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Los nuevos gurús digitales: cero experiencia, mil certezas

Últimamente no sé si es que me estoy poniendo mayor, o si el mundo realmente está perdiendo el juicio. La sensación es confusa, como si de pronto todos estuviéramos en una sala llena de espejos donde nadie se ve realmente, pero todos creen tener la imagen clara del otro.

La inteligencia artificial ha llegado para revolucionarlo todo —eso ya lo sabíamos—, pero hay un matiz que se nos está escapando: está formando una generación que cree que está pensando cuando, en realidad, está siendo pensada. Una generación que confía en sus respuestas sin notar que muchas veces están fabricadas para complacer, no para cuestionar.

Y no lo digo desde una teoría abstracta. Hace poco, una chica nos contactó para pedirnos el desarrollo de una web. Llegó con una estructura y una estrategia completamente armadas. Al principio, me sorprendió: era un enfoque ambicioso, detallado y lleno de palabras grandes. Pero en cuanto empezamos a analizarlo, nos dimos cuenta de que todo había sido generado por ChatGPT. ¿El problema? Ella no tenía ni los conocimientos básicos para sostener esa estrategia, ni técnica ni conceptualmente. Y sin embargo, se aferraba a ella con una convicción inquebrantable, cuando le preguntábamos, ni nos podía decir a dónde direccionaban los botones que aparecían establecidos en ese documento.

Intentamos explicarle, con tacto y paciencia, por qué algunas cosas no eran viables, por qué otras requerían inversiones, equipos o tiempos que no tenía. Pero ella no podía entender el por qué no. Y no porque le faltara capacidad, sino porque la IA le había dicho que sí. Que tenía razón. Que su idea era viable, completa, profesional.

La había enaltecido, como hacen esos horóscopos escritos con la habilidad justa para hacerte sentir especial. El problema es que cuando una máquina te dice que todo lo que pensás está bien, te volvés impermeable al pensamiento crítico. A la revisión. A la realidad.

Eso es lo que más me inquieta. No es que usen IA —todos lo hacemos, y bien utilizada puede ser de ayuda—, sino que confíen ciegamente en una respuesta sin tener las herramientas mínimas para evaluarla. Se sienten respaldados por una autoridad invisible que les devuelve certezas sin exigirles profundidad.

Plus: muchos de ellos serán nuestros futuros jefes, colegas o socios. Porque hay otra generación por encima, la que está cansada, y con razón. Quieren jubilarse en paz, cerrar el ciclo, no discutir más. Y lo entiendo. Yo probablemente haría lo mismo.

Pero eso nos deja en un lugar raro. Un limbo generacional en el que los que todavía piensan se cansan de discutir, y los que todavía no aprendieron a pensar creen que ya no tienen nada más que aprender.

No es nostalgia lo que siento, ni rechazo a la tecnología, pero sí una necesidad urgente de recuperar algo esencial: el pensamiento propio, el pensamiento crítico, el que incomoda, el que duda, el que no tiene todas las respuestas al instante.

Porque si vamos a convivir con máquinas que nos “dan la razón”, al menos asegurémonos de saber cuándo estamos de acuerdo con ellas porque pensamos, y no simplemente porque nos resulta cómodo que piensen por nosotros.

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A veces me dan ganas de volver a ser fuego

Desde hace unos días, me encuentro mirando hacia atrás. Y aunque lo vea tan cercano, ya pasó un tiempo. Por momentos, desearía volver a vivirlo todo: esa adrenalina desbordada de la adolescencia, el cosquilleo dulce de la primera ilusión, las peleas absurdas con quienes eran tu mundo en ese entonces. Volver a sentir esa chispa interna que encendía cada rincón de mi cuerpo. Volver a ser fuego.

Recuerdo todo eso con una mezcla de nostalgia y orgullo. Porque lo viví intensamente, sin medias tintas. Porque sabía, muy en el fondo, que llegaría este momento en el que la adultez, con su sensatez forzada, me impediría tomar ciertas decisiones por puro impulso. Y hoy, desde este presente más medido, puedo decir: “Puaaa… pero qué bien he vivido”.

