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#fascismo vulgar
bocadosdefilosofia · 6 months
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«No ignoro, por supuesto, que Dios ha muerto desde que Nietzsche lo dijera: pero creo en las virtudes de un espiritualismo ateo frente a la apatía y a la resignación contemporáneas —algo así como un libertinaje austero para épocas de catástrofe. Tampoco creo en el Hombre y quisiera repetir junto con mis sanos maestros que él está en trance de desaparecer del escenario del pensamiento: pero creo simplemente que sin determinada idea del Hombre, el Estado se apresurará a ceder a los vértigos del fascismo vulgar. No otorgo el menor crédito teórico a lo que los marxistas llaman libertades formales: pero prácticamente, aquí y ahora, no veo cómo negarles el fabuloso poder de instituir y preservar una división de la sociedad, de oponer un dique, por consiguiente, a la tentación bárbara. Vale decir que nos encontramos en la turbadora posición de ya no poder contar, para zanjar una cuestión política, con otra cosa que las herramientas más frágiles e inseguras. Ya es hora, acaso, de escribir tratados de moral. »
Bernard Henry-Lévy: La barbarie con rostro humano. Monte Ávila Editores, C. A., págs. 192. Caracas, 1978.
TGO
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La DECADENCIA de ESTADOS UNIDOS: Datos inquietantes
Estados Unidos representa el terrorismo, invasión y genocidio en el mundo. La "libertad" de EE.UU es la libertad de una minoría que explota y subyuga a la mayoría del pueblo. Miles de estadounidenses están renunciando anualmente a su nacionalidad. No quieren pertenecer a un país terrorista que tiene sus días contados. EEUU: invasiones, retiradas y operaciones fallidas (elperiodico.com). La historia de EE.UU es la historia de invasiones y genocidios. Desde su fundación en 1776, y como primer presidente George Washington (su cohorte y guardia personal estaba integrada por mercenarios suizos), hasta hoy no ha dejado de ser lo que es: un Estado fallido y paria. La pandemia Covid-19 destapó su verdadera naturaleza: creadores del virus en los laboratorios biológicos de Ucrania (Volodomir Zelensky, otra basura terrorista como ellos. Por eso lo apoyan). Pretendieron echarle la culpa a China y la mentira cayó por su propio peso. Fuera de eso se dedicaron a robar mascarillas para los enfermos de Covid-19, como cualquier vulgar pirata. Eso es la "libertad" y "democracia" de ese antro usurpador de territorios y generador de genocidios en el mundo. Todos los presidentes de Estados Unidos han sido criminales y saqueadores de recursos naturales de otros países. Los analistas políticos calculan más de 800 millones de personas asesinadas por ellos. Desde George Washington hasta Joe Biden. Por eso, no quieren pertenecer a la CPI (Corte Penal Internacional), porque todos serían juzgados como criminales de guerra. Sin contar el robo de las reservas de oro de Venezuela, Rusia, China, Irán, Siria, etc. La guerra Rusia-Ucrania (la verdadera guerra es entre EE.UU (OTAN) vs. Rusia. Son una jauría de hienas que siempre atacan en grupo. Actualmente, Rusia es atacada por más de 80 países (cinco de ellos potencias militares y económicas). Siempre lo han hecho. Desde la guerra de Corea, Vietnam, Alemania (IIGM), Afganistán, los Balcanes, Irak, Irán, Sudán, Siria, etc. A pesar de atacar como manadas de lobos, siempre salen derrotados. La mayoría de esas guerras la han provocado como ataque de falsa bandera. Siempre han recurrido a ello. Es la doctrina del capitalismo-fascismo-sionismo. Todas esas guerras tienen un objetivo en común: saquear los recursos naturales de esos países: oro, litio, petróleo, níquel, etc. Rusia es un caso especial. A través de la historia, el imperio y sus lacayos de la UE, la han intentado invadir (más de siete veces, y desde el siglo XIII). Siempre han fracasado. EE.UU es el país con la mayor deuda externa del mundo. Durante años estuvieron imprimiendo dólares con la maquinita de hacer "papeles verdes" para esconder su fracaso económico e inflación galopante con la ayuda del patrón dólar, que lo impusieron para reemplazar al patrón oro. La Guerra "Rusia-Ucrania" destapó todas sus estrategias terroristas y criminales. La creación de un Mundo Multipolar está destruyendo el Mundo Unilateral, que le impusieron al mundo. Ningún imperio sobrevivió sobre la faz de la tierra. Todos cayeron y EE.UU no es la excepción. De hecho, hoy, China es Primera Potencia Mundial.
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just learned that faggot and fascism have the same etymology. what the fuck
The first recorded use of faggot as a pejorative term for gay men was in the 1914 A Vocabulary of Criminal Slang, while the shortened form fag first appeared in 1923 in The Hobo by Nels Anderson.[4]: 301  Its immediate origin is unclear, but it is based on the word for "bundle of sticks", ultimately derived, via Old French, Italian and Vulgar Latin, from Latin fascis.[5][6]
The Italian term fascismo is derived from fascio, meaning 'bundle of sticks', ultimately from the Latin word fasces.[3] This was the name given to political organizations in Italy known as fasci, groups similar to guilds or syndicates. According to Italian fascist dictator Benito Mussolini's own account, the Fasces of Revolutionary Action were founded in Italy in 1915.[20]
(from wikipedia bc im lazy)
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savyflamini-blog · 4 years
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Vagabundo soluciona pandemia mundial
Una modesta proposición a las acertadas acciones del aparato estatal, científico, médico, empresarial, militar, psiquiátrico y demás instituciones, que a través de sus inmaculadas herramientas y misteriosas leyes sólo veladas a personal profesional y capacitado, llevan a cabo la erradicación de una oscura pandemia que asola al mundo. Saben, yo soy un simple vagabundo que ha vivido muchos años de una lejana herencia, esta simple dicha me permitió dedicarme durante decadas a observar el pintorezco comportamiento humano; desde el sutil movimiento de manos del almacenero tomando el vuelto del viejo borracho a la tierna amistad de los rusos y estadounidenses dentro de la estación espacial internacional. De la agobiante espera del docente bulboso sobre la parada del colectivo a las noticias periodísticas de las guerras por el control del estrecho de Ormuz. He visto a tiempo completo el lozano nacimiento de un sueño convertirse en ideología hasta el entumecimiento, puedo decirles con exactitud atómica en qué momento el jazmín ofrecerá al olfato humano su dulce perfume. Muchos creen que tengo más de cien años y otros apenas me dan veinticinco, nadie, a pesar de mis signos, sabe con exactitud mi posición económica, unos me creen acomodado, mas otros, infortunado. Cada vez que me expreso, el gentío construye a mi alrededor un muro de silencio, querido amigo, dicen que es el precio que pagan los creadores, mas que vulgar altanería considerarme tal cosa ¿no es acaso como masturbarse el ego en público? Un acto tan grotesco sólo puede expulsar y acabar resbaladizas superficialidades pronto a caer al suelo. Pero crear, amigo mío, es dejar de escribir poemas de amor con la enciclopedia de palabras en la mano ¿El amor? Ese es otro cantar... Ya basta de hablar de mí mismo, yo, yo, yo, hoy, frente a un catastrófico asunto colectivo todo el gentío retuerce la cuerda del yo-yo pretendiendo quedar cerca del pulgar de quien mueve los hilos; artistas cantando a la esperanza, intelectuales hablando sobre Napoleón y los ochenta kilómetros a Moscú, médicos en televisión postulando discursos higiénicos del siglo XVIII, burocrátas de oficinas haciendo el pavo en los balcones, militantes políticos preguntándose con que zapatos se vistió el presidente y si puede prosternarse a besarlos. Pero quien, verdaderamente le ha puesto cara a dicho problema y está oculto en un rincón donde las cámaras televisivas no llegan. Sencillo, la eterna cucaracha que ni los meteoritos, ni las bombas atómicas, ni el genocida silencio de la clase media ha podido matar jamás, su sólo nombrar causa nauseas: el negro de mierda, el drogadicto, el inmigrante, el indio sucio, la puta, el travesaño, el puto, el enfermito mental, el pobre, el villero, la mujer, el hombre loco, el viejo loco, los viejos soretes, las viejas y sus sucias pretensiones de vivir con dignidad. Saben, yo comence diciendo que tenía una modesta proposición, y ahora que lo recuerdo, es un hermoso e ilustrativo título de un brevísimo ensayo de un grandísimo sublime e inmenso escritor, olvidado por todos los idiotas que se dedican a las letras, él ha sido muchos de esos epítetos, a saber; pobre, inmigrante, hombre loco, viejo loco y algunas pestilentes lenguas dicen que puto. él era Jonathan Swift y en 1730 soluciona de modo brillante un problema que aquejaba a los campesinos irlandeses, que se encontraban en la espantosa situación entre darle de comer a sus hijos o pagar el alquiler de sus tierras. Su modesta proposición ante el problema de que los campesinos amaran mucho, por ende crearan mucho, podrían a modo de pago entregar a sus hijos para que los terratenientes se los coman, los campesinos tenían una boca menos que alimentar y los terratenientes comían rosados cuerpecitos humanos. Fin del problema, ¡Elegante y sencilla elocuencia! ¿Por qué no nos comemos a los pobres? ¿Por qué no devoramos al desempleado, pero ojo, cuidándonos, no saliendo de casa, llamando a un mister-glovo que todo lo puede desde esquivar balazos a inmunidad de virus y bacterias. Que alegre fiesta estoy contemplando, todos juntos en un festín, con saluditos de codo y a distancia prudencial, devorando al indio tehuelche y de paso violando y degollando alguna mujerzuela. ¿Cómo carajos puede continuar impasible, imperturbable, el pueblo frente a tamaño genocidio? ¿Cómo puede el docente de guardapolvo blanco jugar a la continuidad pedagógica por whatsapp con chicos que encuentran amor, paz y contención y libertad sólo en la escuela porque en sus casas lo muelen a golpes, algún director asesoró por lo menos, a esos niños con un teléfono contra la violencia familiar? ¡Que hipocresía, que mundo de mierda! Nosotros aquí, solucionando individual y pasivamente problemas de carácter colectivo, mientras el motor no se detiene, nunca se detiene, nunca se detuvo. El desempleo avanza,  Las deforestaciones avanzan, las venenosas fumigaciones avanzan, la trata de blanca avanza, la xenofobia avanza, el fascismo avanza,  la dictadura del capital se impone, y el desierto...  "el desierto avanza... ". Nosotros, toditos, quietos. No, que no me dejen mentir, estar quietos y verdaderamente quietos sería un acto heroico, pero ya estamos manoteando el tablero con los guantes de latex para seguir reordenando y salvando otra vez el viejo mundo, ahorita un poquito más viejo, más en retroceso. Había otro loco, muy loco y de lenguaje hermético, un francés, un tal Deleuze, él decía “El objetivo último de la literatura es poner de manifiesto en el delirio de la  creación, un estado de salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por ese pueblo que falta”. Pero yo, amigo y amiga mía estoy ya muy cansado de escribir, he dejado ya todo el líquido de mis articulaciones por ese pueblo que falta, que esta ausente. He fantaseado con el ser y la muerte, me he dejado seducir hasta en lo más pornográfico y degenerado en la busqueda del ser y de esa muerte a través del lenguaje, hoy veo muy claro que la verdad no está en el intelecto, en continuar jugando hasta irritarme los sesos por esa jugada que ponga en jaque al rey, sino que eternamente y siempre estuvo en el sensato y fácil acto de patear el tablero y crear un mundo nuevo. Los saluda amablemente, un simple vagabundo.
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theoszczepanski · 6 years
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Essa é uma questão global e não se trata da Direita, mas de Extrema Direita ou simplesmente Fascismo (1) (2). Tal crescimento não se dá abruptamente e nem é espontâneo, não surge da população como expressão legítima de um povo. É uma Não-Ideologia imposta a partir de cima, baseada no estímulo e apropriação de ansiedades, medos e outros afetos, traduzindo tais valores em motivos superficiais de “união” contra um “inimigo” - tal inimigo pode ser o imigrante, o judeu, o comunismo, o homossexual, o PT, a “corrupção” ou pessoas ruivas, tanto faz. A questão é que o Fascismo por si só é oco, é um conjunto de slogans e práticas violentas em diferentes níveis sem qualquer fundamentação, é um método de choque utilizado por uma elite - portanto, uma prática imposta de cima para baixo.
Para haver a aplicação de tal choque, é necessário haver um ambiente propício para tal: um período de crise, uma população despolitizada, um conjunto de instituições que compactuem com tal movimento, uma descrença na representação política. Note que o nível de escolaridade é irrelevante, o importante é o indivíduo ser despolitizado e com um grau de empatia baixo o bastante para abraçar a idéia de que há semelhantes com menor valor - e as diretrizes para tal valor são determinadas pela narrativa fascista. É preciso abdicar da própria condição humana para fazer parte desse clube.
Em relação ao momento atual no Brasil, especificamente no caso dessas eleições, o ambiente para o avanço fascista vem sendo construído há um bom tempo. O Antipetismo existe desde a fundação do PT, mas o uso mais agudo de tal ferramenta - o Antipetismo como “pauta moralizante” - se dá na recusa do PSDB, sob comando do histérico Aécio Neves, em aceitar a vitória de Dilma Rousseff nas urnas, aliada à Operação Farsa a Jato como mascote de um mítico “Combate à Corrupção”. Por outro lado, alguém que jamais deveria ocupar qualquer função de responsabilidade, como é o caso do Brochonaro, vem sendo mantido em evidência e avançando na vida pública sem qualquer sanção ou reprimenda, fora algumas tímidas multas. Ele não avança apesar das barbaridades que fala, faz e defende, mas justamente por causa delas. Isso se dá porque os mecanismos de defesa do bom senso, da civilidade e da democracia, como o Judiciário e a Imprensa, têm sido omissos ou condescendentes na defesa de tais valores, ou, pior, têm atuado francamente em favor do Fascismo.
Aécio e Bogonazo vêm sendo tratados como meninos mimados, sem arcar com consequências, por cumprirem a função de dar rosto e voz na instrumentalização do delírio coletivo, uma operação fundamental no uso do Fascismo. O mesmo vale para o pseudojuiz Sérgio Mongo em relação à Farsa Jato. São figuras irrelevantes e descartáveis, momentaneamente necessárias para esse breve período de catártico culto à personalidade. Quem banca isso? Os mesmos de sempre (1) (2).
A aceitação por parte da população de personagens absurdos fazendo declarações ainda mais absurdas, se dá pela normalização de tais absurdos, pela banalização de afirmações e posturas que jamais seriam aceitas em condições normais de pressão e temperatura das consciências. É preciso alterar tais condições artificialmente e as ferramentas para tal são as já citadas Imprensa e Judiciário, além de figuras e organizações políticas e religiosas. Tal contaminação vem sendo estimulada em nível não institucional por outros meios, de comediantes a outros agentes de entretenimento e “formadores de opinião”, atingindo todos os níveis de relação interpessoal, com amplo uso do Whatsapp e afins . Não é recente o esforço coordenado em banalizar, de modo bastante pedestre e frequentemente vulgar, pautas como a folclórica “meritocracia”, a desvalorização moralizante de qualquer reivindicação legítima (mulheres, pretos, gays, pessoas com deficíência, pessoas com baixa renda, periféricos), a falsa equivalência entre Politicamente Correto e Censura, afirmações como “a luta de classes não existe”, o ataque “moralizador” às artes, à academia, etc. É esse esforço coordenado que em parte explica o surgimento do “pobre de direita”, do gay anti-LGBT, da mulher anti-feminista, do piedoso cristão que defende tortura.
O quadro atual é agravado pela incapacidade do Brasil em estabelecer um marco civilizatório, uma resolução moral em relação ao período da Ditadura. Há franca sabotagem na abordagem do tema, em todos os níveis da sociedade, o que torna o problema uma ferida sempre aberta que está infeccionando novamente. É essa característica da formação do país que favorece uma seara purulenta que permite o estabelecimento de Bongonazo, do general Mongão e congêneres como fantoches atuantes na política. Se não houvesse tal componente, as figuras escolhidas poderiam ser um pastor, um “empresário outsider”, um oficial da PM ou qualquer outra caricatura - e tais caricaturas têm assumido diversos postos de representação “democrática”, portanto há uma longa fila de pretendentes à função de hospedeiros da histeria demagógica.
