predominante de los cuerpos es decúbito dorsal extendido, con la cabeza orientada al sur y los pies al norte. Estos rasgos funerarios son considerados típicos de Moche (Ubbelohde-Doering 1967: 22; Donnan y Mackey 1978: 63, 86, 208; Donnan 1995; Armas et al. 2003: 156; Castillo 2003: 90-91), aunque se observan algunas variantes particulares, que también se han visto en otros contextos del complejo arqueológico y en otros sitios moches de la Costa Norte. Desconocemos cual es la razón por la cual los enterradores optan algunas veces por colocar los cuerpos orientados en sentido este-oeste13, o en posición DDL o SIT. Cualquier intento de explicación a la luz de los datos que disponemos, sería mera especulación. Sin embargo, es sugerente el hecho de que la posición DV se asocia en nuestra muestra sólo a difuntos-ofrenda, en tumbas de cámara Moche IV. En el resto del Núcleo Urbano sólo se ha registrado una tumba (Moche III de subtipo FG) con dos individuos en esta posición, sin mayores asociaciones e identificados también como difuntos-ofrenda.
A este punto del análisis, dos aspectos generales llaman la atención: las particularidades sincrónicas y las variantes temporales.
a) Particularidades sincrónicas
El piso 6 (Moche III), que reportó cinco tumbas, muestra como rasgo común la ausencia de la costumbre de colocar fragmentos de metal, cerámica, o malacológico, en asociación directa con el cuerpo del difunto, salvo en un caso. Esta costumbre se observa recién como una constante a partir del piso 5, y pudo ser retomada de las culturas Salinar y Gallinazo (Donnan y Mackey 1978). El piso 4 (Moche III) es muy peculiar, pues sólo presenta tumbas del tipo fosa y ocupadas por infantes (a excepción de una tumba de fetos) de entre 9 y 24 meses de edad, sin vasijas de cerámica como parte de sus asociaciones. No hay ninguna tumba de adultos. El piso 2 (Moche IV) muestra como rasgo común el patrón de enterramiento en las tumbas de cámara, con una ofrenda-humana por debajo de dicha cámara y sin techo.
b) Variantes temporales
Las tumbas de fosa no presentan alguna variante signifi cativa entre piso y piso, o entre fases estilísticas. Sin embargo, la forma estructural y de enterramiento como variable comparativa, nos lleva a pensar de manera preliminar que las tumbas de cámara Moche III constituye un grupo funerario diferente al grupo Moche IV. Mientras que en Moche III, los difuntos y ofrendas se colocan dentro de la cámara, se rellenan y luego se techan, para fi nalmente rellenar hasta la boca de la tumba, con manipulación post entierro; en Moche IV, un difunto-ofrenda se coloca debajo de la cámara (rasgo para el cual no hay antecedentes en el sitio), y dentro de la cámara el personaje principal, algunas veces con ofrendas-humanas también al interior; luego se procede a rellenar la tumba hasta la boca, sin elaborar techo alguno, y sin manipulación post-entierro.
Sobre la identidad de los difuntos
Las tumbas que, dentro de un conjunto arquitectónico debidamente delimitado, están asociadas al mismo piso de ocupación, son relativamente contemporáneas y los individuos que las ocupan podrían haber formado grupos consanguíneos o de otro tipo de nexo social. Mario Millones afirma que «existe un corolario a los entierros como «decodificadores de parentesco» y éste es que efectivamente, se encuentren en la unidad residencial y que representen al grupo doméstico, o por lo menos abstraigan una coherencia de éste» (Millones 1996: 51). En el mismo sentido, Kaulicke sostiene que para reconocer grupos sociales hay que partir de la hipótesis de que «los individuos que comparten una afinidad consanguínea o de otro tipo de nexo social están enterrados en espacios contiguos. Además de ello compartirán otros rasgos como posición, tipo de asociación y, sobre todo, la orientación» (Kaulicke 2001: 93).
