Tumgik
#fui de las que miró su móvil
eldiariodelarry · 2 years
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Clases de Seducción II, parte 16: Culpa
Temporada 1
Temporada 2: Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10, Parte 11, Parte 12, Parte 13, Parte 14, Parte 15
Sebastian y Matias tomaron un móvil del ejército que los estaba esperando en el aeropuerto de Arica para transportarlos hasta el regimiento.
Olivares ya no insistía en sacarle tema de conversación a Sebastian, y él lo agradecía. Sabía que después de todo lo que habían conversado, habían llegado a tal confianza entre ambos que los silencios ya no eran incómodos.
Al llegar al regimiento, Matias se presentó como el escolta de Sebastian, y los hicieron pasar a ambos a la oficina del Capitán Guerrero.
—¿Lo hizo pasar muchas rabias, Cabo? —le preguntó el Capitán a Olivares.
—No, Capitán —respondió con sinceridad Matías—. Él sabe que cometió un error, y está arrepentido.
Sebastian levantó la ceja levemente, sorprendido por las palabras de Matias, porque claramente estaba mintiendo: de lo único que estaba arrepentido era de haberle creído a su padre.
El Capitán resopló sonoramente, en señal de incredulidad ante las palabras de Matias, y miró directamente a los ojos a Sebastian, quien ya había recuperado su semblante inexpresivo.
—¿Es cierto eso, soldado? —le preguntó directamente.
Sebastian se demoró una milésima de segundo más de lo necesario para sonar convincente.
—Si, capitán —respondió finalmente.
—Parece que el pequeño paseo no le sirvió para sacar la voz de hombre y hablar fuerte, Guerrero —comentó con sarcasmo el capitán.
—Está cansado —lo defendió Matias—, no ha dormido nada desde hace dos días, me comentó.
—Bueno, se habría evitado ese problema si no se hubiese arrancado —argumentó con lógica el Capitán—. Como sea, muchas gracias por su servicio, Cabo Olivares —agregó, a modo de cierre de la conversación para despedir a Matias, y luego se dirigió a Sebastian—. Y usted, Guerrero, vaya a las barracas a darse una ducha y a vestirse. Lo espero en la armería en cinco.
Sebastian obedeció al capitán, y salió de su oficina apurando el paso. Al cabo de unos segundos se percató que el capitán no venía detrás de él y caminó con normalidad hacia las barracas.
—Oye —Sebastian escuchó la voz de Matias acercarse a él por la espalda—. Recuerda guardar bien lo que te pasé —le dijo, dándole unas palmaditas fraternales en el hombro, mientras disimulaba la falta de aliento.
—Gracias —Sebastian no atinó a decir nada más. Estaba abrumado por la amabilidad y empatía de Matías.
Olivares le sonrió, como indicándole que era lo mínimo que podía hacer, y luego dio la media vuelta y se fue.
Sebastian dio un suspiro de alivio, al saber que no estaba totalmente solo en el mundo. Aun había gente buena que valía la pena conocer y potencialmente a futuro poder llamar amigos.
Siguió caminando hasta llegar a las barracas, donde se dirigió rápidamente al baño para lavarse la cara y mojarse el pelo, y luego se fue al dormitorio, abrió su casillero y sacó su ropa de militar, aprovechando en el momento de guardar disimuladamente el celular que le había pasado Matías, envolviéndolo con un par de calcetines limpios. Se vistió rápidamente y al salir del dormitorio para dirigirse a la armería se cruzó con Andrés, quien lo saludó con alegría.
—¿Dónde estabas? —le preguntó, dándole un abrazo.
—Fui a comprar cigarros —respondió con sarcasmo.
Andrés se rió.
—Qué bueno tenerte de vuelta —le dijo el muchacho—. ¿Llegaste con Javier? —Sebastian negó con la cabeza—. Uy, su castigo va a ser más pesado entonces.
Como si a Sebastian le hubiese hecho falta ese comentario. El recordar que su amigo probablemente no volvería, y que tenía todo un castigo por delante, por su ausencia de dos días del regimiento le hizo revolver el estómago.
—Oye, hay algo que tienes que saber —le dijo Andrés, pero Sebastian no tenía ganas de seguir con la conversación.
—Sorry, Andrés, ¿podemos hablar después?, el capitán me está esperando —le dijo Sebastian, y sin darle tiempo para responder, se alejó del lugar.
Al llegar a la armería, estaba el capitán Guerrero junto a Ortega esperándolo.
—Guerrero, llega justo a tiempo —le dijo el capitán, con sorpresa, provocándole una leve sonrisa de satisfacción a Sebastian—. Sígame.
El Capitán comenzó a caminar por el amplio terreno del regimiento, sorprendiendo a Sebastian, que pensó que lo encerrarían en la armería a contar casquillos nuevamente, como la vez anterior.
Caminaron hasta una de las torres de vigilancia, que en la base tenía una puerta de metal cerrada con un candado. El Capitán le indicó a Ortega que abriera el candado y Sebastian esperó ansioso a ver qué había dentro.
Al abrir la puerta, desde donde estaba de pie, Sebastian solo vio profunda oscuridad, hasta que Guerrero iluminó una parte del interior con su linterna.
—Bienvenido a su dormitorio —le dijo el hombre, mientras alumbraba específicamente un viejo catre metálico sin colchón ni sábanas, con solo una gruesa malla de resorte del mismo material para soportar su cuerpo.
Aparte del catre, Sebastian solo pudo divisar que tanto el suelo como la pared eran de un color gris cemento, sin pintar.
Sebastian no dijo nada, e intentó mantener una expresión seria en el rostro.
—Aquí tendrá mucho tiempo para pensar en lo que hizo —comentó Ortega, y Sebastian lo odió por eso.
Lo que menos quería era pensar en todo lo que había pasado en las últimas 48 horas, el haberse escapado, con el único propósito de ver a Rubén, el enterarse que había tenido un accidente, y ser obligado a volver sin poder saber su estado. De todas maneras, aunque no lo quisiera, sabía que iba a pensar en todo eso durante la noche.
Guerrero le hizo una seña con la mano para que Sebastian ingresara a la habitación, y él obedeció. Cruzó el umbral de la puerta intentando acostumbrar la vista para descifrar qué más había dentro, pero la oscuridad se apoderó de todo el lugar rápidamente cuando Ortega cerró la puerta, y Sebastian solo pudo escuchar el candado cerrarse al otro lado.
Caminó lentamente en dirección hacia donde estaba la cama y se quiso sentar, sobresaltándose levemente al sentir el frío metal del catre. Dio un suspiro, y decidió tratar de descifrar qué más había en esa habitación. Volvió hacia la puerta y desde ahí comentó a caminar con ambas manos apegadas a la pared a modo de guía.
El corazón le dio un vuelco cuando sintió un chirrido al llegar a una de las esquinas del lugar. “Ratas”, pensó Sebastian, con un escalofrío recorriéndole la columna, justo en el momento que sintió que algo pasó por encima de su mano derecha, caminando por la pared hacia el suelo.
Sebastian dio un salto y se alejó lo más rápido que pudo de la pared, sacudiendo las manos y tratando de ubicar el catre, donde se recostó en posición fetal y con el corazón latiéndole a mil por hora, y con lágrimas cayéndole por los ojos, las que no tardaron en desencadenar un llanto real.
Rubén despertó con un profundo dolor en la mayor parte de su cuerpo. Apenas podía mover la cabeza gracias al cuello ortopédico, el que no evitaba que le doliera, y simplemente agregaba una gran incomodidad a su estado.
Pasó una pésima noche, entre dolores y sueños raros, no pudo conciliar el sueño como habría deseado para descansar de todo lo malo que había pasado en las últimas horas.
Se levantó a duras penas y salió de su habitación hacia el comedor, donde su padre estaba tomando desayuno con Darío, quien había llegado esa misma mañana desde Santiago.
Su hermano tenía los ojos llorosos y sonrió aliviado al verlo despierto. Darío se levantó con ímpetu y le dio un largo abrazo.
—¿Estás bien, enano? —le preguntó Darío, mirando cada moretón en las zonas visibles del cuerpo de Rubén, quien asintió, y usó toda su energía para esbozar una sonrisa—. No sabes lo asustado que estuve —le dio un abrazo con suavidad.
Rubén quiso decir alguna palabra para bajarle el perfil a todo el asunto, pero sabía que no tenía cómo, y que sería un estúpido por intentar hacerlo. Simplemente trató de responder con optimismo.
—Tranquilo, que al menos a mi no me pasó nada —dijo finalmente, algo avergonzado al saber que el regalo que le había hecho su padre había quedado prácticamente inutilizable.
Rubén se fue a servir un poco de cereal con leche fría, y se percató de la expresión de Darío, que tenía una actitud de querer ayudarlo, pero tampoco quería agobiarlo con su ayuda. Al menos eso intuía Rubén, y en el fondo lo agradecía. No quería que lo vieran como alguien frágil en ese momento. Seguía siendo funcional.
Mientras comía en silencio, pensó en el sueño que había tenido la noche anterior: “Vengo por Sebastian”, la frase en boca de una voz masculina que se repitió en sus sueños durante toda la noche.
Estaba seguro que el sueño estaba condicionado por la noticia que le había entregado su padre. Le había dicho la noche anterior antes de dormir que Sebastian lo había ido a saludar para su cumpleaños, pero ya había vuelto al regimiento, según lo que había dicho el padre de su amigo.
A pesar de todo, la frase de su sueño le generaba una sensación preocupante, como si ese “vengo por” fuese una especia de búsqueda para matar.
—Voy a ir a la casa del Seba —comentó Rubén, a ninguno en particular, tras llevarse a la boca la última cucharada de cereal.
Su padre levantó la vista, pero no dijo nada para impedirlo, aunque Rubén sintió que quería hacerlo. A pesar de lo que Jorge le había dicho, Rubén esperaba que el padre de Sebastian le hubiese mentido, y que en realidad Sebastian estaba en ese momento en su dormitorio, aun indeciso si ir a verlo finalmente o no.
—¿Quieres que te acompañe? —le ofreció Jorge.
Rubén negó con la cabeza, aunque luego dudó de su respuesta, al pensar que no sabía cómo podría moverse por un trayecto tan largo con muletas. Apenas sabía cómo usarlas.
Finalmente se mantuvo firme con su respuesta. Se las ingeniaría.
Prefería ir solo, y no interactuar con Sebastian frente su padre o su hermano.
Quería mucho ver a Sebastian. Deseaba verlo con todas sus fuerzas, pero casi todas esas ganas de verlo eran para enfrentarlo, para gritarle por haberse marchado en la forma que lo hizo, por haber terminado con su amistad de toda la vida por razones estúpidas y sin sentido, y por haberlo dejado sufriendo su partida, quitándole todos los buenos pensamientos que pudo haber atesorado de no haberse marchado de esa forma.
Rubén salió de la casa en dirección al domicilio de su mejor amigo, mientras Darío lo observaba desde la reja.
Al llegar a la casa de Sebastian, después de andar a duras penas con ambas muletas, abrió la reja aparatosamente y se acercó a golpear la puerta de entrada, como hacía siempre.
—Rubén, qué sorpresa —lo saludó el padre de Sebastian, con un muy falso tono cordial.
—¿Está Sebastian? —preguntó Rubén, esbozando una sonrisa a modo de saludo.
—Sebastian está en el regimiento, en Arica —le contó el padre.
—Mi papá me dijo que estuvo aquí el otro día —desafió Rubén. No iba a aceptar que le mintiera.
—Si, estuvo aquí antenoche —admitió el hombre—, pero como se había arrancado del regimiento, lo vinieron a buscar y se lo llevaron. Ayer vino tu papá y le conté lo mismo.
Rubén sintió una impotencia enorme. Después de haber estado tan cerca de verlo y de decirle todo el rencor que había guardado por meses, Sebastian se había marchado nuevamente.
—¿Y como supieron que estaba acá? —interrogó Rubén, algo molesto.
El padre de Sebastian soltó una risita burlona y despectiva.
—Es protocolo del regimiento ir a buscar a los que se fugan a sus domicilios particulares —argumentó.
Rubén se mordió el labio por la rabia. Tenía sentido lo que había dicho el padre de Sebastian. Y realmente no tenía pinta de que estuviera mintiendo. No le daba la impresión de ser una especie de psicópata que tendría a su hijo encerrado en algún dormitorio de la casa, atado de pies y manos y con una mordaza en la boca.
—¿Y no dejó nada para mí?, ¿ningún recado? —preguntó Rubén, aferrándose a la última esperanza que le quedaba para tener algún tipo de contacto con Sebastian.
—Nada —el hombre se encogió de hombros y negó con la cabeza.
Rubén miró fijamente a los ojos al padre de Sebastian, intentando buscar alguna señal de que estaba mintiendo, pero finalmente tras largos segundos de silencio, aceptó la realidad.
—Gracias —dijo finalmente Rubén, asumiendo que su mejor amigo ya no estaba en la ciudad, y ya era imposible hablar con él.
Dio media vuelta y salió a la calle nuevamente rumbo a su casa, con una velocidad bastante imprudente para haber recién empezado a andar con muletas, lo que le provocó un tropiezo mientras iba cruzando la calle, cayendo de bruces al asfalto.
—Cresta —murmuró con rabia, tomando una de sus muletas y lanzándola con fuerza lo más lejos posible.
Le dolía todo el cuerpo y estaba ahí tirado en mitad de la calle, humillado, solo.
Se quedó tirado por largos segundos, mirando el cielo despejado, intentando vencer las ganas de llorar por la rabia. Cuando pudo dominar sus emociones se puso de pie, tomó la muleta que tenía a su lado, y con dificultad se fue a buscar la que había lanzado lejos, que se había torcido por el golpe.
Al voltear la esquina de su casa, vio a Darío que lo seguía esperando, y no le dijo nada, solo sonrió aliviado al verlo regresar en buen estado.
Felipe salió de clases al mediodía y se fue rápidamente a la clínica donde sabía que estaba internado su padre.
Tenía un profundo sentimiento de culpa después de todo lo que había pasado, el accidente de Rubén, las discusiones que habían tenido, y por último la llamada que había hecho para que fueran a detener al amigo de Sebastian, evitando por todos los medios que Rubén tuviera algún tipo de contacto con su mejor amigo.
Intentó convencerse por mucho rato que lo había hecho por el bien de su pololo. Esa persona era un total desconocido, y su presencia en el hospital donde estaba internado Rubén podría significar un riesgo para él.
Sin embargo, muy en el fondo, tenía claro que lo había hecho por celos y egoísmo. Rasgos que no eran propios de él, o al menos eso prefería creer, así que se propuso tomar las acciones necesarias para enmendar las causas que le habían provocado actuar de la forma que lo había hecho últimamente, y determinó que la principal razón era la relación con sus padres.
Tomó la micro con premura al cruzar la calle de su liceo para no darle tiempo a la posibilidad de arrepentirse.
Se bajó de la micro a dos cuadras de la clínica, porque sabía que en esa calle vendían ramos de flores, ideales para subirle el ánimo a los pacientes que permanecían ingresados en el centro de salud.
Recorrió varios puestos donde vendían flores, sin poder decidirse por ninguna. Las encontraba todas muy bonitas, ideales para llevarle a su padre, pero no era capaz de comprar alguna. Sabía que su inconsciente estaba aplazando el momento de verlo, y abriendo la posibilidad de desistir de su decisión, y sin quererlo Felipe lo estaba permitiendo.
Pero fue fuerte. Y se mantuvo firme con su decisión.
Compró un ramo de margaritas sin importarle mucho el precio, y se dirigió con determinación hacia la clínica.
Al cruzar las puertas de acceso la duda se apoderó de él al no saber dónde estaría su padre. No tenía detalles del piso, habitación o unidad en la que se encontraba. Esa pequeña duda hizo tambalear su determinación, proponiéndose ir mejor otro día, cuando supiera exactamente dónde estaba.
No.
Iba a ingresar ese mismo día, en ese mismo instante.
Se acercó al mesón de recepción, procurando mantener una actitud segura.
—Buenas tardes, ¿sabe cómo puedo encontrar la habitación de mi padre? —le preguntó a la señora al borde de la tercera edad que atendía el mesón.
—¿Cuál es el nombre de su padre? —le preguntó la mujer, con atención.
—Guillermo Ramirez —respondió Felipe.
Le pareció raro decir el nombre de su padre en voz alta, considerando que era el mismo nombre que tenía él de nacimiento. Un nombre que hace años se había prometido enterrar y olvidar.
Después de un par de tecleos en el computador que tenía la señora en el mesón, y un par de llamados telefónicos para contactarse con la unidad, le indicó a Felipe que su padre estaba en el quinto piso, ala sur, habitación 510.
Felipe agradeció la amabilidad de la señora, y caminó con paso decidido hacia las escaleras, prefiriendo esa via en lugar del ascensor porque le daría más tiempo para pensar.
Subió peldaño a peldaño, tomándose su tiempo, con la mente dándole vueltas al hecho de que estaba a punto de ver a su padre voluntariamente, después de todo lo que había pasado. Pensaba que ya había dado por olvidada a su familia, o ex familia en ese caso, que ya había cortado todo tipo de conexión con ellos a raíz de la forma en que lo habían rechazado. Pero se dio cuenta que estaba muy equivocado, inconscientemente seguía teniéndolos presente en su interior, por mucho que odiara la idea.
Llegó al quinto piso y comenzó a recorrerlo sin mucho apuro, mirando las señales al costado de cada puerta para ver qué numero de dormitorio tenía, hasta que encontró la que buscaba: 510.
Felipe se asomó al dormitorio y notó que en el interior habían dos camas separadas por una cortina plástica. En la cama que estaba más cerca de la puerta había un anciano acompañado de quien seguramente era su esposa: ambos hablaban en bajo volumen tomados de la mano, y en sus miradas conectadas entre sí se podía apreciar el infinito amor que se tenían.
La segunda cama, que estaba al otro lado de la cortina y junto a la ventana, Felipe no veía quien la ocupaba y quien se encontraba de visita, pero estaba seguro que era la cama de su padre. De hecho, no había otra alternativa, ya que era el dormitorio que le había indicado la señora del mesón.
Ingresó a la pieza, saludó a la pareja de ancianos con cortesía, y caminó con paso decidido hasta la otra cama, donde había un hombre sumamente delgado y demacrado recostado de espaldas: era su padre.
Felipe quedó impactado por el aspecto físico que mostraba su padre, y el cambio radical que había tenido desde la última vez que lo había visto hace un par de semanas. La piel del rostro le marcaba la forma del cráneo, como si ya no tuviese nada de materia grasa para darle forma al rostro.
El hombre estaba acompañado de la madre de Felipe, un hombre de lentes ópticos vestido con pantalón de tela, camisa blanca y chaleco de lana (a quien Felipe no conocía, pero suponía quién podía ser), y una mujer que usaba una blusa floreada y pantalón de color café.
—Hijo —dijo su padre al verlo, con una leve expresión de sorpresa—, viniste.
Felipe asintió con seriedad, mientras su madre se ponía de pie para acercarse a él.
El hombre desconocido se aclaró la garganta para llamar la atención.
—Mucho gusto, soy el Pastor Ortiz —se presentó el hombre—, y ella es mi esposa, Marta.
Felipe asintió serio, incómodo por la presencia de aquel hombre que se quiso presentar antes de permitirle hablar con su propia madre.
—Yo soy Felipe —dijo sin dar más detalles, y por la reacción del pastor, que se esforzó por ocultar su cara de desagrado, Felipe se dio cuenta que sabía perfectamente quien era él: el hijo homosexual.
—Marcela —dijo el pastor dirigiéndose a la madre de Felipe—, creo que, para asegurar la salvación de Guillermo, es mejor evitar el contacto con las fuentes de pecado.
—¿Qué? —preguntó molesto Felipe.
Había entendido perfectamente qué había querido decir: Él era a los ojos de ellos la fuente de pecado, que podría poner en riesgo el destino celestial de su padre si es que se atrevía a perdonarlo.
La madre de Felipe se volteó a ver a su esposo sin decir una palabra. Después de unos segundos de comunicación no verbal, la mujer se volvió a sentar en la silla contigua a la camilla sin mirar a los ojos a Felipe.
—¿Esto es en serio? —preguntó enfurecido Felipe—, ¿y quien chucha se cree que es usted para venir a decidir a quienes puede ver o no mi papá?
—Es el Pastor jefe de la Iglesia…
—Me importa un pico que sea el mismísimo Papa —Felipe interrumpió a su madre—. El viejo se está muriendo.
—Guillermo, compórtate que tenemos visitas —lo retó su madre poniéndose de pie nuevamente, refiriéndose al pastor y su esposa—. Es un sacrificio que debemos hacer por la salvación de tu padre. No puedo creer que seas tan egoísta…
Felipe estaba sin palabras. Tenía un nudo en la garganta tan fuerte que le provocaba dolor físico, y pensó que incluso podía ser visible para los demás. Miró a su padre quien le devolvía la mirada triste, pero resignado.
—¿Yo soy egoísta? —desafió a su madre con sus propias palabras—, ¿eres tan cara de raja de decirle eso al hijo que abandonaste cuando tenía quince años?
—Tu sabes que lo que insistes en hacer está mal —argumentó la mujer.
Felipe miró fugazmente al pastor, quien tenía una mueca de satisfacción en el rostro, como si se sintiera orgulloso de lo que estaban haciendo los padres de Felipe.
—¿Y tú no piensas decir nada? —le preguntó a su padre, quien simplemente se encogió de hombros.
—Hijo, no me quiero ir al infierno —se excusó el hombre.
Con esas palabras Felipe sintió como una puñalada en el pecho. No podía creer que, después de todo lo que había pasado entre ellos, y ahora con la enfermedad de su padre, siguieran prefiriendo sus creencias por sobre su propio hijo.
La situación le provocaba mucha pena, pero se obligó a no llorar, y producto de reprimir esa emoción, la furia empezó a dominar su estado de ánimo.
—Lo único que queremos es que recapacites —intervino su madre
Felipe no quiso escuchar más a su madre, y la interrumpió acercándose a su padre, evitando el bloqueo de su madre.
—Deseo de todo corazón que te vayas al infierno —le dijo a su padre, mirándolo a los ojos, lleno de furia—. Tú y todos ustedes —se dirigió a todos los presentes.
El rostro de su padre se desfiguró por la pena, mientras que su madre se llevó las manos a la boca sin poder creer lo que su hijo había dicho.
Felipe salió de la habitación con el ramo de flores en la mano, pero se devolvió casi de inmediato para entregárselo al compañero de cuarto de su padre.
—Espero le guste —le dijo al desconocido, con un tono bastante agresivo.
La anciana estiró la mano para recibir las flores.
—Muchas gracias, hijo —le dijo la mujer, con expresión de lástima, mientras que el anciano dijo lo mismo, pero apenas audible.
Felipe no dijo nada más, bajó la mirada y se marchó.
Bajó corriendo las escaleras, para alejarse de ahí lo más rápido posible. La rabia y la pena lo estaban inundando y no quería llorar ni liberar la furia con violencia.
Salió de la clínica chocando con la gente a su paso, todo con el afán de abandonar el lugar con rapidez, como si acabara de plantar una bomba y necesitara arrancar antes de que explotara.
Hizo parar la primera micro que vio pasar en la calle, y se subió sin importarle el recorrido.
Felipe pensó que era una pésima persona, y sobre todo un pésimo hijo. Desearles el infierno a sus padres era lo peor que podría haberles dicho. Se arrepintió casi de inmediato por haberlo dicho, pero la rabia fue más fuerte.
“Merezco que me pasen todas las cosas malas de mi vida” pensó. Por eso sus padres lo habían abandonado. Tuvieron buen ojo, él no era una buena persona, por mucho que había intentado ser un joven maduro y bueno, simplemente su maldad era demasiado grande para permanecer oculta, que incluso llegó a manchar su relación con Rubén.
Felipe se bajó de la micro lo más cerca posible de la casa de Rubén. Tenía que verlo. Necesitaba verlo.
Con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, caminó más de diez cuadras hasta la casa de su pololo y gritó desde la reja para anunciar su llegada.
—Vengo a ver al Rubén —le dijo Felipe a Jorge apenas salió a abrir la puerta.
—El Rube está durmiendo —le dijo su suegro—. Y la verdad dijo que no quería ver a nadie.
Felipe se sorprendió por lo que escuchaba.
—¿En serio? —preguntó, intentando ocultar su decepción—, ¿incluso yo?
Jorge asintió.
—Necesita descansar —le explicó Jorge—, descansar de verdad, después de lo que pasó.
Felipe asintió resignado.
—¿Te puedo pedir un favor, Jorge? —le preguntó Felipe, sintiendo unas ganas incontrolables de gritar por la impotencia—. ¿Me avisas cuando Rubén esté listo para recibir visitas, para venir a verlo?
—Por supuesto Felipe —respondió su suegro.
—Y otra cosa —Jorge escuchó atento—. Dile al Ruben que lo amo.
La ultima palabra salió un poco débil, quizás por el hecho de que nunca se la había dicho a Rubén, o porque sentía que las energías de su cuerpo se estaban acabando, pero una cosa era segura: realmente lo sentía.
Felipe se dio media vuelta y comenzó a caminar resignado a su realidad. Su pololo no quería verlo, justo en el momento que más lo necesitaba. Aceptó su destino, por la culpa que sentía por haber actuado tan mal en el último tiempo. Estaba pagando todo el daño que había hecho.
Después de enterarse que Sebastian había vuelto al regimiento, Rubén se sintió aun más desganado de como ya se sentía antes.
“Me voy a acostar, estoy cansado” le había dicho a su hermano después de explicarle que no había podido ver a su mejor amigo.
Su energía solo le permitió fingir buen ánimo para su hermano y su padre, pero por eso mismo evitó mantenerse en el comedor conversando con ellos.
Se acostó en la cama mirando el cielo raso de su dormitorio, pensando en lo poco oportunos que habían sido todos los hechos ocurridos los últimos días.
Intentó convencerse que, quizás había sido para mejor: después del accidente sentía un impulso incontrolable de complacer a los demás, de mantener una fachada de optimismo y vibras positivas, producto de la culpa y vergüenza que le provocaba haber tenido el accidente. No quería mostrarse deprimido o pesimista frente a su padre o hermano, y tampoco quería hacerle sentir a su pololo que había sido su culpa.
Pero con Sebastian era distinto. Quería que supiera lo molesto que estaba con él por la forma en que se había marchado, lo mucho que había sufrido con su partida.
Cuando despertó de una siesta de un par de horas, Rubén le dijo a su padre que no quería ver a nadie. Se sentía cansado física y mentalmente por todo lo que había pasado últimamente: sus peleas con Felipe, el accidente, la pérdida del automóvil en que su padre había trabajado por años. Por eso mismo necesitaba estar solo.
—Necesito descansar bien —argumentó Rubén, y su padre sin agobiarlo a preguntas aceptó su decisión.
—Igual quiero que sepas que estamos para lo que necesites —le hizo saber su padre.
Rubén siguió acostado en su cama, soportando los dolores que seguía teniendo en todo el cuerpo, y sintiendo ansiedad cada vez que pensaba que quizás esa posición en la que estaba acostado le podría hacer quizás más daño que bien.
Sebastian escuchó la puerta del dormitorio abrirse de par en par. No había dormido prácticamente nada, escuchando demasiado cerca los chirridos de lo que pensaba eran ratas, e intentando aguantar el frío que hacía en ese lugar.
El cielo aun estaba oscuro así que supuso que aún era más temprano de las seis de la mañana.
—Soldado Guerrero, puede ir a las barracas a asearse —le indicó Ortega, de quien solo divisó su silueta.
