Diciembre 9, 2022
Sobre Matadero, de Santiago Fillol
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Vamos a decirlo de otro modo, de uno que satisfaga mejor ciertos estándares.
La historia que cuenta Matadero empieza en otro lugar, en España –parece, o creo recordar–. Un público acotado pero no desdeñable salpica las butacas de la sala de cine donde se va exhibir una película mítica y maldita. Una película filmada en Argentina más de cuarenta años atrás. Que nunca se proyectó. Sobre la que cae la sombra de un rodaje trágico. Mientras alguien en la sala explica estas cosas, afuera, en la calle, el director de esa película –un hombre ya mayor–, invitado a la presentación, es abordado por un pequeño grupo de manifestantes que lo increpa al grito de “¡Asesino, asesino!”. Tras ese incidente, el hombre decide no entrar a la proyección y se mantiene aparte hasta el final. En la sala, entre el público, hay una mujer como de unos sesenta y pico o setenta años. Su voz over –que curiosamente no es la de ella como mujer mayor, sino la de la joven que fue (¿una inconsistencia buscada?, ¿por qué?)– nos cuenta que en su juventud fue parte de aquel rodaje sangriento e introduce el flashback en el que va a consistir prácticamente todo el resto de la película (salvo un breve retorno al presente, sin demasiado peso narrativo, por otra parte). En ese flashback, ella –su voz joven– cuenta la historia de cómo se hizo la película que se va a proyectar.
Esa voz promete, entonces, la historia, sí, pero también la revelación de un misterio: por qué los gritos de “¡Asesino!”. Qué pasó en ese rodaje funesto, en el que, se dice, mucha gente perdió la vida. En las fichas de los sitios especializados, Matadero se presenta, al mismo tiempo, como una película de terror y misterio, y como una historia acerca de la lucha de clases (o las luchas de clases, como leí en algunos lugares). Esto último estaría ya implícito en el material mismo que sirve de base a la película que hay dentro de la película, la que Jared Reed (Julio Perillán), el cineasta norteamericano acusado de asesino por el grupo de manifestantes, viene a filmar a la pampa argentina: El matadero, de Esteban Echeverría.
En este punto –de la película, de nuestro recuento– son ya varias las promesas que parecen confluir (incluso si apartamos las de las estrategias de difusión). Por un lado, se anuncia una película de misterio; por otro, ya ha habido varias señales de que ese misterio, sin duda violento, se entrama con nuestra historia política. Está además la remisión a una pieza clave de la literatura argentina –y de la literatura política en particular–, que reenvía a su vez a debates no del todo saldados o siempre proteicos, en nuestro país. Pero hay también algunas pistas que parecen problematizar la historia del cine argentino. Ninguna de estas promesas o, si prefieren, accesos a Matadero encontrará un cauce consistente en el transcurso de los cien minutos que durará la película.
Volvemos a ella. La mujer mayor en la sala (Malena Villa) –no consigo recordar el nombre de su personaje, digamos que se llama Ángel– fue la asistente del director en aquel rodaje del año 1974 y, durante un tramo en el que él se ausenta, queda a cargo incluso de la continuación de la película. Nacida en una familia de terratenientes cordobeses, unos años antes de este rodaje se había instalado en Los Angeles para estudiar cine en la UCLA. Ahí conoce a Reed, a quien ya admiraba, y cree ver encarnardo en él todo lo que concebía como anhelo cinematográfico: modernidad, audacia, rechazo de las formas clásicas y canónicas, arte en fusión con la vida, arte contra la muerte... Todo aquello que se alzaba en oposición a un cine nacional vetusto,“costumbrista” (uso las comillas porque es ella quien lo dice), de formas manidas y caducas. Ángel viaja con Reed a Argentina para asistirlo en la dirección de su versión de El matadero y cuando, en medio del rodaje, el productor de Reed se cansa de los caprichos del director y corta los fondos, ella ofrece su estancia familiar como locación y todos los recursos disponibles para seguir filmando. Hacia allá, se traslada lo que queda del equipo original: el director, su esposa -que es también una especie de directora de arte– y la asistente, acompañados por dos grupos de actores, uno compuesto por jóvenes artistas de clase media acomodada con cierta vocación por un teatro militante y otro, por matarifes reclutados en un establecimento bonaerense: unos representarían a los patrones, los otros a los peones de la estancia –porque la historia estaba solo inspirada en El matadero, no era su trasposición exacta; incluso, se dice, la película no acabaría con la matanza de los patrones a manos de los trabajadores, sino que serían comidos–.