El futuro se presenta tan lleno de incertidumbre. El presente, tan exigente, tan cargado. Y sin embargo, el pasado —aun con todo lo que dolió— se siente suave, casi pacífico, como una vieja canción que te abraza con aroma a jazmín. La inocencia, la fe ciega, la crudeza, la ternura, la conexión auténtica, el amor sin condiciones, la idea pura de la amistad... todo eso se mezcla adentro mío. Y me deja con una pregunta flotando:

¿Qué habrá sido de aquellas personas que cruzaron mi camino? Incluso de quienes me hicieron daño… ¿Habrán reflexionado? ¿Pensarán alguna vez en mí, como lo estoy haciendo yo ahora? ¿Habré dejado alguna huella en sus vidas, como ellos —para bien o mal— la dejaron en la mía?

A veces no quiero volver en el tiempo. A veces solo quiero volver a sentirme viva como entonces. Volver a ser fuego. Y aunque el mundo hoy me pida calma, todavía me arde un poquito el alma.

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Me bajo de esta realidad

Sabía, como se sabe en el secreto callado de los sueños de la infancia, que crecer era un engaño; pero ni en un millón de vidas hubiera imaginado el desplome tan vasto y profundo que encierra la palabra “madurez.” Cada aspecto de la existencia parece roto, fracturado como si el mismo tiempo se hubiese cansado de sostener esta frágil ilusión de esperanza. Y ya no funciona la frase "la felicidad está en la ignorancia de la realidad", esa zona tibia y oscura donde alguna vez hallé consuelo. La verdad, desnuda y despiadada, nos arrebata hasta ese último refugio.

El día comienza, y con él, el ritual: despertarse, desayunar, ordenar los fragmentos dispersos de un hogar que apenas refleja lo que somos, pagar las cuentas como quien cumple un castigo eterno, buscar trabajo o, si tienes "suerte", trabajar. Luego, el almuerzo, las tareas de siempre, un rato de libro, de series, o de gimnasio. Y otra vez, cerrar los ojos en la noche sin siquiera sentir descanso, para reiniciar al amanecer este círculo implacable que, más que vida, parece condena.

Mientras, la realidad ruge a nuestro alrededor: ves las injusticias, el abismo al que nos lleva la inoperancia de quienes nos gobiernan, el clima en su danza desquiciada de furia, la economía tambaleante, la crisis de la salud mental que se despliega como una niebla venenosa. Somos testigos del nacimiento interminable de nuevos influencers y la muerte lenta de nuestras neuronas, la sordidez del espectáculo disfrazado de progreso.

Y entonces, cuando las últimas islas que alguna vez sostuvieron nuestra paz empiezan a flaquear, ¿Cómo se conserva la razón? ¿Podemos sobrevivir por el hecho frío y mecánico de respirar, en un mundo erigido sobre el pilar insaciable del capitalismo, donde todo valor humano ha sido absorbido, reemplazado, vendido?

Nos separa un delgado y oscilante puente del abismo del colapso, un resquicio que amenaza con ceder al peso de nuestra humanidad agotada. Este mundo nos despierta cada día con sus alarmas, sus sirenas de ambulancia; la llamada incesante de la desesperación y el abandono. ¿Qué nos queda sino huir, escapar de este naufragio inminente? Pero, ¿a dónde ir? ¿Podremos volver alguna vez a aquella infancia perdida, a ese hogar cálido donde el abrazo de nuestros padres era escudo y refugio, donde un día la angustia se disolvería como un mal sueño?

¿O será, acaso, que ese refugio ya no existe? Que crecer, en realidad, fue alejarnos para siempre de un sitio al que nunca podremos regresar.

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Desactualización 3.0

Últimamente los conceptos de “vida” y “muerte” están más recurrentes que nunca. La vida está transcurriendo entre conceptos que pensaba opuestos pero ahora lo cuestiono, se va todo tan rápido, pero a la vez lento, y cuando me doy cuenta, me siento más cerca de la muerte, mirando hacia atrás y preguntándome “y ahora ¿qué?”.

Siento que fue ayer mi adolescencia, recuerdo con nostalgia hechos que creo que fueron hace poco, pero que cuando calculo, pasaron años, muchos años. Intento ver a futuro, pero muchos elementos me abruman... ¿Cuándo pasó esto? ¿Cuándo quedé tan por fuera de la ola de la modernidad? ¿y por qué me está costando tanto subirme? ¿quiero?

