Tiempo - Enzo Vogrincic
+18! SoftDom!Enzo. Age gap, creampie, (posible) dacrifilia, dirty talk, fingering, (breves descripciones de) girly!reader, innocence kink (implícito), sexo oral, sexo sin protección. Uso de español rioplatense (y mucho texto, sorry).
Enzo recuerda la primera vez que te vio.
Llevaba ya un tiempo preguntándose quién había ocupado el departamento que dejó cuando terminó su última relación e intentando a su vez sepultar el pensamiento para no recordar nada que tuviera que ver con aquellos momentos, pero luego comprendió que su curiosidad poco tenía que ver con los fantasmas que creía ver en el edificio al que regresó.
Era la tarde de un aburrido sábado y él deambulaba por el corredor con su cámara en las manos, intentando encontrar el ángulo perfecto para capturar la luz del sol iluminando su puerta. Entre tantos viajes decidió recostarse sobre las cerámicas de su hogar, perdiéndose en la oscuridad y conteniendo la respiración hasta que la imagen que vio a través del lente logró convencerlo.
Tus zapatos arruinaron la fotografía.
Se apartó de la cámara con una expresión de disgusto dibujándose en su rostro y un sonido mitad frustración-mitad enojo dejando sus labios, aunque dichas emociones se esfumaron cuando alzó la vista y encontró tus ojos observándolo desde la puerta. Se reincorporó y permaneció sobre sus rodillas, con una extraña sensación recorriéndolo al mirarte.
-Hola.
-Hola- le sonreíste-. Enzo, ¿no?
-Sí. ¿Vos sos…?
Te presentaste con cierta timidez, confesando que sólo te detuviste porque te asustó ver la puerta abierta y aclarando también que en el tiempo que llevabas allí jamás habías tenido oportunidad de presenciar tal fenómeno. Se declaró culpable con una sonrisa y abandonó su posición.
-Vos vivías ahí, ¿no?- señalaste tu puerta y él asintió-. ¿Y por qué volviste?
Cruzó sus brazos sobre su pecho e hizo un gesto de indiferencia.
-Me gusta este lugar. Y tengo muchos recuerdos con mis gatos.
-Menos la lámpara- arqueó una ceja-. Una lámpara con rasguños, ¿la querés…?
-Era mía- apretó los labios-. Pero no, no la quiero, gracias.
-Bueno…- dijiste, alejándote lentamente de su puerta-. Fue un gusto.
Pero él no podía permitir que te fueras.
-¿Te molesta si subo la foto…? Te puedo etiquetar.
Y de pronto no había lugar en el que no se encontraran… Ya fuera en el parque a medio kilómetro de distancia o la vieja tienda de libros en el centro de la ciudad, sus caminos se entrelazaban y siempre emprendían juntos el regreso a casa. En alguna que otra ocasión se detenían a comprar alguna bebida –un simple espresso para Enzo y para vos una bebida con nombre e ingredientes que él no podría pronunciar-, flores o sólo para acariciar gatos del barrio.
Los no-tan-breves intercambios durante las caminatas se convirtieron en charlas interminables que tenían lugar en su cocina o en tu sala de estar. Allí Enzo descubrió por fin el misterio de la playlist que reproducías todos los sábados por las noches, el nombre de las canciones que no lograba encontrar y por qué decidiste no colocar tu apellido en el timbre de la entrada, entre otros detalles con los que completó el puzzle que era para él tu persona.
Recuerda también el día en que pediste su ayuda para decidir cómo decorar la sala para tu cumpleaños, comentándole que organizarías una pequeña reunión con tus amigas e invitándolo a acompañarte luego de preguntar por su agenda. Observó por un largo rato los productos que le señalabas en la pantalla de tu laptop y luego recordó preguntar:
-¿Y cuántos años cumplís?
-Veintidós… ¿De qué te reís?
-Dale- insistió entre risas-. Decime.
-Veintidós, Enzo.
Su sonrisa se esfumó y se desplomó contra los cojines del sofá, notando en ese entonces que sus jeans rozaban tus muslos. No pareciste notar su reacción o decidiste ignorarla, pero poco podía importarle aquello cuando la voz en su cabeza gritaba que había cometido un error. Cuando se despidió besó tu mejilla con cierta reticencia e hizo un esfuerzo para no voltear antes de cerrar su puerta.
Aquella noche lo encontró en vela. Contó ovejas hasta aburrirse, el té caliente que debía ayudar quemó su lengua y ningún programa en la televisión llamaba su atención el tiempo suficiente; releyó conversaciones, fingió tener la intención de borrar todas tus fotos y tu contacto, juró romper las notitas que dejaste cuando regaste sus plantas durante su último viaje. Gritó y maldijo contra la almohada a sabiendas de que no sería capaz de hacer esas cosas.
