Tumgik
#larry fic español
cwrotes · 2 years
Text
But the truth is I could spend my whole life getting over you ; larry au!
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pairing: louis tomlinson x harry styles
language: spanish/español
genre: angst, open ending
word count: 22,188
tags/warnings: emotional hurt, angst, broken relationships, they broke up, emotional harry styles, based on a Lauv song, Harry still love Louis, open ending, feelings realization, denial of feelings, non-famous louis tomlinson, non-famous harry styles, maybe they get back together, harry crying over louis, alternative universe
summary: “Harry se pasa las noches debajo de alguien más con la esperanza de poder superar a Louis, y cree estar avanzando con ello, pero cuando se encuentran en una reunión de ex alumnos de la universidad a la que asistieron, no puede evitar tener una recaída y querer estar con él una vez más, porque la verdad es que podría pasarse la vida intentando superar a Louis y aun así no lo lograría.”
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Un espasmo atraviesa su columna vertebral con fuerza latente. Un jadeo profundo se atora en lo más profundo de su garganta. Sus ojos se vuelcan hacia la parte trasera de su cabeza. Los brazos le tiemblan al igual que las rodillas y toda su existencia se reduce al sudor que se presenta en gotas sobre su frente, cayendo y perdiéndose entre la suavidad de sábanas que no reconoce y que se sienten tan ásperas y ajenas que es casi repugnante aferrarse a ellas.
 Sus oídos pitan durante una décima de segundo. Sus dedos se aprietan en torno a la tela en su miserable intento por soportar los latigazos el orgasmo que lo abarrota y lo domina al igual que esas manos extrañas que se aprietan en puntos específicos en su piel.
 Las yemas contra su dermis se sienten como el fuego calcinando sus esquinas. Cada apretón es una agonía. Cada marca es una memoria que no quiere. Cada roce es un tatuaje que se queda en su alma por lo que podría ser una eternidad.
 Y no lo necesita, en absoluto. Y aun así se encuentra en esta cama desconocida, esa en la que cae exhausto mientras percibe como sus músculos se tensan tan solo para quedar lánguidos y suaves dentro de su cansancio.
 Un quejido se escapa de su garganta al percibir como su interior queda desolado, provocando que un estremecimiento lo sacuda con el propósito de lidiar con el desamparo que lo gobierna.
 Respira en voz alta, por la nariz, y se pasa las manos por la cara al mismo tiempo en que unos brazos fríos y extraños rodean su costado para atraerlo a una adicción que ni siquiera sabe cómo empezó.
 Sus párpados se mantienen juntos mientras es besado en la curva de los hombros. Son besos que terminan en mordeduras, que a su vez recorren su tez con un afán que resulta ser hasta fastidioso pero que de todas formas tolera cuando finalmente llegan a su boca. Harry se deja besar.
 Permite que su boca sea poseída por milésima vez en esa sola noche y por una lengua ácida que se entromete en su cavidad para explorar cada rincón de sus esquinas como si no lo hubiera estado haciendo gran parte de la noche, desde que accedió a irse del bar con él para no regresar. 
 Se deja besar, pero en todo lo que puede pensar ahora —mientras sus brazos cansados se envuelven alrededor de unos hombros delgados que se sienten como algo que no podría describir— es en que no es lo mismo.
 No es lo mismo. No es lo mismo. No es lo mismo.
 No es él.
 No es nadie y todo lo que le queda es una repentina tristeza que vuelve a hacerse presente una vez que la neblina en su mente empieza a disiparse con lentitud.
 Quiere echarse a llorar dentro de su melancolía embriagada. Tiene ganas de lamentarse por sus acciones pasadas y por todas las cosas que ha vivido hasta ese preciso momento. Desea sufrir apropiadamente para poder simplemente superarlo y salir del fondo de ese hoyo en el que lleva desde no sabe cuánto. Sin embargo, todo lo que hace es permitir que su cuerpo colapsado ceda a esas manos ajenas.
 Este hombre sabe en dónde tocarlo, a pesar de todo. Conoce la mayoría de sus puntos más débiles y sensibles y, aun así, su tacto se las ingenia para sentirse como la caricia más helada que no ha recibido jamás. No obstante, es capaz de admitir que sus roces son bastante parecidos a los de los demás hombres con los que ha estado.
 Todos muy fríos, como pasar un pedazo de hielo sobre su piel, quemándolo dolorosamente, provocando que sus huesos se entumezcan y que su piel se agriete de la forma más despiadada de todas. Se ha congelado tantas veces, que ya casi ni recuerda lo que alguna vez fue tener el verano besando cada esquina de su anatomía.
 Un chasquido resuena en la habitación cuando su boca se aparta eventualmente de la ajena. Sus pulmones exigen una cantidad absurda de oxígeno y sus pestañas finalmente se sacuden para permitirle visualizar al hombre que tiene enfrente.
 No sabe quién es. No recuerda exactamente si le dijo su nombre y tampoco está seguro de si él sabrá el suyo. Tampoco sabe quién de los dos tiene más copas arriba y si intercambiaron la cantidad de palabras necesarias para haber acabado en esta situación.
 No es que Harry tenga una especie de límites, ni mucho menos una clase de límite que le ayude a determinar quién puede ser merecedor de una noche de descontrol con esa embriagada versión de sí mismo.
 No sabe nada, en realidad. No tiene la menor idea de nada que no sea el hecho de que este desconocido tiene el océano dentro de los ojos. Mareas influenciadas por la tranquilidad de un atardecer que ha pasado hace horas y que aun así ha quedado inmortalizado en esas cuencas que ahora lo miran con una expresión casi ilusionada que Harry otorga a la ebriedad en la que ambos se encuentran.
 También le acredita al alcohol la caricia que le dedica en la esquina del párpado, sin dejar de mirarlo directamente a esos orbes que por poco quedan atrapados entre párpados y pestañas que no pueden compararse con los del cielo. Porque Harry ha conocido el cielo en persona, y lo ha tocado con sus propios dedos incluso. Y así como lo ha tenido entre las puntas de sus dígitos, también se ha perdido de él, probablemente para siempre, pues no ha vuelto a encontrarlo en las cuencas de nadie más.
 Ha sido una búsqueda exhaustiva, y absurda en todo el sentido de la palabra debido a su constante saboteo. Lo cierto es que Harry sabe perfectamente en dónde se localiza el azul que tanto ha estado echando de menos.
 Es dolorosamente consciente del paradero de ese tono añil que ha anhelado volver a ver, tanto, que, si realmente lo quisiera, sí no fuera un cobarde con todos los miedos pegados a su piel, fácilmente podría tomar un tren que lo lleve a ese destino. Mas, sin embargo, no puede hacer algo como eso. En realidad, Harry no es capaz de hacer otra cosa que no sea perderse en camas ajenas, sábanas heladas y bocas que no saben a esa dulzura que tiene tatuada en el paladar como un recuerdo y nada más.
 Porque ninguno de esos hombres es él. Y si no se trata de él, entonces Harry solo está corriendo del mañana para chocarse con la misma pared una y otra y otra vez.
 —¿Te la has pasado bien? —pregunta de repente el extraño, con un acento irlandés que solo ahora el rizado nota, con su repentina voz gruesa retumbando en sus tímpanos y sacándolo de sus cavilaciones en un arrastre que sinceramente no se espera.
 Harry parpadea en el aire, su labio inferior es cepillado por unos ajenos en un beso que no se espera pero que tampoco rechaza —lo cierto es que lo corresponde como si estuviera sedado—. La punta de su nariz es acariciada por una que no le pertenece. Sus costados son apretados por las mismas palmas que no han dejado de recorrerlo y tontear con él en toda la noche y si no fuera porque está lejos de sus cinco sentidos se habría dado cuenta de que esto no es lo que necesita.
 Todo es demasiado denso y vacío, extremadamente pesado y casi espantoso, como sus extremidades todavía lánguidas que no han dejado de hormiguear a pesar de que se mantienen rodeando esos hombros puntiagudos que ya no tiene ganas de tocar, pero a los que aun así se aferra porque no tiene nada mejor que hacer.
 Se obliga a llenarse los pulmones de aire, a respirar con profundidad absoluta mientras sacude las pestañas y trata de organizar las palabras en su desordenada mente.
 La presión en su pecho no cesa. No lo ha hecho desde hace años.
  —No es lo mismo —susurra, y lo hace tan bajo que la oración resulta ser inaudible para una comprensión que no viene siendo la suya.
 El muchacho sin nombre echa hacia atrás la cabeza para poder mirarlo con esos ojos tan suyos que se le clavan en cada esquina del rostro.
 —¿Cómo dices? —cuestiona casi de inmediato, su entrecejo medio fruncido y una sonrisa casi incómoda estirando esas comisuras que el rizado está harto de probar.
 Su visaje es interrogativo y confuso, y es comprensible. Harry también estaría confundido si fuera él.
 Tiene que volver a sacudir las pestañas y a respirar, inseguro de si lo que está sucediendo va a ser un reflejo del resto de su vida y de si no habr�� ni un solo momento de su existencia en el que pueda superar lo que sucedió hace tanto tiempo.
 La respuesta es no a pesar de que no se ha hecho ninguna pregunta y no hace más nada que sacudir la cabeza, sonreír en su estado de ebriedad permanente —si sigue así, está seguro de que desarrollará un severo problema con el alcohol, si es que no lo ha hecho ya— y tirar de esa nuca ajena para darle un nuevo beso que disipe todos los pensamientos que puedan existir en la mente de los dos.
 Debería de sentir alguna especie de remordimiento al percibir como aquel sujeto sonríe contra sus labios, como si de verdad le gustara lo que está haciendo, como si realmente creyera que lo está seduciendo a pesar de que Harry solo lo está utilizando como lo ha hecho con tantos otros.
 Podría tenerle, aunque sea una pizca de consideración, podría ser un poco más compasivo al tener la impresión fugaz de que este sujeto puede ser bueno, tal vez un tipo decente que simplemente ha decidido pasar el rato en un bar gay cualquiera para conocer a un rizado espantosamente homosexual que no ha sido feliz ni un solo instante después de su graduación en la universidad.
 Pobre de él. Es una verdadera pena porque Harry sabe muy bien que no lo volverá a ver y que una noche es solamente eso. Y es agotador, sumamente, pero es lo que hay y tiene que resignarse a besar sin realmente tener ganas, a querer sin realmente hacerlo, a correr bien lejos para no recordar que, durante las horas más altas de la noche, ninguno de esos hombres es él.
 Harry duerme a medias hasta que sale el sol. La claridad se entromete poco a poco entre las hendiduras que deja la cortina en la ventana y la habitación se va iluminando con lentitud a medida en que el rizado abre los ojos.
 Le toma unos cuantos segundos analizar el lugar en el que se encuentra, su mirada se mantiene borrosa por unos instantes mientras la somnolencia lo abandona y es capaz de percibir como las gotas de sudor frío abundan en su frente, sus costados y ciertas partes de su cuerpo cubiertas por sabanas y extremidades ajenas.
 Ha estado soñando, probablemente durante toda la noche ha estado repitiendo el mismo suceso de años, todo en forma de una pesadilla constante que no lo abandona ni siquiera en los días que en serio necesita descansar.
 Ayer ha tenido que ser uno de esos días de relajación, pues han sido muchas horas nocturnas en las que no ha podido recuperar las fuerzas que ha perdido en el transcurso de las semanas, o incluso los meses.
 Ha sido agotador y ha tenido ciertas esperanzas al haber quedado considerablemente exhausto a causa del cariño de un hombre cuyo nombre no puede recordar en estos instantes. No obstante, no ha logrado hacer más nada que dar vueltas entre esos brazos desconocidos, soñando con los que sí conoce y no puede tener, rememorando la vida que tuvo antes de que el universo decidiera que conocería la infelicidad antes de llegar a los treinta.
 Toma una larga respiración recobrando completamente la consciencia, se saborea la amargura que gobierna en su boca y solo cuando mueve la cabeza hacia la izquierda es que se da cuenta de la inmensa resaca que carga.
 Las sienes le punzan como el filo de un centenar de agujas contra su piel, el área trasera de su cráneo retumba como el golpeo de un martillo enterrando diez clavos a la vez en las profundidades de su cerebro, y toda la zona de su tabique es atacada por la molestia de una sinusitis que no necesita ahora mismo pero que de todos modos se hace presente para hacerle la existencia peor de lo que ya es.
 Un gruñido quiere escaparse desde lo más profundo de su alma. Sin embargo, se lo traga al escuchar los suaves ronquidos de un hombre que descansa a su lado como si esta fuera su rutina diaria. Harry termina arrugando un poco las cejas —no mucho, pues el solo pestañear ya le está haciendo mucho daño— y se las ingenia para incorporarse en el colchón a pesar de tener la impresión de que si lo hace se le caerá la cabeza y terminará rodando por el suelo.
 Las sábanas se acumulan en su pelvis desnuda, cubierta por un antebrazo que no se aferra a su piel pero que lo sostiene de todos modos en un gesto que podría interpretarse como cariñoso si no fuera tan absurdo hacerlo. Harry le echa un vistazo, su mirada captura una infinidad de mechones castaños, pómulos delgados, una barbilla lampiña y un sonrojo matutino que adorna facciones considerablemente encantadoras.
 Es bastante guapo y probablemente tiene una buena personalidad al rizado recordar que estuvo riéndose bastante anoche —o quizás eso solo fue gracias al alcohol. No puede recordarlo con exactitud—, pero ninguna de esas cualidades evita que se quite las sábanas de encima y el brazo ajeno también para ponerse de pie.
 Busca su ropa en completo silencio. El desconocido tiene el sueño tan pesado que ni siquiera escucha el tintineo de la hebilla de un cinturón una vez que Harry se ha puesto los pantalones, y tampoco se despierta con el ronroneo de una cremallera que resuena tan pronto como se coloca esa chaqueta que le queda un poco estrecha pero que aun así se rehúsa a dejar de usar.
 Es el único recuerdo que le queda y no va a renunciar a él. Se asegura de que no se le está quedando nada al revisar sus propios bolsillos, verificando que tanto su cartera como su móvil están en su lugar y la liga que usa para amarrar su pelo continúa estando en su muñeca como siempre.
 Sale de la habitación sin despedirse, sin avisar, determinado a no volver a ver a ese chico porque no significa nada más que esto: otra persona que no lo ha ayudado a olvidar. Han sido centenares de esos. Si Harry tuviera que hacer una lista, necesitaría por lo menos diez hojas para poder enumerar a cada uno de esos amantes que solo forman parte un castigo eterno al que el rizado se somete cada día, todos los días.
 Debería de estar desgastado a estas alturas, impotente por la irracional y constante actividad sexual a la que se somete. Sin embargo, su fuerza parece estar puesta en la tristeza y la melancolía, y Harry tiene mucho de ambas cosas en el corazón.
 Es una amargura constante que permanece en sus entrañas y que lo incita a intentarlo una vez más, hasta el punto en el que ya se ha acostumbrado a estar acompañado durante cada noche sin importar el hecho de que quizás, ahora mismo, o desde hace un tiempo, lo único que está necesitando es estar solo. Pero ese es el asunto, Harry realmente no quiere estar solo, no quiere sentirse solo y mucho menos recordarse que, de hecho, lo está, y mucho.
 Inmensamente.
 Desmesuradamente.
 Tristemente.
 Es un martirio que tiene que soportar por lo que parece ser el resto de su vida, y siendo incapaz de pensar en ello ahora mismo, prefiere enfocarse en las calles de Londres en dirección a la cafetería más cercana.
 No conoce muy bien la zona en la que se encuentra considera que tal vez debería de pedir un taxi que lo lleve cerca de su piso para poder estar en una locación que por lo menos no lo desorienta tanto como lo hace esta, pero le duele tanto la cabeza que no puede hacer más nada que seguir caminando hasta dar con algún local que venda café o le dé un enorme vaso de agua. Lo primero que aparezca.
 No está lloviendo como acostumbra durante las mañanas, lo cual es bastante conveniente teniendo en cuenta que no carga con ningún paraguas y lo último que necesita es pescar un resfriado por culpa del sombrío clima londinense. Eso, sin embargo, no significa que no haga frío, porque sí lo hace.
 No es insoportable hasta el punto de hacerle creer que morirá de hipotermia o algo por el estilo, pero las ráfagas de viento son lo suficientemente heladas como para que tenga que rodearse a sí mismo con los brazos y mantenga un ritmo apresurado por la acera.
 Exhala por la boca sintiéndose un poco molesto y definitivamente adolorido, la idea de llamar un taxi se vuelve cada vez más tentadora, y cuando está a punto de darse por vencido al no tener idea de qué direcciones es que está tomando —cosa que dejaría de ser una realidad si tan solo leyera los carteles con los nombres de las calles—, finalmente encuentra una cafetería de apariencia decente.
 Observa a través del ventanal mientras camina hacia la puerta, no tarda en halar del mango de agarre para abrirla y todos sus músculos se caen al recibir la calidez de una calefacción que no sabía que estaba necesitando hasta este preciso momento.
 Se pasa las manos por la cara como un completo trastornado. no tiene la menor idea de qué aspecto debe de tener al no haberse echado un vistazo antes de salir del departamento de su amor de una noche, pero supone que puede relajarse un poco al notar que no hay muchos clientes en los alrededores.
 La mayoría de las mesas están vacías, y solo unas cuantas personas se encuentran ocupando asientos mientras atienden sus asuntos, muy alejados y ajenos a la perturbación que gobierna constantemente la mente del rizado. Avanza hacia la barra para poder leer el menú desde allí, se limpia los ojos con disimulo esperando no tener suciedad en las esquinas y una muchacha con uniforme se termina acercando a él del otro lado de la mesada para saludarlo y preguntarle amablemente qué desea ordenar.
 Harry pide un vaso grande de café y un panecillo relleno de queso, paga con el resto del efectivo que recuerda haber sacado de su cuenta el día anterior para no tener que usar su tarjeta en el bar, y agradece sinceramente lo rápido que le entregan su orden para poder irse a sentar en una de las mesas más alejadas de la puerta, los ventanales y todo el mundo en general.
 Se desploma en la silla casi con peso muerto, la cabeza lo está matando y la tela de la chaqueta se aprieta un poco en su espalda, incomodándolo lo suficiente como para que quiera quitársela, pero rehusándose a hacerlo porque simplemente no puede dejarla ir.
 Antes, cuando todavía estaba en la universidad y su cuerpo seguía cambiando, la prenda solía quedarle un poco ancha, lo suficiente como para que las mangas le sobrepasaran las muñecas y que los bordes le llegaran hasta muy por debajo de la pelvis, casi hasta menos de la mitad del muslo.
 Le quedaba grande, esa es la verdad, pero ahora que los años han pasado y que ya no es un muchacho de dieciocho años, la chaqueta ha dejado de servirle tanto como solía hacerlo. Ahora, lejos de ser una protección para el frío constante de la ciudad, es solo un recordatorio martirizante de lo que alguna vez perdió.
 Es el único recuerdo que conserva de ese tiempo, lo único que le hace saber cuán diferente es el presente del pasado que tuvo alguna vez.
 Se endereza en el asiento sabiendo que no puede pasarse el resto de las horas allí desplomado, y vuelve a estrujarse la cara con las manos aguantando un profundo suspiro, de esos que están supuestos a robarle el aliento o a dárselo.
 Se presiona las sienes con los dedos índice y mayor de ambas manos, apoyando los codos sobre la superficie porque es lo único que puede hacer ahora. Su cabeza es un desastre y está a punto de estallar, sus ideas laten casi tanto como lo hacen las esquinas de su cráneo, agónicamente, dolorosamente, causando en él una mueca que pliega cada uno de los músculos de su rostro.
 La está pasando mal, terriblemente, y tiene que ahogarse en su bebida humeante para lavar los restos de alcohol que sobra en sus venas y que le causa el mismo malestar que ha estado guardando en su interior desde que tiene memoria. Tal vez sea momento de dejar de tomar, quizás sea tiempo de dejar atrás todos esos malos hábitos que lo están consumiendo, que lo marchitan como planta seca expuesta a la dureza de un sol que no le tiene piedad y que la vuelve cenizas.
 No es ningún fénix para renacer de todo ese polvo, así que lo mejor que podría hacer en los próximos días sería darse a sí mismo la oportunidad de sanar, finalmente, de ese corazón roto que ha estado llevando a rastras durante más años de los que es prudente contar.
 No sabe cómo hacerlo, sin embargo, porque de haberlo hecho antes ya habría abandonado esa costumbre de ahogarse en el cuerpo de otras personas y toda esa bebida que le pasa factura todos los días siguientes, sin falta. Hoy no es la excepción, y por el momento solo se propone a darle un nuevo sorbo a su café y a respirar profundamente como si eso fuera a hacer su existencia más llevadera.
 Está a punto de darle un mordisco a su panecillo antes de que se le enfríe, cuando de pronto su teléfono está vibrando en alguna esquina de su pantalón. Arruga ligeramente las cejas, termina por afincarle los dientes a la masa y se sacude las manos antes de inclinarse hacia atrás para sacar el dispositivo.
 La pantalla se ilumina al ser encendida y Harry aprecia como el nombre de Niall aparece sin muchos recelos. Es un mensaje de texto, así que no tarda en desbloquear el móvil para poder leer. Su entrecejo se pronuncia mientras sus ojos siguen el curso de las letras, más de dos veces, como si no pudiera creerlo, como si lo que acaba de escribirle es lo más absurdo que le ha visto decir y carece de tanto sentido que ni siquiera sabe cómo reaccionar al respecto.
 Podría ignorarlo, dejar el mensaje en flechas azules y fingir que realmente no tuvo la oportunidad de leerlo apropiadamente. No obstante, la mención de una reunión de exalumnos le hiela la sangre y le hace imposible la tarea de pretender que no se trata de nada, porque sí es algo.
 Es mucho más grande que algo.
 Para cuando se da cuenta, está buscando el nombre de Niall en su registro de llamadas recientes para tocar el icono y pegarse el auricular a la oreja. Ya ha tragado y le ha dado un nuevo sorbo a su café para bajar el pedazo triturado de panecillo que le baja por la garganta, y su corazón comienza a latir con rapidez absurda a medida en que los tonos en la línea van incrementando.
 No parece como si fuera a contestar a pesar de que le ha escrito hace un minuto como mucho, y Harry, con su impaciencia y su constante ansiedad que no tiene freno ni punto de partida, tiene la intención de colgar. No llega a hacerlo, pues Niall finalmente contesta y su voz resuena en toda la bocina.
 —¿Aló? —habla el hombre como primera respuesta, casual como siempre, tan familiar que Harry casi quiere derrumbarse en su asiento como si acabara de recibir la peor de las noticias y Niall fuera su único consuelo.
 Quizás sea de ese modo, tal vez su mensaje no significa nada bueno porque una reunión como esa no es algo que esté necesitando en estos momentos. No sabe lo que necesita, de cualquier forma, pero tiene la certeza de que esto no es.
 —¿Qué es eso de una reunión universitaria? —cuestiona sin dudar, con la voz gruesa por culpa del letargo y de la cruda que todavía no se le quita y que se siente como si fuera a permanecer en su sistema por el resto de su vida.
 Se aclara la garganta con la esperanza de escucharse mejor, pero solo termina sintiendo como todo se le raspa en la faringe y no se siente para nada bien.
 Se va a morir ahí mismo, puede sentirlo. No le molestaría si eso sucediera.
 —Hola para ti también, amigo —saluda Niall con la voz cargada de una ironía que Harry no puede tolerar por el momento y que en cualquier otra ocasión habría sido hasta cómica si no estuviera tan ocupado sintiéndose molesto e incómodo y muy, muy enfermo.
 —Lo siento, hola —musita, un suspiro pesado se escurre de sus labios y tiene que apoyar el codo en la mesa para cubrirse los ojos con una de las manos. Termina estrujándose el derecho con la misma incomodidad, con las sienes todavía latiendo, con un palpitar en el corazón tan denso que si de repente se le detiene no se daría cuenta de ello—. ¿Qué es eso de una reunión? —vuelve a preguntar.