O problema que compartilhamos com nossos compatriotas que sucumbiram à insensatez é que, uma vez iniciado, o processo de fascistização não tem resultados previsíveis. Cidadãos comuns, partidos e demais organizações que bancaram tal aposta já estão sendo vítimas e isso tende a piorar. O PSDB está se autodestruindo e perdeu o lugar para uma Extrema Direita muito mais descontrolada, volátil e ignorante. A Globo dá sinais de que talvez tenha ido longe demais, embora eu não coloque minhas fichas em qualquer expectativa de uma aceno ético por parte de uma organização que sempre sabotou o país.
Não é possível manter o controle do mecanismo Fascista por muito tempo e seus agentes tendem a um processo autofágico, porque o Fascismo, essencialmente irracional, não tem nenhum compromisso programático e nem qualquer ética. A competição interna nesse sistema é para ver quem é mais demagogo, por isso proliferam os slogans vazios, “Brasil acima de tudo”, “Deus e Família”, “Contra a Corrupção”, mas por trás desse entulho tem algo semelhante ao plano de governo do Abjetonaro: um trabalho pré-escolar sem qualquer conteúdo, longe de ser sequer medíocre. Nada disso significa que o Fascismo vai se destruir sozinho, pois suas disputas internas podem manter o regime renovando suas lideranças ou simplesmente mantendo lideranças que se sobressaiam nos quesitos demagogia e violência - e, acima de tudo, se corresponder aos interesses da elite econômica.
Não creio no bom selvagem, em uma bondade original de fábrica do ser humano, boa parte dos eleitores que abraçaram o antipetismo e o bozonarismo o fazem simplesmente por serem canalhas. As pessoas têm diferentes formações e vivências, muitos mudam com o decorrer do tempo, mas nesse momento não haverá um antídoto mágico para canalhice e hipocrisia. É possível que haja uma parcela dessas pessoas que, por desinformação, desencanto e despolitização, esteja genuinamente agindo com boas intenções. Tanto os canalhas quanto essas pessoas iludidas são vítimas e agentes de mais sofrimento para todos. A diferença é o grau de comprometimento com essa marcha escatológica e o capital humano delas que possa ser resgatado até o dia 28.
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orvandil-blog · 4 years
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Padres que enganam e que contribuem que contribuem com o fascismo e seu filho predileto o fundamentalismo vulgar, mesmo sem o saber,  por sua arrogância e opção preferencial pelos ricos e os seus negócios. Este é caso do padre espetáculo Reginaldo Mazotti e seu exibicionismo usando o povo como moeda de troca na obtenção de dinheiro público para suas rádios. Veja abaixo a lista de temas que podem ser aproveitados e compartilhados: http://cartasprofeticas.org/o-padre-reginaldo-manzotti-se-esforca-para-gastar-o-que-lhe-resta-de-juventude-colaborando-com-o-fascismo-na-ilusao-do-povo/
 - Chimarrão Profético com o Prof. José Glauber Lemos Diniz: “A Bíblia da Mulher: discurso e prática entre fieis pentecostais e neopentecostais”.
– Chimarrão Profético com o Psicólogo Me. Paulo Veras: “O drama da Síndrome de Burnout e a psicologia do fascismo”.
– Chimarrão Profético com o Jornalista Daniel Pearl Bezerra: “Blogs sujos e mídia alternativa da resistência”.
– O maluco de plantão na presidência falou em mandar um jipe, um soldado e um cabo para depredar o STF.
– Chimarrão Profético com o Professor Jussaty Luciano Cordeiro Junior: “a guerra de canudos e a República brasileira: o olhar humilhante da elite e a resistência popular”.
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blogdobenedito · 4 years
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Democratas antifascistas? A direita prepara a sua volta (agora sem intermediário)
“sem fé em si própria, sem fé no povo, resmungando contra os de cima, tremendo perante os de baixo, egoísta para com os dois lados e consciente do seu egoísmo, revolucionária contra os conservadores, conservadora contra os revolucionários, desconfiando das suas próprias palavras de ordem, com frases em vez de ideias, intimidada pela tempestade mundial, explorando a tempestade mundial — energia em nenhuma direção, plágio em todas as direções, vulgar, porque não era original, original na vulgaridade — traficando com os seus próprios desejos, sem iniciativa, sem fé em si própria, sem fé no povo, sem vocação histórica universal — um velho amaldiçoado que se viu condenado a dirigir e a desviar no seu próprio interesse senil os primeiros arroubos juvenis de um povo robusto — sem olhos, sem ouvidos, sem dentes, sem nada,assim se encontrava a burguesia prussiana depois da revolução de Março ao leme do Estado prussiano.” Karl Marx, A Burguesia e a Contra-Revolução.
Completando uma frase de Hegel, Marx afirmou que a história não apenas se repete, mas o faz uma vez como tragédia e outra como farsa. Mas, evidentemente, a história não se repete apenas uma vez. E, nestas repetições, a comédia se adiciona à farsa e à tragédia. O Brasil contemporâneo é um caso típico deste fenômeno. Consideradas as diferenças de cada época, a burguesia brasileira apresenta as mesmas qualidades da sua congênere prussiana, inigualavelmente descrita por Marx.
A tragédia brasileira consiste na atroz exploração à qual o seu povo é submetido que, mais uma vez, a burguesia certamente conseguirá aprofundar por meio da farsa que consiste em uma oportunista “oposição” a um governo, agora em crise, que ela mesma instalou. O elemento de comédia fica por conta de Jair Bolsonaro e seus alucinados seguidores. É evidente que esses elementos de tragédia, de farsa e de comédia são indissociáveis. No Brasil atual, eles são protagonizados pelo fascismo. Por isto, é interessante rememorarmos algumas características desta doutrina para destacar as particularidades do caso brasileiro. E a partir disto procurar entender a falta de originalidade da tragicômica farsa agora em curso.
A base social do fascismo é composta por indivíduos que possuem uma profunda aversão aos valores da Modernidade. A partir desta característica comum, porém, a base social do fascismo apresenta uma ampla diversidade em função do seu contexto histórico. Na sua forma “clássica”, como ele se manifestou na Itália de Mussolini, na Alemanha de Hitler ou, mais recentemente, como é protagonizado na França pelo clã Le Pen, o fascismo se caracteriza por um discurso populista com forte penetração nas classes populares. Tal não ocorre com o fascismo ultraliberal, do qual o governo de Jair Bolsonaro e Paulo Guedes é um representante dos mais característicos. Sem uma base popular, os apoiadores mais alucinados do fascismo no Brasil se constituem em uma minoria composta especialmente pela pequena burguesia, pela burguesia agrária e por outras frações da burguesia cujos negócios são voltados ao mercado interno.
No entanto, jamais na história o fascismo chegou ao governo a partir das suas próprias forças. Ascendendo politicamente em momentos de desmoralização do sistema político burguês, provocada por profundas crises do capitalismo, o fascismo se constitui no último recurso da burguesia para afastar a esquerda do governo e, assim, dar curso a um brutal aprofundamento da exploração dos trabalhadores, o qual é considerado (equivocadamente) pela burguesia como uma condição incontornável para a superação da crise.
No caso brasileiro este fenômeno é grotesco. O primeiro passo foi o golpe de Estado contra a presidente Dilma Roussef. Após vários anos sendo investigada sem que se encontrasse qualquer prova de corrupção, a outrora valente opositora da ditadura militar teve seu mandato cassado por um Congresso considerado como um dos mais corruptos da história do país. A este acontecimento abominável seguiu-se a condenação e a prisão de Luís Inácio Lula da Silva, que folgadamente ocupava o primeiro lugar nas pesquisas eleitorais para a presidência. Também desta vez, a condenação ocorreu sem prova alguma, o que foi admitido até pelos seus algozes. Mas a falta de provas tinha uma justificativa que pode ser sinteticamente descrita como: “todos os políticos são corruptos; Dilma Roussef e Lula são políticos; portanto, são corruptos”. Considerando o grau de putrefação da democracia burguesa (ou seja, a que serve para administrar os conflitos sociais preservando os interesses das classes dominantes), tal raciocínio parece incontestável. Mas, evidentemente, ele é um sofisma. É absurdo utilizá-lo como prova no julgamento de um indivíduo. Mas a campanha protagonizada pela burguesia, especialmente por meio da mídia, foi tão insistente, que a falácia acabou se tornando um aceitável silogismo, neutralizando os confusos e hesitantes argumentos da esquerda que procurava denunciá-la.
A operação, porém, funcionou bem demais. O sofisma se voltou contra os sofistas. Quando os políticos burgueses falavam que todos os políticos eram corruptos, para o povo era evidente que eles falavam sobretudo deles mesmos. Além disto, o massacre a que foram submetidas as classes populares no governo de Michel Temer, por meio da reforma trabalhista, dos recordes de desemprego, da destruição ambiental e do número crescente de assassinatos de camponeses e de outros componentes da população pobre (especialmente os negros), tudo isto (e muito mais) alegremente apoiado pelos partidos burgueses, pouco ajudou a amenizar a imagem dos políticos. O resultado é que representante algum da burguesia tinha a mínima chance de se eleger presidente. A ameaça da esquerda espreitava novamente, e, pior, com um candidato do mesmo partido de Lula, então preso.
Foi aí que surgiu Jair Messias Bolsonaro. Deputado medíocre, mas visceral e furiosamente fascista, Bolsonaro ao longo de trinta anos conseguiu arrebanhar uma turba de recalcados saudosistas dos tempos da ditadura e outros fracassados. Este eleitorado deu visibilidade a sua candidatura. E ao se aliar a Paulo Guedes, um ultraliberal que representa o que há de pior no pensamento econômico conservador, passou a receber um incondicional apoio da burguesia. Com um decisivo apoio dos grandes meios de comunicação, são então organizadas diversas manifestações, com reivindicações as mais estapafúrdias, dentre a volta da ditadura militar, o direito de se armar e ameaças de morte aos petistas. E para fomentar esses movimentos, foi montado, por meio das redes sociais, um extraordinário esquema de promoção da ignorância e do obscurantismo, típicos do fascismo. Diante desta avalanche de mentiras, a esquerda ficou paralisada pelo seu próprio irracionalismo pós-moderno, que a impediu de realizar qualquer análise objetiva da situação. Assim, em vez de visar as classes populares, que compõem a maioria dos eleitores, a campanha do insosso defensor da democracia burguesa, Fernando Haddad, secundado pela comunista pós-moderna Manoela D’Ávila, se voltou confusamente para a igualmente confusa (e predominantemente reacionária) classe média brasileira, chegando até a adotar as cores verde e amarela, um dos símbolos do patriotismo fascista de Bolsonaro. Deu no que deu.
Há, porém, outra notável regularidade no fascismo. Ele é uma besta incontrolável. E chega um ponto em que a própria burguesia não o suporta mais. Por exemplo, após estarem entre os principais financiadores da ascensão do nazismo, grandes multinacionais norte-americanas (como a Ford) acabaram por se juntar ao esforço de guerra contra os regimes do Eixo. No caso brasileiro, com um energúmeno como Bolsonaro esta coalizão da burguesia contra o seu governo era obviamente apenas uma questão de tempo. E isto apesar da aliança inabalável de Bolsonaro com o ultraliberal Paulo Guedes lhe assegurar um sólido apoio da burguesia. Uma das razões deste apoio (agora bastante relativo) é que uma eventual queda de Bolsonaro pode ter consequências imprevisíveis em relação ao “plano de reformas” dos capitalistas. Diante de tal impasse, a burguesia prepara-se para voltar ao governo sem a intermediação do fascismo, passando a considerá-lo “insuportável”. Com grande parte da esquerda apoiando-a, alegremente.
Desgastada a bandeira da corrupção, foi preciso elaborar outro discurso. O fascismo de Bolsonaro, neste ponto, facilitou bastante as coisas. Diante da visceral ideologia anti-moderna dos fascistas, que no Brasil assume características doentias, a defesa da democracia vem se destacando como um tema capaz de aglutinar forças políticas as mais díspares, desde os “democratas” (sic!) do Dem de Rodrigo Maia até os “socialistas” do PSol de Guilherme Boulos e uma larga fração do PT, passando pelos “trabalhistas” do PDT de Ciro Gomes e muitas outras formações políticas. Há certa euforia no ar. Parece que, finalmente, todos estão entendendo quem é Bolsonaro e o que ele representa. Mais ainda, todos estão se tornando fervorosos democratas antifascistas.
Sou velho, e razoavelmente observador. Já vi este filme. Ele passou na década de 1980 e tinha como título “Diretas Já”. Um filme triste, daqueles em que o mocinho e a mocinha morrem no fim e os bandidos triunfam. No final dos anos 1970, a ditadura militar encontrava-se totalmente desgastada. Os anos de arrocho salarial, de repressão política e, principalmente, a total incapacidade dos militares em enfrentar a crescente deterioração da situação econômica, entre outros fatores, tornaram a ditadura militar insustentável. A ascensão do general João Figueiredo à presidência não ajudou. Com uma refinada cultura cavalar, o presidente-general nos brindava com frases como “mulher é que nem cavalo, agente só conhece depois que monta” ou “prefiro cheiro de cavalo a cheiro de povo”.
Foi então que surgiu a campanha pelas “Diretas Já”, logo encampada pela direita que, por meio de uma eleição indireta devidamente acordada com os militares, emplacou como presidente José Sarney, um outrora fiel servidor da ditadura, empossado após a morte de Tancredo Neves. Este, aliás, antes de entrar para o MDB, foi um dos fundadores do Partido Popular, que era integrado, inclusive, por antigos apoiadores da ditadura militar. O resultado é que os militares nunca foram julgados por seus crimes, as reformas econômicas reivindicadas na campanha (especialmente a reforma agrária) nunca foram realizadas e o país caiu em um marasmo econômico que tornou os anos 1980 conhecidos como a “década perdida” do desenvolvimento brasileiro.
Agora a história se repete com elementos mais picantes de comédia, mas anunciando uma tragédia maior. E com uma farsa ainda mais infame. Esta farsa consiste na burguesia proclamar-se democrática e, pasmem, antifascista. Os mesmos que protagonizaram o golpe contra Dilma e a prisão de Lula, tornam-se agora fervorosos democratas, denunciando com veemência as atitudes fascistas do nosso capitão reformado e seus enlouquecidos seguidores. Este, por sua vez, contribuí decisivamente para alimentar esse discurso. Diante da terrível epidemia que assola o país, Bolsonaro, em total desprezo pela vida da população, mobiliza um inacreditável arsenal de insanidades na defesa dos interesses imediatos dos capitalistas que (ainda) o apoiam. Atrapalhando ao máximo o combate a epidemia por meio de medidas e atitudes que vão desde a pura e simples negação da sua existência até a sonegação de informações e a retenção dos parcos recursos destinados a população mais pobre, o governo Bolsonaro procura a todo custo terminar com o isolamento social para manter os lucros dos capitalistas.
Diante de tal descalabro, todos estão se tornando democratas antifascistas. Mas que assumem a defesa de uma democracia que nada fala, por exemplo, dos direitos trabalhistas perdidos, da precarização das aposentadorias e do crescimento do desemprego. E um “ataque” ao fascismo que limita-se a defender as instituições da democracia burguesa, que excluem qualquer forma de participação direta da população. Ao contrário, toda esta grande operação de “defesa da democracia contra o fascismo” orquestrada pela burguesia sob os aplausos da esquerda tem como principal objetivo manipular o povo para evitar a rejeição de um representante, desta mesma burguesia, mais confiável do que o bestialmente incontrolável Jair Bolsonaro.