Sebastian se levantó y sin responderle salió del lugar y se dirigió a las barracas, donde sus compañeros seguían durmiendo. Pasó al baño a lavarse las manos y la cara, y luego se fue a recostar a su antigua cama, para ver si podía recuperar algo del sueño perdido. Sin embargo, apenas apoyó la cabeza en la almohada, las bocinas comenzaron a sonar dentro del dormitorio anunciando la hora de levantarse.
Se levantó nuevamente y vio que todos sus compañeros hacían lo mismo que él, con mucho más ánimo. Miró hacia la cama de Javier, que obviamente estaba vacía, y sintió un poco de pena al recordar que no estaba ahí con él. Luego miró hacia donde dormía Simón y se dio cuenta que tampoco estaba ahí. Se preguntó qué le había pasado, y asumió que estaba en la guardia nocturna, y que se sumaría al resto en la formación de la mañana, pero no apareció.
—Tuvo un ataque de pánico, creo —le respondió Andrés cuando Rubén preguntó dónde estaba Simón.
—¿Cómo?, ¿Tuvo uno?, ¿o crees que tuvo uno? —presionó Sebastian para obtener una respuesta concreta.
—Es que nunca supimos qué pasó. Una noche le tocó hacer la guardia, como casi siempre, y al otro día ya no estaba. El capitán dijo que fue un ataque de pánico, pero en verdad varios dudan que haya sido eso.
—¿Y tú qué crees que le pasó? —Sebastian quiso saber su opinión.
—Yo creo que el Capitan nos dijo la verdad —respondió Andrés, y Sebastian pensó que su opinión era bastante predecible.
Sebastian no le preguntó a nadie más al respecto porque simplemente no tenía ganas de hablar con nadie. Sentía que todo su mundo se estaba desmoronando lentamente: estaba solo en el regimiento, con la incertidumbre del estado de salud de Rubén, y ahora con el desconocimiento de la situación de Simón. Solo esperaba que tanto Rubén, como Simón y Javier estuvieran bien y a salvo.
A pesar de todo, su preocupación por Rubén era lo principal. Sabía que había tenido un accidente automovilístico con potenciales consecuencias mortales, mientras él estaba encerrado en el regimiento.
Se escabulló hacia el dormitorio en las barracas todas las veces que pudo durante el día para revisar el celular que le había pasado Matías, en busca de algún mensaje con novedades sobre Rubén.
—Hasta que volvió La Novia Fugitiva —comentó Julio a las espaldas de Sebastian, haciendo que se sobresaltara.
Eran cerca de las seis de la tarde, y la hora de la cena se acercaba.
Sebastian se dio media vuelta y vio a Julio, Luis y Mario mirándolo desde la puerta del dormitorio, que acababan de cerrar tras ellos.
Se puso nervioso. Había evitado hablar con ellos durante todo el día porque no los soportaba: eran unos matones homofóbicos que ni siquiera se esforzaban en ocultarlo.
—¿Qué pasó?, ¿te comieron la lengua los ratones? —le preguntó Julio, buscando una respuesta, provocando las risas forzadas de sus dos amigos.
Sebastian se puso serio y no respondió, se dio media vuelta dándoles la espalda, guardó el calcetín con el celular en el fondo del casillero, y luego cerró la puerta de su casillero.
Se volvió para salir del dormitorio, pero el trío de idiotas estaba a menos de metro y medio de distancia de él, sobresaltándolo porque ni siquiera había escuchado sus pasos acercarse.
—¿Qué tenías ahí? —preguntó Mario con prepotencia.
—¿Qué te importa? —respondió Sebastian, sintiendo una breve ráfaga de euforia.
“No son más que tres pobres idiotas que hablan mucho pero no hacen nada. Perro que ladra no muerde”, se decía Sebastian en su mente.
—Esas no son formas de responder —le dijo Julio acercándose, y Sebastian aprovechó la oportunidad para evadir el contacto físico y pasó por su lado, derecho hacia la puerta—, ¿o acaso quieres terminar como la Simona?
El corazón se le detuvo a Sebastian. Las palabras de Julio indicaban que la ausencia de Simón se debía a que le habían hecho algo. La rabia se apoderó de sus impulsos, y se acercó rápidamente para enfrentar a Julio.
—¿Qué le hiciste a Simón? —le preguntó, quedando a escasos centímetros del rostro de Julio.
Los tres matones soltaron una risa burlesca.
—¿Qué crees que le hicimos? —le preguntó con sorna Luis.
—Es interesante igual lo vulnerable que queda la gente cuando se les va su guardaespaldas —comentó Mario con sarcasmo.
—Cuando los maricones se quedan sin defensores, es súper fácil sacarles la chucha, a tal nivel que son físicamente incapaces de decir qué pasó realmente —añadió Julio.
Sebastian se imaginó a Simón internado en un hospital, completamente desfigurado, imposibilitado de hablar.
El corazón se le aceleró tanto que pensó que los matones lo escucharían desde la distancia en que estaban. Su cuerpo temblaba de terror, y quedó completamente paralizado, incapaz de responder, o de siquiera aventar un golpe a alguno de los abusadores.
—Así que ten harto cuidado, princesa —continuó Julio, dándole una palmada agresiva en el trasero a Sebastian, que se mantenía inmóvil—, porque en cualquier momento te toca a ti.
Sebastian se mantuvo dándole la espalda a la puerta, escuchó cómo la abrían para salir, y el murmullo de las voces lejanas de los demás soldados entró de forma casi inmediata.
Bajó la cabeza, y miró sus manos que estaban empuñadas y le ardían. Las levantó tembloroso, mientras lágrimas de impotencia y miedo caían por su rostro. Abrió los puños y las palmas las tenía bañadas en sangre. Había presionado con tanta fuerza que se había herido con sus propias uñas.
Se dio media vuelta para mirar hacia la puerta, para comprobar que Julio, Luis y Mario ya se habían ido: efectivamente se habían marchado, y él se encontraba completamente solo.
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onejoce · 1 year
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Aquella tarde el aire corría gélido al tiempo que un manto de nubes impedía que la luz del sol llegara a la tierra. Una neblina húmeda reptaba en las calles, dibujando espectros ambulantes que impedían ver con claridad. El balneario estaba concurrido a esa hora, así que busqué un banco cercano y me senté. Extra-je el móvil y di con una foto (la foto, mejor dicho), en la que aparecía la chica por la que llevaba ya varias noches de desvelo.
La había visto por primera vez en un café. Se había sentado al fondo, alejada y en silencio, a leer un poemario. Luego de un par de minutos en los que me dediqué a mirarla como idiota, decidí romper el silencio. Cuando me acerqué a hablarle, no se inmutó. Siguió leyendo hasta que no tuve más remedio que llamar su atención de otra forma.
—¿Cómo te llamas?
—¿Quién lo pregunta?
«Un tonto que piensa que eres preciosa», pensé. De hecho, no recuerdo con exactitud cuál fue mi respuesta, ni lo que seguimos diciéndonos después de aquello. Lo que sé es que hice un pedido para mí y pasamos la tarde hablando del libro que sostenía entre las manos. Aquel semblante que al principio había parecido esquivo y a la defensiva, pronto se diluyó en una sonrisa de niña, tierna y espontánea.
Supe que se llamaba Érika y que una constelación del cielo se había instalado en sus ojos. Me habló de música y libros, de Dios y la vida, del amor y la gente, de cuánto practicaba el altruismo y de las muchas cosas que hacía en un solo día. Aquella tarde ella estaba sentada ahí de milagro, dijo, dándose un respiro. Tenía el cabello suave a la vista, rojo como aquel pinta-labios que adornaba su boca; las uñas arregladas, un collar ele-gante, y sus ademanes eran de otro mundo. Si antes de haberme atrevido a hablarle yo ya había perdido la cabeza, ahora había perdido el sentido común y con creces.
No la culpo. Ni entonces ni ahora.
Yo siempre he sido de los que siempre se han sentido atraídos por el físico, pero que nunca toman una decisión has-ta saber bien de qué persona se trata. Entre palabras y gestos, la fui estudiando a detalle. Me di cuenta de que estaba tan sola como yo, a pesar de haberme hablado de una retahíla de amistades. Me pregunté qué había podido ver en mí para darme esa confianza. Supongo que siempre se nos hace más fácil hablar con fluidez ante un extraño que con alguien que conoces de toda la vida. Aunque ella, para entonces, ya me parecía conocida de toda la vida. Y quise creer que mi desenvolvimiento le había hecho pensar en mí de la misma forma. Recuerdo su risa. Su risa y mis ganas de incluirla en mi lista de canciones favoritas. Mis ojos fotografiaron aquella luz crepuscular cincelan-do sus facciones. Confié en no dar demasiadas muestras de debilidad, cuando me sonrió y me miró a los ojos durante lo que me pareció un tiempo infinito. Su mirada, suave y profunda a un tiempo, se quedó grabada en mi memoria para siempre.
Las horas pasaron a velocidad de la luz. Ni siquiera nos dimos cuenta de en qué momento las calles se oscurecieron y las farolas comenzaron a iluminar el paso de la gente. Dijo que se le estaba haciendo tarde. Nunca antes había hecho lo que hice aquella noche, cuando, antes de irme, la invité a salir a ca-minar una tarde de esas.
Pasamos así varios días, coleccionando momentos, añadiendo líneas a una historia de esas que se cuentan siempre en voz baja. Érika tenía la particularidad propia de aquellas mujeres que saben lo que quieren y lo consiguen. Al mirarla, me parecía un reto muy grande ganarme un espacio en su vida. Un espacio que fuera tan especial que no se le ocurriera sacarme de ahí nunca. Supuse que aquel sitio tenía que ganármelo (Érika desde entonces me ha inspirado a ser siempre mejor persona), así que me dediqué a no apresurar nada, sino a conocerla más, y a dejarme conocer también. No recuerdo haber sido más sincero con ninguna otra chica. Luego de haberle confesado varios secretos, su presencia llegó a inspirarme esa rara sensación entre miedo y seguridad. Una vez leí eso de que no hay nada más peligroso para un hombre que una mujer que lo conozca perfectamente, y no puedo estar más de acuerdo; pero con ella era imposible mentir o fingir que algo no me importaba. Llegó a saber incluso cuándo quería hacerle una pregunta con sólo mirarme. Supe que llegados a este punto no había marcha atrás, así que sonreí, ansioso por saber qué otras sorpresas venían con ella.
Fuimos construyendo, a espaldas del mundo, un algo que nunca sabré cómo definir. Lo nuestro era eso que no se cuenta, que no se admite ni se niega, pero que cuidábamos con la vida. Teníamos algo que sólo nosotros podíamos entender. No sé qué era, pero lo teníamos. Y era especial. Pero no todo fue perfecto. Cuánto me hubiese gustado que la nuestra hubiese sido una de esas historias en las que todo va tan bien que resulta difícil de creer, pero eso lo hubiese vuelto todo demasiado aburrido. Los sinsabores, los altibajos, son los que hacen más interesante una relación (o lo que fuera que teníamos). A veces ella perdonaba mis errores, otras veces yo perdonaba los suyos. Me gustaba que aquella perfección estuviera cargada de defectos. Me enamoré de su silueta cansada que era in-capaz de seguir, me enamoré de sus inseguridades, de ciertos miedos, de sus secretos, de sus manos suaves, de sus ocurrencias, de las malas horas por las que siempre tiene que pasar una chica como ella. Me aprendí de memoria sus horarios para alimentar su espíritu, sus citas con la lluvia, con la soledad, las reflexiones en las que, para encontrarse con ella misma, primero perdía de vista al resto del mundo. Su nombre llegó a convertirse para mí en sinónimo de paz, y eso es algo que ninguna persona había logrado nunca.
Una tarde, cuando había llegado la hora de despedirnos, le pedí encontrarnos en un sitio que no fuera habitual. Había una playa cercana, y ese fue el lugar que escogió. A mí no me gustaba mucho ir a la playa —ese era uno de los poquísimos detalles que se me olvidó mencionarle— pero tampoco hubiese desperdiciado aquella oportunidad de verla, porque se notaba que a ella sí le gustaba. Llegué temprano y me senté a esperarla en un banco, con el móvil en la mano.
Y entonces, mientras observaba su foto en el móvil, en mitad de aquella gente que pasaba de largo y con el frío envolviéndome por completo, acaricié la pantalla dibujando las curvas de su boca y sus mejillas. Cuando levanté la vista, Érika ya estaba ahí; había llegado justo a tiempo. La abracé como si no la hubiese visto hacía mucho y nos pusimos a caminar por el empedrado del balneario. Para entonces la niebla se había disipado y, más allá, divisamos un mirador. Esperamos un poco a que la gente que se es-taba tomando fotos ahí descendiera y luego subimos nosotros. En el horizonte, el sol teñía de púrpura y naranja el cielo. Su silueta temblaba en el reflejo del mar. Algunas gaviotas volaban a lo lejos. Y Érika estaba a mi lado. Nunca la había visto más hermosa. Sus ojos brillaban; su cabello, ondeando al viento, le confería aquel aura de libertad con el que siempre estaba envuelta. Y su sonrisa..., maldita sea. ¿Alguna vez han visto un atardecer en la playa? Pues la misma calma, la misma magia, pero en su boca. En aquel momento me sentí invencible. Y supe que aquella historia prometía ir mucho más lejos de lo que ya había llegado, por lo que decidí hacer siempre lo que hago cuando me toca manejar una situación que me supera: dejarme llevar.
Dejarme llevar, simplemente.
Yo después de todo ya no quería irme de su lado, aunque viésemos el mismo cielo en partes distintas, aunque aquella playa ya no fuera la misma que ahora recuerdo. De entre todas la elegí por ser diferente, por desencajar de lo monótono, por estar siempre a un paso por delante de eso que llaman «normal».
Por ella hoy soy mejor persona, y me siento más grande, pleno, completo.
Afortunado.
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you-moveme-kurt · 2 years
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Glee «Unconditional love»
Febrero de 2024 
-Ya es super  oficial, nuestros  hijos están dormidos…—dijo Blaine llegando a la sala donde lo esperaba su esposo con la tele encendida, un tazón gigante de palomitas y el streaming en pausa para ver una película romántica. -¿Y a las 8:30?… todo un logro Señor Anderson-Hummel… —respondió Kurt mirando la hora en su teléfono móvil, Blaine hizo una especies e reverencia al recibir aquel reconocimiento— te escuche hablar con alguien… ¿o es que he comido mucha azúcar y y estoy alucinando?... —pregunto enseñando un paquete de «skittles» a medio comer. -Creo que es el azúcar… ¿cuál es mi lugar? -Aqui como siempre… —contestó señalando el lado vacío del sofa. -Perfecto entonces, puedes poner «play» a… ¿que?... -¿Qué? -¿Que hay con esa cara? -Ninguna cara…—dijo Kurt levantando un hombro, Blaine lo miró con los ojos empequeñecidos como diciéndole en silencio «sabes bien cual cara»— ¡ninguna cara!... esta bien, tal vez es la impresión de que lograras que dos niños se durmieran en tiempo récord… ¿no les diste algo?, ¿o si? -¡Kurt!... ¿¡que clase de presunción es esa!? —exclamó Blaine divertido mientras se ubicaba en el asiento. -Solo mencionó la posibilidad… -Claro… -¿Que?... —dijo esta vez  Kurt al ver que su esposo volvia a mirarlo con suspicacia divertida. -Creo que hay algo que quiere decirme y no lo estas diciendo… —contestó Blaine extendiendo la manta con la que se cobijaba su esposo para que alcanzara para ambos. -No es nada… bueno… -¡Ah!... sabía que era algo… dime… —dijo tomando un puñado de palomitas.
-Se que lo primero que me dirás es que yo decidí esto… -¿Esto? -Si, esto… —volvió a  decir Kurt esta vez señalando el sofá, el televisor, las palomitas y todo lo que lo rodeaba. -¡Ah!, hablas de este «San Valentín tranquilo»… -Si… -Efectivamente tu lo decidiste… yo tenía un gran plan, que por supuesto tú y Rachel arruinaron descubriendolo antes de tiempo… -En mi defensa, debo decir que solo fui a ocupar ese «laptop» porque el mio estaba sin baterías y no es mi culpa que tu dejaras abierta ventanas de páginas de hoteles, restaurantes y compañías que se dedican a escribir mensaje en el cielo…—dijo Kurt haciendo una mueca de disconformidad infantil. -Acabo de decir que era un gran plan… -Pues lo era… —repitió Kurt quedándose un segundo con la vista fija en él. Blaine fue esta vez el que gesticulo un   «¿que?», en demanda de una explicación— ¡Blaine!... —exclamó dándole un pequeño empujón. -Kurt, juro que no se que quieres de mi… -Pues lo que acostumbras a darme… no se… pense… —Kurt soltó un suspiro y se cruzó de brazos— pensé que, bueno… organizarias algo de todas maneras…. -¿Cómo?... pero tu dijiste… -¡Se lo que dije!…—interrumpió abriendo ambas  manos en señal de alto— se que   hace menos de 10 segundos que te dije que sabía lo que había dicho y decidí… pero como siempre tu te comportas como el «señor romance» —Blaine no pudo evitar sonreír al escuchar aquello— pensé que bueno, no se… -¿Había preparado algo igual? -Exacto… -Pues no… -¿Qué?... —dijo Kurt como desinflándose. -Eso.. -¿Deverdad? -De verdad… -¿En serio? -Obvio que no… —dijo Blaine levantándose, abrió un cajón de una  de las mesas de arrimo y sacó un pequeño sobre— toma… —dijo entregandolo. -¡Lo sabía! —exclamó dando unos aplausos antes de abrirlo de inmediato. -Es algo simple pero elegante, y nos podemos ir en cuanto llegue Julianna… -¿Con ella hablabas entonces?… -Con ella… llegará en 20 minutos o menos y me costó un par días y un gran cheque para convencerla de quedarse hasta mañana… -Lo imagino, ¿qué hotel es?... —pregunto Kurt mirando los tickets de reserva que incluian la cena, la habitación y una mañana de spa al día siguiente. -El «The Mark»… —contesto Blaine  señalando lel logo con a letra  «M» en color negro enmarcada en dos octogonos del mismo color. -Me encanta ese hotel… -Lo sé… y sé bien que no es un mensaje en el cielo… pero creo que te gustara…—dijo sentándose a su lado de nuevo. -¿De verdad ibas a escribirme un mensaje en el cielo?.. —quiso saber Kurt mientras dejaba con cuidado el sobre encima de la mesa de café. -Por supuesto… si tu y Rachel no hubieran arruinando mi sopresa… -¡Oye!… ya di mis explicaciones y pedí las disculpas, además no fue de manera intencional, tú tienes mayor culpa por dejar esas ventanas abiertas en tu computadora… -¿Y la persona que abrió una computadora que no era la suya, no tiene nada de culpa entonces? … -Por supuesto que no… además, era una emergencia… no sabia que que tu «laptop» era privado o algo… —agregó haciendo algunos ademanes que describian a alguien particularmente delicado o remilgado. -No es privado, pero es mío… -Ay, esta bien… lo siento… pero quiero que sepas que todo lo que vi,  me encanto y si quieres hacerlo el año entrante, yo lo acepto feliz…. -¿Incluido el mensaje en el cielo? -¡Obvio!, esa era la mejor parte Blaine Anderson-Hummel… ahora cuéntame … ¿qué ibas a poner?... —preguntó acercándose a él en el sofa. -Algo simple, pero verdadero… «Te  amo Kurt» —Kurt sintió que moría de amor y ternura en ese mismo instante— escrito a gran altura para que lo viera todo Manhattan, Queens y parte de Staten Island… y Rachel por supuesto… -Claro… —dijo sonriendo y acomodándose sobre él— igual creo que le habría dado algo al verlo hecho realidad, cuando  lo leyó conmigo quedo con más rabia aun… -¿Rabia? -Si… ¿no te conte?... estaba super molesta porque no tendría cita para hoy, juro que hasta le tiro unas maldiciones a Finn… —contó Kurt haciendo el gesto de maldición hacia el cielo cuando mencionaba lo de los reparos de su amiga para con su hermano fallecido. -Ahora siento pena por ella… -Y yo… pero no nos apenemos,  ya encontrara a alguien que la ame incondicionalmente… -¿Incondicionalmente? —repitió Blaine  como si escuchara lo increíble. -Si… ¿qué?... —dijo Kurt incorporándose para mirar a su esposo a la cara— ¿tienes algún problema con eso? -No, no un problema pero si… - ¿Tú no me amas incondicionalmente acaso? -Te amo… pero creo que eso de «incondicional» no debería de existir…—respondió Blaine haciendo con sus dedos el gesto de comillas y todo. -¿QUE?!  —exclamó Kurt sobrereaccionando. -Kurt… -No, no, no… nada de Kurt… ¿qué estás queriendo decir?, ¿que tu amor tiene una fecha de expiración  o algo? -No,  he querido decir eso, de hecho, no fue eso lo que dije, para nada… veras… ¡Kurt!… —exclamó Blaine al ver que su esposo se levantaba y comenzaba  a pasearse por la sala como si quisiera hacer de aquella escena la más dramática del mundo. -No puedo creer que escogieras justo este día para decirme algo así… —comenzó a murmurar junto con otras palabrotas que Blaine optó por pasar por alto. - Kurt… —repitió levantándose del sofá, camino el par de pasos que lo separaban de él y se ubicó delante, Kurt se cruzó de brazos y miró hacia otro lado— Kurt… —insistió buscando su mirada—oye… —dijo  Blaine abrazandolo, su esposo seguía resistiéndose— ¿puedes escuchar mi explicación? -No creo que esto tenga explicación, pero bueno… —respondió haciendo un gesto de fastidio. -Ok, me quedo con el “bueno” y olvidaré ese gesto que sé y no lo haces a menudo porque se te arruga aquí, y aquí… —dijo señalando la comisura  de los labios  y el entrecejo, Kurt seguía más que serio— ok… Señor Hummel-Anderson escúcheme… pero  escúcheme bien, sin hacer más gestos, ni levantar esa ceja  que estoy viendo y se ha empezado a arquear…—agregó ciñéndolo un poco más a él— cada neurona de mi cabeza y cada célula y fibra de mi cuerpo te ama desde el día que te escuche cantar “Black bird” y se que eso no cambiará ni mañana, ni pasado, ni dentro de 50 años… ¿continuo?, ¿o ya te convencí?…—pregunto al sentir que su esposo ya casi rendía su cuerpo al de él. -Continua… —contestó Kurt como reaccionando y volviendo a lo de la actitud distante.. -Muy  bien… si me escuchaste decir que no creo en la incondicionalidad, es porque creo que el amor es tan espectacularmente magnífico que debe, DEBE… tener ciertas condiciones para que siga siendo lo mejor que ha descubierto la humanidad después del fuego.. -¿Y qué condiciones son esas? -Respeto, reciprocidad, equidad, no violentar… fidelidad… -Te odio Blaine Anderson-Hummel… —dijo Kurt abrazándolo ya totalmente rendido. -¿Por qué?... —preguntó su esposo abrazandolo de vuelta. -Porque si…—respondió recostandose en su hombro— porque tienes razón… y odio cuando tienes razón porque te sientes invencible y no deberías, porque al ser inmensamente guapo e inteligente… ya lo eres… y vi eso… —agregó al presentir la mueca engreída en la cara de su esposo. -Te amo Kurt Hummel-Anderson… —dijo Blaine dándole un par de besos en el cuello, Kurt se dejó mimar un par de segundos antes de apartarse un poco para mirarlo a la cara. -¿Condicionalmente?... —pregunto sonriendo -Condicionalmente… —terminó por decir Blaine,  también sonriendo pero mas maravillosamente como era costumbre.
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roxtrex69 · 5 months
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Cap.1 Mí cabeza va explotar un día.
Siento que hace días me he perdido. Qué no estoy aquí, qué estoy perdido en los tantos mundos que escribo cada día. Como sí el quijote se hubiese metido en mí y estuviera perjudicando mí cabeza poco a poco.
Pero nunca publicó nada. ¿Miedo, vergüenza, pereza, qué coño es lo que evita que siga las historias que ya conozco? Estoy harto...
Voy a cambiarlo todo. Voy hacer que todo caiga y me aplaste hasta que me deje sin respiración.
Nunca sentí la necesidad de estar adicto a algo, hasta que me volvió a pasar eso.
El otro día volviendo del trabajó, mi barrio siempre ha tenido problemas, es normal cuando varias culturas de distintos continentes, países o similar, los juntas en un solo barrio. Y nunca he tenido problemas, nunca hasta que llegue a la preadolescencia, y me atraco un señor mayor con una muleta, casi calaverico consumido por la droga, y lleno de puntos de pinchazos, con el típico hedor que te mantenía lejos. Ya lo había visto miles de veces e incluso le habría dado dinero de mis ahorros cuando era más pequeño porque me daba pena, pero ese día fue a por mí, tuve y tuvo, mala suerte.
Le di una patada en su muleta mientras me amenazaba con una navaja, y obviamente cayó al suelo violentamente, me dio pena y lo senté en el suelo alejado del portal mientras me insultaba. Luego lo dejé ahí tirado y me fui al instituto.
A aguantar como cada día los insultos, las burlas, todo. Era una puta guerra, todos se metían con todos, se llevaban bien falsamente con todos, o al menos eso parecía. Era horrible. Pero me lo merecía o eso creía yo.
Llene un saco infinito de ira mal gestionada. Que vaciaba en el gimnasio poco a poco. Y un día no fue suficiente, no lo fue para nada. Seguía sintiéndome lleno de algo que me jodia por dentro poco a poco asique salí del gimnasio enfadado y frustrado. No fui a casa hasta que el sol se oculto, no quería saber ni que hora era asique me guarde el móvil hasta altas horas de la noche. Me fui a un parque grande, de los más grandes de mí ciudad, y cuando vi que ya nadie estaba en él, empecé a llorar. Dejé salir un dolor de mí interior que necesitaba expulsar hace rato, creí estar mejor, incluso sonreí para mí mismo. Me levante y por fin pude ir a mí casa tranquilamente.
Caminando escuchando música de camino a casa, creo que todos estamos de acuerdo en que eso es de las mejores cosas que te pueden pasar en un mal día.
Habiendo ido aquel parque, había cambiado el camino de vuelta a casa, de noche este nuevo camino era un poco más complejo. Pasé por una zona que tenía muchos vagabundos, no son gente agresiva de normal, pero al ver que se les acercaba un camello, complicaría la cosa, obviamente a nadie le gusta que lo observen haciendo algo que está socialmente mal visto, como drogarse. Y fue mi caso el observar aquel momento. El camello me miró fijamente y me insulto mientras me alejaba, pero para cuando quise seguir caminando, me llamó algo que llebaba escuchando toda la semana. 'Eso vete de aquí marica enano'.
Fue entonces cuando el dolor ese que me aplastada el pecho reapareció, para cargar mi mente de rabia. No fue el significado del insulto, que también. Fue el hecho de creerse superior para poder decirme eso sin saber nada de mí.
Tire mi mochila al suelo junto a mí sudadera. Y me acerqué caminando hacia aquel sujeto menudo, rodeado de gente pobre dependiente de su mierda. Los que estaban a su al rededor se alejaron y se fueron hasta sus chavolas donde harían como sí nada estuviera pasando. Mientras que él sujeto se ponía hacer movimientos de boxeo mal hechos al aire, yo seguía acercándome, mi mente estaba nublada, por una una sola palabra que escuche con eco dentro de mi: DESTROZALO.