Pensó en todas las señales que pasó por alto: algunas de tus prendas y los moños en el cabello, los cuales creyó parte de la reciente y creciente aceptación de la feminidad, las bromas y referencias que no comprendiste, parte del contenido que consumías en redes y que habías compartido con él. Sin ir más lejos, había visto la forma en que interactuabas con otros habitantes del edificio o cómo huías descaradamente (cosa que él envidiaba) para evitarlos.
Todas las mañanas al despertar juraba frente al espejo que era el último día, que pondría fin a lo-que-fuera que estaban haciendo con vos y que era la decisión más sensata para protegerte… Pero entonces recibía un mensaje tuyo deseándole un buen día o te veía regando tus plantas, todavía en pijama y un tanto despeinada, y decidía que podía permitirse unas últimas veinticuatro horas disfrutando de tu compañía.
Fue en una de esas tardes que acabaste sobre su regazo mientras él guiaba tus movimientos. Sólo unas capas de tela separaban tu piel de la suya y eso fue probablemente lo único que pudo lograr que se detuviera a tiempo… Bueno, eso y el hecho de que horas atrás le habías enseñado una página donde se apreciaban fotografías tomadas de tu cuenta de Instagram y el artículo que regalaba detalles sobre tu vida.
Con sus manos aún sobre tu cadera, tal vez un poco más por debajo de lo aceptable, Enzo te obligó a detenerte y fingió no notar el hilo de saliva que conectaba sus labios con los tuyos. Tu respiración era agitada, tus párpados parecían pesar con los vestigios del placer que te arrebató y podía ver tus pezones erectos a través del adorable top floreado que llevabas puesto, pero por muy tentadora que fuera la imagen no podía permitir que cometieran una equivocación.
Acomodaste tu cabello, nerviosa.
-¿Hice algo…?
-No- se apresuró a contestar y besó tu mejilla-. Pero no podemos.
Un sonido dejó tu garganta y tus labios fueron incapaces de contenerlo. Cuando te arrojaste sobre el sofá abrazaste tus piernas, ignorando que la posición había desacomodado tu ropa y dejaba al descubierto tu lencería humedecida. Enzo apartó la mirada y tomó un par de respiraciones profundas, su mano acariciando tu tobillo para ofrecerte consuelo.
-¿Por qué?
-Porque sos muy chica para mí.
-¿De verdad importa?- asintió-. Es que pensé… No pensé que podía gustarte.
-Y yo no pensé que eras diez años menor.
-Nueve- corregiste-. ¿Y entonces...? ¿Por qué estábamos…?
-Porque soy un imbécil.
-Y… sí.
-Creo que tendríamos que… no sé, evitar vernos por un tiempo- lo miraste confundida y él señaló tu celular-. Si te ven conmigo van a hacer y decir esas cosas, es así. Perdón.
-Pero acá no nos ven- intentaste razonar con él.
-Los vecinos sí.
Ambos comprendieron en ese momento lo que significaba evitar verse por un tiempo. Tu labio inferior temblaba mientras hacías un esfuerzo para contener el llanto y cuando Enzo se estiró para acariciar tu mejilla apartaste su mano, te pusiste de pie y te dirigiste hacia la entrada.
-Andate- te aclaraste la garganta-. Andate, Enzo.
Abandonó tu hogar sin atreverse a mirarte a los ojos y la mañana siguiente no se acercó para dejarte la copia de sus llaves ni para reclamar la manta que había caído en tu sofá durante su visita el día anterior. Dejó el edificio con prisas, temiendo que ante el mínimo retraso ambos pudieran encontrarse y él se viera obligado a pensar todavía más en todo lo que hizo mal.
Jamás se había sentido tan ansioso en un avión… Por lo menos no en uno real.
Se arrepintió en ese momento y durante una semana sus conocidos parecieron tratarlo como si fuera un frágil adorno de cristal, aunque no lograba comprender si se debía al evidente estado anímico que arrastraba junto con su maleta o al mal genio que dejaba entrever cuando todas las entrevistas y eventos diarios comenzaban a abrumarlo.
En algún momento comenzó a sentir que había cometido un crimen.
Empeoró cuando lo bloqueaste en todas tus redes. Y cuando los periodistas no dejaban de preguntar si estaba soltero, si tenía novia, si podían saber tu nombre; cuando alguien difundió fotografías que habías subido a tus historias luego de que configuraras tu cuenta como privada, cuando notaron que la lámpara en tu sala era la misma que se apreciaba en viejas publicaciones en su feed, cuando señalaron que tu sala era también la misma sala que él posteó en ocasiones.
Se arrepintió entonces, por supuesto que se arrepintió. Y también se arrepiente ahora, aunque no puede precisar si su arrepentimiento es producto de haberte arrastrado al circo mediático que lo rodea o si se debe a la distancia que los separa. Tampoco sabe qué duele más.
El taxi se detiene en la puerta del edificio y al bajarse lo sorprende el característico sonido del cristal haciéndose pedazos bajo sus pies. Se aparta rápidamente y observa la lámpara destrozada en la acera durante unos segundos, sus ojos ardiendo cuando finge que chequea las suelas de sus zapatillas en caso de que el dolor que siente provenga de una herida.