 Es todo lo que necesita saber por el momento, es lo único que le interesa ahora que sabe que existe la posibilidad de reencontrarse con todas esas personas a las que compartieron con él sus años universitarios y que guardan un lugar en lo más profundo de sus memorias, a pesar de que él ha hecho casi un esfuerzo inhumano por olvidarlos a todos ellos, a cada uno.
 No ha sido su verdadera intención, pero están tan vinculados con la raíz de su sufrimiento que es la única alternativa que ha encontrado para poder sobrevivir pobremente durante todos estos años.
 La voz de Niall hace eco en sus tímpanos, y tiene que volver a beber del líquido caliente para no descomponerse.
 —La gente de nuestra promoción decidió que ya ha pasado un tiempo desde que nos vimos todos juntos —informa sin ningún tipo de percance, un poco ignorante a los sentimientos que sus palabras provocan en el rizado que ha empezado a encogerse en el asiento, hasta el punto en el que su espalda está doblada y no le falta poco para que su frente toque la superficie—. Creen que sería divertido juntarnos a tomar algo y ponernos al día.
 Ponerse al día.
 Ponerse al día.
 Harry ni siquiera sabe qué día es este y qué ha estado haciendo durante los anteriores. Bueno, en realidad sí, pero no cree que sea prudente confesar que ha estado manteniendo relaciones con hombres que no volverá a ver en las noches mientras se parte el lomo trabajando durante el día como si no tuviera ganas de seguir viviendo y no le estuviera matando sucumbir a los hábitos de una esclavitud laboral a la que él mismo se ha entregado.
 Si no está bebiendo, está trabajando, y si no está trabajando, está ocupado buscando a alguien con quien pasar la noche, o haciendo lo que sea para no quedarse solo con sus pensamientos ni un solo segundo al saber que eso sólo lo llevará a la ruina, si es que no se encuentra en ella a estas alturas.
 —¿Toda la promoción? —pregunta para confirmar.
 Se relame los labios con cierto pesar, rogando en su mente que la respuesta sea negativa por la infinidad de cosas que significa que sea todo lo contrario. tiene el corazón estrujándose en su pecho ante la expectativa, al borde de un acantilado cuyo final está repleto de todas estas agujas filosas que lo van a perforar en lo más profundo del alma.
 De algún modo, es una suerte que Niall no sea consciente de ninguna de esas cosas y que no lo haya visto en ningún estado deplorable dentro de las escasas ocasiones en las que se han encontrado.
 Harry sabe guardar las apariencias, pero no tanto en ciertos días, esos en los que se siente particularmente destrozado, como hoy.
 Hoy es un día de estos.
 La noticia no le ayuda demasiado.
 —Supongo que sí —responde y la duda en su voz casi lo lleva a imaginarlo encogiéndose de hombros con sencillez. Para él realmente es muy fácil decirlo, mientras que para Harry es una tortura escucharlo—.
 han enviado el correo a todos.
 Esta vez, el rizado no es capaz de soportarlo mucho tiempo, no puede soportarse a sí mismo más bien, pues las manos comienzan a temblarle y la sensación agridulce que alguna vez ha estado gobernando sus papilas gustativas incrementa hasta volverse ácida en su lengua.
 El dolor de cabeza parece aumentar ahora que lo ha oído confirmar lo indeseable y esa sensación nauseabunda que no ha tenido en toda la mañana finalmente se está haciendo presente, creciendo en sus entrañas, hasta el punto en el que se vuelve incapaz de tomar otro trago de café.
 Se obliga a hacerlo, de todas formas, con todo y dedos temblorosos y esa inexistente estabilidad que le pide a gritos que regrese a su piso y que no salga de allí hasta que sea lunes y tenga que ir a trabajar.
 —¿A todos? —interroga en cambio, con las cuerdas vocales igual de trémulas y una pesadez en los párpados que no le permite abrir los ojos apropiadamente.
 Deja el vaso sobre la mesa, se sostiene el tabique con los dedos y baja la cabeza en un intento por prepararse mentalmente para las próximas afirmaciones de su amigo de años, con el único que todavía sigue manteniendo una relación que no se ha hecho añicos por su propia culpa.
 —Sí, eso creo —contesta el rubio, y la extrañeza se desborda tanto de su voz que no es tan sorprendente lo que pregunta a continuación—. ¿No has recibido el tuyo?
 —No —responde antes de pensarlo, y tiene que corregirse a sí mismo casi de inmediato—. No he revisado.
 Bien pudo haberse quedado con esa negativa y fingir que no le ha llegado nada para así no tener que pensar siquiera en asistir. Sin embargo, no le apetece mentirle a nadie con respecto a nada y tampoco tiene cabeza para iniciar una conversación en torno a su propia falsedad sabiendo que su amigo crearía una especie de argumento con las personas con las que sí habla.
 Niall siempre ha tenido un espíritu impresionante y una voluntad de hierro dentro de su extroversión valiente y singular, así como también siempre ha conservado esta cualidad de solidaridad amistosa y jocosidad que le permite llevarse bien con todo el mundo, bajo todas las circunstancias.
 Es como un rayo de sol andante y prudente, de los que no queman porque es invierno pero aun así conservan la potencia suficiente como para hacerle fruncir las cejas y entrecerrar los ojos, pues su brillo continua siendo cegador y cálido y todo lo que Harry podría necesitar ahora mismo si no estuviera ocupado sintiéndose avergonzado de sí mismo, de sus propias emociones, del estilo de vida que está llevando y de todo ese rencor y esa amargura que guarda dentro de sus entrañas y que le ha puesto negro el corazón.
 No podría presentarse así de vulnerable delante de Niall aun sabiendo que todo lo que su amigo haría sería consolarlo y buscar una solución a ese problema que no parece tenerlo.
 Preferiría morirse antes de dejar que alguien, quien sea, lo viera en ese estado de decadencia en la que el vómito acecha la punta de su garganta y el café no ha sido capaz de lavar esa resaca que persiste en hacerlo añicos.
 Tal vez termine comprándose otro. Todavía tiene que comerse el panecillo.
 —¿Todos van a ir? —murmura en una interrogante, al cabo de unos segundos en los que no se imagina que puede estar haciendo el hombre de pelo claro al otro lado de la línea mientras él está teniendo una pequeña crisis mental.
 Se llena los pulmones de aire con mucho pesar y se regaña a sí mismo casi de inmediato porque no quiere saber eso. No está deseando saber si todos estarán asistiendo a esa condenada reunión que no ha podido llegar en un peor momento. Harry realmente ha estado pasando por una racha de mala suerte.
 La línea casi ruge en una respiración casi pesada.
 —No puedo confirmarte eso, amigo —dice Niall con toda la razón del mundo, logrando que el rizado se sienta más estúpido que hace un segundo, y peor. Mucho peor—. Damián va —añade, como si creyera que eso es algo que necesitara saber, como si el mencionar un nombre conocido lo alentaría a hacer algo de lo que Harry no tiene la menor idea.
 Lejos de sentirse aliviado al reconocer un nombre que no ha escuchado en años, Harry solo puede percibir cómo su corazón se encoge y los músculos de su rostro pliegan en una mueca de desagrado que refleja todo lo que hay dentro de su alma.
 Es una suerte que se encuentra sentado en la esquina más alejada del centro de la cafetería, porque así no tiene que pasar por la pena de hacerse pedazos por la sorpresa delante de otras personas que tengan la oportunidad de atestiguar lo deplorable que es su situación actual.
 La lejanía le permite, finalmente, apoyar la frente sobre la superficie y darse por vencido en su intento de mantener toda su basura junta. Sabe de primera mano que su aspecto no es el mejor de todos, y todavía no entiende por qué prefirió ir a una cafetería en lugar de ir directamente a su casa, allí en donde nadie tiene los ojos puestos en él y no se dan cuenta de lo dolido que se encuentra.
 Está a nada de echarse a llorar, así que no sabe muy bien cómo es que se las ingenia para volver a hablar.
 —¿Sigues hablando con Damián? —pregunta, una mezcla de asombro e incertidumbre brotando de sus labios y siguiendo el ritmo de su corazón.
 Recuerda a Damián vagamente. Tiene su rostro guardado en su memoria, pero ya no puede asimilar el sonido de su voz, ni la forma de su sonrisa, ni los temas de conversación que mantenían, ni mucho menos lo que se sentía pasar el tiempo con él.
 Todo forma parte de un pasado que ahora permanece en las borrosas sombras de su memoria, como si fuera una vida lejana que no entra en su reencarnación porque es imposible conservar más de una existencia dentro de ese cascarón al que llama cuerpo.
 —Si, y con Stephan, Vladimir y Beth —informa el rubio del otro lado de la llamada, nombrando a ese grupo de personas con las que solía pasar la mayor parte de sus horas universitarias y que ahora, después de casi diez años, ya no es capaz de rememorar tanto como piensa que le gustaría. Escuchar sobre ellos le hace sentir tan raro que no encuentra las fuerzas suficientes para enderezarse y prestarle atención apropiadamente—. Con la mayoría, en realidad —admite Niall en palabras innecesarias.
 Toda esta información lo es. Harry no está necesitando escuchar cómo él ha sido el único que no ha vuelto a tener información de ninguna de esas personas.
 No necesita darse cuenta de que ha sido el único que se perdió de todo eso, que no tiene sus números telefónicos, que no guarda sus correos electrónicos, que no sabe qué han estado haciendo durante todo ese tiempo y que no tiene la más mínima idea de cómo han estado porque es imposible para él preguntar sobre ello al tener la creencia de que todo volverá hacia una persona en específico. Esa de quien, sinceramente, no quiere saber tanto como, de hecho, si lo quiere.
 Es ilógico, y frustrante, y Harry de vez en cuando preferiría ni siquiera ser amigo de Niall a pesar de que lo aprecia con todas sus fuerzas. Es básicamente la única amistad que no ha roto desde la universidad, y quien no se ha ido de su lado por pura obra del cielo y esa voluntad inquebrantable que el rubio tiene de permanecer junto a él, sin excepciones, incluso aunque existen ocasiones en las que el rizado puede pasar semanas completas sin dirigirle la palabra y regresar a él como si nada hubiera ocurrido.
 Niall actúa de la misma manera, tal vez acostumbrado a su comportamiento inevitable y extraño, quizás demasiado consciente de que, de vez en cuando, hay cosas que no puede soportar.
 No hace preguntas cuyas respuestas son difíciles de dar, tampoco hace insinuaciones demasiado profundas que lo pongan demasiado incómodo o lo obliguen a volver a resguardarse en su capullo como si eso fuera a protegerlo de una agonía que está adherida a él como una sanguijuela que no sabe cómo extirparse.
 Harry no se cierra a propósito, tampoco es como si lo disfrutara. Es solo que, hay días en los que simplemente no puede consigo mismo, ni con los recuerdos, ni con todo ese dolor que lleva dentro.
 Agradece mucho que su compañero sea capaz de comprenderlo, o que por lo menos actúe como si lo hiciera.
 —¿Desde cuándo? —continúa con su interrogatorio sin sentido, sin saber exactamente a dónde es qué quiere llegar, tomándose un segundo para preguntarse mentalmente por qué de pronto quiere saber esas cosas, por qué de repente insiste en ponerse en esa situación conociendo perfectamente que no puede cargar con más peso del que ya lleva, porque de hacerlo solo logrará desplomarse hasta tocar fondo.
 No está preparado para ello. No obstante, sus oídos se abren a la espera de la contestación de su amigo.
 —Desde siempre —admite Niall, y la suavidad que adquiere su tono de voz le hace creer que le tiene más pena de la que está dispuesto a soportar. Harry tiene ganas de que un hoyo se abra en medio de la tienda y se lo trague por completo con tal de no tener que pasar por esto—. Nunca dejamos de hacerlo.
 Harry se llena los pulmones de aire antes de finalmente incorporarse en el asiento. Su mirada se enfoca en el panecillo que ha dejado por la mitad y que ahora tiene que estar tan frío como una tarde de invierno, imposible de comer.
 La resaca no se le ha ido todavía, y las náuseas que debió sufrir la noche anterior ahora están rugiendo en sus entrañas en una especie de venganza por haberse descuidado a sí mismo hasta este momento. Piensa que tal vez debió quedarse en el departamento de aquel muchacho cuyo nombre todavía sigue sin recordar, aunque no está muy seguro de para qué.
 —¿Siguen viviendo todos en Painswick? —musita, su cabeza se cae ligeramente hacia la derecha, hasta que la parte inferior del móvil le está rozando el hombro y corre el riesgo de sufrir una tortícolis en cualquier instante.
 La mención de la localidad en la que estuvo viviendo desde su nacimiento hasta los veintiún años le deja un sabor espantoso en las papilas gustativas, así como también le produce una acidez inexplicable en el centro de la garganta que no le permite tragarse toda la amargura que se le queda en la cavidad.
 Ni siquiera odia Painswick. No tiene ningún mal recuerdo de su infancia en esa casa que sus padres eventualmente tuvieron que vender y que hace años no ha vuelto a ver, sus años en la secundaria fueron bastante agradables —lo cual es mucho decir tomando en cuenta que su camino a través de la pubertad fue espantoso— gracias a ese pequeño grupo de amigos que solía tener y que ahora no podría reconocer si se los llegara a encontrar en la calle, y su tiempo en la universidad fue lo suficientemente maravilloso como para que no tuviera la necesidad de guardarle ningún tipo de rencor a ese pequeño pedazo de tierra.
 Lo cierto es que su vida en Painswick era decente, podría decir incluso que fue inmensamente feliz estando allá, y aun así, nada pudo impedir que hiciera sus maletas y tomara ese tren a Londres que marcaría el resto de una triste existencia y que se quedaría con la mitad de su corazón en la misma puerta, junto con las ganas que le quedaban de vivir porque el resto de su alma se había perdido la noche anterior, entre unas manos cálidas que lo conocían en cuerpo y espíritu, entre unos ojos azules repletos de temor y agonía que ya no puede recordar porque le lastima demasiado el siquiera intentar hacerlo.
 Todo lo que fue alguna vez lo dejó en Painswick, en un pequeño jardín a mitad de la noche, cuando la brisa de la primavera soplaba con suavidad y no era consciente de que Harry estaba tomando decisiones que no lo beneficiarían y que, al contrario, lo único que lograrían serían estancarlo por la eternidad porque él de verdad no puede olvidar casi tanto como es incapaz de recordar.
 —Bueno —la respiración de Niall lo saca de sus cavilaciones y lo obliga a sacudir las pestañas pues su mirada se ha quedado perdida en alguna esquina de la mesa, en donde la textura ha creado un patrón admirable que él no ha podido apreciar al estar rememorando cómo una sonrisa sincera podía existir en su rostro y cómo se sentía tener el cuerpo ligero—, Beth se mudó a Glouchester y Vladimir está trabajando en Stroud desde hace cinco años, creo —cuenta sin ningún orden en particular—, y Johnny, eh ¿te acuerdas de Johnny?
 El nombre le suena, más su rostro es algo que no conserva dentro de su caja de memorias. No tiene los rasgos de nadie excepto los de una persona en particular y esos ni siquiera puede tenerlos en cuenta sin que resulte ser desgarrador para él.
 —Sí —responde en cambio, queriendo saber de todas formas, anhelando escuchar cualquier cosa que no sea su propia pena.
 —Él vive aquí en Londres como nosotros —revela, y ese es el único dato que logra que al rizado se le alcen las cejas momentáneamente. El gesto no le dura demasiado, pues Niall continúa hablando—. Los demás sí han hecho sus vidas en Painswick hasta donde tengo entendido.
 Harry asiente. Bien. No es información segura, pero puede tomarla. Puede tomarla porque es lo único que tiene de los pasados diez años y no hay nada que pueda hacer al respecto.
 No tiene la menor idea de lo que está haciendo cuando sus labios se separan.
 —Y… —deja las palabras en el aire al sentir como un nudo se le forma en el filo de la garganta. Su intención es preguntar por alguien en específico, pero su nombre no encuentra el camino entre sus cuerdas vocales— ¿y…?
 Aprieta los labios, se los humedece. Se pasa la mano por el cabello, luego por la frente. Se estruja uno de los ojos, el que menos lágrimas guarda, y no puede.
 No puede hacerlo. No puede preguntar por él porque si dice su nombre se va a romper en pedazos, como una caja de cristal en manos de un niño descuidado.
 Se vuelve frágil y de papel en ese preciso momento, rayado y liviano al merced de un viento poco piadoso que parece tener la intención de llevárselo volando hasta quién sabe dónde.
 —¿Qué? —inquiere su amigo después de unos segundos en silencio, mientras Harry ha estado buscando su coraje tan sólo para fallar miserablemente.
 —Nada —se apresura en decir, su voz siendo un hilo que cuelga de un acantilado. Carraspea, sacude las pestañas, se toma el resto de un café fríamente espantoso y chasquea la lengua antes de cambiar de tema—. Eh, ¿vas a ir a la reunión? 
 —Si no tengo nada mejor que hacer, sí —pronuncia, otra vez sonando casual, completamente ignorante al hecho de que el rizado está al borde de un colapso mental. Es mejor así—. ¿Quieres que nos vayamos juntos?
 La respuesta ideal sería no, pues Harry sinceramente no quiere nada que ver con ese reencuentro generacional. Sin embargo, los dedos de la mano que le queda libre se cierran en torno al borde de esa chaqueta estrecha y ajena, y sus párpados se cierran con tanta fuerza que cuando los vuelve a separar está viendo manchas negras.
 —Seguro —acepta con toda la imprudencia del mundo, con todo ese dolor guardado comenzando a mezclarse con la curiosidad y con un quizás que ni siquiera debería de estar considerando. Puede estar tomando otra vez la peor decisión de su vida, pero honestamente ¿Qué más puede perder? Se aclara la garganta nuevamente y golpea la esquina de la mesa con el dedo índice antes de tragar saliva y hablar—. Te voy a dejar —murmura en una despedida, conociendo el cambio en su respiración y el repentino picor en las esquinas de sus ojos—. Hablamos luego.
 —Está bien —dice Niall sin ánimos de retenerlo, a pesar de que la voz de Harry se ha ahogado en la última palabra y ha sido bastante obvio que algo le está sucediendo. Pero el rubio no pregunta sobre eso, no porque no le importe, sino porque tal vez sabe perfectamente lo incapaz que es el rizado de hablar sobre ello—. Te llamaré en la semana para que coordinemos.
 Deja escapar un sonido afirmativo con la garganta y se apresura a colgar para no exponerse al suspiro tembloroso que se le escurre de todas formas y a pesar de que ha hecho hasta lo imposible por retenerlo.
 Deja el celular sobre la mesa y se cubre el rostro con ambas manos, presionando los dedos sobre sus ojos mientras una presión agónica está destrozándole el pecho hasta causarle la impresión de que lo va a matar.
 No puede creer que su día se haya arruinado de este modo. No puede creer que alguien de su promoción haya creído que es una buena idea volver a encontrarse los unos con los otros. Pero, sobre todo, no puede creer que haya aceptado ir a esa pequeña villa en el condado de Gloucestershire.
 Si se lo dijera alguien más habría estado furioso, pero ahora mismo todo lo que puede hacer es evitar ponerse a llorar.
 No sabe cómo es que va a hacer esto.
 Harry está teniendo una semana muy difícil, una que fácilmente podría confundirse con cualquier otra de las que ha estado teniendo desde que tiene memoria si tan solo no se sintiera más triste de lo habitual.
 Es miércoles, uno terrible si se lo pregunta. La noche ha caído sin remedio hace un par de horas, como de costumbre, y su malhumor ha alcanzado niveles insoportables incluso para sí mismo. Ha estado irritado desde que salió del trabajo, o quizás desde antes considerando que su rutina laboral fue insufrible e infinita dentro de su rango de consciencia, siempre robándole toda la energía, sin falta ni misericordia, sin una pizca de esa piedad que está necesitando constantemente al cargar todos los días con esta agonía silenciosa e inexplicable que se desenvuelve sin falta en sus entrañas.
 También está cansado y hambriento, y tan melancólico que, el siquiera quitarse los zapatos en la entrada para ponerse esas sandalias que acostumbra a dejar disponibles en una esquina, resulta ser una tarea sumamente complicada de realizar.
 Lo ha hecho, de todas formas, así como también se ha arrastrado hacia su habitación para despojarse de sus prendas, meterse en el baño y olvidarse de que es un lo más parecido a un inútil —desde su perspectiva— oficinista esclavizado por una empresa de ventas que podría disfrutar si tan solo no estuviera tan predispuesto a la miseria a causa del recuerdo de una persona en particular.
 Se ha tomado su tiempo en la ducha, más del que resulta ser prudente y necesario, pero necesita hacerlo, pues ese resulta ser el único momento en todo su día en el que se permite sentir las cosas del modo más apropiado posible, sin alcohol de por medio, sin cuerpos ajenos y desconocidos a su alrededor, tocando el suyo y haciendo lo que se les venga en gana porque no podría importarle menos lo que hicieran con él.
 Sabe perfectamente que nadie va a tratarlo del mismo modo en el que alguien más lo hizo alguna vez, que ninguno de esos hombres llegará a quererlo tanto como él lo hizo, en el pasado, ese que ahora es muy lejano y que a duras penas es capaz de recordar tras haberse obligado a olvidar cosas en específico con el único propósito de sobrevivir a la soledad. No importa cuantas veces lo intente, incluso si se esfuerza todos los días, todas las noches, su corazón no se abrirá al cariño de nadie más.
 Su amor está cerrado bajo candado y no tiene la llave, se la dejó a él hace mucho tiempo, antes de que sus caminos se partieran por la mitad y nunca más se volvieran a encontrar. Es un martirio constante tener que pensar en todo eso estando debajo del grifo, pero de nuevo, es algo que simplemente no puede ignorar aún si hace todo lo que está dentro de él para lograrlo.
 Eventualmente termina su ducha, con los ojos irritados, con el cuerpo adolorido por la aventura fugaz que tuvo en la oficina con un sujeto que no le quitó los ojos de encima y que obtuvo su oportunidad durante la hora del almuerzo. No fue nada importante y lo mantuvo distraído, pero duda que se vuelva a reunir con él al no ser un aficionado de mezclar su imprudencia con su labor.
 Sale del cuarto de baño con el pelo medio húmedo y una toalla alrededor de la nuca. El letargo se va desenvolviendo por sus músculos como una serpiente arrastrándose en el suelo y no hace más que deslizarse sobre el colchón para recostarse un segundo, o dos, o tres, o todos los que sean necesarios para quitarle esa tonelada que le pesa en el alma.
 No lo consigue, por supuesto, pues lo tiene adherido en el espíritu que va mucho más dentro y es más difícil de eliminar. Gira sobre su propio estómago y alcanza los pantalones que estuvo usando el día de hoy y que dejó en el suelo con la esperanza de recogerlos en algún momento del fin de semana o, en el caso más ideal, mañana.
 Busca el móvil entre los bolsillos y finalmente se digna a revisar su correo electrónico. Encuentra mensajes relacionados a su trabajo que se promete leer en otro momento y se tortura buscando ese que ha estado pendiente en alguna parte de su cabeza desde que habló con Niall al respecto el sábado pasado.
 Lo ideal habría sido que no estuviera allí, que el correo no se encontrara en su bandeja de entrada ni en el buzón de mensajes no deseados, pues eso le haría las cosas más sencillas y le afligiría menos. Sin embargo, no sucede de ese modo, porque Harry halla el correo en el siguiente segundo y en el próximo lo está abriendo.
 El corazón le late con rapidez nostálgica y la luz artificial de la pantalla le hace daño en los ojos al haber estado todo el día detrás de un monitor de computadora, pero aun así se las arregla para leer cada palabra de ese texto digitado a todos los estudiantes de una promoción universitaria de la que no ha vuelto a saber desde su graduación.
 Es una invitación bastante casual, aunque lo suficientemente respetuosa como para que el rizado pliegue ligeramente las cejas y tenga ganas de bufar. Quien lo ha redactado ha sido Stewart, un sujeto que solía ser demasiado parlanchín y extrovertido hasta la muerte, siempre hablando con todo el mundo al mismo tiempo, siempre demasiado caótico para el gusto de todos, pero lo suficientemente agradable como para que nadie pudiera detestarlo realmente.