Y fue que me dio un puñetazo mal dado a la cabeza cerca del oído derecho, pero no dolió, y entonces lo tumbe agarrandolo de la cintura. La caída provocó que se se diese en la cabeza, aturdiendolo sólo un poco mientras que ponía mis rodillas en sus hombros, y mientras que daba patadas al aire, con mis manos aún vendadas del gimnasio lo empecé a golpear mientras gritaba ayuda, gritando nombres, seguramente de los pobres sin techo de al lado de los que se aprovechaba para conseguir dinero. Su cara se empezó a deformar, sus dientes y encías se estaban doblando y sus ojos se empezaron a inchar mientras los rajaba también con cada golpe, llenando de sangre su rostro hasta que se empezará ahogar de la misma mientras emitía sonidos y me apretaba de la cintura con sus manos débiles.
Mis vendas se rompieron y note como mi piel se rajada más y más hasta romperse mientras seguía golpeando a un sujeto que ya no gritaba... Vaya.
Llame yo mismo a la policía y cuando llegaron me llevaron ellos mismos a casa, solo tenía dieciséis años y solo podía pensar en la paliza que iba recibir por parte de mi madre delante de los agentes.
Cuando entramos hasta mi casa, ella, mi madre, se quedó mirándome y bajo la mirada a mis manos vendadas nuevamente por los agentes que solo le dijeron un 'que no se vuelva a meter en problemas o no podremos ayudarlo la próxima vez'. Ni interrogatorio, ni ficha policial. ¿De qué iban? Uno de ellos en el patrulla, me dijo que no lo harían al ser mi primer caso y ser menor. Pensaban que hice lo que hice por algún tipo de heroísmo estupido antidroga, ¿qué? ¡Eso no tenía sentido! Estoy seguro de que hubiera pertenecido al grupo de sin hogares de antes, me hubiesen metido aún siendo menor en una celda igualmente, pero prefería no quejarme.
Para cuando los agentes se retiraron, mi madre me sentó en la mesa de comedor del salón y me quito las vendas y limpio mis heridas. Me trato con una suavidad que nunca vi en ella y me dijo solamente una cosa, 'haz lo que quieras, pero por favor, no te vayas sin decirme donde estás en cada momento, ¿sí?'. Me sorprendió y me fui a mí cuarto, me tumbe mirando al techo y sonreí, ahí lo entendí. Necesitaba más, quería más. Quería más, MÁS VIOLENCIA.
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maragaunt · 2 years
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5.
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El olor a antiséptico penetraba por mi nariz. No era incómodo, pero me hacía pensar en gente enferma y no quería, porque me traía recuerdos bastante desagradables de mi débil pasado. Aún así la enfermera que hizo mi clasificación inicial me dijo que sí era necesario que un médico me viera, así que ahí estaba, en una sala de emergencias esperando el llamado de un médico. No conocía el centro hospitalario porque estaba en una zona de la ciudad que yo no visitaba a menudo . Miré a la persona a mi lado que vagaba incesantemente por la pantalla del móvil de alta tecnología. El silencio era incómodo pero no hice nada para terminarlo porque honestamente no sabía que decir.
¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué me ayudaste? ¿Por qué te preocupas por mi? Esas y muchas preguntas más seguían rondando por mi cabeza pero no podía darle voz a ninguna. Lo único que podía concluir era que nada de esto era normal.
-Jakapan Puttha- alguien llamó mi nombre haciéndome salir de mis elucubraciones. Levanté la mano para indicar que era yo e hice un movimiento para empezar a intentar manipular la elegante silla de ruedas donde estaba sentando. Pero no pude hacer nada porque la silla comenzó a ser empujada por esa persona.
Mientras me dirigía hacia el consultorio lo único que podía pensar era si mis ahorros me alcanzarían para cubrir la atención médica en este sitio que se veía tan VIP. No entendía porqué no podía preguntarle nada a mi salvador (no tenía un nombre para asociarle)
-Bible, qué te trae por acá?- salí nuevamente y a la fuerza de mis divagaciones cuando el médico frente a mi habló, pero sus palabras no iban dirigidas a mi sino hacia la persona manejando mi silla. Solo en ese entonces me fije en que el que tenía la bata de médico era parte por parte tan atractivo como mi salvador y las personas que estaban con el en la universidad horas antes.
-Us- simplemente saludó la persona tras de mi.
En serio su apodo era Bible? Como la biblia de los cristianos? Por qué no me sorprendía si pensaba en el como un ángel?
El médico Us me miró lentamente y aún en mi estado de dolor y discapacidad vi que su mirada me recorría lentamente. No recordaba en mis visitas al hospital del pasado que un médico mirara a un paciente así, pero nuevamente, había cosas que prefería no recordar.
Algo desconocido comenzó a respirarse en el ambiente, no era incómodo pero tampoco era agradable, porque era como si yo me hallara en medio, pero antes de ahondar también en ello Bible habló.
-Él es Build, se cayó y queremos descartar que se haya hecho más daño en su pie-
Us se quedó en silencio por largos minutos, simplemente mirando a Bible. De algún modo yo estaba escuchando como si los dos se estuvieran susurrando cosas pero eso era estupido.
Asintiendo finalmente Us se puso de pie y le dijo a Bible que me ayudara a subir a la camilla de examen.
Sin esfuerzo aparente Bible volvió a maniobrarme como si no pesara nada y me sentó en la camilla.
Si yo fuera médico me iría principalmente a examinar el origen de la consulta pero este médico atractivo comenzó a mirarme y rozarme con sus dedos desde el cabello, pasando por el rostro y por cada parte de mi pecho y brazos. Yo miraba a Bible interrogante pero él estaba ahí, parado a un lado, apoyado en una de las paredes y con los brazos cruzados sobre el pecho.
Era chistoso pero por cada parte de mi cuerpo que el médico Us tocaba sentía un cosquilleo que me recordaba aquella vez, cuando era adolescente, que casi muero de leucemia. Lo que vi en ese intermedio (fui declarado muerto durante dos minutos) fue una luz que se desplazó por todo mi cuerpo. Un bienestar que se rompió cuando me tocó el pie.
Intenté retirarlo de su agarre pero el médico lo sostuvo con fuerza y me miró en silencio ordenándome que me detuviera.
-Us…- murmuró Bible con lo que pude identificar como enfado.
-Vamos Bible, solo tenía que comprobarlo-
-¿Puedes parar ?- volvió a decir Bible enfadado hasta que el médico finalmente me soltó el pie lentamente.
Se puso de pie y se devolvió a su escritorio donde se sentó y empezó a escribir rápidamente mientras me preguntaba mis antecedentes médicos. Había asistido a ese intercambio sin entender una sola palabra y en realidad no quería hacerlo. De repente tenía mucho sueño y el dolor en mi pie se estaba desvaneciendo como si el toque del médico fuera analgésico suficiente.
Los dos me miraron cuando mencioné mi leucemia de la niñez.
Luego se miraron entre ellos y no dijeron nada más.
Luego me mandó una radiografía del pie y Bible empezó a llevarme por todo el hospital como si de algún modo fuera mi enfermero personal.
Apo tendría la distracción de su vida cuando le contara todas y cada una de las cosas que estaban pasándome en este día de locos.
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komorebich · 3 years
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Capítulo 6| 65horas ChanHun
CAPÍTULO 6 ―Soy...ambidiestro.
40: ... y alguna hora...no tengo ni puta idea de cuál es el tiempo. Cinco escoceses y un Sehun borracho hicieron que no me importara mucho.
―¿Por qué no simplemente grabamos a otros tipos?― dijo Sehun gritando en mi oído, hablando sobre la música. Él estaba nervioso, tratando de librarse de bailar conmigo. Pero él no podía engañarme.
Él malditamente lo quería. Él no estaba protestando a eso demasiado.
Estaba allí, en sus ojos, brillantes y penetrantes, nadando en cinco chupitos de escoces. Me incliné para hablar en su oído.
―Porque no tengo una advertencia legal a mano. No quiero que nos demanden la semana que viene, y no les estamos pagando.― Di un paso atrás, sonriéndole, y le hablé lo suficientemente alto para que pudiera oírme. ―¡Y no me quedan condones gratis!
Cuando el camarero me dio la ronda número seis, ordené una más. Me giré para darle a Sehun su bebida, con la cual brindé con mi vaso, y me tragué la mía de un solo golpe. Puse mi vaso vacío en la barra, y Sehun me estaba observando, mi cara, mis manos. Él estaba realmente dándome un repaso, y eso me hacía más feliz de lo que debería.
Sonriendo, me encogí de hombros.
―Ahora, ¡bebamos! Tenemos trabajo que hacer.
Tragó el licor, afectado ante la quemazón, y cuando sus ojos se reabrieron, estaban suaves y lánguidos. Yo no soy en su mayoría un bebedor, y por lo que podía decir, Sehun lo era incluso menos. Yo tenía un zumbido de embriaguez, la habitación era una bonita mezcla de color, sonidos y hombres.
Pero creo que Sehun estaba un poco más que achispado. Él tenía una sonrisa perezosa y una mirada perdida en sus ojos. Y yo pienso que él simplemente pasó de guapo a lindo.
¿Podía ser ambos? Empezó a reír tontamente, y eso era un jodido definitivo 'sí'. Él era más que definitivamente guapo y lindo.
―¿Estás bien allí?― le pregunté, incapaz de evitar sonreírle. Él me sonrió y asintió. ―¿Qué es tan divertido?
Soltó una risita, de nuevo y sacudió su cabeza. ―No puedo creer que esté aquí,― dijo. ―Contigo.
Conmigo. Eso era algo raro para matizar.
―¿Algo malo el estar aquí? ¿Conmigo?
Sacudió la cabeza. ―Absolutamente no,― dijo. ―Nunca pensé ni en cien años que estaría, eso es todo.
Tenía un poco olvidado que esto era raro para él, estar en un club gay lleno de hombres medio desnudos.
―Entonces deberíamos volver,― dije. ―Después de que este acuerdo con Lurex esté hecho, tú y yo saldremos otra vez.
Él tragó y asintió, y luego sonrió. No podía decir si era una sonrisa insegura de no-lo-creo, o una sonrisa tímida de me- gustaría-eso. Y no podía, por más que lo intentara, decidir cuál era la que quería que fuera. ¿Quería socializar con un tipo, que hasta ayer a estas horas, ni siquiera me gustaba? ¿Quería que volviéramos a lo que estábamos? ¿Sin hablarnos, despreciándonos el uno del otro, o quería conocer a este tipo?
Estaba bastante seguro de que quería que fuera esto último. Y cuando digo conocer a este tipo, quiero decir conocerlo muy, muy bien...
―Aquí,― añadí, entregándole su otra copa, antes de que mi excesivamente-pensante cerebro escapara de mí. Agarré mi bebida, y antes de que Sehun tomara un trago de la suya, terminé la mía. Sí, así que pagaría por ello mañana, pero lidiaría con eso luego. Mañana.
Necesitaba pasar a través de esta noche, primero. Miré a los tipos a nuestro alrededor, buscando a alguien que se viera lo suficientemente digno de confianza. Y lo encontré...o, mejor dicho, la. La llamé, y ella se acercó a donde estábamos.
―Hola, chica guapa,― dije. ―¿Te importaría ayudar a un chico hermoso en peligro?
―Oh, cariño, ― dijo dramáticamente, poniendo su mano sobre su corazón. ―¿Qué puede una chica hacer para ayudar?
Miré a Sehun y deseé poder tomar una foto. No tenía precio. Estaba mirando a la drag-queen, casi boquiabierto. Parpadeó, luego parpadeó otra vez.
―Chanyeol y Sehun,― dije, haciendo las presentaciones. A lo que ella respondió, extravagantemente, ―Ellie Tzarr.― Su piel bronceada se destacaba de su abultado cabello rosa y su sombra de ojos a juego, vestido de lentejuelas. Ella era fantástica.
―Bueno, Ellie Tzarr,― continué, acercando a Sehun. ―Mi chico aquí y yo, necesitamos a alguien que nos grabe bailando.
Eso atrajo la atención de Sehun. Él paró de mirar boquiabierto a la mujer a nuestro lado, y ahora estaba boquiabierto hacia mí.
Volví a mirar a Ellie y le dije: ―Mira, estamos tratando de llevar algo del orgullo en el comercial mundo de la publicidad. Creemos que ya es hora de que el mundo real nos vea realmente,― dije, agitando mi mano hacia El club de los hombres. ―Solo algunas secuencias naturales en este teléfono de aquí, justo aquí en la pista de baile. ¿Quince minutos de tu tiempo?
Ellie asintió entusiastamente, dando una breve explicación de que ya era hora de que alguien tomara posiciones contra los grandes gigantes corporativos y cómo de valientes éramos por intentarlo.
No me molesté en decirle que había una fina línea entre valiente y loco, y que a las 10:15 de la mañana del lunes, no estaba seguro de en qué lado de la línea estaríamos.
La di un saludo con mi sombrero imaginario.
―Querida, estaríamos muy agradecidos.
Ella sonrió todo lo tímida que podía parecer, bateó sus falsas pestañas, y dijo:
―Bueno, ¿quién puede rechazar a un caballero como tú?
¿Ves? Vendiendo hielo a los esquimales. Realmente, esto es para lo que nací. Me quité mi camisa y la metí en el bolsillo de atrás. Yyyyy, Sehun estaba de nuevo boquiabierto. Hacia mí, hacia mi pecho, mi estómago. Miré hacia abajo mientras frotaba mis abdominales, luego miré directamente a Sehun.
―¿Te gusta lo que ves?
Él no respondió con palabras, pero pude verlo tragar saliva. Y eso fue respuesta suficiente.
―¿Quieres saber cómo se siente?―  Sehun me miró, luego a la pista de baile.  ―Vamos,― le sonreí. ―Quiero ver a Epi y Blas en acción.
Miró alrededor, luego a mí, claramente confuso.
―¿Quiénes?
Sonriendo, expliqué, ―Tus calcetines.
Reconocimiento parpadeó en sus ojos, y soltó una risita, aliviado. Creo. Él realmente debería relajarse y reír más porque realmente era hermoso.
Había pequeñas líneas de risa en la esquina de sus ojos y en el borde de sus rosados labios cuando sonreía. Una cosa que seis chupitos de scotch me dijeron fue, Oh Sehun redefinía el concepto de bien parecido.
Miguel Ángel no podía ni siquiera haberlo soñado.
Me imaginé que era mi primera y única oportunidad de tocar esta estatua de David viviente. Le pedí a Ellie que nos siguiera, y agarré la mano de Sehun. Llevándonos a la concurrida pista de baile, ni siquiera miré para ver si se oponía. Sabía que no lo haría.
Él lo quería. Jodidamente sabía que lo hacía. Cuando nos habíamos adentrado lo suficiente en la oscilante masa de cuerpos, me di la vuelta para que Sehun básicamente se me pegara. Le agarré la cintura y lo sostuve contra mí. Su boca se abrió, pero sostuve su mirada, esperando a que me dijera que no.
Por supuesto, él no lo hizo. Le sonreí abiertamente y rocé mi mano a través de su estómago, arrastrando mis dedos hacia su cadera. Cuando los deslicé en el bolsillo de sus vaqueros, se le salieron los ojos de las órbitas.
―¿Qué estás haciendo?
Se detuvo, aliviado, desilusionado, cuando saqué su móvil. Por supuesto, yo podía haber usado el mío, pero entonces no habría tenido una excusa para meter mi mano en el bolsillo de Sehun.
―Tentador, Sehun, pero necesitamos esto.― Dije, sosteniendo su teléfono. Encontré los ajustes de cámara y se lo entregué a Ellie. Ella estaba lo suficientemente cerca para que cualquier imagen que sacara mostrara la llena pista de baile detrás de nosotros. Lo quería sin ensayos, sin coreografía.
Miré a Ellie y usé mis manos, le indiqué que no captara las cabezas, solo torsos y caderas. Ella asintió en acuerdo y gritó,
―Acción, chicos.
Así que esto fue todo. Sin quitar los ojos de él, lentamente introduje un pie entre los suyos. Mis manos agarraron sus caderas, y presioné nuestros cuerpos juntos. Sus ojos estaban bien abiertos, y yo estaba esperando un gesto de vacilación, o arrepentimiento, que me dijera que parara. Pero no hubo nada.
Sus fosas nasales se ensancharon y su respiración se entrecortó. Y sin una palabra en absoluto, él me dijo que continuara.
Así que empecé a moverme. Lentamente, me mecí contra él al ritmo de la música. Lo sujeté, moviéndonos. Era consciente de Ellie grabando, moviéndose a nuestro alrededor, pero estaba concentrado en el hombre entre mis brazos. Pude sentir el momento en que se rindió; se relajó, moviéndose con fluidez, y sus manos se apoderaron de mis costados. Dejé mi cara contra su cuello y oído, respirando en el pelo de su nuca.
Podía sentirlo. Todo de él. Su pecho, sus abdominales, su pene cubierto por sus vaqueros, sus muslos, sus manos sobre mí.
Y no iba a mentir. Se sentía jodidamente bueno. Se sentía... genial. Supe que él podía sentir mi endurecido miembro. Eso debía sorprenderme, o al menos recordarme que trabajaba con este hombre, tenía que enfrentarlo con la cruda luz del día. Pero no lo hizo.
Quería que él me sintiera. Quería que supiera que me gustaba. Quería que supiera lo que me estaba haciendo. Entonces él movió sus manos. Una se deslizó por mi cintura para agarrar mi cadera. Justo cuando pensé que estaba a punto de pararme, su otra mano se deslizó a la parte baja de mi espalda, y me atrajo más cerca de él.
Creo que gemí. Sé que me estremecí. Lo sé porque él se rió entre dientes ante mi reacción. El sonido hizo cosquillas en mi cuello, y su pecho vibró contra el mío. Solo para poder ver su rostro, ver su reacción, tiré mi cabeza hacia atrás para mirarlo mientras corría mi mano por su espalda y palmeaba su culo.
Entonces él gimió.
Y él se estremeció. Y fui yo quien rió. No estoy seguro de cuantas canciones bailamos así...moliéndonos, balanceándonos. Jugando con fuego.
Y se me había olvidado todo sobre la grabación. Él respiró en mi piel, sus manos sujetándome, el hueso de su cadera estaba provocando a mi polla. La música era fuerte y atrayente, el calor de su cuerpo, de los otros hombres, consumía. El vaivén de la pista de baile nos movía. Podía sentir la vibración en mi pecho.
Yo podía sentirlo también. Joder, podía sentirlo. Sus largos dedos clavándose en mí, sus manos, que eran tan seguras y demandantes. Movió sus caderas, balanceándose conmigo, y mientras se presionaba contra mí, necesitando fricción, pude sentir cómo de encendido estaba.
Me giré en sus brazos y froté mi culo contra su erección. Sus dedos excavando mis caderas. Su piel estaba tan cálida, su pecho se expandía contra el mío con cada respiración que tomaba y yo incliné la cabeza contra su hombro y él gimió en mi oreja,
―Mmmmm―. Frotó su polla contra mi culo. ―¿No pensaste que te gustaría eso?
Sonreí ante la pregunta implícita. Él quería saber si yo era activo o pasivo. Riendo entre dientes, me di la vuelta en sus brazos, fusionando juntas nuestras caderas, y le dije.
―Soy ambidiestro.― Sus ojos rodaron cerrados y gimió. Juro que pude sentir su polla sacudirse.
Mis sentidos no se perdían ni una maldita cosa.
Desafortunadamente, eché palabras fuera de mi boca sin haberlas filtrado primero.
―Joder,― gemí. ―Eres jodidamente caliente.
Sus manos se detuvieron en mí, sólo una fracción, y su ritmo vaciló. Así que tiré de mi cara hacia atrás y le miré a los ojos.
Estaban ligeramente ensanchados con sorpresa y vulnerabilidad, pero estaban oscuros y profundos por el deseo.
―Es cierto,― le dije. Rodé mis ojos juguetonamente, ―Cómo si no lo supieras.
Parpadeó, y me di cuenta de que era una clara posibilidad que realmente no supiera cómo otros hombres lo veían. Sacudí mi cabeza y lo giré para que su espalda estuviera presionada contra mi pecho desnudo y su culo estuviera contra mi polla. Le dije a su oído,
―Mira a tu alrededor, Sehun, todos los ojos están en ti.
Lo hizo, y pudo verlo, como ellos lo miraban, como deseaban estar bailando con él, como deseaban tener sus manos en él.
Me incliné sobre él, y mis labios cepillaron su oreja mientras le hablaba.
―Desearían estar donde estoy yo.
Lo hice girar de nuevo para poder mirarlo. Sus mejillas estaban teñidas de un rosa que hacía que sus labios abiertos parecieran rojos. Entonces, ¡mierda! Su lengua se deslizó a través de su labio inferior.
Gemí. En voz alta.
―Oh, joder,― dije mirando a otro lado. ―No hagas eso.
Así que él chupó su labio inferior entre sus dientes. ¿Estaba tratando de matarme? Mis ojos se cerraron, ardiendo con la imagen en mi cerebro. Todavía estaba pegado a su cadera. Podía sentir como reaccionaba al baile conmigo. Seguramente, sin duda, él podía sentir lo duro que estaba.
Deslicé mi mano alrededor de su mandíbula y mi pulgar empujó en sus labios a través de sus dientes.
Me preguntaba si sabía cómo de jodidamente cerca estaba de besarlo justo allí.
Quería besarle. Quería sentir sus labios contra los míos. Quería su lengua en mi boca. Quería sentirlo, quería saber cómo era su sabor. Necesitaba saberlo.
Necesitaba sentir sus labios, su lengua...
Necesitaba... Necesitaba... ... hacer mi trabajo.
Dejando caer mis manos de él, tomé una profunda respiración y di un paso atrás. Ellie devolvió a Sehun su teléfono.
―Niños, pueden bailar para mí cuando quieran,― ella gimió, abanicando su cara teatralmente con su mano. ―Ahora, necesito encontrar un hombre que apague este fuego.― Sopló un beso a ambos y se alejó.
Antes de que Sehun pudiese hablar, le conduje fuera de la pista de baile hacia una tranquila esquina. De cara a él, agarré y reajusté mi estrangulada dureza, y Sehun no pudo disfrazar su sorpresa ante mi descarada admisión de estar excitado.
Me encogí de hombros.
―Estabas jodidamente matándome allí,― señalé con la cabeza hacia la pista de baile.
Miré con atención a su entrepierna...o más importante, al bulto más que evidente en sus vaqueros.
―¿Matándote a ti también, eh?
De acuerdo, así que eso hizo que su mandíbula se descolgara.
―Vamos,― le sonreí, conduciéndole a la salida. ―Ese maldito reloj que tienes en casa está corriendo sin nosotros.
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kpopbyaimia · 3 years
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First arrogant love (Suga & Tú)
Desde bien joven estuve pidiéndole a mis padres ir a Corea, siempre me decían que no, por que estaba muy lejos, no hablaba coreano, no conocía a nadie y bla bla bla, pero un día en mi cumpleaños, por fin me dijeron que si. El día en que cumplí 16 años, mis padres me regalaron un billete para viajar a Corea y estudiar allí un año entero, lo malo es que no podría verlos en navidad, pero era una gran oportunidad para mi, lo que no sabia era que un chico, un chico idiota y arrogante pondría mi vida patas arriba... este fue mi... primer amor arrogante.
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Llegué al apartamento que habían alquilado mis padres, era pequeño pero bastante bonito y acogedor. Fui a mi habitación y el uniforme del instituto al que iba a asistir estaba sobre la cama:
- Wow, mis padres lo han preparado todo. - Dije en voz alta -. Puse mi ropa en el armario y me quedé dormida, estaba tan cansada que no podía hacer nada mas. El despertador de mi móvil comenzó a sonar, medio dormida y con solo un ojo abierto, apagué el despertador. Cogí el uniforme y me lo puse,, cogí mi mochila y salí al salón. Dejé la mochila sobre el sofá y fui a la cocina a desayunar un vaso de leche con una tostada. Al acabar de desayunar cogí mi mi mochila y salí de casa para ir al instituto. Caminé tranquilamente hasta llegar al instituto, al llegar, habían muchos chicos y chicas haciendo mucho ruido. Saqué el papel que tenia en mi bolsillo con mi clase, lo miré y busqué la clase. Finalmente encontré mi clase y me senté en una silla desocupada, miré a mi alrededor y la gente hablaba y gritaba. Saqué mi cuaderno y comencé a hacer garabatos, entonces comencé a oír gritos y la gente salía rápidamente de la clase. Me acerqué lentamente hacía toda esa gente y los gritos aumentaban, pasé por medio de la gente hasta que finalmente vi el espectáculo que llamaba tanto la atención, eran dos chicos peleándose, uno de los chicos me miró e hizo una sonrisa algo arrogante, acto seguido suspire y me aleje de todo aquello. Volví a sentarme en mi asiento. Pasaron las primeras horas y ya era el momento de comer, como no conocía a nadie me quedé en clase, me puse los auriculares y comencé a comer tranquilamente. Comencé a comer, pero cuando me levanté la cabeza y todos me estaban mirando, no sabía por que era, pero uno de los chicos me hizo una mirada para que mirara detrás de mi, me giré y vi a uno de los chicos que se estaban peleando. Me asusté tanto que casi me caigo de la silla, miré a ese chico, entonces él me dijo:
- ¿Tu eres la nueva? - ¿Quien eres tu? Y ¿Que quieres? -Nada, nada... - Se dio la vuelta con una sonrisa algo extraña -.
Continué comiendo y al acabar de comer, me di cuenta que tenia ganas de ir al baño, así que me dispuse a levantarme, pero no podía, ¡estaba pegada a la silla! Miré a mi alrededor y se estaban riendo, pero una de las risas era la mas fuerte de todas, miré hacía la puerta y lo vi a él, al chico de antes, entonces muy enfadada le dije:
- Has sido tu, ¿no? - Que lista, ¿como lo has sabido? - Respondió él con un tono de voz soberbia -. En ese momento me di cuenta de que ese chico me iba a traer muchos problemas. Como pude me levante de la silla, iba a salir de la clase pero el chico estaba en medio, se acercó a mi, se agachó un poco y me dijo al oído:
- Este curso será divertido.
Corrí rápidamente hasta llegar al baño, me senté en el suelo y una lagrima cayó por mi mejilla. Pensé en volver a casa, pero no me podía rendir tan rápido, ese idiota no iba a poder conmigo, siempre huyo de mis problemas, pero esto debe acabar ya, que ese chico haga lo que quiera, yo no me rendiré. Salí del baño y me dirigí a la clase, todos hablaban y cuchicheaban a mi alrededor, entonces el chico de antes entró en clase y dijo:
- Aahh... que cansado estoy, por fin puedo entrar en clase. - ¿Te van a expulsar? - Le preguntó otro chico. - No, de eso no te preocupes. - Dijo riendo -.