Arrastra su cuerpo hasta entrar en el elevador y presiona el botón. Odiaría quedarse atrapado o sentirse encerrado como sucedió en el avión, pero está demasiado cansado y prefiere evitar el tramo de escaleras. Toma una respiración profunda antes de abandonar las paredes metálicas y se apresura hacia su puerta, sus manos temblando mientras introduce la llave en la cerradura.
Suelta su maleta de inmediato cuando nota las hojas marchitas de las plantas en su sala, el único sobreviviente de su ausencia siendo el cactus que dejaste allí la última vez que lo visitaste. Pasa una mano por su rostro antes de abrir las puertas del balcón, las ventanas de su habitación y por último las de la cocina, las cuales permiten que a sus oídos llegue la música que suena en tu departamento.
Revisa el calendario. Recuerda la foto de tus zapatos. Respira.
El reloj da las nueve cuando alguien toca tu puerta. Estás sola con tus pensamientos hace horas y te parece un tanto extraño ya que tus amigas te habrían enviado un mensaje en caso de haberse olvidado alguna de sus pertenencias, pero de todas formas echás un rápido vistazo a la cocina y la sala en busca de cualquier objeto que reconozcas como ajeno.
Cuando abrís la puerta te encontrás con Enzo esperando del otro lado, un ramo de flores en una mano y un regalo mal envuelto bajo el brazo: permanecés inmóvil a la espera de una explicación lógica a su presencia y él, que no deja de mirarte a los ojos, contiene la respiración preparado para que lo eches. Te hacés a un lado para dejarlo pasar.
-Esos son regalos para mí, ¿no? Porque si no me trajiste un regalo te tenés que ir.
El tono pasivo-agresivo de tu broma lo obliga a tragarse su risa y se planta en medio de tu sala.
-Te tengo que pedir perdón.
-En eso estamos de acuerdo- cruzás tus brazos sobre tu pecho-. ¿Y por qué, exactamente?
-Por todo.
Tomás asiento en el sofá y Enzo ocupa el otro extremo, manteniendo cierta distancia que para ambos resulta abismal. Coloca el ramo de flores sobre la mesita de café y también la caja, luego pasa sus manos por su pantalón una y otra vez, nervioso e inquieto como jamás lo habías visto. Te gustaría poder consolarlo pero aún te sentís herida y tu corazón latiendo en tus oídos no te permite pensar con claridad.
-Sé más específico.
-Primero me gustaría pedirte perdón por lo de tus fotos.
-No es tu culpa- negás-. De verdad, no sos responsable.
-Entonces te quiero pedir perdón por haber sido un pelotudo…- acorta la distancia entre ambos-. Sé que lo que hice estuvo muy mal, tendría que haberme quedado para que pudiéramos hablar bien y no tendría que haberme ido sin despedirme o prometer que íbamos a aclararlo cuando volviera. Seguro estás enojada y tenés todo el derecho del mundo, pero te pido que me dejes explicarte.
Suspirás y hacés un gesto para que te dé un momento. Buscás refugio en la cocina para ocultar tus lágrimas y deshacerte de la horrible sensación de opresión en tu pecho, colocando un par de cupcakes en unos pequeños platos de porcelana pintada que recibiste por la tarde. Estás a punto de voltear para regresar a la sala, pero la presencia de Enzo a tus espaldas es evidente.
-Perdón- susurra, tomando ambos platos para dejarlos sobre el mármol y poder sostener tus manos-. Sé que dije que sos muy chica para mí, pero sólo lo dije porque no me gustaría que en algún momento…
-¿Qué?
-No me gustaría que dejes de ser como sos sólo para encajar conmigo, que te pierdas de esas experiencias que yo ya viví, no me gustaría que la gente nos mire y piense “Ah, sí, ahí van Enzo y la nena”, no…
-No sos como DiCaprio, Enzo- te liberás de su agarre-. ¿De verdad te importa tanto lo que piensen los demás? Porque yo juraría que normalmente no sos así.
-¿Vos leíste todo lo que dijeron sobre nosotros? Tenés que entender.
-¿Entender qué…? ¿Por qué creés que hacíamos algo incorrecto?
-Porque yo ya sé muchas cosas que a vos te faltan aprender.
-Podés enseñarme- apoyás las manos en su pecho y sentís que tiembla bajo tus dedos-. Me dijiste todo lo que no te gustaría, ¿por qué ahora no me decís lo que sí te gusta?
Toma tu mano y besa tus nudillos.
-Me gustás vos, pero no sé si te merezco- cubre de besos tu palma antes de llevarla a su mejilla-. Perdón, chiquita, te juro que voy a encontrar la manera de…
-Podemos seguir donde nos quedamos- sugerís. Tus mejillas arden.
Enzo rodea tu cintura con sus manos y sus pulgares trazan figuras sobre tu ropa.
-¿Estás segura?- asentís.