A toda esta información que tenemos casi desde el principio, la película agrega poco, salvo confusiones. Y no es que no pueda decirse mucho más por ausencia de imaginación o de hipótesis. Precisamente, a falta de otra cosa, lo que sobra son hipótesis e interpretaciones (el terreno es tan fangoso que no se ganaría mucho y bastante se arriesgaría en cuanto a aumentar los equívocos, si se la explicitara todas). Lo que, en cambio, sí falta es un sentido de la historia que se construya por los medios narrativos (o a secas) propios del cine: los encuadres, los planos, el montaje. Aunque tampoco hay que creer que ese sentido se haga explícito de algún modo (reputadamente) menos cinematográfico, como los enunciados que los diálogos pudieran contener. En Matadero, se habla de modo muy circunstancial –salvo en lo que que concierne a la voz over de Ángel, que es algo más reflexiva– y mucho de lo que se dice es ininteligible por causas que –asumo– hay que atribuir en buena medida a la calidad del sonido (¿otro rasgo intencional sobre cuya razón solo podemos hacer conjeturas, o un efecto no buscado? Quién sabe). En lugar de construir oposiciones entre los personajes, de tensar conflictos, o de hacer sentir la “locura” (una y otra vez mencionada), la película parecería confiar más en sus anuncios iniciales, a los que refuerza un poco machaconamente en los diálogos, o por la voz de Ángel o con algún episodio ilustrativo de escasa intensidad dramática; y se limita apenas a desplegar en un tiempo narrativo más o menos indefinido –el que dura el rodaje– lo que ya estaba dicho al comienzo. Avanza, entonces, como sobre rieles, hacia su propio fin anunciado –fin que, por otra parte, aunque deje intuir qué pasó con los personajes, conserva una oscuridad bastante... discutible, podríamos decir (para no decir culpable), acerca de lo que cifra–.
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Qué hay en el medio, entre los anuncios y su consumación final, entonces, a falta de cine. Sobrevuela a algunas críticas y comentarios la noción de que tras la película, mal ejecutada, hay una buena idea. Una petición de principio muy trabajoso de aceptar porque, en todo caso, esa buena idea es completamente inaccesible. ¿Dónde estaría, si no en lo que los planos dan a ver? ¿Acaso, en el guion, del que la película habría sabido retener poco? ¿Se trata de un problema de impericia?
En tren de entresacar ideas, sin embargo, las que se podrían inferir no resultan tampoco muy felices. Un usuario de esta red escribió que la película le gustó y que le “resultó interesante” porque “expone algunas miserias del zurdismo con osde”. Y es que, en efecto, dada la falta de espesor de los personajes (de los que casi nadie en las críticas o reseñas recuerda siquiera sus nombres, por ejemplo), la simplificación que de los jóvenes artistas –aunque también de los trabajadores– hacen Fillol y el guion se extiende demasiado fácilmente a toda una generación militante que, por cierto, no procedía solo de las clases medias más o menos acomodadas del país (cuando OSDE apenas se había creado y, por razones muy fuertes y que vendrían al caso, no era en absoluto lo que es hoy) y que incluso si se considerara apenas a los que lo hicieron, difícilmente y solo con una dosis importante de pobreza histórica, podría ser reducida a la tontería y a la mezquindad con que se la muestra, y de la que no la redime ni la muerte –como bien parece intuir el mismo comentarista (que, dicho sea de paso, también me dejó un pintoresco mensaje deseándome, u ordenándome quizá, que reviente, por “zurda de mierda”).
O ¿a qué atribuir el anacronismo por el cual la protagonista deja el país a principios de los años setenta en rechazo del cine nacional y en nombre de una vanguardia que va a buscar a Los Angeles, cuando entonces el cine local no era todavía anatema por las razones que ella misma da –un tipo de critica y de rechazo más propios de finales de los años ochenta– y toda una generación militante confiaba activamente en la creación de un cine local no solo, y quizá no sobre todo, moderno, sino además revolucionario –del que, por otra parte, había ejemplos en el país y en el resto de América Latina–?