No entanto, há décadas que está claro que Jair Bolsonaro é fascista. A luta contra o fascismo, portanto, deveria ter sido desencadeada já no momento da sua candidatura à presidência. Jair Bolsonaro, seus rebentos e seguidores assumem claramente seu projeto de instalar no país um governo de direita de extremo conservadorismo. Mas o fascismo é algo tão repugnante que mesmo Bolsonaro o nega. Mas as evidências do fascismo bolsonarista são tão óbvias que vários juízes que o apoiaram durante a campanha a presidência proibiram o debate público sobre o fascismo nas Universidades (alegando que isto seria fazer campanha eleitoral em uma instituição pública!). Este era um ponto sensível na fortíssima muralha ideológica do bolsonarismo, a qual apresenta uma extraordinária resistência a argumentos racionais, para não falar da sua total impermeabilidade aos apelos à paz e a moralidade. A bandeira antifascista poderia ser o elemento fundante de uma ampla oposição a Bolsonaro. Ela certamente permitiria à esquerda superar a sua posição defensiva e passar a enfrentar ativamente o ultraliberalismo, denunciando-o como o principal motivo da sustentação da burguesia ao asqueroso fascismo bolsonarista.
O problema, porém, é que o irracionalismo também prevalece no pensamento de esquerda. Embora de maneira confusa e contraditória, esta também “rejeita” a Modernidade. Esta esquerda “pós-moderna”, assim como o fascismo, repudia a razão como base para o entendimento da sociedade, o que a leva a negligenciar a importância crucial para a compreensão da dinâmica social a polaridade entre os interesses de classe dos trabalhadores e dos capitalistas. Assim, abandonando a racionalidade, negando a luta de classes, recusando-se a analisar objetivamente a sociedade, o pensamento de esquerda é dominado pela subjetividade, considerando as representações imaginárias e simbólicas como os principais determinantes da dinâmica social, o que, aliás, a impede até de compreender os processos sociais que geram o fascismo. Disto resulta a centralidade por ela acordada a reivindicação de direitos no interior do capitalismo, em detrimento de um projeto social alternativo, que a sua irracionalidade a torna incapaz de conceber. A diferença com o fascismo é apenas o tipo de imaginário. Para a esquerda pós-moderna o seu imaginário é o de uma sociedade democrática, que a todos assegura direitos, paz e harmonia; para os fascistas é o de uma sociedade ditatorial, onde reina a violência e a dominação. Ambos, porém, convergem em sua recusa de reconhecer a realidade que o capitalismo nos impõe, o que os torna, de acordo com as circunstâncias, oportunisticamente funcionais para a direita. Esta, sentindo os ventos da mudança, muda a sua postura. Como na campanha pelas “Diretas Já”, para a burguesia agora é hora de defender o imaginário pós-moderno, sob os aplausos entusiastas da esquerda e, assim, dispensando o seu incômodo intermediário, preparar a sua volta ao governo.
(escrito em 10/06/2020)
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kublx · 7 years
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Ingobernables: Cuando los punks son más liberales que libertarios
“Mientras miles de males mundiales nos siguen asfixiando, ¿en qué puede ayudar a curar el hambre, el dolor, la guerra; esa falsa pose de estrella de rock, subterránea o comercial? Lo que necesitamos es calidad humana.”
Vivimos un mundo de crisis, un mundo decadente y en constante picada. Es el diecisieteavo año del siglo 21 y esta cosa que en todos lados oímos mentar como “neoliberalismo” ha hecho un extenso nido, echado fuertes raíces y goza inamovible como rechoncho hedonista Cirenaico, todo a través de poderosísimos y maquiavélicos aparatos de legitimación, expansión rampante y coptación de todo cuanto se le ponga en frente. 
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Esta cosa del neoliberalismo es una entidad compleja de distintos caracteres, económicos, políticos y sociales que si bien surgió en el periodo de entreguerras producto de una mancuerna de intelectuales occidentales transatlánticos de élite preocupados por las amenazas que el fascismo y el comunismo representaban a sus intereses, alcanzó la esfera política a nivel global por ahí de los 80 y desde entonces ha constituido una doctrina hegemónica que, queramos o no, gobierna nuestras desafortunadas vidas.
Definirlo con precisión es una tarea compleja (que atañe a personas serias y realmente calificadas, no como yo) dada su propia complejidad, multiples atributos, su carácter cambiante y su continuidad en el presente como un proceso o manifestación del capitalismo; sin embargo, en base a esto hay que tomar en cuenta que el neoliberalismo conserva y exacerba el espíritu del capitalismo como concepto de orden superior y toma de la tradición liberal, como lo sugiere la etimología, sus más importantes pilares entre los cuales destaca el individualismo.
Inicialmente las ideas liberales en su más primordial concepción empotrada en la filosofía política, abogaban por la libertad y la igualdad, nociones que a finales de los 1700 se manifestaron en movimientos como al Revolución Francesa y derivados de esta en el mundo occidental. Sin embargo, poco después, a algunos hombrecitos les pareció divertido generar toda una teoría económica fundamentada en la libertad de mercado, la propiedad privada y una supuesta igualdad de los individuos de participar en dicho mercado. Así, el individuo se va convirtiendo en la principal figura moral y base normativa cuyo ejercicio de sus libertades económicas pasa por encima del Estado (y más adelante se sirve de éste), pero además pasa por encima de la entidad colectiva y social.
Así, y con la síntesis más vulgar y pinche que se me pudo ocurrir, la persona oprimida por la tiranía medieval finalmente rompe las cadenas y pasa a ser un individuo libre, libre de hacer lo que le de su puta gana en provecho de sí mismo y de absolutamente nadie más, convencido cada vez más y de manera sistemática que la colectividad es un concepto en segundo lugar de importancia cuyo momento vendrá (algún muy, muy lejano día) sólo después de satisfacer sus deseos individuales de consumo y acumulación constante y sin restricciones, la cual parece ser insaciable. El concepto de igualdad pareciera pasar a ser una sugerencia que conflictuaría con el beneficio individual.
Es esta la consigna del sector privado, la clase empresarial irrestricta, la maquinaria del libre mercado, los gigantes financieros globales, el crimen organizado, las mafias político-empresariales reformistas y un sin número más de entidades malévolas, irresponsables y sin escrúpulos.
El punk, al menos como lo concibo en la actualidad en algunos sectores específicos, responde al espíritu individualista neoliberal del capitalismo; ha sido coptado por el sistema, no solamente en la forma de comercializar chamarras de cuero con estoperoles y playeras de Eskorbuto, sino en el total abandono de su carácter contestatario y subversivo, el abandono de la crítica y autocrítica como herramienta de construcción y mejoramiento tanto personal como colectivo. Más aún, el industrioso y ventajoso uso de la libertad individual para justificar comportamientos emocional y socialmente dañinos; el también mañoso uso de la cultura P.C. para adquirir el estátus de individuo intocable y por ende con plena facultad de actuar sin ninguna responsabilidad sobre las decisiones que toma. Finalmente este malabar “ideológico” pretendiera desprenderse elegantemente de esto: de la tan necesaria responsabilidad que plantea Sartre en el pleno goce de la verdadera libertad. 
Por tal motivo algunos punks me parecen mucho más emparentados y fieles a las catastróficas y egoístas políticas del neoliberalismo, a la hoy infame “alt-right”  y al irracional y terriblemente llamado “anarcocapitalismo”; que al anarcosindicalismo ibérico, al Territorio Libre de Makhnovia o a los movimientos de liberación indigena en Latinoamérica.
Del noble y aguerrido sueño de reclamar la vida que nos deben, de construir una mejor alternativa de vida digna y verdaderamente libre fuera de una hegemonía opresora y desmotivante, del trabajo colectivo y el apoyo mutuo en pro del bien común y la felicidad, el “punk” ha pasado a sostener indefinidamente el berrinche adolescente para que el individuo egoísta obtenga lo que quiere como un infantil gesto de rebeldía, los complejos provocados por el bullying en la secundaria (el cual se replica majestuosamente), el creer tener la razón todo el tiempo y el quietismo causado por la satisfacción egoísta a partir de una fama bastante insignificante.
Ver una escena fragmentada y cada vez más motivada por el individualismo y la intransigencia me hace preguntarme finalmente si es que ese noble sueño alguna vez existió o si simplemente el punk funge y siempre fungió como un intrascendente espacio de fiesta y esparcimiento para los inconformes y es realmente un sitio en el cual la crítica, la razón, el mejoramiento y las ansias de transformar la realidad nunca tuvieron lugar.
Cada día entiendo más a los ingobernables, supuestos anarquistas, supuestos oprimidos y supuestos progresistas ideológicos como los perfectos egoístas que harán lo que sea por conseguir lo que quieren en especial si ello implica pisotear a los demás y aprovecharse del trabajo y esfuerzo ajeno, todo ello sin consecuencia alguna, sin responder ni responsabilizarse por sus acciones, cómodamente apostados detrás de almenas que otorgan plena facultad de intocables y de seres superiores libres del tan humano, comprensible y perdonable error.
Con mis mediocres estudios sobre el cambio climático, sus causas y efectos ecológicos, sociales, económicos y políticos, veo cada vez con más claridad el rostro de esta gigantesca y espectral quimera, este zeitgeist silencioso del fin del mundo que grita: “¡sálvese quien pueda!”; la pulsión de supervivencia individual que propulsa al desesperado hombre robusto y saludable a pisotear a la desvalida madre que carga con su hijo en la estampida humana que escapa del Armageddon, que motiva a los hedonistas del cataclismo a sentarse tranquilamente en diván de terciopelo a esperar el fin, consumiendo todo cuanto queda con glotona alevosía para la satisfacción de los placeres mundanos mediante el exceso; una similar idea que fundamenta el obsceno estilo de vida del narcotraficante quién conoce perfectamente su prematuro y espantoso final. Así pues, pasa con desesperante lentitud ésta quimera con cínica sonrisa dejando con su fantasmal aura una persistente y penetrante tristeza en el mundo.
“Cada quién”
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minarquia · 7 years
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Credo de un reaccionario, por Mises Hispano.
I
No tengo reparo alguno en proclamar que soy un reaccionario. Siento un profundo orgullo por ello. No encuentro mayor virtud en mirar anhelante hacia un futuro desconocido, que en rememorar con nostalgia los valores conocidos y acreditados de tiempos pasados.
El término reaccionario, tal como yo lo entiendo, no pretende hacer referencia a un conjunto de ideas definido e inmutable. Representa una actitud mental. Como reaccionario, siento desagrado y me opongo a la mentalidad y modas de la época en la que me veo obligado a vivir, y deseo ver restaurado el espíritu que tuvo su más extraordinaria encarnación en períodos pretéritos. El hecho de que el término «reaccionario» se aplique como epíteto de fascista u otras marcas del catálogo del hombre moderno, hacia quienes un verdadero reaccionario sólo siente desprecio, no es asunto mío.
Como reaccionario honesto, rechazo en esencia el nazismo, el fascismo, el comunismo y todas las demás ideologías relacionadas que son, en verdad, la reductio ad absurdum de las denominadas democracia y poder de la multitud. Me aparto de disparatadas suposiciones como el gobierno de la mayoría y el «hocus pocus» parlamentario; del falso liberalismo materialista de la Escuela de Manchester y del también falso conservadurismo de los grandes banqueros e industriales. Aborrezco el centralismo y la uniformidad de la vida en manada, el estúpido y vulgar espíritu del racismo, y el capitalismo privado tanto como el capitalismo de estado (socialismo) que tanto han contribuido a la ruina paulatina de nuestra civilización en los últimos dos siglos. El reaccionario auténtico, en nuestros días, es un rebelde en contra de los dogmas dominantes y un «radical», por su empeño en llegar hasta la raíz de las cosas.
Yo, personalmente, soy un reaccionario de la fe cristiana tradicional, con un punto de vista liberal, y propensión hacia lo rural. Aun cuando tantos a mi alrededor rinden culto a lo «nuevo», yo respeto los usos e instituciones que se han desarrollado orgánicamente a lo largo de amplios espacios de tiempo. Los períodos que precedieron a las dos grandes tormentas —la Edad Media y el Renacimiento, que acabaron con la Reforma; y el siglo XVIII, que terminó con la Revolución francesa— son ricos en formas e ideas de importancia imperecedera. La universalidad de un Nicolás de Cusa o de un Alberto Magno, la gloria de la Catedral de Chartres o el Barroco austríaco, la inspiración de figuras como María Teresa, Pascal, George Washington o Leibnitz me fascinan más que los tres «hombres comunes» de nuestro tiempo —Mussolini, Stalin y Hitler—, el impecable esplendor democrático de unos grandes almacenes, o el vacío espiritual de los mítines comunistas y fascistas magnetizados por fervientes agitadores de muchedumbres.
Las notas introductorias a esta decadencia de la civilización fueron escritas por Martín Lutero, quien adoraba a la nación, exaltaba al estado y maldecía a los judíos; por aquel bárbaro de sangre real que desde el trono inglés suplantó el espíritu católico de su país con un provincianismo paralizante; por el primer «moderno», el genovés que negó la base de toda libertad filosófica, el libre albedrío; y por el otro genovés que predicó el retorno a la jungla y a un idílico barbarismo. Estos cuatro caballeros —Lutero, Enrique VIII, Calvino y Rousseau— no fueron sino los precursores de ulteriores eventos fatídicos. El desastre fue completo cuando en la Revolución francesa, ante el eterno dilema entre libertad e igualdad, se escogió la igualdad. La guillotina o los magistrados de Estrasburgo, que decretaron la demolición de la aguja de la catedral por sobrepasar el nivel igualitario de los demás edificios, son símbolos eternos de la modernidad y el «progreso» perverso.
La ordenación de las masas en mayorías con ideas idénticas y que odian de manera uniforme a todos aquellos que se atreven a ser diferentes, es el producto actual de aquellas varias revueltas. Sacerdotes y judíos, aristócratas y mendigos, genios e imbéciles, los no conformistas en política y los exploradores de la filosofía; todos ellos estaban, y siguen estando, en la lista de sospechosos. El rebaño gobierna hoy en casi todas partes valiéndose de diversos medios y detrás de una gran variedad de etiquetas. Esta tiranía es a la que yo me opongo.
II
Como reaccionario, creo en la libertad, pero no en la igualdad. La única igualdad que puedo aceptar es la igualdad espiritual de dos recién nacidos, sin importar su color, su raza o el credo de sus padres. No acepto por tanto el igualitarismo de los «demócratas», ni las artificiosas divisiones de los racistas, ni las distinciones de clase de los comunistas y esnobs.
Los seres humanos son únicos. Deberían tener la oportunidad de desarrollar su personalidad individual —y ello implica responsabilidad, sufrimiento, soledad—. No sólo me gusta el fundamento de la monarquía, sino que me gustan todas las personas que están coronadas. Y existen toda suerte de coronas, pero la más noble de ellas está compuesta de espinas. El hombre moderno —este dócil, «cooperativo» y urbanizado animal— no es del gusto de un reaccionario.
Creo en la familia, en la jerarquía natural dentro de la familia, y en el abismo natural existente entre los sexos. Adoro a los ancianos llenos de dignidad y a los padres orgullosos, pero también a los niños valientes y honrados. En una jerarquía, el miembro más bajo es funcionalmente tan importante como el más alto. Y el abismo entre hombres y mujeres lo contemplo como algo bueno; no existe mérito alguno en construir un puente sobre un simple charco.
Me gusta que la gente tenga propiedades. No soy del todo entusiasta con el modelo de individuo desarraigado que vive en un bloque de pisos con un número de la seguridad social como distinción principal. Detesto el capitalismo que concentra la propiedad en manos de unos pocos tanto como el socialismo que pretende transferirla a una inexistente colectividad: la hidra con un millón de cabezas pero sin alma, la sociedad. Me gusta que la gente tenga su propia vivienda, sus propios terrenos, sus propios criterios que les empujen a actuar de forma independiente. Temo a la manada: al 51 por ciento que votaron a Hitler y Hugenberg; a la turba estruendosa que apoyó El Terror en Francia; y al 55 por ciento de blancos en los Estados del Sur que mantuvieron al 45 por ciento de negros «en su sitio» con ayuda de antorchas y sogas.