Ataca tus labios con una delicadeza brutal, su desesperación evidente en los gemidos que dejan su garganta y en la urgencia con la que comienza a frotarse contra tu abdomen; entre besos y roces toma tu muñeca y te arrastra en dirección a tu habitación, deteniéndose sólo al ver su manta en tu cama deshecha. Cuando evitás su mirada toma tu mentón entre sus dedos.
-No te voy a dejar sola nunca más- besa tu frente-. Nunca.
Te ayuda a recostarte en la cama y se posiciona sobre tu cuerpo con cuidado. Comienza a besarte, su mano acariciando tu cintura con movimientos suaves que le permiten estudiar tus reacciones y sus labios delineando tu mandíbula, tu cuello y tus clavículas hasta hacerte estremecer.
Se aleja por un segundo para observar tu expresión y se siente casi orgulloso del efecto que tienen en vos sus besos. Vuelve a acercarse a tu boca y tus brazos rodean su cuello para acortar toda distancia entre sus cuerpos, tus piernas abrazando su cintura para poder sentir la evidencia de su excitación contra tu centro. Comienza a rozarte por sobre la ropa y se deleita al oír tus gemidos, tímidos al principio y desesperados con el pasar de los minutos.
-¿Puedo?- pregunta al deslizar sus dedos entre la cintura de tu pantalón y tu piel. Asentís-. Necesito palabras.
-Sí, sí podés.
-Muy bien- te sonríe y tira de la prenda hasta lograr deshacerse de ella. Observa los tiernos detalles de tu ropa interior pero lo que más llama su atención es la mancha de humedad en el centro. Comienza a deslizar sus dedos sobre la tela y jadeás-. ¿Querés que te toque?
-Sí.
Es adictiva la manera en que reaccionás a sus caricias y se siente casi cruel al preguntar:
-¿Dónde?
Cerrás los ojos, avergonzada, y presiona sobre tu entrada aún cubierta.
-Ahí.
-¿Acá?- repite el movimiento y gemís. Se acerca a tu rostro y besa tus labios-. Perdón, bebé, es que sos muy linda…
El temblor que te recorre hace que se apiade y te despoja de la última prenda que lo separa de tu intimidad. Se arroja sobre el colchón y besa tus muslos con algo similar a la devoción mientras te observa desde su lugar tal como lo hizo la tarde en que se conocieron. Arrastra sus labios sobre tu piel hasta acercarse peligrosamente a tus pliegues y tu entrada brillante.
El primer beso te hace gritar y mientras sus labios te recorren de arriba abajo Enzo aparta la mano que cubre tu boca. Su lengua caliente y experta juega con tu entrada, se introduce en ella y realiza pequeños movimientos hasta sentir que tus dedos se enredan en su cabello para acercarlo aún más, alejarlo y también guiarlo en busca de más placer.
Las yemas de sus dedos recogen tu excitación y frota tus pliegues para lubricarlos. Cuando se detiene brevemente sobre tu clítoris para dibujar círculos estos arrancan un sinfín de sonidos incomprensibles de tus labios y Enzo sonríe complacido contra tu piel ardiente.
Introduce un dedo muy, muy lentamente en tu interior y suspira cuando siente tus paredes contrayéndose hasta prácticamente succionar el dígito en tu interior: gira su muñeca y curva su dedo hasta hallar tu punto dulce, obteniendo un gemido casi pornográfico como recompensa.
Comienza a abusar de tu sensibilidad y no decide si prefiere ver la forma en que te retorcés sobre las sábanas o tus fluidos haciendo brillar tu piel y deslizándose hasta manchar su manta. Intenta obtener algo de fricción, frotándose desesperado contra el colchón y capturando tu clítoris entre sus labios para acallar sus propios gemidos.
Desliza en tu interior otro dedo y te oye quejarte segundo cuando tus paredes oponen resistencia, pero pronto tus gemidos cobran más y más intensidad y movés tu cadera para encontrar sus movimientos. Otro dedo le sigue y cuando sollozás Enzo se pregunta cuántas noches pasaste tocándote en soledad, tus manos incapaces de darte el placer que él logra brindarte en este momento.
Una serie de balbuceos -entre los cuales cree distinguir su nombre- son la única advertencia que ofrecés antes de alcanzar un orgasmo que arquea tu espalda y provoca que arañes las sábanas al intentar aferrarte de algo que te ayude a tolerar el placer. Enzo prolonga tu orgasmo hasta sentir que los espasmos dejan de sacudir tu cuerpo y ver que tu respiración agitada se regula.
Se recuesta a tu lado para poder apreciar tu rostro de cerca y besa tu mejilla.
-Feliz cumpleaños- dice contra tu piel-. ¿Querés más?
-Todo- asentís-. Quiero…
Se deja caer contra la almohada.
-Si lo hacés no voy a aguantar- lamenta-. Pero…
-Sí- te apresurás a decir-. ¿Y puedo intentar más tarde?
Besa la comisura de tus labios y emite un sonido de afirmación.