Si tenemos en cuenta lo sostenido por Millones y por Kaulicke, y que los individuos de la muestra están enterrados dentro de los límites del mismo conjunto arquitectónico, comparten patrones de enterramiento y semejanzas de estilo en las asociaciones, se infiere que dichos individuos formaban parte del mismo grupo social. La evidencia es contundente al señalar que dichos individuos pertenecían a la elite14 del grupo al momento de su muerte. Las diferencias estructurales (tumbas de fosa versus tumbas de cámara) y de asociaciones entre cada tumba, indicarían diferencias de estatus al interior del grupo, toda vez que el tratamiento mortuorio del individuo es consistente con la posición social que ocupó en vida (O’Shea 1984: 36). Estas diferencias obedecerían a los diferentes roles que pudieron cumplir los difuntos durante su vida y hasta antes de su muerte, en el marco de las relaciones sociales y de producción, algo que Saxe (1970: 7) ha llamado identidades sociales.
¿Fue el mismo grupo social el que habitó el Conjunto Arquitectónico durante toda su historia ocupacional? Parece que fue el mismo durante la vigencia de la fase estilística Moche III, puesto que la arquitectura interior no presenta cambios signifi cativos ni tampoco los patrones funerarios. Pero, ¿siguió este mismo grupo habitando el conjunto durante la fase estilística Moche IV? Las diferencias de entierro entre las tumbas de cámara Moche III y Moche IV nos ofrecen dos posibilidades de interpretación: (1) Si habría sido el mismo grupo, y estas diferencias de entierro se habrían dado por cambios en la estructura social de los residentes, dentro de la sociedad moche (Uceda 2007); o (2) hubo un cambio de grupo social residente en dicho conjunto arquitectónico durante la fase estilística Moche IV, donde estos nuevos residentes habrían realizado los cambios arquitectónicos observados por Tello (2008: 447), ampliando el número de habitaciones pero en espacios más reducidos y especializados. Futuros análisis de ADN nos permitirán optar por una de estas dos posibilidades.
Lo que no queda claro aún es el nexo del grupo social, es decir, si este involucra una agrupación familiar o de linajes unidas por un nexo de parentesco, o de personas que comparten un origen común; ni tampoco el tamaño del grupo social. Los estudios en el sitio para la fase estilística Moche III son muy limitados. Nuestra visión para la siguiente fase estilística es más clara, pues ya en otras publicaciones hemos sostenido que los habitantes de los conjuntos arquitectónicos del Núcleo Urbano, durante la vigencia de la fase estilística Moche IV, formarían parte de diferentes grupos corporativos (grupos de fi liación familiar que poseen grupos no familiares adscritos a él) (Uceda 2007: 42) o parcialidades (Gayoso 2007: 154, 162) y que las actividades desarrolladas al interior de un conjunto arquitectónico son efectuadas por algunos de sus miembros bajo la administración de su elite mayor. Dichas actividades o roles conferían a los miembros que las ejecutaban un estatus mayor en relación a los demás miembros del grupo social. Lo que no queda claro aún es si los señores de los conjuntos arquitectónicos son señores de parcialidades o de estratos de la misma unidad.
Edad y género versus estatus y división sexual del trabajo
En los pisos donde hay tumbas de hombres adultos, mujeres adultas y niños, las tumbas de los hombres adultos son las que poseen una mayor cantidad de ofrendas, en especial cerámica y metales. En el mismo sentido, en 4 de las 5 tumbas de cámara el personaje principal es un hombre adulto; en la otra es una mujer adulta. Sin embargo, contamos también con tumbas de fosa de niños o de mujeres adultas con mayor cantidad de asociaciones que algunas tumbas de fosa de hombres adultos. Esto indica que si bien el poder fue ejercido por los miembros adultos masculinos de la sociedad mochica, mujeres y niños pudieron obtener mayor rango o estatus social que algunos hombres, pero este rango se habría adquirido por el grado de parentesco que tuvieron con los hombres adultos que detentaban el poder. Uno de nosotros llegó a la misma conclusión en un trabajo anterior, al afi rmar que «por las ofrendas de cerámica y metales, los hombres tuvieron un mayor estatus entre los pobladores del Núcleo Urbano que las mujeres y niños» (Uceda 2007: 31).
