Resplandor entre Tinieblas - Capítulo 153. Las Ruinas del Nido
Resplandor entre Tinieblas
Por
WingzemonX
Capítulo 153.
Las Ruinas del Nido
Charlie se puso de pie, resintiendo un leve dolor en las rodillas al momento de hacerlo, pero lo supo esconder bastante bien. De giró entonces hacia Lucy con actitud firme.
—Terminemos con esto de una buena vez. ¿Dónde está tu amigo que está causando estas ilusiones?
—¿Su amigo? —murmuró Francis, un tanto confundido, antes de que Lucy pudiera responder—. ¿Hablan del profesor? ¿Esas criaturas son ilusiones creadas por él?
—Es un poco más complicado que eso —murmuró Lucy en forma de un escueto susurro—. Pero lo importante es que la única forma de hacer que desaparezcan, es despertándolo. Eso interrumpirá la pesadilla.
—Sencillo —señaló Charlie con ligera ironía—. ¿Y en dónde está?
—Sigue ahí —indicó Francis, señalando con debilidad hacia el pasillo—. Al fondo, cerca del final, en el mismo sitio en el que le dispararon a la Dra. Mathews. Antes de que pudiera jalar a Gorrión Blanco hasta esta habitación, vi claramente como ambos eran rodeados por estos insectos, y envueltos en… no sé ni qué era. Algún tipo de capullo de telarañas.
—¿Telarañas? —exclamaron Charlie y Lucy al mismo tiempo con confusión.
—Asómense y mírenlo ustedes mismas.
Lucy y Charlie se miraron entre ellas, claramente dubitativas entre hacer o no lo que ese hombre les proponía. Al final ambas asomaron apenas un poco su cabeza por el marco de la puerta, echando un vistazo rápido al pasillo. De nuevo lo que más lograron ver fueron los cientos de monstruos cubriendo las paredes. Pero más allá de ellas, más al fondo del pasillo, distinguieron una estructura blanca que, en efecto, parecía creada por telarañas enormes que se extendían del suelo al techo. Y en medio de ellas, una ovalo grande y brillante del mismo material, que en efecto parecía estar envolviendo algo; o a alguien.
—Como el capullo de una mariposa —susurró Lucy con cierta ironía—. O polilla…
Ambas se refugiaron de nuevo en el interior de la habitación, antes de llamar la atención indeseada de alguna de esas criaturas.
—¿Seguro que está ahí dentro? —cuestionó Charlie, un poco escéptica.
—Vi con mis propios ojos cómo era encerrado en esa cosa —explicó Francis con aspereza.
—Grandioso —masculló Lucy, no dejando muy claro si lo decía con sarcasmo o no—. En esencia debe ser otra de sus ilusiones materializadas, así que sólo hay que abrirse paso hasta él. Con sus poderes de calor debería bastar, Sra. McGee.
—¿Debería? —inquirió Charlie, un tanto insegura por tan ambigua declaración.
—Nada más eso puedo decir —le respondió Lucy con voz áspera—. Todo en este punto es mera teoría, ¿de acuerdo?
—Está bien, no pierdas los estribos ahora. Vamos y terminemos con esto rápido.
—Ah, con “vamos” supongo que se refiere a usted y… —susurró Lucy nerviosa, señalándose a sí misma. Charlie la observó con mirada seria, dejando bastante implícita su respuesta—. No, no… Yo no creo que poderle ser de mucha ayuda allá afuera. De seguro sólo le estorbaré. Así que quizás lo mejor sea que yo me quede aquí, y…
—¿Qué no es tu amigo el que está allá afuera? —le reprendió Charlie con dureza.
—Amigo es una palabra muy fuerte. Incluso no sé si podríamos llamarnos compañeros…
Lucy de seguro tenía más argumentos en su lista que deseaba usar como justificación, pero de nuevo la expresión adusta en el rostro de Charlie, y el peculiar brillo de sus ojos, la persuadió de mejor no seguir.
—Está bien —suspiró con desanimo—. Ya estuve al borde de la muerte bastantes veces el día de hoy; ¿qué es una más?
Ambas se dispusieron a salir de una buena vez, aunque por supuesto con Charlie adelante, y Lucy refugiada a sus espaldas.
—Pero escuchen —pronunció Francis en alto antes de que se fueran. Las dos se detuvieron y se giraron a mirarlo una vez más—. No me pareció que estuviera dormido en lo absoluto. Más bien, sólo en shock.
Ambas mujeres analizaron unos momentos aquellas palabras, y entonces Charlie se viró hacia Lucy en busca de alguna explicación, si es que estaba dentro de sus capacidades poder compartirle una. Ella le había dicho que su amigo sólo perdía el control de sus poderes cuando estaba inconsciente; ¿qué ocurría entonces si ese no era el caso?
La rastreadora previó que decir que “no tenía todos los detalles” sería lo peor que pudiera hacer en esos momentos (aunque fuera cierto). Así que en su lugar intentó esforzarse un poco para plantearse algún tipo de teoría, en base a lo que conocía de los poderes de Cody, y cómo funcionaban. Era lo mejor que podía hacer de momento.
—Supongo… que la muerte de su novia debió disparar algún mecanismo de defensa en su interior, y lo sumió en algún tipo de estado catatónico, que para el caso es como si estuviera dormido. Quizás si lo hacemos reaccionar, igual debe poder dejar de hacer esto.
—Si eso no funciona, usen esto —indicó Francis, al tiempo que aproximaba una mano a su cinturón.
Charlie temió por un momento que fuera a tomar otra arma, pero lo que sacó y extendió hacia ellas fue un tubo alargado color azul, que Charlie reconoció de inmediato: era una inyección en forma de pluma, similar a las que utilizaban los diabéticos para su insulina, pero en ese caso lo que esa cosa contenía era muy seguramente el mismo químico de efecto rápido para dormir a su objetivo; mismo que le habían aplicado en veces anteriores, incluyendo cuando la capturaron en Los Ángeles hace unos días.
—Es un poderoso sedante fabricado por el DIC —explicó Francis—. Hace efecto en segundos.
—Eso no funcionará —indicó Lucy, negando con la cabeza—. Cody es capaz de incluso proyectar sus sueños y pesadillas mientras duerme.
—No con esto —añadió Francis con seriedad—. Además de dormir al objetivo, hace efecto directamente en el cerebro de los UPs, y suprime sus habilidades psíquicas; incluso las que se activan cuando el individuo duerme. Debería también funcionar con su amigo.