 A Harry le caía bien Stewart, solían salir en grupo de vez en cuanto —especialmente porque Stewart pertenecía a todos los grupos y a la vez a ninguno en específico— y se reía de vez en cuando de sus ocurrencias y alguno que otro chiste cuando no estaba ocupado perdido entre los brazos de aquel que era su amor, y era divertido, y Harry no puede recordar por qué decidió perder contacto con él, con todos en realidad.
 De todas formas, le sorprende un poco la capacidad de Stewart para escribir ese mensaje que contiene un saludo amigable y general para todos los involucrados, una propuesta de reunión bien plasmada con todo y signos de puntuación incluidos, una fecha pautada para el sábado de la semana que viene, una dirección, una hora, y, por último, una solicitud de confirmación que le ayude a saber quiénes estarán presentes y quienes no para poder coordinar con el restaurante en el que se encontrarán.
 Hay una despedida tranquila y un deseo de que todos puedan asistir plasmado al final del mensaje, y Harry no puede hacer más nada que suspirar porque eso ha sido todo. Es un correo cualquiera, uno insignificante, común y corriente, y el rizado se lo habría tomado mejor si tan solo no se hubiera puesto a revisar todas las direcciones de email que están incluidas en el área del destinatario.
 Ese ha sido su gran error, no solo porque emplea una buena cantidad de minutos leyendo nombres de personas cuyos rostros ya no guarda en el registro de su memoria, sino porque también tiene esta expectativa rugiendo en alguna parte de su pecho, incomodándolo sin sentido, molestándole hasta el punto de tener ganas de meterse la mano en la caja torácica y sacarse los órganos para dejar de sentirse así.
 No es algo que puede hacer, por supuesto, y de todos modos ya ni siquiera interesa, pues se halla con el único nombre que ha estado buscando al mismo tiempo en el que esperaba no encontrarlo. Es contraproducente y doloroso leerlo, pero está ahí, y Harry lo mira fijamente como si estuviera esperando que en cualquier segundo se fuera a desvanecer o a cambiar por cualquier otro.
 No lo hace, y quizás Harry se siente un poco nauseabundo al considerar que, si decide acudir a la reunión, terminarán encontrándose por primera vez en más de ocho años. Ni siquiera sabe cómo debería de sentirse al respecto.
 No tiene la menor idea de que es lo que debería de guardar en su interior al imaginar lo que parece ser un inevitable reencuentro, principalmente porque es incapaz de visualizar cómo serían las cosas entre ellos una vez que estén cara a cara. 
 ¿Se mirarían a los ojos o evitarían los colores en sus cuencas bajo todas las circunstancias?, se pregunta Harry mentalmente, sin apartar la vista de las letras que conforman ese nombre que se repite en su cabeza todos los días, sin falta, sin descanso.
 ¿Le dirigiría la palabra o se quedaría mudo al verlo?, continúa con sus inquisiciones de la forma más inevitable de todas.
 ¿Se sentaría a su lado para saludarlo y hacerle compañía del modo más cruel posible o se mantendría en algún otro extremo de la mesa? Allí en donde sus voces no sean escuchadas y solo puedan atestiguar gestos incómodos con las manos antes de regresar la atención a cualquiera menos a ellos. 
 ¿Pretendería que no se rompieron el uno al otro o le dedicaría el mismo gesto que le dio cuando se dijeron adiós? Harry no cree poder volver a pasar por algo como eso.
 No considera que el tiempo lo haya hecho lo suficientemente fuerte como para presenciar una vez más el quebrantamiento en esos ojos azules que aparecen en sus sueños de cada noche y que lo tienen con el alma colgando de un precipicio sin fondo.
 No podría, y lo sabe, y es por esa razón qué hay una parte de su alma que le implora que no vaya a esa reunión, que se quede en casa, que le diga a Niall que algo ha surgido en su trabajo que no le permitirá asistir o que se ha comido esta carne en mal estado que le ha destrozado las tripas y que lo obliga a permanecer en casa por al menos dos noches.
 No obstante, no puede hacer eso, pues tiene esta otra parte un poco más grande que la cobarde que le dice que debería ir y ver que ha sido de él, averiguar qué ha hecho, cómo luce, qué tanto ha cambiado y qué partes de él siguen siendo iguales a como las recuerda.
 La curiosidad parece ser más grande que el dolor que ha estado habitando dentro de él desde que tiene memoria, y para cuando parpadea y se da cuenta de sus propias acciones, Harry está respondiendo el correo electrónico de Stewart para hacerle saber que puede contar con él para esa noche y que despejara su calendario para que nada pueda evitar su presencia.
 Está a punto de entrar a la boca del lobo cual, si dedo se posa sobre la opción de envío, y lo sabe, pero no puede hacer nada al respecto, pues no tiene fuerzas ni espíritu y todo lo que conserva es este doloroso y asfixiante anhelo por saber qué fue del hombre que alguna vez lo amo casi tanto como Harry todavía lo sigue haciendo.
 Duda que tenga sentimientos por él, ni siquiera está esperando que su corazón se haya congelado con el tiempo ni que lo haya estado esperando aún después de esa fatídica noche, pero, aun así, la sola idea de volver a encontrarse y de escuchar su voz y apreciar, aunque sea de lejos ese azul incesante y significativo lo encienden lo suficiente como para que cierre los ojos, presione la pantalla de su móvil y deje que el internet se encargue de hacerle saber a todos que lo verán pronto.
 Una sensación nauseabunda se desarrolla en el filo de sus entrañas, cerca de donde agoniza, allí en la proximidad de su corazón que late desbocado y se hunde igual que sus tripas.
 Se obliga a respirar con fuerza, creyendo que eso es todo lo que necesita, mucho oxígeno y una resistencia endemoniada que no sabe de dónde podría sacar porque todo lo que le queda es debilidad y mucha, mucha aflicción.
 Se remueve en la cama, hundiéndose entre las sábanas y apretando los párpados una vez más, preguntándose por milésima vez en la vida cuando será el día en el que podrá dejarlo ir o si siquiera será capaz de hacerlo.
 La respuesta siempre es negativa y Harry parece ser masoquista al seguir haciéndola. Su teléfono vibra a su lado, pero no le apetece ver quién ha sentido la necesidad de contactarlo, de modo que simplemente se queda sumergido entre su suplicio y sus cobijas y permanece en ese lugar hasta que el hambre le pica o hasta que el cansancio se posa sobre él y lo obliga a dormir sin llegar a descansar. 
 Esa noche sueña con un reencuentro que sale espantosamente mal, y se despierta con los ojos llenos de lágrimas y la sensación de que todo ese episodio ha sido una premonición a lo que probablemente no vaya a pasar.
 Intenta convencerse de que solo ha sido un sueño, pero su mente parece aferrarse tanto a esas imágenes ficticias que su semana entera se arruina ante el recuerdo de algo que nunca sucedió. Y la pasa mal, durante los siguientes días la pasa espantosamente, tanto que tiene que recurrir a la mayor cantidad de distracciones posibles.
 Se ahoga en su trabajo en la oficina, sale tarde a bares en los que no debería frecuentar con tanta insistencia y conoce a tantos hombres con orbes preciosos que no logran hacer nada por su causa, pues siempre regresa al mismo recuerdo que lo hunde y lo hace sentir como si ya no le quedara nada.
 No repite horas nocturnas con ninguno, aun cuando inconscientemente da su número telefónico a unos cuantos, no llega a contestar ni un solo mensaje porque no es lo que necesita ni mucho menos lo que quiere, a pesar de que ni siquiera sabe qué más desea aparte de eso que claramente no puede tener.
 Llega a hablar con Niall un par de veces, algo breve que consiste en pequeños recordatorios de su encuentro en la estación para tomar ese tren que los llevará a su pueblo natal.
 Harry ha estado evitando prolongar esa conversación, pero el día llega y él está delante del espejo mirando su propio reflejo como si no se reconociera. Se ha cortado el cabello el martes, se ha quitado el vello facial el día anterior y ha elegido su ropa desde esa misma mañana al haber pedido el día libre en el trabajo con la promesa de que llegaría el lunes completamente renovado.
 Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que eso no termine sucediendo, y el rizado ni siquiera intenta aferrarse al otro cincuenta porque no cree que valga la pena. Es consciente de que todo depende de cómo salgan las cosas y no puede evitar sentirse angustiado de que todo salga específicamente mal.
 Se pasa la lengua por los labios, termina de abotonarse la camisa de satín que por alguna razón le ha parecido una buena opción —conoce el motivo, pero honestamente no va a admitirlo ni siquiera para sí mismo—, y se pasa las manos por los rizos con la esperanza de no lucir como si se hubiera tomado más tiempo del necesario en su apariencia.
 Ha tenido que maquillarse las bolsas negras que han estado tatuadas debajo de sus hombros por mucho tiempo, pero ha dejado al aire ese sinnúmero de pecas que salpican el borde de sus pómulos y que se extienden por los rincones de su cuello hasta formar constelaciones en sus hombros y el inicio de su espalda ahora cubierta.
 Respira con pesar, su móvil suena en la notificación de un nuevo mensaje de texto y lo agarra para ver a través de la pantalla como Niall le avisa que ya está saliendo de casa para ir a la estación. Entra a la conversación, le escribe que él también va a salir y no espera a que lo vea para coger su billetera, sus llaves y su tristeza para dirigirse hacia la puerta sin mirar atrás y sin dudar.
 Baja las escaleras como si tuviera grilletes con pesas en los tobillos y emprende su camino hacia la estación a pesar de que le conviene tomar un taxi para no cansarse demasiado. Prefiere caminar, sin embargo, porque así aprovecha para pensar qué cosas va a decir y qué guardará para sí mismo.
 Idea preguntas para aquellos conocidos que con el tiempo se convirtieron en desconocidos, y hasta finge el tipo de sonrisa que va a dedicarle a cada uno menos a alguien en particular. No piensa en él, pues le aterra y le hiela las entrañas, le causa un malestar sin igual y tiene que detenerse porque no puede devolverse y cancelar todos esos planes que ahora mismo lo quieren matar.
 Llega a perderse tanto en sus pensamientos que ni siquiera se da cuenta del momento en que llega a la estación, y la única razón por la que sus pies regresan a la tierra es porque escucha su nombre salir de la boca de alguien más.
 Parpadea casi con cierto aturdimiento, y enfoca la vista en el castaño que ha permanecido a su lado a través de los años y a pesar de todo, aún si en realidad ha sido en la distancia de semanas y hasta meses sin verse o saber del otro. El único. Se acerca a Niall echándole un vistazo de arriba abajo, alegrándose de su vestimenta prudentemente casual pues la idea de no adecuarse a la ocasión de cierto modo lo ha angustiado lo suficiente como para sentirse así de aliviado ahora.
 Le elogia el chaleco mentalmente y se muerde ligeramente el labio inferior tan pronto como se detiene enfrente.
 —Ey —musita una vez que sus ojos se encuentran y la sonrisa del castaño se hace presente—, hola.
 —¿Qué tal amigo? —saluda de vuelta, extendiendo la mano en su dirección y tirando de él en un abrazo tan pronto como Harry la acepta.
 Se traga un jadeo cuando siente las palmadas que Niall le regala y por nada del mundo se permite sentirse incómodo con sus acciones al saber que no puede costearse perder a alguien como él.
 Le devuelve el abrazo por el tiempo que se considera necesario y se mordisquea el labio inferior antes de mirar a su alrededor.
 —¿Solo seremos nosotros dos? —cuestiona, pues ningún rostro le parece conocido y no hay absolutamente nadie acercándose a ellos con intenciones amistosas y entusiasmadas.
 Algo dentro de Harry se sacude cuando el castaño mueve la cabeza de arriba abajo, aunque no logra determinar si es de alivio o desilusión.
 Lo cierto es que no sabe qué está esperando. 
 —Sí, le escribí a Johnny para ver si nos íbamos juntos, pero me contó que su hija se enfermó y que se quedará para cuidarla —le explica, una pequeña mueca de pena deslizándose por sus facciones antes de volver a la normalidad—. Le dije que venías, así que te manda saludos. Espera que podamos juntarnos los tres un día de esta semana, si te parece bien.
 De algún modo, todo eso resulta ser demasiada información para el rizado, quien ha alzado las cejas con cierta impresión de por medio y quien ha percibido como el corazón le da una especie de vuelco al escuchar que Johnny tiene ganas de verlo después de tanto tiempo.
 Está seguro de que ni siquiera lo recuerda y que solo ha dicho eso porque Niall a lo mejor lo ha propuesto. Quién sabe. 
 —¿Johnny tiene una hija? —elige preguntar, evitando todo lo que puede el tocar el otro tema y corresponder esos saludos que no cree necesitar. 
 Niall vuelve a asentir, calmado, acostumbrado a su triste presencia y esa aura melancólica que ha emanado de él desde que se mudó a Londres. 
 —Si, de tres años —responde, dedicándole un ademán con la cabeza para que empiecen a caminar hacia el interior de la estación—. Más o menos, sí.
 Harry lo sigue de cerca, permaneciendo a su lado y colocándose detrás solamente cuando les toca pasar por el sensor de entrada. 
 —¿Y está casado? —pregunta nuevamente, sacando su billetera para conseguir la tarjeta que registra todos sus viajes. El castaño pasa primero con la suya, y Harry cruza justo después. 
 —Sí —afirma, evitando chocar con un muchacho que aparece de la nada y que parece tener alguna especie de prisa a pesar de que los trenes no han llegado todavía. Lo mira con las cejas medio fruncidas—. ¿No lo sabías? 
 Harry aprieta los labios y se detiene en la línea de la compuerta que les toca para viajar. Sacude la cabeza sintiéndose, una vez más, como si se hubiera perdido de una vida entera. Y quizás lo ha hecho, tal vez se ha perdido cientos de vidas y esta noche será el momento perfecto para darse cuenta de que es así. 
 —No estoy seguro —termina murmurando, con la vista ahora en el suelo, con los hombros tan caídos que casi luce como si en cualquier momento se fuera a derrumbar.
 Puede sentir como su ánimo desciende a cada segundo, llevándose consigo cualquier descarga de energía que no ha tenido en primer lugar, haciéndolo sentir otra vez como que la única opción que tiene ahora mismo es el darse la vuelta y regresar.
 No quiere hacerlo, sin embargo, porque Niall ya está ahí, porque ya se encuentra con él en la estación, porque no tiene ninguna excusa para darle si de repente decide que no puede hacer esto. Y no puede, pero su consciencia y su consideración resultan ser un poco más fuertes que esa aflicción que lo abraza por detrás en todo momento.  
 —Oye —llama su amigo, inclinándose en su dirección, buscando sus ojos aun cuando Harry preferiría que no lo hiciera, pues sabe el tipo de brillo opaco que debe guardar en ellos—, ¿estás bien?
 El rizado alza la cabeza casi de inmediato y arruga las cejas como si no supiera de dónde rayos viene esa pregunta. Lo mira como si hubiera perdido la cabeza, como si la duda no entrara en contexto y hasta estuviera fuera de lugar.
 —Claro —contesta, haciendo todo lo posible por guardar una serenidad que, lejos de ser una verdad, es más una máscara que ha aprendido a utilizar con más frecuencia de la que le gustaría—, ¿por qué preguntas?
 Niall parpadea un par de veces, sin dejar de mirarlo directamente. Su capacidad para mantener el contacto visual con la gente es intimidante y Harry se ve a sí mismo en la necesidad de apartar la vista al no poder tener la misma resistencia. 
 —No te ves bien —señala en un murmullo. Se encoge de hombros como si no quisiera darle mucha importancia, aunque el modo en que su frente se pliega delata su consternación. El rizado está odiando esos segundos con todas sus fuerzas—. Sé que no es asunto mío y que no te gusta compartir ciertas cosas, pero, realmente puedes hablar conmigo si algo está sucediendo, ¿sabes?
 Harry asiente varias veces, con la vista fija en sus zapatos y un encogimiento en el corazón que le está causando mucho dolor. Es una suerte que en ese preciso instante el tren llegue, porque así tiene la oportunidad de pensar en una respuesta razonable que logre ocultar el hoyo negro que tiene en lugar de corazón.
 El estruendo del ferrocarril deteniéndose es incómodo al oído, pero pronto cesa y es reemplazado por una breve música instrumental que acompaña el anuncio de que las puertas se estarán abriendo y que todos los pasajeros deben esperar detrás de la línea sin obstruir el paso a los que vayan saliendo.
 Todo sucede muy rápido, desde la multitud escurriéndose entre ellos mismos para abandonar el vagón hasta la incomodidad del muchacho que mantiene el entrecejo fruncido mientras se las ingenia para no chocar con nadie al entrar. Ambos lo logran con éxito y se apresuran en ocupar un par de asientos corredizos que encuentran disponibles.
 —Solo estoy estresado por el trabajo —responde Harry finalmente, sosteniéndose a la barra metálica que llega al techo del tren. Niall se guarda las manos en los bolsillos de la chaqueta una vez que se acomoda a su lado—. Mis jornadas se han estado extendiendo y hay muchas cosas por hacer allá y yo solo, es estrés. No es nada.
 Una vez más, la voz femenina les comunica que las puertas se estarán cerrando y que nadie debe apoyar ninguna parte del cuerpo de ellas por motivos de seguridad.
 Harry aprieta los dedos contra la barra para evitar que su figura se incline hacia un lado por el impulso que toma el vehículo al arrancar. Niall, de alguna forma, planta los pies en el suelo para impedir esa misma inclinación. 
 —Harry… —intenta decir el castaño en un murmullo dirigido exclusivamente a él.
 Harry sacude la cabeza casi de inmediato.
 —Ser oficinista es estresante, ¿sabes? —lo interrumpe sin más, con esa declaración tan contundente que no tiene nada que ver con sus verdaderas emociones pero que pretende ocultarlas todas. No va a lidiar con esto ahora y su mejor táctica, por ahora, es evadir el asunto, como siempre—, así que me alegra que podamos salir de la rutina y juntarnos de este modo. 
 Su amigo se le queda mirando por un segundo, por dos o tres, quizás cuatro o cinco en un silencio que casi parece sepulcral pero que pronto se ve interrumpido por una suave sonrisa y un cambio de brillo en esas cuencas azuladas que no se parecen en nada a las que están tatuadas en su memoria. 
 —Sí, a mí también —corresponde con gusto, con las facciones ablandadas en una sinceridad que hace que el rizado se sienta menos tenso. Gracias al cielo, el agarrotamiento en sus músculos lo está volviendo loco, y ni hablar del malestar estomacal que permanece apretándole las entrañas—. Tengo curiosidad por saber cómo lucirá nuestro viejo grupo.
 Harry vuelve a fruncir un poco las cejas, esta vez con más confusión de por medio que otra cosa.
 —Pensé que mantenías contacto con ellos —comenta, recordando lo doloroso que fue para él enterarse de todas esas vidas que perdió, memorias que pudieron haber sido felices si tan solo hubiera hecho las cosas de un modo distinto.
 Niall asiente varias veces con una mueca dibujándose en sus labios.
 —Por teléfono y las redes sociales, sí —menciona. Alguien le choca la rodilla sin querer y se disculpa con él—, pero tengo años sin salir con alguno de ellos.
 Aunque no tanto como yo, piensa Harry automáticamente, apenado de sí mismo, con este sabor espantoso haciendo acto de presencia en su cavidad y amenazando con causarle un nuevo disgusto que no tiene ganas de explicar.
 Se queda en silencio al no saber qué contestarle al respecto y casi se alegra de que el castaño no agregue nada más sobre el tema, pues no necesita ser demasiado consciente de sí mismo y de los años que ha perdido.
 Todos parecen haber prosperado en sus existencias, mientras que él no está más que estancado en un amor que tuvo alguna vez y que se hizo trizas en una sola y miserable noche, tal vez por su culpa.
 Suspira y hace todo lo que está dentro de sus posibilidades para no deprimirse justo allí. Afortunadamente Niall inicia una nueva conversación sobre cómo han sido sus propias semanas en el trabajo, y el muchacho escucha con atención mientras el tren continúa recorriendo las vías, en dirección a ese pueblo que no pensó que volvería a visitar nunca más.
 Tampoco creyó que estaría particularmente enfermo de regresar, al menos, no excesivamente. Sin embargo, y a medida en que se acercan a la estación de Gloucestershire, sus intestinos se van apretando dolorosamente, anudándose entre sí para ocasionarle este malestar que tiene que ocultar con todo lo que tiene para no preocupar al chico que permanece a su lado y que habla con el mismo entusiasmo de siempre.
 No ha cambiado ni un poco, mientras que Harry lo ha hecho por completo, hasta no reconocerse a sí mismo, ni a sus órganos, los cuales se le quejan en voz alta en el rechazo por tener que afrontar una situación en la que su valentía no está dispuesta a hacer acto de presencia.
 Eventualmente, consiguen llegar a su destino. El tren se detiene, la misma señorita vuelve a hablar y pronto están bajándose del vagón para recorrer la estación en dirección a la salida. El aire es frío en este lado del sur a causa de las horas nocturnas, lo suficiente como para que el rizado se encoge sobre sí mismo y desee regresar pronto a su piso.
 Niall consigue un taxi para ambos con una rapidez que resulta hasta sorprendente, y durante todo el viaje en carretera hacia Painswick le va contando sobre las personas que ya se encuentran en el restaurante.
 Aparentemente Stephan ya ha llegado y ya hasta está pidiendo unos cuantos tragos con Beth al lado, y no tarda en darle una lista a Niall de la gente con la que se ha encontrado. Menciona a un tal Michael y a una tal Hayley, así como también nombra a una Heather y un Sean, y habla sobre ellos con tanta soltura que es abrumador el hecho de que Harry no pueda poner el dedo sobre ninguno de ellos.
 ¿Quiénes son?
 ¿Qué ha sido de ellos?
 ¿Lo recordarán o también habrán suprimido cualquier memoria relacionada a él con tal de sobrevivir a las melancolías del pasado?
 ¿Habrá un lugar para él en alguna de esas mesas?
 ¿Será recibido?
 ¿Será dejado de lado?
 ¿Le sonreirán con labios cerrados y no pasarán de la tediosa pregunta del qué tal?
 ¿Lo harán sentir como un forastero aun cuando ese es su lugar de nacimiento? 
 Harry tiene muchas preguntas para una sola noche, y ni una sola respuesta cuando todas permanecen dentro de su cabeza. Las palmas le sudan y mirar por la ventanilla se vuelve una tortura cuando el pasar del follaje a velocidad lo hace sentir mareado.
 Quiere pedirle al conductor que baje un poco la rapidez, pero tiene que hacerse la nota mental de que están en una carretera y que es de noche y que fácilmente podrían sufrir un accidente si va más lento de ahí. De modo que, se obliga a apretar los labios y sus propias manos y a quedarse quieto mientras Niall continúa hablando como si nada le estuviera sucediendo.
 Harry no sabe si está fingiendo ignorancia o no sabe cómo preguntarle si se encuentra bien una vez más. No tiene idea de cuándo, pero llegan al restaurante, y la única razón por la que se entera es porque el castaño comenzado a caminar se extiende incluso le toca el hombro varías veces y le notifica que ya se deben bajar. Dividen la tarifa por la mitad, y Harry se da cuenta de que de verdad no puede hacer nada de esto tan pronto como sus pies caen sobre el asfalto. 
 Alza la vista hacia la infraestructura, familiarizándose con ese estilo de construcción tan habitual en el condado que hace que todos los locales se asemejen y solo sean capaces de diferenciarse por los letreros y alguna que otra decoración exterior que lo haga destacar.
 En este lugar en particular hay muchas plantas, demasiadas, a decir verdad, en variedades que parecen extenderse incluso en el interior. Hay un carillón de viento colgando de la entrada, produciendo una melodía casi xilofónica gracias a la ternura de una brisa nocturna que se pasa de friolenta.
 El sonido pretende apaciguar las malas sensaciones que atraviesan el sistema del rizado, pero esas misma emociones son un poco más fuertes que nada y lo torturan sin piedad, asfixiándolo, descuartizándolo, convirtiéndolo en esta masa amedrentada de pura agonía y desasosiego. 
 El nerviosismo se posa sobre él como una manta en tiempos calurosos, y la ansiedad crece como un cáncer maligno que ha guardado silencio hasta devorar cada uno de sus tejidos, y sabe que no puede hacerlo.
 No puede.