Y al final así va pasando mi vida, disfrutando de las pausas, contemplando, pero también agobiándome por nuevos elementos que me siento en obligación de incorporar a mi rutina, quedándome por fuera de algo que antes me era natural, ¿Cuándo dejó de interesarme? ¿Cuándo el mundo puso 2x y yo en 0.5x?

¿Y si no puedo subirme a esta ola? ¿y si quedo por fuera?

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13 años

Hace 13 años que te fuiste, 13 años que dijiste basta, 13 años de una decisión tuya, que sin que siquiera supieras cambiaste mi vida.

13 años, es mucho tiempo. Una vida. Y seguís presente. Cuántos más estarán igual? Muchas veces pensé que tal vez estabas demasiado presente. Tú. Porque mi memoria envió al subconsciente muchos nombres, apellidos, anécdotas... supongo que protegiéndome del dolor.

Pasé muchos momentos de cuestionamiento, de ira, de reflexión, de perdón y en los últimos años, el agradecimiento. Si bien nunca sabré por lo que pasaste, me enseñaste el poder de una decisión personal en lo grupal, a ver la vida con otros ojos, a celebrar cada abrazo, cada palabra linda, cada rayo de sol... a agradecer cada minuto de vida, del presente, porque nunca se sabe del mañana.

Cada vez que llega diciembre duele, y deseo profundamente que estés bien, siempre lo desee, que estés en paz.

Cada vez que llega diciembre recuerdo el abrazo que no te di, pero te juro que no lo hice nunca más, ahora abrazo como si fuera el último, abrazo como no pude abrazarte a ti.

Cada vez que llega diciembre renuevo mis ganas de seguir trabajando en la prevención del suicidio.

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Dos palabras mágicas que silencias.

Desde pequeños nos enseñan que existen palabras que nos pueden ayudar toda la vida, y no, no me refiero al “push” o “pull”, sino a palabras como  “¿te puedo ayudar?”, “sos importante para mi”, “gracias”, o aún las que son más difíciles de pronunciar “lo siento”.

Pareciera que decirlas nos denigra, nos aplasta el orgullo, al principio cuesta mucho, pero luego de que te amigas con ellas, te das cuenta que todo mejora. Admites que sos humano, admites que podés fallar, que necesitas ayuda, que tenés sentimientos y aún mejor... admites (de ser así) que la has cagado. 

Si más personas utilizaran esas palabras, muchos problemas se resolverían, incluso anticipadamente. “Gracias por haber hecho esto” o “ ¿Sabes qué? Pensé en lo que me dijiste, lo siento”.

Palabras sinceras en momentos oportunos abren puertas incalculables a vínculos más estrechos y sanos, no nos hacen más débiles, al contrario, nos dan más valor y fuerza.

¿Qué es peor? ¿Tener tu orgullo “intacto” o perder a alguien que por ese mismo orgullo se aleja de vos? ¿Cuánto más podés estar detrás de la barrera autogenerada del autoconvencimiento de la verdad absoluta? ¿Vas a seguir a la defensiva pensando que el mundo te ataca o te quitarás el velo de los ojos y verás que hay gente que quiere ayudarte?

La vida es tan corta, deberíamos aprovechar más los vínculos sanos que aparecen sin más en nuestros caminos, sin ponerles piedras, sin cuestionarlos, sin alejarlos, disfrutarlos, abrazarlos, agradecerlos y que suceda lo que tenga que suceder, pero sin negar que podemos fallar y admitirlo, está bien.

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El defensor sin rumbo

Nos negamos a ver la realidad. Nos encanta creernos la fantasía. Plantearnos ese mundo maravillosamente Disney donde alguien aparece y te quiere sin más. Internamente sabemos que no es así, pero nos permitimos ese pequeño recreo.

He aquí la historia del abogado desorientado.

Cuando te imaginas a alguien con esa profesión lo primero que pensás es “seguridad” (tal vez por la construcción de los personajes de series y películas). Pero no.

Pero el problema es cuando se transfiere esa inseguridad a tu persona, sus dudas, sus complejos, sus silencios, sus palabras no dichas, su desmotivación, su inacción. Y de repente estás dentro de algo que no sabes cómo entraste o cómo vas a salir.