—¿Debería? —cuestionó Charlie, insegura. De nuevo, aquella expresión no le transmitía mucha confianza.
—Es eso, o…
En ese momento Francis ahora sí tomó su arma, y la deslizó por el suelo hasta que quedara a los pies de Charlie y Lucy. No tuvo que decir nada más para dejar claro su punto: si no podían hacerlo reaccionar ni funcionaba el dormirlo, tendrían que eliminarlo de una forma mucho más contundente.
La idea claramente aterró a Lucy, y no era que a Charlie le produjera mucha emoción tampoco. No le apetecía tener que matar a un resplandeciente, en especial a un miembro de la fundación de El, y que además no tenía control directo de lo que estaba ocurriendo. Pero si no había otra alternativa…
—Nos arriesgaremos con la jeringa primero —declaró Charlie con firmeza, y se inclinó hacia Francis para tomar la inyección que le extendía—. Andando —pronunció justo después girándose hacia Lucy.
Ambas se dirigieron de nuevo hacia el pasillo, pero ahora con un poco menos de convicción que antes…
— — — —
Charlie y Lucy se pararon en el pasillo, contemplando en silencio el enjambre de insectos que se cernía ante ellas. El siseo que provocaban se había vuelto más intenso, y se movían un tanto más agitadas. Aun así, parecían de cierta forma tranquilas.
Casi no parecía que hubieran visto no hace mucho como destripaban y cercenaban personas con sus propias fauces.
—¿Sigues tan segura de que no nos atacarán? —murmuró Charlie entre dientes, observando a su acompañante de reojo.
—Nunca he estado segura de eso —le respondió Lucy, un poco a la defensiva—. Sólo sé que quienes mataron a Lisa, la novia de Cody, fueron hombres vestidos de soldados. Así que estas cosas deben ser la representación de la ira de Cody hacia sus asesinos.
—Y de nuevo es mera teoría, ¿no? —le cuestionó Charlie con dureza, pero en esa ocasión Lucy no tuvo una respuesta inteligente que ofrecer.
Charlie resopló, y sin más comenzó a avanzar con paso cuidadoso, siendo seguida muy de cerca por una casi temblorosa Lucy. Mientras avanzaban, les pareció notar como varias de esas criaturas giraban sus cabezas y fijaban sus grandes ojos negros en ellas, siguiéndolas con estos en su avance. Algunas incluso se aproximaban un poco hacia ellas, casi con curiosidad, creando en cada ocasión un pequeño respingo de temor por parte de Lucy, que instintivamente se pegó más hacia la espalda de Charlie en busca de su protección.
—No eres precisamente de los mejores soldados de El, ¿cierto? —masculló Charlie con ligera sorna, mirándola sobre su hombro.
—No soy ningún soldado en lo absoluto —se excusó Lucy, defensiva—. Yo siempre había estado apoyando a la Fundación desde la seguridad y comodidad de mi casa. No soy de las que salen a campo a hacer este tipo de cosas.
—¿Y cómo fue que terminaste aquí, entonces?
—Yo también me lo pregunto…
El mayor contratiempo durante su recorrido fue una de esas polillas que cayó desde el techo justo delante de ellas, alzándose en una pose que a ambas le pareció agresiva. Charlie su puso en alerta, y Lucy se escondió detrás de ella. Aguardaron a ver si acaso se animaba a atacarlas, pero no lo hizo; se quedó quieta en su sitio, así que ambas la rodearon lentamente por un lado. La criatura las siguió con la mirada mientras se alejaban.
Al final lograron llegar con relativa facilidad hasta el norme capullo, blanco y grande hasta casi tocar el techo, de un material similar a las finas telarañas que lo envolvía, pero de apariencia mucho más sólida; como si fuera más bien algún tipo de cascarón.
—¿Segura que mi fuego será capaz de atravesar esto? —le cuestionó Charlie con mordacidad. Y antes de que Lucy pudiera siquiera abrir la boca, Charlie supo que le respondería que no estaba segura de nada, o que era sólo una teoría; así que alzó una mano en su dirección, indicándole al instante que mejor guardara silencio—. Toma —masculló a continuación, extendiéndole a Lucy la jeringa que Francis le había dado. Ésta la miró, un tanto desconcertada—. Si no logramos hacerlo reaccionar por las buenas, será tu obligación usar esto.
—¿Yo? —susurró Lucy con sorpresa, mirando casi pálida la jeringa que le extendía—. A mí no me gustan las jeringas, ni nada que se les parezcan…
—¿Y yo tengo cara de que me encanta algo de todo esto? —le respondió Charlie con algo de agresividad.
Tomó entonces la mano de la rastreadora y le colocó la jeringa en la palma antes de que pudiera seguirse oponiendo. Se giró justo después hacia el capullo y respiró hondo.
—Espero que funcione —susurró despacio para sí mima, y entonces comenzó a concentrarse. Lucy dio instintivamente un paso hacia atrás.
Charlie comenzó a enfocar su energía en un punto exacto del cascarón, intentando usar todo su autocontrol para usar una cantidad apropiada, pero no excederse. Pues si se le pasaba la mano, terminaría por calcinar a quien se encontrara ahí dentro.
Un pequeño punto brillante y humeante comenzó a formarse en la superficie del capullo, y poco a poco fue haciéndose más grande, comenzando en efecto a consumir el material de éste como Lucy había supuesto. Pero apenas estaba comenzando con su tarea, cuando Charlie tuvo que detenerse de golpe al percibir una agitación a su alrededor.
Los insectos chillaron de pronto con más fuerza, y algunos agitaron además sus alas. Se sacudieron, como un perro que se agitaba para quitarse las pulgas de encima, y algunas se posicionaron en el suelo justo detrás de ellas. En cuanto Charlie se detuvo, los insectos lo hicieron igual, aunque sus ojos las miraban fijamente.
—Ah, Lucy… —masculló Charlie, vacilante. Su acompañante, por supuesto, no se encontraba mucho mejor.
—No pasa nada —indicó Lucy con una sonrisita nerviosa—. Continúe.
Charlie no estaba muy convencida de esa afirmación, pero igual lo hizo. Volvió a enfocarse, a dejar su fuego surgir de ella, en esa ocasión con la precisión de un bisturí. Poco a poco, se fue formando un agujero en la superficie del cascaron, de orillas calcinadas que se extendían como en un papel quemado. Pero cuando dicho agujero apenas era del tañado de un puño, todas y cada una de las polillas soltaron un ensordecedor chillido al aire, que casi hizo retumbar las paredes. Y una a una se fueron separando de donde se encontraban y se alzaron en el aire, comenzando a revolotear por el angosto pasillo, golpeándose entre sí de lo caóticas que se habían puesto.