 No quiere, pues tiene miedo, terror por verlo, por reencontrarse con él, con todos ellos. Le atemoriza tener que dar explicaciones, contar qué ha sido de él, reír y mentir y decir que no tiene pareja pero que su trabajo es bueno y tiene su propio piso y gana bien; escuchar como todos cuentan sobre las buenas vidas que llevan y lo encantador que ha sido el destino con todos ellos menos Harry.
 No quiere pasar por nada de eso, menos si eso significa tener que oír las anécdotas de ese hombre en específico.
 —Harry, ¿vienes? —llama Niall de pronto, quien en algún momento comenzó a caminar hacia la entrada dejándolo atrás. 
 Harry siempre se está quedando atrás.
 Con el nudo que tiene en la garganta, se le hace imposible hablar, así que opta por asentir con la cabeza y obligar a sus piernas a emprender camino.
 El bullicio de los comensales se cuela por sus tímpanos, molestándolo, irritándolo incluso más que esos bares a los que frecuenta en busca de una compañía que más que desearla, la necesita para no derrumbarse.
 Desde ya tiene la sensación de qué hay más gente de la que puede soportar, pero lo comprueba una vez que Niall le dirige la palabra a uno de los recibidores, quien les sonríe con amabilidad acostumbrada y los dirige a ambos hacia varias mesas en área abierta del restaurante.
 No podría concentrarse en el ambiente ni el estilo del local, así como tampoco podría mirar hacia las mesas repletas de personas que no tienen nada que ver con él, ni su pasado, ni mucho menos su presente, por lo menos no cuando con cada paso que da está cada vez más cerca de sus años universitarios.
 Es ahí cuando Harry los ve a todos. Un montón de caras vagamente conocidas, otras tantas completamente desconocidas, y muy pocas otras que estallan en su memoria como un torpedo dispuesto a arrasar con todo dentro de él.
 Niall llama la atención de los presentes con un saludo alto y sumamente jocoso, logrando que muchos de ellos interrumpan sus conversaciones mezcladas para girar los rostros en su dirección y devolverle la cordialidad con un entusiasmo que el rizado no comprende.
 Se queda detrás, medio contrariado, definitivamente más tímido de lo que le habría gustado, especialmente cuando Vladimir —una de las poquísimas caras que guarda en su caja de recuerdos— se pone de pie con una sonrisa y va directo a su encuentro. Se abrazan como si no se hubieran visto en años —tal vez no lo han hecho—, con palmadas en la espalda incluidas y carcajadas que no tienen sentido alguno pero que están igual de presentes que sus alegrías al reencontrarse.
 Luego aparece Beth, quien tiene el cabello negro y Harry nunca la había visto con un tono así de oscuro, rememorándola siempre rubia o del color de la miel, lo suficientemente clara como para que ahora le parezca una extraña entre una multitud de personas que nunca más volvió a ver.
 —¿Harry? —llama alguien de pronto, logrando que el hombre de ojos verdes pegue un respingo al haberse disociado y aparte la vista de cómo el castaño y la pelinegra se han fundido en un abrazo que le sacaría lágrimas a cualquiera— Harry Styles, ¿de verdad eres tú?
 Harry parpadea, encontrándose de frente con Vladimir, quien jadea tan pronto sus orbes se encuentran y quien luce tan, pero tan contento e impresionado —sobre todo— de verlo, que el rizado está a punto de vomitar.
 —¡El mismo! —exclama Niall por su lado, cayendo del cielo en el momento más adecuado porque él sinceramente no estaba encontrando las palabras en sus cuerdas vocales. 
 Tiene este nudo en la garganta que no lo está dejando respirar, y su sonrisa ahora es tan temblorosa que no sabe cómo es que todavía no se ha transformado en una mueca dolorosa que lo delate en ese mismo instante.
 —Hola, Vladimir —saluda en un murmullo una vez que se ha dicho a sí mismo que no hay marcha atrás y que no puede permitirle a nadie ese tipo de penas a sabiendas de que hay más miradas sobre él de las que le gustarían. 
 Además, este sujeto jamás le hizo daño en el pasado, si acaso, de los dos quien terminó dejándolo todo fue él, mientras que los demás solo se quedaron con la pregunta en la boca de qué sucedió para que se marchara de esa manera, para que no dijera adiós, para que cambiara su número telefónico y no se dignara, siquiera, a hacérselos saber. 
 Harry fue el que los dejó atrás y no al revés. El único que fue demasiado cruel fue él mismo y lo lleva sabiendo por tanto tiempo que le avergüenza enormemente tener que enfrentarlos tantos años después. 
 Jamás les ofreció una disculpa —e incluso ahora ni siquiera tiene una—, y aun así los tiene delante, emocionados, conmocionados de volver a verlo.
 —¡No puedo creerlo! —exclama el hombre de ojos dorados entonces, volviendo a sacar al muchacho de ese trance repleto de lamentos y arrepentimientos que bien podrían llenar un libro entero— ¡No puede ser!
 Harry pega un respingo ante su entusiasmo y de pronto, Vladimir se da a sí mismo la oportunidad de abrazarlo. Lo rodea por los hombros y la cintura con los brazos, estrechándolo contra su cuerpo antes de darle varias palmaditas que dejan al rizado tan, pero tan desconcertado que apenas es capaz de ejecutar algún movimiento.
 Sus ojos vagan por los rostros de los demás presentes, el rubor le sube a las mejillas y el bochorno llega a ser tan grande para él que tiene que apartarse por un momento. Vladimir lo deja ir, por supuesto, y su contentura no disminuye ni un poco aun cuando el semblante del oficinista no es tan generoso. Niall se acerca con disimulo.
 —Qué sorpresa que estés aquí, amigo —dice el muchacho a continuación, haciéndose a un lado para que Beth entre en el espacio murmurando un saludo bastante característico y le ofrezca una enorme sonrisa y un abrazo a Harry, quien incómodamente lo corresponde en la medida de lo posible—. Han pasado ¿cuántos años desde que no nos vemos?
 —Unos cuantos —consigue responder el rizado, el nudo en su garganta es inmenso y el abrazo que le da Damián, quien ha aparecido de la completa nada y quien ha ido primero por Niall, solo logra apretárselo mucho más—, ha sido mucho, sí.
 —¡Ha sido mucho, sí! —repite con esa enorme sonrisa que le quiere partir la cara y Harry no lo entiende.
 No lo comprende ni un poco.
 ¿Por qué está tan feliz de verlo?
 ¿Por qué todos tienen esa mirada tan nostálgica y enternecida reluciendo en sus cuencas?
 ¿Por qué todos lucen como si no lo hubieran dejado de querer ni un poco a pesar de que nunca más los volvió a ver?
 ¿Será porque recuerdan los años universitarios más que cualquier otra cosa?
 ¿Es por el pasado que vivieron?
 ¿Han sido capaces de olvidarse del presente y darle más importancia al tiempo compartido en lugar de prestarle atención a lo que sucedió después?
 ¿No le guardan la más mínima pizca de rencor por el abandono?
 El rizado tiene muchas preguntas, demasiadas, y ninguna de ellas logra ser respondida en el siguiente segundo, pues tiene a Stephan acercándose a ellos y haciendo otro nuevo escándalo en el que él y Niall son el centro de atención.
 Una nueva ola de abrazos y cuestiones referentes a su estado y lo que estaba haciendo le empiezan a llover por montones, como un chubasco inesperado que le empapa hasta el alma y lo abruma lo suficiente como para necesitar un descanso.
 Su amigo se da cuenta de ello en todo momento, de lo nervioso que se está poniendo, pues le rodea los hombros con uno de los brazos y comienza a contestar por él, haciendo bromas de aquí para allá, siendo jocoso como siempre, demasiado bueno disimulando sus conocimientos del verdadero estado emocional de un rizado que se ha forzado a sí mismo a aclararse la garantía varias veces y a contestar interrogantes como en dónde trabaja ahora y qué ha estado haciendo.
 Les cuenta con cautela sobre su empleo y su piso en Londres, y sobre cómo la comida allá es muy buena a la vez que evita mencionar el tipo de cliente frecuente que es en los bares, y su probable adicción al alcohol y al sexo, esto último siendo algo que definitivamente debe evadir a toda costa.
 Le llega a avergonzar lo alborotados que están siendo por la reunión de la banda —esas han sido las palabras de Damián, todos lo han encontrado hilarante menos Harry, por supuesto. Se ha amargado con los años, aparentemente—, especialmente cuando uno de ellos propone que continúen con la conversación en la mesa, añadiendo que les han guardado un espacio a ambos y que una nueva ronda de bebidas está por llegar.
 Harry se sienta en una de las esquinas de afuera y cree que Niall va a ocupar el asiento que queda a su lado. Sin embargo, el castaño ocupa el que está a la izquierda de Beth, dejándolo a la derecha de Vladimir y a la izquierda de absolutamente nadie. Se muerde el interior de las mejillas, pues en su mente transcurre este pensamiento de que alguien en particular podría ocupar ese mismo espacio aún sin saber cuándo.
 Ni siquiera sabe si está allí.
 A decir verdad, el recibimiento que tuvo fue tan excéntrico que no tuvo la oportunidad de ver a nadie más que a su grupo, por lo que aprovecha ese momento para hundirse el corazón y echar un vistazo por los alrededores, con el murmullo de la conversación de personas que no volvió a ver después de la graduación haciéndole cosquillas en los oídos.
 Se da cuenta entonces, de qué hay más personas en su condición, y que, de hecho, hay demasiada gente en esta parte del restaurante. Las mesas han sido juntadas para formar un enorme conjunto compartido, lo suficientemente grande como para serpentear por el terreno sin arruinar la estética del restaurante ni mucho menos obstruir el paso para los meseros que han estado yendo de un lado a otro, llevando bebidas, tomando órdenes, abriendo nuevas cuentas separadas y tratando de escuchar por encima de ese bullicios que se asemeja al zumbido de una colmena.
 Caras conocidas van y vienen. Voces que le suenan de algo colman sus tímpanos. Y son más de cinco las veces en las que hace contacto visual con alguien que le saluda con un movimiento de mano y una sonrisa que Harry solo atina a corresponder por puro acto reflejo.
 Sabe que convivió con muchas personas durante sus estudios, que sus clases le permitieron conocer un sinnúmero de individuos que seguirían saludándolo incluso cuando el semestre hubiese terminado y le tocara a cada uno continuar por un rumbo distinto. De modo que no debería sorprenderle tanto que alguien lo reconozca y le haga saber que todavía lo recuerda.
 Harry solía ser bastante amistoso en aquellos tiempos, siempre muy amable con cualquiera que le dirigiera la palabra o no. Solía saludar a todos cada vez que entraba a las aulas y tenía la costumbre de mantener pequeñas conversaciones con todo aquel que estuviera a su lado. Les fascinaba hablar y reírse y regresar al final del día con su novio para contarle qué tan aburrida o interesante había sido una clase o lo que sea.
 Harry le hablaría sobre cualquier cosa y él lo escucharía con todo el gusto del mundo, porque lo quería.
 Quería. Pasado. Ya no más. 
 Aprieta los labios reprimiendo esa mueca que quiere deslizarse por sus facciones y termina soltando un pesado suspiro una vez que sus ojos terminan de escanear el resto de la zona.
 No está.
 El hombre que ha echado de menos con cada fibra de su cuerpo y al que ha tenido volver a ver por tanto tiempo simplemente no está presente. No hay una sola esquina que no haya revisado ya, ni ningún castaño que haya pasado desapercibido por delante de él. Él sencillamente no se encuentra presente y Harry ahora tiene esta decepción abrazándolo desde atrás, rodeándolo con sus fríos brazos, ofreciéndole este vacío que le deja un nuevo hueco en el pecho que no sabe si lo matará en el siguiente segundo o al final de la noche.
 Piensa, mientras escucha como Vladimir habla sobre cómo se comprometió hace algunos meses con una muchacha sumamente encantadora, que lo mejor será someterse a la resignación y fingir que no se está desbaratando por dentro, que no pasa nada y que no importa.
 Nunca debió importar.
 Debió de dejarle de importar desde el momento en que tomó ese tren en dirección a Londres, sin despedirse, sin decir nada a nadie. 
 Sin embargo, sabe muy bien que, si le interesa, y es por esa razón que se ensombrece entre toda esa radiante emoción expulsada por la gente a su alrededor. 
 Todos brillan casi tanto como el sol, mientras que él se nubla hasta el punto de convertirse en tormenta. 
 No es una sorpresa, de todas formas. Han sido infinitas las ocasiones en las que él se ha derrumbado delante de la gente sin que nadie se dé cuenta, sobre todo en los bares. Por lo que, sabiendo mejor que nadie que la mejor manera de disimular su tristeza es pidiendo un trago y que le sigan varios, decide levantar la mano para llamar la atención de uno de los meseros.
 Lo consigue en un instante, pidiendo una cerveza de entrada en una cuenta a su nombre. Niall aprovecha la presencia del camarero, pues se suma a la bebida y a él le sigue Damián, y luego Beth, y después todos los otros menos Stephan, quien pide una soda alegando que el alcohol ya no le sienta tan bien como antes.
 Alguien pregunta al respecto, pero Harry no logra escuchar su respuesta, pues Vladimir de repente se está poniendo de pie para darle la bienvenida a alguien que Harry estaba temiendo y ansiando ver.
 Una nueva ola de alegría cae sobre el invitado. Abrazos y saludos llueven por montones, un nuevo momento eufórico de comentarios que van desde “¡cuánto tiempo, hermano!” y “¡mírate, tienes el cabello más largo!” que dejan a Harry medio desorientado y avergonzado y sintiéndose tan diminuto que ni siquiera puede sostener la mirada hacia al frente.
 Así que la baja, y se pierde de todo lo demás, y no la vuelve a levantar hasta que siente como el asiento a su lado es ocupado y el corazón se le cae en pedazos sobre las manos. 
 —Hola —saluda el hombre, con una diminuta sonrisa en las comisuras, con esos ojos tan azules que, por un momento, Harry cree haber ido de visita al cielo aún sin merecerlo.
 Son los mismos ojos que estuvo buscando en cada persona a la que se entregó y que nunca pudo encontrar, y con toda la razón del mundo. Nadie podría tener esas cuencas.
 Nadie nunca podría mirarlo de esa manera.
 ¿Por qué siquiera esperaba poder hallar algún parecido cuando ese visaje no se encuentra en ninguna otra parte del mundo? Solo allí, delante de él, justo a su lado, lo suficientemente cerca como para que el rizado esté seguro de que su memoria jamás les hizo justicia a esos ojos y que el tiempo estuvo a punto de borrarlos de su caja de recuerdos.
 Se había aferrado a ellos, sin embargo, todo el tiempo.
 —Hola —responde, aunque no tiene ni la menor idea de cómo es que sus cuerdas vocales no se han cortado a estas alturas.
 —¿Todo bien? —cuestiona, por consiguiente, su sonrisa un poco más apretada que antes, más incómoda de lo que a Harry le hubiese gustado.
 —Sí —contesta parpadeando.
 Le hace falta el aire, necesita un poco más de espacio. Pero no hay.
 —¿Y en Londres? —continúa interrogando—, ¿todo en orden por allá?
 —Eh, sí. Sí —asiente varias veces, innecesariamente.
 El nudo que alguna vez estuvo en su garganta lo único que hizo fue crecer, pasando por su faringe para dirigirse hacia su estómago y comérselo vivo.
 El dolor en sus tripas se hace presente y sabe muy bien que aquel hombre tiene la intención de decir algo más, pues sus delgados labios se separan y su pecho se hincha en su querer. No obstante, la cerveza que pidió llega junto con todas las demás, y Harry cobardemente se refugia en esos tragos que lo salvan solo durante un rato.
 Gran parte de la velada es como una mancha borrosa en su cabeza.
 Su sonrisa tensa se hizo presente en numerosas ocasiones, su cráneo se movía de arriba abajo en los momentos adecuados, cuando alguien le hacía alguna pregunta directa o pretendía escuchar lo que uno de ellos contaba entre risas y bromas que no llegó a comprender en ningún momento.
 Sus brazos permanecían pegados a su cuerpo, con las manos escondidas entre los muslos, sacando la derecha cada tanto para agarrar esas botellas de cerveza que estuvo consumiendo desde hace rato y también para degustar ese platillo de pasta en salsa blanca que en algún instante decidió ordenar tan solo para no tener que hablar.
 Nunca giró el rostro hacia él, pues sabía perfectamente que podría estar observándolo o ignorándolo, y ninguna de esas dos opciones le hacía sentir bien. Al contrario, la posibilidad de que estuviera viéndolo a la espera de cualquier interacción era igual de demoledora que la probabilidad de que estuviera pasando de él, fingiendo que la silla está vacía, que no hay absolutamente nadie a su lado y que su presencia, en conjunto a su existencia, no son más que el vestigio de una relación que ya no es.
 Harry sufre en silencio en todo momento, con el corazón vuelto loco en el pecho, saltándose latidos por montón y encogiéndose cada cinco segundos. La mención del nombre del hombre a su lado lo obliga a hacerse de oídos sordos cada tres minutos, y sus cuencas han estado al borde del llanto con tanta frecuencia, que le parece un completo logro el que el grifo no se haya abierto ya.
 En algún instante, cuando el bullicio incrementa un poco más, pues gran parte de los adultos allí presentes ya han consumido una cantidad de alcohol considerable y ahora hablan un poco más alto que hace unas horas, Harry decide que tiene que salir un momento.
 Se disculpa con un murmullo que tiene por seguro que Niall escucha, pues le regala un asentimiento con la cabeza que es más protector que cualquier otra cosa, y se pone de pie para pasar por detrás de la silla que esa persona continúa ocupando.
 Sale del restaurante a paso rápido, rebuscando en los bolsillos de su chaqueta esa cajetilla de cigarrillos que siempre lleva consigo aun cuando en ocasiones ni siquiera termina consumiéndolos.
 Como si el cielo quisiera darle alguna recompensa por esta noche, no solo encuentra la cajetilla, sino también un encendedor que jamás imaginó que podría estar allí. Sisea cuando una ráfaga de viento le quiere helar los huesos, y da la primera calada tras haber prendido la punta del pitillo.
 Exhala entre los dientes y cierra los ojos sin saber si quiere echarse a llorar ahora o le apetece reunir una tranquilidad que no posee con la esperanza de deshacerse de esos temblores que han estado atacando a su abdomen desde el primer instante.
 Tiene la opción de marcharse, de pagar en la recepción y pedir un taxi que lo lleve a la estación de trenes y tomar la línea que lo lleve directo a Londres.  Pero no puede. Anda con Niall después de todo, abandonarlo sería traicionar a la única persona que no se ha marchado de su lado, que no lo ha dejado en el olvido y que se mantiene al pendiente de él aun cuando Harry no lo necesita, o al menos, se convence cada día de que no lo hace.
 No puede marcharse. No puede escapar por más que quiera hacerlo.
 Respira en voz alta, sintiéndose atrapado en esa noche, y vuelve a darle una larga calada al cigarro antes de golpear el cilindro suavemente para deshacerse de las cenizas que sobran.
 Está a punto de inhalar una vez más cuando de pronto, el chasquido de la puerta a su espalda lo obliga a mirar hacia atrás. Los huesos se le paralizan y está seguro de que el corazón también se le detiene cuando su vista se enfoca en él, en ese azul incomparable, en ese rostro que lo ha estado persiguiendo en sueños pero que no se parece al de antes porque ha cambiado.
 Ha cambiado tanto y todo para bien, pues está mucho más guapo, mucho más llamativo. Harry no tuvo la oportunidad de observarlo bien dentro del restaurante, pero ahora es capaz de ver su rostro apropiadamente.
 Tiene una barba espléndida cubriendo su mentón y la parte inferior de sus mejillas. Su nariz está un poco más fina que antes, menos respingona y su boca sigue siendo igual de rosada que siempre.
 En las esquinas de sus ojos habitan varias líneas inofensivas provocadas por los años o por esas encantadoras marcas de expresión que solían hacerse presente cuando reía o sonreía mucho. Asimismo, tiene el pelo un poco más largo de lo que nunca se lo vio antes, pero al menos conserva ese flequillo que lo caracterizaba en ese corte de cabello que tan bien le sentaba.
 Y está guapo. Dolorosamente guapo.
 Y Harry sufre por ello, especialmente cuando el castaño se termina acercando a él con los labios apretados, hasta quedar, una vez más, a su lado. El rizado mantiene la vista sobre el asfalto. El humo del cigarro le quiere alcanzar las fosas nasales.
 —¿Desde cuándo fumas? —pregunta de pronto, antes que cualquier otra cosa, como todo un saludo que toma al hombre de ojos verdes más desprevenido de lo que le habría gustado.
 —¿Qué estás haciendo aquí? —responde en cambio, ignorando el escalofrío que le causa el sonido de su voz, atribuyéndoselo a la brisa como si su mente no fuera ya demasiado consciente.
 —También tengo el hábito —contesta con sencillez, sacando su propia cajetilla del bolsillo de su pantalón—. ¿Desde cuándo lo haces? —vuelve a preguntar.
 Harry arruga las cejas entonces, todavía con la vista clavada en la acera, en sus zapatos, en las cenizas que no dejan de caer de su cigarro. Le da una nueva calada y se encoge de hombros.
 —Qué sé yo, Louis —termina respondiendo, con la boca y la lengua cosquilleándole ante la pronunciación de un nombre que solo escuchó decir a sí mismo entre sueños.
 Ha sido un poco más tosco de lo que habría imaginado, pero intenta no culparse por ello, pues esa es la pura verdad. No tiene ni idea de cuándo fue que comenzó a fumar, ni para qué. 
 Louis asiente con cierta conformidad poco segura, y de soslayo el rizado aprecia cómo se dedica a encender su propio pitillo, colando la mano por debajo de su camisa suelta para cubrir con la tela el fuego del viento.
 Es peligroso que haga algo como eso, pero la destreza con la que se maneja deja bastante claro que es algo que ha hecho muy a menudo y que ya cuenta con la experiencia para no incendiarse en el proceso.
 Harry deja caer su cigarrillo, y lo pisa antes de guardarse las manos en los bolsillos de la chaqueta con el único propósito de esconder el temblor que se presenta en sus dedos.
 Aprieta los labios, y ya no tiene el control de su propia lengua.
 —¿Sabías que iba a estar aquí? —cuestiona de pronto, en un impulso que no sabe si se relaciona con esa ansiosa sensación que está empezando a distribuirse en una gran parte de su cuerpo o si se trata de esa necesidad por averiguar si él también ha pensado como él, sí ha querido saber de él de la misma manera en que Harry lo hizo.
 Louis parpadea varias veces.
 —Huh, ¿supongo? —responde, dándole una calada a su cigarro y dejando a Harry en una especie de limbo entre el malestar y la molestia— Te vi salir, así que…
 —No —lo interrumpe antes de que pueda terminar la oración. Lo ha malentendido y en lugar de marcharse de allí como se supone que debió haber hecho, Harry permanece en su sitio para saber la verdad—, me refiero aquí, a la reunión. ¿Sabías que iba a venir?
 Ciertamente no está demasiado seguro de cómo es que la voz no se les ha quebrado a estas alturas, pues tiene este nuevo nudo en la garganta atormentándolo y causándole la impresión de que lo va a dejar mudo por la eternidad.
 Aun así, se las está ingeniando para hablar, con el entrecejo fruncido y los ojos puestos sobre el rostro de aquel que alguna vez fue su amor.
 Louis aprieta los labios con suavidad, y hace esto de bajar la mirada hacia el suelo antes de patear levemente el asfalto sin llegar a golpear nada en realidad.
 —Ah, eso —musita y es tan bajo que si no estuvieran rodeados del silencio nocturno y el corazón de Harry no estuviera saltándose varios latidos, no lo habría escuchado en absoluto—, sí. Lo sabía.
 De algún modo, la sorpresa que escucharlo decir eso es igual de grande que el repentino rubor que le sube a las mejillas, calentando su piel, causándole este remordimiento que se lo come desde adentro y que no lo deja moverse ni un solo centímetro.
 Los huesos se le entumecen y tiene que hacer un gran esfuerzo por organizar el torbellino de pensamientos que comienza a hacerse presente.
 —¿Cómo? —interroga, aunque no debería. 