Por desgracia para mi, ese chico estaba tan solo a unos centímetros de mi, estaba en la mesa de al lado, el chico me miró y dijo:
- Hola, nos vemos de nuevo. Sobre lo de antes... - ¿Te vas a disculpar? - No, es una manera de dar la bienvenida. Tranquila, habrán muchas mas bromas como esa. Comencé a mirar mi libro, para evitar que me hablara, pero entonces me cogió el libro y dijo:
- ¿Eres una empollona? Wow, era de esperar, con esa cara... - ¿Me devuelves mi libro? - Espera, estamos hablando. Decía, que con esa cara, es normal que seas una empollona, por que... - ¿No vas a parar nunca? Eres bastante pesado y cansas bastante. - El chico se acercó a mi -. - ¿Sabes quien soy yo? - Ni lo se, ni me importa, solo se que que eres un idiota y no me hace falta saber mas. Y si no te importa, devuélveme mi libro. - Le cogí el libro de sus manos- Gracias. - ¿Quien te crees que eres? - Dijo mientras me cogía del cuello de la camisa -. - ¿Que pasa? ¿Nadie te había plantado cara? Pues eso se acabó, no voy a dejar que eches a perder este año. - Irás corriendo con tu mami en cualquier momento, ya lo verás. En ese momento el profesor entro en el aula y ese chico me soltó, se sentó en su asiento y me miró como quisiera atravesarme con unos rayos láser o algo así, en cualquier caso, el profesor ya estaba aquí. Terminaron las clases e intenté coger mis libros lo antes posible para irme antes que los demás, sin embargo, cuanto mas rápido quería ir, peor hacía las cosas, en conclusión, me quedé la última. La clase estaba vacía, terminé de recoger los libros y cuando iba a salir por la puerta alguien me empujó y caí al suelo, mire hacía arriba y vi al mismo chico de antes, se agachó y me dijo:
- Ten cuidado por donde andas, puedes hacerte daño. - Olvídame. – Me levanté del suelo -. - ¿No te piensas rendir? - No. - Muy bien, Ya veremos cuando te rindes, será menos de una semana. Tras oír a ese chico cogiste tu mochila que estaba en el suelo y saliste de la clase. Caminaste hasta tu apartamento y poco antes de llegar, tu móvil comenzó a sonar, era mi madre:
- Hola, mamá. - Hola, ¿como estas? ¿Has hecho muchos amigos? - Bien, bien y si, muchos amigos, son muy simpáticos. - No podía decirle la verdad, me llevaría de vuelta a casa y sería como rendirme -. - ¿De verdad? Me alegro mucho, espero siga todo bien. Hablamos mañana, debo salir. Adiós. - Adiós. - Colgaste -. Finalmente legué a mi apartamento, había sido un día muy agotador. Tiré la mochila sobre el sofá. Me duche y me fui a dormir. Llegó la mañana siguiente, me puse el uniforme, desayuné algo rápido y fui al instituto. Entré en clase todos me miraron, me senté en mi asiento y podía oír como hablaban entre ellos de mi, diciendo "Ha vuelto... no me lo creo" "¿Cuanto durará?". Intentaba que sus comentarios no hicieran daño, así que intenté pensar en otra cosa, abrí mi cuaderno y continué haciendo garabatos, entonces oí a un chico decir:
- ¡Hola Suga! Miré para ver quien era ese tal Suga y era él, ese chico tan odioso, evité tener cualquier contacto visual con él volviendo a posar mi vista en mi cuaderno, pero entonces noté una mano en mi hombro y una voz que dijo:
- Hola, perdedora. - Era Suga -. - ... - No dije nada, simplemente seguí con mi cuaderno -. - ¿Que te pasa? ¿No me vas a decir nada? - Prefiero evitar el contacto con gente desagradable como tu. - ¿Como puedes ser tan...? - Me cogió del cuelo de la camisa y me levantó de la silla, pero entonces el profesor entro por la puerta y me soltó -. Llegó la hora de la clase de gimnasia, ese día practicamos baloncesto, no se me daba mal, pero tampoco bien, aunque las chicas a penas me hicieran caso, de vez en cuando pude coger el balón. Acabó la clase y nos fuimos a los vestuarios para ducharnos y cambiarnos de ropa. Me quedé la ultima en el vestuario, terminé de asearme y de vestirme, así que salí de allí, pero me di cuenta de que había todavía alguien el vestuario de chicos, miré y vi a Suga quitándose la camiseta, rápidamente salí de nuevo y esperé a que entrara a la ducha, cuando oí el agua caer de la ducha, entre sigilosamente y cogí toda su ropa, y cuando digo toda, es toda. Fui a clase y dejé la ropa se Suga bien doblada sobre su mesa y me senté en mi sitió a esperar el espectáculo. Después de unos minutos oí su voz gritar desde el pasillo, sonreí y esperé a que apareciera por la puerta, estaba completamente desnudo, si, también le cogí la toalla. Suga le cogió el libro a un chico y se tapó sus partes bajas, miró a su mesa dijo_
- ¡¿QUIEN A SIDO?! - En ese momento casi todos los que habían en el aula me miraron a mi - ¿Has sido tu? ¿A caso no has aprendido que...? - Perdona que te interrumpa, pero... estas desnudo, ¿no crees que deberías ir a vestirte? Vi como la vena de su cuello estaba tan hinchada que parecía que iba a explotar, entonces cogió su ropa y se fue rápidamente a ponérsela, pensando que había hecho un gran trabajo comencé a reír, pero entonces la gente de clase comenzó a mirarme mal, y una chica se acercó a mi diciéndome:
- ¿Quien te crees que eres para hacerle eso a Suga? - Si, solo eres una vulgar extranjera que no tienes nada que hacer aquí. - Dijo otra chica -. - Será mejor que te vayas, no queremos gente como tu aquí. - Dijo un amigo de Suga -. Incluso me llegaron a tirar papeles, peor me mantuve firme en mi sitio, intentando aparentar que no me importaba en absoluto lo que me decían y hacían. En ese momento Suga entró por la puerta, vestido, parecía muy enfadado, pensé que me iba a decir algo, sin embargo, se sentó en su sitio sin decir una sola palabra. El profesor llegó y todos volvieron a sus asientos. Terminaron las clases y cuando iba a salir de clase, una chica me cogió del pelo y me dijo:
- Hoy te has librado, pero haremos que tu día a día sea una tortura. Aparté a esa chica y le dije:
- Disculpa, tengo que irme, tengo cosas mas importantes que hacer. Salí de clase y del instituto, llegué a mi apartamento y como no tenía hambre me duche y me fui a dormir. Pasó una semana y era lo peor que había vivido en la vida, todos me ignoraban y cuando no me ignoraban me insultaban o me tiraban cosas, casi que mejor prefería que me ignoraban. Un día a la hora de comer, harta de todos, subí rápidamente a la azotea y me senté en un barandilla, miré al suelo y pensé: "¿Por que tengo que aguantar esto? No es justo...". Pero entonces dije en voz alta:
- Lo mejor será que desaparezca... - ¡No lo hagas! Alguien se abalanzó sobre mi, haciéndome caer sobre el firme suelo de la azotea, ese alguien me abrazó fuertemente mientras me acariciaba la cabeza y decía:
- Lo siento... lo siento... todo es culpa mía... Miré hacía arriba y vi a Suga con lagrimas en los ojos, lo aparté de un empujón y dije:
- Déjame, ¿por que no me dejas en paz? Lo siento, yo no quería que tu... - Pues déjame en paz. Suga te envolvió entre sus brazos mientras me decía:
- Todo va a cambiar, te lo prometo... y de ahora en adelante te protegeré, nadie te hará daño. - Pero... - No digas nada, solo dame la mano y confía en mi. No estaba segura de si se reía de mi o simplemente estaba siendo amable de corazón, sea lo que sea, intenté confiar en el y le di mi mano. Nos pusimos en pie y fuimos hasta la clase y todos se quedaron mirando, y la gente comenzó a decir cosas como:
- Cuidado, la perdedora está a tu lado. - Aparta de su lado, idiota. Pero Suga, en un arranque de hira comenzó a gritar:
- ¡YA VALE! De ahora en adelante, ni se os ocurra decirle o hacerle nada malo a __________. Como me entere de que le habéis hecho algo, os arrancare a cabeza, ¿entendido? Todos nos miraron sorprendidos, pero en ningún momento Suga me soltó mi mano, me acompañó hasta mi asiento y puso su silla al lado de la míahg, miró a su alrededor y dijo:
- Si, estamos saliendo, ¿y que? Todos le miraron incrédulos, incluso yo lo miraba incrédula, el chico que hasta ayer se metía conmigo dice que soy su... ¿su chica? Nada de esto tiene sentido. Terminaron las clases y ya era hora de volver a casa, Suga me estaba esperando en la puerta, me dijo:
- Vamos, te acompañaré hasta tu casa. Fuisteis hasta la puerta de tu apartamento y te dijo:
- Siento lo de esta mañana, dije que eras mu chica... por que... - ¿Te estabas riendo de mi? - ¿Que? ¡No! - Entonces... ¿por que me has estado haciendo la vida imposible? ¿No te dabas cuenta de que me estabas arruinando la vida? ¡Yo también soy una persona! ¡¿Por que...?! Suga sin decir nada me interrumpió chocando sus labios con los míos. Estaba ta sorprendida que no sabia que hacer. Suga apartó sus labios y dijo:
- Me gustas... desde que te vi cuando me peleaba. - Entonces, si te gustaba ¿por que me has hecho esto? - No lo se, no quería que nadie se enterara de que me gustabas, fui un idiota. - Y un arrogante, soberbio, y también... - Vale, vale, creo que ya lo he entendido. Pero... ¿quieres salir conmigo? - ¿Que? Yo... yo... - Entiendo que me digas que no, pero aún así, te protegeré y haré lo que sea para hacerte feliz, te lo prometo. - No se si creerte. - Estas en tu derecho de no creerme, te entiendo. - Déjame que lo piense. - Vale, no te preocupes. Me voy, nos vemos mañana. - Vale, hasta mañana. - Hasta mañana. Suga se dio media vuelta y se fue.
Llegó la mañana siguiente y fui al instituto, entré en clase y, aunque faltaba gente, no me prestaron atención. Me senté en mi asiento y miré el sitio de Suga y el no estaba ahí, sin embargo sus cosas estaban sobre la mesa. Como aún faltaba un rato para que el profesor llegara, salí en busca de Suga. Salí de clase y caminé por los pasillos, pero no veía a Suga, pero pasé por delante del baño de los chicos y comencé a oír gritos, abrí un poco la puerta y lo vi, Suga estaba en el suelo habían unos cuantos chicos a su alrededor que le decían:
- Nos has mentido y ahora los pagaras. - Yo no os he mentido. - Dijo Suga muy enfadado -. - ¿Te gusta esa chica? - Suga no respondió - ¡Responde! - ¡Si, me gusta! ¿Y a ti que te importa? - Se puso en pié y se aceró a ese chico de una manera bastante amenazante -. - ¡Eh! Tranquilo, somos 5 contra 1, no podrás con nosotros. Dos de los chicos lo cogieron, no podía ver eso, así me armé de valor y entré ahí y le di tal patada a ese chico que lo tire al suelo... vale, no lo hice, pero reconoced que hubiera estado bien, lo que si que hice fue buscar a un profesor y le dije que 5 chicos se estaban metiendo con Suga, aunque en un principio no me creyó, finalmente fue y se llevó a esos 5 chicos. Cuando Suga salió del baño yo lo estaba esperando, me miró y me dijo:
- Gracias, pero podía con ellos. - De nada y... si y.... si. - ¿Que? - Preguntó algo confundido -. - Si, podías con ellos y si... saldré contigo. - ¿Serás mi novia? - Poco a poco. - Comencé a reír -. Suga se rió y me abrazo. Volvimos a clase y aunque todos nos miraban, no nos importaba, no sentemos en nuestros asientos y poco después el profesor llegó. Ya era hora de comer y Suga se puso a mi lado para comer juntos, pero todos hablaban y cuchicheaban mientras nos miraban, Suga se dio cuenta de que eso me molestaba, así que me dijo:
- No les hagas ni caso, no me rece la pena preocuparse por estos idiotas. - Tienes razón. Continuemos comiendo, pero entonces los chicos de antes entraron en clase, se acercaron a nosotros y uno de ellos dijo:
- Vaya, mira, estos chicos están juntos como si nada. Me da pena que este chico este saliendo con esta... - ¿Que? ¿Que vas a decir? - Dijo Suga -. - Con esta pringada. - ¿Por que no nos dejáis en paz y vivís vuestras vidas? - Por que esto es divertido. Has cambiado tanto, antes te metías con ella y ahora, ¿comes con ella? Das pena, sois penosos y... Suga harto de todos sus comentarios se levantó y le dió una patada a la mesa y esta cayó al suelo, Suga se acercó a ese chico y dijo:
- Haces esto por que tu vida no es nada interesante, ¿verdad? Los que dais pena sois vosotros. Si ante me metía con ella era por que me gustaba y mucho, no quería que os enteraseis, pero he abierto los ojos, ¿que importa que me guste? Es una chica estupenda y muy guapa, soy bastante afortunado. ¿Y tu? no... ¿Y vosotros? ¿Que tenéis en vuestra vida? Por que parece que no teneis vida ni nada interesante... vosotros si que me dais pena. Todos se quedaron en silencio, entonces Suga me cogió de la mano y salimos corriendo. Lleguemos hasta la azotea. Estuvimos en silencio un par de minutos, pero entonces yo dije:
- Has sido muy valiente... gracias... - No me des las gracias... y tranquila, todo cambiará. - Y ahora si. - ¿Si, que? - Si, quiero ser tu novia. - ¿En serio? Asentí con la cabeza y Suga me abrazó fuertemente, se apartó y me beso dulcemente en los labios, se apartó y me dijo:
- No dejaré que te hagan daño, siempre te protegeré... Te... te... - ¿Te quiero? Esa frase esta muy vista... digamos otra. - Vale... hmmm... ¿Quieres casarte conmigo? - ¡¿Que?! - Es broma, es broma. - Comenzó a reír – Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. - Eso está mejor. Volvimos a besarnos bajo la cálida luz del el sol.
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tararira2020 · 4 years
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| Ira |
Romina
José María Fernández Alara
Esto no es un cuento, es una historia real que sucedió el jueves 23 de julio 2020, mientras nos rodeaba la pandemia. Como confirmación de verdad he respetado el nombre de quienes fueron parte de ella.
Cuando sonó el timbre estaba en la cocina preparando el mate y me pregunté quien llamaba a las nueve y media de la mañana en un día lluvioso, en plena cuarentena total. No fui hacia la puerta sino que entreabrí la ventana. Hay una seria recomendación de seguridad de primero ver quién es antes de abrir la puerta.
Al mirar hacia afuera recordé que el primero en avisar fue Enrique, luego Rosa mandó un WhatsApp. Esta semana comienzan los testeos de Coronavirus en San Telmo. Personal sanitario de la Secretaría de Salud van a recorrer el barrio haciendo chequeos preventivos. A los propietarios de los inmuebles elegidos se les va a mostrar una nota donde se les comunica la elección del domicilio y solicita prestar colaboración.
Detrás del vidrio estaba una chica jovencita, menudita, más bien baja, con uniforme celeste de enfermera, guantes y máscara de plástico. Llevaba un kit en el que leyendo la mitad pude adivinar que decía “Covid 19 – Sec. Salud – Comuna Uno”. A unos pasos de ella estaba otra muchacha con barbijo de tela, también joven, vestida de particular, con un traje sastre negro, pero que llevaba colgado del brazo algo blanco que imaginé un guardapolvo.
- Buenos días, señor, – me dijo, mientras me extendía una carta- espero  que pueda atenderme. Ya van tres casas que no me contestan. Vengo por el testeo.”
La llovizna estaba convirtiéndose en lluvia y líneas de agua se deslizaban sobre su máscara de protección. Hasta me pareció ver que detrás de las gotas su mirada  me pedía que las dejara pasar porque se estaban empapando.
Miré la nota, vi el membrete, los sellos y mi dirección. No sé por qué pesó más la lluvia y algo frágil dentro mío, que la obligación de sopesar la autenticidad, legalidad y demás cosas necesarias a ser observadas en el húmedo papel.
Al minuto siguiente les estaba abriendo la puerta. Como ustedes saben, vivo con Gloria, mi mujer, en una vieja casona de San Telmo, de esas que tienen de entrada un portón de cuatro puertas, que a los pocos metros desemboca en dos patios con galerías a los costado, adonde dan las habitaciones.  
Entró la enfermera con su kit, agradeciéndome y se puso a un costado de la entrada. La otra chica pasó a mi lado y llamativamente, en estos tiempos de distanciamiento, me saludó tocándome el brazo con la mano y siguió caminando hacia el patio delantero.
Como mi atención estaba centrada en la enfermera, pensé que a la otra, la acompañante, le había llamado la atención la vieja casona y se había asomado al patio de curiosa.
La enfermera sacó del kit algo como un formulario y empezó con las preguntas: Cuántas personas vivían en la casa, el nombre y edad de ellas, si estaban en el domicilio...
Mis respuestas eran concisas y rápidas, pero comencé a escuchar como un eco. Presté atención y noté que había una repetición de lo que decía, pero rara. Hablé más despacio y escuché clarito que la otra muchacha había pasado al patio y que repetía cantando lo que yo decía.
En ese momento apareció Gloria, que se estaba levantando y al oír el timbre y la conversación se había asomado a una de las puertas que del comedor dan al patio para averiguar qué pasaba. Cuando comencé a contarle, me preguntó si estaba con barbijo. Como le contesté que no, le alcanzó mi barbijo a la chica que estaba en el patio, quien me lo acercó.
Ahí me distraje un poco y volví a concentrarme en las preguntas. Pero de nuevo el eco  cantado. Ya un poco entre desorientado y molesto, le pregunté a la enfermera.
- Decime. Esta chica que está en el patio… ¿Viene con vos?
- No, señor. – Me contestó con cara de asombro-. Yo creí que vivía aquí. Venía atrás mío. No la conozco.
Bueno, pensé: me hicieron el cuento. Ya está. Caí en la trampa yo solito. Ahora abren la puerta y entran los muchachos. Pero no. Todo seguía igual, salvo que desde el patio venía un canturreo monótono en voz baja. Me repuse y rápidamente  caminé hacia el patio.
- ¿Qué haces acá? –le pregunté con voz alta, un tono duro y serio y mi peor cara de malo- ¿Quién sos?
La chica no se inmutó. Se había sentado en un silloncito de metal que hay en un costado y desde allí,  me miraba mansamente y continuaba cantando.
Volví sobre mis pasos a ver si la enfermera estaba abriendo la puerta a sus cómplices, pero me la encontré donde la había dejado, pero ya apoyada contra el ángulo de la puerta y la pared. Tenía los ojos agrandados que se le salían de la máscara y me miraba fijo.
- No sé nada, señor. No viene conmigo - atinó a balbucear-
De vuelta en el patio encaré seriamente  a la otra y ya en voz fuerte le grité
-Te vas. Vamos,  ¡fuera! Ya mismo salís de acá.
La chica no se inmutó. Paró de canturrear, posó en mí sus ojos claros, me miró fijo y sólo me contestó:
-Yo vivo acá – y volvió a su canto –.
- Te vas o llamo a la policía. ¡Vamos!
Como no me contestó, pasé delante de ella y entré a buscar el teléfono. Cuando estaba volviendo me encuentro con ella que estaba entrando. Entonces grite más fuerte aún que no entrara. La chica retrocedió y volvió al patio con cara de asustada.
Con mis gritos apareció Gloria,  quien recordando seguramente a sus antepasados, guerreros de la Independencia, presurosa se acercaba con dos paraguas para defendernos por si nos atacaba. Tomé uno y salí con el teléfono en una mano y el paraguas empuñado en la otra.
Allí me encontré con la chica decía algo sobre un bebé y volvía canturrear. La enfermera seguía petrificada contra la puerta. Le pedí a Gloria que no saliera y a través del vidrio vi que tenía el paraguas con las dos manos, en posición de bayoneta calada.
Tomé el teléfono y marqué el 911. Me atendieron al instante. Tuve que repetir dos veces lo que sucedía hasta que lo tradujeron a su idioma: “Intruso, femenino, joven, delirante, no agresivo”. Sin mucha convicción me aseguraron que un móvil salía ya.
Pasaron quince minutos donde, como en un mal documental, se repetía todo: mis gritos, el canturreo, palabras un poco inconexas, la enfermera pegada a la puerta y Gloria que me miraba a través del vidrio de la puerta y me decía que llamara a Nahuel, su querido sobrino, que es oficial de la Policía. Como sé que vive en Monte Grande, tardé un rato en escuchar que ella me decía que trabajaba cerca y seguro que podía mandar alguien.
A la segunda llamada me contestó el celular. Al escuchar lo que pasaba Nahuel quería venir por el tubo. Quedó en mandar a un amigo y antes de salir para aquí, le pidió a Barbie, su novia, que la llamara a Gloria para estar cerca de ella.
La chica se había ido cerca de la puerta y ante la mirada horrorizada de la enfermera, se sentó en el suelo y sin sacarse la ropa, hizo pis. Luego se paró y siguió hablando sola.
Volví a insistir con el 911 y de vuelta toda la explicación y la extraña disculpa: “Cálmese. Usted no habló conmigo. Ya le mando un móvil”.
A los quince minutos oí ruidos en la puerta y me fui para adentro para ver por la ventana qué pasaba. Eran el amigo de Nahuel y el patrullero que llegaban al mismo tiempo. Ya podía respirar un poco más tranquilo.
-Tuvimos una emergencia, jefe – se disculpó el oficial que bajó junto con un agente más joven.- la cosa está complicada en todos lados. Ya estamos aquí.
Yo les abrí la puerta, pensando que por ahí la chica aprovechaba para escaparse, pero no, se quedó adentro lo más pancha y se puso al lado mío. El oficial me hizo ir hacia el patio, mientras el más joven enfrentó a la chica. Todavía estaba de espaldas, cuando oigo:
- ¿Qué hacés aquí, Romina?
Me di vuelta como un resorte; el oficial se me acercó y me dijo en voz baja:
- Es una piba del barrio… Media loquita. Está en situación de calle.
- ¿En situación de calle? –Pregunté- mirando que estaba  bien vestida y peinada-
- Sí – me contestó serio-. Ayer la encontramos desnuda. Las colegas de la comisaría la vistieron y hasta la peinaron. Pero no pudimos hacer más. El fiscal sostuvo que no estaba cometiendo ningún delito y el médico que la atendió dijo que estaba bien, que se ubicaba bien en espacio y tiempo... La tuvimos que soltar.
Entonces comenzó una larga charla donde los policías, de mil maneras trataban de que Romina saliera, y lo único que obtenían era su respuesta de que esa era su casa y que ella vivía allí. Los argumentos que usaban los policías pasaban de la alta dialéctica sofista al dulce chamuyo y  las voces desde la seriedad de  autoridad constituida a ruegos en la oreja con voz suavecita. La indiferencia firme de la muchacha no se perturbaba, al contrario les bajaba una mirada condescendiente, como que eran ellos los que no entendían.
Como yo ya me había tranquilizado, pude observarla  con más atención. Era llamativa la tranquilidad con que se movía. Su rostro era blanco, sus ojos claros tenían una mirada ausente, pero mansa. Su pasividad transmitía paz, que coincidía con la paciencia de los policías que la trataban casi con cariño.
Gloria salió al patio y se puso a charlar con el amigo de Nahuel. Todavía llevaba el paraguas. Esta vez apoyado en el hombro.  En un momento se dio cuenta y señaló el cielo que seguía encapotado y dejó el paraguas en un mueblecito que había en un costado.
Cuando todo parecía que había entrado en un círculo sin salida. Vi movimientos en la puerta y de repente desaparecieron todos, incluida la enfermera que no se había movido desde que entró. No sé si respirado… ¡Romina había aceptado salir!
De curioso, entré y me fui a la ventana para ver cómo terminaba la cosa. Observé que los policías se subían al patrullero y se iban raudamente. Me imaginé que se la llevarían con ellos, pero unos fuertes golpes en la puerta me anoticiaron que Romina quería volver a entrar en “su casa”.
No podía creer que los policías se hubieran ido. En la vereda de enfrente, estaba parada la enfermera, todavía shockeada y con la mirada fija en lo que sucedía en la puerta.
En ese momento vi a Nahuel que llegaba y que junto con su amigo trataban de calmarla. Los golpes y los ruidos continuaron por un rato. Yo me corrí de la ventana y entorné el postigo porque pensé: Lo único que falta es que me vea y comience a golpear acá.
Al rato, escuché que se detenía un auto en la vereda y entreabrí un postigo. Eran los policías que habían vuelto. Iba a protestarles cuando escuché que hablaban en voz baja con Nahuel que se les había acercado.
-Nos llamaron de urgencia. A dos cuadras de acá había un 238, pero cuando llegamos ya estaba interviniendo el subcomisario, así que volvimos… con Romina. En el camino llamamos al Same. Están mandando una ambulancia.
Los saludé con la mano. Y de nuevo la charla con Romina, quien al verlos se calmó bastante, pero no aflojó en su intento de entrar y de sostener que ésa era su casa.
En la vereda de enfrente seguía parada (¿petrificada?) la enfermera. Se había levantado un poco la máscara y se podía ver que sus ojos estaban atentos pero que estaba lejos de entender lo que pasaba.
Desde la ventana pude ver que aparecía lentamente una ambulancia del Same. El chofer estacionó enfrente; un médico joven, de anteojos ahumados, se bajó y se dirigió a hablar con los policías. El chofer, por su lado, se informaba por la enfermera que parecía responderle con monosílabos.
Una nueva tarea nacía: convencer a Romina de que lo mejor para ella era subir a la ambulancia. No iba a ser fácil. Gloria y yo estábamos pegados al medio postigo abierto de  la ventana. La conversación se hacía difícil de escuchar porque con tantos interlocutores se volvía confusa.
Unos golpes fuertes en la ventana nos hicieron saltar. Cuando la entreabrí más, me encontré con el más joven de los policías, el agente, que con voz seria me decía:
-Jefe, ¿No podría preparar un tecito para Romina? Póngale, por favor mucha azúcar. Vaya a saber desde cuando no come. Seguro que eso la va a calmar un poco.
Fue el té más raro que con Gloria preparamos en nuestros largos años de vida en común. Cuando estuvo no muy caliente se lo acerqué al agente a través de la reja. Escuché tragos, gorgoritos y largos suspiros.
Cuando volví a mirar por la ventana vi una procesión: el médico que suavemente llevaba a Romina del brazo, los dos policías atrás, Nahuel y su amigo y finalmente el chofer, acompañado de la enfermera. Todos iban acercándose lentamente a la parte de atrás de la ambulancia.
La Romina ya estaba entregada. Con los brazos caídos y la cabeza un poco inclinada miraba la puerta de casa, como despidiéndose. La enfermera la ayudó a subir y junto con el médico se quedaron atrás con ella. El chofer puso el motor en marcha y la ambulancia despaciosamente se fue calle abajo.
Gloria fue a preparar un cafecito para Nahuel y los policías que se relajaban estirando los brazos y moviendo el cuello. Yo me quedé solo en la ventana pensando adónde la llevarían.
De a poco nos fue abandonando la sensación de miedo. Quedó lejos la angustia y nos cansamos de decir ¡qué suerte que no pasó nada! También nos reímos mucho de la estrategia de los paraguas. Pero, con el correr de los días, nos fue invadiendo una  duda:
¿Romina era un chica del barrio, media loquita y en situación de calle, o era un ángel de ojos claros, medio perdido, que necesitaba un té con mucha azúcar y decidió pasar a tomarlo en casa?
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lilium025 · 4 years
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INDELEBLE(GF) 7
Resumen:Los Northwest se han mudado lejos de Gravity Fall a Miami Beach (Florida) tras el Raromagedón, pero no a todos los integrantes de la familia esta feliz con esta decisión. Después de 5 años de abandonar el pueblo, Pacifica decide regresar a sus raíces en busca de un poco de libertad y nuevos comienzos
.......................
Gravity Falls no me pertenece
Capítulo 1 | Capítulo 2 | Capítulo 3| Capítulo 4| Capítulo 5| Capítulo 6
Capítulo 7 “¿Alcohol y Rumores? Mala combinación
                      "Somos víctimas de nuestra cruel imaginación"
Había pasado una semana desde el problema del teléfono, para mi suerte había pasado sin problemas y Mabel no había intentado nada. Dipper y yo habíamos recuperado la confianza entre nosotros, aun así no me atrevía a beber del frasco que me había dado ese tal James hasta ahora. Estábamos limpiando el apartamento después de estar pintando, Dipper había salido para buscar algo que comer mientras recogemos y Mabel lo encontró en mi chaqueta. Me pregunto cómo es que lo ha encontrado sin registrar esta...