Charlie y Lucy se giraron alarmadas al ver esto.
—¡Ahora sí pasa algo! —exclamó Lucy, aterrada, y sin lugar al cual huir.
Las polillas comenzaron a lanzarse hacia ellas, con sus fauces abiertas enseñando sus hileras de colmillos. Charlie rápidamente se puso al frente de Lucy, y dejó escapar de golpe su fuego, pero ahora sin la delicadeza ni cuidado de antes, sino expulsando todo en la forma de una inmensa llamarada que cubrió casi todo el pasillo, empujando a gran parte de esas cosas hacia atrás, calcinándolas.
Pero, no a todas. Algunas de esas polillas lograron abrirse camino, y algunas de las alcanzadas por sus poderes, incluso con medio cuerpo quemado, siguieron intentando aproximarse hacia ellas.
Charlie tomó a Lucy con firmeza e hizo que ambas saltaran hacia un lado, saliendo del alcance de algunas polillas, que terminaron estrellándose contra el capullo, como si de un sólido muro se tratara. Ambas mujeres rodaron por el suelo hasta chocar con la pared. Charlie en cuanto pudo se incorporó, centró su atención en el insecto más cercano, y disparó su poder hacia éste, luego hacia otro más, y otro más, casi como si le disparara con una escopeta a una parvada de patos.
Había eliminado a varios de ellos, pero aún había más de los que ella había supuesto en un inicio. Supo de inmediato que podría estar todo el día haciendo eso, sin llegar a ningún resultado favorable. Sólo había una forma de acabar con eso.
Cuando tuvo el camino más libre, tomó a Lucy del brazo con brusquedad para obligarla a pararse, y ambas corrieron en dirección al capullo. Charlie enfocó de nuevo su energía en aquella estructura, pero en esta ocasión con un poco menos de cuidado, para que el calor golpeara más directamente la superficie del cascarón, abriendo en cuestión de segundos un agujero grande; o al menos lo suficiente para que una persona pudiera entrar.
Charlie prácticamente lanzó a Lucy hacia el interior de aquella cosa. Luego se giró hacia las polillas, volvió a apartarlas dejando salir una gran oleada de su poder, y justo después ella misma se lanzó hacia el interior del capullo.
Un segundo después de que su cuerpo entero pasara por el agujero, al menos tres polillas se estrellaron contra éste, chillando y golpeándose con fuerza, intentando abrirse paso, pero sin mucho éxito; a lo mucho logrando introducir un par de sus patas en un vago intento de alcanzarla. Charlie las observó en silencio desde el suelo. Eso las mantendría afuera por ahora, pero no por mucho.
Fuera de lo que podrían haber creído, ambas cayeron sobre una superficie dura como el concreto. El interior del capullo se encontraba casi a oscuras, salvo por la luz que ahora entraba por el agujero que habían creado, tapada en ocasiones por los cuerpos de las polillas que intentaban abrirse paso. Y resultó además ser bastante más grande lo que parecía desde el exterior.
—La perdí —exclamó Lucy de pronto alarmada, mientras se veía sus manos y se tocaba los bolsillos de su suéter—. ¡Perdí la jeringa! Se me debió de haber caído cuando nos tiramos al suelo.
—Si quieres salir por ella, adelante —exclamó Charlie, sarcástica, señalando con una mano hacia el agujero, y en especial a las polillas que intentaban entrar por él. Lucy sólo guardó silencio, y tragó saliva.
Charlie se talló sus ojos con ambos dedos, y se pellizco el puente de la nariz, intentando aliviar un fuerte dolor punzante que la había invadido. Ese límite que tanto la había estado preocupando, lo sentía cada vez más cerca. Hacer explotar esa jaula en forma de cubo ya había necesitado demasiadas de sus fuerzas; todo lo que le siguió después de eso, no la hizo sentir mucho mejor.
Ambas se giraron entonces a observar el interior de aquella cúpula, o al menos lo que la escasa luz les permitía, e intentando además ignorar los golpes y chillidos a sus espaldas. No tardaron mucho en divisar una silueta entre las sombras, enmarcada de vez en cuando por la luz que lograba filtrarse.
Lo que miraron las dejó casi sin aliento. Cody se encontraba prácticamente en la misma posición en la que Lucy lo había dejado, sentado en el suelo, abrazado firmemente al cuerpo de Lisa. Pero ahora delgadas hebras como telarañas se habían formado a su alrededor, comenzando a cubrirlos poco a poco. El torso de Lisa estaba empapado de sangre por el frente y detrás, y su cuello y brazos caían hacia un lado. Sus anteojos rotos aún colgaban frente a su rostro, desde los cuales se asomaban un par de ojos azules totalmente apagados, que parecían de repente mirarlos a ellas.
Como Francis había dicho, Cody no parecía como tal dormido. Tenía sus ojos bien abiertos, pero no parecían estar enfocados en nada en lo absoluto. Apenas parecía estar respirando, y no pareció reparar en lo absoluto en su presencia. Era como si en efecto estuviera en algún tipo de sueño, estando aún despierto; algún trance, quizás.
—¿Es él? —preguntó Charlie con seriedad, a lo que Lucy simplemente asintió.
Charlie se aproximó rápidamente hacia él, y dejando las delicadezas de lado lo tomó de los hombros y comenzó a zarandearlo con fuerza. Sus brazos dejaron de sujetar a Lisa, y ésta cayó sin oposición al suelo a los pies de Charlie, pero de momento ésta procuró ignorarla.
—Hey, chico —exclamó la reportera con agresividad—. ¡Reacciona!
Sin menor miramiento, alzó una mano y le dio una fuerte bofetada en su mejilla, dejándola enrojecida al instante. El rostro de Cody se giró entero hacia un lado, pero siguió sin dar seña alguna de reacción. Era como intentar hacer reaccionar a un maniquí.
—En verdad está fuera de sí —masculló con preocupación.
En ese momento escucharon un crujido, y ambas se giraron al mismo tiempo hacia el agujero. Las polillas insistían en querer abrirse paso, y al parecer su presión había comenzado a hacer que el agujero cediera; en cualquier momento entrarían, y no titubearían al momento de hacerlas pedazos.