 Sabe perfectamente que debería alejarse, que lo mejor que puede hacer es darse la vuelta y marcharse, pues todo esto está siendo más difícil de lo que se pudo haber imaginado. Harry tuvo muchos escenarios en su cabeza, muchas fantasías en las que él y Louis se reencontraban después de tanto tiempo, y ninguna de ellas fue tan decepcionante como este momento. 
 Por qué está decepcionado, sin embargo, ¿acaso estaba esperando algo más de él?
 ¿Qué es lo que quería de un hombre con el que las cosas se terminaron hace más de ocho años?
 ¿Qué era lo que pretendía que iba a suceder?
 ¿Se habrá vuelto loco al pensar que Louis lo tomaría entre sus brazos desde el primer instante y le diría cuánto lo ha extrañado?
 La respuesta es sí. Claramente ha perdido la razón, pues el modo en el que el castaño lo mira no indica en absoluto que lo vaya a abrazar, mucho menos que lo haya echado de menos en absoluto.
 Si tuviera que ponerle un nombre a la expresión que habita en ese azul encantador, Harry elegiría incomodidad, pues lo conoce —o lo conocía— lo suficiente como para saber cuándo se sentía incómodo con algo o alguien.
 Lo está con él.
 Ahora lo sabe. Justo cuando Louis le echa un nuevo vistazo, Harry se entera de que no soporta estar en el mismo espacio con él y no logra determinar cómo es que eso lo está haciendo sentir.
 Su pensamiento de que debería de darse la vuelta e irse aparece una vez más, pero en lugar de hacerle caso como tendría que hacer, opta por ladear la cabeza en su dirección e insistir en esa antigua pregunta que no fue respondida.
 —¿Cómo te enteraste? —repite, esta vez entre dientes.
 El malestar que se lo estaba comiendo ahora se está transformando en una especie de fastidio que le pone la piel de gallina.
 Louis se encoge de hombros, y Harry se siente arder. 
 —Niall me comentó que vendrías con él —responde y la sencillez con la que habla antes de inhalar su cigarrillo hace que al rizado se le agriete un poco el alma.
 Así que Niall mantuvo contacto con él, pero ¿desde cuándo?
 ¿Por qué no se lo dijo? ¿Por qué no le hizo el comentario? ¿Estaba tratando de protegerlo o de hacerlo sentir peor de lo que ya lo hace?
 Y Louis, ¿por qué siquiera querría saber algo como eso? ¿Para qué? ¿Que ganaba con enterarse de su presencia en esa ridícula reunión de exalumnos a la que no debió venir en primer lugar?
 Las cejas se le arrugan automáticamente, un poco más que antes, definitivamente más que antes, y el mismo calor que inunda su rostro decide expandirse por el largo de su cuello, por su pecho, por donde su corazón late con una fuerza estupenda y terrorífica.
 Deja de soportar estar en su propio cuerpo, y allí. No soporta estar allí y en lugar de irse como se supone que tuvo que haber hecho hace unos segundos, cuando pensó en ello por segunda vez —esta es la tercera—, se queda para saber cosas que ciertamente no necesita conocer.
 —¿Le preguntaste si yo iba a venir? —cuestiona con una mueca plegando sus facciones.
 Hay un antebrazo de distancia entre ellos, por lo que es bastante fácil visualizar cómo el humo se escurre fuera de los labios de un hombre que continúa fumando como si la conversación no tuviera el pelo de cien toneladas cayendo en el hombro de ambos. O quizás solo están sobre los del rizado, lo cual tendría más sentido considerando que, aparentemente, es el único que ha estado sufriendo todos estos años. 
 Lo está detestando un poco más que hace un segundo.
 —Sí —confirma en un asentimiento, girando el rostro para verlo directamente a los ojos, chocando ese azul con el irritado verde que habita en las cuencas de un hombre que en cualquier instante se echará a llorar.
 Louis ha preguntado por él.
 ¿Se siente aliviado al respecto?
 ¿Le duele más de lo que le alegra?
 ¿Está siquiera alegre por saberlo?
 No. No lo está. La verdad es que se está muriendo, por milésima vez en una noche. Por millonésima vez en nueve años.
 —¿Por qué? —pregunta sin más, tratando de mantener ese contacto visual que le está calcinando cada esquina de las entrañas.
 Su voz está más ronca que hace unos momentos, más trémula, definitivamente inestable, y quiere echarle la culpa a todas esas cervezas que se tomó para no tener que lidiar con la consciencia de que en cualquier instante se puede echar a llorar.
 Esto está siendo un desastre, especialmente cuando el único que parece afectado por todo es Harry. No le sorprende de todas formas, él es único estancado aquí. 
 La cantidad de segundos que llegan a pasar antes de que alguno de los dos vuelva a hablar es un completo misterio para el universo.
 —Quería verte —confiesa eventualmente, después de unas cuantas caladas silenciosas, permaneciendo con la misma tranquilidad insufrible que está sacando a Harry de quicio.
 Es desolador darse cuenta de que él es el único calcinándose allí. El único que siente como todo a su alrededor de hace pedazos por segunda vez en su vida, en el mismo pueblo en donde nacieron y crecieron. 
 Louis se atreve a girar el rostro hacia el rizado una vez más y esta vez, entre sus cuencas marinas, hay cierta expresión que desconcierta al hombre de pelo achocolatado.
 Es una mezcolanza entre tristeza y pena, con una pizca de una nostalgia que nunca le había visto antes, en conjunto a una añoranza que casi parece de mentira pero que está allí. Es tan real como la dureza que se presenta en su entrecejo, como las palpitaciones de un órgano que resuena en el mutismo de la noche, como el crujido de las ramas y el cantar de cientos de grillos que no paran de intentar llenar el espacio que ahora queda entre ellos.
 Harry ha quedado perplejo en su lugar. El gesto en sus ojos y la confesión lo han tomado por sorpresa, pues es blando, casi débil, como si le conmoviera darse cuenta de sus propias palabras, como si de pronto supiera lo vulnerable que ha sonado al decir eso y no pudiera hacer nada para arreglarlo y no quisiera, ni siquiera, ocultarlo.
 Es extraño y repentino, y Harry tiene que dar un paso hacia atrás porque hace un segundo estaba jurando que Louis no lo volvería a ver con ese tipo de expresión jamás.
 Se equivocó, por supuesto. Se ha estado equivocando mucho, de eso no le cabe duda. 
 Pero ahora es diferente. Se siente distinto.
 —Ha pasado un largo tiempo desde que nos vimos, Harry —le dice en un nuevo murmullo, tan apacible que le hace daño, tan calmado y dócil que lo lastima como si de pronto le hubiera pellizcado, como si le hubiera clavado un puñal.
 Harry frunce los labios para evitar la mueca que quiere desfigurarle la cara. Le pican los ojos y tiene que estrujarse el derecho para evitar derramar las lágrimas que amenazan con salirse.
 —Nueve años —comienza a decir, sus cuerdas vocales temblando como un violín adolorido. La presión en su pecho es asfixiante y ni siquiera estar al aire libre le ayuda a que el oxígeno le llegue apropiadamente al cerebro—. Tenemos nueve años sin vernos, sin hablarnos, sin saber el uno del otro y tú… ¿de repente decides que quieres hacerlo en una reunión de exalumnos? 
 Louis menea la cabeza, con un gesto incrédulo formándose en sus facciones.
 —Bueno, no fui yo el que la planeó —puntualiza, sin comprender que el asunto va mucho más allá que quien ha sido el responsable de eso.
 No entiende que se trata más del reencuentro, de las memorias, de la vida que pudieron haber compartido y que ahora no queda en más que un miserable quizás. Un tal vez que no llega a ser probabilidad por más que Harry lo haya querido.
 —No debiste sentarte a mi lado, Louis —musita, sacudiendo la cabeza. Eso, sin embargo, no es exactamente lo que ha querido decir, pero es que tampoco sabe sobre eso pues el desorden dentro de su cerebro es inaudito y lo está mareando—. No debiste seguirme aquí.
 Por alguna razón, el castaño se muerde el labio inferior y lanza el cigarrillo consumido al suelo con más fuerza de la que es necesaria.
 —Yo sólo venía a fumar —declara en el mismo murmullo.
 Y vaya. Cielos. Si a Harry le quedaba una pieza intacta en el espíritu, lamentablemente y en ese mismo instante se acaba de quebrar por completo, dejándolo ahora con solo un cuerpo vacío, un cascarón con grietas que ni siquiera la oscuridad puede llenar. Y a él solo le queda eso, una negrura inmensa, una desolación qué pasa a ser decepción en un segundo, uno que determina la cantidad de sentimientos que se cruzan por sus entrañas y lo colman de amargura absoluta.
 —Vete al diablo —se queja entre dientes, más bien lo escupe sin pensar.
 O quizás si lo piensa. Tal vez lo ha estado pensando desde hace dos o tres años y se ha estado guardando la maldición porque en algún instante rozó la etapa del enojo y no ha salido de ella del todo. 
 La boca le sabe a vinagre, a muerto, a desolación, y el alcohol le burbujea en las entrañas a punto de causarle acidez, una indigestión insoportable que lo tiene al borde del vómito.
 Si de repente tiene que acercarse al otro lado de la calle a vaciarse las entrañas, espera morirse allí mismo.
 Louis, por otro lado, ahora lo mira como si no comprendiera cómo es capaz de decirle algo como eso. No cree que se lo merezca. Harry no cree haber merecido la soledad que le rompió el alma hace años. 
 —¿Por qué estás tan molesto conmigo? —interroga al segundo, plegando las cejas y escondiéndose las manos en los bolsillos cuando una brisa fría pretende helarle los huesos.
 El rizado respira en voz alta y menea la cabeza antes de girar el cuerpo en dirección a la calle.
 Sería sencillo tomar un taxi ahora mismo, ir a la estación y volver a Londres. No sabe por qué todavía sigue allí parado.
 —No estoy molesto —niega sin el menor de los sentidos.
 Ni siquiera tiene sentido que intente negarlo. El calor en su rostro declara su fastidio con todas las vocales de la palabra. Aun así, lo hace, pues es lo único que le queda, es lo único que tiene ahora además de toda esa tribulación infinita.
 Esta puede ser la última vez que pueda hablar con Louis, verlo, escucharlo. El cielo sabe las veces que fantaseo con este preciso instante, pero nada está saliendo como se lo había imaginado.
 —Estas molesto —repite, llano, sin escrúpulos, siendo igual de franco que antes, que siempre. Es una de las razones por las que siempre lo quiso como a nadie, su honestidad nunca le rompió el corazón. El que lo dejara sí—. No has abierto la boca en toda la noche y las pocas veces que lo has hecho, ha sido para ser un tanto grosero.
 Harry se muerde el interior de las mejillas al mismo tiempo en que se ruboriza. Más bien, hierve. Se dio cuenta de su falta de interacción en el restaurante. Notó su tensión y su evasión y ahora se lo está echando en cara. 
 —No estoy molesto —vuelve a decir, un poco más incómodo que hace un momento, bullendo desde adentro, calentándose con fiereza mientras la consciencia se lo quiere comer vivo.
 Se enfurruña en su chaqueta, en el frío de la noche, en el rumor de la calle y los susurros de su propia mente, que no deja de trotar y correr y andar con tanta velocidad que se siente mareado.
 La nariz le moquea aún sin saber por qué, y su paciencia se reduce hasta el grado en que su caja torácica se achica y le aprieta el corazón dolorosamente.
 El malestar permanece dentro de él y la idea de vomitar regresa a él como un torbellino.  
 —Harry —pronuncia, y es la forma en la que el nombre se raspa en la mención, y el modo en el que casi ronronea cada letra hace que la piedra termine de romper el vaso, que le troncha la poca tranquilidad que le quedaba en las venas, liberando toda esa rabia y ese malestar que ha estado guardando en el pecho desde que puso el primer pie en Londres y supo que todo se había terminado para ellos.
 —¡Estoy dolido! —exclama de repente. Los ojos se le llenan de lágrimas y su propia voz hace eco hacia la luna— ¡Estoy malditamente dolido, carajo!
 Y un poco ebrio, aunque eso no es algo que le apetezca añadir. No es el momento, no cuando tiene que limpiarse los párpados y evitar que el castaño tenga una vista de primer plano de lo deplorable que tiene que lucir ahora mismo.
 —Pero ¿por qué? —inquiere y su tono sigue siendo el mismo, quizás lo tinta un poco la confusión y nada más.
 Harry arruga muchísimo la cara. Le está empezando a doler la cabeza.
 —¿Por qué? —repite en la misma interrogante, más ácido que nunca, un poco tosco al no poder creerlo—, ¿me estás preguntado por qué?
 —Sí —asiente pestañeando varias veces. Su ignorancia le hace el mismo daño que el que no lo hubiera presionado a tocar el tema—. Eso hago.
 —Que por qué estoy molesto —dice con un bufido y una risa tan, pero tan amarga, que por poco no soporta escucharse a sí mismo.
 Los ojos le arden a causa de esas lágrimas que quieren escabullirse y que, de hecho, logran escapar de la prisión a la que intenta someterlas para no revelar lo vulnerable que es ahora. Lo frágil que ha estado siendo desde entonces.
 Nada de eso importa, sin embargo, no cuando se encuentra con ese color azul tan singular, tan irremplazable, tan imposible de conseguir en cuerpos distintos. Harry lo intentó, de verdad trató de hallar unos que se le asemejaran, que le hicieran justicia, y la forma en la que falló fue tan miserable que no puede evitar sentirse más molesto, más roto, más lastimado.
 Se echa el cabello hacia atrás cuando una ráfaga le despeina sin piedad y se muerde el labio inferior con un escalofrío recorriéndole la nuca pues Louis no deja de verlo fijamente. El rizado termina apartando la vista y bufando una vez más.
 —Bueno, a ver, quizás sea porque han pasado nueve malditos años en los que no he podido olvidarte —empieza a despotricar, encogiéndose de hombros, plegando la nariz, siendo tan despectivo con sus propios sentimientos que casi no parece ni él mismo. Pero es que ya ni siquiera lo es. hace tiempo que no se reconoce porque está seguro de que el pedazo de alma que tenía su vitalidad se quedó allí Gloucestershire, con Louis—, y de repente estás sentándote a mi lado en una estúpida reunión de exalumnos para hablarme como si todavía fuéramos amigos de toda la vida. ¿Qué te importa cómo estoy? ¿Qué te interesa cómo me está yendo en Londres?
 Es un poco cruel con el modo en que se expresa. No obstante, son pocas las probabilidades de que se detenga ahora, especialmente porque Louis se queda callado y Harry está aprovechando cada oportunidad que tiene para sacarse todo lo que tiene dentro, pues de ese modo piensa que va a quitarse el peso de los huesos y a encontrar una especie de cierre que lo ayude a dormir por las noches o a dejar, aunque sea, de compartir las horas de madrugada con hombres a los que nunca va a querer lo suficiente.
 Se humedece los labios con la punta de la lengua, y mira al castaño con las cuencas repletas de la misma agonía con la que se bañan las estrellas cuando solía mirarlas y les imploraba por un cambio de vida que nunca tuvo.
 —¿Quieres saber cómo me está yendo en Londres? —inquiere, ahogándose a mitad de camino con su propia saliva, con la roca que tiene atascada en la garganta, con el pesado pálpito en su pecho que se asemeja a la caída de los granos de arena dentro de un reloj. Los músculos de su rostro se tuercen en una nueva mueca de desilusión—Como la mierda, a decir verdad. ¿Y sabes por qué?, ¿sabes por qué? —repite, dando un paso hacia el frente para poder bajar la voz, para apretar la laringe y las cuerdas vocales y empezar a sollozar en ese llanto que tiene encerrado en el centro del cuello— Porque no te me sales de la cabeza, porque cada vez que intento superarte termino recordando cada momento que vivimos juntos y que no van a volver a suceder porque han pasado nueve años desde que terminamos. Nueve años.
 Con cualquier otra persona, a Harry se le habría hecho imposible soltar todo eso, dejar salir cada una de esas palabras sin sentir que se muere de la pena en el proceso. Sin embargo, y aun cuando el bochorno de hecho le tiñe el rostro de un bermellón al que se lo atribuye al helado clima de una estación tardía, no es con Niall que está hablando, ni con algún compañero de trabajo, ni mucho menos un desconocido que decidió buscarle plática en algún bar.
 Se trata de Louis.
 Aquel que solía ser su confidente, aquel con quien era sumamente sencillo abrirse las entrañas, aquel en quien confiaba con los ojos cerrados y los oídos tapados. Con él siempre fue sencillo decir todas esas cosas que en cualquier otro momento habrían sido difíciles de externar. Con él siempre fue fácil intentar ser un poco más valiente, y el hecho de que eso no haya cambiado, incluso después de tanto, está matando a Harry un poco más.
 —Y me siento como la mierda, ¿bien? —vuelve a hablar, pues el castaño continúa enmudecido, con la cabeza agachada, como si estuviera intentando buscar las palabras adecuadas para sus tímpanos o no quisiera enfrentar el desastre que es Harry ahora. El rizado es tan consciente de que el llanto le sale por montones que no puede hacer más nada que dejar el río correr y salpicarse las manos en la orilla del arroyo—, porque te he echado tanto de menos que ya ni siquiera sé qué es lo que estoy haciendo. No sé qué carajo estoy haciendo y lo odio, no tienes idea de cuánto lo odio.
 Se le gasta la voz al final de la oración y se da a sí mismo la oportunidad de llorar en silencio, de dejar que la pena le circule por las venas, que le empape los pómulos y le libere los pulmones de esa presión a la que los ha estado sometiendo al aguantar la respiración cada tanto para no terminar soltando estos hipidos que no necesita que nadie escuche, menos Louis.
 —No estás siendo justo —habla el castaño después de un rato, cuando parecía que la conversación se iba a quedar allí, cuando Harry había quedado con la impresión de que su antiguo amor iba a darse la vuelta para regresar al interior del restaurante como debió haber hecho antes de que le diera rienda suelta a su lengua. El rizado se rehúsa a arrastrar la mirada hacia él—. Tú fuiste el que terminó conmigo, Harry. Tú fuiste la razón por la que rompimos, no yo.
 —¿Y crees que no sé eso? —cuestiona en voz baja, pues el llanto que no se detiene le ha drenado las fuerzas y lo ha dejado todo encogido y diminuto y más dolido que antes. Le pesan los párpados, y no importa cuantas veces se pase las manos por la cara, continúa estando mojada—, ¿crees que se me olvidó y que no me arrepiento cada día de mi maldita vida?
 —Entonces no me culpes por lo que estuviste sintiendo —pronuncia y el modo en el que su voz se encoge le hace saber al rizado que, quizás, no es el único allí con sentimientos incontrolables que salen a flote a la luz de la luna. Le entran ganas de saber qué tipo de expresión debe estar haciendo ahora mismo, pero el asfalto y sus orbes parecen tener un trato para protegerlo—. Yo ni siquiera quería que termináramos. Quería pasar el resto de mi vida contigo y tú querías mudarte a Londres.
 Harry no necesita que lo diga de ese modo, que lo recuerde de esa manera. Él estaba ahí. Sabe cómo sucedió todo.
 —Pudiste haber ido conmigo —señala en vano, sorbiéndose la nariz, estrujándose uno de los párpados, escuchando como su corazón vuelve a romperse—. Pudiste, pudimos…
 Deja las palabras al aire cuando un quejido le atraviesa las cuerdas vocales. Aguanta la respiración para evitar el sollozo, pero el llanto no hay quien lo detenga. Hasta que no lo termine de matar no va a dejar de llorar. Harry no está seguro de si aliviarse por ello o tener miedo.
  —No, no podía, y lo sabes —toma Louis la palabra, avanzando hacia él al mismo tiempo en el que el rizado retrocede. No quiere que lo toque. Ahora mismo se siente de puro cristal y si le pone un dedo arriba se va a desmoronar y lo sabe, y espera que Louis lo sepa. El castaño, por su lado, no hace más que detenerse y chasquear la lengua, respirando antes de volver a hablar—. No podía dejar a mis hermanos solos con mi mamá estando enferma. Finn solo tenía cinco años en ese entonces y Dorian apenas estaba cumpliendo once. No podía dejarlos.
 —Y yo no podía quedarme —sentencia, condenándolos a ambos en un pasado que no tiene arreglo, que no cuenta con posibilidades de cambio, que no es más que eso: puro pasado.
 —Y no lo hiciste. No te quedaste y listo —Louis respira y suena tan cansado que Harry se pregunta cuánto tiempo estuvo con todo eso dentro. No le apetece conocer la respuesta, sin embargo—. Así fue como sucedieron las cosas.
 Le llega a doler bastante que lo que por mucho tiempo parecieron ser puntos suspensivos ahora esté a punto de convertirse en punto final. Uno inminente y sin arreglo, que lo tendrá colgando a la deriva de una página en blanco que no tiene continuación ni más desarrollo.
 Se supone que ahí es donde termina todo. Es ahí en donde cubren cualquier hendidura por la que la esperanza pueda colarse. Lo sabe, y es por eso mismo que llora un poco más y en silencio, pensando en que si esta es la última vez que se volverán a ver, entonces no debería de guardarse nada más.
 Está cansado de marchitarse y aunque sabe que después de este día ya no va a florecer, por lo menos espera poder quedarse sin raíces manteniendo la conciencia limpia.
 —Yo nunca quise terminar contigo —confiesa en un susurro al cabo de unos segundos, tras limpiarse la punta de la nariz y el borde del ojo izquierdo. Le tiemblan las manos, quizás por la agonía o el frío que no ha hecho más que entumecerlo y encogerlo en su lugar—, te quería… Te quiero más que a nadie en este mundo y yo no, todo lo que quería era estar contigo, no tener que pasarme la vida intentando superarte. 
 Una luciérnaga pasa justo delante de ellos y Harry la sigue con la mirada nublada, hasta terminar girando el cuello hacia un Louis que en algún momento desconocido ha comenzado a derramar unas cuantas lágrimas que ahora se seca mientras traga saliva y carraspea.
 —Yo tampoco quería algo como eso —dice en un susurro idéntico al del rizado. A Harry se le caen los párpados, y con ellos, dos gotas enormes que se pierden en la noche—. Yo también quería estar contigo, Harry.
 Antes que cualquier otra cosa, el muchacho de pelo rizado hace todo lo posible por encontrar consuelo en esas palabras, por buscar todo tipo de aliento que lo ayude a reparar alguna que otra grieta en su pisoteado corazón.
 No encuentra mucho, al menos no el suficiente para arreglarlo todo. Sin embargo, cree que puede sobrevivir un poco más sabiendo que Louis tenía los mismos deseos de estar juntos y que, al final de cuentas, no lo detesta tanto como imaginó que lo haría.
 Le sigue pesando el alma, pero ya no será necesario arrastrar los pies como lo estuvo haciendo todo ese tiempo.
 —De acuerdo —musita en un asentimiento tras un silencio profundo en el que los grillos se han deleitado en su propio cántico. Se humedece los labios y le echa un último vistazo—. Volveré dentro.
 Esa es la despedida. Se supone que ahí es cuando se termina todo una vez más y Harry regresa a su mal vivir con algo más que solo resignación e incertidumbre.
 No obstante, una vez que da la vuelta y empieza a andar en dirección hacia la puerta, una mano sujeta su muñeca de repente.
 —Espera —detiene el castaño, sosteniéndolo con una firmeza que no le hace daño pero que sí lo invita a sacar la mano del bolsillo de su chaqueta. Harry lo mira con las cejas fruncidas y la nariz enrojecida—, ¿te regresas a Londres esta noche?
 El rizado parpadea dos veces. Le está doliendo la cabeza.
 —No lo sé —responde en voz baja, con un escalofrío naciendo en donde Louis lo sostiene, en donde el castaño desliza la mano para encontrar su palma como si nada—. Tendría que, que preguntarle a Niall.
 De alguna manera, ambos han bajado la vista a la nueva unión de sus dedos. Dígitos que quieren entrelazarse, pero no pueden.
 Es tan extraño volver a sentir la calidez de su tacto que Harry está a punto de zafarse. Sin embargo, no se mueve un solo centímetro, no mientras Louis respira y lo mira al verde asfixiado que permanece en sus cuencas.