Otro indicio, ¿qué decir, o qué pensar, del director yanqui, paradigma del cineasta moderno? ¿Que no es paradigma de nada, tal vez, igual que no lo son de la militancia los jóvenes actores de vanguardia? Otra sutileza que a nuestro comentarista desde el Fascio parece habérsele escapado y –confesamos nuestra torpeza– a nosotros, también. El personaje condensa todas la miserias imaginables, sugeridas desde el principio, y enunciadas más tarde a cada paso por Ángel, en el relato de su propio desengaño de la figura del maestro admirado. Afirmar el decurso paralelo entre arte y política, y la analogía de ciertas figuras no es un exceso interpretativo: en ambos casos, el que quiere revolucionar el mundo no es mejor que los que lo sostienen tal cual es; los sueños de emancipación producen crímenes.
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En fin, si todo esto suena extralimitado, es precisamente porque en rigor se puede decir poco. Como si la película hiciera suya la inconsistencia de Reed, de quien Ángel dice al comienzo que, por haberse criado unos años en Argentina, creía ahora comprender al país, pero en realidad confundía todo.
cm
Matadero, Santiago Fillol, 2022
106 min, Argentina - España - Francia, español - inglés
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Estudio del interior
Tras la preentrega desarrollamos un estudio para poder desarrollar un interior reconfortante para los trabajadores del centro de sacrificio. A continuación, recogemos toda la información obtenida.
NEUROARQUITECTURA+ARQUITECTURA BIOCLIMÁTICA:
Moinsa, compañía experta en proyectos de diseño de interiores y equipamiento mobiliario, explica por qué la combinación de estas disciplinas es una poderosa herramienta para la creación de espacios saludables, sostenibles y eficientes.
Arquitectura bioclimática: se centra en la calidad del aire y la comodidad térmica, se reduce el consumo de energía y la huella de carbono del edificio. Utiliza lementos naturales para adaptarse a los cambios climáticos sin necesidad de hacer uso de sistemas de aire acondicionado, con lo que se consigue una reducción del consumo energético y un espacio mucho más sostenible (aunque siendo un clima tan extremo como en la Sierra Norte puede que sea complicado).
Neuroarquitectura: se centra en mejorar el bienestar mental y emocional, fomentando la productividad en la oficina. Colores, luz, integración de elementos naturales para fomentar la concentración y la inspiración de los equipos.
Virginia Núñez, responsable del área de Diseño de Interiores y Creatividad de Moinsa: “En Moinsa nos esforzamos día a día en comprender cómo el cerebro responde a diferentes entornos, y que nuestros arquitectos e interioristas puedan crear espacios que faciliten una variedad de funciones cognitivas y emocionales. Para conseguirlo, consideramos que la fase previa de estudio y conceptualización del espacio es fundamental para conocer qué necesita el cliente”.
BIENESTAR EN OFICINAS:
Uso de curvas.
Uso de madera en porcentajes adecuados (30-50%): emoción agradable.
Vegetación: favorece la concentración, contribuye al confort acústico y, por tanto, a que el espacio sea cómodo.
Yeso proyectado: absorción acústica.
PRODUCTIVIDAD:
iluminación natural, la visión de paisajes naturales, la terapia musical, la eliminación de ruidos y los aromas a lavanda y romero favorecen la concentración, la memoria y las funciones cognitivas y afectivas.
En concreto, los tonos fríos consiguen mejor rendimiento y mayor activación en las personas desde un punto de vista neurofisiológico. Y la memoria y la atención mejoran conforme aumenta la temperatura de color.
VEGETACIÓN:
Un estudio realizado por la Universidad de Exeter encontró que la introducción de plantas en la oficina aumentó la productividad en un 15% debido a:
Reduce la fatiga visual y mental
Favorece la concentración
Contribuye al confort acústico
Está relacionada a la neuroarquitectura y a la arquitectura bioclimática a su misma vez.
La naturaleza es el catálogo más grande que existe en cuanto a texturas, colores, olores, sonidos, entre otros, que podemos simular en el diseño.
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