Si no podían hacerlo reaccionar, ni tampoco tenían la jeringa con el sedante… sólo quedaba la otra opción; la misma que Francis les había sugerido, sólo que Charlie no necesitaba una pistola.
Miró a Lucy con severidad en su mirada, y ésta se estremeció un poco al sentir de nuevo esos agresivos ojos en ella.
—Sabemos lo que tenemos que hacer —le susurró despacio.
—No, espere —exclamó Lucy alarmada—. No lo haga, debe haber otra…
—No la hay —le cortó Charlie con agresividad—. Si no lo hacemos, esas cosas nos mataran, y a cualquiera que siga de pie por aquí. Debo hacerlo.
Lucy palideció, y fue incapaz de dar ningún otro argumento para persuadirla. Y el insistente chillido y golpeteos de los insectos de afuera tampoco lo hacían sencillo. Tragó saliva con pesadez, asintió, y entonces se apartó lo más que pudo, hacia una de las paredes del capullo. Se giró hacia otro lado para evitar ver, y se tapó además sus oídos con ambas manos.
Charlie se viró de nuevo hacia Cody, y lo tomó firmemente de su cara con ambas manos, sujetándolo con firmeza para que ambos quedaran frente a frente. A pesar de sus ojos bien abiertos, el muchacho no pareció darse cuenta en lo absoluto de ella o de lo que ocurría. Estaba totalmente hundido en su propia pesadilla…
—Lo siento —susurró Charlie despacio, aunque estaba segura que él no podría escucharle. Y entonces comenzó a intentar concentrarse en hacer justo lo que le había hecho a Grish Altur antes: fundirle el cerebro entero. Pero intentaría hacerlo lo más rápido posible para que no sufriera… Sólo tenía que sobreponerse a ese dolor, ese cansancio que le había invadido. Sólo tenía que enfocarse una vez más y…
Un fuerte estruendo las sacudió con intensidad, en el momento en el que uno de aquellos enormes insectos acometió contra el agujero, abriéndose paso con violencia por éste, lo suficiente para extender su largo cuerpo hacia el interior. Y antes de que Lucy o Charlie pudieran girarse por completo, la criatura clavó profundo los colmillos de sus fauces justo en el hombro derecho de Charlie. La sangre brotó a chorro de la herida, y la mujer dejó escapar un agudo grito de dolor al aire.
Un instante después, la polilla jaló su cuerpo de regreso al exterior por el mismo agujero ampliado, jalando consigo a Charlie.
—¡No! —exclamó Lucy horrorizada, y por mero reflejo extendió una mano hacia ella, en un vago intento de tomarla y detenerla. Sus dedos rozaron por un centímetro el brazo de Charlie, pero luego sólo le quedó ver con impotencia como era jalada hacia afuera y desaparecía por completo de su vista—. ¡Oh Dios! ¡No!
Su primer reflejo fue correr hacia el agujero, pero se detuvo en seco antes de avanzar demasiado. ¿Qué podía hacer allá afuera?, ¿cómo podría alguien como ella ayudarla? Lo único que podría hacer para salvarla era…
Se giró lentamente hacia Cody. Éste había quedado de rodillas en el suelo, con su cabeza agachada. Lisa yacía inmóvil delante de él.
—No, no puedo —susurró despacio para sí misma, y cayó de sentón al suelo, sin energía—. No puedo hacerlo… Dios mío…
Se agarró su cabeza con ambas manos, presa de la desesperación, a un segundo de comenzar a arrancarse los cabellos.
«Señora Wheeler, Matilda, Mónica… ¡Alguien qué me ayuda, por favor!»
— — — —
Todo pasó muy rápido; Charlie apenas fue consciente de cómo su cuerpo era jalado de esa forma fuera del capullo, era lanzado por los aires en cuanto aquellos afilados colmillos la soltaron, y luego cayó precipitada al suelo, rodando por éste sin control. Cuando estuvo de nuevo quieta y logró mirar, se encontraba tirada en el pasillo, y con al menos siete de esas polillas, incluyendo la que tenía aún su sangre chorreando de su boca, precipitándose hacia ella.
Charlie dejó escapar rápidamente su energía como antes: un disparo contra una polilla, un segundo disparo contra otra. Se puso de pie rápidamente, pero el dolor de su hombro rajado la hizo caer un segundo de rodillas y volver a gritar. Alzó su mano izquierda y la presionó fuerte contra su herida, empapándose al instante sus dedos. Le dolía horrible; era posible que esa cosa le hubiera incluso arrancado un pedazo de carne.
No tuvo tiempo para lamentarse. Sintió la presencia de los insectos justo a sus espaldas, por lo que rápidamente se giró y volvió a disparar su poder contra ellas, pero en esta ocasión fue consciente de lo sustancialmente más débil de esos últimos disparos.
—¡Maldición! —exclamó con fuerza, llena de frustración.
Se forzó a sobreponerse al dolor y así lograr ponerse de pie y avanzar. Sintió que su pie hizo rodar algo, y aquello jaló rápidamente su atención hacia el suelo. Y ahí estaba: la jeringa de tubo azul que Francis le había dado.
«Qué suerte» pensó sarcástica. Pero quizás, si podía pasársela a Lucy en el interior del capullo, aún pudieran hacer algo. No logró, sin embargo, darle suficiente forma a ese plan, pues una de esas polillas se le lanzó en ese momento desde el techo.
Tomó rápidamente la jeringa firmemente entre sus dedos, y rodó hacia un lado para esquivar el pesado cuerpo que casi la aplastó. Se arrastró lo más pronto que pudo, hasta esconder su cuerpo en el agosto espacio entre una columna y la pared, lo suficiente para que la siguiente polilla que iba tras ella chocara contra ésta, y la segunda batallara para alcanzarla.
Charlie respiraba con fuerza, el ardor de su herida carcomiéndola aún más, mientras aferraba la jeringa con el sedante contra su pecho.
«No puedo más…» pensó, agotada. Ya no creía que le quedaran suficientes fuerzas para seguir usando sus poderes por mucho tiempo. Pero si quizás podía hacer un último disparo, uno que valiera la pena, antes de que eso terminara.
Antes de que la batalla llegara a su fin, y pudiera al fin descansar. E ir a donde su padre, su madre, todos sus amigos, y Kali la aguardaban. Esa idea resultaba incluso un poco tranquilizadora. Quizás que todo terminara al fin no sería tan malo…
Pero no sería ese d��a.