Me asustan las masas, cualesquiera que sean, compuestas de hombres temerosos de ser únicos, de ser personas; preocupados más por la seguridad que por la libertad; y con más miedo a sus vecinos o a su «comunidad» que a Dios y a sus conciencias. Estas son las personas que demandan no sólo igualdad, sino también identidad. Sospechan de cualquiera que viva o piense diferente. Les gustaría verse rodeados tan solo de «chicos normales»: su arquetípico ciudadano ideal encarnado en el rechte Kerle alemán, los ordinary, decent chaps ingleses o los regular guys americanos. El hombre moderno parece tener un solo deseo: que todo sea moldeado a su propia imagen y semejanza; detesta la personalidad y anhela la completa asimilación. Aquello que no consigue igualar, no duda en extirparlo. Toda nuestra era está marcada por un inmenso sistema de elementos igualadores y asimiladores que comprende escuelas, agencias de publicidad, cuarteles, manufacturas industriales, y periódicos, libros e ideas producidos en masa. El aspecto más tenebroso de este proceso puede verse en el ostracismo social practicado contra las minorías en las democracias pseudoliberales; en los mataderos humanos y campos de concentración de las naciones totalitarias superdemocráticas; y en los interminables flujos de refugiados sin hogar que vagan sin rumbo por todo el mundo. El hombre común, rebajado a mero agregado de una colectividad, cualquiera que sea dicha colectividad, es un ser despiadado y carente por completo de generosidad.
La libertad, al fin y al cabo, es un ideal aristocrático. En Washington, justo en frente de la Casa Blanca, en Jackson Square, hay un maravilloso símbolo: el monumento al primer americano «igualitarista» (Andrew Jackson) rodeado por las estatuas de cuatro nobles europeos que acudieron a América a luchar por la libertad y no por la identidad —el noble polaco Tadeusz Kościuszko, el Barón von Steuben, el Conde de Rochambeau y el Marqués de Lafayette—. El Barón de Kalb fue conmemorado en otro lugar; y el Conde Pulaski da nombre a una autopista en Nueva Jersey y tiene una estatua en Savannah. Pulaski fue el único general muerto en el Gran Levantamiento de los Whigs Americanos (la Guerra de Independencia). Nosotros los reaccionarios —lo sepamos o no— somos todos whigs. Nuestra tradición en los países angloparlantes descansa en la Magna Charta, que sólo el ignorante tildaría de «democrática».
No le tengo ningún aprecio al «liberalismo» del siglo diecinueve con su burdo materialismo y su creencia pagana en la «supervivencia de los más fuertes»; esto es, de los menos escrupulosos. Para las condiciones europeas abogo naturalmente por la monarquía, que se caracteriza por ser suprarracial y supranacional. De hecho, no sólo las instituciones libres sobrevivieron mejor en las monarquías del noroeste de Europa que en el republicano corazón del continente, sino que en el área étnicamente mixta del centro y este de Europa deberían ser preferibles monarcas de origen extranjero, y con mujeres, madres, hijos e hijas también extranjeros, antes que «líderes» políticos que pertenezcan con pasión a específicas nacionalidades, clases o partidos.
Me siento más libre bajo un hombre que no es la elección de nadie, que bajo el elegido por una mayoría que sigue ciegamente sus sobrexcitadas emociones. Voltaire tenía más posibilidades de influir en las cortes de París, Potsdam o Petersburgo de las que un Dawson, un Sorokin, un Ferrero o un Bernanos tienen para influenciar a las «democráticas» masas. Los monarcas europeos no desmerecen intelectual y moralmente con respecto a sus epígonos republicanos con sombrero de copa. Ciertamente, los borbones salen favorecidos de la comparación con los políticos de las tres repúblicas francesas. Y los führers de la era totalitaria han sido a menudo más «brillantes» y exitosos por tener menos escrúpulos. Respaldados por plebiscitos efectuados con suma meticulosidad, se sienten justificados para entregarse a carnicerías que ningún Borbón, Habsburgo o Hohenzollern se hubiera arriesgado a llevar a cabo. Platón nos dijo hace más de dos mil años que la democracia degenera de manera inevitable en dictadura, y de Tocqueville lo reafirmó en 1835. Muchos imbéciles a ambos lados del Atlántico continúan confundiendo democracia con liberalismo, dos elementos que pueden, o no, coexistir. Una «prohibición» respaldada por el 51 por ciento del electorado puede ser democrática por completo, pero es difícil que sea liberal.
III
Lo que nosotros los reaccionarios anhelamos es la libertad y la diversidad. Incluso creemos que en la diversidad estriba una peculiar fortaleza. San Esteban, rey de Hungría, le dijo a su hijo: Unius linguae uniusque moris regnum imbecille et fragile est («El reino con una lengua y costumbres únicas es débil y frágil»). Esto se opone a la superstición demototalitaria de nuestra época sobre la uniformidad. Los fascistas italianos, que destruyeron en su país todas las instituciones culturales de los no italianos, tuvieron como imitadores a los más sofisticados y progresistas tecnócratas que clamaron, una vez que esta guerra llegó a América, por la confiscación de toda la prensa en lengua extranjera.
Como reaccionario, me gustan los patriotas que tienen entusiasmo por su patria, la tierra de sus padres; y siento antipatía por los nacionalistas que exaltan la lengua y la sangre. El reaccionario defiende la idea de tierra y libertad, pero se opone al complejo de sangre e igualdad.
Como reaccionario, mantengo puntos de vista definidos, así como opiniones provisionales. «En lo imprescindible, unidad; en lo dudoso, libertad; y en todo, caridad» sería un hermoso programa reaccionario. Si yo considero que algo es cierto, desecho cualquier opinión diferente. Pero discrepo con algunos eclesiásticos medievales o con los conservadores miopes que creen que el error puede ser combatido a través de la fuerza. Cualquier intento meticuloso de suprimir el error a través de medios artificiales (siempre dirigidos contra personas, nunca contra la idea en sí) acaba por convertir a la verdad en algo desagradable, penoso y poco atractivo. Como reaccionario, respeto a cualquier persona que con coraje y sinceridad mantiene posturas erróneas por seguir a su conciencia. Tengo mucho más respeto por un fanático anarquista catalán, un judío ortodoxo, un calvinista recio o un ferviente derviche que por un pseudoliberal humanitarista con una secreta veneración por el omnipotente estado. Un auténtico reaccionario es un hombre de fe absoluta y generosidad absoluta: concilia el dogma con la libertad.
Como reaccionario, me gustaría ver como se materializan en este país muchas de las ideas antidemocráticas de los Padres Fundadores. De hecho, pocos escritores europeos enfrentaron con más vehemencia a los demócratas que Madison, Hamilton, Marshall, John Adams o incluso Jefferson, quien se decantaba por una aristocracia de mérito y en absoluto defendía un gobierno del pueblo. Aunque el centralismo de Hamilton era básicamente de izquierdas, y ni aquí en América ni en Europa debería prevalecer. Lo que necesitamos a ambos lados del Atlántico se trata más bien de una cuestión de actitud personal. El colectivismo y la megalomanía son el enemigo. El granjero Schmidt de Hindelang, por ejemplo, debería antes que nada estar orgulloso de ser el cabeza de su familia y el señor de su granja, y luego de ser un habitante de Hindelang. Después de una reflexión más profunda, tendría que encontrar el orgullo de ser campesino del valle de Algovia y también de ser bávaro. Su «germanidad» sería una unión mística en el mismo horizonte de sus pensamientos. Pero la tendencia moderna es establecer la jerarquía de lealtades de forma justo opuesta. El énfasis nazi en los noventa millones de alemanes, el énfasis soviético en «las masas», o la costumbre de identificar «más grande» con «mejor», ponen de manifiesto nuestra degradación moderna a través del enaltecimiento de la cantidad y el desdén hacia el ser humano y la singularidad de cada persona.
Sostengo que el estado, los negocios, la industria…son los grandes esclavistas de nuestro tiempo. Fulano «el ciudadano» trabaja, como su antepasado espiritual el siervo medieval, un día y medio a la semana para su arrendador. De cuatro jornadas de trabajo semanales entrega al menos una a la corporación que le alquila su residencia. Si dejara de hacerlo resultaría desposeído, una amenaza desconocida para un villano del siglo trece. En la fábrica trabaja como un esclavo (a diferencia del trabajador de un gremio) para inversores desconocidos y líderes sindicales corruptos, si es que no lo hace, como en la URSS, para el Leviatán combinado del estado y la sociedad. Los trabajadores deberían poseer los medios de producción; no hay ninguna razón en la tierra por la que no deberían ser propietarios de las fábricas en sentido literal o mantener todas las acciones distribuidas de alguna manera entre ellos. Un lugar de trabajo actual podría ser una comunidad viva tanto como lo era un taller medieval.
Me gustan las personas libres, pueblos que son con frecuencia «atrasados», como los tiroleses, los suizos montañeses, los escoceses, los navarros, los vascos, los recios campesinos de los Balcanes, o los kurdos. Ellos escaparon del mal de la servidumbre en la Edad Media y del aún peor mal de la urbanización en los tiempos modernos. Son muy reaccionarios, conservadores y amantes de la libertad. Se pueden permitir ser conservadores porque su cultura no está ligada a los tiempos modernos; sienten que merece la pena conservar lo que ya tienen. El conservador urbano, por otra parte, no es nada más que un «progresista» inhibido.
Creo en un hombre de excelencia, un hombre de deber en oposición al «hombre común» cuya única fuerza reside en los números, cuya manifestación política consiste en la sumisión a «convicciones» prefabricadas o a «líderes» que, a diferencia de los «gobernantes», no se diferencian de las masas sino que personifican todos sus peores rasgos.
Hoy, un puñado de genuinos reaccionarios se llevan la peor parte de la guerra contra el superprogresismo en su manifestación totalitaria. Saben que la democracia como fuerza no puede lidiar con los totalitarismos; las formas embrionarias no pueden tener éxito contra sus manifestaciones más maduras. Platón, de Tocqueville, Donoso Cortés, Burckhardt, todos ellos eran conscientes de esto. La democracia progresista y el pseudoliberalismo se asemejan a los girondinos, son la situación previa al terror.
Entre este puñado se encuentran Winston Churchill y el Conde von Galen, el Conde Preysing y von Faulhaber, Niemoller y Georges Bernanos, Giraud y d’Ormesson, el Conde Teleki, Calvo Sotelo, Schuschnigg y Edgar Jung. Ninguno de ellos hizo concesiones a la perversidad de las expresiones modernas de los girondinos o del Terror. Vivos o muertos no capitularán. Ellos no creen —y no necesariamente tienen que creer— en un grandioso tiempo pasado enfrentado al perfecto nuevo futuro tan en boga, pero han entendido la penosa situación presente como el desarrollo de errores pasados que resultan catastróficos. Se encuentran aislados por las sospechas que se ciernen sobre ellos. Se les considera unos aguafiestas por no adherirse al panegírico universal del progreso. Se han vuelto duros y apasionados. Alzarán sus estandartes hasta su misma muerte, y sus estandartes son muy antiguos, muy gloriosos, y muy honorables.
*Publicado en julio de 1943, bajo el seudónimo de Francis Stuart Campbell
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alvaromatias1000 · 5 years
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Mas quem é, hem? (a partir de Leandro Karnal)
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Para quem idealiza o mito como um gênio do mal, é preciso dizer: se o mal é bem empregado no caso, gênio é um equívoco. Não cabe dizer: “Ele é um miliciano, mas é brilhante”. Mesmo as biografias apologéticas já indicam: não se pode sustentar a tese da inteligência do capitão reformado.
De forma ainda mais contundente é possível derrubar, tijolo por tijolo, a imagem de estrategista político poderoso ou brilhante. É homem medíocre, limitado em todos os sentidos, com uma visão de mundo na qual sua tacanhice faz par com seus ódios.
Ele é tão banal a ponto de ficar o incômodo de como alguém assim chegou ao ponto de ameaçar de genocídio a ecologia amaz��nica e, junto, os nativos remanescentes. Talvez o segredo de sua popularidade vulgar seja este: ele entende o brasileiro comum por ser um homem comum. Usa (e é abusado por) a cultura brega tipo Bahamas, Havan, Record, SBT, casta dos sabidos-pastores…
Como alguém tão estúpido chega ao poder? Oh, brasileiros, oh, cidadãos da minha terra amada: vocês têm certeza de desejar lhes fazerem esse questionamento? Por que o presidente seria diferente de nós?
A biografia de seus paus-mandados também revela dados curiosos. Como um doutor em Economia pela renomada Escola de Chicago, imaginávamos o verdadeiro gênio do mal ser ele – e não o seu chefe militar idolatrado. A prática destrói esse autoengano. Homem frágil, cheio de limitações e devotado como um cão ao capitão.
O ideólogo oficial do regime, nomeado a um carguinho sob promessa de carreira rápida até o topo da Justiça, não foge a essa regra. Ele era filiado ao partido nacional-moralista, anticorrupção caso os “delatados-delatores-premiados” não premiasse a si e aos seus procuradores com palestras. Ler a obra principal dele, publicada por The Intercept, O mito anticorrupção desmascarado por hackers, é constrangedor, embora tenha sido um ovo-de-serpente.
A força do tribunal da República de Curitiba não prendeu nenhum negociante de delação sob encomenda. A banalidade do mal, conceito de Hannah Arendt, serviria para mais gente além dele. Os adoradores do mito não são apenas comuns, também são medíocres.
Talvez esteja nessa mediocridade a vitalidade e a eficácia do sistema neofascista brasileiro. Explorar medos coletivos, dirigir violências contra grupos em meio a histerias sociais, aproveitar-se de crises para assustar a muitos com estigmas, usar propaganda sistemática e fazer da violência um método exaltado é uma estratégia perene dos extremistas de direita.
Infelizmente, não se encerrou com o fim do regime nazista e nem precisa de brilhantismo. São recursos fáceis, adotados na maioria dos momentos históricos, em especial os de crise mundial.
A mediocridade é uma das molas da história e um esteio da violência. Ao final da experiência de criminalização a torto e a direito, 12 milhões de desempregos desapareceram. Ao lado do racismo contra nativos, outras vítimas como testemunhas contra milicianos, cultos afros, cultura artística, militantes petistas, homossexuais, professores e pesquisadores encontram a morte social. A mediocridade não pode ser considerada inofensiva.
Sempre assusta a democracia de massas compartilhar com as ditaduras a necessidade do espetáculo midiático-mitológico. A produção de um acordo de modo a possibilitar ao potencial ditador ou mesmo a um deputado medíocre do baixo-clero o exercício do poder é algo estranhamente essencial a um sistema ou ao outro.
Manifestações de rua em cenografia verde-e-amarela, guardados certos parâmetros em termos de exposição de armas, aproximam-se das apoteoses militares-nacionalistas.
Da mesma forma, a propaganda política mitológica nos seduz/adestra/omite sobre os candidatos a cargos de responsabilidade e exigentes de compostura diplomática. São, muitas vezes, seguidoras da ideia de uma mentira repetida mil vezes.
Democracia é melhor em lugar de ditadura. Na ditadura, o corpo da liberdade e dos direitos fundamentais é assassinado. Na democracia, ele é chicoteado e insultado, mas sobrevive. Na ditadura, a chama da liberdade é apagada; na democracia, ela bruxuleia.
Os dois continentes, o da liberdade e o do fascismo, poderiam ser mais distantes. A sedução de um psicopata imbecil como fosse mito talvez indique, além de muitas pontes, os dois mundos terem fluxo migratório acima do desejado.
Fonte inspiradora deste post: Leandro Karnal. Os medíocres fascistas e democratas. in “Diálogo de Culturas”.