Se desnuda bajo tu atenta mirada y regresa a su lugar entre tus piernas. Descansa su peso sobre un brazo y acaricia su miembro, jugando con su punta brillante y suspirando sobre tu cuerpo sólo para tentarte más. Juega con tu clítoris, se desliza entre tus pliegues y te hace delirar posándose sobre tu entrada una y otra vez.
-¿Segura?
-Segura- acariciás su mejilla.
Aunque el ardor de la penetración te resulta placentero esto no evita que un par de lágrimas se deslicen por tus mejillas cuando agachás la mirada para ver la escena entre tus piernas. Enzo es grande y las venas que lo recorren parecen gritar pidiendo que tus dedos las acaricien, pero tus manos acaban sobre su pecho desnudo y tus uñas dejan marcas en su piel al sentir que alcanza los lugares más profundos en tu interior.
-Enzo…- temblás y su pulgar comienza a dibujar círculos en tu clítoris para calmarte.
-Ya sé, bebé, ya sé…
-Más, por favor.
Mueve sus caderas con suavidad para no herirte y arroja la cabeza hacia atrás, incapaz de contenerse ante el placer que siente y esforzándose por no perder el control. Abandona tu interior hasta que sólo la punta permanece dentro de tu cuerpo, que suplica contrayéndose deliciosamente, y cuando vuelve a introducirse lo hace de una sola estocada.
-Más, Enzo, más.
Acelera el ritmo y jura que podría morir en esa posición, con tu calidez abrazándolo y tus gritos opacando cualquier sonido que pudiera llegar a sus oídos. Se deja caer sobre sus codos y busca tus labios, embargado por la necesidad de besarte hasta olvidar cualquier pensamiento que no seas vos.
Su mano se desliza bajo tu camiseta hasta llegar a uno de tus pechos, masajeándolo y girando tu pezón entre sus dedos hasta que tus dientes muerden su labio inferior. Rompe el beso para poder observar las expresiones que transforman tu rostro cuando comienza a profundizar sus movimientos, el vaivén de sus caderas permitiendo que su pelvis estimule también tu clítoris.
-Ahí...
-¿Sí, acá te gusta?- la pregunta es casi retórica. Sin esperar confirmación comienza a atacarte con embestidas que te hacen delirar, su punta golpeando tu cérvix y sus movimientos provocando que tu cuerpo se mueva sobre las sábanas de manera casi violenta.
Tus pestañas brillan con las lágrimas que nublan tu visión y Enzo besa el rastro que estas dejan mientras se pregunta si alguna vez alguien logró hacerte llorar de placer, si te aferraste con tanta fuerza al cuerpo de otra persona para no perder la cabeza por la intensidad de las sensaciones… Sabe que no y los músculos de su abdomen se tensan peligrosamente al pensarlo.
Hace una breve pausa para recuperarse y acaricia tu rostro antes de manipular tu cuerpo con facilidad, recostándose contra las almohadas y posicionándote sobre su cuerpo. Puede apreciar en tu rostro tus dudas, por lo que te toma por el cuello para poder acercarte a él y besar tus labios de manera casi voraz.
Colocás tus manos sobre su pecho y comenzás a rozar tus pliegues sobre su miembro húmedo y brillante por los fluidos de ambos, un hilo de saliva cayendo de tus labios cuando bajás la vista para apreciar la imagen entre tus piernas.
Te cuesta creer que lo que sucede es real y que Enzo está con vos en todos los sentidos, más aún cuando humedece su pulgar -como si hacerlo fuera necesario- con la saliva que moja tus labios y lo lleva hacia tu clítoris.
-Enzo, no, me voy a…- intentás advertirle pero tus palabras sólo parecen motivarlo más. Gritás-. Es mucho…
-Hacelo.
Temblás y Enzo te empuja con su cadera hasta que el ángulo le permite volver a penetrarte. La intensidad de los estímulos sacude tu cuerpo y de tu garganta surge un sonido agudo cuando te golpea otro orgasmo que blanquea tu visión y te obliga a arañar su abdomen.
Tus movimientos se apagan gradualmente y las manos de Enzo acarician tu cintura, tu cadera, tus muslos y cualquier centímetro de piel que sus ojos ven. Su miembro palpita en tu interior mientras te recuperás de tu orgasmo, algún que otro espasmo atravesándote y una capa de tus fluidos haciendo brillar tus pliegues, tus muslos y también su abdomen.
La escena es terriblemente obscena y te sentís avergonzada al ver el desastre, pero Enzo no permite que te disculpes y te rodea con sus brazos para aprisionarte contra su pecho. Besa tu cuello y tus paredes se contraen sobre su miembro, tu cuerpo aún sensible rogando por más.
Llenás su hombro de besos y susurrás contra su piel.
-Adentro.
Un gemido resuena en su garganta al oírte y toma impulso con sus pies para volver a asaltar tu interior. Su miembro parece rozar cada fibra de tu ser y la habitación se llena con los sonidos de su piel colisionando con la tuya y tus sollozos cuando decide lamer y morder tu cuello. Mantiene en tu cadera un agarre lo suficientemente fuerte para dejar huellas.