De pronto, Charlie notó como la polilla que intentaba alcanzarla extendía sus fauces hacia ella, y sus colmillos se posicionaron a centímetros de su cara. Pero un instante antes de que la tocara, el cuerpo entero del insecto fue jalado hacia atrás bruscamente, como si algo aún más grande la hubiera atrapado, y la lanzó con violencia por los aires hacia el otro lado del pasillo.
—¿Qué? —pronunció sorprendida. Se asomó entonces escuetamente desde atrás de la columna, justo para ver cómo otra más de esas polillas era lanzada por los aires, y luego otra más. Y justo detrás de esa tercera, se asomó la culpable de todo.
Aquella muchacha rubia y delgada con uniforme negro, la misma que había visto inconsciente a lado del otro soldado hace unos momentos. Sólo que ahora, se encontraba de hecho bastante despierta, parada a mitad del pasillo, con su mirada férrea en las criaturas. Algunas se intentaron lanzar hacia ella para atacarla, pero ella las repelía con fuerza con un movimiento de sus ojos y manos, manteniéndolas a raya.
—Es la muchacha —susurró Charlie, sorprendida. Lucy había mencionado algo sobre que la telequinesis debía también tener efecto en esas cosas y, por suerte, parecía tener razón.
Para ese momento había logrado lanzar a todas las polillas cercanas muy lejos de ellas, pero éstas se reincorporaban y se dirigían en embestida hacia ella de nuevo. Gorrión Blanco se paró firme, respingando un poco por el dolor de la herida en su hombro, pero sobreponiéndose de inmediato para alzar sus manos al frente con firmeza, y expulsar al máximo su telequinesis para empujar con furia a las amenazas. Éstas casi parecieron chocar contra un muro invisible, estampándose. Sin embargo, siguieron empujando para intentar avanzar, y Gorrión Blanco intentó aplicar más fuerza para hacerlas para atrás.
Aquello se convirtió rápidamente en una competencia de fuerzas, y por supuesto de voluntades. Y aunque Gorrión Blanco tenía de ambas, su cuerpo tampoco se encontraba en su mejor estado.
Charlie tuvo que pensar rápido. Esa sería su única oportunidad.
—¡Oye tú! —le gritó con fuerza, saliendo de su escondite. Gorrión Blanco se giró rápidamente hacia ella, pasmada—. ¡Dáselo a la chillona del capullo! —le gritó con fuerza, y al instante le lanzó lo mejor que pudo la jeringa azul con su brazo bueno.
Gorrión Blanco extendió una mano en su dirección, deteniendo la jeringa en el aire con su telequinesis, mientras seguía con su mano extendida hacia los insectos. Contempló aquel objeto unos momentos, y aunque lo reconoció rápidamente, no pareció tener del todo clara la instrucción de qué debía hacer con ella.
—¡Rápido! —gritó Charlie desesperada, y señaló con una mano hacia el capullo, al agujero de éste, y por supuesto a la mujer que se asomaba pasmada por él.
Lucy había escuchado el cambio en la conmoción que había causado la llegada de Gorrión Blanco, y yendo en contra de su instinto, se asomó hacia afuera para ver lo que ocurría. Su asombro también fue mayúsculo al verla de pie a menos de un metro de ella.
Gorrión Blanco se giró a mirarla, y pareció comprender; igualmente el Sgto. Schur le había explicado rápidamente la situación en cuanto despertó. Así que sin más vacilación, jaló una mano en dirección al capullo, y la jeringa se dirigió en el aire rápidamente hacia el agujero. Al hacerlo, sin embargo, las fuerzas que aplicaba para detener a los insectos menguó, por lo que Charlie salió rápidamente de su escondite y corrió hacia adelante, dejando escapar todas las energías que le quedaban en un último disparo.
La onda de energía golpeó con fuerza a los insectos, calcinando a la mitad, y al menos dañando a los otros. Pero lo más importante, manteniéndolos a raya el tiempo suficiente para que la jeringa llegara a manos de Lucy.
La rastreadora tomó torpemente la jeringa entre sus dedos, y la contempló un tanto perdida, como si fuera la primera vez que la veía.
—¡No te quedes ahí parada! —le gritó Charlie con enojo, volteándose a mirarla—. ¡Úsala!
—¿Yo? —susurró Lucy, asustada—. Está bien, está bien…
Sin más, se giró de nuevo hacia el interior del capullo, mientras afuera Gorrión Blanco y Charlie hacían lo posible para entretener a los monstruos.
Lucy se dirigió hacia Cody y se arrodilló justo delante de él. Destapó el tubo azul, revelando la pequeña aguja de la punta. Tragó saliva, nerviosa.
—Odio las agujas —murmuró despacio. Miró entonces al rostro ensimismado del chico delante de ella—. Lo siento, Cody…
Alzó en ese momento la jeringa, y la extendió con rapidez al cuello del profesor. La aguja se encajó en su piel, y el sedante comenzó a penetrar con rapidez a su cuerpo. Cody lanzó de pronto un agudo chillido, y alzó su mirada rápidamente. Por un momento sus ojos parecieron tener vida de nuevo, y a Lucy le pareció que la miraban, e incluso reconocían. Aquello no duró mucho, pues en cuestión de segundos, justo como el soldado había dicho, su visión volvió a nublarse, su cuerpo a relajarse, hasta el punto que comenzó a desplomarse hacia un lado.
Lucy se apartó, retirando en el mismo movimiento la aguja de su cuello. Cody cayó con fuerza sobre su costado izquierdo contra el suelo, quedando totalmente inmóvil, pero en esta ocasión con sus ojos cerrados, y su rostro bastante más placido.
La rastreadora lo contempló en silencio, sujetando la jeringa ahora vacía contra sí. Unos segundos después que Cody quedara totalmente dormido, Lucy notó con asombro como toda esa estructura y las telarañas que la rodeaban comenzaban poco a poco a desintegrarse, convirtiéndose en humo negro que era jalado por el viento, hasta no dejar rastro alguno de él.
Pero el capullo no fue lo único, pues para alegría de todas, las polillas con las que Gorrión Blanco y Charlie luchaban, así como todas las demás que rondaban por la base, comenzaron también a desaparecer del mismo modo. Igual las grietas que se habían abierto en el concreto y por las que habían salido, las motas de cenizas que flotaban en el aire… Todo lo que había sido causado por la mente traumatizada de Cody Hobson comenzó a desvanecerse, hasta no dejar rastro alguno detrás.