Mas quem é, hem? (a partir de Leandro Karnal) publicado primeiro em https://fernandonogueiracosta.wordpress.com
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miguelmarias · 5 years
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25 años sin Paolo Pasolini
El director desterrado
Parece mentira, pero se cumple ya nada menos que un cuarto de siglo de la prematura, repentina y brutal desaparición del poeta, novelista, ensayista, guionista, dramaturgo, ocasional actor y tardío director de cine Pier Paolo Pasolini, asesinado en una playa en circunstancias nunca satisfactorias o plenamente esclarecidas, aparentemente relacionadas con su homosexualidad pero que, según algunos de sus amigos, sirvieron más bien como una cortina de humo destinada a convertir su muerte en “castigo ejemplar” de sus “viciosas actividades nocturnas” y ocultar así lo que en realidad era un crimen de turbio trasfondo político. Mucho me temo que, como en los casos célebres de John F. Kennedy y Marilyn Monroe, siempre habrá quien dude de las explicaciones oficiales, sospechosamente poco verosímiles y escasamente convincentes incluso como ficción, a menudo menos plausibles que las indemostrables hipótesis conspiratorias divulgadas por los más escépticos. A los que asistimos “en directo” a su fulgurante carrera de obstáculos como director cinematográfico y a su inesperada muerte puede parecernos que fue ayer, pero lo lógico es suponer que para la mayor parte de los jóvenes que hoy se interesen por el cine, Pasolini no sea ya un hombre, sino apenas un nombre, una ficha, una figura histórica ya borrosa, de reputación confusa y ambigua, si no contradictoria, y que las nuevas generaciones le tengan por un cineasta “antiguo”, de la vieja escuela “del cine de autor”. Cuando a nosotros nos parecía entonces un “moderno” y, si pensamos ��como es mi caso— que poco ha progresado el cine desde entonces, como no sea hacia atrás como el cangrejo, todavía lo sigamos considerando como uno de los que más lejos han llevado las fronteras de lo que fue en tiempos el séptimo arte y hoy es apenas el séptimo negocio del sector audiovisual. Es probable que quienes han encontrado su nombre ya seguido de dos fechas (nacimiento y muerte) en las historias y los diccionarios de cine, antes de verlo en los títulos de crédito de una película, incluso si han conseguido después ver parte de su filmografía, y es de temer que no en una pantalla de gran tamaño (como merece), no acierten a imaginarse lo revulsivo, provocador y polémico que resultó en vida. Hoy nadie se escandalizaría —supongo que desde ninguna orilla— de que, pese a declararse comunista —aunque fuese siempre un comunista poco ortodoxo y no muy disciplinado y sumiso a las consignas—, se le ocurriese filmar El Evangelio según San Mateo, ni tampoco porque su Cristo (un actor no profesional llamado Enrique Irazoqui) fuese más bien malencarado, cetrino y muy poco amable; esto supone un progreso, ciertamente; lo malo es que, en contrapartida, a nadie parece importarle demasiado casi nada, ni para bien ni para mal. Por eso, una actitud de búsqueda constante y de inconformismo permanente como la que Pasolini hizo suya como artista, como hombre público y como ciudadano resultaría hoy, en el mejor de los casos, una excentricidad, si no se tomaba por afán interesado y egocéntrico de llamar la atención o por una pose “poco profesional”, en lugar de considerarse como algo natural para la mayoría y más bien encomiable para algunos. Y temo que en estos tiempos Pasolini, en vez de tener discípulos y seguidores, entre los que destacaba Bertolucci y una buena porción de lo que en los 60 era el “nuevo cine” italiano, indignaba a los intolerantes de todo pelaje, que por lo general atacaban más al hombre o lo que creían que representaba que los resultados concretos de su trabajo como creador, que preferían en ocasiones ignorar, pero lo cierto es que a nadie le dejaba —ni le deja— indiferente. Hoy, en cambio, no creo que hubiese encontrado fácilmente un productor que se atreviese a financiar casi ninguna de sus películas, ni siquiera las que resultaron más rentables o prestigiosas, ni las más normales ni las más culturalmente “respetables” y premiadas, entre otras cosas porque el cine ha sido desterrado de las páginas culturales de los periódicos a las de espectáculos, y luego se ha visto confinado al exilio insular de los suplementos semanales, que han convertido el cine como un “ghetto especializado”, minoritario y aislado de la vida social de todos los días y de los debates ideológicos y la actividad política. Sospecho que en el año 2000 Porcile, Teorema o Edipo re se hubieran proyectado con más pena que gloria en cines pequeños y semivacíos, si es que se hubiesen llegado a estrenar comercialmente, y no habían pasado directamente a los horarios de madrugada o a los canales “temáticos” de las televisiones de pago: no son películas para comer palomitas. Aunque a lo mejor seguían tragando impertérritos, puede que su película más audaz, la última, Salò, hubiera tenido la virtud de quitarle el apetito a esta generación de cinéfilos glotones que padecemos los que nos hemos acostumbrado a ver cine no sólo a oscuras sino además en silencio y sin hacer ninguna otra cosa. Tras un comienzo que se supuso “realista” a su manera, cuando Pasolini —aplicando la idea de Borges según la cual cada artista escoge sus precursores— trataba de fijar sus raíces en el ejemplo de la ya casi olvidada escuela “neorrealista” de la inmediata postguerra, buscando intuitivamente una filiación vagamente “rosselliniana” (la sobria Accattone, la melodramática Mamma Roma, con la significativa presencia de Anna Magnani), el antiguo guionista de —entre otros— el muy infravalorado Mauro Bolognini, una vez convertido en cineasta casi “amateur” no tardó en zambullirse con entusiasmo y escaso método en el estruendoso debate teórico y semiológico que animó el mundillo cinematográfico europeo en los meses o años que precedieron el fugaz estallido revolucionario de Mayo de 1968. Su aportación más duradera en este terreno fue la distinción entre un "cine de prosa" (que sería el cine narrativo clásico, fundamentado en la invisibilidad estilística y la aparente objetividad del relato en tercera persona) y un “cine de poesía”, que comprendería una parte de las películas realizadas durante el periodo mudo y otra parte, la más subjetiva, autobiográfica, innovadora, discontinua y estilísticamente llamativa, del cine moderno.  Pasolini optó decididamente, como era de esperar, dados sus antecedentes y su condición de “outsider”, por este último tipo de cine a finales de los años 60, sobre todo a partir de Edipo re, lo que le llevó a una progresiva estilización, aunque —típico personaje escindido— siempre vacilase u oscilase entre la atracción que sentía —sobre todo intelectualmente— por lo “popular” y su gusto sensual por la “alta cultura” antigua o moderna. Aunque quizá fuese, en última instancia, aún mejor poeta —para los más perezosos, basta escuchar los fragmentos de La religione del mio tempo que resuenan al comienzo de Prima della rivoluzione de Bernardo Bertolucci— que director de cine, quiero creer que sus muy notables y originales películas no serán definitivamente olvidadas, y que incluso las que fueron menos apreciadas en su tiempo llegarán algún día a ser valoradas como creo que merecen, si consiguen dejar de ser víctimas propiciatorias de inexplicables prejuicios genéricos o cuantitativos: me refiero, por un lado, a las más breves o “ligeras” (siempre con el gran Totò y su actor-fetiche juvenil Ninetto Davoli, a veces con los muy vulgares Ciccio e Ingrassia, casi siempre con la breve omnipresencia de Franco Citti), es decir, sus episodios en varias películas colectivas muy poco interesantes, sobre todo La Terra vista dalla Luna y Cosa sono le nuvole?, y el fabuloso y amargamente divertido largometraje Uccellacci e uccellini, por otro, a documentales y encuestas muy personales como la magnífica Comizi d’amore, y a diarios de viaje o de localizaciones para futuras o hipotéticas películas, o , por último, a la obra larga más terrible y austera de toda su carrera, la desolada y sumamente pesimista Salò, una obra de reputación escandalosa y casi tratada como si tuviese intenciones de naturaleza más o menos pornográfica, cuando es, en realidad, una toma de posición cinematográficamente muy valerosa y sumamente moral, que es preciso ser capaz de soportar del mismo modo que Pasolini tuvo el arrojo de concebirla y, sobre todo, de realizarla sin un momento de debilidad o flaqueza, sin un desmayo, sin un instante de cobardía, sin una concesión ni a la galería ni a la comercialidad.  Esta película postrera, lúcidamente desesperada y de una angustia contagiosa, casi suicida en todos sus planteamientos, ajena por completo a la complacencia o al “sadismo” para con los espectadores que contamina o hace dudosas tantas denuncias del fascismo o la tortura, marca uno de los límites extremos a los que ha osado llegar el cine. Muchos cineastas consideraban que uno de sus deberes consistía en explorar nuevos territorios y tratar de atravesar las fronteras artificiales que los reglamentos o las normas anónimas y no escritas del “buen gusto” se esforzaban por imponer o, más bien, debiera ser, como sin éxito han repetido, cada uno a su modo, André Bazin, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette y Serge Daney, una actividad moral que requiere grandes dosis de responsabilidad, rigor, honradez y exigencia. Quizá de haberse recordado y tomado en cuenta el ejemplo de Pier Paolo Pasolini, más como modelo de audacia y responsabilidad que como referencia estética, el cine italiano de los últimos 25 años no sería el casi permanente desierto o desastre sin paliativos que es, y puede, además, que el cine en general no se hubiese convertido en un arte sin aspiraciones ni ambición, en constante repliegue, a la defensiva y excesivamente predispuesto a recurrir a los trucos más bajos e innobles con tal de llamar un poco la atención y tratar de atraer a un público cada vez más indiferente a salas que reducen su tamaño para tratar de que no se note que están a punto de cerrar por falta de clientes y de la consiguiente recaudación en taquilla. Esas u otras preferencias personales, por supuesto, no han de tomarse como una invitación velada a menospreciar las otras películas de Pasolini ni como una coartada para prescindir de su conocimiento, pues encuentro que los logros superan con creces a los fracasos (Teorema, Porcile, la penúltima Trilogía de la Vida), y que estos últimos son honrosos y casi tan respetables como los aciertos mayores, en la medida en que suponían siempre un cierto grado de riesgo y eran totalmente sinceros y personales, sin renunciar ni una sola vez a su afán de rodar cada plano como si fuese el primero de ese tipo que se hacía desde el nacimiento del cine, y como si pudiera ser el último que componía y encuadraba en vida el siempre agónico P.P.P.
Miguel Marías
El Cultural, 01/11/2000
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El Fascismo nace a la Izquierda
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por Erwin Robertson
[Reseña del libro “El nacimiento de la ideología fascista” de Zeev Sternhell, Mario Sznajder y Maia Asheri; (traducción de Octavi Pellisa). – 1ª ed. – Madrid : Siglo XXI, 1994, 418 p.]
Que Mussolini fue miembro del partido socialista es un hecho conocido. Hecho problemático, en especial para una de las interpretaciones dominantes del fascismo; a saber, que éste fue la reacción alentada o dirigida por el gran capital contra el avance del proletariado. En tal evento, aquel hecho y la evolución consecutiva debían ser entendidos como oportunismo, incoherencia o, en el mejor de los casos, como una cuestión de conversión que no deja huellas en el pasado de un hombre. La obra deZeev Sternhell -profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalem- y sus colaboradores ha puesto toda esta materia bajo otra luz. En su interpretación, la comprensión histórica del fascismo no puede disociarse esta ideología de sus orígenes de izquierda.
Desde luego, toda una pléyade de historiadores y filósofos abordó hace ya tiempo el problema del fascismo: cada uno según sus particulares orientaciones espirituales, con sus propios puntos de vista y sus personales prejuicios, pero no sin altura: Ernst Nolte, Renzo de Felice,James A. Gregor, Stanley Payne, Giorgio Locchi, y “last but not least”, el joven investigador hispano-sueco Erik Norling, entre otros. No es que la “vulgaris opinio” aludida arriba goce hoy de autoridad intelectual. Pero Sternhell viene a aportar la valorización de fuentes hasta aquí tal vez descuidadas y, con ellas, la novedosa interpretación que es objeto de este comentario. Estudioso en particular del nacionalismo francés (suyas son “Maurice Barrés et le nationalisme français”, “La droite revolutionarie” y “Ni droite ni gauche, L´ideologie fasciste en France”), el profesor israelí no se cuida de los criterios de la corrección política. Es notable leer sobre el tema páginas en las que está ausente la edificación moral, en las que no se ha estimado oportuno advertir al lector que se interna en terrenos peligrosos; en los que no hay, en suma, demonización ni tampoco el afán de achacar polémicamente a la izquierda una incómoda vecindad.
¿Qué es, pues, el fascismo en la interpretación de Sternhell? Ni anomalía en la historia contemporánea, ni “infección” (Croce), ni resultado de la crisis de 1914-1918, ni reflejo o reacción contra el marxismo (Nolte). El fascismo es un fenómeno político y cultural que goza de plena autonomía intelectual (p.19); es decir, que puede ser estudiado en sí mismo, no como producto de otra cosa o epifenómeno. Por cierto, y de partida, para Sternhell es preciso distinguir el fascismo del nacional-socialismo (Sternhell dice “nazismo”, acomodándose al uso, contra lo cual, sin embargo, se rebela honestamente un Nolte). Con todos los aspectos que uno y otro tienen en común, la piedra de toque está en el determinismo biológico: un marxista puede convertirse al nacional-socialismo, más no así un judío (en cambio, hubo fascistas judíos). El racismo no es elemento esencial del fascismo, aunque contribuye a la ideología fascista. Y unas páginas más adelante el autor apunta que uno de los elementos constitutivos del fascismo es el nacionalismo tribal; esto es, un nacionalismo basado en el sentido de pertenencia, la “tierra y los muertos” de Barrés, la “Sangre y suelo” del nacional-socialismo. Este sentido organicista lo comparte con los nacionalismos desde finales del siglo XIX, germanos y latinos, Maurras y Corradini, Vacher de Lapougey Treitschke. El mismo Sternhell debilita así la distinción que acaba de hacer (reparemos, de paso, en la delicadeza del adjetivo “tribal”: ¿sería poco oportuno por nuestra parte recordar que una traducción de “tribal” es “gentil”).
El fascismo entonces es una síntesis de ese nacionalismo “tribal” u “orgánico” y de una revisión antimarxista del marxismo. Sternhell se extiende explicando que a finales del siglo XIX las previsiones de Marx no se han cumplido: el capitalismo no parece derrumbarse, ni la pauperización es la señal característica de la población, mientras que el proletariado se integra política y culturalmente en las sociedades capitalistas occidentales. De aquí la aparición del “revisionismo”. Siguiendo el ejemplo del SPD, el partido socialdemócrata alemán, el conjunto del socialismo occidental se hace reformista; esto es, sin renunciar a los principios teóricos del marxismo, acepta los valores del liberalismo político, y en consecuencia, tácticamente, el orden establecido. Mas una minoría de marxistas va a rehusar el compromiso y querrá permanecer fiel a la ortodoxia -cada uno a su modo-; son losRudolf Hilferding y los Otto Bauer, los Rosa Luxemburgo y los Karl Liebknecht, los Lenin y los Trotsky, todos de Europa del Este. Al mismo tiempo, en Francia y luego en Italia surgen quienes, desde dentro del marxismo, van a emprender su revisión en sentido no materialista ni racionalista, sin discutir la propiedad privada ni la economía de mercado, pero conservando el objetivo del derrocamiento violento del orden burgués: son los sorelianos, los discípulos de Georges Sorel, el teórico del sindicalismo revolucionario, autor de las célebres “Reflexiones sobre la violencia“. Las diferencias entre los dos sectores revolucionarios son grandes. Los primeros, casi todos miembros de la “intelligentsia” judía, destaca Sternhell, mantienen el determinismo económico de Marx, la idea de la necesidad histórica, el racionalismo y el materialismo, mientras los sorelianos comienzan por una crítica de la economía marxiana que llega a vaciar el marxismo de gran parte de su contenido, reduciéndolo fundamentalmente a una teoría de la acción. Los primeros piensan en términos de una revolución internacional, “tienen horror de ese nacionalismo tribal que florece a través de Europa, tanto en el campo subdesarrollado del Este como en los grandes centros industriales del Oeste… No se arrodillan jamás ante la colectividad nacional y su terruño, su fervor religioso, sus tradiciones, su cultura popular, sus cementerios, sus mitos, sus glorias y sus animosidades” (p. 48). Los segundos, comprobando que el proletariado ya no es una fuerza revolucionaria, lo reemplazarán por la Nación como mito en la lucha contra la decadencia burguesa y así confluirán finalmente en el movimiento nacionalista.
Tal es la tesis fundamental de Sternhell. En el desarrollo de “El nacimiento de la ideología fascista“, el capítulo I está dedicado al análisis de la obra de Sorel: tal vez no propiamente un filósofo ni autor de un corpus ideológico cerrado, su verdadera originalidad, señala Sternhell, reside en haber constituído una especie de “lago viviente”, receptor y fuente de ideas en la gestación de las nuevas síntesis ideológicas del siglo XX. Nietzsche, Bergson y William James lo marcaron sin duda más hondamente que Marx, con ánimo de juzgar lo que consideraba un sistema inacabado. El autor de “Reflexiones sobre la violencia“, de “Las ilusiones del progreso“, de “Materiales de una teoría del proletariado“, etc., se sublevaba contra el marxismo vulgar (que pone énfasis en el determinismo económico) y sostenía que el socialismo era una “cuestión moral”, en el sentido de una “transvaluación de todos los valores”. La lucha de clases era para él cuestión principal y, por consiguiente, el saber movilizar al proletariado en la guerra contra el orden burgués.