El tema de los personajes con dudas existenciales, es que están tan inmersos en resolver las mismas que no hay espacio para nada más... nada ni nadie. Entonces pasas a estar en un segundo plano. Ok, no era nada relevante, estás ahí para pasar el tiempo, ya aprendiste la lección sobre lo que viviste anteriormente. Pero el tiempo pasa, estás cada vez más adentro, pero no hay avance, sos un NN, un mero entretenimiento... jugas un poco al papel de “pareja” pero no es así, lo sabés: esto tiene fecha de vencimiento (de nuevo), el tema es que tu no estás decidiendo cuándo va a hacer ese momento, te aparece su actividad en redes sociales...likes a todo, culos everywhere, minas everywhere.  ¿Es necesario? no podés decir nada, no son nada, pero la incertidumbre  ¿quién te la quita? No por lo que haga, sino conocer qué papel estás jugando para poder tener un panorama certero. Jugar a cartas vistas.

Cuando quiere te escribe, te dice cosas lindas, cosas que realmente siente, eso es verdad, pero puede pasar momentos eternos sin dar noticias, porque está resolviendo sus asuntos. En sí, tampoco decidís cuándo entrar en su vida.

En otros momentos, la comunicación no fluye, no te interpreta, no entiende tus chistes, tu ironía, tu tono, tus ganas de que actúe de alguna forma, al contrario, es como que toma todo lo que puede para hacerte quedar como una desquiciada, para alejarte más y más, lo sentís como un elemento tóxico que intenta matar tu optimismo. ¿Qué quiere?

No hay pasión, no hay fuego, no hay planes a futuro cercano, no intenta arreglar las cosas, hay un par de palabras bonitas cada tanto, algunos abrazos y ciertas noches de películas. ¿Eso es lo que querés? Sabemos que no  ¿Cuándo vas a tener el valor de tomar el toro por las astas y decir “hasta aquí”?

El miedo al error, el miedo a tomar decisiones equivocadas, el miedo a pensar demasiado, el miedo a pedir demasiado, miedo... que palabra que nunca te gustó.

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El regreso de lo tóxico

Escribo para canalizar aquello que siento, y así ponerle palabras a las onomatopeyas, dolores, lágrimas, risas y recuerdos que aparecen todos a la vez.

¿Qué es lo que me pasa? Me ilusioné, como hacía tiempo no lo hacía ¿Por qué? Porque fuiste lo que necesitaba en ese momento: nos entendíamos, me sentía deseada, escuchada, respetada, había química, palabras lindas y planes.  

Pasó el tiempo, y me sentí presa de una cacería deportiva, un trofeo de guerra, una línea telefónica de ayuda cuando nadie más estaba allí. Mientras más a la distancia lo veo, más claro parece. Apareciste en el momento que necesitaba algo tan básico que para mí era un imperio lo que me entregabas, y mientras me recuperaba, me daba cuenta que lo que me gustaba era lo que habías despertado en mí.

Y allí me dividí en dos, la que sabía que tenía una fecha de vencimiento, que todo terminaría, porque yo no estaba en tu lista de prioridades; y la que esperaba profundamente que funcionara.

“I get the point I you don’t like me the way I like you”

Nunca me arriesgué tanto, nunca me entregué tan fuerte sin pensar, y deseaba fuertemente que tú me demostraras algo, algo tan simple como que querías estar conmigo. El tiempo pasó, cada vez te sentía más distante, y me desesperé, no sabía qué hacer, te estaba perdiendo y no sabía por qué. No quería que se terminara tan pronto, hacía mucho que no era tan feliz, pero como todo, necesitaba un poco de esfuerzo de tu parte, quería sentirme querida de nuevo, que me miraras con deseo, que me dijeras cosas lindas como en el comienzo, que intentaras conquistarme, que existieran ganas de luchar juntos, ganas.

“I thought we had something beautiful going on I guess I misread the signs, and this is not the first time I get the point”

Pero no pasó, y ahora estamos así, tú con alguien y yo luchando con mis sentimientos encontrados: los que saben que no va a pasar nada (porque si no hiciste algo antes cuando conociste la versión de mi sumamente enamorada y entregada, ¿por qué algo cambiaría?) y los que esperan que me sorprendas. Creo que es el resultado de haberte querido tanto, porque realmente te quise, y eso es difícil de olvidar.

Pasamos de admiración y comprensión el uno por el otro, al desinterés, y ahora solo a hablar de anécdotas y cuestiones profesionales.