A excepción, claro, de toda la muerte que aquellas criaturas habían provocado a su paso…
Charlie, Gorrión Blanco y Lucy permanecieron quietas y en silencio mientras todo esto ocurría, hasta que sólo quedaron ellas de pie en aquel largo y silencioso pasillo.
—Funcionó… —susurró Lucy en voz baja. Luego sonrió y dejó salir con mayor efusividad—: ¡Funcionó!
Se atrevió incluso a dejar salir una pequeña risilla nerviosa. Soltó entonces la jeringa dejándola caer al suelo, y ella la siguió poco después.
—Oh, Dios —murmuró casi temblando—. No siento mis piernas.
Charlie y Gorrión Blanco se sentían casi del mismo modo. Pero en lugar de dejarse caer al suelo como ella, se limitaron a sólo soltar un pesado suspiro, y dejar que el peso que les oprimía los hombros hasta ese momento se hiciera menos.
Y, hablando de hombros, conforme la adrenalina de la batalla se fuera apagando, sus respectivas heridas no tardarían en pasarles factura. Pero tendrían que encargarse de eso después.
—Eso fue impresionante, chiquilla —mencionó Charlie con entusiasmo, volteándola a ver con una sonrisa de complicidad—. Se ve que tienes agallas en ese cuerpo tan pequeño.
—Gracias… —masculló Gorrión Blanco, regresándole la sonrisa. Aunque al instante en el que miró a aquella mujer con más detenimiento, la reconoció; de la foto de su expediente, para ser exactos—. Usted es…
—Sí, sí, soy yo —susurró Charlie, agitando una mano en el aire para restarle importancia—. Luego te doy un autógrafo, ¿sí?
Gorrión Blanco la miró un tanto pasmada, al parecer no logrando entrever si acaso hablaba en serio o no.
Charlie se dirigió entonces hacia donde Lucy yacía sentada. Se veía tan agotada como si hubiera corrido un maratón, y siendo justos era difícil decir si un maratón hubiera sido más complicado que ese día. Charlie tampoco se encontraba mucho mejor, en especial por esa horrible mordida que le habían dado en el hombro.
Al aproximarse lo suficiente, su atención logró fijarse en las otras dos personas tiradas en el piso delante de Lucy: el hombre joven de cabellos rubios, y la mujer de cabellos negros y torso ensangrentado… Uno recostado a lado del otro, casi como si compartieran el lecho.
Ambos se veían tan jóvenes; sólo unos niños para Charlie, si los comparaba con el peso de los años que ella misma cargaba consigo. Y aunque no los conocía, supo que ninguno merecía estar en ese lugar y momento.
—¿Cómo está? —susurró Charlie con seriedad.
—Vivo, creo —masculló Lucy dubitativa—. Pero…
La atención de Lucy se fijó en Lisa; en su rostro pálido y desencajado, y sus ojos nublados admirando al vacío.
—Dra. Mathews —escuchó como Gorrión Blanco susurraba abatida al pararse a su lado. Su mirada decaída contemplaba igualmente el cuerpo de la mujer—. Lo siento… Si tan sólo hubiera hecho…
—No te dejes dominar por ese pensamiento, muchacha —le reprendió Charlie, tomándola un poco por sorpresa—. Hazme caso; no te llevará a ningún lugar bueno.
Gorrión Blanco no respondió nada; se limitó a sólo agachar la cabeza.
—No se pongan muy cómodas —pronunció Charlie con tono severo—. Nos habremos encargado de los monstruos, pero los que queden con vida de esos mercenarios seguirán sueltos por aquí. Tenemos que irnos, ahora.
Gorrión Blanco asintió. Lucy no dijo ni hizo nada, pero por supuesto estaba lista para irse de ese infierno de una buena vez.
—Espero que te queden fuerzas —comentó Charlie mirando a Lucy—, porque tendrás que ayudarme a cargarlo.
Señaló entonces con un pulgar hacia el inconsciente Cody en el suelo. La idea ciertamente no encantó a Lucy, en especial por lo agotada que se sentía en esos momentos. Por suerte estaba tan agotada, que tampoco tenía fuerzas para debatir.
Mientras Lucy y Charlie levantaban a Cody, Gorrión Blanco siguió de pie, observando en silencio el cuerpo de Lisa. Dejó escapar un profundo suspiro, y se arrodilló a su lado. Aproximó con cuidado una mano al rostro de Lisa para retirarle sus anteojos de cristal roto, y con la otra cerró con delicadeza sus párpados para así dejarla descansar en paz, aunque fuera simbólicamente. Aunque no tuviera memoria clara de dónde o de quién, sentía que no era la primera vez que estaba de esa forma, a lado del cadáver ensangrentado de un ser querido.
Se tomó sólo un segundo para recobrar el aliento, y entonces se puso rápidamente de pie.
—Yo llevaré al Sgto. Schur —indicó con firmeza, y antes de esperar confirmación se dirigió presurosa a la habitación en donde el sargento se había refugiado.
Sintió un agudo nudo en la garganta en cuanto se paró en la puerta del cuarto, y su mirada se fijó en el militar, sentado en el suelo con su espalda apoyada contra la pared; sus ojos cerrados, un brazo caído a su lado en el suelo, y su mano izquierda aferrada con fuerza a su costado.
—Sargento —susurró muy despacio, mientras se le aproximaba con cautela. Para su alivio, él abrió los ojos y la volteó a ver a medio camino. Se veía débil, pero seguía ahí.
—¿Ya todo se calmó? —le preguntó Francis con tono hosco. Gorrión Blanco asintió como respuesta.
—Los monstruos ya no están, pero el enemigo puede seguir suelto. Debemos irnos.
—Sí, así es —masculló Francis con voz apagada—. Ustedes deben irse.
Gorrión Blanco se detuvo a su lado, un tanto perpleja. La forma en lo que había dicho eso, ciertamente la desconcertó. ¿Por qué había dicho “ustedes” deben irse?
Tras unos segundos de silencio, ambos vislumbraron a Charlie y Lucy de pie en el umbral de la puerta, cada una cargando de un lado al inconsciente Cody. Francis desvió su mirada de Gorrión Blanco hacia la mujer McGee. Supo de inmediato que ella comprendería mejor todo que la mujer más joven.