En un contexto social en el que los obreros muestran un alto grado de militantismo sindical (1906, el año de edición de “Reflexiones sobre la violencia“, es también en Francia el del record de huelgas que muy a menudo suponen enfrentamientos sangrientos con las fuerzas del orden), pero también donde una economía en crecimiento permite a la clase dirigente hacer concesiones que aminoran la combatividad obrera, no bastan el análisis económico ni la previsión del curso racional de los acontecimientos.  Sorel descubre entonces la noción del “mito social”, esa imagen que pone en juego sentimientos e instintos colectivos, capaz de suscitar energías siempre nuevas en una lucha cuyos resultados no llegan a divisarse. Como el mito del apocalipsis para los primeros cristianos, el mito de la huelga general revolucionaria será para el proletariado esta imagen movilizadora y fuente de energías. Con fervor análogo al de las órdenes religiosas del pasado, con un sentimiento parecido al del amor a la gloria de los ejércitos napoleónicos, los sindicatos revolucionarios, armados del mito, se lanzarán a la lucha contra el orden burgués. Así, a la mentalidad racionalista, que el socialismo reformista comparte con la burguesía liberal, Sorel opone la mentalidad mítica, religiosa incluso. Su crítica al racionalismo que se remonta a Descartes y Sócrates y, contra los valores democráticos y pacifistas, reivindica los valores guerreros y heroicos. De buena gana reivindica también el pesimismo de los griegos y de los primeros cristianos, porque sólo el pesimismo suscita las grandes fuerzas históricas, las grandes virtudes humanas: heroísmo, ascetismo, espíritu de sacrificio.
Sorel ve en la violencia un valor moral, un medio de regenerar la civilización, ya que la lucha, la guerra por causas altruístas, permite al hombre alcanzar lo sublime. La violencia no es la brutalidad ni la ferocidad, no es el terrorismo; Sorel no siente ningún respeto por la Revolución Francesa y sus “proveedores de guillotinas”. Es, en suma y en el fondo, contra la decadencia de la civilización que dirige Sorel su combate; decadencia en la que la burguesía arrastra tras sí al proletariado. Y no será sorprendente encontrar a los discípulos de Sorelreunidos con los nacionalistas de Charles Maurras en el “Círculo Proudhon”, que lleva el nombre del gran socialista francés anterior aMarx. Tampoco será extraño que en sus últimos años Sorel lance su alegato “Pro Lenin“, anhelando ver la humillación de las “democracias burguesas”, al mismo tiempo que reconocía que los fascistas italianos invocaban sus propias ideas sobre la violencia.
La síntesis Nacional y Social
Estos discípulos son también estudiados por Sternhell (capítulo II). Son los “revisionistas revolucionarios”, la “nouvelle école” que ha intentado hacer operativa una síntesis nacional y social, no sin tropiezos y desengaños. Allí está Edouard Berth, quien junto a Georges Valois, militante maurrasiano (futuro fundador del primer movimiento fascista francés, muerto en un campo de concentración alemán), ha dado vida al “Círculo Proudhon”, órgano de colaboración de sindicalistas revolucionarios y nacionalistas radicales en los años previos a 1914. Aventada esa experiencia por la guerra europea, Berth pasará por el comunismo antes de volver al sorelismo. Está también Hubert Lagardelle, editor de la revista “Mouvement Socialiste“, hombre de lucha al interior del partido socialista, donde se ha esforzado por hacer triunfar las tesis del sindicalismo revolucionario (por el contrario, en 1902 han triunfado las tesis de Jaurés, que presentan el socialismo como complemento de la Declaración de Derechos del Hombre). Ante la colaboración sorelista-nacionalista, Lagardelle se repliega hacia posiciones más convencionales; pero en la postguerra se le encontrará en la redacción de “Plans“, expresión de cierto fascismo “técnico” y vanguardista -en ella colaborarán nada menos queMarinetti y Le Corbusier– y, durante la guerra, terminará su carrera como titular del ministerio de trabajo del régimen de Vichy. Trayectorias en apariencia confusas pero que revelan la sincera búsqueda de “lo nuevo”. De Alemania les viene el refuerzo del socialista Roberto Michels, quien, a la espera de construir su obra maestra “Los partidos políticos“, anuncia el fracaso del SPD, el partido de Engels, Kautsky, Bernstein y Rosa Luxemburg. Michelsobservará también que el solo egoísmo económico de clase no basta para alcanzar fines revolucionarios; de aquí la discusión sobre si el socialismo puede ser independiente del proletariado. El ideal sindical no implica forzosamente la abdicación nacional, ni el ideal nacionalista comporta necesariamente un programa de paz social (juzgado conformista), precisa a su vez Berth, quien espera de un despertar conjunto de los sentimientos guerreros y revolucionarios, nacionales y obreros, el fin del “reinado del oro”. En fin, la “nueva escuela” desarrolla las ideas de Sorel, por ejemplo en la fundamental distinción entre capitalismo industrial y capitalismo financiero. Resume Sternhell su aporte: “…a esta revuelta nacional y social contra el orden democrático y liberal que estalla en Francia (antes de 1914, recordemos) no falta ninguno de los atributos clásicos del fascismo más extremo, ni siquiera el antisemitismo” (p. 231). Ni la concepción de un Estado autoritario y guerrero.
Sin embargo, en general, los revisionistas revolucionarios franceses fueron teóricos, sin experiencia real de los movimientos de masas. De otro modo ocurre con el sindicalismo revolucionario en Italia (capítulos III y IV de la obra de Sternhell). Allí Arturo Labriola encabeza desde 1902 el ala radical del partido socialista; con Enrico Leone yPaolo Orano llevan adelante la lucha contra el reformismo, al que acusan de apoyarse exclusivamente en los obreros industriales del norte, en desmedo del sur campesino, y por el triunfo de su tesis de que la revolución socialista sólo sería posible por medio de sindicatos de combate. De Sorel toman esencialmente el imperativo ético y el mito de la huelga general revolucionaria. La experiencia de la huelga general de 1904, de las huelgas campesinas de 1907 y 1908, foguean a los dirigentes sindicalistas revolucionarios, entre los cuales la nueva generación de Michele Bianchi, Alceste de Ambris, Filippo Corridoni. Al margen del partido socialista y de su central sindical, la CGL -anclados en las posiciones reformistas-, los radicales forman la USI (Unión Sindical Italiana), que llegará a contar con 100.000 miembros en 1913. A su vez, los sindicalistas revolucionarios animan periódicos y revistas. Labriola yLeone emprenden la revisión de la teoría económica marxiana, especialmente la teoría del valor, siguiendo al economicista austríacoBöhm-Bawerk; he ahí, dice Sznajder, el aspecto más original de la contribución italiana a la teoría del sindicalismo revolucionario. Ahí se encuentra también la noción de “productores” (potencialmente todos los productores), contrapuesta a la clase “parasitaria” de los que no contribuyen al proceso de producción. Por fin la tradición antimilitarista e internacionalista, cara a toda la izquierda europea, no será más unánimemente compartida por los sindicatos revolucionarios. En 1911, la guerra de Italia con el Imperio Otomano por la posesión de Libia producirá una crisis en el sindicalismo revolucionario: unos dirigentes (Leone, De Ambris, Corridoni), fieles a la tradición socialista, se oponen enérgicamente a esta empresa -y por mucho que les disguste estar junto a los socialistas reformistas-; otros (Labriola, Olivetti, Orano) están por la guerra, tanto por razones morales (la guerra es una escuela de heroísmo) como por razones económicas (la nueva colonia contribuirá a la elevación del proletariado italiano), y así coinciden con los nacionalistas de Enrico Corradini, a quienes los ha acercado ya la crítica al liberalismo político. Mas en agosto de 1914 aun quienes -en el seno del sindicalismo revolucionario- habían militado en contra de la guerra de Libia, están a favor de la intervención en el conflicto europeo al lado de Francia y contra Alemania y Austria; al combate contra el feudalismo y el militarismo alemán se agrega la posibilidad de completar gracias a la guerra la integración nacional y de forjar una nueva élite proletaria que desplazará del poder a la burguesía. En octubre de 1914, un manifiesto del recién fundado Fascio Revolucionario de Acción Internacionalista, suscrito por los principales dirigentes sindicalistas revolucionarios, proclama: “…No es posible ir más allá de los límites de las revoluciones nacionales sin pasar primero por la etapa de la revolución nacional misma… Allí donde cada pueblo no vive en el cuadro de sus propias fronteras, formadas por la lengua y la raza, allí donde la cuestión nacional no ha sido resuelta, el clima histórico necesario al desarrollo normal del movimiento de clase no puede existir…” Nación, Guerra y Revolución…ya no serán más ideas contradictorias
Hacia el final de la guerra el sindicalismo revolucionario debe ser considerado ya un nacional-sindicalismo, en cuanto la Nación figura para ellos en primer término. Como sea, los nacional-sindicalistas aceptan que la guerra ha de traer transformaciones internas: desde 1917 De Ambrisha lanzado la consigna “Tierra de los Campesinos”; y acto seguido elabora un programa de “expropiación parcial” tanto en el sector agrícola como en el sector industrial, que se dirije ex propósito contra el capital especulativo y en beneficio de los campesinos y obreros que han dado su sangre por Italia. Se trata también de mantener y estimular la producción. El “productivismo” es uno de los factores que lleva a los sindicalistas revolucionarios a oponerse a la revolución bolchevique, que juzgan destructiva y caótica. Frente a la ocupación de fábricas del “biennio rosso” de 1920-21, Labriola, que ha llegado a ser Ministro de Trabajo en el gobierno del liberal Giolitti, presenta un proyecto que reconoce a los obreros el derecho a participar en la gestión de las empresas. Parlamento con representación corporativa, “clases orgánicas” que encuadren a la población, un Estado que sea quien asigne a los propietarios capaces de producir el derecho a usar los medios de producción, son, por otra parte, las bases del programa del “sindicalismo integral” que propone Panunzioen 1919. Por fin, el sindicalismo revolucionario vibra con la aventura del comandante Gabriele D´Annunzio en Fiume (1920-21). De Ambrisparticipa en la redacción de la “Carta del Carnaro“, ese fascinante documento literario que es la constitución que el poeta y héroe de guerra otorga a la “Regencia de Fiume”. No es menos un proyecto político que, en consencuencia con el ideal del sindicalismo revolucionario, quiere resolver a la vez la cuestión nacional y la cuestión social.
En estas luchas de la inmediata postguerra, los sindicalistas revolucionarios han coincidido con los fascistas. Pero la toma del poder por el fascismo acarraerá la disoluciòn del sindicalismo revolucionario. De Ambris y su grupo pasarán a la oposición; el primero terminará por exiliarse. Labriola también partirá hacia el exilio, y sólo la guerra de Etiopía lo reconciliará con el régimen. Leone volverá al partido socialista y rehusará todo compromiso con el fascismo.
En cambio, Bianchi aparece en 1922 como uno de los quadrumviri que organiza la Marcha sobre Roma, Panunzio se presenta junto a Gentilecomo uno de los intelectuales oficiales del fascismo, Orano (que era judío), alcanza altos puestos en el partido fascista, mientras queMichels, antaño miembro del SPD, profesor en la Universidad de Perusa[Perugia], se inscribe como afiliado en el PNF.
La Encrucijada Mussoliniana
Señala Sternhell que siempore se ha tendido a subestimar el papel central que Mussolini ha jugado entre todos los revolucionarios italianos. El futuro Duce “aporta a la disidencia izquierdista y nacionalista italiana lo que siempre ha faltado a sus homólogos franceses: un jefe”. Un hombre de acción, un líder carismático, pero a su vez un intelectual capaz de tratar con intelectuales y de ganarse el respeto de hombres comoMarinetti, el fundador del futurismo, Michels, el antiguo militante del SPD alemán devenido uno de los clásicos de la ciencia política, o aun Croce, representante oficioso de la cultura italiana frente al fascismo. YMussolini es toda una evolución intelectual, no el hallazgo repentino de una verdad, ni el oportunismo, ni siquiera la coyuntura de postguerra.Mussolini es ante todo el militante socialista, incluso como líder de los fascistas. De joven se tiene evidentemente por marxista, de un marxismo revisado por Leone y, sobre todo, por Sorel, en quien ve un antídoto contra la perversión socialdemócrata a la alemana del socialismo. Otra influencia decisiva es Wilfredo Pareto y su teoría de circulación de las élites (en cambio, Sternhell no destaca la influencia de Nietzsche, a quien Mussolini ha leído tempranamente en Suiza). El joven socialista se sitúa pues en la órbita del sindicalismo revolucionario, aun cuando discrepa de las tácticas: duda de la virtud de las solas organizaciones económicas y ve en el Partido el instrumento revolucionario.
El joven Mussolini es el líder indiscutible que se opone a la huelga general contra la intervención en Libia, pues cree que el intento burgués de desencadenar una guerra puede generar una situación revolucionaria. En 1912 es el principal líder del partido socialista, imponiéndose sobre los reformistas y haciéndose con la dirección de su periódico oficial, “Avanti!“, el líder indiscutido de toda la izquierda revolucionaria italiana, pero al mismo tiempo el más fuerte critico de la ortodoxia marxista. Mussolinipublica desde las páginas de Avanti! su profunda decepción acerca de la aptitud de la clase obrera para “modelar la historia”, valoriza la idea de Nación: “No hay un único evangelio socialista, al cual todas las naciones deban conformarse so pena de excomunión”. A finales de 1913Mussolini lanza la revista “Utopia“, con la intención de proponer una “revisión revolucionaria del socialismo”. Allí reúne a futuros comunistas como Bordiga, Tasca y Liebknecht; futuros fascistas como Panunzio, futuros disidentes del fascismo como su viejo maestro Labriola. En junio de 1914 Mussolini cree llegado el momento de la insurrección, comprometiéndose en la “Settimana Rossa“, en contra de la opinión del congreso del partido. Cuando estalla la guerra europea, las disidencias son ya tan palpables que Mussolini es desautorizado oficialmente por el partido, y no duda en romper con sus antiguos compañeros para unirse a los sindicalistas revolucionarios en la campaña por la entrada de Italia en la guerra.
Sternhell señala que el nacionalismo de Mussolini no es el nacionalismo clásico de la derecha. Ocurre que ante las nuevas realidades nacionales y sociales el análisis marxista se ha demostrado fallido, pues las clases obreras de Alemania, Francia e Inglaterra marchan alegremente a la guerra. Mussolini no renuncia al socialismo, pero el suyo es un socialismo nacionalista, obra de los combatientes del frente: “Los millones de trabajadores que volverán a los surcos de los campos después de haber vivido en los campos de las trincheras darán lugar a la síntesis de la antítesis clase y nación“, escribe en 1917. Y no será la revolución bolchevique lo que lleve a Mussolini a la derecha, dado que lo esencial de su pensamiento se forjó antes de 1917: ideas de jerarquía, de disciplina, de colaboración de las clases como condición de la producción… Los Fasci Italiano di Combattimento, fundados en marzo de 1919 recogen todas las ideas del sindicalismo revolucionario y se sitúan incluso a la izquierda del partido socialista (sufragio universal de ambos sexos, abolición del senado, constitución de una Milicia Nacional, consejos corporativos con funciones legislativas, jornada laboral de 8 horas, confiscación de las ganancias de guerra… ). Pero con el biennio rosso las filas fascistas se desbordan con la afluencia de las clases medias, especialmente de jóvenes oficiales desmovilizados. El Partido Nacional Fascista, organizado como tal en 1921, va a conocer un éxito (electoral incluso) vetado a los primitivos “Fasci“: “Esta mutación no deja de recordarnos la de los partidos socialistas al alba del siglo: el viraje a la derecha constituye el precio habitual del éxito” (p.400). Mussolini, hombre de realidades que antepone la praxis a la teoría, ha visto fracasar la ocupación “roja” de fábricas como la gesta nacionalista de Fiume, decide llevar a cabo la revolución posible. Así, en la perspectiva deSternhell, la captura del poder por el jefe fascista no es tanto el resultado de un golpe de Estado como de un proceso; es la simpatía de una amplia parte de la masa política, de los medios intelectuales, de los centros de poder, lo que permite a Mussolini instalarse y sostenerse en el gobierno. Para Sternhell es sintomática la actitud del senador Croce quien aun en junio de 1924 dio su voto de confianza al primer ministro cuando el casoMateotti puso en crisis al gobierno y Mussolini estaba a punto de ser despedido por el rey, porque, pensaba Croce, “había que dar tiempo al fascismo para completar su evolución hacia la normalización”.