Dejás caer tu frente sobre su hombro, rendida al sentir el cosquilleo entre tus piernas. Enzo tira de tu cabello para obligarte a mirarlo.
-¿Querés que te llene la conchita…?- asentís-. ¿Sí…?
-Sí, por favor.
Tu expresión es patética, pero Enzo cree que es tierna la forma en que tus cejas se curvan y tu boca entreabierta le permite ver tus dientes y tu lengua. Captura tus labios entre los suyos y jura que puede saborear su orgasmo en la forma en que permitís que invada el interior de tu boca.
Sus estocadas son frenéticas y erráticas y sus uñas marcan tu piel. Ahoga un gemido contra tus labios y en medio de la desesperación rompe el beso, mordiendo tu mejilla cuando su liberación mancha tus paredes hasta hacerte lloriquear.
Te abraza con más fuerza mientras las últimas gotas de su semen llenan tu interior y besa las marcas de sus dientes en tu rostro.
-Ahora sos mía.
Gemís en respuesta.
-Y vos sos mío- decís con voz temblorosa-. Para siempre.
-Para siempre, sí- jura, tomando tu mano para besar tus nudillos, tu palma y tus dedos, deteniéndose sobre estos cuando ve tu expresión de dolor-. ¿Qué te pasó acá?
-Estaba limpiando y se rompió tu lámpara. Perdón.
-No me pidas perdón. Nunca- vuelve a besar tu mejilla y te sonríe-. Creo que te va a gustar tu regalo.
-¿Cuál…?
-El que dejamos en la sala.
-Ah, sí- soltás una risa.
-¿Qué te parece si nos damos una ducha y terminamos de celebrar tu cumpleaños juntos?- propone-. Podemos pedir algo para comer y ver una película.
-Quiero quedarme así un ratito- descansás tu mejilla contra su piel caliente-. ¿Enzo…?
-¿Qué pasa, bebé?
-Te quiero.
La fuerza de su abrazo amenaza con dejarte sin respiración.
-Yo también te quiero. Mucho- toma tu mentón entre sus dedos para llamar tu atención-. ¿Puedo ser tu novio…?
Espero hayan disfrutado la lectura ♡
}taglist: @madame-fear @creative-heart @llorented @recaltiente @chiquititamia @delusionalgirlplace ♡
155 notes
·
View notes
Waking up with them (Fontaine ver.)
💖~ I really wanted to do a sequel of this and I finally found time to post this, I hope you like it! :D
Warning: Nope now💖, GN!Reader | Google Translate sponsors me (it's a lie) If I made any mistakes in the english translation, I would be happy to read your comments! | Content in spanish and english
Spanish:
Las mañanas frías siempre eran parte de la vida de Neuvillette, una ducha fría para despertarse y empezar el día con una rutina practicada antes de irse a trabajar. Claramente, todo cambió contigo en su vida. Los melusines entendían que el sol los saludaban y empezaron su rutina de la mañana con pasitos cortos y en fila para turnarse al usar el baño, Neuvillette y tú los ayudaron con gusto y poco a poco todas las pequeñas criaturas bonitas vestían sus ropas y se iban no sin antes pedirte un adiós especial. Neuvillette sintió que el frío de la mañana se distanciaba cuando su corazón se calentó al verte dándole tanto cariño a los melusines, sus labios formaron una sonrisa cuando todas salieron de la casa en dirección a sus respectivos trabajos y actividades luego de despedirse de él. Un baño caliente, que se desconocía completamente de sus habituales duchas frías, tu a su lado para compartir la calidez de la mañana rodeada de conversaciones y la música que habías puesto en el fondo que te hacía bailar junto al agua que los rodeaba. Neuvillette se sentía agradecido de las mañanas frías, pero adoraba las veces en que se despertaba y su cuerpo estaba junto a ti, envuelto en mantas calientes.
A Wriothesley le cuesta salir de la cama, independientemente de en dónde duerma. Le gusta dormir, se siente bien para él, y hay puntos extras si se ha dormido junto a ti en su sofá. El lugar es estrecho, por lo que abrazarte lo más cerca posible es necesario y bien recibido cuando te levantas y estás sobre el bello durmiente. Sus ronquidos son bajos, hay ocasiones en las que de verdad ronca muy fuerte y se levanta por su propio sonido, pero ahora él no quiere salir de su ensueño. Sabes que ya está despierto cuando sientes sus brazos apretarte más para que no te muevas, reclamarle no es una opción viable pues fingirá estar dormido, entonces decides entregarte un poco más a tus sueños y te recuerdas sobre su pecho. Él sonríe porque sabe que ha ganado, como el vencedor decide acariciar tu espalda hasta que lo sigas al país de los sueños. Seguramente llegue tarde a su trabajo, pero el precio s pagar no está mal si significa poder dormir contigo más tiempo.