 —Quédate —pide de pronto, de la nada, tomando al muchacho por sorpresa.
 —¿Qué? —inquiere, naturalmente confundido.
 El giro que toman las circunstancias es desconcertante y no está seguro de si debería creérselo o despertar de este absurdo sueño de una vez por todas.
 Louis suspira en voz alta.
 —Quédate durante el fin de semana —solicita en una nueva respiración. Sus facciones se pliegan en consternación, como si le preocupara estar preguntando por demasiado. Harry conoce esa expresión. Su amor no ha cambiado mucho después de todo—. Vamos a, a ponernos al día, ¿sí? —sigue diciendo—. Yo, a mí realmente me gustaría escuchar que has estado haciendo y cómo has estado, de verdad.
 Harry sabe que el castaño no tiene muchas razones para engañarlo con esa invitación, que sus intenciones no guardan segundas ni terceras y que, a juzgar por la forma en la que ahora el azul en sus cuencas reluce en lo que podría ser un ruego mudo, él genuinamente desea saber de él y de los años en los que no se volvieron a ver.
 Podría decirle que no, que no le apetece por motivos un tanto obvios —no sería capaz de confesar cuántos amoríos ha tenido en busca de su reemplazo— y que lo mejor es que se regrese a casa y dejen las cosas como están. Sin embargo, sería tan ilógico de su parte, tan estúpido sabiendo que él también quiere saber sobre él, escucharlo, tal vez abrazarlo, volver a sentir la calidez de su cuerpo y pensar, por un momento, que nunca se fue de allí.
 No quiere volver a perderse de Louis nunca más, y si está es la oportunidad del cielo para conseguir que sean, por lo menos, alguna especie de amigos o conocidos que mantienen contacto, entonces eso será suficiente para seguir viviendo.
 Para dar un paso al frente cada día de lo que ha sido una solitaria vida.
 —Hablaré con Niall —dice entonces, una especie de promesa avalada por el contacto en sus ojos, en la mezcla del verde marchito y el azul marino.
 La manera en la que se miran no ha cambiado en nada, pero eso es algo que ninguno de los dos logra notar.
 Louis asiente conforme con su respuesta y le aprieta suavemente la mano antes de dejarlo ir una vez más.
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ao3feed-larry · 1 year
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Babe [español]
by daylightlw
Harry voló por horas para ver darle una sorpresa a Luis, pero no espero ver cómo su novio dejo que sus fans rompan su tan top, provocando que se ponga celoso. Él había dejado limites al ojiazul, pero al parecer no fueron escuchados, así que tiene que recordarle al cantante quien es el único que puede tocarlo, verlo y besarlo.
Words: 2816, Chapters: 1/1, Language: Español
Fandoms: One Direction (Band)
Rating: Not Rated
Warnings: Creator Chose Not To Use Archive Warnings
Categories: M/M
Characters: Louis Tomlinson, Harry Styles
Relationships: Harry Styles/Louis Tomlinson
Additional Tags: Louis Tomlinson Loves Harry Styles, Top Louis Tomlinson, Bottom Harry Styles, Smut, Harry Styles Calls Louis Tomlinson Pet Names, Dom Harry Styles, Sub Louis Tomlinson, Power Bottom Harry Styles, Louis Tomlinson Wears a Tank Top, Jealous Harry Styles, Anal Sex, Rimming, Oral Sex, DILF Louis Tomlinson, Sassy Harry Styles, idk - Freeform
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ilovekyman · 5 months
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Shelly Marsh Fanfictions
Shelly doesn't get enough love so here is a list of all the fanfictions I could find with her as a major character. Additions appreciated and tell me if I got anything wrong
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List under cut vvv
English fics
Cold Never Bothered Him Anyway - Shelly vs Stan
Never Forget Your Skates, Kids - Shelly x Kevin smut
Crickets - Shelly and Stan angst
runaway - Shelly x Kevin (ao3 users only)
Wherever She Goes, Destruction Follows - Shelly x Kevin
hey there shell-lilah - Shelly x Kip Drordy (from "You Have 0 Friends")
God, I Hate This Fandom! - Crack ic meta rant
Two Misfits Fit Together - Shelly x Kevin
Familiar Issues - Shelly x Trent Boyett (from "Preschool")
Why Stan Doesn't Like Veggies - Stan angst w/ oblivious Shelly
Slice of Marsh Life - Marsh family fluff (Shelly is absent for chapter 1)
Wanderlust - Drabble in chapters 1 and 2
Dissonance - Drabble in chapter 5
You're okay...You're Alright - Shelly and Stan hurt/comfort
Everything Is Nothing - Post-Covid angst
ignite me - PC angst
Sprout - Shelly and Sharon fluff
Tragedy at Tegrity - PC angst
Diving, Dying - Shelly and Stan hurt/comfort
We Are Fully Family - Marsh family fluff
Love Like No One's Watching - Shelly x Kevin
The Golden Child - Shelly and Stan angst
Shut Up, Turd! - Oneshot collection
Heat, Soda, and Porno Mags - Shelly and Stan fluff
I look just like him - Shelly and Stan fluff
WHAT WHAT WHAT - Style, but Shelly is a major character
Kevin McCormick's Shitty Life - Shelly x Kevin
Happier Than Anyone Else - Shelly x Kevin (part 2 to prev)
Secrets - Gerandy, but Shelly is a major character
easier to cry - Shelly and Stan hurt/comfort
The word tragic means a lot to me - Marsh family hurt/comfort
The Shelly Enigma - Marsh family angst
Someone Has Your Back - Style, but Shelly is a major character
It's All Because of a Robber - Crack
And He Loves Me, Wherever I am - Shelly x Kevin angst
Orbiting Jupiter - Shelly and Stan angst
Omori Park - Omori AU
Shelly Marshes story - Brief overview
Circus Fun - Shelly x Kevin
Echos of Absence: Shelly Marsh’s Solace Admist Loss - Marsh family angst
indelicate, get over it - Dead dove, read tags
Nintendo 64 - Shelly and Stan angst
Now That You're Here - Shelly and Trans Stan fluff (?)
Kevin x Shelley fanfic :)))) - Shelly x Kevin
Kevin x Shelley fanfic: THE SEQUALLLLLLL :)))))) - Shelly x Kevin (part 2 to prev)
Intrusive thoughts - Dead dove, read tags
Dinner Bell - Dead dove but with happy ending
Fire burns brighter at the end of the tunnel - PC Angst
Shelly's Great Day - Crack fixit
Forgotten No More: The Rise of Shelly Marsh - Fixit
My Favorite Turd - Shelly x Kevin discontinued
ˢᴴᴱᴸᴸᵞ'ˢ ᴹᴮˢ - RP Prompts
Older Sister - Shelly and Stan fluff w/ some dead dove
Kevin, Shelly Drink Beer - Shelly x Kevin crack
Kevin Gets Braces - Shelly x Kevin fluff
Broadway Bro Down - The Aftermath - Shelly x Larry crangst
Broadway Bro Down: A Diffrent Ending - Shelly x Kevin crack smut
Revenge On Shelly Marsh - Crack
Kevin McCormick Vs The World - Scott Pilgrim AU
Double Date - Shelly x Kevin w/ Kenny x OC smut
Shelly Marsh VS Kevin Mccormick - Tweek vs Craig but with Shelly and Kevin
Love or Infatuation? - Shelly x Trent Boyett (from "Preschool")
Kyle Broflovski and Shelley Marsh: Together? - Shelly x Kyle
With Stan as a Little Brother - Shelly and Stan
Dirtbag - Involves Shelly love triangle
A Serious Case of Cooties - Style, but Shelly is a major character
How They Communicate - Shelly and Stan fluff
Back To The Old House - Shelly and Stan fluff
Dark blue skirt - Shelly and Stan fluff
Butterface - Shelly x Kevin
Everything's Gonna Be Alright - Shelly giving birth
Stupid Boy - Shelly x Kevin
A-Alien! - Shelly and Sharon angst
Other Languages
kevlly - Shelly x Kevin español
В тебе я сомневаться не хочу - Shelly x Kevin Русский
【马什姐弟】再见永无岛 - Shelly and Stan fluff 中文-普通话 國語
Atrevido - Paloma muerta español
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lyxthen · 6 months
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Tengo una idea para un fic de narumitsu, la cosa es que solo puedo escribirlo en español porque no tengo idea si esta es una tradición qué exista en los países angloparlantes. Mi idea es que Miles y Phoenix se casaron en un convivio de la escuela (de esos que se organizan para el día del niño o del día del amor y la amistad) (no me había puesto a pensar, pero es una tradición rara) intercambiando anillos de limpiapipas y todo y firmando el documento ese que te dan. Yo me acuerdo que me casé con mi crush de la primaria en uno de esos y es un recuerdo que me da mucha nostalgia, aunque también de tremendo cringe. Lo más gracioso es que se mudó a otro país cuando teníamos once años y a veces me pregunto cómo le va, casi me dan ganas de ir a preguntarle a su mamá porque trabajé con ella en un cortometraje y todavía tengo su contacto (nada que ver con la premisa, pero es una anécdota graciosa).
El chiste es que en algún momento en el presente los weones salen al bar a tomar juntos y Larry dice algo así de que "Edgey no puedes coquetear con nadie está noche no te acuerdas que estás casado con Nick?" y Edgeworth está de que "THAT CONTRACT WAS NOT LEGALLY BINDING LARRY WE WERE NINE"
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(<- El contrato en cuestión, de verdad no sé si tengan esto en otros países, pero por lo menos en mi hermoso país natal es de lo más normal)
Pero el plot twist es que Phoenix todavía tiene el MALDITO CONTRATO así que técnicamente, de acuerdo a las cortes del convivio de la escuela primaria número 23 (o como se llame) Phoenix (Fénix?) Wright y Miles Edgeworth están casados, y llevan casados desde los nueve años.
(Also just the fact that I am a thousand times more eloquent in Spanish than I am in English but I digress)
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happieasa · 1 year
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RECOMIENDAME UNA FIC EN ESPAÑOL PORFIS🫶🏻
Espero que no te molesten que sean de AO3, si no sabes usarla avísame 🫶🏽
(Todos los fics que yo recomiendo terminan en final feliz)
something along the lines of ‘an office love story at christmas’ | 45K
Este es un poco hot, pero Harry esta bien menso y me encanta, es un enemies to lovers con un medio twist, amamos
Ace Of Spades | 80k
Larry piratas! Hay una escena un poco fuerte pero no pasa nada malo (chequen bien las tags) en pocas palabras Harry se termina cola do al barco de Louis y viven felices por siempre 🤪
To Be Loved By Another | 25K
Harry intenta averiguar cuál es el lenguaje del amor de Louis y este está bien menso
Este es súper cute, aquí amamos el fluff y el romance, no soy fan de que haya tantos personajes de la vida real (Gigi, olí, Leigh-Ann) pero aquí no son tan importantes así que no pasa nada
That's How I Know | 20k
AMO este fic, fluff, fluff, fluff y un poco de enemies to lovers, me dio mucha risa lo del el loro
Si quieres más dime!
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mmalugirl · 2 years
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reading larry fics in spanish is giving me more pleasure that reading fanfiction in english. the español is a lovely language
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onlyforthekings · 3 years
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Hola, Top 3 fics larry?
Holaaaaaa Anon, hoy tuve un día horrible y nada me pone mejor que hablar de fics, así que gracias por el Ask!  Soy muy indecisa para escoger solo 3, así que te daré 6, 3 originales en inglés y 3 originales en español, y si puedo unas menciones honorificas. 
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(no están en orden)
1.- Housemates por femitana
Sumario: Cuando compartes piso con el novio de tu mejor amigo, las prohibiciones son muchas, pero Harry llegó a la vida de Louis de la manera más caótica posible, y ambos conectaron como si se hubieran encontrado a sí mismo reflejado en el otro.
Conecté con esta fic como nunca, ya que yo pasé por una situación muy parecida a la de Harry hace unos años, y siento que la autora describe como funciona una relación tóxica perfectamente. Mas que nada por eso me gustó demasiado, no es el tipo de fics que leo, pero es muy bonita. 
2.- Passionfruit por mariafeanvi
Sumario: “Cariño, si tanto te gusta dar por detrás, quizás deberías probarlo con un hombre. Al menos así disfrutáis los dos”
Ya había hablado de ella en mi blog, la primicia del fic me parece muy divertida, al inicio no se llevan bien y me encanta ver como ese tipo de relaciones crecen, Harry es florista y Louis es tatuador, me encanta como Louis va aceptando su sexualidad, y las pocas participaciones de Liam y Niall me encantan jajajaj 
3.- Asistente por jesigarciacalvario
Sumario: Louis es el Secretario General que se encarga de fastidiar a Harry desde su primer día laboral. Harry, criado por betas, esta convencido de que no necesita de un alfa en su vida y tiene un solo objetivo: vivir de la pintura.
Es muuuy cliché, es enemies to lovers, Louis es un bien castroso, Harry es muy omega y la leí hace mil años, pero tiene algo que me gusta mucho, y es que amo los personajes insoportables como Louis JAJAJAJ perdón y tengo una debilidad por el amor no correspondido y cuando estan tan idiotas y pierden el tiempo en tonterías. 
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(no están en orden)
1.- Walk That Mile por purpledaisy (ESPAÑOL)
Sumario: Un AU de la Ruta 66 donde enamorarse nunca fue parte del plan.
¿Es necesario decir por que es mi favorita? Tiene todo, humor, aventura, enemies to lovers, angst, final feliz. No creo que necesite explicación, todo el mundo la ha leído y si no lo has hecho HAZLO YA 
2.- For As Long As I Can Remember (Its Been December) por green_feelings (ESPAÑOL)
Sumario: Después de recuperarse de un grave accidente que hace que Harry pierda la memoria hace tres años, se muda a Londres para comenzar su nueva vida como chef estrella. Poco sabe que cuando se enamora de Louis a primera vista, no es la primera vez que se encuentran.
No es lo que acostumbro leer, pero la relación entre Louis y Harry es tan pura y bonita, todo en ellos es soft, es medio angst, si lloras pero no tanto como para no animarte a leerla. Es simplemente muy cute, ver como se enamoran otra vez. 
3.- Dreaming of You por Velvetoscar (ESPAÑOL)
Sumario: El mundo es invierno y leche al vapor y cremosos tragos de expreso. El mundo es una fila sin fin. El mundo es un logotipo de Starbucks y una sonrisa de mejillas rosadas de Niall y un ceño fruncido de aburrimiento de Zayn y el mundo es Louis viendo a su mejor amigo, Liam, enamorarse de su nuevo cliente, Harry. Quién puede o no estar enamorado de Louis. El mundo es cruel.
De nuevo, AMO las fics en las que uno esta enamorado/atraído por el otro y no se dan cuenta, amo cuando pierden el tiempo, amo cuando los personajes conectan tan bien y se llevan bien y tienen como sus bromas internas y este fic tiene todo eso. Amo el personaje de Harry, y como coquetea siempre con Louis, es lo mejor del mundo. 
Menciones honoríficas
El ruido de tus zapatos por sunflowerALC
Sumario: Louis es un exitoso abogado penal, casado con dos hermosos hijos ¿Qué hace con un insaciable amante de 19 años? "Cuando se cierran las puertas del amor cotidiano todos necesitamos una salida de emergencia"
Bonito (para ti) por liliumpumilum
Sumario: Louis tiene un secreto y Harry cree que se ve bonito en él.
Sleeping on our problems por falsegoodnight
Sumario: Or Louis sleeps with Harry and they have more than just catching feelings to worry about.
Collision por itjustkindahappened (ESPAÑOL)
Sumario: Au de mitología/cuentos de hadas en el que Louis es una delicada hada con temperamento que quiere ser intimidante y Harry lastima a las personas.
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larrieandmcdanno · 5 years
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No se que contratar, cable o netflix.
Tipo que en el cable esta pasando los últimos capítulos de Hawaii 5-0. Pero en netflix estan una par de series que una amiga me recomendó.
Dioses, no se cual.
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vanteshibui · 6 years
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Puedes llorar, puedes gritar, puedes arrodillarte pidiendo por piedad, sin embargo el mundo no te oirá, todo seguirá igual. Depende de ti cambiar las cosas, solo de ti.
Our star
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cwrotes · 2 years
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The holy battalion of thebes; larry au
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pairing: louis tomlinson x harry styles
language: spanish/español
genre: romance au, open ending
word count: 8,996
tags/warnings: a bit of angst, writer au, secret relationships, emotional harry styles, omegaverse, louis alpha/harry omega, they missed each other, feelings realization, writer louis tomlinson, critic writer harry styles, harry crying over louis, alternative universe
Summary: Finales del siglo XVIII. Donde Harry es un crítico romántico que está profundamente enamorado de Louis, el poeta más famoso de todo Londres. Y la única forma que tienen de expresarle al mundo lo que sienten, es por medio de obras literarias. 
(Con crítico romántico me refiero a crítico en la época del romanticismo, justamente a finales del siglo XVIII.) 
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               commissions | ko-fi  | wattpad | ao3
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 El sol se oculta en alguna esquina del horizonte, los rastros de su presencia quedando regados por un cielo bañado en tintes rosáceos, violetas y diminutas pizcas anaranjadas que se pierden con los únicos destellos de claridad que le darán paso a la noche y su reina. 
 Harry se rasca la esquina del cuello distraidamente, en donde el collar no lo cubre demasiado pero tampoco le deja llegar al lugar en donde se encuentra su mordida oculta con recelo secreto para nadie que no se encuentre dentro de esas cuatro paredes. El rumor del ventilador a su lado hace eco dentro del estudio, las paredes son sigilosas y consideradas al brindarle ese silencio que lo ayuda a concentrarse, siempre intactas y discretas, cargadas de reconocimientos de su juventud temprana y los recuerdos de sus mejores reseñas que ahora incluso se leen un tanto absurdas. 
 El sofá mullido en ese marrón desgastado se hunde cada vez más bajo el peso de su cuerpo en todas las ocasiones en las que se remueve en la búsqueda de su constante comodidad, y sus ojos tan verdes como un par de faroles esmeralda de una escena surrealista se pasean por la superficie repleta de letras que aún le quedan por conocer.
 Hace rato que la mano se le ha acalambrado en esa posición, pero esa no ha sido razón suficiente para que detenga su lectura, en realidad, no cree que pueda existir un solo motivo que lo separe de aquel texto tanto como debería, cada vez más obsesionado con los párrafos nuevos que conoce a paso de minutos, absorbiendo las quejas de oraciones en las que encuentra pequeños fragmentos de sí mismo, disimuladamente, asombrosamente, como pequeñas piezas de un rompecabezas que todo el mundo tiene y que aun así, él es el único capaz de resolver la imagen final. 
 Una sonrisa tira de sus comisuras ante la graciosa e irónica forma que tiene el personaje del cuento para lamentarse por su amor, y se vuelve a rascar donde justo lo había hecho antes tan solo para obtener el mismo resultado. Le pica la mordida en desesperación, en esa ansiedad casi irracional de tener cerca al alfa que se la ha otorgado y que le ha dejado ese mismo collar para que la cubra durante su lejanía. 
 A veces le asfixia el llevarlo puesto, el cuero en ocasiones es pesado como nada y le aprieta los hilos de la garganta como si quisiera estrangularlo, y podría deshacerse de él dentro de la casa, tiene la posibilidad de quitárselo mientras se encuentre en el refugio de su hogar si lo quisiera, pero ahí está el asunto, no quiere hacerlo, porque en el único momento en que se brinda esa libertad es cuando él está allí.
 No podría contar los días de su ida ni siquiera, aunque lo intentara, pero lo que sí puede hacer es contar la cantidad de páginas que ya lleva del libro, y cuántas le faltan. Se encuentra por la mitad de la tercera historia, ha sido la más larga de las dos anteriores y de todas las que ha podido leer del poeta si se pone a generalizar, y hasta ahora ha estado bastante bien, igual de encantador, hipnotizante como siempre, misterioso para todo aquel que no se dé cuenta de quién es qué habla el famoso escritor de Londres que ha estado en la boca de cientos y miles durante los últimos tiempos.
 En la suya ha estado más que millones, una y otra vez, por momentos cortos, por instantes breves que pueden dividirse en cada una de las emociones que ha logrado sentir por él y sus magníficos escritos. 
 Nadie podría saberlo, sin embargo, primero porque solo se las confiesa al viento y él se las lleva consigo al horizonte, y segundo porque delante de todo el mundo, no son más que un par de amigos cercanos que se ven de vez en cuando y que no tiene nada que ocultar más allá de esa singular amistad. Cualquiera que los mire de cerca se daría cuenta, porque todo está en los pequeños detalles y el escritor siempre lo ha dicho, vestigios de pormenores casi insignificantes como el aroma, o sus miradas, o ese minucioso contacto físico que se reduce a segundos fugaces cada vez que consiguen estar en la misma habitación que otros. 
 Pasan desapercibidos ante ojos que no quieren sencillamente ver, y ninguno de los dos tiene un problema con ello, en lo absoluto y sin necesitar gritarlo a todo pulmón porque con que ellos lo sepan es más que suficiente.
 Un suave suspiro escapa de sus labios antes de poder darse cuenta de que está exhausto, tiene la vista cansada a pesar de estar llevando sus lentes de lectura, y su boca está tan seca que esa es la señal que necesita para apartarse de la obra, marcar la página en la que se ha quedado con ese trozo de manualidad que su sobrina le regaló un día que lo fue a visitar y se pone de pie con un pequeño gruñido que no llega a ninguna parte más que a sus oídos. 
 La noche finalmente ha caído, fría en medio de ese otoño londinense cuya llovizna se hace cada vez más presente, la fragancia a tierra mojada se le cuela por las fosas nasales a pesar de tener las ventanas cerradas y su mente inconscientemente trata de comparar ese olor con el del alfa que no se encuentra. Prefiere el segundo por encima de cualquier otra cosa, completamente decidido de que no existe nada mejor que ese perfume natural de hierbabuena y té hirviendo que tanto está echando de menos ahora. 
 Tiene que apartar esos pensamientos con un movimiento de mano, deja la obra sobre su escritorio desordenado y repleto de papeles rayados y bolígrafos sin destino, y sale de su oficina hogareña para pasearse por el pasillo y llegar a la cocina.
 Su ritual de descanso es bastante sencillo, toma agua del grifo sin preocuparse qué tan helada pueda estar o no, se queda mirando por la ventana como las ramas del enorme árbol que tiene en el jardín le chocan el cristal con cada empujón retozado de la brisa y repite en su mente todas y cada una de las historias que ha logrado leer hoy. 
 Las de Louis son las que más resuenan en su mente, con sus relatos cortos de un omega con mucho miedo a ser mordido por la muerte tan solo para entregarse a ella eventualmente, otro sobre un omega con el corazón tan roto que ha sido comparado con el gran cañón de estados unidos y otro acerca de un omega que cuya alma gemela está guardada en alguna parte del mundo y no se sabe si alguna vez llega a encontrarla. 
 Es un poco curioso como el poeta siempre está contando sus historias desde la perspectiva de una casta a la que no pertenece, pero es aún más inquietante cómo cada uno de esos personajes tienen una parte de Harry en ellos. A veces es absurdo —Harry ha llegado a regañarlo disimuladamente en una de esas críticas que le ha redactado a pura consciencia y en nombre de su talento, guardando de vez en cuando sonrojos que solo el escritor comprendería e imperceptibles agradecimientos formados por caligrafías que varían en esos mensajes secretos que comparten fervientemente—, en otras ocasiones le resulta un tanto exasperante ver cómo lo rompe en miles de pedazos tan solo para pegarlos en personas completamente nuevas, pero al final de cuentas sólo puede resignarse y tal vez regodearse un poco en el conocimiento de que, aun si su cuerpo se marchita con la fuerza del tiempo, él vivirá eternamente en todos y cada uno de esos relatos. 
 Ese es su regalo de amor, lo ha sabido por un tiempo ya.
 Enjuaga la orilla del vaso para dejarlo sobre la mesada, se enrosca el dedo en la esquina del collar para tirar de él sin muchos efectos, y se pregunta qué debería de preparar para cenar antes de que se le haga muy tarde y no encuentre el camino de regreso a la cocina. Sin embargo, ni siquiera tiene tanta hambre, el agua le ha llenado las tripas y hace una hora o menos estaba comiéndose unas galletas de chocolate que no le pertenecen pero que de todas formas tiene el derecho de probar. 