No existen asociaciones que sirvan como indicadores de género y de división sexual del trabajo, como si sucede en otros sitios arqueológicos. Por ejemplo, en San José de Moro (valle de Jequetepeque) los piruros y otros elementos del hilado y el tejido, están asociados a tumbas de mujeres, mientras que los elementos de trabajo de metal están asociados a tumbas de hombres; puesto que el hilado y el tejido fueron actividades asociadas tradicionalmente al sexo femenino, mientras que la metalurgia se asocia al sexo masculino, su presencia en las tumbas son indicadores de género y de división sexual del trabajo. En el CA35, se encontraron como asociación directa sólo 2 piruros en dos tumbas diferentes: una tumba de fosa de un infante y una tumba de cámara, asociado a una mujer. Las evidencias encontradas en otros contextos funerarios del sitio indican una presencia pareja de piruros en tumbas de hombres y mujeres. Esto nos llevó a meditar, en el caso de Huacas del Sol y de la Luna, «si efectivamente la presencia del piruro en una tumba es un indicador de actividad productiva realizada en vida del individuo o nos encontramos frente a un signifi cado ideológico que se escapa a nuestro entendimiento» (Gayoso 2007: 152).
Los difuntos-ofrenda
Finalmente, queremos señalar dos criterios que se podrían utilizar para identifi car un difunto-ofrenda en los contextos funerarios del sitio, a partir de las evidencias en el CA35. Un primer criterio podría ser la posición del cuerpo – que no es decúbito dorsal – aunque esta no es determinante; este criterio parece débil aunque no por eso debemos dejarlo de lado. Lo que sí parece determinante es la carencia de asociaciones, en especial aquellas de relación directa con el individuo. Por ejemplo, ningún difunto-ofrenda presenta láminas de metal en la boca u otras partes del cuerpo. Las tumbas con difuntos-ofrenda se encuentran tanto en la estilística Moche III como en la fase estilística Moche IV, asociadas a tumbas de cámara. En la fase estilística Moche III sólo una tumba de cámara presenta un difunto ofrenda, mientras que en la fase estilística Moche IV hay una tumba con 3 difuntos ofrenda, uno de ellos colado debajo de la cámara. Aunque la evidencia de la muestra es estadísticamente baja, esto corroboraría la idea propuesta por uno de nosotros (Uceda 2007) en el sentido de que entrada la fase estilística Moche IV, la elite urbana adquiere mayor poder que la elite religiosa, la cual se traduce en un mayor acceso a los recursos, entre ellos, las vidas humanas.
Queda pendiente un estudio a mayor escala de los patrones funerarios en el sitio y en el valle que nos permitirían enriquecer el conocimiento sobre las particularidades del sitio, del valle, así como del moche sureño en relación a otros grupos políticos moches.
CONCLUSIONES
1. Las tumbas excavadas en el CA35 son típicas de la cultura moche, pues guardan el patrón de enterramiento conocido para esta cultura. El porqué se escoge en algunos casos una orientación o posición diferente a la moche es una respuesta que se obtendrá a la luz de una mayor cantidad de datos.
2. Las tumbas corresponden a individuos de la elite moche, pero de estatus variable. Esta variabilidad se debería a los diferentes roles cumplidos en vida por los difuntos, o por su relación de parentesco con personas de roles importantes dentro de las actividades sociales, políticas y económicos del grupo social al cual pertenecieron. El segundo argumento explicaría el alto número de entierros de infantes.
3. Aquellos cuerpos identifi cados como difuntosofrenda corresponderían a sirvientes. Por lo tanto, no se tratarían de miembros de la elite, pero si de miembros del mismo grupo social, posiblemente por adscripción.