Lyney tiene que levantarse temprano todos los días porque su vida está llena de actividades. Trabaja duro en sus shows y como fatui, tanto que se ha acostumbrado a levantarse junto a los pájaros que cantan entre el cielo nublado. Hace frío afuera, de intenta recordar mientras voltea a ver la ventana y el cielo casi blanco le saluda. Pero aquí está tan cálido, recuerda cuando sus ojos se pasean por tu rostro de manera inconsciente, sin querer alejarse de tus brazos que se aferran a su cuerpo. Debe terminar de planificar el siguiente show, pedirle algunas cosas a Freminet, asistir a las prácticas antes de la puesta en escena, debe de recibir información importante para su misión, y todo lo que está en su lista mental de pendientes lo empieza a regañar por seguir en la cama. Sus brazos ya se han aferrado a ti, su rostro ya se ha escondido entre tu cuello y tu aroma le llena los pulmones mientras te quejas entredormida. Ya nada importa, se dice mientras sus pestañas revolotean con cansancio. Solo cinco minutos más.
A Freminet le gusta aferrarse a tus abrazos, siempre que duermen lo abrazas y él a ti, y así le gusta levantarse en la mañana. Despertar en una cama vacía y fría no es de su gusto, por lo que no te alejas hasta que ambos están despiertos. Freminet puede llegar a hablar entredormido cuando está muy relajado y al inicio siempre se callaba avergonzado, ahora ya no le importa si lo escuchas llamar tu nombre entre sueños. Freminet se levanta alrededor de una hora específica, a veces más tarde y a veces más temprano, pero siempre que despertaban juntos te miraba en silencio, no espera que le digas algo, solo quiere sentirte junto a él. Acaricia tu rostro, pasa sus dedos por tu cabello y te abraza con fuerza mientras respira profundamente mientras se prepara para retomar sus actividades mientras les da un repaso. Cuando suspira profundamente es la señal en que ya está listo para salir de la cama.
English:
Cold mornings were always a part of Neuvillette's life, a cold shower to wake up and start the day with a practiced routine before going to work. Clearly, everything changed with you in his life. The melusines understood that the sun greeted them and they began their morning routine with short steps and in line to take turns using the bathroom, you and Neuvillette helped them with pleasure and little by little all the pretty little creatures put on their clothes and left not before asking you for a special goodbye. Neuvillette felt the cold of the morning go away when his heart warmed at the sight of you giving so much love to the melusines. His lips formed a smile when everyone left the house heading to their respective jobs and activities after saying goodbye to him. A hot bath, completely unlike his usual cold showers, you by his side to share the warmth of the morning surrounded by conversations and the music you had played in the background that made you dance along with the water that surrounded you. Neuvillette was grateful for the cold mornings, but he loved the times when he woke up and his body was next to you, wrapped in warm blankets.
Wriothesley has a hard time getting out of bed, regardless of where he sleeps. He likes to sleep, it feels good for him, and there are extra points if he fell asleep next to you on his couch. The place is tight, so holding you as close as possible is necessary and welcomed when you get up and are on top of the sleeping beauty. His snoring is low, there are times when he actually snores very loudly and is woken up by the sound of it, but now he doesn't want to get out of his daydream. You know that he is already awake when you feel his arms tighten around you so you don't move. Claiming him is not a viable option because he will pretend to be asleep, so you decide to indulge your dreams a little more and remember yourself on his chest. He smiles because he knows he has won, as the victor decides to caress your back until you follow him to dreamland. He's probably late for his work, but the price to pay isn't bad if it means being able to sleep with you longer.
Lyney has to get up early every day because his life is full of activities. He works hard at his shows and as a fatui, so much so that he has gotten used to getting up next to the birds that sing among the cloudy sky. It's cold outside, he tries to remember as he turns to look at the window and the almost white sky greets him. But it's so warm here, he remembers when his eyes wander over your face unconsciously, not wanting to move away from your arms that cling to his body. He must finish planning the next show, ask Freminet for some things, attend practices before the performance, he must receive important information for his mission, and everything that is on his mental to-do list begins to nag him for lie in. His arms have already clung to you, his face has already hidden between your neck and your aroma fills his lungs while you complain in your sleep. Nothing matters anymore, he tells himself as his eyelashes flutter tiredly. Just five more minutes.
Freminet likes to cling to your hugs, whenever you sleep you hug him and he hugs you, and that's how he likes to get up in the morning. Waking up to a cold, empty bed isn't to his taste, so you don't move away until you're both awake. Freminet can talk in his sleep when he is very relaxed and at first he always kept quiet embarrassed, now he no longer cares if you hear him call your name in his sleep. Freminet wakes up around a specific time, sometimes later and sometimes earlier, but whenever you woke up together he looked at you silently, he doesn't wait for you to tell him something, he just wants to feel you next to him. He caresses your face, he runs his fingers through your hair and hugs you tightly as he breathes deeply as he prepares to resume his activities while he gives you a refresher. When he sighs deeply it is the sign that he is ready to get out of bed.