 Se retira de esa sección de la casa sin nada más que hacer allí, va directo hacia su recamara con toda la intención de tomar una ducha y busca sus artículos de higiene para lograr su cometido. No tarda mucho, la lluvia artificial no lo hace sentir tan solo, el shampoo de su alfa le brinda una grata sensación de compañía que lo ayuda a sobrevivir a su lavado personal y en un santiamén esta con la cintura cubierta por una toalla y pequeñas gotas transparente salpicando sus hombros desnudos.
 Sale del baño, se desplaza por la habitación con la espalda encogida por la inevitable gelidez en el ambiente y busca su ropa de noche y la interior en esos cajones compartidos que están medio vacíos solo porque por el momento contienen solo sus prendas y alguna que otra ajena. Se viste en silencio y con un estiramiento en el cuello, se truena los nudillos y con pasos lánguidos y casi cansados por el letargo de un largo día y una noche reciente, vuelve hacia su despacho. 
 Ha dejado la luz encendida, así que la oscuridad no tiene la oportunidad de recibirlo por la espalda en un abrazo que no necesita. El libro de Louis sigue estando sobre la madera del escritorio justo como lo ha dejado, y las ganas de estar con él lo atacan como un animal hambriento que finalmente ha afincado los dientes en una presa que ha estado vigilando por horas y que sólo ahora ha encontrado el momento perfecto. 
 No es la primera vez que se siente de este modo, ya conoce de cerca lo desolador que puede ser el silencio constante, y lo espantosamente incómoda que puede llegar a ser esa aflicción que se le queda en el pecho cada vez que no lo tiene cerca, siempre tan ocupado con sus creaciones, siempre siguiendo las recomendaciones de su editor y su equipo de promoción que lo instan a irse lejos para ser mucho más que un escritor famoso en Londres y nada más.
 Harry lo comprende, en serio, y es justamente por esa razón que simplemente respira y se dice a sí mismo que puede hacer una noche más. Consuela a su espíritu con el recuerdo de la voz de Louis y de nadie más, piensa en él con tanto fervor que sus mejillas terminan vistiéndose de un suave coral que se expande hasta cubrir más allá de su tabique y la sección de sus pómulos. 
 No es una buena idea el continuar con ese hilo de pensamiento, de todas formas, porque sus poros se abren y la habitación corre el riesgo de llenarse por milésima vez de todas esas flores de cerezo que en algún instante borrarán lo poco que queda de la fragancia del escritor.
 No es algo que pueda permitirse.
 Avanza hacia su mesa para volver a retomar su lectura con la esperanza de acercarse a un nuevo cuento o por lo menos terminar el que ha dejado casi a medias, pero lo único que logra es sostener el espaldar de la silla y arrastrarla sobre el suelo para tomar asiento. Agarra una de esas tantas hojas de papel en blanco, un lapicero negro que cuente con la suficiente tinta para cargar con la responsabilidad de sus confesiones secretas, y todo el peso de su corazón latente en el nombre de una sola persona para, finalmente, comenzar a escribir. 
 No se le hace demasiado difícil, no cuando le llama William —a pesar de que Louis no permite que nadie en el mundo le diga de esa manera y sin embargo a él jamás le ha dicho nada al respecto— y le saluda con un queridísimo amigo solamente porque esa es su forma de referirse a él como su amante en secreto. Le pregunta cómo le está yendo durante su recorrido europeo, si el viaje en trenes está siendo una molestia o si por fin ha vencido ese ligero mareo que la distancia siempre parece causarle aun cuando eso no tiene el mayor de los sentidos. 
 Le cuenta, en un párrafo diferente, siendo minucioso con el espacio al no querer utilizar más de una página y sentir que está robándose su tiempo, sobre cómo ha pasado las horas engullendo su libro como si fuera lo único que pudiera hacer en todo el día, declarándose culpable por millonésima vez ante la fascinación que siente por sus letras y lo cerca de cada personaje que se encuentra en el momento en el que encuentra la voz de cada uno. 
 Le comparte una opinión coloquial sobre los cuentos que lleva, siendo especialmente cuidadoso con los adjetivos que utiliza y con no ser demasiado obvio al decir que está enamorado de su prosa porque en realidad, solo está muy enamorado de él. También, se queja un poco sobre el conflicto principal del segundo relato, que por cierto ha sido más largo que el primero y probablemente más corto que el tercero, y se inventa una manera completamente distinta de resolverlo solo porque sí, porque le ha parecido divertido encontrar otra alternativa, porque sabe que para Louis significa mucho que comparta con él sus ocurrencias aun si no tienen nada que ver con el escrito actual. 
 Harry se asegura de recalcar que su versión ha estado bastante bien, y que espera poder continuar con su lectura al día siguiente porque las horas del recurrente ya se habrán acabado para cuando termine con su oración. 
 Espera que esté pasando un buen rato en donde quiera que se encuentre, que esté comiendo apropiadamente y que, si se le da la oportunidad de mirar hacia la luna, recuerde que tiene un amigo en él para una eternidad completa o hasta que sea sencillamente suficiente.
 Firma con cariño, diciéndose a sí mismo que la amistad es solo una forma de amor más, y su nombre. Dobla el trozo de papel para introducirlo en uno de los sobres que guarda en el cajón de madera y escribe la dirección que Louis le dio en cartas pasadas en la que le hizo saber que se estaría quedando en París durante más semanas de las previstas y que podría hacérselas llegar a esa residencia en particular. 
 Se promete buscar una estampilla en la mañana o incluso en la tienda de conveniencia más cercana, le echa un último vistazo al libro que dejará por esa noche y se levanta de la silla dejando la carta al lado de la obra para retirarse hacia su alcoba. 
 Todavía es temprano, y aún no ha cenado, pero la ausencia del alfa lo agota más de lo que está dispuesto a admitir y no tiene demasiadas ganas de soportar la picazón que persiste en su mordida solo porque su omega lo está echado muchísimo de menos.
 Va a sobrevivir a estos meses relativamente eternos, solamente porque ya ha pasado por muchos parecidos. Sin embargo, una parte de él le sigue recordando que su experiencia pasada no hace la presente menos complicada, ni siquiera por lo mucho que se esfuerce por hacerlo de otro modo, uno más llevadero. 
 Es una suerte que se mantenga ocupado durante los próximos días. Después de todo, su trabajo como crítico literario lo mantiene constantemente atareado, con la mente siempre llena de un centenar de historias, poemas, ensayos, fragmentos, novelas e incluso obras de teatro escritas que ha tenido el gusto de ver en más de una ocasión. 
 Nunca le ha parecido una labor pesada, a pesar de que tiene que hacer un mayor esfuerzo mental para ofrecer una visión panorámica, pero sobre todo crítica, que persuada o que incluso disuade a los potenciales lectores de este texto, jamás se le ha complicado hasta el punto en el que sienta que tiene que renunciar a ello y dedicarse a otra cosa. 
 No podría aunque quisiera, ha encontrado su vocación en todo ese asunto de orientar al público de manera eficaz y clara, y le agrada bastante el poder ir más allá de su propia opinión o incluso su juicio de valor, ofreciendo a todo aquel que le interese, ejemplos que ilustren lo que tiene para decir, en fragmentos que ayuden a los lectores para que puedan decidir si realmente la obra es algo que encaja de acuerdo a sus gustos literarios, o si también corresponde a lo que se espera de cada autor conocido y posiblemente destacado. 
 Se le da bastante bien, y la paga que recibe por ello en su columna del periódico —que desde hace unos cuantos años ha sido la sección más aclamada ya que cada vez más personas están dedicando su tiempo a la lectura y parecen confiar bastante en su juicio— es lo suficientemente buena como para mantener su residencia y colocar el plato de cada día sobre su mesa, más de una vez, sin mencionar los ingresos que su amante recibe por igual. 
 Es de mañana durante un jueves cualquiera de septiembre, su taza de café se mantiene humeante sobre la superficie de su escritorio y la ventana abierta deja entrar toda esa ventisca momentánea que en cualquier instante se transformará en llovizna. Los rayos del sol se cuelan entre los cristales, radiantes y cegadores si se les queda viendo por más tiempo del que es necesario. 
 No se siente como si tuviera mucho que hacer ese día, por el momento solo le llega a la cabeza que debe revisar unos cuantos textos, continuar con la recopilación de cuentos de Louis, y adivinar si tendrá la posibilidad de empezar con su crítica ese mismo día o si tendrá que dejarlo para el siguiente. Espera poder hacerlo para no retrasarse con su calendario, ni tener que pedirle más tiempo a la editorial del periódico tan solo porque se ha distraído con su enamoramiento bien intencionado con ese alfa que permanece en su mente la mayor parte de los minutos y en su corazón durante horas completas. 
 Ha estado pensando en él desde anoche, desde mucho antes en realidad, y aunque ya sabe que solo faltan menos días para su retorno, no puede evitar pensar en lo mucho que está ansiando su reencuentro. 
 Se pregunta si Louis tendrá consigo algún recuerdo de cada país que haya recorrido, si le contara las historias de trenes o de habitaciones de hotel quizás sofisticadas o tal vez no, así como también se cuestiona si tendrá alguna anécdota divertida con algún admirador que le haya hecho saber que sus obras le han salvado la vida —a pesar de que sus libros no tienen ese propósito pero la interpretación de cada quien es sumamente subjetiva y él omega sabe de primera mano cómo funciona eso al ser el primero en tomar todos sus cuentos como confesiones de amor— o si siquiera regresará con el aroma de muchos pegado en la ropa tan solo para echarla a un lado tan pronto como se encuentre delante de él y marcarlo con esa esencia que tanto está necesitando en estos momentos.
 Es una suerte que su celo no esté cerca, y que los supresores sean lo suficientemente buenos como para ocultar esa melancolía que lo persigue a rastras cada vez que sale de la casa. Ha sido su arma protectora, lo único que ha logrado ocultar esa relación que tiene con el escritor y que en ocasiones le gustaría gritar a los cuatro vientos porque está harto de tener que fingir delante de todo el mundo que solo son amigos íntimos y nada más. 
 Se ha resignado ya a todo ese trote de Louis alquilando una residencia en otra calle para no levantar sospechas, y también al hecho de que tienen que estar constantemente separados por razones que no tienen nada que ver con el trabajo. Sin embargo, todavía le está costando acostumbrarse a tener que dejarlo ir cada noche tan solo para recibirlo a escondidas nuevamente en la madrugada, cuando el pueblo duerme y la luna mantiene su secreto guardado, cuando los ebrios lo confunden con sus propias sombras y nada es certero por la falta de confianza que le tiene a la oscuridad, así como tampoco se termina de habituar a tener que despegarse de su lado antes de que salga el sol, todavía con la desnudez de su amor previo cubierta por unas frazadas que se quedan tan frías como la somnolencia que le sigue pesando en los ojos y que no le permite concebir cómo es que tienen que complicarse la existencia al ser incapaces de delatar su amor al viento. 
 Por lo menos lo vuelve a ver a la hora del desayuno, o sino a la hora del té durante las tardes, cuando sus mejillas están sonrojadas por el esfuerzo de toda la mañana y su cabeza casi saturada de la cantidad de materiales que ha tenido que leer a lo largo de los intervalos inevitables que le tocan vivir. Tiene que conformarse con ello, es el martirio que tiene que sobrevivir en nombre de su amor secreto y está dispuesto a ello, solo porque se trata de Louis, solo porque lo ha conocido desde que tiene dieciocho y su existencia no giraba en torno a absolutamente nada hasta que llegó a él. 
 Los años han pasado con amabilidad latente, guardando ese romance que al inicio no era más que una amistad ocasionada por esa crítica que Harry escribió sobre uno de sus libros de para aquel entonces, siendo bastante claro con sus pensamientos al respecto, cumpliendo su labor de mediador entre el autor y sus lectores pero desprendiendo todo este encanto y está fascinación por el alfa que aparentemente al castaño se le hizo imposible el no acercarse a él para conocerlo y averiguar por qué decidió adorarlo a través de sus letras. 
 Fue en un verano durante sus veintiséis que sus sentimientos se desarrollaron, pasando de la admiración a un cariño incondicional que no creyó correspondido, cuando se había regresado a Cheshire para cuidar de su madre enferma y el alfa se había aparecido delante de su puerta con una bolsa de medicinas en la mano y una vergonzosa sonrisa ligada a esa fragancia divina que expulsó durante toda su estadía. Habían estado comunicándose a través de cartas durante esos tiempos, contándose cada detalle insignificante de sus días y hablando acerca de los que faltaban para verse aún si estaban ocupados con sus respectivos trabajos y Harry seguía estando fuera de la ciudad. 
 Fue bastante divertido todo ese intercambio, al omega de rizos le hacía bastante ilusión a pesar de que al principio solo platicaban sobre esas trivialidades, mencionando especialmente lo que leían y las cosas que les inspiraban, hasta que una cosa llegó a la otra y un día recibió una carta de Louis expresándole que lo echaba de menos y que ansiaba volver a tener ese intercambio de ideas tan elocuentes con él y una taza de té al lado.
 Harry lo supo en el momento en el que lo vio en el marco de madera a la tarde siguiente, que la razón por la que su corazón se desbocaba en su pecho con cada letra chueca y todas esas oraciones secuenciales cargadas de emociones, no era porque siguiera admirando a Louis como el escritor tan maravilloso que hasta el sol de hoy considera que es, sino más bien porque ya había caído en el azul de sus ojos y el olor de su presencia, en esa sonrisa a medias que cuando se ensancha le encoge las esquinas de los ojos hasta dibujarle estos pequeños pliegues que lo hacen lucir mucho más joven de lo que ahora ya no es. 
 Fue esa la misma sonrisa que le decidió al aparecerse en Cheshire, y Harry lo había comprendido todo.
 Un bostezo se le escapa de los labios mientras se termina de beber el café que ya se le ha enfriado tras distraerse con la vista del horizonte y el resto del vecindario, la brisa le vuela unos cuantos mechones rizados que se guarda detrás de la oreja con paciencia y crea una nueva lista mental de todas las cosas que tiene que hacer en el día de hoy al sentir que algo le está faltando.
 Cuenta con los dedos cómo debe terminar de leer, comenzar a escribir, e ir al supermercado porque la despensa se está quedando vacía. Tiene que pasar por el periódico, y de paso por la librería al haber sido notificado de que esos libros que ha estado ansiando por leer ya han llegado, así como también tiene planeado ir a la tienda de muebles a ver si consigue otro librero pequeño porque el suyo ya está demasiado lleno. 
 Tuerce ligeramente la boca pensando en que el día no tiene tantas horas para ello, y que si quiere hacer por lo menos la mitad de esas diligencias debe ponerse manos a la obra desde ya y dejar de mantenerse sentado en la esquina del ventanal como si quisiera que el viento se llevara consigo la melancolía que se desborda de él y que trata constantemente de reprimir. 
 Respira profundamente, se pasa la mano por los ojos, estrujándose el párpado derecho y se pone de pie para caminar en dirección al escritorio y agarrar el libro creado por su amor.
 No llega ni a rozar la madera con los dedos, el timbre de la casa resuena llamando su atención y sus cejas se fruncen ligeramente al no estar esperando por la visita de nadie. No le toma mucho tiempo recorrer la estancia con pies arrastrados y un silencio sepulcral siguiéndole el paso, su mano se envuelve alrededor de la perilla tan pronto como llega a la entrada y abre la puerta para encontrarse con el pequeño Thomas, un niño de catorce años que vive a unas cuantas cuadras y que ha estado trabajando como cartero hace aproximadamente tres meses. 
 Harry no entiende exactamente la razón por la que lo está haciendo, y tampoco se ha tomado la molestia de preguntar al respecto al no tener la suficiente curiosidad. 
 —Correspondencia para el señor Styles —anuncia el chiquillo, con pecas café salpicando todo su aniñado rostro, del mismo color de esos enormes ojos que lo observan con la misma emoción de su sonrisa.
 Lleva el cabello liso y oculto debajo de esa gorra oscura que le cubre la mayor parte de la frente, y el bolso repleto de todo ese correo que tiene que entregar se le envuelve alrededor del hombro con un recelo que le hace cuestionarse qué tanto valor debe de tener cada mensaje. 
 Thomas tiene las manos extendidas hacia él, llenas con varias cartas y un sobre marrón un poco más gordo de lo que podría esperar. El entrecejo de Harry se arruga un poco más al no saber el contenido, ni siquiera imaginar qué puede haber allí dentro. 
 —¿Cómo estás, Thomas? —cuestiona tranquilamente, tomando lo que le pertenece y haciendo a un lado todos los envoltorios para ir directo hacia el más grande. 
 Reconoce la letra chueca y desastrosa, casi ininteligible para la comprensión de cualquier persona que no esté acostumbrada a ella, y aun para el mismo rizado, quien en ocasiones pasa un mal trabajo intentando descifrar qué rayos es lo que quiere decir.
 —Todo bien, señor —contesta con educación, pasando los dedos por la cintilla de su mochila y mirándolo con esa claridad en los orbes—. ¿Y usted?
 Harry se tarda unos segundos, su mirada está puesta todavía en aquella caligrafía mal tramada y hay un suave rubor que amenaza con encender sus pómulos hasta querer delatar el rápido ritmo que empieza a tomar su corazón sin pensar en las consecuencias.
 Porque sé que has estado deseándolos: lee en su mente, un silencioso suspiro saliendo de sus pulmones mientras una sonrisa quiere tirar de sus comisuras.
 —Todo en orden —Asiente, finalmente decidiendo apartar la vista del sobre cuyo contenido continúa siendo desconocido pero que ahora le causa mucha ilusión abrir. 
 Se fija entonces en que Thomas no se mueve un solo centímetro, y que en realidad luce como si quisiera decirle algo importante, algo que sabe que no debería decir pero que no puede mantener en su interior por más tiempo.
 —Uhm —titubea, su agarre apretándose un poco más, sus mejillas manchadas colorándose mucho más de lo que Harry podría esperar que lo hicieran. 
 Luce diminuto ahora, impensablemente adorable, y el omega se pregunta si en algún momento de su tardía vida llegará a tener un retoño justo así.
 —¿Sí? —insta para que se confiese de una vez por todas.
 Apoya la cadera en el marco de la puerta antes de alzar una de las cejas con expectación inofensiva, y eso parece ser suficiente para que el chico se arme de valor, se hinche el pecho y suelte lo que sea que quiera decir.
 —Mi mamá me dijo que era de mala educación —comienza a decir, y esa definitivamente no es la mejor manera de iniciar ningún discurso, pero Harry lo deja continuar de todas formas sin ser prejuicioso al respecto—, pero siempre quise preguntarle para qué es ese collar que lleva.
 Thomas señala hacia su propio cuello, logrando que el crítico alce la mano instintivamente hacia la posesión que le rodea la garganta. Sus dedos tocan la superficie casi airadamente, casi como si fuera una sorpresa el darse cuenta de que todavía lo tiene y que es visible para todo el mundo. 
 Se llena los pulmones de aire pensando en que su interrogante está fuera de lugar y que su madre de hecho tiene razón. Sin embargo, no pretende ser cruel con el muchacho sabiendo que solo es un infante al que todavía le falta por aprender que existen cosas en la vida que se pueden cuestionar y otras que simplemente no.
 —Ah —murmura, volviendo a bajar el brazo para sujetar su correspondencia que casi no le caben en una sola palma. Tiene ganas de desenvolver el paquete y averiguar qué es lo que Louis le ha mandado desde donde está, y qué tiene para decirle en esa carta que de seguro sirve como contestación a la que le envió hace un par de semanas—, es para evitar que me muerdan durante mi celo. 
 Es una mentira a medias, el propósito del accesorio en sí el que menciona. No obstante, su papel para él no es más que el de ocultar el hecho de que alguien ya lo ha marcado. Alguien de su mismo sexo, que tiene tanto que perder como él si cualquiera se llega a enterar que están envueltos en esa relación que nadie podría ver como normal por mucho que su cuerpo esté diseñado para cumplir con la función de la vida y pueda ser cultivado tanto por hombres como mujeres. 
 En su caso, y por su condición, lo ideal sería una mujer, sin duda, pero Harry no podría tener jamás ojos para nadie que no sea el castaño de orbes azules.
 —Pero, es solo un collar —señala, sin conocimiento alguno aparentemente, tan inocente como los chicos de su edad deberían de ser.
 Ni siquiera ha presentado su casta todavía, le quedan aproximadamente dos o tres años para declararse como sus genes decidan, por lo que no hay ninguna prisa por que conozca todos esos términos y complicaciones. Debería de estar familiarizado, por supuesto, pero no es deber de Harry educarlo al respecto y lo sabe.
 Hay una suave sonrisa que termina extendiéndose por sus labios, acompañado de una respiración tranquila que logra que los hombros del pequeño cartero se bajen al darse cuenta de que no lo ha ofendido ni nada por el estilo.
 —El cuero no deja que los dientes pasen, muchacho —explica de la manera más sencilla que encuentra, sin entrar en muchos detalles y sintiendo como la ansiedad de estar solo con la presencia escrita de Louis comienza a rumiar su pecho con disimulo. Ha tomado sus supresores, así que sus poros están tan cerrados que no hay posibilidad de que Thomas se dé cuenta—. Es más eficiente de lo que te puedes imaginar.
 —Ya veo —Asiente pensativo, como si estuviera tratando de digerir la información y buscando en alguna parte de su cabeza un recuerdo que corrobore con lo que dice. Es graciosa la manera en la que arruga un poco la nariz antes de ladear la cabeza y mirarlo con mucha curiosidad destellando en sus orbes—. ¿Y es difícil?
 —¿Qué cosa? —inquiere de buena gana a pesar de todo.
 Thomas pellizca la cinta de su mochila.
 —No estar emparejado con alguien —aclara y quizás Harry lo ha subestimado al respecto y ahora se encuentra lo suficientemente desconcertado como para poder pensar en el tipo de situación en la que ahora se encuentra—. Mi mamá dice que sí, y que por eso espera que cuando me presente como alfa encuentre a una omega muy bonita.
 El rizado no va a culparlo por las palabras que repite, recordándose que es un niño y su cerebro es como una esponja que absorbe todo lo que mira, escucha y sienten los demás, hasta que tenga la capacidad de decidir qué de todas esas cosas es correcta o no. 
 No va a corregirlo en su pensamiento, tampoco va a contestar su interrogante, primero porque hace tiempo que dejó de sufrir por la ausencia de una marca en su cuello, y segundo porque no podría decir en voz alta que en realidad ya tiene un compañero. Se abstiene de todo eso y simplemente vuelve a sonreírle como si no sucediera nada y las palabras de su confesión no se atoraran en su garganta.
 —Una omega muy bonita —repite en un murmullo considerado, pensando en que, si eso es lo que realmente quiere, entonces no hay nada de malo en ello—. Eso suena bien, espero lo mismo.
 Thomas no parece haber caído en cuenta de su evasión, lo cual es bastante bueno al Harry estar deseando regresar al interior de su casa de una vez por todas. 
 —Gracias, señor —Sonríe ampliamente, dando un paso hacia atrás antes de alzar la mano en una despedida. Es tan ingenuo y agradable—. Ya me tengo que ir, no le diga a mi mamá que le pregunté sobre eso, por favor. Me regañaría.
 —No te preocupes, de mi boca no saldrá nada —Promete, con una suave risa de por medio, creyendo que su juventud es una joven y cuestionándose si él también era así a esa edad. Está casi seguro de que si, solo que un poco más enérgico y mucho menos discreto—. Ten cuidado al cruzar la calle.
 Se despide del niño una nueva vez y cierra la puerta solo cuando lo ve doblar la calle y desvanecerse en una esquina. Deja escapar un suspiro y su atención va directo hacia la correspondencia que todavía sigue estando entre sus dedos. 
 Se muerde el labio inferior, la curiosidad creciendo como flor en plena primavera, arrastrándose por sus entrañas hasta remover las esquinas de su espíritu y obligarlo a ir hacia la sala. Deja las cartas sobre la mesa y rompe rápidamente el envoltorio marrón, tres libros apareciendo dentro de su campo de visión al mismo tiempo en el que su corazón da un vuelco.