Quise odiarte, quise olvidarte, quise hacerte daño, quise superarte, quise ser tu amiga, quise que me fueras indistinto, quise entender que no me querías. Soy feliz, o al menos eso creo, tengo todo por lo cual he luchado, pero muchas veces he mirado lo que he logrado y busco a mi costado tu mirada.

“Please don’t lead me on, Cause ill jump with my arms wide open and You’ll let me fall”

Me dejaste ir, tengo que hacerme esa idea. Simplemente no me querías como yo te quise.

“I get the point You never wanted me like I want you Now I know we’re not meant to be”

Te deseo que seas feliz, como te lo he dicho anteriormente, ahora tal vez sean más sinceros mis deseos.

“In two months, you replaced us Like it was easy Made me think I deserved it In the thick of healing, yeah”

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Abuelito dime tú...

Dicen que con los años llega la experiencia, en cierto punto es verdad, pero... cuando nacés pirata, nada ni nadie te lo va a quitar.

Pero lo peor no es eso. Es el que intenta derribar tus principios basados en una decisión que fue de él: casarse. 

Esta “historia” tiene casi tantos años como los que se llevan de diferencia, y la intensidad que caracteriza. 

Si, hay un vinculo especial. Si, pueden contar el uno con el otro. Si, cada vez que llamás es porque querés verla y no necesariamente para tomar un café. Si, te aclaró que no va a suceder nada porque no realiza nada que no le gustaría que le hicieran. Si, le dijiste respetaba más a tu esposa que vos mismo. Si, tiene miedo al karma. Y no, por más que te aprecie no va a suceder nada.

Dicen que uno es el resultado de las decisiones que toma. Pero, uno no puede permitir que el resultado de decisiones de otro termine afectándolo o guiándolo en el camino que no quiere tomar. 

No es feminismo, ni sororidad, es simplemente respeto hacia la otra persona, por encima de cualquier cosa.

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Calladito quedás más lindo... (intro al “Boludo Bueno”)

Hay un personaje nefasto, ese que para el resto del mundo pasa desapercibido, el “boludo bueno” del que no se sabe nada de su vida. Que tiene cara de bueno, que hasta puede parecer la persona ideal para estabilizarse en la vida emocional...

Gran error!

Esa gente de la cual no se sabe nada, seguro esconde algo. Lo sé porque no tuve peor idea que involucrarme con una persona así... y son de las más tóxicas de la humanidad. Hasta es peor que personaje del “emprendedor” porque al menos ese está orientado a su proyecto, su energía y su amor se dirige a un algo concreto, mientras el “boludo bueno” sólo se orienta a comprobar su nivel de maldad y de incidencia en su objeto de estudio, se ama a sí mismo y no puede ampliar ese espectro, es el Narciso del siglo XIX.

No se sabe nada de su vida, porque no se vinculan ni con la vida ni con las personas, están en su burbuja, pensando únicamente en ellos. Se presentan como personas bonachonas que hasta pasan por boludas, pero solo están tramando cuál será su próxima víctima. Están protegidos en la neblina de misterio que ellos mismos generaron.

“Mentís, el verde de tus ojos se hace gris...”

Pero lo peor no es eso, es que luego de cruzar cierta línea, no te liberan. Generan un hilo vinculante enfermo donde vos tomas el papel de la mala que no supo entenderlo y él... la pobre persona que no sabe cómo vincularse y que no quiere que se corte “eso” que se generó. Un “eso” que no es nada, porque cuando quiere aparece y cuando vos lo necesitas no. Un “eso” que pide tu atención y si no la obtiene te plantea escenarios tratando de entender tu “indiferencia”. Un “eso” que ni siquiera es físico o mental, es una ameba rotativa con tintes filosóficos con características psicóticas. Un “eso” que podría haber sido bueno, si no fuera que él no sirve, y que demuestra constantemente la cobardía y la histeria masculina. Un “eso” que nos hace más fuertes pero qué hay que cortar de una vez.

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El sentimiento de “no pertenencia”

Desde hace aproximadamente dos años vengo trabajando en la identificación de lo que me sucede, y últimamente me he dado cuenta que es más amplio de lo que creía.

No me siento parte de este país, no es porque no lo quiera, sino porque siento que me oprime, me extirpa la felicidad, la tritura y me devuelve los desechos. Parecemos humildes, pero en realidad muchas veces no es humildad, es mediocridad, es falta de ambición, falta de rebeldía para luchar por lo que queremos, para enfrentar lo que consideramos que está mal.