La idea de Estado, que parece ser sólo característica del fascismo, es, sin embargo, el último elemento que toma forma en la ideología fascista. En todo caso señala Sternhell que toda la ideología fascista estaba elaborada antes de la toma del poder: “La acción política de Mussolini no es el resultado de un pragmatismo grosero o de un oportunismo vulgar más de lo que fue la de Lenin” (p.410). El jurista Alfredo Rocco, proveniente de las filas nacionalistas, ha “codificado” y traducido en leyes e instituciones los principios fascistas y nacionalistas (visión mística y orgánica de la nación, afirmación de la primacía de la colectividad sobre el individuo, rechazo total sin paliativos de la democracia liberal). Pero es un Estado que, a la vez, se quiere reducido a su sola expresión jurídica y política; que quiere renunciar a toda forma de gestión económica o de estatalización, como anunciaba Mussolini desde 1921. No es, pues, o no es todavía, el Estado totalitario. El fascismo en el poder,en suma, no se asemeja al fascismo de 1919, menos aún al sindicalismo revolucionario de 1910. Pero, se pregunta Sternhell: “¿el bolchevismo en el poder refleja exactamente las ideas que, diez años antes de la toma del Palacio de Invierno, animaban a Plekhanov, Trotsky o Lenin?” Ha habido una larga evolución, sin duda. Y con todo -concluye el autor-, el régimen mussoliniano de los años 30 está mucho más cerca del sindicalismo revolucionario o del “Círculo Proudhon” que lo que el régimen estaliniano está de los fundamentos del marxismo.
El secreto encanto del Fascismo
Como conclusión, Sternhell da una mirada a las relaciones entre el fascismo y las corrientes estéticas de vanguardia en el siglo XX. El futurismo, desde luego (futuristas y fascistas han dado juntos la batalla por el “intervencionismo“, y Marinetti es uno de los fundadores de los Fasci), pero también el vorticismo, lanzado en Londres por Ezra Pound, que es en cierto modo una réplica al futurismo, aun cuando comparte con él rasgos esenciales. “Los dos atacan de frente la decadencia, el academicismo, el estetismo inmóvil, la tibieza, la molicie general… Tienen una misma voz de orden: energía, y un mismo objetivo: curar a Italia y a Inglaterra de su languidez” (p. 424). De Pound se conoce de sobra su opción política.
Sternhell destaca también el papel de Thomas Edward (sic) [Ernest] Hulme, antirromántico, antidemócrata en política, traductor al inglés de Sorel. “revolucionario antidemócrata, absolutista en ética, que habla con desprecio del modernismo y del progreso y utiliza conceptos como el de honor sin el menor toque de irrealidad” (p. 429). Hulme es pues, para el autor, un representante de esa rebelión cultural que brota por doquier, antirracionalista, antiutilitarista, antihedonista, antiliberal, clasicista y nacionalista y que precede a la rebelión política.
Las generaciones de los años 20 y 30, que ya conocen la experiencia fascista, rehacen el camino del inconformismo. Así un Henri de Man, en 1938 presidente del partido socialista belga, uno de los grandes teóricos del socialismo en la época, seguido sólo ante Gramsci y Lukacs, reemprende su propia revisión del marxismo y no será ilógico que, cuando su país capitule ante Alemania en 1940 llame a los militantes socialistas belgas a aceptar la nueva situación como un punto de partida para construir un nuevo orden: “La vía está libre para las dos causas que resumen las aspiraciones del pueblo: la paz europea y la justicia social“. No muy diferente es en Francia el caso de Doriot.
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«Para las clases trabajadoras y para el socialismo, este colapso de un mundo decrépito lejos de ser un desastre es una liberación.» Henri de Man—Fragmento de su mensaje a los miembros del Partido Obrero Belga en el verano de 1940 dando la bienvenida al derrumbe de las democracias parlamentarias. 
¿Cómo ha podido surgir el fascismo en la historia europea y mundial? La explicación coyuntural no puede sino desembarcar en trivialidades. Se debe comprender al fascismo primero como un fenómeno cultural. Es, de partida, un rechazo de la mentalidad liberal, democrática y marxista; rechazo de la visión mecanicista y utilitarista de la sociedad. Mas expresa también “la voluntad de ver la instauración de una civilización heroica sobre las ruinas de una civilización  bajamente materialista. El fascismo quiere moldear unhombre nuevo, activista y dinámico”. No obstante presentar esta vertiente tradicionalista, este movimiento contienen en sus orígenes un carácter moderno muy pronunciado, y su estética futurista fue el mejor cartel para la captura de intelectuales, de una juventud que se agobia en las estrecheces de la burguesía. El elitismo, en el sentido de que una élite no es una categoría social definida por el lugar que se ocupa en el proceso de producción, sino un estado de espíritu, es otro componente mayor de esa fuerza de atracción. El mito, como clave de interpretación del mundo; el corporativismo, como ideal social que da a amplias capas de la población el sentimiento de que hay nuevas oportunidades de ascenso y de participación, constituyen también parte del secreto del fascismo, porque el fascismo reduce los problemas economicos y sociales a cuestiones, ante todo, de orden psicológico. Y, sobre todo,“servir a la colectividad formando un cuerpo con ella, identificar los propios intereses a los de la patria, comulgar en un mismo culto los valores heroicos, con una intensidad que desplaza al boletín de voto en la urna”. Es por todo esto que el estilo político desempeña un papel tan esencial en el fascismo. El fascismo vino a probar que existe una cultura no fundamentada en los privilegios del dinero o del nacimiento, sino sobre el espíritu de banda, de camaradería, de comunidad orgánica, de “Bund”, como se dijo en Alemania en la misma época.
Estos valores presentes en el fascismo tocan la sensibilidad de muchos europeos. Poco conocido es que en 1933 Sigmund Freudsaludaba a Mussolini como un  “héroe de cultura”. Si esto era así, ¿por qué Croce hubiera debido votar contra él en 1924, por qué Pirandellohubiera debido rehusar el asiento que el Duce le ofreció en la Academia Italiana? Las realidades de los países europeos entre las dos guerras no son de una pieza: la cultura italiana está representada por Marinetti, Gentile y por Pirandello no menos que por Croce, y por Croce senador no menos que por Croce antifascista, del mismo modo que por la cultura alemana pueden hablar tanto Spengler,Heidegger, o Moeller van der Bruck tanto como los hermanos Mann, y la cultura francesa es tanto Gide, Sartre o Camus tanto como Drieu la Rochelle, Brasillach o Céline…
Así, “El nacimiento de la ideología fascista” otorga a su objeto una dignidad que no siempre se encuentra en los variados estudios sobre el tema. Ello sólo puede ser saludable para la historia de las ideas. Hagamos por nuestra parte algunas observaciones. Primero, que, como es evidente, Sternhell trata en su obra del fascismo latino, esto es, de las corrientes inconformistas surgidas en Francia y en Italia. Un tema de discusión es ver si el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán son cosas totalmente diferentes (esta es la tesis de De Felice), o bien si el nacional-socialismo es una especie dentro del fascismo genérico (tesis de Payne y Nolte). Del nacional-socialismo se ha discutido si fue “antimoderno” o si presentaba rasgos de una radical modernidad, dado que el innegable que el movimiento desarrolló un radicalismo antiburgués operativamente muy atractivo para los militantes comunistas.
El fascismo nace a la izquierda, a partir de una revisión del marxismo. Este revisionismo se desarrolla y se constituye en una corriente intelectual y política independiente a la cual concurren otras tendencias que cohabitan con el socialismo: Nietzsche, Bergson, James, y el nacionalismo integral. Al respecto es interesante comparar las diferentes evoluciones del marxismo que siguió siendo tal y las diferentes ramas “apóstatas”. El fascismo en una revisión del marxismo encontró que todos los partidos socialistas consideraban al marxismo una herencia a la que debían permanecer fieles. Sin embargo, en su evolución reciente todos esos partidos han renunciado a la herencia de Marx, acomodándose a la economía neoliberal. Siguen apegados, desde luego, a la matriz ilustrada, materialista e igualitaria. Al contrario, los fascistas, animados de otra cultura, mantuvieron siempre el espíritu revolucionario de ruptura con el orden burgués.
Sternhell insiste permanentemente en el respeto de los sindicalistas revolucionarios, de los socialistas nacionales, de los fascistas, por la propiedad privada y el capitalismo. ¿No habría que distinguir entre propiedad privada y capitalismo que, después de todo, históricamente no se identifican sin más? Todos los fascismos subrayaron siempre la diferencia entre la propiedad ligada al hombre y el gran capital financiero; entre el trabajo productivo y la servidumbre al interés del dinero (G. Feder). No parece adecuado pasarla por alto. Quizás Payne ha sido el autor más justo en este sentido.
Finalmente, es verdad que una cosa es reconocer el componente irracional de la vida humana y otra hacer del antirracionalismo una política. Sternhell, que durante toda su obra se ha mantenido alejado de toda afección moralizante, al final nos advierte del peligro del irracionalismo: “Cuando el antirracionalismo deviene un instrumento político, un medio de movilización de las masas y una máquina de guerra contra el liberalismo, el marxismo y la democracia; cuando se asocia a un intenso pesimismo cultural a la par de un culto pronunciado por loa violencia, entonces el pensamiento fascista fatalmente toma forma” (p.451). La cuestión seria si sólo los valores políticos de la ilustración y del liberalismo son legítimos; si solo el chato optimismo hedonista puede pasar por perspectiva cultural, si las masas han de ser movilizadas sólo en nombre del deporte.
Aquí, obviamente, la ciencia no puede decir nada: estamos en el campo de la opción política.
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osanecif · 6 years
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Os perigos do presentismo
O presentismo é uma categoria de análise do tempo, criada pelo historiador francês François Hartog, segundo a qual passado e presente desaparecem como referentes da experiência humana, seja esta pessoal ou coletiva, dado passar a valerem apenas pela forma como são compreendidos no momento. Nestas condições, o próprio futuro desvincula-se de toda a construção utópica, sendo visto como mais do mesmo e deixando de suscitar esperança nos indivíduos e nas comunidades. Resta única e exclusivamente o presente como instância de orientação no tempo: tudo é apresentado como se passado e futuro fossem realidades incertas, que não têm lições a dar-nos, nem projetam a nossa vida para horizontes de progresso. Para os presentistas, vivemos um eterno presente e só este é real.
Dizer isto na atualidade parece um paradoxo, pois na aparência fala-se muito, como nunca se falou, do passado e do futuro. Todavia, eles não são apresentados como diferentes do mundo em que vivemos, surgindo antes como algo que hoje apenas repete o que aconteceu ou que antecipa o que pode vir a acontecer, sem que exista uma atitude crítica e uma manifestação de conhecimento em relação a acontecimentos ou a momentos do passado nos quais ocorreu uma viragem profunda. Por exemplo, das revoluções esconde-se muitas vezes a violência, a mudança das atitudes sociais que provocaram, a criação de uma nova ordem política e cultural por elas impostas. Por sua vez, dos projetos para o futuro desaparece a possibilidade de transformações profundas e duradouras, como se não fossem possíveis os momentos de significativa viragem. Passado, presente e futuro são assim colocados numa linha de continuidade, esquecendo que não é esta, mas sim a mudança profunda e acelerada, e a criação de alternativas, que fazem mover a História e que criam o novo.
Boa parte desta vertigem presentista fica a dever-se à expansão muito rápida dos meios de comunicação, aliada a muitos dos novos movimentos pela recuperação da memória socialmente partilhada. No primeiro caso, a constante e acelerada proliferação de informações sobre o passado nos jornais, na televisão ou na Internet faz com que muitas vezes este seja demasiado «normalizado», ou mesmo banalizado, não se percebendo a diferença que existe entre situações vulgares e momentos excecionais. No segundo caso, a obsessão pela memória faz com que inúmeras vezes se misture o que a tradição diz como tendo sido a realidade dos acontecimentos ocorridos noutro tempo com o que hoje realmente acontece, como se o hoje fosse uma mera repetição do ontem e um prelúdio do amanhã.
Um bom exemplo disto é a «normalização» do modo de observar o período revolucionário que Portugal viveu em 1974-1975. Quando observamos os discursos comemorativos ou aquilo que dizem os manuais escolares sobre aquele tempo, tudo parece simples, linear, como se o que aconteceu fosse apenas uma perturbação ocasional da ordem política, determinada pela iniciativa de algumas pessoas mais ousadas, e não um movimento profundo, com passado e futuro, que abalou profundamente a sociedade e marcou para sempre a vida das novas gerações. A estas é-lhes dito que vivem em democracia, sem que se lhes mostre que esta nasceu de um parto difícil e é algo que precisa ser exercido, defendido, pensado e desenvolvido todos os dias.
Neste sentido, o presentismo pode levar-nos, como está já a acontecer em vários países da Europa, a um regresso a situações de autoritarismo, intolerância e violência que no passado já causaram tantos danos e tão graves conflitos, entre eles as duas guerras mundiais e as experiências totalitárias. Falando tantas vezes em nome do passado, ou da história das nações e dos povos, os novos fascismos alimentam-se do excesso de presente, como se os direitos sociais e políticos que estruturam a vida coletiva não tivessem sido conquistados gradualmente, a pulso, com lutas e sacrifícios vividos por tantos homens e tantas mulheres ao longo de décadas ou mesmo de séculos. Como se eles fossem algo descartável da memória de um presente vivido na indiferença, sem causas e ideais mobilizadores. Este é um perigo que deve ser enfrentado, pois não podemos viver sem passado e sem futuro, sob pena de retornarmos ao estado de barbárie do qual partimos.
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Os perigos do presentismo
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La guerra: memoria y olvido
Sea fácil categorizar o hablar sobre el tema de la guerra sin entender nada sobre su significado, sus implicaciones realmente. Aunque la guerra se manifiesta como un conflicto entre dos lados opuestos, sobre algo de importancia como un sistema económico o un acto de traición, significa algo mucho más profundo. Sin las experiencias íntimas de estar vivo durante un periodo bélico, sería difícil imaginar estos sentimientos...Por eso, las historias están de tanta importancia, porque dan vida a un tema tan inflexible y lleno de traumas y dolores. La guerra afecta todo -- todos los aspectos de la vida de todos envueltos; no solamente los soldados, sino también los niños, las mujeres, y los trabajadores.
La guerra está caracterizada por violencia, el odio insensato, la pérdida de significado, una sensación de estar perdido, y el vacío/aislamiento. Carga un legado de heridas, arrasamiento, y alejamiento. En muchos casos, gente que entra , con entusiasmo, en el conflicto para pelear, pierden este celo y olviden de los propósitos que tenían al principio. En el momento en que tiene una faz humana, la guerra se convierte en algo distinto. Tener el poder de matar o la posibilidad de morir en cualquier momento cambia drásticamente los significados de la vida. Es imprescindible humanizar a la guerra para entender su pesadez. La literatura sobre la guerra trata de replicar estas condiciones y marcar la trauma horrible con que tropieza gente viviendo durante los tiempos de guerra.
La guerra civil española fue un momento definitivo en la historia y la literatura de Espana. Por un lado, los republicanos, que incluían miembros del lado izquierdo (comunistas, socialistas, y anarquistas) luchaban para la democracia; mientras los nacionalistas (conservadores) estaban luchando para mantener la “limpieza” de la “nación”, con fuerzas de erradicar estas ideologías que estaban en contra de la dictadura Franquista. Debajo del dictador Franco, había ciertos aspectos del fascismo que jugaban un rol en provocando la guerra. Había una campana para la división de la gente, inculcando un miedo del comunismo hacia la población. Como en la obra de Arthur Miller, The Crucible, la persecución del izquierdo era como una caza de brujas. La violencia de la dictadura y el militar amenazaba a la gente tanto que muchos tenían que esconder sus opiniones políticas para sobrevivir. Los disidentes del gobierno fueron eliminados por maneras crueles y rapidos, sin mucho rastro.