 Revisa los títulos de cada uno con las cejas alzadas, las versiones inglesa de El desdén con el desdén de Agustín Moreto se muestra delante de sus ojos, acompañado de Noches Lúgubres de José Cadalso y Odas a Lisi de Juan Meléndez Valdés, de quien ya leyó La paloma de Filis y escribió un ensayo de diez páginas explicando por qué ha sido probablemente la compilación de odas más elocuente que ha podido leer, sobre cómo se alegra que la censura no haya caído sobre ninguno de esos poemas y sobre cómo difiere con esos poco críticos que han considerado este ciclo como monótono y hasta frívolo. 
 Un jadeo se le quiere escapar mientras los coloca de la madera para poder apreciarlos, uno al lado del otro sin poder creerse que en serio su alfa los haya conseguido para él de forma tan inesperada. No es que Louis nunca haya tenido detalles de esa índole con él. En realidad, es bastante simplón y secretamente cursi dentro de la medida de lo posible —especialmente por su profesión— llegando a regalarle cosas como esa corbata negra con un diminuto patrón de flores que Harry utiliza para cada ocasión que considera sumamente importante y que puede exhibir delante del todo el mundo sin la necesidad de revelar su relación. 
 No obstante, lleva queriendo devorar estas obras desde hace menos y no había podido hacerlo debido a su inexistencia en la colección de la librería a la que frecuenta, y el hecho de que Louis se haya tomado la molestia de conseguirlos para él y de enviárselos antes de su retorno, sólo consigue que su emoción vaya en aumento con cada segundo que transcurre observándolos. 
 Se muerde el labio inferior queriendo retener la enorme sonrisa que al final de cuentas se le termina plantando en la cara, y se traga la saliva que se le acumula en la boca sin aviso previo. Su contentura es inquebrantable, y no puede hacer más que rebuscar el mensaje de su amante entre esas cartas que a estas alturas han pasado a segundo plano. 
 La encuentra casi de inmediato, su nombre escrito en esa tediosa caligrafía y su dirección por igual.
 Sale del comedor para ir directo hacia su oficina, consigue el abrecartas que guarda en uno de los cajones del escritorio, y con el corazón resonándole en los tímpanos, abre la hoja de papel tan solo para comenzar a leer. Es una verdadera pesadilla el intentar descubrir lo que aquellos deliciosos garabatos tienen para decirle, adentrándose en el gozo puro de la adivinación y arropando cada una de esas hermosas sílabas misteriosas plasmadas sobre el papel, percibiendo como su espíritu se retuerce en un cariño incondicional y una añoranza que no tiene nombre.
 Louis lo saluda con un queridísimo Styles —porque dice que su apellido es probablemente uno de los más sofisticados que ha escuchado en toda su vida y que si algún día decide dedicarse a la publicación debería de utilizar un seudónimo basado en sus iniciales y su primer apellido— y le pregunta cómo se encuentra tan solo para comenzar a responder las interrogantes que le hizo en la correspondencia anterior. Le cuenta sobre París y que ha hecho turismo, así como también le hace saber qué pasó toda una madrugada escribiendo la que sería su próxima obra literaria más deslumbrante del mundo, añadiendo si es que tiene la suficiente suerte como para lograrlo. Le hace saber cuánto le entusiasma que esté leyendo su libro, y concuerda con él sobre su opinión acerca del segundo relato y un poco más.
 Le dice que lo está pasando bien, y que cuando se vayan de allí estará echando de menos el tiempo que ha estado compartiendo con su equipo editorial. Y ahí es donde Harry encuentra el encanto de la letra de Louis, porque hace esto de cambiar la inclinación de ciertas palabras para él y la forma en la que estas sean escritas para que formen nuevas frases que solo pueden ser interpretadas si se les presta demasiada atención. Ha hecho que la q en equipo parezca una g, y así mismo ha logrado que esa oración en particular se convierta en una confesión de cuánto lo está extrañando durante su viaje sin ser demasiado obvio.
 Harry tiene el corazón en la mano mientras termina de leer como ha buscado esos libros en más de cinco librerías porque ha pensado que serían un buen souvenir para él, mencionando que es lo mínimo que podría hacer por él en agradecimiento a todos esos años de amistad incondicional que han vivido y la consideración que ha tenido con él durante ese mismo tiempo, y aunque no lo dice indirectamente —o quizás sí, pero el omega ahora está insufriblemente emocionado como para caer en cuenta—, es capaz de sentir como su verdadera intención ha sido hacerle saber cuán presente lo tiene en su mente, y lo mucho que lo adora a pesar de todo lo que tienen que atravesar.
 Se le quieren salir las lágrimas al ver su promesa acerca de cómo dentro de pocos días estará regresando a Londres y lo mucho que está esperando compartir una taza de té junto a él, y finalmente repasa su firma chueca en esa tinta seca que ya ha quedado permanente sobre el papel. 
 El alma se le remueve inquieta por todo su ser, extasiada, entusiasmada a tal punto en el que cree que si da un brinco de repente llegará al cielo. Es una sensación inevitable, burbujeante y bastante plácida para su corazón, y le gusta, le agrada lo suficiente como para querer quedarse con ella el resto de sus días, hasta que dé su último aliento y, aun así, después de esa vida, continuar sintiéndose de ese modo.
 Aprieta la carta contra su pecho, justo en donde sus latidos rebotan sin parar, saltándose palpitaciones y volviéndose histérico de tan solo pensar que Louis finalmente estará llegando a casa pronto y que podrán pasar todas las horas del mundo juntos con la excusa de que tienen mucho que contar. 
 Esa es la ventaja de ser cercanos delante de todo el mundo a pesar del verdadero secreto detrás de su relación, que nadie los cuestiona mientras ríen al lado del otro o cuando salen a cenar a algún restaurante con vino en la mesa y alguno que otro platillo casi exótico que pueden permitirse, porque todos piensan que están hablando sobre libros e historias y no confesando su amor por enésima vez a través de esas miradas constantemente ebrias que intercambian entre sus conversaciones que no tienen nada que ver, porque nadie piensa más allá del hecho de que simplemente tienen tantas cosas en común, que se han convertido en la mejor historia de amistad y nada más.
 Son lo suficientemente cuidadosos como para que nadie sospeche de otra manera, pero aun así no se descuidan ni un solo instante y mantienen dentro de sí mismo todo lo que sienten por el otro para poder externarlo en las horas de la madrugada, cuando la luna está en lo más alto del cielo y no hay nadie más que las estrellas para ser testigos de lo que ocurre en las sábanas de uno, o del otro.
 Deja escapar el aire con ilusión, vuelve a leer la carta ahora que ya sabe lo que dice y no tiene averiguar si eso es realmente una r o una n —porque santo cielo, ¿es realmente posible que un escritor tenga una caligrafía así de detestable? La respuesta es sí, y Harry siente algo de pena por el transcriptor de la editorial en la que Louis se publica—, y espera sinceramente que los días continúen pasando con la misma rapidez con la que lo han hecho hasta ahora.
 Su deseo es escuchado por el cielo, porque las semanas se le pasan en un abrir y cerrar de ojos y octubre finalmente llega con una ventisca mucho más friolenta y pequeños indicios de que en cualquier instante el otoño dirá adiós y le dará su puesto al invierno. Harry ya ha terminado de leer el libro de Louis, y como siempre —siendo tan objetivo como su personalidad profesional se lo ha permitido— ha sido espléndido, en todo el sentido de la palabra y hasta un poco más. 
 No siente que ha perdido el tiempo con su prosa, y hasta ha tenido ganas de darle una segunda leída tan sólo para vivir la experiencia una vez más. Se ha abstenido de ello, sin embargo, solamente porque es consciente de que tiene que trabajar en la crítica y que no puede retrasarse tanto como pretendería hacerlo. 
 Ha estado toda la mañana en ello, las hojas de papel permanecen regadas por todo su escritorio y parte del suelo tras haber sido arrugadas como cierta furia y lanzadas lejos al ser tan inútiles como las equivocaciones que ha cometido en ellas sin querer. 
 La muñeca le duele ligeramente por estar afincándola constantemente a causa del bolígrafo y han sido muchas las veces que ha tenido que hacer una pausa para enderezar la espalda y recordarse que el dolor será insoportable si continúa así de erguido sobre la superficie. Se ha tomado ya dos tazas de cafés repletas, su estómago continúa lleno del desayuno a pesar de que la hora del almuerzo ya está cada vez más cerca, y el calambre que se le forma en los pies por la posición en la que se encuentra es un claro aviso de que tiene que ponerse de pie y descansar un instante.
 No puede hacerlo, de todas formas, tiene la inspiración a flote y sus ganas de escribir son tan grandes que no le interesan ninguna de esas adversidades ni mucho menos esos tormentos físicos a los que se está sometiendo. 
 Quiere tener la crítica lista a más tardar mañana, y si tiene que renunciar a sus horas de sueño para lograrlo, entonces no tiene ningún problema con ello. Se torturara en la ausencia de su alfa mientras pueda, no solo porque Louis lo regañaría por ello a pesar de que sus hábitos son incluso peores que los de Harry, sino porque también suele distraerse con gran facilidad cada vez que el castaño está demasiado cerca, siempre yendo a trepar sobre su regazo para esconderse en la esquina de su cuello, siempre buscándolo en la cocina para hundir el rostro en su delgada espalda, siempre queriendo rozar aunque sea la más diminuta esquina de su piel y sentir que está con él. 
 Sí, Harry realmente no puede trabajar mucho si Louis está en casa, y como los días de su regreso están cada vez más cerca, entonces se propone adelantar todo lo que se le sea posible para poder pasar todo su tiempo con él.
 Es un buen plan, lo motiva a tronarse los nudillos y a agarrar su lapicero para continuar con esas oraciones explicativas y resumidas acerca de los relatos del escritor, abordando los puntos más importantes y siendo sincero acerca de cuáles han sido los más interesantes y cuáles otros no tanto. 
 Está a punto de caer en una racha productiva que le beneficiará completamente hasta que de repente el timbre resuena por todo el lugar. 
 Las cejas se le arrugan tan pronto como es sacado de su burbuja, por un momento piensa que se trata de Thomas que ha llegado con la correspondencia como siempre, pero recuerda que ya ha recibido al muchacho y que no existe la posibilidad de que se haya olvidado de algo, menos dos horas después de la entrega.
 No está esperando por nadie, así que pretende dejarlo pasar y que sea quien sea el que se encuentre del otro lado de la puerta interprete que no hay nadie dentro de la casa gracias a la falta de respuesta. No obstante, la campanilla vuelve a hacer ese ruido tan estridente que evita que se concentre, y luego otra vez, y una vez más, y Harry pierde la paciencia de un segundo a otro. 
 Se pone de pie arrastrando la silla por el suelo, aplasta el bolígrafo contra la madera y con las cejas ridículamente arrugadas, sale de su oficina para caminar fastidiosamente hacia la entrada.
 Maldice en voz baja a quien sea que esté del otro lado y le haya causado aquel repentino mal humor que tendrá que disimular para no ser particularmente grosero, pero a medida en que va avanzando, su corazón comienza a temblar enloquecidamente en su pecho, como si se le quisiera salir de repente, como si fuera un colibrí enjaulado que se ha desesperado por esa libertad que está delante de sus ojos y justo al otro lado de la puerta. 
 Su entrecejo se calma tan solo para volver a fruncirse con confusión y curiosidad de por medio, y solo cuando es consciente y su mirada viaja hacia su propia mano temblorosa es que se da cuenta de lo que realmente está sucediendo.
 Abre la puerta de un solo tirón, por poco se queda con el manubrio entre los dedos y ni siquiera le interesa, le importa tan poco lo peligroso que ha sido su manera tan estrepitosa de abrir porque ahora, en ese preciso momento, tiene un par de cuencas azuladas mirando en su dirección, acompañadas de una sonrisa que tira de unos labios que ha estado anhelando desde el primer día que dejó de sentirlos antes de cada amanecer.
 Aprieta los dedos y se hace a un lado para dejar entrar al alfa que ha mirado a su alrededor antes de dar un paso hacia adelante. 
 Va vestido formalmente, con un chaleco olivo que ha combinado con unos pantalones oscuros y una camisa marrón. tiene las manos libres de maletas, lo que significa que ya ha pasado por su residencia antes de llegar allí y que, quizás, hasta ha tomado una ducha por la forma en la que su piel todavía luce húmeda en la sección de su cuello que la prenda superior deja ver.
 A Harry no le molesta, no podría hacerlo, no cuando ya ha cerrado la madera con pestillo y lanzado hacia sus brazos en una confianza cegadora para ser atrapado sin dudas ni mucho menos percances. El cuerpo de Louis se tambalea, pero se mantiene estable, la risa se le escapa de los pulmones al mismo tiempo en el que al omega se le llenan los ojos de lágrimas y siente como sus rizos son consolados por dedos que le recorren el cráneo en una caricia que ya conoce.
 Está guapísimo, justo así, con el pelo recortado y la barba baja, con esa añoranza que se escurre de él incluso si no es intencional.
 —¿Qué haces aquí? —cuestiona en un susurro, su voz más trémula de lo que le gustaría, haciéndolo incapaz de aumentar el volumen a pesar de que quiere ser escuchado claramente.
 No es un reproche, ni pretende soñar desagradado y definitivamente no quiere que sea la primera frase que le dirige después de tantos meses sin verse. Pero está tan atónito, tan sorprendido, que es lo único que puede dejar salir por sus cuerdas vocales sin morir en el intento.
 Louis lo aprieta más contra su cuerpo, frotando la mejilla en su pelo, marcándolo con ese aroma a bosque en pelo florecimiento que se queda atascado en sus fosas nasales ahora que se ha enterrado a sí mismo en donde su fuente de olor reside. Las piernas le tiemblan ahora, volviéndolo incapaz de sostenerse sobre su propio peso, convirtiendo su agarre en una verdadera fortuna porque de lo contrario ahora mismo estaría en el suelo. 
 —No podía estar tanto tiempo lejos —confiesa para sus oídos, con ese acento inglés tan marcado y ese tono de voz tan melódico que a Harry se le rompe todo por dentro. Llega a ser dolorosa la forma en la que el pecho se le encoge, se siente tan feliz ahora que está agonizando—, ya quería regresar a casa.
 Un jadeo se le escapa ante esa repentina honestidad, su médula espinal es víctima de un escalofrío que lo hace estremecerse todavía más y sus dedos ya no encuentran la manera de fundirse contra la tela de su cuerpo. 
 Escucharlo decir que esta es su casa lo conmociona mucho más de lo que podría haberse imaginado, y el simple hecho de que ha querido sorprenderlo con su retorno sólo logra hacerle saber cuánto significa para él. No podría ponerlo en palabras, aunque quisiera, no podría ni siquiera ponerse a pensar ni mucho menos adivinar todo lo que Louis siente por él. 
 El sentimiento no es como las cartas que ha recibido por su parte a lo largo de los años, aquí no tiene la oportunidad de interpretar nada como se le dé la gana, ni burlarse de lo misteriosas que pueden llegar a ser sus oraciones. No, ahora los latidos de ese corazón ajeno son claros en sus tímpanos ensordecidos, el destello que reluce en ese cielo claro atrapados en esos cristales oculares es imposible de pasar desapercibido, y el cosquilleo en su propia piel por su cercanía en conjunto a este asfixiante calor que de repente lo acoge de pies a cabeza, envolviéndolo como un capullo que no está cerca de romperse, sin suficientes para hacerle saber que jamás sería capaz de escapar de Louis, incluso si lo hace por el bien de ambos, por mantener sus vidas intactas. 
 Nunca tendría la posibilidad de desprendérselo del alma porque se lo ha guardado demasiado adentro, hasta que su propia mano es incapaz de alcanzarlo.
 Lo sabe, mientras traga saliva y se llena los pulmones con ese hipido que no sabe de dónde es que sale, al mismo tiempo en el que deja que el alfa se frote un poco más contra su pelo tan sólo para establecer la mínima distancia entre ellos y atrapar su boca en un beso que solo las paredes atestiguan. 
 La calidez de sus labios es lo más cercano que estarán al sol, sus pasos son como algodón de nubes que los hacen flotar dentro de su recorrido a ciegas por la sala, y si llegan al comedor, justo hacia la mesa que se queja bajo el repentino peso al que es sometida, entonces el resto es historia.
 Ellos tal vez se pondrán al día más tarde, cuando sus bocas se acalambren y sus músculos se agarroten por el esfuerzo al que los someterán una y otra vez hasta el cansancio y en silencio, porque todavía tienen un secreto que mantener.
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ao3feed-larry · 2 years
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Síndrome del Nido Vacío
by styleeds94
A Harry no le pareció nada alocada la idea que soltó un viernes por la noche en su cena: —Tengamos otro bebé—soltó de improviso, como si hablase del clima o de la ternura de la costilla de cabra que estaba degustando. Largando el peso de la bomba sin advertencias.
Louis se atragantó con su vino.
El hombre tosió un par de veces y Harry se sobresaltó, dándole palmadas en la espalda buscando que se recuperase. Claramente la ligereza del rizado no se correspondía mucho con la gran importancia con la que se debía de manejar la situación, por eso el ojiazul se rio un poco cuando pudo volver a respirar con normalidad, creyendo que todo era parte de alguna broma suya. Pero mucha de esa risa se fue al caño al ver como Harry esperaba con incómoda seriedad una respuesta.
— ¿H-hablas en serio, Harry?
O
Cuando sus seis hijos vuelan del nido, Harry y Louis deciden que quizá aún no es demasiado tarde como para agrandar la familia.
Words: 13320, Chapters: 1/1, Language: Español
Series: Part 1 of Bottom Louis Fic Fest
Fandoms: One Direction (Band)
Rating: Explicit
Warnings: Creator Chose Not To Use Archive Warnings
Categories: M/M
Characters: Harry Styles, Louis Tomlinson, Original Male Character(s), Original Female Character(s)
Relationships: Harry Styles/Louis Tomlinson
Additional Tags: Bottom Louis Tomlinson, larry stylinson - Freeform, Top Harry Styles/Bottom Louis Tomlinson, Alpha Harry Styles, Omega Louis Tomlinson, Established Harry Styles/Louis Tomlinson, Mommy Louis, Domestic Kink, Pregnancy Kink, Daddy Dom Harry Styles, DILF Harry Styles, milf louis tomlinson, Feminization, (only a little), Smut, Porn With Plot :), Creampie, Anal Sex, Fingering, Oral Sex, Teacher Louis Tomlinson, Knotting, Jealous Harry
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maryl28 · 6 years
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toxica91 · 6 years
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acabo de publicar mi primera fanfic Larry, si tienes tiempo puedes pasar a darle un vistazo ❤️
gracias. xx
Harry, yo te amo (L.S) en #Wattpad
PD: PUEDES ENCONTRARME EN WATTPAD COMO "TOXICAMENTESUAVE"
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burninthroughyou · 6 years
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He.
Él es tan cruel, malo, y frío como la nieve cuando cae, pero que nunca se derrite. No siente compasión por nadie que no sea él mismo y es tan frívolo, narcisista y egocéntrico que el mundo no le quiere demasiado. Rompió mi corazón tantas veces con las palabras que salieron de su boca para insultarme y hacerme sentir menos, pero aún así no puedo dejar de perderme en el intenso azul de sus ojos muertos ni dejar de pensar que él tiene un lado bueno, tierno, que no saca a relucir de día porque su padre es así y lo lastimó tantas veces que cree que es mejor dejarlo oculto, en el fondo, escondido bajo mil llaves, guardado con recelo.
Él es cruel, demasiado cruel. Me ha dicho cosas feas y yo solo me he quedado callado, con lágrimas en los ojos junto a mi corazón estrujado y roto en la mano. Cada vez que me ve llorar, su sonrisa burlona se ensancha y su pecho se infla de orgullo, sus amigos ríen mientras se regodea en mi dolor.
Pero en las noches me llama, por ese momento yo me olvido de que él es cruel y lo sigo. Sus ojos, entonces, son de un azul eléctrico, brillante, repentinamente están vivos. Me besa las heridas y se ríe con dulzura a la vez que acaricia mi pelo. Suspira en mi cuello, muerde los lóbulos de mis orejas, me marca el abdomen y deja que me recueste en su pecho como la persona más feliz del mundo. Me hace el amor con suavidad mientras se pasea libremente por mi piel y me permite besarlo con desespero en cada parte de su cuerpo. Me cuenta de su vida, su infancia, sus mascotas, lo frío que es su padre y lo poco que le interesa a su madre, lo escucho atento, para después contarle yo de la mía. Y antes de que el sol quiera volver al cielo, llora pidiéndome perdón por todo lo que me hace cuando es de día, junta su boca con la mía, dice que soy suyo y yo lo perdono, porque suena sincero, porque es mi perdición en espiral.
Con el sol, él vuelve a ser tan malvado como siempre, como una normalidad que soportamos día a día. Con la luna, él sonríe sincero y siento que me quiere. Y me confundo la noche con el sueño idóneo de que él fuera así siempre.
//Theloveshenevereceived//
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lwthesfic · 3 years
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❀ “no body, no crime” by nuriajonas (15k)
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onlyforthekings · 3 years
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Holaaaa linda!!! Tenes recs de fanfics larry en español? Siempre encuentro que en inglés son mucho mejores y de mayor calidad, pero quiero leer mas en español. Gracias!
Holaaaa Anooon
Para serte honesta no he leído nada nuevo en español, solo te podría recomendar cosas antiguas, lit solo me di cuenta que ya podía leer en inglés y me fui de lleno con eso este año.
Aquí te dejo mi top 3 fics en español (con algunas menciones honoríficas) y fics de AO3 en español.
Se me hace ridículo recomendarte las que tienen ya millones de leídas, así que simplemente agregaré dos más (que leí hace mil años, pero recuerdo que si estaban bien, o algo así jajajaj)
Roots Ink || agusrocchi || 15 Capítulos
Sumario: Las flores de su jardín crecían más vigorosas y fuertes a medida que las regaba con la sangre de una nueva víctima. Pero su insaciable locura lo llevaba a querer conseguir más muertes. Fue entonces cuando el florista se topó con un bello tatuador.
Cuando sonríe extiende la primavera || liliumpumilum || 10 Capítulos
Sumario: Frodsham es un pueblo bastante corriente de siete mil habitantes, cerca de la costa. Posee en su inventario poco más que un castillo, tres puentes, cuatro escuelas primarias, cinco panaderías, demasiadas avocetas y absolutamente ninguna escuela secundaria. Eso y un admirador secreto para Louis, que insiste en dejarle una nota acompañada con una rosa por las mañanas antes del colegio.
Creo está de sobra recomendar Dragonscale, pero en caso que no la hayas leído:
Dragonscale || _eversinceharry_ || 49 Partes
Sumario: Has ido a la ciudad de Dragonscale? ¿Has volado por ahí? Donde la ciudad se encuentra sobre las montañas y sus playas doradas brillan en los días soleados... Donde se alza un castillo enorme al que la gente llama Krestum y Kargem reina sobre sus tierras...
Ahora, yo no he leído la siguiente y quiero advertir que mis amigas literalmente se la pasaron llorando por una semana, pero según su criterio es muy buena, y confío en ellas:
New York || _eversinceharry_ || 51 Partes
Sumario: Harry Styles es un joven alfa que vive su vida un día a la vez, aún cursando el último año de su universidad y enfrentándose a una nueva ciudad que está apunto de ponerle en el camino aventuras, sorpresa y sobre todo de plantarle de frente a un omega chico de lindos ojos azules que parece no tenerle miedo a nada. Nueva York no solo fue el nombre de la cuidad que lo cambio, si no que también fue el título de todo lo que el era, en donde residía, en donde se quedaría y en donde quedó marcado. Era Nueva York en el café de cada mañana, era Nueva York en las calles atestadas a cada mañana, era Nueva York reproducido a través de aquella sonrisa, era Nueva York en cada ramo de girasoles que compraba, era Nueva York cada que cerraba la puerta y el estaba sentado en el sofá, esperando por el. Era Nueva York donde se enamoró, y si una persona podía ser sinónimo de una cuidad, entonces... Louis Tomlinson era Nueva York.
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