276 notes
·
View notes
Mi Primer Día Sin Ti | Enzo Vogrincic
Estás borracha por las calles de Madrid y no puedes dejar de pensar en Enzo.
Este es mi primer día sin verte. Camino por las calles de Madrid, borracha, son las 21:00 de la noche. Desde Malasaña hasta Niño Jesús, mis pies ya no pueden más. Lo único en lo que puedo pensar es en caminar contigo, tú sosteniéndome del brazo y guiándome. Pero estás de viaje. "¡Pff... te odio!" Te fuiste, dejándome atrás, y ahora estás en Uruguay o tal vez en Los Ángeles. Ni siquiera sé dónde estás exactamente. Sin embargo, aquí estoy yo, caminando sola, bajo estas luces amarillentas de Madrid, esperándote descaradamente. ¿Y tú? Tú estás en Júpiter. Me dejaste, o tal vez fui yo quien te dejó. ¡Ay, Enzo! Cómo te echo de menos. Mis pies duelen mientras paso por el Retiro. ¿Recuerdas al gatito negro? Está por aquí. Acabo de ver su cola cerca de la verja del Retiro.
El gato se ha ido, al igual que tú. Exactamente igual. Aquí estoy, borracha, tratando de descubrir dónde se ha escondido. Tanto el gato como tú.
Ahora estoy frente a la barra donde solíamos pasar tiempo juntos. Recuerdo lo mucho que te gustaba ese vino puro de Italia; no puedo recordar el nombre específico, pero era tu favorito. Estoy tan borracha que apenas puedo recordar algo.
Decido ponerme mis audífonos y escuchar nuestra banda favorita... ¿cuál era? Ah, sí, Radiohead, ¿verdad? O ¿tal vez era alguna banda revolucionaria de Uruguay? No puedo recordar. Optaré por un poco de Charly García, ese álbum "Bancate Ese Defecto", ese mismo.
Enzo, ¿estás enamorado? ¿De alguien más, supongo? Porque te fuiste sin decir adiós. Solo dijiste: "No puedo seguir contigo". Y así, puff, te fuiste, como aquel gato negro.
Ya casi llego a mi departamento. ¡Ay, Enzo! ¡Cómo te extraño! Estoy un poco loca, o mejor dicho, borracha. Ya estoy ansiosa por llegar a casa, servirme una copa de vino blanco y escuchar alguna canción extraña de Uruguay o algo que me haga llorar, como alguna de Silvio Rodríguez. Ojalá.
Recuerdo cuando nos emborrachábamos de vino y poníamos "Cementerio Club" de Pescado Rabioso. Tú fingías odiarlo, pero sabía que en el fondo amabas mi alma rockera. Ay, esos fueron tiempos maravillosos. Antes de que fueras famoso... Pero debo decirte que estoy muy orgullosa de ti. Has logrado ser quien siempre quisiste ser: un actor estrella, reconocido por Hollywood. De verdad, estoy feliz por ti y te admiro mucho por eso.
Estoy ansiosa por llegar a casa, mis pies ya no pueden más. Ay, ya veo la farola cerca de casa, esa luz amarillenta me hace desear ir a buscarte y besarte, pero sé que no estás aquí.
Enzo, veo una sombra bajo la farola cuando me acerco a casa, pero tengo que entrar. El portero está dormido. No sé qué hacer. Decido pasar de largo e ignorar al tipo que está fumando cerca. Sin embargo, no puedo evitar notar ciertos rasgos familiares en él. La forma en que sostiene el cigarrillo... Ay, es igual a ti. Y su altura, sus jeans doblados al final... todo me recuerda a ti.
Ignoro al tipo y saco mi llave, pero al intentar abrir la puerta, ¡se atasca! ¡Ay! No sé qué hacer. El portero debe de estar en el séptimo cielo, no me atrevo a tocar el intercomunicador. Enzo, ese tipo me está mirando. ¡Ay, no! Se está acercando. ¡Voy a gritar!
“Dejáme, yo te ayudo", dice. Ay, Enzo, tiene la misma voz que tú. Parece ser uruguayo. Pero no puedo verlo claramente. Todo está borroso, estoy borracha.
Finalmente, cuando el desconocido se acerca para ayudarme, reconozco su voz. Es Enzo. Mis lágrimas comienzan a fluir mientras lo miro con incredulidad. "Pensé que eras Enzo", murmuro entre sollozos, "lo siento tanto".
Enzo me mira con ternura y me asegura: "Soy realmente yo". Me acompaña hasta la puerta, y cuando finalmente lo veo claramente, la realidad golpea con fuerza. Es él, mi Enzo. No puedo contener las lágrimas mientras le explico lo mucho que lo extrañé, lo confundida que estaba y lo siento por haberlo malinterpretado.
Él me abraza con fuerza y me susurra palabras de consuelo. "Estoy aquí, cariño. Todo está bien", me dice mientras me acaricia el cabello. En ese momento, sé que todo estará bien.
49 notes
·
View notes