El genocidio gobernar era vulgar y millones de gente se estaba “desaparecidos”, sin evidencia o notificación para sus familiares. En la narrativa “El desaparecido”, escrito por Julio Llamazares, el narra su experiencia con su tio Angel que era uno de los “desaparecidos”. Llamazares describe la sensación de perder un miembro de la familia, diciendo, “mientras siga ahí, mientras yo siga mirándola y recordando al hombre que, cuando niño, me daba miedo por su mirada y porque todos hablaban en voz baja de él, mi tío seguirá vivo, puesto que, como nunca nadie lo viera muerto, se ha convertido ya en un fantasma; esto es, en un reflujo de la imaginación” (“El Desaparecido”, 2006). Cómo podrías conciliar el sentimiento de perder una persona querida, sin ninguna explicación ni clausura sobre dónde está o qué ha sucedido? Esta etiqueta, de estar “desaparecido” también sirve para quitar la humanidad de una persona. Se convierte en un número, algo olvidado, arrojado al vacio. Llamazares habla sobre este tío, representado en el foto a dentro de la casa de los abuelos, como algo inquietante. La imagen de el estaba en el mismo lugar, siempre mirándote a los ojos. Obras como este nos recuerdan de la importancia de preservar estas imágenes, los retratos de las personas “desaparecidas”, víctimas de la opresión que animan al conflicto.
La literatura o narrativa escrita en primera persona sobre la experiencia de la guerra también ilustra los terrores de la guerra muy bien, mostrando toda la trama y impacto del conflicto en términos interpersonales. Cuando se humaniza la guerra, es evidente que es algo indudablemente fútil, algo que no hace ningún sentido. Como seres humanos, todos necesitamos las mismas cosas, sin importar nuestras posturas políticas. La obra famosa, “La lengua de las mariposas” por Manuel Rivas, ilustra este punto perfectamente.
Desde la perspectiva de un niño durante la guerra, hay una historia de separación trágica. El niño, Gorrión, asiste a una escuela en que el maestro es comunista. El maestro es el mentor del niño, enseñándole sobre la naturaleza y las ciencias con muchísimo cariño y pasión. Al fin de la obra, este maestro, don Gregorio, está perseguido políticamente por ser republicano. Para evitar la persecución del padre de Gorrion, tambien republicano, toda la familia asiste a la persecución y participa en denunciando, gritando maldades a el. Debajo de tanta presión, Gorrión trata de participar, pero solamente puede gritar "¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!" (Rivas 10). Esta elección de contar la historia desde el punto de vista de un niño muestra la ridiculez del conflicto. Este mozo no puede entender los propósitos del conflicto, pero se siente el dolor muy profundamente. Narrativas como esta son necesarias para abordar el tema de la guerra.
La presencia de naturaleza en la literatura bélica también pone en perspectiva la experiencia de estar parte del conflicto. En muchas obras, hay muchisima descripcion del paisaje. La contraste entre la guerra y la tierra habla al concepto de la falta de significado. Mientras los procesos naturales continúan, la guerra parece alargarse lentamente, sin razón. En el libro “A Farewell to Arms” por Hemingway, hay muchisima descripcion del ambiente. Hemingway tambien cita: “Abstract words such as glory, honor, courage, or hallow were obscene beside the concrete names of villages…” (Hemingway 27-29). Cuando hay nombres para las personas muriendo y los pueblos destruidos, los argumentos pro-guerra no tienen ninguna razón.
En el relato “El Cojo” por Max Aub, hay tanta descripción de las plantas. Menciona “las zarzamoras” y “los sarmientos” entre sus palabras sobre la guerra. Esta yuxtaposición muestra la paradoja de la guerra. Tanta descripción también enfatiza la monotonía del conflicto, construyendo un sentido de fatiga. Aub cita: “La tierra sube por todas partes: en la hierba, en el árbol, en las piedras, y el se deja invadir, sin resistencia notando tan solo: ahora me llega a la cintura, ahora al corazón, me volveré tarumba cuando me llegue a la cabeza” (Aub, 1938). La guerra no representaba un conflicto cerca de la gente, pero algo más abstracto, algo distante, sin mucha explicación. También Aub escribe: “El terror se convirtió en muerte, las hileras de gente en multitud”, (Aub, 1938). Esta cita bien captura la esencia de la guerra, la desolación, y las repercusiones.
Sobre todo, la guerra, sea fútil o no, tiene un gran efecto en la memoria colectiva en un país. Después de la Guerra civil española, la dictadura del General Franco trató de unificar la nación debajo de su regla absoluta, y fascista. Como la mayoría de guerras y problemas divisores, todo vino de un sentido de nacionalismo o separatismo, que dictaba que un lado merecía la justicia a costa del otro. Cuando Franco murió, había fuerzas de reestablecer la democracia y entrar en el mundo “moderno” a una velocidad rápida. Al mismo tiempo, era un deseo del gobierno de olvidar todos los crímenes contra la humanidad que cometieron miembros de la dictadura y Guardia civil. En 1976, después de la muerte de Franco, España legítimo un Pacto del olvido, que trataba de borrar la memoria de todo el tiempo traumático y lleno de “desaparición”. Solamente en años recientes han sido esfuerzas para recordar y recuperar la memoria de este periodo feo.
Hoy en día, con el movimiento separatista en Cataluña, vemos por otra vez, esta idea de “identidad colectiva” surgiendo como justificación para violencia. Aunque la gente de Cataluña habla su propia lengua y tiene costumbres culturales únicos, hay una necesidad de separar desde el resto de España? En el artículo del New York Times, “Qué es ser español en estos días” por Javier Cercas, el autor opina que: “el gobierno catalán, provisto de competencias exclusivas en algunos asuntos vitales como la educación, ha estado casi siempre en manos de los nacionalistas conservadores, que en todos estos años han llevado a cabo una labor subterránea, minuciosa y desleal de nation building” (Cercas, 2017). Desde esta perspectiva, el gobierno catalán está actuando en una manera semejante a la dictadura de Franco, basando su argumento en el nacionalismo. Al fin del dia, siempre va a existir esta narrativa “nacionalista” mientras existe la modernidad. Es difícil argumentar a contar de este propósito, tan lleno de orgullo. Este concepto está presente en todos los movimientos de independencia y separatismo.
Por eso, recuperar la memoria de toda la violencia y trauma de las guerras pasadas sirve para avisar a contra de estos movimientos. Todos tienen inherente un complejo jerárquico que supone que alguien tiene mas superioridad del otro. Cuando podemos aceptar que todos de nosotros somos, o hemos sido inmigrantes, el conflicto resuelva. A pesar de que no estoy de acuerdo con los motivos del movimiento Catalán, también no apoyo la respuesta del gobierno español para mandar la Guardia civil. La violencia no sirve para reconciliar y creo que esta solución agresiva va a generar más oposición. Que aprendamos del pasado, escuchemos a las historias personales sobre la guerra, y tratemos de vivir en paz, en lugar de pelear sin razón hasta que “el terror se [convierta] en muerte, las hileras de gente en multitud” (Aub, 1936). La única cosa que identidad nacional hace es crear diferencias entre seres humanos que tienen los mismos sueños, necesidades, y esperanzas.
Bibliografia:
Cercas, Javier. “¿Qué Es Ser Español En Estos Días?” The New York Times, The New York Times, 16 Dec. 2017, www.nytimes.com/es/2017/12/16/espana-cataluna-elecciones-europeo-espanol-dias-union-europea-javier-cercas/.
Hemingway, Ernest. “A Farewell to Arms (1929 Edition).” Open Library, Scribner, 1 Jan. 1970, openlibrary.org/books/OL6732939M/A_farewell_to_arms.
Llamazares, Julio. “El Desaparecido.” EL PAÍS, Síguenos En Síguenos En Twitter Síguenos En Facebook Síguenos En Twitter Síguenos En Instagram, 15 Aug. 2006, elpais.com/diario/2006/08/16/revistaverano/1155679224_850215.html.
Rivas, Manuel. “‘La Lengua De Las Mariposas.’” Laussy.org.
Torres, María. “1908. El Cojo. Un Relato De Max Aub Sobre La Desbandá.” Búscame En El Ciclo De La Vida, 1 Jan. 1970, www.buscameenelciclodelavida.com/2016/04/el-cojo-un-relato-de-max-aub-sobre-la.html.
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1. Carlos Alberto Brilhante Ustra foi um dos maiores, senão mesmo o maior torcionário, no tempo da ditadura militar que vigorou no Brasil entre 1964 e 1985. Em 2008 foi o primeiro oficial condenado por sequestro e tortura. Comprovadamente, maltratou física e psicologicamente centenas de pessoas e chegou ao limite de obrigar crianças a presenciarem o dilacerante espectáculo do espancamento dos respectivos progenitores. Nunca reconheceu os seus crimes nem manifestou o mais leve arrependimento pelos seus actos desumanos. Era um canalha. Morreu em 2015, em Brasília, na cama de um hospital. Foi precisamente este torcionário miserável que o então deputado federal Jair Bolsonaro homenageou no momento em que votou a favor do impeachment da Presidente Dilma Rousseff. Nessa ocasião, Bolsonaro pronunciou uma declaração que o define integralmente: dedicou o seu voto à “memória do Coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, o pavor de Dilma Rousseff”. É impossível imaginar, naquele contexto, uma afirmação mais vil, um comportamento mais indigno, uma atitude mais asquerosa. Bolsonaro revelou-se ali o que ele verdadeiramente é: um canalha em estado puro. O que é um canalha em estado puro? É alguém que contraria qualquer tipo de critério moral e se coloca num plano comportamental pré ou anticivilizacional. Quem elogia o torturador de uma jovem mulher absolutamente indefesa atribui-se a si próprio um estatuto praticamente sub-humano. Bolsonaro é dessa estirpe, desse rol de gente que leva à interrogação sobre o que subsiste de humano no homem que literalmente se desumaniza. Theodore Adorno levou essa questão até ao limite do pensável, quando formulou a sua célebre afirmação: “escrever um poema depois de Auschwitz é um acto bárbaro e isso corrói até mesmo o conhecimento de porque se tornou impossível escrever poemas”. E, contudo, a poesia sobreviveu. O Homem resiste ao que de desumanizador ele inscreve na história. Isso não é razão para renunciar à denúncia da barbárie. A barbárie tem muitos rostos: é estúpida, boçal, intolerante, sectária, fanática, simplista, racista, xenófoba, homofóbica, sexista, classista, irremediavelmente preconceituosa, inevitavelmente primária. Jair Bolsonaro é um dos rostos perfeitos dessa barbárie em versão actual. Tudo nele aponta para a pequenez: é um ser intelectualmente medíocre, eticamente execrável, politicamente vulgar. Nele observa-se uma prodigiosa ausência de qualquer tipo de grandeza e uma assustadora presença de tudo quanto invalida um cidadão para o desempenho da mais humilde função pública. Por isso mesmo ele é extraordinariamente perigoso: é a expressão quase exemplar do homem sem qualidades subitamente erigido a um papel de liderança. Bolsonaro não é Hitler, não é Mussolini, não é sequer Franco. Em bom rigor, se quisermos ater-nos a um debate intelectual de natureza escolástica, ele não é bem a representação do fascismo. Há nele, contudo, na dimensão medíocre que a sua pobre personalidade proporciona, tudo aquilo de que a tradição fascista historicamente se alimentou. O anti-iluminismo, a exaltação sumária da unicidade nacional, a apologia da violência, o culto irracional do chefe. Bolsonaro é pouco mais do que um analfabeto ideológico com todos os perigos que isso mesmo encerra. Ele e a sua prole de jovens tontos significam hoje o maior perigo com que se depara o mundo ocidental. 2. Alguns analistas políticos, uns por ignorância, outros por má-fé, tentam convencer-nos que os brasileiros terão de escolher nas eleições presidenciais entre a cólera e a peste. Isso não corresponde minimamente à verdade. Equiparar Haddad a Bolsonaro constitui um acto moral e politicamente inqualificável. Quem o faz torna-se cúmplice de Bolsonaro, da sua vertigem proto-fascista, da sua propensão para o culto da violência. É por isso que não pode haver hesitações neste momento da história do Brasil e, de uma certa maneira, da própria história da Humanidade. Haddad é um intelectual sofisticado, um democrata respeitador dos princípios fundamentais das sociedades abertas e pluralistas, um homem de reconhecida integridade cívica e moral. O PT cometeu erros nos anos em que governou o Brasil? Cometeu decerto, como todos os demais partidos que desempenharam funções governativas durante muito tempo em qualquer parte do mundo. Há, porém, uma coisa que é preciso afirmar enfaticamente nesta hora especialmente dramática: nem Lula, nem Dilma Rousseff alguma vez puseram em causa o Estado de Direito brasileiro. Ambos pugnaram por um Brasil mais justo e contribuíram fortemente para o alargamento das condições de afirmação da liberdade individual de milhões de brasileiros a quem o destino aparentava não conceder outra vida que não fosse a miséria, o sofrimento e absoluta exclusão social. Fizeram-no sempre no respeito pelas regras da democracia liberal, enfrentando a hostilidade de uma comunicação social globalmente desfavorável e os ferozes ataques dos grandes oligopólios económicos. Muitas vezes é difícil percebermos o que isso significa a partir de uma perspectiva europeia. Mas quem viajou dezenas de vezes para a América Latina, como eu fiz nos últimos anos, sabe bem o que isso traduz naquele sacrificado continente. Ali, ser pobre corresponde a ser muito mais pobre do que no nosso velho continente europeu; ali, ser mulher, ser homossexual, ser indígena, ser desempregado, ser mãe solteira, comporta uma carga sem correspondência com o que se passa no mundo que nós próprios habitamos. Uma vitória de Bolsonaro significaria um retrocesso civilizacional para o Brasil e para o mundo. Não estamos, por isso, a falar de um confronto político e ideológico normal. Estamos perante um verdadeiro confronto entre a civilização, por mais ténue que esta seja, e a barbárie. Haddad é hoje mais do que Haddad, é mais do que o PT, é mesmo mais do que o Brasil. Haddad é o símbolo da luta da razão crítica contra o obscurantismo, da liberdade face ao despotismo, da aspiração igualitária diante do culto das hierarquias de base biológica ou social. É por isso que este combate nos interpela a todos. Estamos perante um momento de divisão clara entre o que no Homem há de apelo à razão, ao culto da liberdade, ao sentido da fraternidade, e o que no mesmo Homem há de impulso básico para o autoritarismo, a servidão e a anulação da inteligência crítica. Há horas na história em que tudo se reconduz a uma dicotomia simples que é ela própria o oposto de uma redução ao simplismo. Sejamos claros, no Brasil, hoje, a opção é evidente: Haddad significa a civilização, Bolsonaro representa a barbárie. 3. Fernando Henrique Cardoso tem a absoluta obrigação de se pronunciar num momento decisivo da vida do seu país. Este é o momento em que verdadeiramente se ajuizará do seu papel histórico. Até aqui prevaleceu a figura do intelectual brilhante, do ministro das finanças eficaz, do Presidente da República naturalmente polémico, mas reconhecidamente superior. O seu passado responsabiliza-o especialmente nas presentes circunstâncias históricas. Fernando Henrique Cardoso tem a obrigação moral de apoiar Haddad. Se o não fizer apoucar-se-á perante os seus contemporâneos e sobretudo diante dos futuros historiadores do Brasil.
Francisco Assis, “ Um canalha à porta do Planalto https://www.publico.pt/2018/10/11/mundo/opiniao/um-canalha-a-porta-do-planalto-1847097
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callmeanxietygirl · 6 years
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Salvo los ígnaros y sumisos, sabíamos que había llegado a la Casa Blanca, un millonario vulgar, un racista poderoso. El mundo está consciente que un orate es “el líder del mundo libre”, pero separar familias y enjaular niños por ser diferentes es hoy como en 1940, fascismo.
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