También parecemos solidarios, pero por momentos dudo de su esencia, o si solo es una forma de compensar el karma.

Nos ven como apasionados por el fútbol, y es así, lamentablemente es en lo único, porque en los vínculos interpersonales somos grises, de amor liviano y miedo constante. No sabemos lo que queremos, pero si queremos lo que tenemos en frente lo dejamos de querer, o ya nos da miedo lo que se nos presenta. Deseamos libertad, pero nos atemoriza volar, queremos de ese amor que nos llena el alma, pero no dejamos que nadie se acerque.

No paramos de juzgar, de estigmatizar,de dejar que la burocracia gane, de dejarnos dominar, de lastimar sin conocer, de amar solo a nosotros mismos. Seguramente pase en otros lados del mundo, pero aún no lo he comprobado.

Uruguay, te quiero, pero me ahogas.

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Ser mujer en este tiempo

Estamos tan rodeados de hipocresía respecto a las libertades, la lucha y el crecimiento de la mujer en la región que ya genera una convulsión emocional.

No es sorpresa para ninguna crecer en un ámbito donde siempre esta la mirada “del hombre macho alfa” juzgadora y atento a cada acto que hacemos. El tema es que cada vez somos más conscientes de este hecho y cada vez tenemos menos tolerancia, pasamos de la indiferencia (?) a la acción, de decirnos a nosotras mismas “no le des bola, lo hace porque es un boludo” a decir “por qué tengo que soportar esto? basta!”. Y este es el momento de quiebre, de poner un punto final y empezar a definirnos, no tenes que soportar un jefe acosador / abusivo porque no soporta que una mujer se desenvuelva mejor que él, no tenes que soportar estar en una empresa misógina que solo asciende mujeres por estadística, no tenes que soportar comentarios sobre cómo estas vestida o cómo bailas en un boliche, quiénes son para intentar irrumpir en nuestra energía e intentar quitarnos eso que somos?

No es rebeldía femenina, es más, no me creo feminista, pero llegó un punto donde el pseudo “macho” se cree dueño y señor de todo lo que nos refiere que asquea. 

Mis padres me inculcaron la libertad y la búsqueda de la felicidad como fin esencial, no ser el objeto de alguien con síndrome de inferioridad que necesita intentar destruir lo que tiene enfrente para congraciarse con el resto.

Por ponerme labial rojo no implica que me puedas llamar “trola”, por llevarme bien con los hombres no tenes por qué juzgarme si ni siquiera sabes realmente qué sucede, por vestirme de cierta forma no implica que quiera seducirte, tal vez simplemente me quiero sentir bien conmigo misma, me visto para mi no para vos! Por bailar de cierta forma no te estoy incitando a que me toques, simplemente estoy disfrutando de la música, me puede gustar la música, no?

Por plantear mi forma de pensar sobre una estrategia de venta no implica que quiera pisar la autoridad, sino que soy un ser pensante y que prefiere plantear distintos escenarios. 

Por tomar whisky solo no implica que puedas acotar respecto a que no es una bebida “para mujeres”. 

Por ser simpática o educada, no implica que te tomes la confianza de decirme cualquier cosa. El respeto (más allá de un género) comienza con las pequeñas acciones, seamos más educados y paremos esta involución mental que estamos viviendo.

Nos insultan, nos prepotean, nos usan, nos hieren, nos juzgan, nos inventan historias, nos plantean modelos sociales y físicos, nos degradan, nos matan.

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El bajón como impulso...

Todos pasamos por momentos de bajón anímico, donde nos preguntamos qué nos pasa, cuestionamos nuestro presente y entramos en una espiral que parece sin fin de preguntas sin sentido sobre la vida. Hace unos días pasé por uno de esos bajones, y siempre realizo el mismo método para seguir adelante: me tomo unos días para reflexionar del por qué (no está mal sentirse mal de vez en cuando, llorar y dejar fluir los sentimientos), luego repaso la lista de las cosas que tengo (no hablo de lo material, sino de aquello que me hace sentir afortunada): mis brazos, mis piernas, mi raciocinio, todo aquello que he logrado en estos años, lo que quiero lograr, el amor de mi familia, los amigos que están ahí y que aceptan todas mis demencias, incluso los conocidos... hay tanto amor alrededor! 