Alzó su brazo derecho con debilidad, y tomó de su cinturón su tarjeta roja de acceso, y se la extendió a Charlie. Ésta alargó una mano hacia ella para tomarla sin mucha vacilación. Con la misma mano, Francis apuntó entonces hacia el pasillo a la derecha, y habló dirigiéndose directamente hacia Charlie, intentando que su voz sonara lo más clara posible.
—Sigan por este pasillo, luego den vuelta a la derecha en la primera intersección, en el pasillo en el que nos enfrentamos con los hombres de Marsh. Pasen los escombros causados por el cohete que lanzaron, y avancen hasta el final; ahí encontraran los ascensores. Usen la tarjeta para acceder a ellos, y bajen hasta el nivel inferior. Saliendo de los ascensores, sigan derecho y llegarán al andén de carga. Ahí hay una salida que da directo al bosque. Con algo de suerte, los insectos habrán despejado el camino, pero no por mucho tiempo. Sólo salgan, corran hasta saltar la barda, y no miren atrás. ¿Está claro?
—Totalmente —pronunció Charlie asintiendo, confirmando que había comprendido la instrucción.
—Sargento, yo lo llevaré —indicó Gorrión Blanco, y de inmediato se dispuso a alzarlo con su telequinesis—. Lo cargaré con mis poderes…
—¡No! —exclamó Francis con dureza, y esa sola palabra la hizo vacilar y detenerse—. Sólo te alentaría, y necesitarás tus poderes para defenderte a ti, y a ellos —indicó señalando con su cabeza hacia los demás—. Además, ya no hay nada que hacer por mí…
Francis retiró con cuidado la mano que cubría su costado herido. Aunque Charlie había cauterizado su herida, el punto en el que ésta le había rasgado su camiseta dejaba a la vista su piel, en la cual se apreciaba una gran mancha amoratada y roja, que se extendía por casi todo su vientre.
Gorrión Blanco enmudeció al ver esto, y una reacción muy parecida fue compartida por Lucy y Charlie, aunque ésta última no pareció del todo sorprendida.
—Pero, sargento —susurró Gorrión Blanco, angustiada, agachándose hasta ponerse de rodillas a su lado—. No puedo dejarlo aquí…
Los ojos de la muchacha se humedecieron, estando a nada de soltar esas lágrimas que había estado reprimiendo prácticamente todo el día.
—Dejémoslos solos un segundo —musitó Charlie con voz seria.
—¿No dijo que teníamos que irnos ya? —exclamó Lucy, algo alarmada.
—Sólo un segundo —recalcó Charlie con dureza, y sin más comenzó a moverse hacia la salida, haciendo que Lucy, y por consiguiente también Cody, la siguieran.
Bien o mal, si alguien tenía experiencia en despedidas como esa, era Charlie McGee.
Francis observó atento mientras las mujeres se retiraban. Y una vez que estuvieron de nuevo a solas, fijó su atención en Gorrión Blanco; su expresión férrea y severa como siempre.
—Debes hacerlo: tienes que irte, ahora mismo —espetó Francis, sonando bastante parecido a una orden, pese a su estado tan endeble. Sin embargo, su mirada y su voz se suavizaron al instante siguiente—. Éste nunca fue tu hogar, Gorrión Blanco. Yo toda mi vida sólo obedecí órdenes, sin cuestionarlas ni una sola vez. Y me sentía tan orgulloso de eso, que incluso me llevó a dejar que experimentaran conmigo, aún a riesgo de mi propia humanidad. Pero tú no eres como yo, y jamás debiste serlo. Las personas de este sitio desde el inicio sólo quisieron usarte como un arma que pudieran usar y desechar cuando ya no les sirvieras; quizás, de cierta forma, yo también lo hice. Pero pese a sus intenciones mezquinas, te han dado una segunda oportunidad para vivir, y no es justo que la desperdicies aquí. Vete, y sé la maravillosa persona que sé que puedes ser. No dejes que las cosas del pasado o lo que te hayan hecho en este sitio determine lo que puedes llegar a ser.
—¿El pasado? —murmuró la muchacha, bastante desconcertada por esas palabras—. No le entiendo, sargento…
En ese momento, se escucharon pasos y voces por el pasillo. Se oían lejos, pero no tardarían en acercarse siguiendo los destrozos de aquellas criaturas, y dar con ellos.
—Alguien viene —advirtió Charlie, asomándose al interior del cuarto—. Tenemos que irnos, ¡ahora!
Charlie y Lucy comenzaron a avanzar en la dirección que Francis les había indicado, cargando a Cody entre ambas. Gorrión Blanco debía ir con ellas, justo como le habían dicho. Pero antes de que se fuera, Francis le indicó con una mano que se le aproximara. La chica lo hizo, y se inclinó sobre él, acercando su rostro al suyo. Ya teniéndola así de cerca, Francis le susurró despacio, sólo para sus oídos:
—Escúchame bien, por favor. Si quieres saber la verdad sobre quién eres, tienes que ir a una ciudad, al sureste de aquí, cerca de la costa. Una ciudad llamada… Chamberlain.
—Chamberlain —repitió Gorrión Blanco muy despacio. Aquel nombre, por algún motivo, le había dejado un sabor familiar en la lengua; un sabor amargo…
Los pasos y las voces se oían más próximos.
—Vete, ¡ya! —le ordenó Francis con dureza, agitando una mano en el aire.
Gorrión Blanco asintió y se puso rápidamente de pie. Antes de avanzar demasiado, miró por última vez al Sgto. Schur, y le ofreció un rápido y torpe saludo militar. Francis sonrió; en realidad nunca había aprendido a hacerlo bien.
Gorrión Blanco salió corriendo del cuarto para alcanzar a las otras, dejando al soldado de nuevo totalmente solo.
Francis respiró profundamente, intentando recuperar su compostura. Tomó con firmeza su pistola con una mano, jaló hacia atrás el seguro, y miró atento a la puerta, aguardando la inminente llegada. Los pasos se hicieron más presentes, hasta resonar justo en el pasillo afuera de aquella puerta.
Un grupo de al menos cinco hombres vestidos de negros, y armado con rifles largos, no tardó mucho en hacerse presente en el umbral. Los cinco ingresaron al cuarto con armas en mano, y Francis sólo los observó callado y apacible desde su posición, mientras recorrían el interior en busca de alguien más. Al verificar que estaba solo, los cinco se colocaron delante de él, y lo apuntaron con sus cañones. Francis escuchó el sonido de seguros liberándose, y la tensión de los gatillos al ser rozados por el material de sus guantes. Apretó fuertemente su mano derecha al mango de su pistola, dispuesto a al menos herir a uno de ellos antes de que el resto abriera fuego.