- ¿Qué es esto? - decía Mabel mirándome preocupada, yo me giré a verla sabiendo lo que se venía más o menos.
- Si es mío, déjalo donde estaba, en mi chaqueta- dijo enfatizando esta última, siguiendo recogiendo cosas. Entonces se acerco a mi me agarró del hombro con la mano libre mientras que con una cara preocupada me enseñaba el frasco.
- Paz dime qué es esto- me dice agitando el frasco ante mis ojos.- Sabes que puedes confiar en mí, si es droga te ayudare a superarlo aunque no se que tipo de drogadicto eres para meterte frasquito de lo que sea madre de mis sobrinos , lo haré.-
-¿Pero que estas diciendo? ¿Qué dices de drogas y sobrinos? Me confundes y eso no es droga. Así que dámelo- digo quitándole el frasco de las manos y apartandome de ella.
-Entonces si no es droga, ¿qué es? -
- No lo sé, solo me dio un vidente en un bar cuando el problema del móvil. Me dijo que con esto recordaría lo de la noche anterior y encontraría respuesta pero no estoy segura si tiene efectos secundarios- digo mirando el frasco que tenía entre manos.
-Eso es genial, deberías beberte lo-decía saltada emocionada dando palmas.
- Parece que no entiendes, si me bebo este frasco puede que no pase nada o ...-
- O descubras la verdad- dice Mabel terminado la frase por mi y mirándome con cara de tener razón.
-Pero no sabemos cómo me afecta, ¿me teletransportare? O ¿me desmayaré? No sabemos si me llevaría a la noche de la borrachera o puede encontrar equivocado y haberme dado veneno- suelto mirándola while paseo en círculos por el salón.
-Ya estas dudando-murmura Mabel en bajito pero logró escucharlo y la miró.
- No estoy dudando.-
-Si lo haces, estás dudando de beberte ese frasco al igual que dudas sobre los sentimientos de mi hermano. Tienes miedo a triunfar, chica- dice cruzándose de brazos y mirándome seriamente.
- No tengo miedo a triunfar y te lo demostraré- le digo sacando le el tapón al frasco y bebiéndome el contenido de dentro de un trago.
-Bueno ¿y ahora qué hacemos? -Pregunta Mabel mirándome, seguía parada donde estaba. No sentía nada, a lo mejor no ha funcionado.
- No lo se, tal vez tengamos que esperar ...- digo hasta que de pronto todo se vuelve oscuro y caigo en el suelo. Escuchaba la voz de Mabel a lo lejos llamándome hasta que dejo de escucharla y todo se vuelve silencioso.
No sabía donde me encontré, todo estaba oscuro al girarme donde estaba veo una luz, mi consejo personal sería no perseguir ninguna luz pero esta era extraña. No era la típica luz blanca que describe, esta parpadeaba colores diferentes y me acerque a esta. Cada paso que daba, se escuchaba música más cerca hasta encontrarme con algo que me sorprendió. Al parecer mi subconsciente me había traído al momento de la fiesta, las personas no podían verme pero yo si ya mi yo de ese momento.
[N: La letra en cursiva es Pacifica del presente narrando lo que ve y piensa]
Estábamos en la tienda del misterio, había gente que reconocí y gente nueva. Todos bailaban al son de la música mientras que otros estaban en las esquinas hablando, comiendo o haciendo lo que dios se que. Al ser "nueva" en el lugar, Dipper y Mabel decidieron acompañarme durante la noche para que no me perdiera mientras que hablaban con conocidos. La noche estaba pasando divertida, no había señales que me fuera a emborrachar en ningún momento, ¿entonces porque lo hice?
No fue hasta que mi yo de la fiesta se movió que la perseguí, Necesito ir al baño y me aparte de los chicos. De camino al baño veo que me paro y confusa hago lo mismo.
- Dios mio, ¿has visto como esta Dipper pines? Se ha puesto muy guapo, ojalá me invitará a bailar esta noche- escuchó decir a alguien, me asomo donde estaba asomada mi yo y lo vi. Dos chicas que no conocía estaban apoyadas sobre una pared al lado de la puerta del baño . La que había hablado llevaba una camiseta de tirantes negra con pantalones vaqueros cortos, llevaba un moño muy alto para mi gusto.
- La verdad es que nunca me han atraído los nerd pero con él haría una excepción- dice una de las chicas, esta vestía con un top blanco y una falda negra. Me recordaba un poco a mi cuando era joven por el maquillaje excesivo en su rostro.
-Si bueno, eso si no tiene novia. ¿Has visto la rubia a su lado? - comenta la del moño mirando a su amiga quien estaba viendo algo en su teléfono. ¿Estaban hablando de mí? Que fuerte.
-La he visto pero no deberías preocuparte, no tiene nada que hacer pero tal vez deberías preocuparte por una tal Rebeca, sale en algunas de sus fotos- decía mientras le enseñaba algo, seguro que su Instagram.
¿Dipper tenía novia? ¿Por qué no me había dicho nada Mabel? Eran cosas que mi otro y yo seguramente estábamos pensando por la cara que tenía en ese momento. Aun así proseguí escuchando para ver qué más tenían que decir estas "señoritas".
- Si bueno, ya sabes como son los chicos como él, cara de bueno para nada- dijo finalmente la chica para irse ambas por un pasillo y desaparecer. No me había imaginado que fuera esa clase de chico, osea estamos hablando de Dipper Pines, el chico nerd de los misterios que salvó a todo un pueblo del fin del mundo. A lo mejor durante todo este tiempo sin vernos había cambiado, teniendo en cuenta la convivencia pacífica entre criaturas y humanos en el pueblo, no tenía que preocuparse más y siguió con su vida. Convirtiéndose en un rompe corazones, dios mío, me suena extraño pensarlo siquiera.
Tras salir del cuarto de baño busque a los hermanos Pines, encontrándome únicamente con Dipper quien hablaba de forma animada con unos chicos algo mayores que nosotros.
- Hola- dije avisando de mi presencia entre el grupo masculino, Dipper que se encontró de espalda riéndose de algo, se dio la vuelta para verme.
- ¡Oh chicos! Dejame presentaros a Elise, vive temporalmente con Mabel y yo mientras busca algún sitio para quedarse- dice Dipper hacia los chicos, saludaron a mi otra yo .
-Hola Barbie, si necesitas una Ken yo soy tu hombre. Pd: Me llamo Nate- se presenta primero un chico moreno, alta estatura y cejas gruesas. Definitivamente no es mi tipo.
- Perdona maja, mi amigo es un poco idiota, me llamo Lee- comenta un chico rubio ceniza a su lado, era gracioso.
- Hola Elise, yo me llamo Thompson- se presenta otro chico más bajito, parecía tranquilo pero nervioso. Apuesto que no sabe como tratar con chicas.
Vaya banda se ha buscado Dipper pero quién era yo para decir.
- Encantada de conoceros chicos- hablo yo finalmente nerviosa. Que penosa me veo ...
-Y bueno Elise, cuéntanos sobre ti, ¿cuales son tus motivos para venir a Gravity Falls? ¿La aventura? ¿El dinero? ¿El amor, tal vez- dice Nate inclinándose hacia mí con voz "seductora".
- No creo que Elise le interese mucho el amor, Nate- habla Dipper mirando a su amigo en broma.
- ¿Por qué? ¿Te rompieron el corazón, rubia? - pregunta Lee apartando a su amigo de mi espacio y apoyándose en el.
- No es nada de eso. Lo que quería decir Dipper es que ...- hablo yo sin poder terminar la frase.
- Es una fugitiva- acaba Dipper por mí. Odio cuando hacen eso uffff.
- Curioso, ¿huiste de tu propia boda? ¿Él no era suficiente o te gustaba otra persona? - preguntaba Thompson mirándome con curiosidad.
-No es eso, me fui porque mis padres me quisieron comprometer con alguien como ellos- digo únicamente. Espero que no hayan más preguntas ...
- ¿Y como es eso? - dice Lee.
- Bueno mis padres son ...- intenté decir pero soy interrumpida de nuevo .
-Son unos burgueses adinerados que solo le importa más su felicidad que la de su propia hija- dice Dipper. Incrédula s de lo que acaba de decir mi otra yo y yo lo mir amos esperando a una disculpa. - No se porque me mirás así, es verdad. Tu lo dijiste- únicamente dice justificándose.
- Si lo dije pero ¿sabes cual es la diferencia entre tu y yo? Que son mis padres ya pesar que son unos idiotas, no tienes derecho a decirles así. Apenas nos conocemos y crees que tienes derecho a hablar por mí. No eres el chico que yo conocí Dipper Pines- dijo apuntándole con mi dedo contra el pecho mientras decía cada palabra, el grupo de amigos se encontraban callados mirando como le echaba la bronca a Dipper. ¡Bien hecho, Pacífica!
- Entonces, ¿como soy? - dice finalmente agarrandome de la muñeca, evitando que le golpeara de nuevo el pecho. Sus ojos estaban dilatados y por la cercanía pude oler su aliento a alcohol.
Eso explica la marca, pensaba que era de la pulsera.
-No importa, estás borracho. Me voy a buscar a Mabel- dijo soltandome de su amarre y alejándome de él. Claro que no iba a discutir con una persona en esas condiciones.
- Claro, busca a Mabel. Evita los problemas como haces con tu vida- dice Dipper lo suficiente alto como para que lo escuchara desde donde estaba.
¿Había dicho lo que creo que ha dicho? Entonces mi yo se gir a sobre sí misma yv uelve hacia donde estaba Dipper que había regresado a hablar con sus amigos. Entonces le tocó el hombro de nuevo, él se gira a verme y sin darle tiempo a decir nada le doy una chaqueteada que lo deja sorprendido. Se lo merecía.
- ¿Quieres saber qué pienso de tí? Pensaba antes de venir aquí que eras un chico gracioso, amable e inteligente pero en las últimas horas he descubierto que eres un tremendo idiota- digo mirándole con asco a la cara y corro fuera de su alcance. Esta noche se estaba yendo a la mierda.
Tras mucho caminar, veo a mi yo del pasado apoyada sobre el improvisado bar con un vaso en la mano. Mierda, ojalá estaba alguien cerca para pararlo pero estaba yo y el alcohol. Me acerque hacia ella y me senté en una silla vacía que esta ba a su lado. Me observe con detalle, tenía la cara de una persona a quien le había roto el corazón, bueno pues ya éramos dos.
No fue una buena idea haber venido a Gravity Falls o beber de la pócima que me había dado James, las cosas has cambiado para todos y ya no había hueco para mí.
Habían pasado minutos viéndome beber hasta que veo la figura de Stan acercarse a la barra, distraído con una faja de billetes. Estaba buscando algo tras la barra hasta que se da cuenta de mi persona y se acerca.
- ¡Oye chica! - me dice tocándome el hombre, mi yo borracha lo mira sacando su cara con maquillaje corrido de sus brazos y mira a Stan.- ¿No eres la amiga de Dipper? ¿Por qué estás aquí sola? - me dice mirando sobre mi hombro.
- No soy amiga de idiotas - dijo limpiándose las lágrimas mientras vaciaba m i vaso.
- ¿Un idiota? Ya veo, al final te distes cuenta - dice mientras sacaba una botella de whisky y sirvió en dos pequeños vaso y me daba uno.
- ¿Qué si me di cuenta? Por favor, no he hecho nada más en esta noche que ser un idiota- digo aceptando el vaso y bebiendo de una.- Aghh ... esto está muy fuerte.-
- Jajajaja Si lo está, pero dime qué ha hecho para que estés aquí bebiendo sola- dice el hombre bebiendo del suyo.
- Para empezar, es un inmaduro que se la tiene muy creída cuando está con sus amigos. Un bocazas metomentodo que cree que tiene la razón cuando no es verdad; un mujeriego y sin aguante para beber- dijo mientras extendía mi vasito para que me lo llenara de nuevo. Stan rellena nuestros vasos y deja la botella de lado para verme.
- No creo que Dipper sea así como has dicho, bueno lo que dices sobre beber es cierto pero él en verdad no es así cuando está sobrio- hace una pausa para beber de su vaso y lo deja sobre la mesa .- Te voy a contar una cosa de Dipper que muy poco saben. Cuando Dipper vino a visitarme por primera vez, era un chico muy nervioso e tímido. No tenía la actitud sociable de su hermana, siempre estaba ocupado leyendo novelas de misterio y siempre tenía mala suerte con las chicas.
- ¿Y que hizo que cambiara tanto? - pregunto curiosa.
- Bueno ... fue complicado. Creo que fue la ayuda de los amigos nuevos que hizo aquí lo que ayudaron a que Dipper confiará más en sí mismo y que se abriera más con las personas- dice sirviendo otro vaso de whisky.
- ¿Y con las chicas? -
- ¿Con las chicas? Es muy torpe con las palabras como para ser un mujeriego. ¿Por qué preguntas? - dice mirándome con una ceja alzada curioso.
-Por nada, he ido al baño y he escuchado a unas chicas diciendo que era eso- digo apoyándome sobre mis brazos.
-¿Y eso te preocupa? Si te calma un poco, Dipper aún sigue esperando a la chica especial y no es del que lo comprueba con todas- dice apoyando sus brazos.
- Aun así sigue siendo un idiota borracho- digo mientras me servía un poco del whisky que había dejado de lado Stan.
- Y tu si sigues bebiendo así ...-
- Creo que tengo más aguante que un Pines- digo mientras bebía de mi vasito y lo miraba.
-¿Más resistencia que un Pines? Estas equivocada, te lo voy a demostrar- decía mientras buscaba de nuevo debajo de una barra y sacaba una botella de vodka.
- ¿Vodka?-
- Lo mejor para una competición de shots, ¿así que dices? - pregunta desafiante.
-Vamos abuelo, demuéstrame lo que tienes- digo incorporándome en mi asiento, arreglándome el maquillaje de la cara y el vestido que llevaba.
Los acontecimientos posteriores a la partida me plantearon seriamente no volver a pasarme con la bebida, pues mi yo borracha era una enérgica fiestera y si no fuera por la charla de Stan hubiera terminado borracha llorando en una esquina de la sala.
Poco a poco el escenario de la fiesta se iba alejando, quedándome de nuevo sola en la oscuridad. Después de lo que había visto, ¿cómo debería actuar? Tal vez cuando salga de aquí, le cuente a Mabel sobre lo que he visto y ella me pueda aconsejar o ¿Candy?
De repente siento unas voces llamándome, una era de Mabel mientra que la otra era ¿Dipper? Mierda, me había desmayado, seguro que están preocupados. Con dificultad abro mis ojos, me encontré en la habitación de Mabel y en ambos lados estaban los hermanos Pines.
- Hola chicos, ¿qué pasa? - pregunto intentando levantarme pero me resulta débil, la influencia de la pócima se había llevado casi mi energía.
-No has preocupado mucho, Elise. Estábamos hablando y un segundo estabas en el suelo. Estaba muy asustada, pensaba que te habías muerto- dice Mabel abrazándome por los hombres con fuerza.
-¿En qué estabas pensando? Beberte un frasco de alguien que acabas de conocer- dice Dipper mirándome enfadado, yo le miro sorprendida y me giró a ver a Mabel.
-¿Se lo ha dicho? - pregunto.
-Tenía que decírselo, me había descubierto arrastrándote a mi habitación- decía nerviosa.
- Y menos mal que me lo ha dicho, si no te despertarás en el rió- habla Dipper sentándose en la cama y mirando me con una mirada cansada.- ¿Qué querías conseguir al beberte esa pócima? ¿Demostrarme que no puedes cuidarte sola? Porque lo haces.-
-No es eso, necesita recordar una cosa y ha salido bien. Así que no vengas de adulto aquí, Dipper. Yo puedo cuidarme sola- dijo levantando de la cama de Mabel.
- No debería que hacer de adulto si no tuviera que cuidar de mi hermana y de ahora tu- dice levantándose también de la cama.
- Pues nadie te lo ha pedido- digo mirándole, no estaba de humor para una pelea.
- Si no fuera por mi, tal vez hubieras acabado secuestrada o muerta por un psicópata o algo, lo menos que puedes hacer es no intentar matarte a ti misma o secuestrada- dice saliendo de la habitación con la última palabra pero no era mi estilo y lo persigo al pasillo.
- Eres un idiota- le grito antes de que entre a su puerta, el se gira a verme igual de enfadado.
- Y tu una inmadura- me grita de vuelta. Entonces le saco mi hermoso dedo del medio y él me devuelve el gesto mientras entra a su habitación. Yo me giro para ir al cuarto de baño y me encuentro a Mabel, quién había observado esto último.
-¿What? - pregunto mirando la, estaba apoyada en el marco de la puerta, con una cara rara.
- Nada, solo que me he dado cuenta que hay una tensión sexual cada vez que peleáis como una pareja de casados. Deberíais solucionarlo- dice con una sonrisa mientras me dejaba sola en el pasillo.
- No somos nada, Mabel- digo únicamente entrando al baño.
Espero que os haya gustado el capítulo, porque a mi si me ha gustado, al menos la última parte.
                                                           ---
¿Vosotros creéis que Dipper y Pacifica necesitan solucionar esa tensión entre ellos? ¿O que se volverán a hablar al menos? Ponedme en comentarios lo que pensáis que puede pasar con ellos dos, yo ya lo se pero siempre es bueno estar abierto a sugerencias. 
Ya puedes seguir la historia con el hashtag #Indeleblefanfic
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Bueno, como las estoy pasando canutas con una comedia que estoy escribiendo para el teatro, voy a contaros unas cosas que pasaron la noche que me habían dado calabazas y luego se murió mi abuelo, todo el mismo día y al mismo tiempo, que así me despejo un poco. Es que es una historia con su puntito emocionante y con personajes muy variados y de repente me han entrado ganas de escribirla. Además aparece Karra Elejalde y os aseguro que todo es cien por cien patético y cien por cien real.
Yo en octubre de 2013 vivía en Pamplona y compartía piso con tres personas. Una era una amiga de mi curso en la universidad, otra era una chiquita brasileña de dieciséis años que recién empezaba Periodismo y el cuarto era un compositor de música que, de hecho, era el propietario del piso y nos lo subarrendaba.
El compositor casi nunca estaba por casa, hasta justo ese año que le había dejado la novia. La chiquita brasileña se presentó a las pruebas para entrar en el grupo de teatro universitario en el que yo participaba, pero como era y es un grupo grande de la hostia no coincidíamos ni en ensayos ni en obras. A las fiestas y a los estrenos sí que íbamos junticas. La chiquita además era bulímica, empezamos a sospecharlo porque de vez en cuando desaparecía silenciosa y, cada vez con más frecuencia, yo la oía teniendo arcadas al otro lado de la puerta del baño. Recuerdo que una noche me estaba duchando y el desagüe de la bañera se atascaba. En el agua que se iba acumulando veía trozos de algo color naranja y empecé a tirar de los pelos que lo atascaban y terminé sacando una bola ácida de pelo y comida a medio digerir, todo muy asqueroso, porque aquel día a la pobre le había dado por vomitar en la bañera. La niña también robaba las galletas con pepitas de chocolate del Eroski del compositor para comérselas ella, y cuando el compositor llegaba los domingos por la noche y se encontraba sin novia y sin galletas de chocolate se ponía de una mala hostia tremenda.
El asunto es que yo tenía que cuidarla de algún modo, porque claro, la chavala tenía dieciséis años y yo vivía con ella y eso me convertía en una especie de hermana mayor postiza suya. Y a mí estas cosas siempre me han provocado una ansiedad como un camión de grande, porque bastante trabajo tengo ya con cuidar de mí misma y no parecer, no sé, el peluche del cubo de basura de Barrio Sésamo cuando estoy socializando. En cualquier caso yo intentaba cuidar de mi brasileña.
En la primera fiesta que arrejuntó a todo mi grupo de teatro universitario (temporada 2013-14), acabé liándome en la discoteca con uno de los veteranos. El tío ya había acabado la carrera y creo que estaría sacándose el MIR o algo por el estilo. A mí me gustaba mucho porque era el veterano ligón y todo el grupo contaba batallitas suyas y siempre decían que era muy buen actor y tenía el pelo largo y en una fiesta anterior me había mirado como diciendo: te voy a arrancar las bragas a mordiscos y en un ensayo del curso anterior al que había venido yo interpretaba a la abuela de La casa de Bernarda Alba y él me miró también como diciendo: lo estás haciendo bien, joven aprendiz. Y a mí me había parecido muy sexy aquello a pesar de que yo estuviera haciendo de vieja loca. El tipo de cosas que te ocurren cuando padeces una adolescencia tardía. Bueno, pues en la disco acabamos comiéndonos las bocas delante de todo dios hasta que yo le dije vámonos de aquí, y nos fuimos en dirección a su casa. Lo que pasa es que por el camino se me fueron quitando las ganas de follar con él, primero porque estaba más borracho que yo y segundo porque yo tenía la regla, no en fase sangre roja lunar a chorros sino en fase negro petróleo, con lo que la idea visualmente me convencía menos. Lo dejé en su portal y no volvimos a hablar y me estuve arrepintiendo un mes entero y me estuve comiendo la cabeza porque el tío me gustaba y una amiga me dijo: si te gusta llégale, total, el no ya lo tienes y YO CAÍ, CAÍ, CAÍ en la humillación imperdonable de la excesiva intimidad y le mandé un whatsapp toda misteriosa: hola, quiero verte.
Así que quedamos en una cafetería y yo le dije que me gustaba y él, es lógico, se quedó como el hombre del final del meme de THAT’S MY OPINIONNNN así parpadeando un par de veces, y me dio calabazas y nos despedimos y yo pensé: pues a tomar por culo y a otra cosa, pero en realidad estaba bastante triste porque ya me había imaginado que me acostaba con él unas pocas de veces y que además montábamos unas pocas de obras de Shakespeare juntos y que nos íbamos a vivir a un pueblico de Soria porque así soy yo, muy veloz para unas cosas y The Slowest para otras muchas más.
A todo esto, yo vivía en Pamplona (Navarra) pero mi familia es de La Línea de la Concepción (Cádiz) y mis abuelos paternos estaban (ella y él) ingresados desde hacía un par de semanas en el hospital (él demente, ella con las piernas del color del tramo trianero del río Guadalquivir). Pero por ahí andaba yo sin noticias hasta el momento.
Volviendo al día de las calabazas, la verdad es que me había organizado muy mal. Porque justo esa misma tarde había estreno de obra del grupo de teatro, y eso significaba volver a coincidir con el tipo que me había rechazado por la mañana. Aún así, a las siete yo estaba clavada en el auditorio del Civivox Iturrama con mi niña brasileña acompañándome. A la salida del estreno (Romeo y Julieta: el musical) dijo la directora del grupo de teatro: quién se viene a cervezas. Y yo como es natural lo que quería era irme a mi casa, pero nuestra amiga la directora me vio carita de pena y por eso insistió aún más en que yo fuera y yo tenía a mi brasileña allí conmigo y a mi brasileña le iba bien hacer amigas y amigos y entre una cosa y otra, acabé por ceder. Manda huevos también que de un grupo de teatro universitario de ochenta miembros esa tarde solo fuéramos a echar cañas seis personas, entre esas seis personas, ya lo estáis adivinando, el veterano ligón.
Para sorpresa de nadie, las cañas estaban siendo deprimentes. En un momento de debilidad, por hacer algo, fui a mirar el móvil. Y en mi teléfono móvil, un sms (¡¡¡!!!) de mi padre que decía: el abuelo ya se ha muerto- y yo ahí dejé de leer y me vino como una inspiración divina que me levantó de la silla del bar, hizo que me despidiera de todos los allí presentes con una eficiencia singular, que agarrara a mi niña brasileña, pagara la cuenta y me fuera echando hostias. Lo primero que hice fue explicarle a la chiquilla lo que me había pasado. La chiquilla me aconsejó avisar a nuestros compañeros de piso. Y nuestros compañeros de piso, amiga ella, compositor él, estaban en un bar cercano echando vinos. Debía de ser juevintxo porque estaba todo el barrio en la calle. Huimos a reagruparnos en unidad familiar, entonces fui aterrizando poco a poco. Le mandé un mensajito a la directora explicando por qué había salido corriendo, y recuerdo que después ella se acercó a verme un momento. Yo estaba tranquila. Nos quedamos allí los cuatro, bebiendo verdejo parriba verdejo pabajo. En uno de estos verdejos, el compositor musical salió corriendo a saludar a un amigo y se lo trajo al poyete donde estábamos y nos dijo: chicas este es Karra Elejalde, que hicimos una peli juntos el año pasado y somos amigos y en efecto allí estaba Karra Elejalde, que ya venía contentillo, y le saludamos las tres y cuando fui a darle los dos besos de rigor el tío se apartó un momento y me olfateó el pelo y me miró y me dijo: tú eres atea. Eres medio bruja. Y así te va a ir muy mal. Todavía no sé si Karra Elejalde hace esto con todo el mundo cuando sale de juevintxo.
Y luego recuerdo hablar pero no recuerdo de qué, de lo que sí me acuerdo es de ir cogiéndome un ciego bueno y de cabrearme más y más con mi padre por enviarme un mísero sms para contarme que el abuelo se había muerto, que el funeral iba a ser al día siguiente y que yo no llegaba, y de cabrearme con el veterano ligón por rechazarme y de cabrearme con mis compañeras y con el compositor por estar emborrachándose con Karra Elejalde como si nada. Total, que dije ahí os quedáis me subo a casa, y la chiquita brasileña dijo: pues yo también aprovecho y me subo.
Cuando llegamos al piso, yo etílica, la chiquita no sé, puse Comfortably Numb de Pink Floyd en el altavoz del iPod en bucle y a toda leche y me quedé quieta y empecé a llorar. Al principio no me di cuenta, pero la chiquita estaba sacando la cama nido de debajo de la mía y la estaba montando para quedarse ahí a dormir. Ella cerró la puerta de la habitación, se tumbó y se quedó cerquita de mí.
Y luego llegó un punto en que yo ya no sabía por qué lloraba, no sabía si lloraba por mi abuelo, o por el sms cutre, o si lloraba porque Karra Elejalde me había dicho que me iba a ir muy mal, que en aquel momento yo me lo creía porque aquello de tener mala racha en el amor me venía de lejos y me sentía bastante miserable. Yo lloraba y lloraba, también por tener a la niña brasileña a mi lado cogiéndome la mano y resistiendo conmigo. Lloraba porque David Gilmour estaba allí con nosotras y su canción es una preciosura. Así hasta que lo saqué to pa fuera y me quedé dormida.
Después de aquello, por supuesto, pasaron un montón de cosas más. En abril el compositor de música echó del piso a la chiquita brasileña. De un día para otro, ella tuvo que recoger todas sus cosas y largarse. Había robado demasiadas de sus galletas, había potado demasiadas veces en sus váteres, y además contestaba a todos y cada uno de sus arranques de mala hostia. Yo la entendía, yo entendía todo: creo que ninguna de las otras tres personas que vivíamos en el piso con ella fuimos capaces de cuidarla como necesitaba. Y aunque simpatizase menos con el compositor, también lo comprendía. Era otro que estaba pasando una mala racha en el amor. No le culpo. Todas hemos pasado por una época parecida pero creo que la onda expansiva tiene siempre bajas colaterales. Qué os voy a contar. El dolor es una cosa muy perversa.