4. Los contextos identifi cados como re-entierros o entierros de difuntos de procedencia lejana, podrían indicar que no necesariamente todos los muertos vivieron en el CA35, pero si que pertenecían al grupo social que operaba en dicho conjunto. La necesidad de enterrarse en este conjunto tendría que ver con el hecho de yacer dentro de un sitio considerado sagrado (cercanía al templo y al divino Cerro Blanco), es decir, por cuestión de ideología o de prestigio. Este hecho permitiría abrir una nueva visión sobre las relaciones entre las elites urbanas y grupos no urbanos a los cuales pudieron estar ligados, en el sentido de grupo corporativo o parcialidad.
5. Las diversas interpretaciones vertidas sobre las evidencias de manipulación post entierro no son del todo excluyentes. Existe la posibilidad de que este comportamiento con los muertos sea aún mucho más compleja, y obedezca a diferentes rituales, por lo que tanto las interpretaciones planteadas por Gutiérrez como las nuestras se apliquen para el caso del sitio, en diferentes situaciones o contextos. Vemos que las fuentes de información etnohistórica, arqueológica y etnográfica se complementan con la evidencia del CA35 como en el resto del sitio, y nos permiten observar una rica y compleja relación entre vivos y muertos en el mundo moche y andino.
Pie de página
Mientras mayor estatus o rango social tenía el difunto, más días se le velaba, como lo señala Pedro de Cieza de León (1946[1553], Capítulo LXII): “Y guardaron, y aun agora lo acostumbran generalmente, que antes que los metian en las sepulturas los lloran cuatro o cinco o seis dias, o diez, segun es la persona del muerto, porque mientras mayor señor es, mas honra se le hace y mayor sentimiento muestran, llorandolo con grandes gemidos y endechandolo con musica dolorosa, diciendo en sus cantares todas las cosas que sucedieron al muerto siendo vivo”. Esto se confirma cuando, por ejemplo, Pablo José de Arriaga (1968 [1621], capítulo VI) señala que en algunos pueblos de los llanos (la costa) el muerto se velaba por 10 días. Francisco de Ávila (1987 [1598], capítulo 27) dice que “en los tiempos muy antiguos, cuando un hombre moría, velaban su cadáver durante cinco días”. Ambos cronistas basan la duración del velatorio en la importancia del difunto. Así, el difunto descrito por Arriaga parece describir el velatorio de un individuo de elite, probablemente un principal o un curaca, mientras Ávila parece señalar el velatorio de un individuo del común.
Se desconoce el tipo de instrumento que utilizaron para tal fi n. Para el caso de las tumbas del Periodo Mochica Medio de San José de Moro, en el valle de Jequetepeque, Martín del Carpio (2008: 91) sostiene que “El proceso de cavado del pozo de acceso y la cámara debió hacerse con un instrumento de cobre o madera, una especie de palo cavador que, por las improntas halladas en las tumbas, debió tener un ancho de hoja de unos 15 cm”. Esta labor, según del Carpio, se pudo realizar en unas pocas horas.
Según Tello y Delabarde (2008) las evidencias son claras para afi rmar que se trata de un mismo evento de entierro, y no de entierros diferentes superpuestos.
Hay un caso en que uno de los ocupantes de la tumba está fuera de la cámara, pero dentro de la fosa de la tumba por encima de la cámara, pero es un contexto alterado por los moches, por lo cual se desconoce si originalmente esa fue la disposición de los cuerpos: es el caso de la tumba 10.
En la zona mesoamericana, los mexicas colocaban en la boca de los cadáveres de los señores y nobles una piedra verde
llamada chalchihuitl simulando su corazón (Murillo 2002: 61, 74).