—Esperen un momento —se escuchó que alguien pronunciaba con ímpetu un instante antes de que cualquier hiciera algún movimiento.
Francis desvió su mirada hacia un lado, y notó a alguien más ingresando por la puerta, con paso bastante calmado cabía mencionar, pese a la horrible escena que la rodeaba en esos momentos.
Los cinco hombres de negro retrocedieron y le abrieron paso. Aquella persona recién llegada se paró justo delante de Francis, y se agachó hasta ponerse de cuclillas, quedando así casi a su misma altura. Francis la reconoció de inmediato, en especial cuando dibujó esa sonrisa de falsa cordialidad que le había visto tantas veces al pasar frente a su escritorio delante de la oficina del Capt. McCarthy.
—Hola, Frankie —murmuró Kat con tono que intentaba sonar afable—. Te ves fatal, chico —añadió mirando de reojo a su herida.
—Tú hiciste todo esto —soltó Francis con aspereza. No era una pregunta, sino una tajante afirmación. Desde que escuchó su voz pronunciando aquellas palabras en la radio, lo tuvo bastante claro—. Ahora entiendo por qué nunca me agradaste, maldita perra…
Kat sonrió divertida al escuchar aquello.
—Qué grosero —masculló con tono de falsa molestia—. Y eso que a mí siempre me pareciste un muchacho tan educado.
Francis no le respondió nada, sólo permaneció mirándola con fiereza. Kat se inclinó más cerca de él, aproximando su rostro al suyo prácticamente a la misma distancia y forma que Gorrión Blanco lo había hecho hace unos momentos.
—Esto no tiene que terminar tan mal —le susurró con voz casi cariñosa—. Sólo dime dónde está la muchacha, el pequeño gorrión del Dir. Sinclair. Es demasiado peligrosa para dejarla suelta por ahí, y tú lo sabes. Hazlo, y quizás pueda hacer que esto acabé de una forma más placentera para ti.
Francis permaneció en silencio unos instantes, observándola como si sopesara su propuesta, e intentara decidir si aceptarla o no. Pero lo cierto era que no tenía nada que pensar; él ya tenía clara su decisión. Sólo quería tenerla lo suficientemente cerca y pendiente para poder alzar su arma, pegarla contra el costado de su cabeza y jalar el maldito gatillo para así volarle los sesos enteros.
Su movimiento fue osado, pero no dio los frutos esperados. Apenas logró levantar su mano con su arma la mitad del camino, antes de que una bala, salida de uno de los rifles de los hombres de negro, le diera justo en la mano, volándole al menos dos dedos de ésta y haciendo que la pistola fuera lanzada hacia un lado.
Francis gruñó de dolor, y se dejó caer hacia un lado sobre su costado. Apretó su otra mano firmemente contra su mano herida.
Kat suspiró, sonando decepcionada, y hasta incluso triste. Se irguió de nuevo, y observó a Francis hacia abajo como mirando a cualquier animal rastrero y lastimero que se hubiera cruzado por la calle.
—Bueno, nadie podrá decir que no fuiste valiente hasta el final —pronunció con voz seria, encogiéndose de hombros—. Eso lo respeto.
Francis de nuevo no respondió. La miró desde su posición, respirando agitadamente, con su frente perlada de sudor, pero su mirada firme y segura.
Kat sonrió, llevó su mano derecha hacia su espalda, y de un sólo movimiento jaló su pistola hacia el frente, apuntando con su cañón directo al rostro del soldado caído.
— — — —
Gorrión Blanco y los otros se encontraban ya a las puertas del ascensor, justo como el Sgto. Schur les había indicado. Las puertas se habían abierto gracias a la tarjeta de acceso, y Charlie y Lucy introducían con cuidado a Cody. Gorrión Blanco iba detrás de ellas, cuando entonces escuchó el mortal disparo. Aunque, decir que lo “escuchó” quizás no fuera lo correcto. Más bien lo había “sentido”, como un terremoto retumbando en lo más profundo de su cabeza, y luego bajando y estremeciéndole el cuerpo entero.
No pudo evitar que dicha sensación la hiciera detenerse de golpe. Le faltó el aliento, y una fuerte opresión le apretó el pecho. Se giró lentamente, mirando en la dirección que venían, y más allá. Supo lo que aquello había sido sin siquiera cuestionárselo, y sin siquiera tener que verlo con sus ojos. Lo supo en lo más hondo de sus sentidos y su ser…
—¿Qué haces? —le gritó la voz de Charlie desde el interior del ascensor—. ¡Muévete!
Gorrión Blanco tuvo problemas para hacer que sus piernas le respondieran. Tuvo ganas de tirarse de rodillas al suelo y llorar, pero una parte más profunda de su ser le gritó que no lo hiciera.
No podía dejar que los sacrificios de la Dra. Mathews y el Sgto. Schur fueran por nada.
Así que se sobrepuso a la fuerte impresión, se giró sobre sus pies hacia el ascensor, y corrió con todas sus fuerzas hacia adentro de éste. Las puertas se cerraron detrás de ella, y los cuatro bajaron hacia el nivel que Francis les había indicado.
Unos minutos después, todos juntos dejarían atrás las moribundas ruinas del Nido.
FIN DEL CAPÍTULO 153
Notas del Autor:
Debo confesar que estuve meses atorado con estos capítulos, no porque no supiera lo que pasaría (que eso lo tenía bastante claro desde hace tiempo), sino porque me resultaba bastante complicado de escribir debido a todos los personajes, todos los momentos, todos los disparos y todas las explosiones… Lo que hizo que muchas veces el sentarme a escribir todo eso no diera muchos frutos, y terminará más frustrado que otra cosa. No puedo decir que esté del todo conforme con el resultado final, pero bueno al menos ya pudimos terminar de alguna forma con este complicado arco del Ataque al Nido.
¿Qué les pareció? Hubo muchos momentos difíciles, y que como podrán prever van a repercutir gravemente en el futuro, y por supuesto en los personajes. Pero son cosas que tenían que pasar, incluyendo la muerte de varios personajes que nos habían estado acompañando hasta este momento. Por lo pronto, nos falta un capítulo más (un como “epílogo” se pudiera decir) para terminar con esta parte, y entonces pasaremos ya con otros personajes, y a algo más tranquilo luego de esta montaña rusa de emociones; yo lo necesito, y quiero pensar que ustedes igual.
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