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mypatchseries · 4 years
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Silence - Prólogo
TRES MESES ANTES
 La noche se encontraba fría y silenciosa. Sobre mi cabeza se elevaba una delgada luna creciente, que a vista profunda parecía un párpado caído. Mi espalda reposaba sobre la lápida de Emma White. No sabía quién demonios era, pero supuse que no le molestaría servirme de apoyo en estos momentos.
Al igual que en los últimos tres días, sentía que mi cabeza iba a estallar de la preocupación, la ira y la culpa. ¿Dónde podría estar Nora? Había barrido la ciudad entera, y no pude dar con su paradero. Maldición.
Vi a Hank acercarse y me enderecé. Parecía disfrutar de mi facha devastadora. Apreté los puños.
—Luces un poco peor que desgastado, Patch… ¿lo estás? —Hank dijo, deteniéndose a unos pies de distancia.
Sonreí, pero no era agradable. Estaba pensando en las miles de maneras que tenía de separar la cabeza de su cuello.
—Y aquí estaba pensando que tal vez tendrías unas cuantas noches sin sueño. Después de todo, ella es tu propia carne y sangre. Por como luces, has tenido sueños de belleza. Rixon siempre dijo que eras un chico lindo. —Escupí.
Hank dejó pasar el insulto. Rixon era el ángel caído que solía poseer su cuerpo ada año durante el mes de Jeshvan, y él era tan bueno como la muerte. Con él fuera, no había nada más que quedara en el mundo que asustara a Hank.
— ¿Y bien? ¿Qué tienes para mí? Es mejor que sea bueno—Dijo.
—Fui a visitar tu casa, pero te escondiste con el rabo entre las piernas y llevaste a tu familia contigo. —Dije en voz suave, en el medio entre desprecio y… burla.
—Sí, pensé que tratarías algo imprudente. Ojo por ojo, ¿ese no es el credo de los ángeles?
Imaginé que él deseaba ver la desesperación y la sed de sangre que sentía por dentro, pero tenía que esperarse un momento. Sabía que había traído a sus hombres, Hank no era de los que se encontraba a solas con su propia muerte.
—Cortemos las cortesías. Dime que me trajiste algo útil—demandó.
Me encogí de hombros.
—Jugar con ratas me parece sin importancia aparente, al lado de encontrar donde has escondido a tu hija.
Los músculos en la mandíbula de Hank se tensaron.
—Ese no fue el trato.
—Conseguiré la información que necesitas —respondí, estando seguro que la única parte de mi cuerpo que reflejaba todo mi enojo era mis ojos negros—. Pero primero libera a Nora. Pon a tus hombres en el teléfono ahora.
—Necesito asegurarme de que cooperaras a largo término. La tendré hasta que lo haga bien en su lado del trato.
Resulta, que estoy acostumbrado a hacer las cosas a mí manera.
—No estoy aquí para negociar.
—No estás en posición de hacerlo —Hank alcanzó el bolsillo de su pecho y recuperó su móvil—. Estoy perdiendo la paciencia. Si me has hecho perder mi tiempo esta noche, va a ser una desagradable noche para tu novia. Una llamada, y ella se va…
Antes de que tuviera tiempo para cumplir su amenaza, estiré mi brazo para golpear su pecho con fuerza y lanzarlo al suelo. Todo el aire se escapó de Hank en un apuro. Su cabeza golpeó una de las lápidas, y corrí para ponerme sobre él.
—Así es como va a funcionar —siseé. Hank trató de emitir un grito, pero mi mano estaba cerrada en su garganta. Hank golpeó mi puño, pero el gesto fue sin sentido; yo era demasiado fuerte.
En un arrebato de desesperación, Hank invadió mi mente, desentrañando los hilos que forman mis pensamientos, concentrándose fijamente en redirigir mis intenciones,  intentando redirigir mi motivación, al tiempo que susurraba un hipnótico:
Libera a Hank Millar, libéralo ahora.
—¿Un truco mental? —desdeñé, y casi reí a carcajadas—. No te molestes. Haz la llamada—ordené—. Si ella no sale libre en los próximos dos minutos, te mataré rápidamente. Más tarde que eso, y te haré pedazos, una pieza a la vez. Y créeme cuando digo que disfrutaré cada último grito que pronuncies.
—¡No puedes matarme! —Hank ahogó.
¿Estaba retándome? Apreté su hombro con fuerza, con tanta fuerza que terminé por desprenderle un trozo de piel. Él aulló, pero el sonido nunca pasó de sus labios. Su tráquea estaba aplastada bajo mis manos.
—Una pieza a la vez —siseé, sosteniendo la piel frente a él. —Llama a tu hombre.
—¡No puedo-hablar! —Hank gorgojeó.
>>Haz un juramento para liberarla ahora, y te dejaré hablar.<< dije en la cabeza de Hank. >>Estás cometiendo un error, chico<< Hank disparó de vuelta. Sus dedos rozaron su bolsillo, deslizándose dentro. Apretó un dispositivo que tenía en el bolsillo. Debí suponer que de esa manera llamaría a sus hombres. Maldito cobarde.
Hice un sonido gutural de impaciencia, le arranqué el dispositivo y lo arrojé en la neblina. >>Haz un juramento o tu brazo es el siguiente. <<
>>Mantendré el trato original<< Hank devolvió >>le perdonó la vida y renuncio a toda idea de vengar la muerte de Chauncey Langeais, si me traes la información que necesito. Hasta entonces, me comprometo a tratarla con compasión. <<
¿Compasión? Por favor. Golpeé la cabeza de Hank contra el suelo.
>>No la dejaré contigo cinco minutos más, y mucho menos por el tiempo que me llevará conseguir lo que quieres…<<
Él curvó sus labios y me miró.
>>Nunca olvidaré cuán fuerte ella gritó cuando la arrastré lejos. ¿Sabías que ella gritó tu nombre? Una y otra vez. Dijo que irías por ella. Eso fue los primeros días, por supuesto. Creo que finalmente está aceptando que no eres competencia para mí.<<
Maldito. Mil veces maldito. ¿Quería jugar sucio? ¿Le gustaba la agonía? Muy bien. Le daré agonía pura.
Un momento Hank estaba a punto de desmayarse por el dolor al rojo vivo de su cuerpo golpeado, y al siguiente estaba mirando mis puños, pintados con su sangre.
Un desafiante aullido salió del cuerpo de Hank. El dolor explotó dentro de él, casi noqueándolo inconsciente. Desde algún lugar distante, escuché los pies corriendo de sus hombres Nefilim.
—Sáquenlo-de-encima-de-mí —gruñó mientras rasgaba su cuerpo con dolorosa y placentera lentitud. Cada terminación nerviosa explotando con fuego. Calor y agonía brotaban por sus poros. Él miró su mano, pero no había carne, sólo hueso destrozado. Iba a destrozarlo en pedazos. Sus hombres trataban de apartarme, pero les costaba. La ira me dominaba. Iba a matar a este maldito imbécil y luego los cazaría a todos, uno por uno.
Hank soltó brutalmente:
—¡Blakely! ¡Quítenlo ahora!
No lo suficientemente rápido, fui arrastrado lejos. Hank tendido en el suelo, jadeando. Estaba mojado con sangre. Haciendo a un lado la mano que Blakely ofrecía, Hank con esfuerzo se puso de pie.
—¿Lo encerramos, señor?
Hank presionó un pañuelo contra su labio, el cual estaba abierto y colgaba de su rostro como un pulpo.
—No. No nos servirá encerrarlo. Dígale a Dabber que la chica no tendrá nada más que agua por cuarenta y ocho horas. —Su respiración era entrecortada—Si nuestro chico aquí no puede cooperar, ella paga.
Con un asentimiento, Blakely se fue de la escena, marcando en su móvil.
Hank escupió un diente ensangrentado, lo estudió detenidamente, luego lo metió en su bolsillo. Él puso sus ojos en mí, cuyo único signo exterior de furia vino en forma de puños.
—Otra vez, los términos de nuestro juramento, así no hay más malentendidos posteriores. Primero, te ganarás de nuevo la confidencialidad de un ángel caído, reincorporándose a sus filas…
—Te mataré —dije, con una calmada advertencia. Aunque estaba sostenido por cinco hombres, ya no luchaba. Me quedé sepulcralmente quieto, con una sed de venganza que punzaba en mi interior.
—…siguiendo, los espiarás y me reportarás sus negocios directamente a mí.
—Juro ahora —dije, mi respiración controlada pero elevada, ignorando sus palabras—, con todos estos hombres como testigos, no descansaré hasta que estés muerto.
—Una pérdida de aliento. No puedes matarme. ¿Tal vez usted se ha olvidado de que una Nefil reclama su derecho de nacimiento inmortal?
Un murmuro de diversión rodeó a sus hombres, pero Hank les hizo callar.
—Cuando determine que me ha dado información suficiente para exitosamente prevenir que los ángeles caídos posean cuerpos Nefilim para el próximo Jeshvan...
—Cada mano que ponga en ella la devolveré multiplicada por diez—continué.
La boca de Hank se retorció en una sugestión de sonrisa.
—Un sentimiento innecesario, ¿no crees? Para el momento que terminé con ella, no recordará tú nombre.
—Recuerda este momento —dije con vehemencia helada—. Volveré para asustarte.
—Suficiente de esto —Hank espetó, haciendo un gesto de disgusto y mirando hacia el coche—Llévenlo al Parque de Diversiones Delphic. Lo queremos entre los caídos tan pronto como sea posible.
Y así, para cerrar el juramento…
—Te daré mis alas.
Hanks se detuvo en su partida. Él ladró una risa.
—¿Qué?
—Haz un juramento para liberar a Nora ahora mismo, y son tuyas. —sonaba demacrado. Música para los oídos de Hank.
—¿Qué uso tendría con tus alas? —replicó sin gracia, pero sabía que había capturado su atención. Por lo que él sabía, ningún Nefil había rasgado nunca las alas de un ángel. Lo hacían entre su propia clase de vez en cuando, pero la de idea de un Nefil teniendo ese poder era la novedad. Bastante tentación.
Historias de su conquista pasarían por las casas de los Nefil cada noche.
—Estás pensando algo —dije, con una fatiga incrementada.
—Juraré liberarla antes de Jeshvan —Hank contrarrestó, suavizando toda la impaciencia de su voz, sabiendo que revelar su placer sería desastroso.
—No lo suficientemente bueno.
—Tus alas podrían ser un lindo trofeo, pero tengo una agenda más grande. La liberaré al final del verano, mi oferta final. —Él se volteó, caminando lejos, tragándose su codicioso entusiasmo.
Maldición.
—Hecho —dijé con una amplia resignación, y Hank dejó salir una lenta respiración.
Él se volteó.
—¿Cómo se hará?
—Tus hombres las sacaran.
Hank abrió su boca para discutir, pero lo interrumpí.
—Son lo suficientemente fuertes. Si no peleo, nueve o diez de ellos podrían hacerlo. Volveré a vivir debajo de Delphic y le haré saber a los arcángeles que me arrancaron las alas. Pero para este trabajo, no podemos tener ninguna conexión —advertí.
Sin demora, Hank lanzó unas cuantas gotas de sangre de su desfigurada mano al césped debajo de sus pies.
—Juro liberar a Nora antes de que el verano termine. Si rompo mi promesa, declaro que debo morir y retornar al polvo del cual fui creado.
Bien, aquí vamos.
Tiré de mi camisa por la cabeza y apoyé las manos sobre mis rodillas. Mi torso subía y bajaba con cada respiración.
—Manos a la obra—Dije.
A Hank le habría gustado hacer los honores, pero mi advertencia había ganado.
—Arranquen las alas del ángel y limpien cualquier desastre. Luego lleven su cuerpo a las puertas Delphic, donde va a asegurarse de ser encontrado. Y tengan cuidado de no ser vistos.
Y así, siendo estas sus últimas palabras, se marchó.
Sus hombres se marcharon minutos luego detrás de él, dejando dos enormes heridas abiertas en mi espalda. Con la sangre bañando mi espalda y cayendo al suelo, yo también dije unas últimas palabras:
>>Si no cumplo mi juramento, el fuego eterno será mi propio castigo<<
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PD: Con “Fuego eterno” se refiere al infierno chicas. Espero que les haya gustado este primer cap^^
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you-moveme-kurt · 3 years
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Glee «Homecoming» Part III
Septiembre de 2032
-¡Helen!... ¡Helen!... —grito Blaine mientras le hacía señas a la asistente de su esposo y se abría paso entre la gente que ya comenzaba a retirarse luego de la función de Kurt, exitosa como siempre. -¡Señor Anderson!... —respondió la mujer levantando uno de sus brazos para luego empezar a caminar hacia él por el pasillo menos transitado. -Helen… que bueno que te voy… —dijo llegando hasta ella. -Señor Anderson, yo lo vi en cuanto llegó aunque como llego tarde, no pude indicarle su asiento…—dijo la mujer con un ojo en él y otro en su teléfono móvil. -Lo se... espero y no se haya notado mucho… —agregó haciendo una mueca de arrepentimiento. -No, no se preocupe, los tres primeros minutos son solo para la orquesta y la obertura… lindas flores… —dijo Helen señalando el ramo que Blaine traía en una de sus manos, -Gracias… es decir, si… un regalo que se me ocurrió en el camino, es estúpido sabiendo que no es una noche de estreno ni nada… -No es estúpido… ninguno sus gestos hacia el señor Hummel son estúpidos… —agregó la asistente quedándose un segundo en silencio y con cara de boba— en fin… —agrego como volviendo en si— ¿vino solo?... —preguntó mientras seguía con lo de los mensajes. -Si, por supuesto… se supone y debo… una pregunta, ¿por que hay tanto alboroto?, más que en otras ocasiones… —quiso saber Blaine mirando a la gente que se movía de un lado a otro, como queriendo salir del teatro pero arrepintiéndose en último momento.
-Lo que pasa es que el elenco se reunirá con algunas personas, una especie de «meet & greet» sorpresa… —explicó Helen escribiendo un par de textos en su móvil. -Bien sorpresa en realidad… ¿Kurt estará en esta «sorpresa»? —pregunto Blaine poniendo mala cara cuando decía lo de la sorpresa. -¡Por supuesto!, ¡es el protagonista!… -Ok… —agregó soltando un suspiro. -Pero no se preocupe Señor Anderson, será algo de minutos, lo que pasa es que es la función número 50  entonces… -Claro… en fin… creo que me voy entonces… —dijo señalando hacia atrás por sobre su hombro. -¡NO!... -¿Cómo?... —contestó Blaine dando un pequeño salto de susto. -Disculpe Señor Anderson… lo que quise decir es que no se vaya… el señor Hummel lo esta esperando en el camerino… -¿Segura?, ¿qué hay del «meet & greet»?... -Será después, ahora están haciendo el sorteo con el número de asiento… por eso del alboroto… —explicó Helen de lo más entusiasmada, como si la idea se le hubiese ocurrido a ella o algo así. -Suena bastante desorganizado…  —opino tomándose una oreja. -Lo es… bueno, no «lo es» —Helen hizo el gesto de comillas con teléfono y todo— lo que pasa, es que al director se le ocurrió hoy. mientras actuaban y lo coordino con los asistentes… —agregó sonriendo— luego todos les preguntamos a nuestro jefes y se organizó, allí fue donde el señor Hummel me pidió que estuviera atenta a usted y que en cuanto llegara, le dijera y lo mandara directo al camerino… así es que…  por favor… —dijo señalando hacia adelante y apartándose un poco para dejarlo pasar. -Ok… —respondió Blaine sintiéndose un poco incomodo al tener que aceptar órdenes de la asistente de su esposo.
-¡Adelante!... —grito Kurt desde el tocador donde se quitaba las últimas capas de maquillaje. -¿Tiene tiempo la estrella del show, para recibir a uno de sus tantos admiradores?... —preguntó Blaine asomando la  cabeza por la puerta entreabierta. -Si ese admirador eres tú… siempre… —respondió levantándose, Blaine sonrió y terminó de entrar, cerró la puerta tras de él y se acercó a su esposo— ¿y?... ¿qué opinas? -Genial y deslumbrante como siempre… —respondió dándole un beso para luego entregarle las flores. -Gracias… —dijo de vuelta Kurt tomando el ramo— pero no debiste… —agrego oliendo las rosas y fresias de colores. -Lo se… no es noche de estreno ni nada… pero pase por la florería y pensé en ti… —dijo Blaine sentándose en el pequeño sofá inmediato al tocador. -Pues eso me encanta… —opinó Kurt poniendo en agua las flores, la miró un segundo y las tocó con mimo— y… dime… ¿qué te pareció la función? -Pues como dije recién, genial y deslumbrante como siempre… -Claro… y no quiero parecer Rachel Berry, pero creo que hoy fui el mejor… —dijo sentándose a su lado. -Pues a diferencia de la Señora Berry… tú si eres el mejor… —contesto Blaine moviéndose un poco para quedar frente a él -Y tú un dulce… —agrego su esposo dándole otro beso— ¿te contó Helen los planes que hay? -Me contó, un «meet & greet» de última hora… -Exacto… —respondió levantándose del sofa para volver a instalarse frente al tocador— como es la función 50 el director dijo que era apropiado… así es que si tenías algún plan para nosotros.. -No tenía… —Kurt alzó una ceja como si lo que acababa de escuchar fuera algo inconcebible— bueno, tenia unas reservaciones para cenar, pero eso es algo que se puede reagendar fácilmente… -¡Uy!... ¡odio cuando la gente hace planes con mi tiempo!… pero te juro que será solo un instante… mientras tanto viene Helen hablemos…  ¿nuestros hijos?... —pregunto tomando una toalla desmaquillante de un estuche elegante— ¿hiciste todo lo que te pedí?... —agregó mirándolo por el espejo mientras se restregaba la cara. -Hice todo, y como bien anticipaste, Lizzie hizo lo posible por convencerme que no tenia deber alguno… —explico Blaine mientras miraba a su esposo como lo hacia siempre, como si fuera el único ser existente y el más guapo  en el mundo y el universo. -Pero la obligaste asumo… -La obligue, e instruí a Juliana a que no cayera en ninguna de sus historias… -Muy bien… ¿qué hay de Henry?... ¿te dijo algo del baile?... —pregunto tomando un frasco de cinco posibles. -... -¿Blaine?... ¿me escuchaste?  —dijo volteándose hacia el. -Te escuche… ¿cuánto tiempo tenemos?... —quiso saber mirando su reloj. -Unos 20 minutos… ¿por que?... ¿qué paso?... —pregunto de vuelta dejando la rutina de cuidado y belleza de lado para poner atención en algo que parecía más importante. -Nada grave… tranquilo… veras… no… primero prométeme algo… -Mala forma de empezar Blaine Anderson-Hummel, bien sabes que todo lo que empieza con «prométeme» lo odio, en especial si luego involucra las palabras enojo, tranquilidad y sobrerreacción… —señaló enumerando las palabras con sus dedos. -Ok… pero aun así… trata de mantener tu mente abierta, al menos hasta que termine… ¿bueno? -Eso es algo nuevo, así es que tratare de hacerlo… ¿qué pasó?... —pregunto acercándose a él con la silla y todo. -Bien, hable con Henry y le pregunté todas las cosas que me pediste y preguntará… -Muy bien… -Me dijo que si ira al baile «Homecoming», que ira con sus amigos como grupo, que aún no sabe que usará y que cuando lo decidan entre todos, nos dirá… -Ok, no entiendo el concepto de «ir en grupo» pero asumo y es algo que debo mirar con la mente abierta… ¿verdad? -Muy verdad… pero no es eso a lo que me refería. -¿No? -No… ¿Y que es?... -Veras… Henry me dijo que quería aprender a rasurarse… -¿Que?... ¿mi bebé?... —dijo Kurt llevándose las manos al pecho— ¿en serio? -Si, menciono algo sobre que había besado a Amelia en la mejilla y ella se había echado hacia atrás porque la había pinchado con su «barba»— explicó Blaine haciendo los gestos correspondientes cuando mencionaba lo de echarse hacia atrás y lo de la barba. -Pero yo no le veo vello… ¿tu si? -No mucho, pero ya sabes… si Amelia esta involucrada, creo y se siente como un Yeti o algo… -Claro… ¡ay mi bebé!… —exclamó volviendo a lo del gesto de emoción— ¿te dijo cuando quiere hacerlo?, porque esto será breve, tal vez podamos pasar a la farmacia a comprar algunos productos, aunque creo que se que tipo de piel tiene nuestro hijo, no me gustaría que usara cualquier producto… además…. ¿que?... —dijo al ver que Blaine ponía cara de complicación y culpa, como si supiese algo que él no— oh… —añadió cayendo en la cuenta, se restregó la frente y se echó hacia atrás la silla.. -Kurt… te pedí que tuvieras tu mente abierta, ¿recuerdas?, déjame explicarte.. -¿Explicar que?, Henry quiere que tú le enseñes, ¿verdad? -Kurt… -Deja decir mi nombre por favor… o te juro que llamó a  seguridad en este instante… respóndeme... -Si… -Por dios.. -Kurt… por favor escúchame… —dijo Blaine moviendo la silla hasta encontrar su mirada— escúchame… —repitió corriéndola hacia él hasta que las rodillas de su esposo tocaron el borde el sofá— Henry te adora… pero debes recordar que es un adolescente… y no es que no quiera que tu le enseñes, es solo que tiene aprehensiones con ciertas cosas… -¿Y qué cosas son esas? -Todos tus productos… —respondió Blaine en tono de pregunta, Kurt abrió más sus ojos para luego de un segundo soltar una pequeña risa. -¿En serio? -Mucho… pero quiero que sepas que yo abogue por ti y le dije que esto era sumamente importante en la vida de un padre, por lo tanto le pedí que considerara que ambos le ayudáramos.. -¿A cambio de algo? -Es un adolescente, obvio que a cambio de algo… -¿Y eso fue? -Que intentaría convencerte que reduzcas al máximo la cantidad de mejunjes que le aplicaras en la cara… -¿«Mejunjes»?... —repitió Kurt alzando una ceja. -Me pareció una palabra apropiada… -¿Apropiada?... —dijo repitiendo el gesto de suspicacia. -Si, ya sabes, apropiada para lo que se trata, apropiada para hacerte reír… —dijo Blaine dibujándole la mueca de alegría con su pulgar— ¿entiendes verdad? -Si… me entristece un poco que mi hijo se avergüence de mí… -No se avergüenza de ti, solo tiene.. -¿Aprehensiones con mis mejunjes? -Exacto… tal vez Lizzie acepte que le pongas máscaras de barro de no se donde… -Si claro, con lo loca que es… mejor aceptar que todos los secretos de belleza que se, morirán conmigo… —añadió soltando un suspiro— gracias pro interceder por mi… -Siempre es un placer…  —dijo Blaine incorporándose un poco para besarlo como tenía ganas, Kurt le tomó la cara con ambas manos y se hizo protagonista de aquel beso y así,  hacerlo durar como él tenía ganas. -Esa debe ser Helen… —dijo apartándose y mirando la puerta al sentir un par de golpes— ¡adelante! —agrego moviéndose de vuelta hacia el tocador con silla y todo, Blaine trago saliva y trato de aparentar normalidad tomando una revista que había en la mesa de café. -¿Señor Hummel?... —dijo Helen sin entrar— ¿puedo pasar? -Obvio linda… por eso dije eso de «adelante»… —respondió Kurt blanqueando sus ojos, -Ok, gracias… —agrego la mujer entrando como en cámara lenta— hola Señor Anderson… -Hola Helen… -¿Qué pasa? -Ya esta todo listo Señor Hummel, el director dice que ya pueden regresar al escenario. -Ok, termino de vestirme y voy… —dijo Kurt desatando el cinto de su bata, Helen dio un respingo y se dio media vuelta, Kurt volvió a lo de entornar  los ojos mientras terminaba de vestirse, Blaine sonrió tras la revista.
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eldiariodelarry · 5 years
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En Línea, parte 7: Heridas
Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6
Daniel abrió los ojos y notó que estaba acostado en el asiento trasero de un automóvil. Se incorporó, completamente desorientado, y al ver a través del vidrio el invernadero a unos veinte metros de distancia, sintió un vacío en el estómago que lo trajo de vuelta a la realidad.
Un joven, de unos treinta años estaba apoyado en el capó del auto, fumándose un cigarro.
Daniel inspeccionó con la vista el interior del auto, buscando alguna amenaza, pero no vio nada extraño. En el compartimiento central había un paquete de chicles, un par de lapiceras y muchos papeles sueltos, mientras que en el asiento del copiloto, había una cartera de mujer.
El interior del vehículo era sofocante. El calor del verano hacía estragos incluso a esas horas de la madrugada, y sus “captores” habían dejado las ventanas cerradas.
Daniel pensó en qué hacer, si intentar escapar o quedarse ahí. Finalmente decidió salir con tranquilidad del vehículo, de todas formas no tenía ganas ya de correr.
Abrió la puerta del auto, y salió al aire libre.
—¡Despertaste, al fin! —le dijo el joven al verlo salir del vehículo. Apagó la colilla del cigarro en el neumático delantero, y con una sonrisa amigable se acercó a Daniel—. ¿Cómo estás?
Daniel estaba descolocado. Definitivamente no se esperaba tanta amabilidad de parte del extraño.
—Bien —respondió por reflejo. Tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía por dónde empezar—. ¿Qué me pasó?
—Te desmayaste —le respondió el joven con naturalidad—. Lo bueno es que despertaste luego.
—¿Cuánto tiempo estuve desmayado?
—Unos diez minutos —el joven desconocido miró hacia el invernadero y sonrió con alivio—. Mira ahí viene Amelia.
—¿Quién? —Daniel no entendía nada.
—Amelia. Ella te encontró, ¿recuerdas?
Daniel miró hacia el invernadero y notó que la joven pelirroja que había visto antes de desmayarse, se dirigía hacia donde estaban ellos, con una libreta en la mano.
—¿Quiénes son ustedes? —sintió un poco de miedo.
—Yo soy Marco —se presentó el joven, ofreciéndole la mano para que se la estrechara—. Amelia es mi polola —dijo con orgullo—. Trabajamos en el diario El Sol. Estamos aquí para cubrir la noticia.
Daniel sintió un leve alivio al saber que eran periodistas y no posibles secuestradores.
—¿Cómo estuvo la siesta? —preguntó con tono afable Amelia, apenas llegó a donde se encontraban ellos.
—Corta —respondió Daniel, un poco avergonzado. El haberse desmayado, quedando totalmente vulnerable lo hacía sentirse estúpido.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la mujer, con suavidad.
—Daniel.
—Mucho gusto Daniel, yo soy Amelia, periodista del diario El Sol —se presentó ella—. ¿Te puedo hacer unas preguntas?
Daniel dedujo que ella estuvo entrevistando a carabineros para obtener la información.
—¿Qué pasó aquí? —le preguntó a la periodista, intentando mantener la calma—. ¿Cómo está Jaime? —el último nombre le salió con un hilo de voz.
—No sé quién es Jaime —respondió ella, confundida—. Ninguno de los involucrados tenía cédula de identidad con ellos. Al parecer vinieron al invernadero a hacer destrozos, y se cayó una estructura que estaba en mal estado. Fue todo un accidente.
—¿Qué pasó con los… involucrados? —preguntó preocupado Daniel.
—Los llevaron al hospital. Uno tenía una fractura de tibia, y el otro quedó con lesiones leves.
“Ojala que Jaime sea el de las lesiones leves” pensó Daniel, respirando profundo.
—¿Quién es Jaime? —le preguntó Marco, mirándolo atentamente.
—Es un amigo. Pensaba que podía estar acá, por eso vine —explicó Daniel.
—¿Y por qué podría estar acá?, ¿no tenías como contactarlo? —preguntó Amelia.