En total son 138 vasijas (43 botellas, 74 cántaros, 10 floreros, 3 cancheros, 2 cuencos, 1 olla, 5 miniaturas), 2 piruros, 2 instrumentos musicales (1 pututo y 1 silbato) y una cuchara con mango escultórico. Los floreros son vasos de borde acampanulado; los cántaros mencionados son pequeños, del tipo jarra; los cancheros son cuencos de borde cerrado con mango; el piruro es un volante de huso; el pututo es una trompeta con forma de caracol.
Las ollas y tinajas están tradicionalmente asociadas a la cocción de alimentos y la chicha (cerveza de maíz); las tinajas también se habrían usado para el almacenamiento de la chicha.
Originalmente estas piezas fueron definidas como crisoles, por su pequeño tamaño (Tello et al. 2005: 235-236).
Sólo hemos considerado en este punto las tumbas intactas. Las tumbas 1, 2, 15 y 24 tampoco tuvieron cerámica al momento de ser excavadas, pero se registraron completamente disturbadas por huaqueros, con lo cual la presencia o no de cerámica en su contexto original es desconocida.
La posición sentada es reportada por Max Uhle (en Tello 2003: 176) cerca de Huaca de la Luna, donde encuentra, a 4 metros de la superfi cie, tanto tumbas individuales como grupales en esta posición, pero podrían ser tumbas chimúes intrusas, pues según Donnan y Mackey (1978: 242-366) la posición sentada es común en entierros chimúes registrados en las Huacas del Sol y de la Luna. Chauchat y Gutiérrez (2006) reportan una tumba de tipo FG, de transición Moche II-III, en la Plataforma Funeraria Uhle, al pie de la Huaca de la Luna.
Hasta el momento, no se registrado ninguna tumba de fosa grupal (FG) en el Núcleo Urbano que contenga más de dos individuos.
En la teoría de la antropología forense y ciencias afi}nes, los entierros múltiples implican inhumación simultánea de los difuntos que ocupan una tumba, que por lo general son individuos que acompañan a un personaje principal; mientras que los entierros colectivos identifi can a tumbas donde las inhumaciones no son simultáneas, y tienen un periodo de utilización largo (ver p.e. Alfonso y Alesan 2003: 15).
Donnan y Mackey (1978: 208) sugieren una relación entre la orientación del cuerpo y el sitio arqueológico para el caso Moche IV. Mientras que en sitios como Huanchaco, Huacas del Sol y de la Luna o Pacatnamu, la orientación sur-norte es predominante; en el caso del valle de Santa, en el sitio de Pampa Banca, los cuerpos están generalmente orientados en sentido oeste-este.
No hay tumbas de sirvientes en el CA35, al menos dentro del rango de difuntos principales. Los únicos individuos enterrados que se podrían considerar sirvientes son los difuntos-ofrenda. Incluso las tumbas más sencillas tienen asociaciones que implican cierta capacidad de acceso a recursos socialmente restringidos a la elite. Por ejemplo, la tumba FI 16 no posee mayor asociación que tres vasijas de cerámica, sin embargo una de ellas es una botella de asa estribo con representación iconográfica, y las otras dos son cántaros tipo jarra. La tumba FI 20 posee un individuo con fragmentos de cerámica en asociación directa y una sola vasija, pero de buena calidad: es una botella asa estribo con representación en alto relieve de la cacería del venado. La tumba FI 18 posee fragmentos de cerámica en asociación directa al cuerpo del difunto y ofrendas de camélidos. Dentro de este grupo de elite enterrado en el CA35 se observan diferencias. Por ejemplo, si tomamos en cuenta las características formales de las tumbas, aquellos individuos enterrados en tumbas de cámara tendrían un mayor status. Por añadidura, las tumbas de fosa, más simples, parecen estar asociadas a individuos de menor status. Dentro del grupo de las ofrendas, creemos que las ofrendas humanas tienen un mayor valor, por lo que aquellos enterrados en cámara con ofrendas humanas, tienen mucho mayor status aún. A priori, una mayor cantidad y calidad de las ofrendas de cerámica y metales indicarían también un mayor status.
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