Por qué detenerse en aquello que no tenemos o en aquellas personas que no nos quieren? Somos tan afortunados de estar vivos, de respirar, de tener la posibilidad de caernos y levantarnos constantemente, de amar, de sufrir, de sentir! pero por momentos lo olvidamos y nos autoboicoteamos la felicidad intr��nseca que tenemos.

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Psycho yo?? naaa...

Hay canciones que me recuerdan momentos específicos de mi vida. Y escuchando una de ellas, me di cuenta de todos los experimentos sociales que hice. Me asusta un poco pero a su vez me ayuda a creer que estoy un  poco alejada de lo que es la sociabilidad.

A qué me refiero? Personajes y puestas en escena. Patear el tablero y ver la reacción. Que nadie sepa realmente qué pienso y qué quiero.

Por momentos puedo ser la persona más calmada del mundo y explotar cual volcán destruyendo todo a mi paso. Por otros puedo ser quien se asusta de la palabra “sexo” y luego tener la mente más perturbada de todas. La persona que está siempre preocupándose por cómo están todos y alejarse sin motivo a circunstancia de un momento al otro. La que busca al quedado y que cuando la buscan no aparece. La persona punk pero que juega al tenis. El constante juego de los opuestos y del “no está todo dicho”.

Me ayudó a darme cuenta que se crea un molde con un único camino posible. En cambio, prefiero plantearme la multiplicidad de escenarios y esperar a que el destino (o como quieran llamarlo) me guíe un poco. No me quedo con una única posibilidad porque la inmensidad complejidad de la personalidad humana no se conoce enteramente y jamás podemos dar por hecho algo: ni el bueno es tan bueno ni el malo tan malo.

Y ahora debo admitir que al escribirlo así suena un tanto psycho porque me divierte ver las reacciones.

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Quise llenar una hoja de corazones y terminé llenándola de lágrimas al darme cuenta la tristeza que implica intentarlo y que no sea suficiente.

Y vos seguro estás durmiendo, soñando con caballos de madera, mientras yo acá desvelada, sueño despierta con encontrar la respuesta a esto que siento.

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“Quedate en pausa hasta que se te pase”

Cuando te dicen “tené cuidado con lo que deseas que se puede hacer realidad” es verdad, y da miedo, mucho miedo...

He aquí la historia de una persona que de un tiempo a la fecha quería estabilizar su vida, un poco de paz luego de años de caos. De golpe alguien aparece, mira de costado y se dice “por qué no?”.

Lo que nunca vio venir es la paralización emocional que iba a sentir, intentó fluir, pero los pensamientos son más fuertes, y sólo comenzó a cuestionar, y a querer huir. Correr, esconderse, borrar todo lo vinculante y ser la persona que era antes: tan caótica que no tenia tiempo de pensar en sentir, tenía otros problemas.

Tantas inseguridades diversas y complementarias que bailan entorno a todo lo que había logrado, miran y sonríen, estaban esperando a que cayera. 

“Corré antes de que sea tarde” grita toda su humanidad.

“Quedate” expresa en un susurro la poca emocionalidad que queda luego de que el cerebro y la experiencia la golpearan sin piedad.

Y ahora? Cómo se renuncia a algo que supuestamente se quería? Hasta dónde podrá correr? Alguien la seguirá alguna vez? Quiero correr?

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Creando al monstruo del ex

Hace unos días y luego de años, apareció nuevamente para mostrar su forma, bailando frente a mi, exponiendo sus nuevos logros y su nueva vida una ex pareja.

Lo primero que me abordó fue la sorpresa, luego un poco de alegría al ver qué había dejado de ser un vagabundo en búsqueda de que la propia vida le diera respuestas para pasar al enojo: yo había creado lo que estaba viendo.

Recordé el episodio de How I Met Your Mother, donde hablaban que en una relación generalmente uno está arriba y tira del otro para que lo acompañe, la distancia es variable y siempre hay una “guerra” de energías. 

Miles de “debates” (porque no eran discusiones) sobre cómo debería probar cosas nuevas en su vida, dejar aquello que le hacía mal, ampliar su conocimiento, incluso sobre su estética, todo estaba ahí detenido frente a mi como reclamando el copyright.

Y ahí pasé del enojo a la reflexión y de la reflexión a la indiferencia: otra idea más robada... y van Jorge, y van... (frase robada a Echarri)