—Es que… —Daniel se detuvo a pensar mejor su respuesta. Obviamente no le iba a decir que Jaime lo había rechazado después de intentar besarlo, y por eso no había querido llamarlo a su celular—. Quería sorprenderlo.
—¿Pero sabías que él estaba acá? —inquirió Marco.
—No. No estoy seguro.
—¿Y por qué no lo llamas? —preguntó Amelia.
—Porque él no me contestaría —Daniel bajó la mirada, y Amelia y Marco se miraron con complicidad.
—Mira, Daniel. Ya es tarde. Si Jaime estaba aquí en el invernadero, ya está siendo tratado en el hospital, fuera de riesgo vital y mañana podrás ir a verlo. Si no, podrás verlo en su casa cuando quieras —dijo Amelia.
—Eso, si te atreves a contactarte con él —agregó Marco, arqueando una ceja—. Ahora te iremos a dejar a tu casa. Es muy tarde para que andes solo. Súbete.
Daniel obedeció, y los tres subieron al vehículo. Le dio las indicaciones a Marco de cómo llegar a su casa, y se intentó relajar en el asiento trasero.
Amelia tenía razón. En el mejor de los casos, Jaime podía estar en su casa, durmiendo. En el peor, estaría en el hospital siendo atendido. Sin embargo, tenía su celular en la mano, pensando en si era necesario llamarlo a su teléfono móvil. Por un lado, si estaba en el hospital, no podría contestarle por razones obvias; y si estaba en su casa, estaría durmiendo, y lo odiaría aún más, por despertarlo en medio de la noche, aparte de por haberlo intentado besar.
—Si tienes alguna idea de quienes pudieron haber estado en el invernadero, aparte de tu amigo Jaime, me llamas —le dijo Amelia, entregándole una tarjeta con su número de contacto, y Daniel asintió.
—No pensé que los periodistas llegaran al lugar cuando pasaba algo así —comentó Daniel.
—No lo hacen —respondió Amelia, volteándose a mirarlo—. Estábamos cerca del lugar investigando para un reportaje —explicó—. Supimos que se había derrumbado una estructura, así que fuimos al lugar a ver qué había pasado.
—¿Qué cosa investigaban? —preguntó con un poco de curiosidad Daniel, intentando distraerse.
—No podemos decirlo. No te ofendas, pero si te contamos, podrías arruinar el golpe noticioso —respondió ella, dejando a Daniel con la duda.
Marco detuvo el automóvil en la esquina de la cuadra donde estaba la casa de la abuela de Daniel, a petición de él para evitar que el motor del auto despertara a alguien en el inmueble.
Daniel se despidió de ambos, y les agradeció de todo corazón por llevarlos, porque no tenía la energía para volver él solo a pie. Se bajó del auto, y caminó hasta la casa. Abrió la ventana de su habitación y echó un vistazo antes de entrar. Estaba todo en orden, sin señales de novedad, así que ingresó. Dejó la ventana abierta, para refrescar la habitación, se sacó la ropa, y se acostó de inmediato en su cama.
Antes de quedarse dormido no pudo evitar pensar en que quizás Jaime sí había estado en el invernadero, y que había sido el que en peor estado había quedado. Que la fractura en la pierna de alguna forma había hecho que su organismo completo comenzara a fallar, y finalmente había muerto, sin haberse podido despedir de él.
La angustia que le produjo ese pensamiento dando vueltas en su mente no le permitió conciliar el sueño. Al cabo de unos minutos, escuchó un golpe en la ventana, que lo sobresaltó. Se enderezó en la cama y aguzó la vista, intentando ver en la oscuridad.
Vio una silueta dibujada en el visillo de la ventana, una figura humana, que no se movía, quizás esperando una respuesta. El corazón se le aceleró de inmediato, y se levantó rápidamente de su cama y se acercó a la ventana, con una idea muy clara de qué se encontraría del otro lado del visillo.
Pero no era. O mejor dicho, no exactamente.
Jaime estaba de pie fuera de su ventana, devolviéndole una sonrisa tímida, aunque en la mirada notaba su dolor. La mitad del rostro lo tenía manchado con sangre seca, y su ropa estaba completamente sucia, incluso rota en algunos puntos.
Daniel extendió los brazos y acercó a Jaime hacia él y lo abrazó con fuerza, aunque el muchacho se quejó por el dolor del contacto físico. Daniel rápidamente se alejó, entendiendo el gesto.
—¿Me puedo quedar aquí esta noche? —preguntó Jaime con la voz apagada—. No quiero que mi mamá me vea así.
Daniel simplemente asintió con una sonrisa, dio media vuelta, encendió la lámpara de su escritorio, y salió por la puerta de su habitación sigilosamente. Cruzó el living, y al llegar a la puerta de entrada, tomó la llave que estaba colgada en el gancho del marco, y abrió la cerradura. Asomó la cabeza y le hizo señas a Jaime para que se acercara.
Lo hizo pasar, y le indicó con los dedos que guardara silencio y se dirigiera a su pieza mientras él cerraba con llave la puerta de entrada.
Pasó al baño a buscar el botiquín de emergencias, y luego se dirigió a su habitación, donde se encontró con Jaime sentado en su cama, cabizbajo.
—¿Qué te pasó? —preguntó preocupado Daniel, intentando no demostrar en su voz lo nervioso que estaba.
—Me caí —Jaime se rió sin ganas, aún con la cabeza gacha.
—¿En el invernadero? —quiso saber Daniel, y Jaime levantó la mirada, sorprendido.
—¿Cómo sabes?
—Te fui a buscar, para hablar contigo —respondió Daniel después de dar un largo suspiro. Se acercó a la cama y se sentó a su lado—. Me asusté mucho cuando vi como estaba el lugar.
Se quedaron en silencio un rato, hasta que Jaime comenzó a hablar.
—Había ido para allá. Quería estar solo y despejar la mente —bajó la mirada, con vergüenza. Daniel se alejó levemente de Jaime, evitando el contacto físico para no intimidarlo—. Me quedé dormido, estaba soñando… —se detuvo—, bueno, cuando desperté vi que estaba el Jimmy con el Juan afuera del invernadero.
—¿Qué te hicieron? —preguntó Daniel, preocupado.
—Nunca había estado tan asustado. De verdad —continuó Jaime, dando un largo suspiro—. Intenté escapar por la puerta de atrás, pero Juan me cerró el paso, así que volví al invernadero de cristal, y ahí estaba Jimmy, frente a mí —tomó aire—. Me empujaron y me golpearon, y cuando tuve la oportunidad, intenté subir por la escalera metálica —hizo un pausa, para ordenar los hechos en su cabeza—. Ambos intentaron subir la escalera, persiguiéndome, pero el peso de los tres fue demasiado para lo mal mantenida que estaba. Cuando llegué arriba, alcancé a afirmarme en la ventanilla antes de que cayera toda la estructura.
Daniel lo miraba atentamente mientras Jaime relataba lo que había sucedido.
—Quedé colgando, pero no tenía fuerzas —continuó—. No me quedaba nada de energía para poder subir al techo. Después de todo lo que había pasado, me fundí —se quedó pensando un momento y rió—. Pensé que me iba a morir —miró a los ojos a Daniel—. Tengo cierta tendencia a exagerar.
Daniel le sonrió de vuelta, agradecido por volver a verlo.
—Menos mal no moriste —le dijo, recorriendo su rostro con la mirada, preocupado por el moretón que mostraba en su pómulo izquierdo, y por la sangre que tenía en su lado derecho.
Se quedaron en silencio por varios segundos, mirándose mutuamente, hasta que Jaime por fin rompió el hielo.
—¿Te puedo besar? —le preguntó a Daniel, con un hilo de voz.
 Jaime no quería dejar pasar la oportunidad de por fin poder besarlo y resolver por fin todos los sentimientos que tenía en su interior. El haber temido no volver a ver a Daniel le hizo darse cuenta que no quería volver a desperdiciar un segundo de su vida negando lo que de verdad era.
Vio en los ojos de Daniel la sorpresa y la alegría por su pregunta, quien simplemente asintió con una sonrisa.
Jaime se acercó a Daniel lentamente, y le acarició el mentón, donde tenía un rasmillón.
—¿Qué te pasó? —le preguntó, como una forma de evadir el nerviosismo que sentía.
—Me caí —respondió escuetamente Daniel, y le acarició el moretón del pómulo. Jaime cerró los ojos por el leve dolor—. Perdón.
Abrió los ojos y le sonrió, indicándole que estaba bien, y entonces se acercó hacia Daniel y juntó sus labios con los de él. Se besaron lentamente, disfrutando cada segundo del momento. Jaime intentó acomodarse, buscando una posición que le permitiera seguir besando a Daniel y dejar que sus emociones fluyeran, pero el dolor de su espalda no se lo permitió.
—¿Qué pasa? —preguntó Daniel con preocupación.
—Nada —respondió Jaime, apoyando su frente contra la de Daniel.
—Déjame ayudarte con todo esto —le dijo Daniel, acariciando suavemente el lado derecho del rostro de Jaime, quien aceptó, asintiendo con la cabeza. Daniel tomó el botiquín y de él sacó una bolsa con algodón y alcohol—. Espérame aquí —le dijo, y salió de la habitación.
Al rato volvió, con una fuente con agua en una mano, y un par de pañuelos limpios de género en la otra. Jaime entendió que era mejor limpiar su rostro con agua, antes de desinfectar con el alcohol.
Daniel metió un pañuelo en el agua, lo estrujó y lo comenzó a pasar por la cara de Jaime, quien sintió el frío del agua refrescando su cara, pero al mismo tiempo sintió arder las heridas al contacto con la tela húmeda.
—Tranquilo, solo estoy limpiando —le dijo Daniel para calmarlo—. Cuéntame cómo saliste del invernadero —pidió, para distraerlo.
—¿En qué había quedado? —preguntó, intentando disimular el dolor en su voz.
—Se cayó la estructura y quedaste colgando.
—Ah si —recordó—. Me sentía sin energías. Tenía miedo de caer y morir atravesado por algún fierro o algo, así que intenté muchas veces impulsarme para subir al techo, pero no lo logré. Decidí soltarme y morir, por un momento, pero luego tuve un momento de lucidez —se rió, sintiéndose estúpido por lo dramático que había sido, pero luego se quejó por el dolor provocado por el pañuelo que pasaba Daniel por su cara—. Miré hacia abajo, y noté que abajo mío estaba el árbol, un poco inclinado porque parte de la estructura le había caído encima, pero resistió, y pensé que quizás el follaje podría salvarme, así que me lancé simplemente.
—Por lo visto funcionó —le dijo Daniel mirándolo a los ojos.
—Sí, más o menos. Pensé que el follaje iba a oponer más resistencia, que caería sobre las hojas o algo así. Pero no. Caí de espaldas sobre una rama, y luego seguí cayendo, sin lograr aferrarme a nada, hasta que llegué al piso —Jaime hizo una pausa, suspirando—. Caí justo al lado de la estructura. A unos metros de mí estaba el Pequeño Juan, con la pierna quebrada. Se me revolvió el estómago. Intenté despertarlo, pero no reaccionaba, aunque tenía pulso. Más allá estaba el Jimmy, aún dentro de la escalera. Se quejaba del dolor. Me pidió que lo ayudara apenas me vio, y obviamente no le respondí. Le revisé el bolsillo a Juan, saqué su celular y llamé a la ambulancia. Dije que había tenido un accidente en el invernadero, y los dejé ahí. Busqué mi mochila, que había quedado cerca de la colchoneta, y me fui.
—¿Por qué no me llamaste? —le preguntó Daniel, preocupado.
—Pensé que no querrías hablar conmigo —Jaime bajó la mirada—. Me porté muy mal contigo, así que esperaba que me odiaras.
—¿Y por qué viniste entonces?
—Porque sabía que no te resistirías al ver este cuerpazo —no pudo evitar reírse, aunque rápidamente se arrepintió porque le dolió todo el cuerpo.
—Idiota —se rió Daniel.
—Y bueno, porque también necesitaba un lugar donde pasar la noche, y limpiarme antes de llegar mañana a mi casa. No quería asustar a mi mamá ni a mis hermanitos.
—Me alegra que hayas venido —le dijo Daniel, mirándolo a los ojos.
—A mí también.
Daniel se acercó a Jaime y se besaron nuevamente. Luego Daniel continuó limpiándole el rostro a su amigo.
Limpió la tierra y la sangre seca que tenía en la cara, y los lugares con heridas, los limpió suavemente, para no remover el tapón plaquetario que ya se había formado, y así evitar que volviera a sangrar.
Finalmente le pasó un algodón embebido en alcohol para desinfectar, y terminó.
—Mañana te bañarás cuando mi mamá esté en el trabajo y mi abuela en el taller —le indicó a su huésped—. Ahora debemos dormir.
Jaime intentó quitarse la polera, pero el dolor lo detuvo. Daniel lo ayudó con cuidado.
—Tienes la espalda llena de moretones —le dijo, sorprendido.
—Lo esperaba —respondió Jaime, aún dolorido, aceptando las consecuencias de su acontecida noche.
 Daniel ayudó a Jaime a quitarse su traje de baño. También lo ayudó a acostarse de espaldas, en el lado del rincón de la cama. Él se acostó hacia la orilla, se apoyó en el codo y se acercó a Jaime.
—Buenas noches —le dijo, antes de darle un beso de despedida. Se sintió un poco ridículo al hacerlo, como si fueran una pareja de años, pero se tranquilizó al ver que Jaime le devolvía la sonrisa tras su gesto.
—Buenas noches —le respondió Jaime.
Daniel se volteó a apagar la lámpara del escritorio, y se acostó de espaldas en la cama. Sintió que lo invadió un sentimiento de euforia, y sonrió en la oscuridad con los ojos cerrados, aún incrédulo por todo lo que había vivido aquel día.
Cuando estaba a punto de dormirse, sintió que la mano de Jaime buscaba la suya. Al encontrarla, la aseguró entrecruzando los dedos, como una solicitud para que no lo dejara solo. Y Daniel no pensaba ir a ningún lado. Se quedaría en esa cama con él a su lado para siempre si fuera posible.
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neuroconflictos · 5 years
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Has colgado tu bandera, has traspasado la frontera...(6ª parte de ”El brillo de los ojos...”)
Eran las 17:15, cuando Daniel me llamó. No entendía porque, ¿no se suponía que hoy tenia turno en la heladería? Le cogí la llamada y lo dejé en altavoz mientras que acababa de atarme el flequillo. 
- Citalli, en 15 minutos estoy en tu casa. Hoy salimos, sí o sí.
- ¡Pero si sigo en pijama! 
- ¡Me da igual! Te vistes, te maquillas y salimos. Hoy tengo día libre, y quiero pasarlo con mi mejor amiga, si no te importa.
- Bueno, vale. Pero que sean 20. No te creas que me resulta fácil maquillarme y peinarme con tanta prisa. Oye, ¿y a donde me vas a llevar qué quieres que me maquille? - pregunté desconcertada.
- Déjate de preguntas y ponte manos a la obra, venga, hasta luego preciosa, te quiero.
- Te quiero.
Y colgó. Que raro que me pidiera que me maquillara. A saber qué estaría tramando, pero no me pondría a hacer conjeturas. Puse un poco de música de fondo y empecé a buscar lo que pensaba ponerme. Mientras que cantaba distraída, cogí el top blanco, los pantalones negros, las plataformas negras, y la chaqueta del equipo de baloncesto. Cuando acabé de vestirme, cogí el altavoz y me lo llevé conmigo al baño mientras que cantaba dando vueltas por el pasillo. Al llegar, lo dejé sobre el lavabo, y cogí el cepillo de pelo con el plan de peinarme, el cual acabó siendo casi un experimento fallido, porque mi pelo estaba en uno de esos días que no se dejaba peinar. Lo dejé sobre el lavabo y empecé a buscar en el neceser, el maquillaje que pensaba ponerme. Unos minutos más tarde, estaba acabando de aplicar el delineador sobre la línea de mis ojos. Un poco de rimel y de pintalabios rojo mate, y ya estaba lista para salir. Cogí la cartera, el móvil y las llaves y salí por la puerta. Mientras que estaba dentro del ascensor, me miré al espejo, estaba claro que cuando me lo proponía podía ser todo un espectáculo. Llegué al portal, en un abrir y cerrar de ojos. Allí me esperaba David, con un pequeña mochila en los hombros. Abrí la puerta del portal, para avanzar hacia él. Cuando me vio, vino  hacia mí con una velocidad extraordinaria y me cogió entre sus brazos de manera que mis pies ya no tocaban el suelo. Mientras que me abrazaba conmigo suspendida en el aire, me estaba cubriendo de besos el pelo y las mejillas. Yo mientras tanto reía.
- ¡Para ya, salvaje! - decía entre carcajadas. - ¡Bájame de una vez!
- ¡Nunca! Mi niña pertenece al cielo, no al suelo. - eso último lo dijo con una seriedad pasmosa. - ¿Sabes que voy a hacer?
- ¿El qué? - un brillo malévolo decoraba sus ojos. - Oh no, eso no. ¡Daniel Cruxio, ni se te ocurra!
Antes que me diera cuenta, ya estaba sentada en sus hombros. No iba a oponer resistencia si ya estaba arriba.
- Has ganado la batalla, pero no la guerra.
- Me da igual, todo con tal que toques las estrellas.
- Bueno cariño, si tú lo dices, yo no te lo voy a discutir.
Entonces él sonrió y yo le besé la frente.  Era gracioso, como estando junto a él me sentía capaz de ir con él hasta el infinito y más allá, sólo porque él estaba conmigo. Miré a las nubes, me faltaba muy poco para tocar el cielo y robarle a ese eterno azul unas pocas nubes para dejarselas a Daniel en el pelo. Él miró hacia arriba, y se rió al ver la manera en la que yo intentaba alcanzar al cielo. Desde niños, siempre habíamos sido una pareja un tanto única. Y aún a día de hoy, seguimos siendo tan únicos. Le pregunté porque llevaba la mochila, y me hizo gracia su respuesta. Con una enorme, y hermosa sonrisa que le ocupó todo el rostro me dijo que era su pijama y su ropa para el día siguiente para quedarse a dormir en mi casa. Yo me quedé sorprendida, con los ojos comos platos, pero tenía que admitir que los dos sabíamos que iba a acabar invitándole a dormir en casa, como hacía siempre que salíamos. Se notaba, que a estas alturas, nos leíamos inconscientemente el pensamiento. Le volví a preguntar otra vez, a dónde nos dirigíamos, y otra vez se negó a contestar, también le pregunté porque me hizo maquillarme, pero tampoco me contestó a esa pregunta.  A cambio de las preguntas sin respuesta, me dijo que estaba tremenda. Que normalmente ya estaba genial sin maquillaje, pero que con maquillaje los chicos caerían todos, uno por uno con una puntería infalible. Yo mientras tanto, con toda la sangre en mis mejillas, le acusaba de exagerado. Y él me decía que no estaba exagerando. Era una batalla que no íbamos a ganar, ni él ni yo. Con lo cual decidí dejarlo estar. Al rato me dijo que cerrara los ojos, y yo le hice caso. Conmigo teniendo los ojos cerrados, me bajó de sus hombros, me cogió de la mano y empezó a guiarme por un lugar que yo desconocía. Empecé a oír la música, la voz de la gente, el bullicio constante. No sabía dónde estábamos, lo único que sabía con seguridad es que no estábamos en una discoteca, porque sino ya me habría con más gente, que con la que realmente me choqué. Después de haber caminado un rato, Daniel se paró en seco, y se sentó. Yo me senté con él, él me soltó la mano y puso sus manos de manera que pudiera taparme los ojos. 
- ¿Lista?
- Yo siempre estoy lista en lo que se refiere a ti, Cruxio.
- Entonces, a divertirnos princesa.
Me destapó los ojos. Y empecé a fijarme en cada detalle del pequeño local. Había unos pequeños reservados en los laterales del local, en el centro, que era donde estábamos nosotros, una serie de mesas y sillas de madera. Delante, había un pequeño escenario, con una pequeña pantalla y unos micrófonos en un extremos, A la derecha del escenario, había como una especie de bar o de cocina, nunca he estado muy segura que era. A medida que mis ojos recorrían el lugar, lo fui reconociendo. Era el karaoke, en el que Daniel y yo habíamos pasado tanto tiempo. Ese sitio que, además de La Romana, era como nuestro segundo hogar. Miré a Daniel con una gran sonrisa, y él me la devolvió. Le abracé sigilosamente, y él me devolvió el abrazo. Se levantó y me preguntó si quería algo de beber. Yo le respondí que lo que él escogiera, que me fiaba de su criterio. Cuando le dí mi cartera, me la devolvió. A pesar de mi constante negativa, insistió en que él pagaría las bebidas esta noche, que a la siguiente invitaría yo, y antes que pudiera ofrecerle otra negativa, salió disparado a la barra. Suspiré y me puse con el móvil. En realidad, no estaba haciendo nada con él, pero era más por la sensación de tener algo entre las manos. En un abrir y cerrar de ojos volvió con dos bebidas en la mano.
La Casera para la señorita. - dijo mientras dejaba mi bebida en la mesa.
- Gracias - le respondí con una sonrisa.
- Y la Coca-Cola para mí. - dijo mientras se sentaba.
- Perfecto, ¿qué quieres cantar primero?
- No sé, ¿quieres alguna canción en especial?
- Yo no, ¿y tú?
- Me apetece mi favorita.
- Pues venga, allá vamos.
Nos levantamos de la mesa, y nos dirigimos al escenario, donde los dos cogimos los micrófonos que había apoyados un poco antes del telón. Daniel cogió su micrófono y se fue a la pequeña pantalla a seleccionar nuestra canción, mientras que yo cogía el mío. Apretó el botón, y corrimos los dos hacia el centro del escenario mientras que sonaban las primeras notas de la canción, para acabar los dos espalda contra espalda. Yo iniciaba la canción, mientras que cantaba, le tocaba los dedos y poco a poco me iba alejando. No puedo vivir sin tí, no hay manera, no puedo estar sin tí, no hay manera cantaba mi voz, cada vez bajando más y más el volumen, dándole entrada a las estrofas de Daniel. Cuando la última sílaba salió de mis labios, me dí la vuelta y miré a Daniel a los ojos. Él me respondía, con energía, acortando el espacio que nos separaba con cada paso que daba. Cantaba a mi alrededor, como si esperara una respuesta por mi parte. Me cogió de la mano, y bailó conmigo sobre el escenario, mientras que cantábamos nuestro dueto, con tal concentración, que en el fondo, para nosotros no había nadie más que el otro en esa habitación. Acabamos la canción, a escasos centímetros el uno del otro, notando el corazón y la respiración agitada del otro. Sus ojos buscaban los míos, de la misma manera, que los míos buscaban los suyos. La sala, que hasta hace unos instantes estuvo sumida en un imperturbable silencio, estalló en vítores y aplausos.  Daniel y yo, nos giramos, dedicándole nuestra mejor reverencia a nuestro pequeño público. Esa química que teníamos sobre el escenario, era algo que fuimos desarrollando a lo largo de los años. dejamos los micrófonos en su sitio, y bajamos del escenario. Nos sentamos, y pasamos el resto de la noche escuchando cantar al agente, que se subió al escenario, después de nosotros. Mientras tanto, él y yo hablábamos. De cosas importantes, que para las estrellas serían minucias. Hablábamos de cosas que se convirtieron en la música de nuestro día a día. Le hablé de Ieltxu, y me sonrió. Aunque no me dijera nada, yo sabía que le hacía feliz, que yo tuviera a alguien que convirtiera mis días grises en alegrías, más allá de él mismo. A medida que fuimos hablando, el tiempo fue transcurriendo. Las horas pasaron fugaces, y cuando ya nos quisimos dar cuenta, teníamos que regresar a casa. Cogimos nuestras cosas y nos fuimos. Camino a casa, jugamos por la calle, como cuando éramos niños. Mirábamos a las estrellas que componían el firmamento, y buscábamos cogerlas como si nos pertenecieran, pero su polvo se escapaba de entre nuestros dedos. Al llegar a casa, nos quedamos rendidos bajo el roce de las sábanas, sin ni siquiera habernos cambiado de ropa.
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hirelingscenario · 5 years
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IV
Hola, personas bonitas <3
Últimamente estoy super inspirada para ponerme a escribir, así que hice este capítulo del tirón y me voy a poner con el siguiente.
Ya sabéis que si tenéis alguna idea de una escena o un personaje en particular con el que os gustaría que pasara, a lo Choose your own story, a mí me encanta cumplir ese tipo de peticiones.
Además, ¿quién os gusta más, Nath o Rayan? Porque yo vivo con la indecisión…
¡Espero que os guste! <3
*
Los labios de Rosa dibujaron una fina línea de desaprobación.
–No va a pasar nada porque faltes una mañana a clase–me espetó.
–No es que pase algo, Rosa. Es que también podemos ir por la tarde–repetí por tercera vez en el lapso de diez minutos.
Esa mañana las dos teníamos un hueco libre entre clase y clase. Nos habíamos sentado a tomar un café cuando Rosa me contó que Alexy no se encontraba muy animado últimamente. Estábamos hablando de cómo podíamos animarlo, e irnos de compras los tres juntos como en los viejos tiempos nos había parecido una idea tan buena como cualquier otra. Hasta que Rosalya se empeñó en que fuéramos a la mañana siguiente, y al parecer mi intención de poner mis clases por delante de ese plan me convertía automáticamente en la Amiga Egoísta del día.
–Sí, pero mañana por la mañana casi no habrá gente en las tiendas– me di cuenta de que no iba a servir de nada que hiciera notar que, si las tiendas estaban vacías un miércoles por la tarde en lo que básicamente era una ciudad universitaria, era porque sus habitantes estaban trabajando o estudiando–. No entiendo que te parezca tan mal, hacemos esto por Alexy.
–Si Alexy me pidiera que pasara una mañana con él porque está muy triste, sabes bien que lo dejaría todo e iría corriendo a estar a su lado el tiempo que hiciera falta– le repliqué–. Pero si es un plan sorpresa que estamos ideando tú y yo, podemos organizarlo para cuando nos venga bien a todos…
–¡Pero hacerlo un sábado por la tarde es algo que Alex se esperaría! Si lo hacemos mañana, será una sorpresa completa.
Decidí rendirme. Toda esa situación me parecía muy infantil, pero Rosalya comenzaba a enfadarse. Cuando terminé cediendo, Rosalya sonrió de oreja a oreja y me aseguró que no me iba a arrepentir, que también buscaríamos un conjunto especial para mí. Le sonreí de forma sosegada, pero aunque no quisiera pelearme por ello, estaba un poco molesta. Tras acordar que a la mañana siguiente nos encontraríamos en la puerta del campus y que ella llevaría a Alexy, me disculpé y fui a clase.
El día no iba precisamente bien. Yeleen había tenido una discusión con alguien por teléfono, y había salido de la habitación dando un portazo sólo para volver cinco minutos después hecha una furia. Me soltó algunos comentarios bastante sarcásticos sobre la cantidad de tiempo que tardaba en arreglarme, pero decidí dejarlos correr en lugar de responder con algo igual de desagradable, porque no creía que se pudiera apagar ese fuego echando más gasolina.
Después, cuando estaba saliendo de un edificio de clases para ir a otro, creí ver a Nathaniel entrar en el edificio de los dormitorios. Resultó ser otro chico rubio que ni siquiera se le parecía, sólo llevaba un abrigo similar. No podía decidir si eso me había enfadado o entristecido, pero era innegable que me había dado un vuelco el corazón. Desde nuestra discusión, hacía ya una semana, no lo había visto ni siquiera en la lejanía.
Y encima lo de Rosalya.
No eran ni las dos de la tarde y ya quería que el día se terminara.
Por suerte la siguiente clase era la del señor Zaidi, en quien siempre podía confiar para que al menos me alegrara la vista un rato. Además no había vuelto a verle desde que interrumpió mi discusión con Nathaniel y tuvimos esa especie de flirteo tonto. Tenía ganas de ver si me comentaba algo de la película que le había recomendado.
Llegué a clase poco antes de que empezara, y vi a Chani sentada con la mochila en el asiento de al lado.
–¿Te importa que me siente?– le pregunté cuando llegué a su altura.
–Para nada–sonrió–. De hecho, había puesto la mochila por si querías ponerte aquí.
Le devolví la sonrisa y me acomodé a su lado. Mientras sacaba mis cosas, me preguntó qué tal había ido la mañana. Guardé silencio unos instantes.
–Una pregunta. ¿A ti te gusta ir de compras?
Chani alzó una ceja, en gesto desconcertado.
–Bueno, no mucho. Lo normal, supongo.
–¿Y qué me dirías si te pidiera que nos saltáramos las clases para irnos de compras?
–¿Por qué no podemos ir el fin de semana?
–¡Exacto!
–¿Cómo?
Iba a explicarle la situación cuando se abrió la puerta delantera de clase. El profesor Zaidi entró y se encaminó hacia la pizarra. Durante toda la clase presté atención a su rostro, esperando encontrar algún tipo de gesto de complicidad. Pero sus ojos verdes pasaron por encima de mí como lo hicieron con el resto de alumnos.
Tampoco sabía muy bien qué esperaba, pero era decepcionante. Quizás la situación de flirteo sólo se había dado mi cabeza, y la indiferencia de mi profesor me estaba entregando un Óscar por la película que me había montado yo solita.
Pero dejando de lado la nueva piedra de decepción en mi tejado, la clase me resultó muy entretenida. Debatimos sobre la espontaneidad y la improvisación en el arte, y tras ponernos algunos ejemplos, nos dijo que para la próxima semana debíamos presentar un trabajo propio fruto de la improvisación.
–¿En qué formato?– preguntó alguien.
–Improvisad– fue la única respuesta que obtuvimos antes de que diera por concluida la clase.
Cuando todos se levantaban para irse, yo empecé a recoger mis cosas muy lentamente. Era mi último intento de comprobar que el profesor Zaidi no iba a dirigirme ningún gesto de particular complicidad. Con rapidez y eficacia, mi profesor se dirigió hacia su mesa, recogió sus papeles y se despidió de todo el mundo, sin pararse a mirarme.
Suspiré y me volví hacia Chani, que ya había guardado todas sus cosas y llevaba dos minutos exactos esperándome.
–Esto de improvisar puede salir muy bien o muy mal…–comenté.
Chani asintió.
–A mí me gusta mucho pintar, pero improvisar un cuadro puede… quedar muy cutre.
Le miré con interés.
–No sabía que pintabas. ¿Me enseñarás algo?
–¡Claro!­–dijo ilusionada– ¿Qué te parece si nos enseñamos nuestros proyectos antes de entregarlos?
–Qué buena idea. Yo creo que voy a hacer algo de fotografía, aunque me da un poco de miedo que termine pareciendo el Instagram de una adolescente.
Salimos del aula y comenzamos a andar.
–Bueno, ¿entonces quieres que vayamos de compras el fin de semana?
–¿Qué…? ¡Ah, eso!
Nos sentamos en un banco y le expliqué toda la situación. Me resultó tranquilizador que Chani estuviera de acuerdo conmigo, porque empezaba temer que quizás yo estaba siendo insensible y no alcanzaba a verlo. Pero cuando ella me dio la razón y me dijo que Rosalya estaba siendo demasiado tajante, casi beso a esa muchacha. Tan aliviada me sentía porque alguien estuviera de acuerdo conmigo, que sin poder evitarlo me puse a contarle la situación con Nathaniel, el cambio de actitud de Rosa hacia él y, de hecho, de todos mis amigos del instituto. Ni Melody, que se pasó todo el instituto encaprichada con él, parecía ahora dispuesta a mencionarlo en una conversación siquiera.
Sin prejuicios y con una paciencia infinita, Chani me escuchó atentamente hasta el final.
–¿Le has pedido perdón?– me preguntó una vez terminé mi relato.
–¿A quién?
–A Nathaniel. A mí me has dejado muy claro que te arrepientes de cómo lo trataste, pero ¿y él? ¿Ha escuchado tus remordimientos y le has pedido perdón? – intenté hacer memoria sobre si en nuestros escasos encuentros le había pedido perdón. Pero en uno yo estaba demasiado borracha, en otro demasiado celosa. Y en el último, la vergüenza que me hacía sentir mi actitud sólo me había dejado comportarme como si tuviera derecho a estar enfadada– Creo que nunca vais a poder tener una relación cordial, ni como amigos ni como conocidos, hasta que no hables con él. De forma sincera.
*
Me pasé el resto del día pensando en cómo convencer a Nathaniel para hablar, sobre todo si considerábamos que yo me había levantado de nuestra última y airada discusión. Estaba absorta en mis pensamientos, y mi ya de por sí poco deslumbrante trabajo como camarera se resintió. A Clemence le faltó tiempo para echarme la bronca, y ese día no estaba Hyun para suavizar su carácter.
Evidentemente, lo último que me apetecía cuando llegué a la habitación era encontrarme a Yeleen sentada en el escritorio mirando fijamente su móvil con unos lagrimones impresionantes corriéndole por las mejillas. Me quedé espantada en la puerta, sin saber muy bien qué hacer. Ella se giró y me miró con la misma cara de espanto, antes de ponerse en pie y encerrarse de un portazo en el baño.
Estaba claro que tenía que consolarla, pero Yeleen era igual de simpática y sensible que un cocodrilo. De hecho, si pudiese escoger entre darle un abrazo consolador a Yeleen o al cocodrilo, me daba menos miedo la segunda opción. Pero yo también había tenido un día de mierda, y no había nadie en la habitación para darme una palmadita en la cabeza.
Cerré suavemente la puerta de la habitación y salí a por suministros para lo único que me apetecía hacer.
Cuando volví a la habitación quince minutos después, Yeleen ya había salido del baño. Todavía tenía los ojos rojos e hinchados, pero los mantenía fijos en el ordenador de su mesa. No me prestó mayor atención hasta que no cogí el portátil y me planté delante de ella con una bolsa de plástico blanco en la mano.
Yeleen alzó la mirada. Parecía sentir demasiada curiosidad para que tener tiempo a enfadarse, y antes de que pudiera hacerlo, saqué el contenido de la bolsa. Le tendí una lata de cerveza fría. En la mesa dejé una bolsa de patatas y una tableta de chocolate.
–Llevamos un día de mierda– no era una pregunta. Ella asintió y cogió la cerveza que le tendía–. ¿Te apetece que nos ignoremos en absoluto silencio, cada una en su ordenador, mientras nos zampamos todo esto?
Y de una forma milagrosa, como si todos los astros se estuvieran alineando y todo el mal karma de ese día intentara compensarme, Yeleen esbozó la más mínima y reticente de las sonrisas. Estaba abrazando al cocodrilo.
Me senté en mi silla, abrimos toda la comida y el resto de la noche la pasamos en un agradable silencio, cada una con su propia serie en el ordenador, cada una con sus pensamientos.
*
Creía que uno de los pocos aspectos positivos de saltarme las clases para ir de compras era que podía llevarme la cámara e intentar sacar retratos espontáneos de mis amigos. Se me olvidaba, por supuesto, que estaba con Rosa y con Alexy. Si bien les pedí que no hicieran caso a la cámara, cada vez que alzaba el objetivo hacia ellos, siempre posaban. Las pequeñas arruguitas de felicidad alrededor de los ojos de Alexy desaparecían, y su gesto se volvía sensual cuando miraba a la cámara. En una ocasión, Rosa hasta consiguió posar pasando una mano por su cabello y mirando el infinito cuando yo creía que la estaba pillando por sorpresa. Eran fotos bonitas, que es lo que viene dado cuando tus amigos son atractivos y saben posar, pero no eran improvisadas.
Al final Alexy se había abierto con nosotras y nos habló de Morgan, por quien parecía sentir un interés no correspondido. Durante un momento temí que Rosa intentara montar una nueva estratagema para juntarlos, pero escuchó la historia con tranquilidad y se limitó a decirle que no podía rendirse cuando ni siquiera habían tenido oportunidad de conocerse bien. Entre los acertados consejos de Rosalya, las bromas que hacíamos con la cámara y el día de compras, Alexy pareció recuperar su buen humor. Decidimos que después de visitar a Leigh iríamos a comer por la zona, y yo tenía que reconocer que me lo estaba pasando francamente bien.
La tienda de ropa de Leigh seguía en el mismo local que había tenido cuando estábamos en el instituto, pero la zona había cambiado. Se había llenado de tiendas pequeñas pero elegantes, terrazas y, arrinconada en una esquina, una librería de segunda mano.
Cuando entramos en la tienda, Leigh estaba totalmente enfrascado en una confección. Tenía ante sí un maniquí con una blusa a medio hacer, y estaba cosiendo a mano un encaje alrededor de los puños. De tan concentrado que estaba, no nos oyó entrar, así que aproveché el momento para sacarle una foto. El ruido del objetivo de la cámara debía ser algo con lo que no estaba familiarizado, porque eso sí consiguió distraerlo y hacerle girar la cabeza hacia nosotros.
–¡Hola! Venimos a saludar– explicó Rosa mientras se acercaba a darle un beso.
–Y puede que a comprar– admitió Alexy, desviando su atención hacia la sección de hombres.
Leigh se rio y asintió.
–¿Me acabas de echar una foto?– preguntó al tiempo que me saludaba con dos besos en la mejilla.
–Llevo toda la mañana intentando sacar una foto espontánea de Rosa, y no ha habido manera.
–Pero sus fotos siempre son muy bonitas, así que seguro que has salido muy bien– me sonrojé ante el cumplido de Rosa.
–¿Son para algo en concreto?
Dejé la cámara colgando de mi cuello por la correa y recorrí la tienda con la mirada, esperando encontrar algún conjunto que me gustara.
–Para la clase del señor Zaidi, tenemos que presentar una obra basada en…
–¿Zaidi? ¿Rayan Zaidi?
Incluso Alexy, que estaba a tres maniquíes de distancia, se volvió para mirar a Leigh con gesto sorprendido.
–¿Lo conoces?– pregunté yo.
–Sí, en alguna ocasión hemos coincidido por la ciudad y hemos charlado– explicó Leigh con toda naturalidad–. Me cae muy bien, no sabía que te daba clase.
–Ojalá me diera clase a mí– suspiró Alexy.
Nos reímos, coincidiendo todos en lo atractivo que era mi profesor. Al final Leigh vino a comer con nosotros y tras amenazarme todos con matarme si intentaba echar alguna foto mientras comían, pasamos un rato muy agradable en una terraza.
Al acabar, Rosa y Leigh volvieron a la tienda. Alexy se dirigía a los dormitorios, pero yo le dije que se adelantara y me dirigí a la tienda de libros que había visto antes. El lugar me resultaba muy atractivo, con estanterías abarrotadas desde el suelo hasta el techo con libros de encuadernaciones muy dispares. Le pregunté a la dueña si le importaba que echara un par de fotos al sitio. Cuando acabé, dejé todas mis cosas en una esquina y me puse a buscar.
Me pasé la siguiente hora recopilando todos los libros policiacos que había en esa tienda. Al final encontré unos cuarenta libros que apilé en cuatro enormes columnas en el suelo, y fui revisándolos uno a uno hasta encontrar el libro perfecto. La dueña de la tienda me miró con curiosidad y me preguntó si buscaba algo en concreto. Yo le di las gracias y le dije que no lo sabría hasta que no lo encontrara. Eso pareció desconcertarla, pero no me dijo nada más.
Otra hora después, di con mi objetivo. Era un libro viejo, aunque no se pudiera decir que era antiguo. Ponía que fue sido impreso a finales de los setenta, pero había tenido lo que Nathaniel y yo llamábamos “mucha vida”. Las páginas amarillas parecían a punto de desprenderse del pegamento del lomo y tenían algunas esquinas dobladas, seguramente marcas de dónde sus dueños habían pausado la lectura; la portada estaba muy manoseada y había muchas frases subrayadas, algunas con lápiz y otras con tinta de bolígrafo. Además, tenía una dedicatoria.
“Este libro me ha gustado casi tanto como tú cuando sonríes al leer.
F.”
No tenía ni idea de quién era F., pero yo también recordaba el rostro de Nathaniel cuando al final descubría quién era el asesino de sus novelas. Esa mezcla de incredulidad y alegría. La misma cara que puso cuando le dije que estaba enamorada de él. La misma cara que ponía yo cuando Nathaniel llegaba con baozi recién hechos.
Era el libro perfecto.
*
Por suerte para mí, el libro perfecto pesaba relativamente poco. Porque me pasé el resto de la semana paseándolo conmigo, esperando volver a ver a Nathaniel pasar fugazmente, pero sin éxito. Me di cuenta, quizás demasiado tarde, que no sabía cómo contactar con él. No tenía su teléfono, no sabía qué estudiaba, y aunque siguiera viviendo en el mismo piso de antes, me parecía excesivo merodear por el edificio hasta verlo aparecer.
A la que sí veía ocasionalmente era a Amber, que me saludaba de forma cordial. Rosa me contó que trabajaba como modelo, y un día que la vi a lo lejos aproveché para sacarle una foto antes de acercarme a saludarle. La luz era muy bonita en ese momento, con el atardecer iluminando en naranja la mitad de su rostro y dejando en penumbra la otra mitad. Amber miraba hacia un punto indefinido, y su gesto parecía casi melancólico. No quería fanfarronear, pero era una foto muy bonita.
–¡Amber!
Caminé hacia ella, que parecía alegrarse de verme. Nos saludamos y le enseñé la foto que acababa de sacar.
–¿Te importa que la use para un trabajo de clase?
Amber cogió la cámara de mis manos y miró atentamente la fotografía.
–¿La has sacado tú? ¿Ahora mismo?– preguntó, muy sorprendida. Yo asentí, casi saltando de emoción porque le gustara tanto– ¿Te importaría pasármela? Me gusta muchísimo, si quieres podría ponerla en mis redes sociales y mencionarte…
–Oh…– aquello me pilló totalmente desprevenida– No te preocupes, no hace falta. Cuando las pase al ordenador, te la mando. De hecho, si quieres, cuando entregue el trabajo te puedo dar la copia impresa.
–¿Estás segura? Me siguen algunos estudios de fotografía buenos, podría darte visibilidad
Me encogí de hombros.
–No suelo poner mis fotos en mis redes sociales, me da un poco de vergüenza.
Amber me devolvió la cámara.
–Pues si son como esta, deberías estar más orgullosa.
Intenté quitarle seriedad a la situación con un gesto de la mano. Sacamos los móviles para que pudiéramos guardar los contactos y yo pudiera mandarle la foto, cuando se me ocurrió una idea.
–¿Te puedo pedir un favor?
–Claro, dime.
Saqué de mi mochila el libro de F. y se lo tendí. Si había alguien en esa ciudad con posibilidades de ver a Nathaniel, era ella. Y después de una semana sin ver ni su sombra, a esas alturas sólo se me ocurría pensar que él estaba evitando pasar por mis lugares habituales. No era una ciudad tan grande como para no habernos cruzado. Amber cogió el libro, desconcertada.
–¿Te importaría darle esto a tu hermano? Y dile…– mi voz se apagó lentamente. En realidad, sólo había una cosa que quería decirle– que lo siento. Por todo.
Amber miró el libro entre sus manos un largo rato. Lo abrió, sus ojos volaron sobre la dedicatoria y me volvió a mirar. Yo noté cómo la sangre me subía a las mejillas. Se notaba que la dedicatoria era antigua, pero eran evidentes las connotaciones que tenía. Con delicadeza, Amber cerró el libro y me lo tendió de nuevo. El alma se me cayó a los pies.
–¿Por qué no se lo das tú?– me preguntó con dulzura, para mi desconcierto– Mañana a las ocho y media irá al gimnasio. Le gustará mucho más que se lo des tú en persona.
Yo dudé, sin coger el libro.
–Creo que me está evitando. Antes nos cruzábamos de vez en cuando, pero… tuvimos una pelea y desde entonces no lo he vuelto a ver.
Amber lanzó un sonido desdeñoso y me puso el libro en las manos.
–Últimamente lo que mi hermano evita es usar el cerebro. Confía en mí, le gustará más que se lo des tú– me lanzó una última sonrisa alentadora. Se inclinó rápidamente para darme un beso en la mejilla a modo de despedida y comenzó a alejarse, dejándome ahí plantada como una seta en medio del campo. A unos metros de distancia, se giró y alzó la voz–. ¡Y no te olvides de pasarme esa foto!
Algunas personas nos miraron y murmuraron. Yo seguía dándole vueltas a eso de “le gustará más que se lo des tú”.
Al menos ya sabía dónde encontrar a Nathaniel.
Pero ¿qué coño pintaba yo en un gimnasio?
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17allbw-blog · 6 years
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La Monotonia
La invención es el antídoto a la monotonía, si aparte la unes con el sexo, la mente viaja a mil por hora.
Mirábamos el canal X, mientras, sumidos en una monotonía, Gema y yo nos tocábamos, siempre piensas como los chicos pueden aguantar durante tanto tiempo a ese nivel, los cuerpos de las chicas perfectos, ellos musculados, otras “recauchutadas”, con la facilidad que se cambian de pareja o admiten en la cama a un recién llegado, la buena disposición que siempre tienen y lo solucionada que tienen la vida.
¿Tú crees que aguantarías como ellos? Le pregunté a Gema, ella en plena excitación me contestó:
Seguro que le daría más placer a la chica que el que esta recibiendo, una mujer siempre conoce mejor a otra mujer que un hombre.
– Te propongo que en el próximo viaje, llamemos a una escort y me demuestres lo que puedes hacer con ella.
Tu estas loco, ni se te ocurra llamar, y de donde vamos a sacar la chica, creo que ves demasiado porno.
Solo pasaron tres semanas, cuando nos encontrábamos en la habitación del hotel, somos clientes habituales desde hace tiempo, ya que visitamos la ciudad una vez al mes, siempre nos asignan una suite con salón, que usamos como despacho para trabajo y entrevistas.
Una vez instalados y de vuelta de un almuerzo ligero, cogí la tablet y me dedique a mirar paginas de anuncios de sexo, Gema de nuevo me recriminó, esta vez menos estricta, comenzamos a pasar fichas de chicas, unas con la cara pixelada, otras mostrando solo su cuerpo y otras sin ningún tipo de veto, Gema ya se encontraba junto a mi en la cama, yo le propuse una chica rubia, de la Europa del Este, un cuerpo precioso y una melena cortita,
Que te parece si llamamos a esta,
Espera, nadie ha dicho que quiera hacerlo, y si lo voy a hacer, la elegiré yo. Continuamos mirando, yo veía como ella mostraba mas interés, me ponía nervioso lo que tardaba en cada ficha, a mi me parecían todas magnificas, cuando terminamos con casi cincuenta chicas, me dijo:
Hay tres que me gustan, son: Victoria, Sara y Marina, coincidió que todas eran latinas, siempre habíamos fantaseado con los gustos, y aunque pensé que elegiría una chica rubia de piel clarita y pecho grande, pero en este caso las tres tenían un parecido mas que razonable y nada parecido a mi suposición, morenas, pelo largo, pecho grande y piel bronceada, cogí el teléfono, Gema me detuvo, espera antes de llamar, me dijo.
-Yo pondré las condiciones, solo seré yo la que se relacione con ella, tu podrás estar mirando, pajeandote si quieres, pero a ella no la podrás tocar, esto me encendió mas, y acepte.
La primera llamada fue para Victoria.
-¿Hola!, Victoria?,
-Si?,
-Somos una pareja y queremos que te pases por nuestro hotel, Me contesto que solo atendía caballeros, gracias y colgué, siguiente, Marina, era la que mas me gustaba, marque y me salió mensaje de ocupado o fuera de cobertura, pensé, seguro que estará follando en este momento, si la cosa seguía así, tendríamos que hacer otra selección, cuando marcaba el teléfono de Sara, sonó el móvil, vi el numero que acababa de marca, era el de Marina, solo dio un toque y colgó, volví a marcar, y esta vez si me atendió,
-Marina?,
-Si, que tal, le pregunte si nos podíamos ver esta tarde, le expuse nuestra propuesta,
-Somos una pareja casada con 43 y 39 años, queremos que te pases por nuestro hotel, tenemos la fantasía de que te relaciones con mi esposa, estando yo presente, aunque no podre tocarte
– Ok, me respondió con una voz melosa, para cuando queréis? le pregunte a Gema que para cuando, me contestó que le diera como una hora y media
– En una hora te esperamos, ¿Dispones de la ropa de las fotos?, ella respondió afirmativamente, aunque posiblemente hiciera algún cambio, te envío la dirección del hotel y numero de habitación, no vengas demasiado llamativa, somos clientes, – Gema me hacia señas, preguntando si estaba completamente depilada, y si tenia algún juguete, Marina contesto a todo que sí.
Colgué, volvimos a mirar las fotos, estaba tremenda, le dije que si no podía con ella, me la dejara a mi, a lo que Gema contestó que la dejaría como un corderito, insistía que yo tenia que cumplir con lo pactado, se levantó de la cama y se fue al baño, me pidió que preparara la habitación y recogiera toda nuestra ropa y pertenencias, cuando llegara la chica me encargaría de poner el cartel de: “no molesten”,  ahora Gema se daba una ducha, pensé si realmente podría mantenerme al margen, y no sabia como aceptaría esa relación,  volví a mirar las fotos, ahora me fijé bien en sus piernas y en su pecho, no se si podría mantenerme al margen, pero eso era lo pactado.
El tiempo marchaba lento, yo miraba como Gema se preparaba sin prisa para recibir a la chica en todo el esplendor de la palabra, parecía que lo hubiera hecho toda la vida, se puso la ropa interior negra, con la solemnidad de una novia, subía sus medias y alineaba las costuras, abrochaba las sandalias apoyando el pie en la cama , se miraba por delante y por detrás en el espejo, yo era como un fantasma para ella, no existía, pintó sus labios de rojo, recogió su pelo negro, dejando caer unos mechones por los lados, la vi tan sensual que me hubiera gustado amarla allí mismo y romper con todo lo previsto, ahora anudaba la cinta de su bata de seda negra, mientras tomaba una copa con mucho hielo, el borde del vaso quedo marcado levemente de carmín, se retocaba dejando un escote generoso con el sujetador de satén negro a la vista, yo desnudo solo con el albornoz del hotel, sonó el teléfono de la habitación, desde recepción me dijeron que había una señorita esperando, les dije que le hicieran subir, indique a Gema que ya subía, revise la habitación, me fui a la puerta, desde la mirilla la vi salir del ascensor , miró y se dirigió hacia nuestra habitación, vestía con falda recta hasta la rodilla, camisa blanca, cazadora biker y  unos tenis blancos, al hombro un bolso mas bien grande, abrí y la hice pasar, ya dentro me presente y presente a Gema, nos besamos, mientras Marina decía:
Creo que con una chica como tu, lo voy a tener muy fácil, nos vamos a divertir, mientras le acariciaba el brazo, le volvió a besar los labios.
Tras el ofrecimiento de que pasara al baño y se preparara, Gema me hizo un gesto de lo mucho que le gustaba, dejó la puerta del baño entreabierta,  la vi desnudarse, y con el pelo recogido entró en la ducha, desde este momento yo ocuparé mi puesto y las dejaré a ellas, Marina salió de la sala de  baño, esplendida, llevaba un bustier crudo que le resaltaba el pecho, tanga compañero y medias claras con unas sandalias altas, con piedras de cristal, se mostró dando un giro, ahora veíamos su culo y piernas al natural, la realidad era mejor que las fotos, los hombros cuadrados con una piel dorada y brillante medio cubiertos por la melena negra. Dejó la bolsa junto a la cama, paso las manos por la cintura de mi mujer y esta le correspondió, sus bocas jugueteaban hasta que se unieron como magnetizadas, mientras se besaban, se acariciaban, las manos de Gema entraban por la nuca de Marina, esta le soltaba el cinturón y dejaba caer al suelo la bata de seda, Gema besaba los hombros y el escote de su amante, Marina se arrodilló y cuando fue a meter la cara entre las piernas de Gema, esta la levanto y la empujo a la cama, ahora era Gema la que metió la cara entre las piernas de Marina, apartó la braguita y comenzó a lamer, chupar, los gemidos se aceleraban, Marina apretaba la cabeza de Gema contra sí, mientras le acariciaba el pelo, soltándole el recogido y dejándolo caer por los hombros y espalda, Marina exploto en un pronto orgasmo, mi mano no paraba aquel subir y bajar, lo que me llevó antes de lo previsto a vaciarme, mi semen salió disparado en todos los sentidos , caí rendido en el sillón
Gema acariciaba a su presa, la despojaba del corcel, besaba aquellos pezones grandes y rosados, y me miraba como anotándose la primera victoria, pero Marina tenia mucho que mostrar, su profesionalidad pronto saldría a la luz.
La mano de Marina busco en la bolsa, sacando un dildo metálico, lo chupo y comenzó a tocar el clítoris de su amante, mientras se besaban comenzó a penetrarla suavemente, cada vez que sacaba el dildo de su interior, Gema se aceleraba, ahora escuchaba el motor que hacia vibrar aquella fuente de placer, yo era el convidado de piedra mientras los jadeos se aceleraban, Marina daba palmadas en el clítoris de Gema sin dejar de seducirla, en un instante el combate quedo en tablas, no se si se habían precipitado, no habían tenido demasiados preámbulos, conectaron desde el mismo momento en que se vieron y la entrega fue mutua.
Mientras se acariciaban en la cama , yo como el marido cornudo, el voyeur, o como quieran llamarme, me dedique a servirles una copa, Marina tomó agua mineral mientras Gema pidió que le sirviera otra copa, creo que estaba preparándose para el próximo asalto, le pidió a Marina que le dejara ver su bolso de los tesoros, y encontró un falo con doble cabeza en látex color turquesa, comenzó con acariciar los labios y el clítoris de Marina, introduciendo con suavidad mientras la trataba con mimo, cuando considero que tenia su parte introdujo la otra cabeza en ella, con un movimiento acompasado los dos sexo se encontraron, las pierna cruzadas en equis, abrazadas y mirándose como nunca había visto mirar a mi mujer, se deseaban y se amaban, sus pechos unidos, se hicieron un solo cuerpo, mientras se besaban aumentaba el brillo de la piel, microscópicas gotas de sudor iluminaban sus cuerpo, no existía nada en torno a ellas y la magia llego rompiendo todo con un orgasmo al unísono, cuando una parecía terminar la otra comenzaba, y a si hasta quedarse abrazadas, mi aporte fue solitario, de nuevo me llevaron al éxtasis, vi como a Gema le corría una lagrima por la cara, Marina beso la lagrima en la mejilla de mi mujer, de nuevo se besaron y cayeron en la cama, me retire discretamente al baño, las deje que disfrutaran de ese momento de extenuación.
Cuando salí del baño, entro Marina, y al instante vestida como había llegado y como si no hubiera pasado nada, se acercó a la cama y beso a Gema, esta le dio las gracias mientras acariciaba su rostro, desde la ventana de la habitación la vi montar en un taxi, me acosté junto a Gema y la bese, me pregunto, ¿te ha gustado?, contesté:
– No tanto como a ti.
La vista del mes siguiente, Gema volverá sola, no tengo que imaginar demasiado.
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